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Romance de Seda por Tsundere Chisamu-chan

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Notas del capitulo:

Me niego a dejar morir mi fanfic sin terminarlo. Así que aquí con muchas cosas qué hacer y años encima, estoy de vuelta.

Capítulo III

“Claro, estoy en mi apartamento” 

¿Sonaba lo suficientemente relajado y amigable?

 

“Bien, llegaré en 30 min”, respondió él haciéndome levantar de un salto para ir a prepararme. 

 

Me vestí, peiné, perfumé y puse algo de maquillaje ligero sobre mi rostro. Quería verme serio pero agradable, sexy pero relajado, así que hice todo lo posible porque mi atuendo fuera acorde a la situación, me coloqué solo un jeans azul y una camiseta blanca delgada de las que se adhieren a tu cuerpo. Menuda disculpa quería otorgarle y solo podía pensar en resultarle atractivo, pero es que después del mensaje que me envió con su “¿Puedo verte”? mi ser se llenó de una esperanza infantil, que estaba dispuesto a aprovecharla al máximo y recuperar a mi amigo, si de paso lo seducía, mejor. 

 

Estaba repasando mi discurso frente al espejo, pues la escueta conversación que tuvimos mediante mensajes podría significar muchas cosas y sonó el timbre. Temblé y cerré los ojos suspirando, no correría a abrir para no parecer desesperado, no me le abalanzaría encima ni le haría mi mirada malintencionada. Hoy quería ser un buen amigo y disculparme por haberlo hecho sentir incómodo. 

 

Me acerqué a la puerta, y abrí con una sonrisa tenue. “Bienvenido, bebé”, pensé cuando lo vi sonreírme de vuelta, se acercó a mí y me abrazó, yo le correspondí en absoluto silencio y aspiré su delicioso aroma a shampoo. 

– Hola Ville. –Me habló bajo en el oído y yo sentí escalofríos desde la oreja, pasando por la nuca, la espalda y llegando a mis glúteos. Maldita voz ronca y sexy. 

 

–Hola. –Respondí en un susurro. Nos separamos y le invité a entrar. Caminó frente a mí, hacia el interior de mi apartamento y yo no pude evitar pensar en todos los ratos amenos que habíamos pasado juntos allí, bebiendo, bromeando y hablando sobre todo un poco. Quería recuperar esos días. 

 

Cerré la puerta con sumo cuidado, estaba analizando cada movimiento de mi accionar, porque no quería cagarlo de nuevo con un comportamiento instintivo, como me había pasado la última vez. Me giré y él estaba parado en medio del vestíbulo con el entrecejo fruncido y la boca entreabierta. Le había puesto tanta atención a su rostro que no me había percatado de lo muy abrigado que andaba, con una chaqueta gruesa, gorro y buzo. 

 

Sonreí y me acerqué a él, solo quería que me hablara para no tener que ser yo el que rompiera el hielo. 

– Te ves bien. –Me dijo y temblé ante su halago. Maldije para mis adentros por codiciar a un chico tan sincero pero que no me iba a corresponder. 

 

–Gracias, tú igual.

 

–Quería hablarte de algo. –Pronunció al fin y se sentó sobre el sofá. Yo caminé hasta el salón en la sección donde guardo el licor, porque no quería que me mirara a los ojos cuando me disculpara. 

 

–Lo sé – le hablé a unos metros de distancia. –De verdad tenía muchas ganas de disculparme contigo por haber hecho una broma tan pesada el otro día –. Bajé la cabeza y empecé a prepararle un Jägermeister de la forma en la que él lo tomaba, lo conocía a la perfección. 

 

Estaba temblando mientras acomodaba los vasos y las botellas, sentía todos mis movimientos torpes y acelerados, pero seguí hablando. –Creo que estaba en modo bromista, ya que justo antes de verte estaba bromeando con Linde sobre…—. 

 

Me detuve, pues antes de darme cuenta, él estaba a escasos 20 centímetros de mí. Abrí los ojos por la sorpresa y los nervios. 

 

–¿Estabas bromeando? –consultó en su típica expresión de asombro e ingenuidad. Me quedé en shock pensando en si estaba destruyendo mi última oportunidad de redimirme. Parpadeé un par de veces intentando descifrar su gesto para saber qué decir a continuación, pero era muy confuso. 

 

– Eh… sí, de verdad lo lamento –.

 

¡Reacciona, maldita sea! supliqué para mis adentros pues el imberbe sexy no cambiaba su expresión. Durante la espera de 5 segundos que tardó su reacción mil cosas pasaron por mi mente: ¿Qué me responderá?, ¿Habrá sido buena idea invitarlo?, ¡Dios, qué ojazos!, ¿Cómo se verá desnudo?, ¿Perderé para siempre su amistad?

 

De pronto sonrió, mientras bajaba su mirada, fue una sonrisa medio tímida. Más bien de esas avergonzadas. No me moví esperando su respuesta, pero esa risita ligera sonaba como música para mis oídos. Sonreí también en reflejo y lo vi llevándose la mano a la frente para tapar sus ojos y negar con la cabeza. ¿Qué clase de trampa era esta?

 

–¿Qué pasa? –pregunté confundido.

 

–No, no, disculpa… olvídalo. Vamos a brindar. –Continué sirviendo los tragos mientras lo miraba pasearse por el salón mirando y traveseando los adornos de la estancia sin decir una palabra. ¿Qué era lo que acababa de pasar? Ya me había disculpado con toda la intención de ser su amigo nuevamente pero su reacción no era como me la había esperado, ¿será que él estaba esperando algo más de mí que una simple disculpa? No pude evitar sentirme optimista. 

 

Caminé hasta él con ambos tragos y le hablé desde su espalda. –Aquí tienes. –Lentamente se giró y me dirigió una mirada hechizante. Se recostó en uno de los pilares que nos separaban de la cocina y tomó su vaso mientras me sonreía. 

 

–¿Por qué quieres brindar? –me dijo con una vocecilla apenas audible. 

 

– Emm, bueno, talvez por nuestra amistad –contesté ruidoso tratando de contrarrestar lo excitado que me encontraba de verlo allí en la penumbra de mi vestíbulo clavándome sus ojos fascinantes. Sonrió de medio lado y chocó su vaso contra el mío para sorber un trago al mismo tiempo que yo. 

 

Lo siguiente que pasó ni si quiera lo puedo explicar. Al despegar el borde de sus labios miró los míos, no era extraño pues estaban húmedos por el licor, pero después de eso recorrió mi cuerpo con la mirada, de arriba a abajo, me miró a los ojos y desvió la mirada al reparar en mi atención. Quiso disimular poniendo sus ojos sobre su bebida, pero ya era demasiado tarde. Ya lo había visto mirarme con deseo y no pude evitar lanzarme sobre su boca y poseerla mientras tomaba su nuca en un ataque de frenesí, arrinconándolo contra la superficie del pilar. 

 

Tiré los tragos al suelo, las copas rodaron en el piso y derramaron el líquido. Por fin estaba saboreando su boca deliciosa en un beso pasional y, milagrosamente, correspondido. No lo podía creer, Lauri me deseaba y yo como un gran idiota conteniéndome todo este tiempo. Puso sus manos sobre mi pecho y me obligó a detenerme. –Espera –jadeó. Nos separamos respirando agitadamente y a escasos centímetros uno del otro. 

 

–Mentí – susurré contra sus labios. –No estaba bromeando ni el otro día ni hoy –. Mi voz salió grave y segura. –Te deseo más que a nadie –. Lo miré a los ojos, anhelando con mi alma estar tomando la decisión correcta. Su mirada verdosa, expectante me miraba temblorosa y evidentemente excitada. 

 

– No juegues conmigo –respondió en un reclamo infantil mientras yo besaba sus mejillas y mentón. Quité su gorro y me separé de él mientras bajaba el zipper de su chaqueta. 

 

–¿Te parece que estoy jugando? –. Me pareció ver que estaba a punto de llorar, aunque negó con la cabeza en contestación a mi pregunta y en un movimiento fascinante y seductor se terminó de quitar la chaqueta por su cuenta tirándola al piso y quedándose solamente con una camisa negra de algodón. Suspiré, ¿de verdad estaba pasando?

 

Le ofrecí mi mano y él la tomó desconcertado. Caminé hacia la habitación escuchando sus pasos tras de mí. Tenía pánico de despertar de otro de mis sueños recurrentes, no podía creer que de verdad estuviera a punto de tener sexo con el sujeto de mis fantasías más perversas. 

 

Al entrar en la habitación continuamos besándonos y en medio de tropezones logramos llegar a la cama donde lo guié para que se recostara. Ahí comprendí lo que de verdad sentía dentro de mi pecho: Lauri y yo éramos amigos desde hace muchos años, además éramos compañeros y aliados. El sentimiento de amistad, y fraternidad que sentía por él era enorme y sólido, mi atracción física no era algo que había surgido de un día a otro, sino algo que se llevaba gestando desde hacía muchos años, ya no era tan simple. Estaba enamorado de él. 

 

Lo besé lento y profundo sintiendo su lengua contra la mía, la verdad es que besaba delicioso, no me lo esperaba, pero me encantó. Comencé a acariciarle el torso por encima de la camisa, me puse de rodillas sobre la cama para tener mejor alcance. Lo seguí besando mientras él solo se movía en reflejo a mí, no tímido, aunque algo precavido. Me centré en el perfil de su rostro besando su mentón, orejas y cuello.

 

–No puedo creer que esté pasando –le dije al oído mientras metía mi mano bajo su camisa, –hace mucho moría por hacerte estas cosas. –Terminé con una pequeña mordida en su lóbulo. Me encontraba desbordado de excitación.

 

–Yo igual, Ville. –Me detuve atónito para mirarlo, pero sus ojos preciosos estaban clavados en el techo. –Hace años que te he querido como algo más que amigo –su frase fue perdiendo volumen hasta llegar a ser un susurro y yo me quedé congelado tras sus palabras, con la boca abierta y los ojos pasmados como todo un idiota.

 

–¿De qué hablas? –Consulté con legítima curiosidad frunciendo en entrecejo y conteniendo una sonrisilla.

 

–Nunca pensé que me corresponderías, y no quería perderte –.

 

Soplé por mi nariz en un intento de risa irónica y puse mi frente en su pecho sintiéndome como un tonto.

 

–Entonces ambos somos unos grandes estúpidos. –Él rió, –Talvez sí –agregó y abrazó mi cabeza.

 

Levanté el rostro y me sentí mucho más seguro para poseer el cuerpo de mi amigo al que deseaba con tanta locura. Lo miré con hambre y él me devolvió una sonrisa pícara. Tomó mi rostro entre ambas manos y me acercó para besarme de una forma muy sensual volviéndome completamente loco. Mientras lo hacía abrió sus piernas y me posicionó entre estas, para girarse bruscamente y quedar a horcajadas sobre mi cuerpo. Sonreí con satisfacción al verlo tomar el control, ese aire atrevido nunca lo había visto y me fascinaba.

 

Procedió a besarme con seguridad mientras llevó sus manos al borde de mi camisa con intención de sacarla, aunque solo la levantó unos centímetros y me acarició el abdomen bajo, justo ese lugar tatuado, provocando que mi pene ligeramente duro, goteara.

 

Eso era lo que más me encantaba de ese bastardo, era tan impredecible y misterioso.  Parecía estar pensando en algo, pero luego te sorprendía con una acción totalmente inesperada. Tenía una apariencia ingenua, pero en realidad era inteligente y calculador, aunque tan íntegro que nunca usaba esas deducciones para embaucar a sus allegados. “Aunque yo con gusto me dejo engatusar por este bombón”, pensé mientras cerraba los ojos perdiéndome en el roce de su pelvis contra la mía y poniendo los ojos en blanco tomé su cadera para acelerar el vaivén.

 

–Me vuelves loco, guapo. –Elevé la mirada para verle el rostro y él sonreía victorioso, disfrutando el tenerme a su completa merced con solo un movimiento lento y delicioso. Lo vi acercarse lentamente para decirme algo y aproveché para tomar sus glúteos suavemente y acariciarlos. Jadeó en mi oído y se sostuvo de mi pecho.

 

–Eres muy cruel –dijo suavemente dejando percibir una risa en su tono. Aproveché para meter las manos bajo su camiseta negra y besarlo en el cuello.

 

–Desnúdate –pedí sin ningún pudor, a esas alturas solo quería poseer ese cuerpo de mediana estatura. Él se deslizó un poco hacia atrás mirándome a los ojos de forma sumamente seductora y lentamente tomó su camisa con ambas manos, para deslizarla hacia arriba dejándome ardiendo de deseo al ver su pecho sensual, su abdomen con algo de vello y los huesos de su cadera guiándome directo a la perdición, mordí mi labio solo de pensar que tenía ese cuerpazo para mí solito.

 

Pude notar un ligero sonrojo, aunque podría asegurar que mis ojos hambrientos no permitirían hacerlo sentir indeseado. Me sonrió y levantó las cejas en un gesto inocente que me decía; tu turno. Así que rápidamente me incorporé quedando sentado y atrapado entre sus piernas, y me deshice de esa estorbosa prenda. Ambos conocíamos nuestro torso desnudo, aunque era la primera vez que estábamos desnudándonos en esta situación y que podríamos expresar nuestro apetito mutuo.

 

Nos abrazamos para besarnos con sensualidad, sintiendo nuestras pieles en contacto. Era una sensación cálida y excitante, nuestras manos recorrieron los hombros, pecho, espalda y abdomen ajeno como queriendo acariciar cada centímetro de piel existente en el torso de nuestro amante.

 

Sin poder aguantarme más, dirigí mis manos a su buzo aflojando el amarre e introduje mi diestra allí encontrándome con un bóxer de algodón que se adhería exquisitamente a su miembro erecto. Esa carne me llamaba y coloqué mi mano masajeándolo con esmero. Gimió por primera vez; audible y ronco.

 

–Ya quiero mamarte. –Por alguna razón las palabras salían de mi boca sin ninguna precaución. Seguramente tantos años de descaro e insinuaciones sexuales entre mis amigos darían fruto al fin convirtiéndome en un gurú del sexo. Él se rió en medio del éxtasis en que se encontraba y se movió de su posición para tumbarse de espaldas a mi lado diciendo un “descarado” por lo bajo. Inmediatamente me arrodillé en el suelo y me acomodé entre sus piernas, quité sus zapatos y jalé su pantalón hasta las rodillas, sin dejar de estimularlo con mi mano.

 

Dejé su bóxer blanco sobre su piel, porque me excitaba guardar lo mejor para después. Empecé lamiendo lento sus piernas, su abdomen, metí mi lengua en su ombligo. Su maldito y delicioso olor dulce estaba enloqueciéndome, luego me metí todo el bulto de su ropa interior en mi boca haciéndolo contener un gemido.

 

–Quítalo ya, por favor –solicitó haciéndome resoplar. Complací su petición y liberé su pene rosadito y definido. Me miró estudiando mi reacción, y yo lo miré a los ojos mientras lamía la extensión del mismo haciéndolo suspirar. Para todo hay una primera vez y yo solo traté de recordar las felaciones que alguna vez hicieron que me regara, para hacerle lo mismo y dejarlo fantaseando con ese momento. Utilicé lo mejor que sabía mis dedos y lengua al mismo tiempo. Masajeé sus testículos mientras lamía su glande. Chupé la base de su pene mientras masturbaba con mi mano.

 

En un momento me harté de estar lidiando con la ropa enredada en sus piernas y en un arrebato de energía la saqué por completo de sus piernas. Lo miré embelesado como se reía acostado sobre las sábanas de mi cama. Por fin lo tenía completamente desnudo y era incluso más atractivo que el Lauri de mis sueños. Lo contemplé por unos cuantos segundos mientras abría mi pantalón y terminaba de quitarlo por mi cuenta, permitiéndole a él la misma escena y cortando su risa de golpe.

 

Volví a mi postura original, chupando su pene mientras masturbaba el mío con la otra mano porque estaba desesperado. Llevé mis dedos hasta su ano, provocando que su espalda se arqueara y saliera un gemido ligeramente más ruidoso que los anteriores. La acaricié por encima y levanté sus piernas para, lentamente dirigir mi lengua a ese lugar escuchando impaciente como la excitación de mi colega aumentaba desbocada.

 

–Ya te quiero partir este culito, guapo –dije con seguridad al escuchar sus gruñidos desesperados. Sus movimientos se volvieron bruscos e involuntarios, empecé a notar más líquido saliendo de su pene y supe que era el momento. Me levanté buscando rápidamente lubricante y condón de uno de mis cajones donde nunca podían faltar dichos objetos. Regresé a la cama y me puse de rodillas sobre esta, vertiendo del fluido del envase en mi mano para llevarla a ano de mi amante.

 

Fui poco a poco, pero sin preámbulos, ya no podía más y sé que él tampoco. Metí mi dedo apenas me fue posible gracias al gel y lo moví sintiéndolo muy estrecho aún y sudando de la expectación de placer cuando fuera hora de penetrarlo. Lo moví rápidamente tratando de meter un segundo dedo sin dejar que se acostumbrara a uno, rápidamente pude meter la punta de ambos dedos mirando como sus ojos se cerraron fuerte en señal de incomodidad.

 

–¿Estás bien? –pregunté tratando de ser amable, y él asintió con su cabeza.

 

–Ya no aguanto más, Ville. –Dijo en un jadeo. –Mételo ya.

 

Gruñí y velozmente abrí en condón para colocarlo sobre mi pene chorreante, puse lubricante sobre este y me puse en posición tomando sus piernas y abriéndolas sostenidas con mis antebrazos. Nos miramos a los ojos por unos segundos compartiéndonos la electricidad y la excitación, tomé sus caderas y empujé.

 

Gemí y él gritó. Me quedé sin aire cuando entró la mitad de mi pene en su interior, sintiendo un calor abrasador. Ese delicioso ano se sentía inmaculado y recóndito, seguí empujando. Un fuerte escalofrío recorrió mi espalda haciéndome sacudir la cabeza cuando sentí sus nalgas blanquitas chocar en mi pelvis.

 

–No te muevas –solicitó temblando y sudando. Pude ver su pecho mojado en una capa de sudor como un dios griego y solo pude pensar en que al fin me estaba cogiendo a mi amigo y colega que deseé por tantos días. Su cabello estaba desordenado y su mirada llorosa dándole un aire tan erótico que solo pude tragar grueso. –Muévete lento –consintió al fin y yo empecé un balanceo lento y suave. Tiré mi cabeza hacia atrás y gemí.

 

–Esto se siente muy bien. ¿Qué hay de ti, bobo? –sonrió mirando hacia el costado y levantó sus cejas, cada movimiento era un gemido o un suspiro de su parte.

 

–¿Por qué me tratas así si te estoy prestando mi trasero? –respondió suave y entrecortado. Me incliné hacia delante y me sostuve con mis antebrazos, quedando justo al frente de su rostro.

 

–Tienes razón, bobo. Seré más dulce. –Aceleré mi empuje y él gimió más fuerte, podía sentir sus piernas temblando descontroladamente. Lo besé en el mentón y el cuello mientras me lo cogía deliciosamente. Con malicia empecé a susurrarle obscenidades en el oído.

 

–Qué culo tan rico y estrecho tienes.

 

–Cállate, tonto –respondió ahogado y con una gran sonrisa.

 

–Ya quiero hacerte venir dándote duro. –Me abrazó con sus piernas de una forma extremadamente sensual y tomó su miembro empezando a masturbarse con energía confirmando que mi táctica estaba funcionando.

 

–Cógeme más fuerte, Ville. –Arrugué la nariz, porque esta vez era su voz excitada haciendo estragos en mí. Mi nombre en esa voz entrecortada era como una ola de calentura que me azotó y me llenó de vigor. Aumenté la velocidad y fuerza, Lauri se colgó de mi espalda clavándome las uñas y puso los ojos en blanco.

 

–Di mi nombre otra vez, bebé –pedí y él gritó. –¡Sí, Ville!¡No pares!

 

–Maldición, me correré, bastardo. –El orgasmo llegó a mí violento y prolongado, se me fue el aire en un gruñido profundo mientras lo miraba masturbarse, apretando los ojos.

 

–Te amo, Lauri –le dije y él abrió los ojos enormes mientras su propio semen salpicaba en su abdomen.

 

Nos quedamos unos minutos inmóviles respirando agitadamente y reponiéndonos de dos orgasmos coincidentemente seguidos. Besé con suavidad y ternura su mejilla y salí de su interior quitando mi condón y tirándolo al suelo, posteriormente me recosté a su lado. Automáticamente y por instinto nos metimos bajo las sábanas sin decir una palabra. Él se cubrió hasta el cuello y se acurrucó en una esquina, yo lo abracé por la espalda sintiéndome como el hombre más afortunado del mundo, por más tonto y cursi que eso sonara.

 

–Fue mucho mejor de como lo había soñado. –Le besé el hombro y él se giró con una sonrisa.

 

–¿Lo soñaste? –Tomé mi cajetilla de cigarros de la mesa de noche y coloqué uno sobre mis labios antes de colocarle uno a él y encenderlos con parsimonia, quedando de medio lado, y recostado sobre mi mano para verle esa cara preciosa y sexy que tenía.

 

–Varias veces. Pero en los sueños eras mucho más sosegado. Hoy me sorprendiste. –Esperaba provocarlo con mis palabras mientras fumaba mi cigarrillo.

 

–Ahhh, estabas esperando seducir al Lauri de hace 20 años, ya veo – se rió.

 

–¿Eras así hace 20 años? –pregunté curioso.

 

–No creo que haya podido darme ese lujo. Siempre las chicas esperan que nosotros tomemos la iniciativa. Y francamente, nunca había compartido la cama con alguien tan descarado como tú. –Terminó su frase.

 

–Pero te gustó, ¿no? –pregunté levantando una ceja.

 

–Me encantó –respondió coqueto. Me acerqué y lo besé en los labios.

 

–¿Qué haremos con esto? –pregunté sin poder quitarme la sonrisa tonta del rostro.

 

–¿De qué hablas?

 

–¿Cómo se lo diremos a los demás? –Su reacción fue desconcertante. Su sonrisa desapareció y frunció el entrecejo confundido.

 

–¿Qué?

 

–¿Qué pasa? –Me asusté por un momento de haber cagado la atmósfera. Él frunció la boca y desvió la mirada incómoda, incorporándose un poco.

 

–Ville… me voy a casar.

 

Mi sonrisa se esfumó en un momento y sentí mis manos heladas. 


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