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Angel Blade por Svanire

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Notas del fanfic:

Destiel. Lemon. ¿Qué más se puede pedir? XD.

Disfruten y dejen sus comentarios. Gracias ^^

-Castiel, por favor…

-Por favor, qué… ?

-Déjame ir.

-Respuesta incorrecta.

 

La brillante hoja de su espada de ángel se deslizó por el rostro de Dean, haciendo brotar su bella sangre. Escurrió en un delgado hilo que dejó su marca hasta el borde de su boca. Castiel se acercó a lamer la sangre, desde la comisura de sus labios hacia arriba. Dean se estremeció e intentó apartar el rostro, pero ¿qué tanto podía hacer? Estaba encadenado a la silla. Al menos Castiel había accedido a quitarle la mordaza.

 

-Dean…

 

El ángel tenía una hermosa y grave voz, tranquilizadora en ocasiones y demasiado sensual en circunstancias como aquellas. Se llevó una mano al nudo de la corbata y lo aflojo ágilmente hasta arrancarla de su cuello. Con ella le tapó los ojos al rubio, lo cual era una pena. Ese par de verdes engreídos se habían convertido en la imagen perfecta de la súplica.

 

-Dean, si tan sólo pudieras verte como yo te veo… -musitó cerca de su oído.

-Castiel -dijo Dean muy agitado- torturame, castígame, matame si quieres, pero no hagas esto.

-¿Tanto le temes a lo que estoy a punto de hacer? -dijo el ángel, fingiendo asombro.

-¡No! -clamó- pero no quiero… no…

 

Castiel se sentó a horcajadas sobre él, con la espada aún en sus manos. Puso sus brazos alrededor del cuello de Dean y contempló su rostro con ese par de ojazos azules. Acercó sus labios a los de Dean, pero éste se resistió, tratando de apartarse. Castiel lo hirió nuevamente, esta vez en el cuello, donde después limpió la sangre con su lengua, arrastrandola por la herida con una lujuria inconcebible en un ser celestial. Dean gemía, quizá de dolor, pero no podía ocultar que también era de placer. Castiel se excito con escucharlo, su erección empezó a rozar el miembro de Dean.

 

Al separarse de su cuello, miró a su bello prisionero, que tenía la boca abierta, cual si estuviera pidiendo agua, sediento hasta la locura. Tiró la espada, lo cual produjo un sonido tintineante. Acto seguido, tomó el rostro de Dean entre sus manos y le hizo algunas caricias suaves. Pasó un par de dedos por sus labios, los humedeció un poco en su saliva y finalmente lo besó. Dean soltó un gemido de incomodidad, no quería a ese invasor dentro de su boca, hurgando con su lengua que había perdido su inocencia. Tal vez creyó que había luchado lo suficiente, porque al no poder liberarse, se abandonó a su transgresor.  Y lo besó con pasión para nada fingida, por un momento pareció recordar que normalmente era él quien mandaba en esas situaciones.

 

-Dean… -dijo Castiel, casi sin aliento- Eso fue…

-Sí, ahora déjame ir.

-¿Eso es lo que en verdad quieres? -inquirió el ángel con malicia- Porque tus labios acaban de mostrarme lo contrario. Tú de verdad me adoras.

-¡Ja! -se burló el cazador- Ni siquiera adoro a un Dios y crees que te adoro a ti. En verdad te has vuelto loco.

-Me adoras, lo gritaras antes del final.

 

*

Castiel estaba sobre Dean en la cama. Era curioso, Dean nunca había tenido una habitación propia, hasta que él y Sam se instalaron en el búnker. Y a esa habitación, Dean jamás había llevado a ninguna chica. Si se habría de acostar con alguien en esa mullida cama, sería con su mejor amigo, que en ese momento lo mantenía quieto con esa fuerza sobrenatural que poseía.

 

-Cass, te lo ruego… -suplicó el rubio, mirándolo a los ojos- no hagamos nada de lo que nos vayamos a arrepentir después.

-¿En serio crees que me voy a arrepentir por esto? -soltó una carcajada fría- Llevo mucho tiempo deseando que pasara.

 

No fue un ángel lo que le arrancó la ropa; tampoco lo fue el que, con fuerza descomunal, lo obligó a permanecer quieto en su sitio mientras él lo acariciaba y besaba por todas partes. Era más bien un demonio, era como un Lucifer dotado únicamente de lujuria y violencia. Un diablo con espada de ángel que lo hería cada vez que no se sometía a sus caprichos. Le dejó las marcas de sus dientes en el cuello y el cuero cabelludo dolorido por tantos jalones.

 

-Dean, normalmente no eres tan… violable -dijo Castiel con ironía- ¿Es que no quieres hacermelo? ¿Te da miedo? O sólo es que… te gusta que juegue contigo cual si fueras una adorable gatita?

 

A Castiel le pareció que en la mirada verde de Dean volvía a asomarse el insolente hijo de puta que era normalmente y eso le gustó, quería hacerlo salir de una vez por todas.

 

-Te sientes incapaz de llevar las riendas conmigo, ¿verdad? Bueno, tendré que…

 

En un rápido movimiento puso a Castiel debajo, lo azotó contra el colchón y este soltó una risa estruendosa y descarada.

 

-Tendrás que ser la sucia puta infernal que me ha puesto en esta situación.

-No es como si no lo hubieras deseado, cazador.

 

Dean había recuperado su confianza y tomó el control de la situación, de su cuerpo y el de Castiel. Ni siquiera se puso a pensar en si realmente deseaba hacer eso o era puro orgullo. Pero ¿de qué estoy hablando? ¡Claro que lo deseaba! Le arrancó la ropa furiosamente, le haría pagar todas sus provocaciones.

 

-¿No vas a usar protección, Dean?

-Claro, tengo mi “espada de ángel”.

 

Castiel se echó a reír, recordando que una vez él había dicho semejante idiotez.

 

-Tengo una espada que no te he mostrado, Dean…

-Y yo tengo una que no te vas a querer sacar.

 

Más risas. Pero Dean iba muy en serio con el asunto. Nunca había tenido relaciones con un hombre pero no titubeo ni por un instante. Un poco de estimulación en la dura y afilada espada de su angelito y esa melodía llamada Gemidos saliendo de su boca. Le pasó los labios por el cuello, lo besó y lo mordió en la misma medida en que el ángel lo había hecho con él. Su grave voz sonaba aún más hermosa gimiendo de esa manera tan desesperada, lo tenía justo donde lo quería. Y el propio Dean estaba excitado al máximo. La verdad es que Castiel tenía razón cuando decía que siempre lo había estado deseando y ahora lo tenía ahí para él, llenando su habitación con su aroma y con su voz suplicante.

 

Un poco de saliva para lubricación, una mirada burlona en su rostro y una buena mano, es todo cuanto necesitó Dean para introducir su miembro en la cavidad del ángel.

 

-Auch, Dean -se quejó- Soy virgen, ¿recuerdas?

-No más.

 

Lo penetró por completo. Castiel puso los ojos enormes y redondos, como platos, mirando al techo cual si esperara ayuda divina. Dean salió un poco y volvió a entrar, repitiendo la operación hasta que Castiel empezó a acostumbrarse a la sensación. Entonces empezaron los gritos y las incoherencias.

 

-Dean… ¿qué es esto?

-Lo que habías estado pidiendo, perra -dijo él con voz agitada.

-Haz que nunca pare.

 

Oh, Castiel, pequeño idiota virgen… Dean sonrió complacido y se preparó para darle lo mejor de sí. Era un amante experimentado, después de todo, y si incluso un ángel se había rendido a eso, no tenía más que seguir haciendo lo que tan bien le salía. Movió sus caderas contra Castiel, contra su cuerpo, contra ese breve espacio que de momento era todo suyo. De pronto se inclinaba lo suficiente para aspirar el aroma de su pecho, para besarlo o incluso para tomar el miembro del ángel entre sus manos y frotarlo un poco. Castiel se volvía loco, su voz era todo gemidos, su respiración estaba agitada, su pulso acelerado. Dean sujetó sus manos y le hizo ponerlas en su pene para que lo estimulara al tiempo que él hacía lo suyo en su interior.

 

Una oleada de sensaciones extrañas se volcaba sobre el bello ángel de los ojos azules. Lo había experimentado antes pero no de aquella manera. Sólo quería que Dean mantuviera ese ritmo, que fuera más profundo, más rápido, más fuerte. ¿Que si había dolido? Un poco, al principio, pero ya todo era placer, era abandono total de su cuerpo en las manos de su amante que no tuvo piedad alguna al seguir penetrandolo. Él  mismo, Dean, se sentía morir y renacer con cada embestida. Estaba sintiendo el paraíso sólo con estar dentro de ese pedazo de cielo hecho carne.

 

-Dean… -gritó- me vas a matar.

-No digas idioteces -gritó Dean, a su vez- nunca he matado a nadie… al menos, no así.

 

Sonrió una última vez antes de enfocar mente, cuerpo y alma a la empresa que tenía ante él. Fue rápido, constante, rítmico, veloz y llegó lo más profundo que quiso, hasta que todo perdió sentido, hasta que sus caderas empujaron con lo último que les quedaba de fuerza y la liberación llegó para él. A Castiel le pasó lo mismo, pero en su caso por ambos frentes. Después de que Dean se corrió dentro de él, su miembro liberó todo el placer acumulado.

 

-Se te salió la Gracia, Cass -bromeó Dean; el ángel soltó una risita ligera mientras se cubría los ojos con el antebrazo.

 

Dean salió del cuerpo de Cass y se dejó caer en la cama, junto a él. Estuvieron un rato en silencio, enfrascados en las sensaciones que acababan de experimentar. Casi se quedan dormidos pero entonces escucharon la voz de Sam.

 

-Dean, acabo de volver. ¿Dónde estás?

 

Saltaron de la cama como resortes y empezaron a colocarse la ropa lo más rápido que podían. Sam estaba cada vez más cerca, oían sus pasos por el pasillo. Un minuto más tarde estaba tocando la puerta.

 

-Dean…

-¡Sam! -exclamó Dean al abrir la puerta de golpe -Ah… volviste, qué bien. ¿Qué hay?

-Eh… bueno, no era un caso para nosotros -hizo esa expresión de cuando sabía que algo no iba bien con su hermano- ¿Estas bien?

-¿Qué? ¿Yo? Todo bien, Sammy. ¿Por qué no sería así?

 

Sam no se tragó el cuento y empujó la puerta que tan celosamente protegía su hermano. Dentro de la habitación no había nada extraño, todo parecía en su lugar, salvo quizá por el desorden en la cama y un peculiar aroma.

 

-Dean -dijo Sam, serio como sólo él podía ser- ¿trajiste a una chica?

-Jaja… ¿qué? ¡Claro que no!

-Parece como si…

-Estaba… viendo pornografía, ¿ok, pervertido?

 

Sam hizo cara de asco y decidió dejar el asunto en paz, pero entonces notó algo extraño tras la puerta. Era la esquina de un trozo de tela que le parecía conocida. Cuando quiso averiguar, quitó a Dean de la puerta y encontró a Castiel escondido.

 

-Cass, ¿qué haces aquí? -preguntó Dean con más pesar que enojo o sorpresa.

-Se atoro mi… cremallera…

 

En efecto, la cremallera de su pantalón se había atascado. Por fortuna para él, no había nada atorado entre la cremallera, más que la propia tela. Sam reprimió una sonrisa y se dio la vuelta, dispuesto a marcharse.

 

-Hey! -le gritó Dean- ¿De qué te ríes?

-Ah… de nada -respondió su hermano, al borde de la carcajada- Los dejo solos para que sigan viendo… pornografía.

-¡Hey, hey, hey! -lo detuvo Dean- Si estás insinuando que…

-¿Qué podría insinuar? Todo está muy claro -se rió; bajó la voz y le dijo- pero la próxima vez que te quieras echar a Castiel, mandame más lejos, ¿ok?

-¡Sam! -le gritó Dean, siguiéndolo hasta el pasillo- No es…

-Cállate, Dean. No es como si no me lo esperara.

-¿Qué? el rubio estaba desesperado.

-Era obvio que tenías algo con él. Creo que eras el único que no se había dado cuenta.

-¡Sam!

 

Sam se perdió al final del pasillo, aún riéndose. Dean se dio la vuelta y vio a Castiel; su cremallera había sido reparada.

 

-¿Por qué mierdas no desapareciste? -le espetó.

-Mi cremallera…

-¿Y no podías arreglarla en otro lugar?

 

El ángel tomó el rostro de Dean entre sus manos y le plantó un beso en los labios. Al separarse, Castiel le dijo:

 

-Sam tiene razón. Mándalo más lejos la próxima vez. Puedo ayudar con eso, si quieres.

-Idiota.

-Yo también te amo, Dean.

 

Desapareció. Dean se llevó la mano a la boca y sonrió para sí. Luego entró a su habitación, a dormir entre sus sábanas olorosas a piel de ángel.




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