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Entre machos por Uberto B

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El ranchero delante del citadino se quedó mirando fijamente al vehículo que tenía enfrente. Por unos momentos solo el sonido de los perros y las gallinas que andaban por el patio eran los únicos que se podían escuchar. Nadie hablaba o hacía otra cosa más que observar. Desde dentro del auto Sabrina había reconocido al hombre que amaba, le bastaron unos segundos para identificarlo, pese a estar físicamente muy distinto, lo reconocía, sabía que era el hombre al que por meses estuvo buscando.

-¿Y ora qué sigue?- Lorenzo, al notar que ninguno hacía algo intervino.

-Es él, es Gustavo…- sumamente entusiasmada la mujer veía al frente, aunque un hombre desconocido le impedía seguir viendo a su amado.

-Pos ya va siendo momento de que alguien diga algo ¿Qué no?- el copiloto volvió a hablar. Entendiendo que era verdad, la mujer apagó el motor, haciendo que el hombre desconocido de enfrente tomara una actitud más a la defensiva.

 

-¿Qué ocurre Nacho?- cansado de no poder ver, el citadino se movió con el cuaco para quedar junto al hijo de Remedios.

-Pos parece que alguien se va a bajar- con seriedad respondió, no quitaba la mirada del frente.

-¿Quién es?- el ojiazul volvió a hablar

-No sé, pero parece que es una vieja- mirando al frente, ambos hombres notaron que la portezuela se abría. Poco a poco la tensión iba incrementando. El dueño del rancho preparaba la mano por si era necesario desenfundar el revolver que tenía colgado en el cinto.

 

Del lujoso vehículo la figura estilizada de una mujer en pantalones descendía con calma, pero no tuvo que pasar mucho tiempo para que aquella silueta femenina dejara al descubierto su identidad, y fue su sola cara la que causó un sinfín de emociones en el propietario de Business Center…

-No puede ser…- con la cara llena de sorpresa, y con un tono de voz que mostraba claramente su inquietud, Gustavo expresó aquellas palabras.

-¿Qué pasó güero?- alertado por ese extraño tono, Nacho volvió la cara al hombre que tenía al lado- ¿Y ora, qué tienes? - Aquellos ojos como platos le indicaban que Prado- San Millán no estaba bien.

-Al fin te encontré…- la voz aterciopelada de la mujer logró captar la atención del ranchero, el cual la miró mientras fruncía el ceño- Ya estoy aquí… mi amor- dos palabras bastaron para que José Ignacio supiera que algo no estaba bien, su corazón latiendo más rápido que nunca también le hacía intuir que esa mujer era un serio problema.

-Sabrina…- el citadino mencionó con sequedad aquel nombre que nunca hubiese querido volver a decir.

-¿Quién eres y qué haces aquí?- guiado por su instinto protector y su preocupación, Nacho encaró directamente a la desconocida.

-Soy Sabrina Quinto, la mujer de Gustavo- contestó mostrando una sonrisa encantadora, el hombre recibió una respuesta, pero de ninguna manera era la respuesta que hubiese querido escuchar.

-¿Tu mujer?- cuestionó al de piel clara, el que había dejado su gesto de sorpresa para mostrar uno de molestia.

-¿Qué haces aquí?- sin contestar el planteamiento del hermano de Ángeles, se dirigió a la bella mujer que tenía al frente.

-Pues vine por ti, vine para que regresemos juntos mi vida- con ilusión respondió, ignoró completamente el tono tosco de aquella pregunta.

-¿Cómo diste conmigo?- el citadino seguía montado en su caballo, motivo por el cual la mujer no se acercaba, temía que el animal la lastimara.

-Eso no importa, lo que sí es importante es que he venido por ti, para que regresemos juntos a nuestro mundo-  contestó

-¿Y qué chinacos yo estoy pintao o qué?- harto de ser ignorado y por la presión que comenzaba a sentir, Nacho intervino con mucha molestia.

-No te metas en líos de enamorados Nacho, vete con tu caballito a correr por el potrero, como siempre- aquel a quien ninguno había puesto atención, se bajó del auto y habló, consiguiendo que los tres lo miraran.

-Lorenzo Gavilán… otra vez tú- con la furia centellándole por los ojos el dueño de la Casa Grande lo miró- ¿Tú qué tienes que ver en todo esto? Ya la haces de amarra bodas ¿o qué?- su gesto facial indicaba la ira que contenía por no expulsar.

-Yo nomás acompañé a la damita, quesque tenía que encontrar al güero este, y pos la traje pa’cá- con burla le respondió, consiguiendo que su interlocutor se enfadara aún más.

-No sé quién sea usted, pero le pido por favor que nos deje solos, Gustavo y yo tenemos mucho de qué hablar- nuevamente la mujer intervino, en un movimiento que hizo Tanagra, logró que aquella fémina diera varios pasos atrás, alejándose de esa forma aún más de los hombres.

-No pos si tienen que hablar, platiquen, pero cuando éste tenga su tiempo, orita va a trabajar- tomando las riendas de su equino lo giró en una hábil maniobra- Amos, que hay harto que hacer y pa’ eso te pago- sin esperar una respuesta el animal comenzó a correr.

-Tu y yo dejamos cosas claras, y si quieres platicar, te dejo bien acompañada, porque los dos son iguales, aunque, te queda mejor alguien como Adán- y acto seguido, guio a su caballo para emprender el camino que debía seguir para encontrar a Nacho.

-Gustavo, espera, mi amor… ¡Gustavo!- los gritos no funcionaron porque el hombre se alejaba de ella con mucha rapidez- ¡Gustavo!- detrás de una pequeña nube de polvo la figura fornida del citadino desapareció.

 

-No pos pa’ venir de lejos hizo su viaje en vano- burlescamente Lorenzo expresó.

-No me molestes, si no sabes con quien te metes- mirando al frente le contestó entre dientes.

-Pero si ya salió el cobre, ora me habla de tú- con su tono burlón siguió hablando.

-¡Cállate!- la furibunda mujer le contestó dejando clara su molestia.

-Tá bueno, tá bueno- con la respiración agitada y los ojos cristalizados la chica pensaba qué hacer.

 

 

 

 

En uno de los páramos alejados, el cual tenía una cerca a medio caer, Nacho pateaba los postes podridos con tal fuerza que más de una vez se le quedó el pie atorado entre los trozos despedazados. Desde una distancia prudente el citadino lo miraba seriamente, desde que llegaron no intercambiaron ni una sola palabra.

-¡Me lleva el tren!- con furia trataba de sacar su bota de aquel madero húmedo y desecho- ¡Maldito palo!- con fuerza logró deshacerse de él, para ir con el siguiente poste y patearlo tan o más fuerte que al anterior.  

-Al paso que vas te vas a lastimar la pierna- luego de cansarse de aquella actitud, Gustavo intervino.

-¿Y a ti qué carajos te importa?- con molestia le contestó- Mejor ponte a trabajar ¿O es que te urge irte con esa vieja?- tirando la tranca lo volteó a ver.

-A veces eres tan imbécil que no se puede hablar contigo- en el mismo tono le respondió.

-No pos qué malo, pero así mero soy y no pienso cambiar- caminando lentamente se dirigió a él- ¿Tienes bronca o qué?- cara a cara le habló.

-Lo dicho, cuando te pones en tu plan de imbécil no se puede dialogar contigo- le respondió con desdén.

-¿Con que tu vieja no? ¿Tu vieja?- con molestia le preguntó.

-Ella no es mi mujer, yo te había contado ya parte de la historia-

-Pos eso mero Gustavo, me contaste una parte, no el cuento entero- el citadino se sorprendió un poco debido a que no recordaba que en algún otro momento Nacho lo hubiera llamado por su nombre de pila.

-¿Cómo me llamaste?- incrédulo le preguntó.

-Pos cómo te llamas, Gustavo- el otro le respondió altaneramente.

-Escúchame bien ranchero- tomándolo violentamente de la camisa lo encaró- Nunca me vuelvas a llamar así, tu no lo vuelvas a hacer- como pocas veces lo había visto, el citadino estaba realmente furioso- Nunca me vuelvas a decir así- no lo admitiría y menos siendo una debilidad, pero algo dentro de él le hacía sentir que si el hijo de Remedios le comenzaba a llamar de ese modo, dejaría de decirle güero, y si dejaba de ser “el güero” dejaría de ser alguien importante en su vida, y por una conocida razón le inquietaba dejar de ser parte de ella.

-¿Y entons cómo te debo decir, Gustavo?-  sin poder resistir el impulso el citadino le propinó un puñetazo en la mejilla.

-Te lo advertí- señalándolo con el dedo mostraba su furia. El agredido se acomodaba la quijada que sentía desarticulada.

-Y yo te he dicho que no estoy manco- impactó su fuerte puño en la cara de su adversario- ese es por pegarme, y este es por tu vieja- sin darle tiempo le dio otro derechazo consiguiendo que se cayera a la tierra húmeda. Al verlo en el suelo, el ranchero le estiró su mano para que la tomara y se levantara.

-Es enserio, no me vuelvas a llamar de esa forma- seriamente le dijo una vez que estuvo de pie.

-Tá bueno, güero, que así sea- le contestó y se dio la media vuelta para continuar con su tarea, no se percató, pero el que hubiera aceptado y llamado como siempre, le dio un remanso de paz al otro, algo que justo en ese momento necesitaba.

-Su nombre es Sabrina, Sabrina Quinto, y era mi prometida- comenzó a hablar, el otro no si inmutó y continuó con su labor de quitar postes- Ella fue la mujer que más amé, y estuve a punto de casarme- el relato en ese resumen logró captar la atención del otro, consiguiendo que dejara la cerca por la paz.

-¿Y luego?- cruzándose de brazos Nacho esperó.

-Te dije que llegué aquí porque creí haber matado a un hombre, el día que nos dimos nuestra primera golpiza te conté que huía por ser un criminal, pero nunca te conté el resto, y es que encontré a Sabrina revolcándose con aquel hombre al que casi mato y que resultó ser un actor- con calma le platicaba la historia completa- El hombre no murió, está más que vivo pero mi ex amigo Adán me engañó para mantenerme alejado y poder robarme mi dinero y mi empresa, ahora la compañía atraviesa un momento difícil y Héctor se está encargando de resolverlo todo, estoy aquí por sugerencia de él y por gusto mío. No sé cómo, pero esa mujer dio conmigo, y la verdad me da lo mismo, porque puedo asegurarte que aunque me costó mucho trabajo y a veces recuerdo los buenos momentos, ya no la amo, y la razón es más simple de lo que cualquiera puede pensar, yo quiero a alguien más…- cerró la boca incapaz de continuar, no podía decir lo demás porque su orgullo le impedía aceptarlo al cien por ciento.

-Tá bueno…- acercándose, tomó los cabellos sueltos del citadino y sin permiso alguno lo besó en los labios como era su costumbre, apasionado y demandante- Estoy seguro que alguien te quiere a ti también- se dio media vuelta y prosiguió derribando los postes viejos. La sonrisa sincera en la boca de Gustavo bastó como respuesta para sentirse en paz y calma luego del reencuentro con la mujer que le hizo más daño que ninguna otra.

 

 

 

 

Casi caía la tarde, la Casa Grande comenzaba a encender las luces para iluminar el camino de los hombres cuando regresaran de las tareas de mantenimiento y el cuidado de los animales.  Por la entrada de la cocina, y tratando de hacer el menos ruido posible, entraba María de los Ángeles, pero no contaba que la vieja cocinera estaba sentada junto a la estufa de leña esperándola.

-¡Chamaca desobediente!- le gritó en cuanto la vio, haciendo que ésta se sobresaltara- ¿Pos ónde andabas?- la mayor se puso de pie esperando una respuesta.

-Ay Consuelo, me espantaste- se puso una mano en el pecho demostrando su susto.

-Te pregunté que ónde andabas, hace ratito tu amá me preguntó por ti y le dije que habías ido a revisar los nidales de las gallinas pa’ ver si había huevitos- la anciana la miraba esperando la contestación.

-¿Mi madrecita no sabe que salí?- preguntó algo asustada.

-No, pero si no me dices orita mismo ónde andabas, sí que se va a enterar, aunque me diga vieja chismosa y chilatolera- ante tal amenaza no le quedó de otra más que contestar.

-Bueno, fui al pueblo pa’ hablar por teléfono- al decirlo sonrió como quinceañera enamorada.

-¿Y ora tu? ¿Pos a quién le hablastes?-

-Eso no te lo puedo decir Consuelito, pero tenía que hablar por teléfono pa’ poder dormir tranquila- sonrió nuevamente, el recordar aquella voz que había escuchado la llenaba de alegría.

-Ay Ángeles, pones la misma cara de borrego a medio morir que pone tu hermano cuando ve al…- guardó silencio antes de terminar de hablar.

-¿El Nacho pone cara de borrego a medio morir?- la anciana puso cara de susto y la miró fijamente.

-Ya, deja el arguende y ándate a poner los platos pa’ la cena, que tu amacita vea que te acomides a algo, ándale, ándale y deja de andar de chismosa- corriéndola de la cocina dio por concluida la plática.

-¡Ay diomio! Otro poco y meto la pata por chismosa, ¡Ay santo niño!- santiguándose se disculpó con el cielo y revisó el estado de la cena.

 

Un rato después la puerta principal de la Casa Grande se abrió dando paso a los hombres que llegaban de una pesada jornada laboral. Remedios, que tejía mientras se relajaba en su mecedora los miró entrar.  

-Al fin llegan, pensé que se quedarían en el monte cuidando los becerros toda la noche- sin mirarlos comentó seria.

-Ay madrecita, solo se nos hizo un poquito tarde- se excusó Nacho.

-Si serás atarantado, ni a comer viniste y ahora me dices que…- iba a continuar hablando cuando lo miró y se dio cuenta que en la mejilla tenía un moretón- José Ignacio Navarro, ¿qué te pasó en la cara?- el muchacho había olvidado el intercambio de golpes que se dio con Gustavo, por eso la cara de nerviosismo se dibujó de inmediato.

-Ay, madrecita, pos, pos…- no se le ocurría algo, la mujer lo miraba, cuando se dio cuenta que el citadino también iba con moretes en el rostro.

-¿Y a ti qué te pasó?- poniéndose de pie la mujer esperaba una respuesta- O me lo dicen por las buenas o me lo dicen por las malas- se cruzó de brazos esperando que contestaran.

-Ay, pos madrecita, lo que pasa es que me agaché y me pegó un buey- sonrió luego de contestarle.

-¿A ti también te pegó un buey?- la severa Remedios volvió la atención a Gustavo.

-Pues, no me lo va a creer, pero sí- contestó con algo de nerviosismo, aquella mujer sí que lograba ponerlo en ese estado.

-Pos díganle a ese buey que como vuelva a pegarles voy y le meto un tiro para ver si así se le quitan las ganas de andar dando garrotazos, ahora, ¡Jálenle! par de atarantados que ya va  siendo hora de comer, lávense para que se sienten a cenar, ¡ándenle!- y como si de niños se tratara el par de machos accedió sin rechistar a la orden. La mujer una vez que los vio irse sonrió negando con la cabeza- Estos dos son el amor apache, a puro trancazo se lo demuestran- volviendo a sentarse continuó con su tejido.

 

 

 

 

Era de noche y una lujosa camioneta se estacionaba frente a la descuidada pero enorme casa que estaba en la cima de una de las colinas que rodeaban el pueblo de San Margarito. La noche era demasiado oscura y densa, no se podía ver más allá de la nariz, si no fuese por las luces del vehículo, cierta mujer no habría podido ver por dónde pisaba.

-¿Esta es tu casa?- con tono despectivo la mujer que iba acompañando a Lorenzo Gavilán miraba detenidamente el propiedad, o al menos lo que se podía ver.

-Así es, esta es mi casa, y pos, no está muy lujosa, pero sirve pa’ dormir- contestó el hombre.

-Es increíble como no hay un solo hotel en ese patético pueblo- tomando su bolso con la mano derecha se posicionó justo en la entrada.

-Yo te lo dije, pero no me quisiste creer- con una sonrisa ladina el hombre le contestó.

-¿Ahora ya me tuteas?- le preguntó Sabrina

-Pos ya que pasé toda la tarde contigo, aguantando tus chillidos de vieja dejada y que me hablaste de tu, pos porque yo no habría de hacerlo, estando en este pueblo, en mis dominios, tu y yo somos iguales-  le contestó con seriedad dejando claro su punto.

-Tu y yo nunca seremos iguales, existe algo llamado casta, clase, y por más humano que seas, mi linaje siempre estará por encima del tuyo, eso no lo olvides, ranchero- lo miró fijamente, esa mujer le parecía de armas tomar, y esa actitud le gustaba.

-Como digas, pero a mi ninguna vieja me ha venido nunca grande- le contestó altivamente.

-Y a mí ningún hombre, te lo dejo claro- en la misma conducta pedante le respondió

-Eso veo, aunque solo el güero ese es el que te ha dejado y de malos modos- soltó una carcajada al terminar de hablar.

-Cuida tus palabras imbécil, no te he dado permiso de tratarme de ese modo, tú no me conoces y no sabes los alcances que puedo tener- en forma amenazante lo encaró.

-Ni tu sabes lo que yo puedo llegar a hacer, a mi ninguna vieja me asusta-

-Ni a mi ningún machito- los dos se veían retadoramente- ¿Dónde dormiré?- seguían en la entrada de la casa que estaba a oscuras.

-En el cuarto de visitas- le contestó con tranquilidad- No soy mucho de creencias tontas, pero a lo mejor y tú sí, y si quieres que el güero ese te haga caso, a lo mejor hay algo que te pueda ayudar- ese comentario ganó la atención de la chica.

-¿De qué hablas?- cuestionó para recibir una explicación más clara.

-Pos, que si quieres, puedes hacer  lo que muchas viejas hacen en ese pueblo, solo que son tan amarradas, que se hacen que no, pero se sabe muy bien quien hace uso de esas babosadas de la magia negra- le contestó con seriedad.

-¿Magia? ¿Me ves cara de niña de secundaria o qué?- le recriminó

-Yo solo te digo que es algo que hacen las viejas, a mí me la han querido hacer, pero yo no creo en esas cosas, a según que si vas con la Poderosa, ella te ayuda con esas estupideces del amor- contestó metiendo la llave en la cerradura para abrir la puerta.

-¿La Poderosa?- con intriga intentaba averiguar más.

-Es una maldita bruja que dizque hizo pacto con el diablo, tú sabes si quieres que te lleve, a lo mejor y hace que regrese tu güerito- soltó una carcajada, le daba ese consejo como burla, pero no sabía que Sabrina se agarraría de cualquier opción que pudiera servirle, y antes de entrar a la casa, aquel ofrecimiento le sonó tentador- Pásale…- dando el paso, permitió que esa mujer entrara en la casa, no se quedaría quieta, daría pelea y no se rendiría hasta que Gustavo volviera con ella…

 

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 


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