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The Fault In Your Blue Eyes por Svanire

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Notas del fanfic:

Hola! He vuelto, ésta vez con un fanfic de mi pareja favorita: Destiel. Espero que lo disfruten y dejen sus comentarios ^^ Gracias!

 

**ADVERTENCIA**

 

Este fanfic contiene algunas pequeñas referencias a varias temporadas de la serie Supernatural, sobre todo a la 4°, 8° y 11°. Sólo en caso de que no las hayan visto todavía y ello les pueda generar algún conflicto.

Notas del capitulo:

Destiel. Disfruten ^^ 

Había sido una noche loca, como muchas en mi vida. Llevar a la cama a esa chica no me había tomado más que dos tragos y unas cuantas palabras, cada vez era más fácil o me estaba haciendo mejor en eso. Era tan fácil que, de hecho, a veces era aburrido y frustrante. Tal vez por eso aún me seguía gustando mi trabajo, siempre era un reto, siempre un enigma por resolver, alguien a quien golpear y muchos a quienes salvar. Ninguna mujer en mi vida era un enigma por resolver, ellas simplemente me daban las respuestas y yo las colocaba en la casilla correcta. Claro que no puedo culparlas, justo ese es el perfil que me interesa: fáciles y sin compromisos.

Cualquier idiota podría decir que no valoro mi vida y que no me preocupo por nadie, más que por mí. Sería fácil deducirlo pero más fácilmente puedo comprobar que no es así. Puede que mi vida no me importe mucho, la uso como garantía, como rehén incluso, pero más que nada la uso para salvar la de mi hermano. Ese gigantón puede ser un dolor en el trasero pero es la única familia real que me queda y daría mi vida por él sin pensarlo; sé que él haría lo mismo por mí. Cuando pienso en darme por vencido y mandar mi existencia al averno, es él lo que me mantiene aquí.

Y después, está ese idiota, Castiel. Finjo que no me importa tanto cuando en realidad no tengo otra cosa en mente que no sea esa mirada azul, a veces de expresión tan boba, a veces demasiado inocente. No soy un maldito poeta pero cuando pienso al respecto, todo adquiere cierta rítmica, cierto encanto que no va nada bien conmigo.

Odio cuando me deja hablando como imbécil en plena carretera, cuando lo invoco y no aparece, cuando no entiende lo que digo o hace lo que no debe. Sobre todo odio cuánto me reconforta su presencia porque jamás tengo suficiente y se va sin avisar, sin que nada ni nadie pueda detenerlo. Pero sin duda lo peor de todo es estar confesandome en esta intimidad donde mis palabras no lograrán efecto alguno. Se perderán sin que pueda descifrar su significado. Quisiera ser más fuerte y más inteligente para saber cómo manejar esto. O por una vez en la vida, tener el valor de hablar en lugar de ocultarlo todo y esperar que no explote dentro de mí.

Como sea, la única manera en la que puedo lidiar con los asuntos de mi vida es bebiendo, aunque a estas alturas difícilmente me emborracho, mi cuerpo y el alcohol son uno solo. Las chicas y los diferentes colchones y superficies donde me he acostado con ellas son una extensión del hogar que nunca tuve. Mi hermano piensa que soy muy impulsivo, que no razono antes de actuar, pero si realmente fuera así, ¿guardaría todo para mi? Estas son las cadenas que me atan a mi infierno personal, uno del que ni Castiel podría rescatarme.

Y entonces, volviendo a lo dicho, había sido una noche loca con aquella chica. Su nombre no lo recuerdo, lo único que grabé en mi memoria de corto plazo fue el camino desde sus pechos hasta su pubis. El resto era un camino tantas veces recorrido que poco importaba si era ella o si era otra. Era ese mismo camino lleno de curvas hacia mi momentáneo alivio. Algunas palabras vanas, algunas muy vulgares, gemidos convirtiéndose en gritos, gritos en gemidos suaves y luego el silencio. Todo había sido dicho, no había más que hacer o por lo cual quedarse a charlar. De vuelta al hastío, de vuelta a la soledad.

Sobre el Impala, emprendí mi viaje en plena madrugada, a encontrarme con mi hermano en el hotel donde estábamos instalados. Era el fin de esa noche loca, tenía que volver a encargarme del "negocio familiar", como me gustaba llamarlo. Pero en medio de mi loca carrera, apareció un copiloto francamente inesperado:

-Hola, Dean.

Ahí estaba mi pesadilla de ojos azules envuelta en esa gabardina que más bien parecía su segunda piel. El sonido de su voz y la expresión ingenua de su rostro me trajeron de vuelta a la realidad y me alejaron de cada recuerdo que hubiera podido tener de aquella chica. Volví la vista a la carretera y procuré mantener lejos todo pensamiento inapropiado.

-Qué tal, Cass. ¿Sucede algo?

-Me pareció apropiado ver si necesitabas ayuda.

-¿De qué hablas?

-No lo sé, me pareció sentir que me necesitabas.

-¿Qué? ¿Ayuda con qué?

-¿No estás resolviendo un caso?

-En realidad, no. Estuve trabajando hace unos instantes en algo, pero créeme, no requería ayuda. Me las arreglé muy bien yo solo.

-Escuché a alguien suplicando a Dios...

-Oh, mierda, ¿escuchaste algo?

-Un... poco.

-¿Un poco?

-Lo suficiente para determinar si estabas en problemas o no.

-Mierda, Cass. ¿En eso te has convertido por estar tanto tiempo en la Tierra? ¿En un maldito pervertido?

-Lo siento. No soy un...

-Oye, un momento... Si después de escuchar esa sinfonía de gemidos determinaste que no necesitaba ayuda, ¿por qué apareces ahora? ¿Qué quieres?

- Yo sólo...

-¿Qué?

-Yo solo quería verte.

Sus palabras penetraron mi armadura, igual que ocurría con todo lo que me decía. Soy un hueso duro de roer, no me conmuevo fácilmente, y si lo hago, me encargo de no demostrarlo. Pero ahí estaba él, diciendo que quería verme. Y yo había estado deseando lo mismo.

-Ok -dije secamente, mirando la carretera que nacía frente a mis ojos- Pues aquí estoy.

-Estaba aburrido.

-¿De verdad? ¿Alguna vez te aburres?

-Supongo que he pasado demasiado tiempo entre humanos.

-Mira, Cass, acabo de gastar mis energías y voy al hotel a dormir, así que...

-Ah -hizo una cara tristona- sí, entiendo. Los siento, Dean.

Me arrepentí en el acto, bastó con que me diera cuenta de la decepción en su mirada.

-¡No, espera! -puse mi mano en su brazo -Hagamos algo, ¿ok? Vayamos a quitarte el aburrimiento.

-Pero... ¿no estás cansado?

-Ah, pondré a cargar mis baterías.

Obviamente en un bar. Pedimos un par de cervezas y listo, aunque mi compañero no parecía muy dispuesto a beberla. A él no le hacía ni cosquillas el alcohol. Supongo que en eso nos parecíamos un poco, llevaba tanto tiempo bebiendo que requería de bastante para emborracharme en verdad. Después de beber un par de cervezas más y la que Cass apenas tocara, salimos del bar y él me preguntó qué hacía para pasar el tiempo.

-Ya lo sabes -respondí- ¿Recuerdas la noche que asustaste a esa chica y tuvimos que huir?

-¿Eso?

-Bueno, te habrías divertido más si no le hubieras hablado de su padre hasta después de pagar.

Volviendo al recuerdo de esa noche en el prostíbulo, la imagen de su rostro aterrorizado me vino a la mente y me arrancó una sonrisa.

-¿Qué? -inquirió él.

-Tu cara ese día -me reí- ¿De verdad estabas tan asustado?

-No era un lugar donde yo debiera estar.

-Tampoco la Tierra es un lugar donde se supone que debas estar pero no luces ni remotamente nervioso.

-Es distinto. Aquel era un sitio de pecado.

-La Tierra entera lo es. El pecado está por todas partes -volví la mirada a él y le dije -Aquí mismo, frente a ti, tienes a un pecador y no estás incómodo al respecto.

-Dean...

Sus ojos se me clavaron como afiladas espadas de ángel.

-Eres mi amigo, no me corresponde juzgarte por tus pecados. No puedo sentirme incómodo contigo.

-Pero me temo que no soy muy bueno para divertir a un ángel -dije con pesar- Todos mis pasatiempos tienen algo que ver con alcohol y mujeres. Diversión para pecadores, supongo.

Levanté la vista y miré el cielo repleto de estrellas esa noche. De pronto se me ocurrió una idea tonta pero me pedí a mi acompañante que subiera al Impala.

Nos alejamos en dirección a la carretera y recorrimos varios kilómetros en total silencio, no siquiera encendí la radio. Después de ver sólo la espesura del bosque, llegamos a un claro, junto al cual estacioné el auto.

-¿Qué hacemos aquí? -preguntó.

-Vamos, salgamos.

Salimos del auto y me senté sobre el cofre. Miré a mi acompañante y le indiqué que hiciera lo mismo. Me imitó con algo de recelo.

-Mi hermano y yo hemos pasado más tiempo en la carretera que en cualquier otro lugar -le dije, sin poder evitar un poco de tristeza en mi voz- Hicimos de este auto nuestro hogar, podíamos ir a donde quisiéramos y a veces eran sitios como este donde debíamos dormir, comer o hablar. A veces sólo veíamos las estrellas, sentados tal y como estamos tú y yo.

Castiel deslizó su mirada desde mi rostro hasta el cielo, donde las estrellas que las luces de la ciudad opacaban, ahora brillaban con una intensidad impresionante. Las observé con él un instante y unos segundos después mis ojos estaban devorando su silueta recortada contra la oscuridad de la noche, ese rostro casi infantil que miraba hacia el cielo con añoranza. Fue así hasta que apartó su mirada del cielo y me atrapó. Me sentí arder a causa de la vergüenza pero aunque quise apartarme rápidamente de él, no pude. Mis ojos recorrieron su rostro entero una vez más antes de que mi cuerpo tuviera la fuerza necesaria para alejarme. Bajé del cofre y fingí estar revisando mi celular.

Había sido un error llevar a Castiel conmigo a un sitio tan apartado donde todo lo que había tratado de ocultar (y que, de hecho, lo había logrado hasta entonces) de pronto quería salir a flote para arruinarme la vida. Tenía que acabar con eso de inmediato, debíamos volver.

-Ah, Cass...-dije un poco nervioso- Debo volver, Sam me necesita.

-No escuché que llamara -me dijo, mirando mi celular.

-Envió un mensaje.

Caminé decidido a subir al auto, pero Cass me llamó y me pidió que me sentara una vez más a su lado. Iba a negarme pero ¿qué caso tenía? Mi cuerpo se había movido directo hasta el sitio donde me indicó que me sentara. Estaba ansioso como no me había sentido en años.

-Dean... -inició; mi nombre en sus labios sonaba tan dulce- Gracias.

-¿Por qué?

-Por todo.

Y al decir eso, me sonrió con una calidez sobrecogedora, imposible en un humano, pero totalmente espontánea viniendo de un ángel. Si alguna vez en toda mi asquerosa vida iba a tener un momento para sonrojarme, sin duda debía ser ese. Jamás pensé que se requiriera algo tan sencillo para hacerme sentir nervioso como una colegiala. Me sentí patético.

-Ok, por nada- respondí rápidamente- Ahora, si no hay nada más que tengas que decir...

Seguía sintiéndome patético. ¿Qué esperaba al decir eso? Sí, deseaba que tuviera algo más que decirme, pero a la vez, si no lo hacía, me iba a sentir el más estúpido del mundo y me odiaría por eso. Estuve a punto de bajarme del cofre del Impala por segunda vez, pero entonces él habló; después de todo, sí tenía algo más que decir.

-Las estrellas son en verdad hermosas vistas desde aquí.

-Eres un ángel, Cass -respondí con desgano- estoy seguro que has visto mejores cosas en el cielo. Esto es apenas como tener lugares preferenciales en el espectáculo de la naturaleza. Tú has estado todo el tiempo en VIP.

Me miró con su expresión de "No entendí nada de lo que dijiste", tal como hacía cada vez que yo mencionaba alguna película o programa de televisión. Solté un ruidoso suspiro y él continuó, mirando nuevamente hacia el firmamento.

-No lo entiendes, Dean. Es mejor ver las estrellas desde este apartado lugar, lucen lejanas, inalcanzables y hasta más hermosas. A veces, cambiar la perspectiva de las cosas hace que las aprecies mejor. Es algo parecido a lo que me sucede a mí con la Tierra y los seres humanos.

-¿Aprecias más a los humanos por estar aquí?

-Los entiendo mucho mejor. En gran parte, gracias a ti.

-Soy el peor de los seres humanos, Cass -reí amargamente- Si has aprendido algo bueno de ellos, créeme que no ha sido por mí.

-Aún no lo entiendes, Dean...

Sentí el peso de su mirada sobre mi cuerpo, así que volví la vista y busqué en sus ojos algún rastro, algún indicio de que se estaba refiriendo a lo que yo tanto había estado esperando. Su mano descansaba sobre el cofre, mis dedos se movieron hacia ella como por instinto, ya no controlaba a mi cuerpo. Cuando rocé su mano tan sólo con la punta de mis dedos, lo sentí temblar, pero no se apartó. Nos enlazamos suavemente y yo moví mi cuerpo lo suficiente hasta que mis labios rozaron los suyos. Cerré los ojos, no quería saber si él me estaba correspondiendo o no, no quería ver terror o indiferencia en su mirada, pero al sentir sus labios oprimiendo los míos, supe que me correspondía y el corazón casi se me sale del pecho. Puse mi otra mano en su fría mejilla, lo acaricié lenta y suavemente, como si creyera que aquello era un sueño. Abrí entonces los ojos, Castiel hizo lo mismo, y en su azul mirada encontré a mi preciada estrella, justo como él acababa de describir el firmamento: lejana, inalcanzable y hermosa.

-Créeme, Cass... -musité, sin apartarme de él- Lo entiendo.

-Dean -dijo con voz velada por la emoción- Dean, yo te...

-No digas nada -le puse un dedo sobre los labios- Lo sé. También yo. Pero esto no puede ser.

-¿Por qué? -inquirió apesadumbrado.

Me aparté de él, pero sin soltar su mano. Miré al cielo, suspiré e intenté tomar el valor para decir algo que jamás le había dicho a nadie.

-Tú eres esa estrella, Castiel -señalé hacia una brillante estrella azulada- Yo soy éste insignificante humano que la observa desde la Tierra, sabiendo que nunca podrá estar ahí con ella. Y tienes que admitirlo, en el fondo tú sabes que tengo razón.

Bajó la mirada al suelo. Su mano se apartó lentamente de la mía, lo cual me partió el corazón, pero estaba preparado para eso. Asintió, dándome a entender que estaba de acuerdo conmigo, él también sabía que algo entre nosotros era imposible.

-Bueno -dijo después de algunos minutos de tortuoso silencio -vámonos ya. Sam debe estar preocupado.

Asentí con tristeza y ambos bajamos del cofre de mi auto en silencio total. La noche y sus sonidos misteriosos eran lo único que llenaba los espacios que nuestras palabras no pudieron cubrir. Vi a Castiel caminando hacia la puerta del Impala, su mirada cargada de tristeza, sus hombros caídos en señal de desaliento y entonces, un arrebato de locura, me hizo seguirlo. Lo puse contra el Impala, lo acorralé con mis brazos y devoré su rostro con mis ojos antes de fijarme en aquel punto donde nacía mi locura y se avivaba mi pasión. Clavé mis labios en los suyos una vez más, pero con mayor ímpetu, con ganas de grabarlos en los míos, de saborear su angelical aliento antes de olvidarlo para siempre. Un instante después, su tímida respuesta se hizo tan vehemente como la mía y libramos una batalla en la que ninguno cedió un solo centímetro. Mi lengua se abrió paso en su fortaleza, hizo prisionera a su propia lengua y le hizo el amor. El contacto de mi saliva con la suya detonó mi excitación, más allá de lo que jamás había experimentado. Comprendí que deseaba a ese hombre... A ese ángel con traje de Adán, envuelto en esa particular gabardina. Lo deseaba como nunca mi cuerpo había deseado a ninguna mujer. Lo deseaba ahí, en ese preciso instante, y para siempre.

Brrrr... Brrrr...

Así es, mi celular vibrando. Yo no hubiera sido capaz de detenerme en ese momento, hubiera dado rienda suelta a lo que sentía y estoy seguro de que Castiel me habría correspondido igual o mejor que lo había hecho al besarnos. Pero era algo que no podía continuar y mi hermano fue quien nos hizo volver a la realidad, donde los ángeles y los hombres no se tocan, no se besan y no se enamoran bajo la luz de las estrellas.

Nos separamos, no sin dificultad. Me di la vuelta para contestar el teléfono y le dije a Sammy que no tardaría. Cuando volví la vista hacia donde Castiel se encontraba, sólo estaba mi auto. Se había ido.

Tanto mejor que hubiera sido de esa manera. Si hubiera permanecido ahí un minuto más, con sus labios en los míos, con su cuerpo sucumbiendo ante mi cercanía, habríamos llevado eso hasta las últimas consecuencias. Y entonces, no habría marcha atrás.

Era mejor así. Yo, siendo un simple humano, y él, un ángel, mi estrella siempre inalcanzable.

-Soy un imbécil- me dije, una vez que estuve en la carretera, de regreso al hotel.

Sí que lo era. Estaba enamorado.




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