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Arrullos por Deih

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, sino que son de Marvel y respectivos dueños.

Nota: Esto fue escrito como regalo para el Amigo Invisible de un Foro en el que participo de FF. Y no vi nada de malo en subirlo aquí también(?)

I

Las noches de Tony no eran particularmente fáciles, tranquilas o sublimes. No. Es más, eran todo lo contrario: oscuras, con pesadillas que tardaba días en alejar y murmullos que le hacían temer de su cordura.

En su vida tuvo más bajos que altos con respecto a sus sentimientos, y tal vez gran parte fue su culpa por la actitud que tomó al final, mejor dicho, por la personalidad que la vida le obligó a tomar. Era cierto que se encontraba mucho tiempo en el taller porque le gustaba pasar tiempo con sus máquinas, con aquellas creaciones que le entendían mejor que cualquier humano; sin embargo, también había otra razón de trasfondo.

No podía estar en paz por más que lo intentara.

Seguramente estaba muerto en vida y él aún no lo notaba, después de todo un reactor reemplazaba su corazón. Incluso, últimamente, cada vez que pasaba por algún lugar y escuchaba la risa de los niños, recordaba a Howard, recordaba todo lo que vivió de pequeño y sentía un enorme vacío instalarse en su pecho.

—¡Auch! —se quejó, soltando la herramienta con la que trabajaba; había estado demasiado hundido en sus pensamientos, llegando a lastimarse.

Un suspiro ahogado escapó de su garganta, y simplemente se dejó caer en el sofá que había en su taller. Las ojeras debajo de sus ojos eran la prueba de que tuvo cero horas de sueño, y su expresión cansada no dejaba mucho que desear.

—Señor, ¿se encuentra usted bien? —cuestionó la IA, el tinte preocupado que no cualquier inteligencia podría poseer.

—Puedes verlo por ti mismo, Jarvis —sonrió de lado, desparramando sus castaños cabellos. Decidió levantarse e ir por un café y una dona para, así, seguir con la rutina que le llegaba a destruir ciertos días.

Fue la primera vez que ocurrió.

La suave brisa se adentraba a la residencia debido a que la ventana se encontraba abierta de par en par. Fuera, Steve se mantenía con la vista perdida en la ciudad, estando apoyado en el barandal del balcón. Tony no supo muy bien por qué no se dignó a molestar al Capitán, tal vez porque apenas podía mover su cuerpo de forma correcta. Fuese cual fuese el motivo, sus pasos le guiaron hacia el pequeño escalón que separaba el cálido hogar de la hermosa vista de la ciudad, y se sentó.

Pudo escuchar un sonidito, llegando a ver cómo la espalda del rubio se tensaba unos segundos para, seguidamente, volver a relajarse de forma notoria. Aquello le hizo fruncir el ceño con curiosidad, mas luego se obligó a recordar que era un soldado y no le era muy difícil notar nuevas presencias.

Apoyó su espalda contra el filo de la ventana y cerró sus párpados, dejando que la brisa hiciera lo suyo, le relajara y le trajera el aroma a uvas que Rogers siempre tenía —y con el cual le molesta en cada oportunidad, cabe aclarar.

—¿Insomnio? —cuestionó Steve, el nerviosismo que sentía por estar tan cerca —y tan lejos a la vez— de Tony siendo ocultado perfectamente. Y no era para menos, desde que vivía en la Torre Stark se habían juntado cada vez más y más, al punto de sentir su corazón agitarse con fuerza cada vez que el castaño le dedicaba una sola mirada.

Había caído enamorado, y dudaba que su contrario sintiera lo mismo. A veces, se llegaba a odiar por arruinar tan bella amistad con sus pensamientos; sin embargo, era algo inevitable, algo que se dio sin más. Llegó a un mundo en donde no conocía nada y creía verlo gris, Tony le entregó uno nuevo con el color rojo de la pasión.

—Nunca duermo, Capi —murmuró como toda respuesta, su voz cansada contradiciéndole en algunos aspectos. Rogers estuvo a punto de reclamarle que dejara un rato sus juguetes, mas cuando volteó la visión impidió cualquier movimiento de su parte.

Tony mantenía los párpados cerrados, cabeceando de vez en cuando. Se notaba que, aunque lo estaba intentando, no podía dormirse por completo. La taza ya vacía de café descansaba a su lado, y al ver los labios entreabiertos del más bajo se preguntó si aún tendría aquel sabor en los mismos.

Negó, volviendo a apoyarse en el barandal para observar la ciudad, al parecer le gustaban las cosas imposibles.

Se mantuvo pensativo unos instantes y, finalmente, comenzó a silbar una canción que, juraba, había escuchado en una de sus tantas sesiones de entrenamiento. No era molesta, sino que tenía un ritmo casi hipnótico. Tal vez por ese motivo no podía sacarla de su cabeza.

Stark solo llegó a escuchar parte de ella, ya que casi sin darse cuenta, el sueño le envolvió como un bebé que había recibido su dosis de cariño diario. Lo último que su mente captó fue la voz de Steve murmurando algo y, quién sabe, tal vez si se mantenía consiente más tiempo, habría descubierto lo que aquellos labios dijeron.

Te amo.

II

La segunda vez no fue tan casual. Tony había despertado tarde, en su enorme cama y con una satisfacción enorme al haber podido dormir por más de cuatro horas seguidas sin levantarse para ir a su taller. La ducha que se dio aquella mañana le ayudó a despejarse y poner a prueba su inteligencia, puesto que debía descubrir el motivo por el cual, por fin, pudo soñar con nubes esponjosas y no con sangre y compañeros fallecidos.

Steve.

Aquel silbido había sido su arrullo de buenas noches, una calma a la tormenta que eran sus pensamientos. No recordaba nada, pero su cuerpo poseía la memoria necesaria para ayudarle a saber quién lo llevó hasta su habitación. Los fuertes brazos de Rogers, su aroma y calidez, eran algo muy difícil de confundir con alguien más.

Una risa entre incrédula y feliz escapó de sus labios luego de unos minutos, procesando la información de haber estado tan cerca del Capitán. Es decir, desde que el fósil llegó a la Torre, creyó que todo saldría mal y que tendría que aguantarlo hasta querer suicidarse por su inutilidad; sin embargo, Steve no solo era un soldado que quedó atrapado en la época equivocada.

No.

Rogers leía libro tras libro, absorbía toda información que su cerebro pudiera almacenar. Sabía valerse por sí mismo, cuidar a los demás cuando enfermaban. Sus habilidades en la cocina eran tan envidiables como las que tenía en el campo de batalla, y era capaz de escuchar perfectamente los problemas de los demás, de dar un abrazo cuando éste era necesario.

Sí, era muchas cosas debajo de la perfecta máscara del Capitán América. Y Tony agradecía a su intelecto —aunque sonara idiota— por haberlo descubierto, ya que gracias a eso la convivencia entre ambos se hizo mucho mejor, al punto de ser inseparables. Claro, eso hasta que las pesadillas volvieron y el insomnio atacó sin piedad, haciendo que se alejara de todo y de todos.

—Me estoy enfermando —comentó frente al espejo, saliendo de su habitación para seguir con la rutina del día a día. Huir de Pepper, no comer nada, encerrarse en el taller, intentar dormir y fallar. Oh, estaba acostumbrado.

—Si me permite, Sr. Stark, creo que esos son signos de enamoramiento —y JARVIS, tan —en palabras de Tony— metiche como siempre.

Por el bien de su salud mental y sus ataques de nervios, decidió ignorar lo que escuchó de su IA; sin embargo, aquellas palabras estuvieron rondando su mente todo el maldito día hasta que el Sol se ocultó y su estómago le hizo saber, con un audible sonido, que no había comido nada desde que despertó.

Allí fue el instante en el que sucedió nuevamente.

Había llamado —le había ordenado a su IA— para ordenar una hamburguesa. No era bueno cocinando y la comida rápida parecía ser lo suyo. Estaba por volver a encerrarse a la espera de su pedido cuando divisó la figura de Steve en el sofá, acomodado entre cojines mientras leía un libro completamente concentrado.

Lo primero que quiso hacer fue asustarlo, mas volvió a recordar que era el jodido Capitán América y ya le habría detectado desde que salió del taller. Por eso mismo decidió sentarse a su lado, notando que, efectivamente, Steve ni se inmutaba. Aunque a juzgar por la leve sonrisa que llegó a notar, su presencia no le incomodaba para nada.

Formó un puchero infantil, ya comenzaba a extrañar las veces que el rubio parecía un pollito a su lado.

—¿Algo salió mal? —cuestionó, bajando un poco el libro para desviar su atención hacia Tony. Éste sonrió un poco por el gesto, no todos dejaban una lectura de lado porque una persona se acercara. Y si lo hacían, era de mala gana.

—¿Por qué la pregunta, Capi? —devolvió, acomodándose en los cojines hasta apoyar su brazo en el respaldo del sofá.

—Por ese puchero que siempre pones cuando una travesura no sale como querías —rió, y poco le falto para agregar que le encantaba esa expresión.

—Digamos que me sigue pareciendo una misión imposible asustarte —admitió con burla, por unos instantes olvidó que debía regresar a su taller y que, en unos cuantos minutos, su pedido llegaría.

—La esperanza es lo último que se pierde —comentó, aunque el tono de voz que utilizó sonaba diferente, como si esas palabras hubieran sido para él mismo más que para Stark.

¿Podría ser algo más en la vida del millonario?

Salió de sus pensamientos al sentir un ligero peso en su brazo, Tony se había apoyado un poco en él cual niño pequeño, sin decir palabra alguna. Steve dudó unos instantes, terminando por aceptar las mudas señales del castaño. Una vez más, volvía a la lectura de su libro, esta vez leyéndolo en voz alta, con un tono suave que se asemejaba, más bien, a un dulce arrullo. O eso le pareció al más bajo, que pronto se vio envuelto en una sublime nube que parecía llamar a gritos a Morfeo, diciéndole que lo llevara nuevamente al mundo de los sueños.

Pronto olvidó el hambre que le hizo salir de su escondite, concentrándose tan solo en el aroma que Rogers desprendía. Las palabras que aquellos dulces labios soltaban fueron haciéndose cada vez más y más lejanas, apenas recordando los pocos nombres que mencionó a través de la lectura.

Su cuerpo reconoció, una vez más, la calidez que hasta el otro día perduró.

III

La tercera vez sucedió cuando decidió enfrentarlo, luego de haber despertado nuevamente en su cómoda cama. Así, con el cabello desparramado y la ropa mal acomodada, bajó para encarar a Steve y decirle que dejara de utilizar su rara magia de soldado fuera de moda con él; sin embargo, el aroma del desayuno que el mismo rubio preparaba, hizo que se guardara los comentarios agresivos para pasar a lo importante: los arrullos.

—¿Qué? —Rogers parecía estar ahogando una carcajada, observándole de forma incrédula mientras terminaba de colocar el café en ambas tazas.

—Eso, que no soy un bebé para que me arrulles —repitió, cruzándose de brazos con el mentón alto, como si hubiera dicho lo más obvio de la galaxia.

—Tony, yo nunca te… —fue callado por un par de dedos en sus labios, Stark había arqueado una ceja, negándose a escuchar contras a su súper hipótesis.

—Claro que sí. Mira, si te fijas, yo no pude molestarte más porque nuevamente esos fantasmas idiotas me atacaban. Entonces tú silbaste y, ¡bomba!, me dormí. ¿Sabes? Solo recuerdo tu aroma a uvas, es decir, ¿por qué hueles así? —formó una mueca pensativa y, a juzgar por la velocidad de sus palabras, Steve supo que no estaba pensando en lo que decía realmente— Después me leíste y volví a caer, oye, ¿de qué iba el libro? En verdad estaba prestando atención, no sé cómo pasó. Ahora, dejé mi hamburguesa de lado por ti, tendrías que sentirte afortunado Rogers —lo apuntó de forma acusadora, y recién en esos instantes, que observó la mueca de sorpresa del Capitán, se percató de que había soltado todo lo sucedido en un resumen estúpido.

No, mejor dicho, le había dicho de una forma no tan sutil que gracias a él podía conciliar el sueño.

La cocina quedó en un silencio sepulcral, siendo roto tan solo por las respiraciones de ambos. El rubio carraspeó, un tenue sonrojo en sus mejillas delatando parte de sus pensamientos. Conocía tan bien a Stark, y lo amaba tanto, que decidió hacerse del desatendido, puesto que sabía que el castaño podía huir y, seguramente, no le vería por unos cuantos días si se encerraba en el taller.

—Hoy hay Luna llena —comentó Steve de la nada, justo cuando Tony mordía una dona, ido en un mar de pensamientos que no tenían ni principio ni final.

—¿Wah? —masculló algo sin sentido con la boca repleta, ahora sí, ganándose una débil carcajada de parte de Rogers.

—Debes tragar antes de hablar —regañó, aún con esa sonrisa bailando en su expresión. Tony se encogió de hombros de forma infantil, relamiendo sus labios.

—No elijas un libro aburrido —agregó, levantándose con otra taza de café en su diestra y la caja de donas en la otra. Claro, el rubio terminó arrebatándole los dulces para darle solo uno—. ¡Oye! —se quejó.

—Nada de berrinches, Stark. Luego no comes —volteó, guardando el paquete en su lugar bajo la mirada indignada de Tony. Éste resopló, mascullando cosas como que no era su madre hasta que, finalmente, dejó escapar una risa disimulada.

—Nos vemos a la noche, mamá.

La expresión que puso Rogers al escucharle debía ser la portada de alguna revista. Lástima no tenía una cámara y lástima que tuvo que salir corriendo antes de sufrir la ira del Capitán.

Pero, había que admitirlo, sí parecía una mamá gallina.

.-.-.-.-.-.

Increíble como en la tercera noche, Steve era capaz de devolverle la paz que creyó perdida. Si bien era cierto que su vínculo se volvió estrecho, cuando sufría ese tipo de decaídas era Pepper la que solía consolarlo; sin embargo, siempre volvía a caer. Ahora, estando nuevamente en la sala, en aquel sofá donde le leyó el libro cuyo título no recordaba —y dudaba recordar—, el pensamiento de que jamás volvería a tener pesadillas atacaba su mente de forma exquisita.

Ya no.

—¿Me estás prestando atención? —cuestionó Rogers con fingida voz de molestia, recibiendo a cambio una risa divertida.

—Por supuesto, ¿ya murió el protagonista?

—¡Stark!

—Era broma, ¡era broma! —resopló suave, decidiendo ceder a sus propios deseos al momento de acurrucarse contra el rubio, apoyando su mejilla en el fuerte pecho del mismo. Le sintió tensarse como aquella vez en el balcón, y también le sintió relajarse luego de unos segundos. Un cálido y protector brazo le rodeó, y Tony sintió que ni el mismísimo infierno podría romper la burbuja en la que se encerró.

—Bien, creo que es hora del arrullo, bebé —comentó casual, soltando un quejido cuando el castaño le dio un leve codazo a modo de protesta.

—No te pases Rogers —gruñó, aunque no duró mucho su berrinche cuando una calidez se dejó sentir en su sien.

Un beso.

Steve le había dado un maldito beso en la frente.

—Lo siento —murmuró, era la primera vez que se acercaban tanto de forma física, y ya lo había arruinado con sus deseos por sentir aún más la tersa piel del millonario.

Intentó separarse con delicadeza, pero un firme agarre en su camisa le impidió cualquier movimiento. Los ojos chocolate de Tony se fijaron en él de forma penetrante, como si estuviera regañándolo con la mirada por tratarlo como una dama.

Pero por favor.

Lo último que Steve procesó de forma correcta, fue lo bien que se sentía la respiración ajena chocar contra su boca, ya que luego no fue capaz de pensar en algo coherente. Los labios de Tony se juntaron suavemente con los suyos y un suave vaivén comenzó, relajando ambos cuerpos y brindando paz a sus almas. Recién cuando se separaron pudieron volver a la realidad, y no fue necesario agregar algo al instante en el que sus ojos se encontraron, con aquel brillo especial imposible de disimular.

El rubio abrazó al más bajo de forma protectora, y Stark procuró acomodarse bien contra aquel cuerpo que parecía encajar a la perfección con el suyo, cual piezas de un rompecabezas. Ahora, el beso de buenas noches había sido dado, y el nuevo arrullo comenzó, cuando Steve empezó a tararear una canción.

Tony había luchado contra sus demonios por mucho tiempo, sin saber que su ángel guardián estaba viviendo bajo el mismo techo.

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