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Entre machos por Uberto B

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Luego de haber dejado instrucciones precisas a los abogados de Business Center, esa misma noche Héctor empacó lo que consideraba indispensable, ropa, instrumentos de higiene personal, y sobre todo la documentación de la cual le habían comentado, resultaba indispensable ir con Gustavo, lo que descubrió era algo muy serio. Cada vuelta que el hombre daba por su habitación para guardar algo en la maleta, le provocaba la imperiosa necesidad de hacerlo con rapidez, temía por la seguridad de su amigo. Había buscado a Sabrina, lo último que supo de ella era que salió del hospital y que no regresó a su departamento. Le inquietaba desconocer el paradero de aquella mujer. Tenía entendido, por parte de los abogados de los socios de la empresa, que debido a su complicidad con Adán en poco tiempo se le giraría una orden de aprehensión, la mandó buscar, pero no podía perder tiempo, debía poner al tanto al dueño de la compañía lo antes posible. A primera hora de la mañana siguiente partiría rumbo a San Margarito. 

 

 

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Los primeros rayos del sol alboreaban dando de lleno a aquella casa que se había convertido en el hogar de Prado San-Millán. Las gallinas comenzaban a recorrer el patio en busca de alimento, detrás de ellas los pequeños pollitos color amarillo que las seguían. El ruido de los demás animales cerca comenzaba a escucharse. Era el momento de iniciar una nueva jornada.

La gente de la casa grande comenzaba a dejar claro que se había despertado. Remedios junto con la anciana Consuelo, revisaban que el desayuno estuviera listo. El olor a café recién hecho podía percibirse, su calidez también. El aroma pronto llegó a las fosas nasales de Gustavo quien se lavaba la cara en la pileta de agua hecha de piedra que estaba en el patio. Esa bebida era su nueva adicción, no podía iniciar bien su mañana sin haber ingerido un humeante jarro de café. Poco a poco la familia comenzaba a reunirse a la mesa.

 

Juntando su manos, en silencio cada quien hizo la oración correspondiente, la cual duró un par de minutos, luego de ello comenzaron a degustar sus alimentos.

 

- Oigan ustedes, llegaron muy tarde ayer- comentó la matriarca de la casa al par de hombres que estaban presentes.

-Si es cierto, bueno, yo ni siquiera los oí porque me quedé bien dormida- Ángeles también habló. Los jóvenes hombres se miraron para luego soltar una discreta sonrisa.

-Pos es que amacita, teníamos que ir a ver que las vacas estuvieran en su lugar- Nacho se excusó.

-¡Ah! Y también los bueyes debían estar en el suyo y mira nomás, llegaron como a las dos de la mañana- la mujer los miro intercaladamente.

-Bueno señora, técnicamente si eran las dos de la mañana llegamos temprano- Gustavo mencionó logrando por completo la atención de la seria cara de Remedios.

-¿Con que te gusta andar de chistosito, Tavito? No vaya siendo que te dé de palos pa’ ver si así ya no se te anda ocurriendo llegar temprano.

-Ay señora, ya deje a los chamacos en paz, si quieren andar en el monte solos, pos déjelos, nomás que no salgan con tarugadas- intervino la anciana quien llevaba una canasta con pan.

-¡Por eso te quiero harto, mi Consuelito!- exclamó el ranchero feliz por verse defendido.

-Nunca van a cambiar- la madre de Nacho puso los ojos en blanco para seguir desayunando.

 

 

 

En casa de Lorenzo Gavilán, las cosas marchaban tranquilamente, Sabrina había encontrado, al despertar, que el hombre se disponía a tomar café, la olla en la estufa era señal de ello. Sonrió al ver la taza de la cual iba a beber.

-Buenos y santos días, güera- dijo como saludo el hombre mientras se disponía a servirse.

-Buen día Lorenzo.

-¿Por qué andas levantada tan temprano?- dejó su tarea para mirar por primera vez a la bella mujer.

-Tengo muchas cosas que hacer el día de hoy, y consideré adecuado comenzar desde muy temprano- sonrió coquetamente.

-Algo tramas ¿verdad?- el sujeto la miró fijamente durante unos segundos.

-¿Yo? Una pobre e indefensa mujer como yo, ¡Claro que no! Es absurdo que lo digas- dijo muy segura sin dejar de sonreír- Es más, ve a sentarte a la sala, hoy yo me comportaré como una mujercita de pueblo y te llevaré el café-soltó una efímera carcajada.

-Tá bueno, sin azúcar- con mirada desconfiada Lorenzo aceptó y se dirigió a su sillón viejo y favorito.

-Con todo gusto lo haré, Lorenzo- se dijo a sí misma. En el bolsillo de su pantalón llevaba el pequeño saco que “La Poderosa” le había proporcionado la noche anterior, lo acarició como si de algo muy valioso se tratara, aunque para ella sí que lo era.

 

No tardó mucho en aparecer en la sala con la humeante taza de café. La mujer con una sonrisa pronunciada en los labios se la alcanzó, el hombre miró la miró y luego al recipiente, sonrió ladinamente como sólo él podía.

- Gracias por la atención, al parecer no eres tan inútil como pensé- comentó en tono socarrón el que se hallaba sentado.

- Por supuesto que no lo soy, puedo ser más inteligente de lo que crees…- Sabrina seguía en una actitud juguetona.

- Hoy amaneciste demasiado feliz, me sorprende harto que así sea, en estos días has andado muina, yo pensé que así te ibas a quedar… amargada- luego de pronunciar aquellas palabras, tranquila y pausadamente comenzó a tomar su café.

- ¿Sabes qué me sorprende?- esperó a que su acompañante hiciera alguna señal de haberla escuchado – Que pienses que yo puedo ser tan servil como cualquier sirvienta de este nefasto pueblo.

- Tú eres más inteligente que eso, no me sorprende que te pongas tan mansita, sabes que solo yo puedo ayudarte- sin inmutarse el recio hombre le respondió.

- Me puedo cansar de ti, puedo querer deshacerme de ti- abrazándolo por la espalda le susurró al oído.

- Claro que puedes querer hacerlo, y si me atonto como ahora, bien podrías mandarme al otro mundo con toda facilidad…- tirando la taza de café, y jalando fuertemente el cuerpo de la chica, hizo que ella quedara sobre su regazo, él sentado y Sabrina recostada sobre su cuerpo – No sería la primera vez que mandaras a alguien a ver angelitos al cielo ¿Que no?

 

La mujer citadina respiró agitadamente, la súbita acción de Lorenzo la había tomado desprevenida, por tal motivo se encontraba sorprendida.

 

- ¡Me estás lastimando, bruto!- con incomodidad se removía para liberarse.

- Pa’ matarme, hace falta más que hacerme creer que pusiste algo en mi café, no seas tontita, yo no caigo en esos argüendes- ladino sonrió y sin permiso alguno, se apoderó salvajemente de los labios de la mujer.

Ella pataleaba y golpeaba el duro pecho del otro para separarlo, acción infructuosa, logrando separar únicamente cunado Lorenzo lo decidió.

- ¡¿Cómo te atreves?!- exaltada, Sabrina preguntaba.

- No creas que yo soy como el imbécil del güero desviado al que quieres, soy más astuto, como los coyotes que andan por el cerro, pa’ tenderme una trampa se necesita ser más listo que yo, y tú no lo eres.

- ¿Cómo lo sabías? – intrigada la chica preguntó.

-Observo, pienso, uno cosas, tu jamás me tratarías ni con amabilidad ni mucho menos esas estupideces de traerme el café, y sé que algo traes en la bolsa de tu pantalón, lo vi desde ayer, esa maldita bruja te dio algo, no sé qué es, pero estoy seguro que no es nada bueno- Sabrina lo miraba sorprendida.

-Ella… me dijo que lo probara para ver su efectividad… pero, ¿Cómo sabías que no lo usé contigo? – con cierto nerviosismo preguntó.

- Deja de hacerte la espantada y saca el diablo que traes dentro, porque tú no te espantas por nada, quítate la máscara y hablemos claro, hembra- bastaron esas palabras para que la chica relajara sus facciones y dejara al descubierto su macabro ser real, sonrió sin ningún problema, efectivamente no sentía una pizca de miedo.

-¡Vaya! Eres más inteligente de lo que pensé, ni siquiera Adán pudo descubrirme, y eso que él era muy listo- sin problema alguno, se puso de pie, estirando sus brazos adoloridos – Eso sí, eres un bruto.

-Así me gusta, tú no eres buena, eres como yo- sonrió de lado para volver a hablar momentos después – No me mataste porque sabes que si lo haces te quedas sola, y no te conviene estar sola aquí, me necesitas, pa’ darte el gusto de acabar con el Nacho y pa’ vengarte del güero ¿Me equivoco?- lentamente él también se incorporó.

-No, no te equivocas- comenzó a caminar rumbo al hombre – Esa bruja me insinuó que te matara, que probara la sal de muerto contigo, por lo visto te odia, y sé que es mutuo, porque tú también la odias a ella, no sé por qué razón, pero quiso que yo me encargara de ti, a lo mejor te quiere ver muerto ¿Por qué?

-No te metas en asuntos que no te importan, mejor ve a usar esa cosa con quien realmente te puede funcionar, y hazlo pronto, porque se te acaba el tiempo, y mientras más sigan juntos, más difícil será la cosa – dio media vuelta para irse cuando detuvo sus pasos – Por cierto, ese tal Adán no fue muy listo, porque lo pudiste matar bien fácil- sin decir otra palabra se marchó.

 

Sabrina lo miró irse, sonrió, ese hombre sin mucho tiempo de conocerse ya la había descubierto, había visto su verdadera personalidad, una fría, calculadora y criminal personalidad, capaz de todo, de cualquier artimaña para ganar, de fingir un dolor que no sentía, y de  llegar al delito con tal de logarlo.

- Si Gustavo, lo único real que he amado no es para mí, pues que no sea para nadie- se dijo y sacó de su bolsillo el envoltorio, caminó rumbo a la salida para ir a un lugar donde empezaría.

 

 

 

 

El par de machos cabalgaba por el rumbo de la gruta, les tocaba supervisar que las cercas estuvieran en buenas condiciones y contar que las cabezas de ganado estuvieran completas. La noche anterior, en la que se profesaron su amor había sido tan desgastante que a esa hora estaban apenas recuperando fuerzas. Con calma iba cada uno en su cuaco.

- ¿Ves todo esto güero?- el aludido lo miró sin comprender mucho, pero asintió – Pos todo esto la mitad será pa’ la Ángeles y la otra mitad pa’ ti- soltó un suspiro tan sonoro que cualquiera que estuviera cerca lo podía escuchar – Siempre dije que quien me quisiera, debía también amar la tierra, éstas la que he cuidado por tanto tiempo, y seguro estoy que tú también quieres harto la tierra.

-Sí Nacho, al principio me costó adaptarme, aprender a cuidarla, a quererla, pero hoy te puedo decir que amo este lugar, disfruto el olor del pasto húmedo, del olor del camino cuando andamos después de que llovió, me gusta venir y contemplar el sol de atardecer iluminar los pastizales, este lugar pasó a ser parte de mí, de mi historia.

- Esta tierra es lo único que mi padre nos dejó y nos enseñó a respetarla, a cuidarla, a quererla. Con mi Tanagra, hemos ido y venido por todos estos lugares, el día que me muera, quiero que sea en este lugar, en mi tierra.

-Pues te recuerdo una sola cosa – El ranchero sin comprender lo miró.

- ¿Pos qué cosa es?

- Así como esta tierra es mía, tú tienes varias propiedades fuera de aquí, porque lo mío también es tuyo – sonrió luego de decírselo.

- ¡Ah caray! ¿Tengo tierritas dejos de aquí?- en tono de broma preguntó.

-Aunque no lo creas, varias, muchas diría yo – sonrió, no podía olvidarse que él era un hombre de mundo, y que lastimosamente en algún momento debía cuando menos ir a supervisar que todo estuviera bien, situación que no le agradaba, pues si por él fuera, nunca saldría de San Margarito – La próxima vez que vaya a la ciudad, tú tienes que ir conmigo – propuso el citadino.

- ¿Yo en la ciudad? Tiene harto que no voy pa’llá, creo que cuando era escuincle fui con mi apá, pero ya tiene mucho.

-Pues sí, quiero que conozcas un poco de mi mundo, de lo que soy.

- Tá bueno, iré contigo, pero nomás un ratito, porque nos jalamos pa’cá luego luego, nuestro lugar es acá, en nuestra casa – lo dijo sin pensar ni comprender el significado que esas palabras tenían para Gustavo, para un hombre que pese a tenerlo todo le faltaba lo más importante: una familia, un hogar.

-Sí, volveremos a nuestra casa, a nuestro lugar- se miraron y durante unos segundos, aún montados en sus caballos, se apretaron las manos que tenían entrelazadas, ellos tenían un lenguaje en el cual no hacía falta decir palabras para demostrar lo que sentían. Sin decir otra cosa, emprendieron el camino a la casa grande, ya iba a ser la hora de la  comida y debían volver pronto.

 

 

 

 

Luego de varias horas manejando, Héctor llegaba a su destino, San Margarito de las Cumbres. Entraba al pueblo y ya podía percibir lo distinto que era ese lugar al sitio del cual iba, nada de enormes y costosos edificios, ni coches de lujo ni mucho menos tráfico, un lugar tranquilo, apacible y lejano. Sonrió, pese a las noticias desagradables, la volvería a ver, llevaban un buen tiempo conociéndose por teléfono, había llegado el momento de volver a verse, sonrió y apresuró el andar para llegar cuanto antes.  

 

Unos minutos después se encontraba frente a la Casa Grande, había llegado por fin. No tardó mucho tiempo en ser recibido, pues una alegre Ángeles, en cuanto escuchó el sonido de un auto se asomó por la ventana llevándose una muy grata sorpresa.

- ¡Héctor! – Corrió a su encuentro y lo abrazó con efusividad - ¿Pero qué haces aquí?

-Encontré el pretexto perfecto para venir, ¡Me alegra no sabes cuánto volver a verte!

-Vente, pásate pa’ la casa, le voy a decir a mí mamá que llegaste.

-¿Gustavo se encuentra?- preguntó, debía hablar con él cuanto antes.

-No, fue con Nacho a los pastizales, pero no creo que tarden, va a ser la hora de la comida y mi mamá les dijo que vinieran a comer.

- Está bien, vamos, quiero saludar a tu mamá- entraron, ignorantes de que afuera alguien miraba con cierta sorpresa.

 

 

 

Desde afuera de la propiedad, Sabrina miraba, había dejado su camioneta en un punto desde el cual no se pudiera ver con facilidad, ella caminó un trecho para llegar a la Casa Grande. Pensaba todo en calma cuando vio un vehículo estacionarse frente a la entrada principal, le llamaba la atención que un coche tan lujoso como ese estuviera en dicho lugar, hasta donde sabía, nadie en el pueblo tenía un auto como aquel, grande fue su sorpresa al ver que un viejo conocido descendía de él, Héctor había llegado.

- ¿Qué diablos haces aquí?- se preguntó, luego volvió a esconderse, pues el par que esperaba estaba llegando, con rabia vio a los dos hombres montados en sus caballos, los detestaba, realmente los detestaba. Bajaron del animal, Nacho acarició a su equino, y luego, la recién figura llegada de Jacinto, se los llevó para el establo. La mujer sonrió.

 

 

 

Tanto Nacho como Gustavo miraban el auto del patio sin creerlo, ya sabían de quién se trataba, el gesto de alegría del citadino se hizo presente, mientras que la cara del ranchero mostraba su desagrado. Pronto entraron y en la sala descubrieron que efectivamente, el amigo de Prado San-Millán había llegado.

- ¡Héctor! – Se apresuró a abrazar a su amigo - ¡Qué gusto verte de nuevo!

-Créeme que a mí también, por cierto, cada vez que te vuelvo a ver estás más fornido ¡Eh! – sonrieron ante la mirada inquisidora de Nacho.

- ¡Qué! ¿A mí no me saludas o no te enseñaron?

-Claro que sí, buena tarde Nacho.

- Buenas – secamente fue el saludo de mano.

- me alegra que llegaran porque ya va a ser la hora de la comida y no me gusta que se mal pasen – habló la matriarca que estaba conversando con Héctor minutos antes.

- Antes quisiera hablar con Gustavo si no hay problema – Montenegro dijo con seriedad, algo no andaba bien, eso era lo que pensaba su amigo.

-Claro, vayan y nosotros acá esperamos- mencionó Remedios, con cierta decepción el ranchero también se iba, cuando el citadino lo detuvo tocándole el hombro.

-No, tu vienes conmigo – como si de la mejor noticia se tratara, Nacho sonrió como niño pequeño. Ante la sorpresa de Héctor, no dijo más y anduvieron rumbo al patio.

 

 

 

Con cuidado de no ser vista, Sabrina llegó al establo, el par de animales ya estaba cada uno en su corral. Miró a los dos, de inmediato reconoció al que buscaba, no le era difícil, cada caballo estaba bien diferenciado.

- Hola amiguito…- acarició el cuello de Tanagra – He visto que tu dueño te quiere mucho, pienso entonces que eres un animal muy noble – el Aquino relinchó y moviéndose hizo que la mujer retrocediera un par de pasos - ¡Aja, tranquilo! - Levantó las manos para calmarlo – No seas grosero, solo he venido a traerte un obsequio – mostró al animal una bolsa de plástico con zanahorias - ¿Ves? Todas son para ti, todas, puedes comerlas completas – con cuidado ofreció la verdura al equino quien luego de olerlas comenzó a devorarlas – Eso es, cómelas, son tuyas, disfrútalas, pues son lo último que tragarás, maldito animal – sonrió divertida mientras el caballo comía. Viendo que el equino terminó, dejó caer la bolsa, pues escuchó pasos y se apresuró a irse por donde llegó, por la parte trasera de la casa. No pudo percatarse que el joven Jacinto vio una silueta femenina irse a toda prisa.

 

 

 

El trio de hombres se encontraba dentro del coche que estaba estacionado en la entrada principal.

- Gustavo esto es algo serio, me urgía que supieras lo que estaba pasando porque no es algo bueno – Héctor, quién aún no comprendía por qué Nacho estaba ahí, habló. Tal fue su mirada de desconcierto que Prado San Millán tuvo que intervenir.

- No te preocupes, él es de mi entera y absoluta confianza, hay algo que debo decirte, pero será luego de que me digas qué ocurre.

-Bien…- asintió Montenegro – Amigo, Adán no actuó solo en todo lo que hizo, las auditorías que se hicieron a Business Center indican que esa rata desvió sumas millonarias a cuentas personales y a la de otra persona, una que también era su presta nombre- el relato comenzaba a intrigar a Gustavo.

- ¿De quién se trata? – sin rodeos preguntó.

- Es alguien que conocemos muy bien, y tú sabes de quién se trata.

- ¿Acaso es una mujer?- presentía de quién se trataba.

- Sí, su cómplice en todo es Sabrina Quinto

- ¡La vieja esa otra vez! – exclamó muy molesto Nacho, por ese nombre sabía de quién se trataba.

- ¿Sabes tú de Sabrina?

- Claro que lo sé, esa vieja ha estado aquí, en mi casa – esa escueta explicación descolocó a Héctor por completo.

- ¿Sabrina está en San Margarito?- preguntó muy alarmado.

- Sí, el mismo día que te fuiste ella apareció aquí.

- Esa miserable, no es tan frágil ni mucho menos tan inocente como creímos, esa mujer es tan o más culpable que Adán, ellos dos estaban casados – aquella noticia dejó boquiabiertos al citadino y al ranchero.

- ¿Me estás diciendo que Adán y Sabrina eran marido y mujer? –

- Así es, ellos dos tenían cinco años de casados, casi desde el momento en el que él entró a trabajar a Business Center, él se casó con ella. Hay varias propiedades en el extranjero que están a nombre de esa mujer, ella fue el cómplice de Adán en varios de sus crímenes, y muy seguramente también esté coludida en la muerte de tus papás – era mucha información, demasiada, Nacho solo alcanzó a sentir que su güero necesitaba más que nunca su apoyo, por lo cual le pasó la mano por el hombro.

- Esa mujer, no solo es una ramera… ¡Es una criminal! – apretando los puños fuertemente sentía unas incontrolables ganas de acabar con ella. El momento de tensión fue interrumpido por unos toquidos en el cristal del auto, Héctor lo bajó dejando ver a un asustado Jacinto que estaba ahí.

-¡Dispénsenme sus mercedes que los interrumpa! Nacho, es urgentísimo que vengas, pero de volada – el muchacho temblaba y se notaba sumamente consternado.

- ¿Qué te pasa? Tamos ocupados –

- Tu Tanagra Nacho… Tu Tanagra se está muriendo… ¡Se está muriendo!

 

Nacho se sorprendió, su caballo, ese que creció con él, le estaban informado que moría, no lo podía creer, ni siquiera lo entendía…

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 

 

 


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