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Red Night. por Onny

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Notas del fanfic:

Annyeonghaseyo!

 

Hoy, por el contrario a lo que se me ha hecho costumbre, no vengo a subir ni un one-shot de BTS ni a actualizar mi fic yuri, hoy vengo aquí con el primer capítulo de un two-shot que espero que disfrutéis mucho.

 

Notas del capitulo:

¡Recordad que esta es solo la primera parte!


Espero que la disfrutéis mucho >.<

Me sentía pesado y... ¿Estaba tumbado sobre algo duro? Porque me dolía la espalda. Parpadeé repetidas veces y me incorporé con lentitud.

 

Eso estaba más oscuro que la boca del lobo.

 

Miré a ambos lados, entrecerrando los ojos y esperando a que mi vista se acostumbrarse a esa repentina oscuridad ¿Yo no debería estar en mi casa?

 

Había salido con mis compañeros de la universidad para tomarnos unas cuantas copas pero había llegado a casa bien, yo no estaba borracho, o al menos comparado con Brent.

 

El hijo de puta se había bebido cinco cuba-libres y había dejado el sexto a medio beber porque lo habíamos sacado a rastras del pub. Sacudí la cabeza volviendo al tema realmente importante.

 

¿Dónde cojones estaba?

 

Finalmente mis pupilas se habían dilatado lo suficiente para poder ver a mi alrededor. Estaba tumbado sobre asfalto con gravilla suelta, razón por la que me dolía la espalda, y había un par de contenedores unos cuantos metros por delante de mí.

 

A cada uno de mis lados había un edificio de ladrillo y detrás lo único que alcanzaba a ver era una profunda oscuridad. Un ruido repentino hizo que se me erizase el pelo de la nuca y que mi mirada recorriera frenética ese agujero negro que se encontraba tras mi espalda.

 

— ¿Quién anda ahí? – Muy inteligente, Uriel, ni que te fueran a decir algo como "Tu asesino, ¿Te mato ya o echas a correr?"

 

De cualquier manera parecía que aún me quedaba algo de sensatez así que me levanté y, sin miramientos, eché a correr, aunque no pareció ser la mejor idea. En el momento en el que mis pies empezaron a pisar el asfalto uno delante de otro lo que quiera que hubiese detrás de mí empezó a correr también.

 

¿Eran… garras lo que se escuchaba arañando el suelo por el que corría? Pocos segundos después mis pulmones estaban ardiendo, rogaban por oxígeno, pero mi corazón latía tan rápido por la carrera y el terror que no era capaz de respirar bien.

 

Dudé unos momentos si mirar hacia atrás o no, al final me decidí por hacerlo. Volví la vista sin parar de correr y, ¿Qué es lo que vi? Nada. La nada más absoluta. Sin embargo las garras y la respiración pesada seguían detrás de mí. Tenía la sensación de que cada vez más cerca, y por eso no detuve mis piernas, aceleré el movimiento si es que eso era posible.

 

Pronto me encontré sin muchas opciones. Había llegado a lo que parecía ser una iluminada calle… pero sin salida. Al final de la misma se alzaba un gran edificio de un profundo color negro (un color un tanto extraño para un edificio), con una puerta blanca y sin ventanas y, a pesar de la mala espina instantánea que el lugar me produjo, corrí todo el trayecto hasta la puerta y tiré del pomo para probar suerte y ver si estaba abierta.

 

Aquella noche debía dar gracias al cielo porque la puerta estaba abierta y me introduje en el interior con sigilo y rapidez. De cualquier manera la paz y el alivio que podía haber llegado a experimentar se evaporaron al momento.

 

Me vi cegado por un montón de luces de colores, principalmente rojas, y de la nada una música con continuos golpeteos y sin letra arremetió contra mis oídos. Hice una mueca ante el volumen, ninguna de las veces que me había ido de fiesta la música estaba tan alta.

 

Al darme la vuelta vi un mar de gente de color rojo, todo a causa de las luces, sus cuerpos sudorosos se frotaban unos con otros pero no me resultó desagradable, de hecho me colé entre ellos para poder observarlo todo con más detalle. Sus caras extasiadas reflejaban felicidad, sensualidad y seducción, en algunos lugares más retirados o incluso en mitad de la masa bailando había parejas besándose. Una chica tenía a otra acorralada contra la pared, una pierna de la muchacha rodeando su cadera y sus manos sujetas sobre su cabeza por la suya propia mientras sus lenguas se encontraban de manera salvaje incluso fuera de sus bocas. En una mesa un hombre se encontraba sentado con otro sobre su regazo, sus bocas unidas sin un milímetro de separación y el que se encontraba arriba se movía hacia arriba y hacia abajo… oh dios mío, estaban teniendo sexo en medio del bar. A pesar de que me hubiera espantado ver eso en cualquier otro sitio, en ese momento no pude apartar los ojos de lo que estaban haciendo, o al menos no pude hasta que noté como, a mi derecha, la masa de personas habría paso a alguien más, entonces me giré.

 

La multitud dejó lo que estaba haciendo para empezar a cuchichear y moverse nerviosa. Entre ellos vi una figura. Una figura alta y de hombros anchos, muy alta de hecho. Podría apostar que medía más de 1’90. A pesar de las luces pude distinguir que su piel era de color canela, a primera vista lucía tersa, suave, tocable, comestible. Tal vez como el helado de caramelo ¿Sabría dulce? Vale Uriel, ya es suficiente ¡Concéntrate! ¡No pienses con la polla! El hombre tenía el pelo bastante corto, pero lo suficientemente largo como para poder agarrarlo entre los dedos, de un color rojo sangre ¿Es realmente de ese color o es efecto de las luces? Sus ojos, negros como piedras de ónix, relucían con un brillo salvaje, como un depredador en busca de su presa y se clavaron en mí. La intensidad de su mirada me hizo temblar.

 

De su frente salían dos ¿Cuernos? Negros que se enrollaban a los lados de su cabeza y acababan en una punta afilada que miraba hacia el frente y detrás de él algo se movía pero, ¿Qué era ese algo? ¡Una cola! Y no solo una, sino dos, o bueno, seguía siendo una, pero era doble… ¡Da igual! ¡Era una cola! Gruesa y de color negro, de hecho.

 

Cuernos y cola, ¿Qué es lo siguiente? ¿Escupir fuego? Que gilipollez, Uriel, seguro que estás soñando… ¿Verdad? Por favor, deja que esto sea un sueño. Me pellizqué por cada paso que el demonio dio hacia mí, cada vez más fuerte, pero no me desperté.

 

Increíble. Jodidamente increíble.

 

Mi respiración se hizo cada vez más pesada y, cuando el de pelo rojo estuvo justo delante de mí sentí como el aire no me llegaba lo suficientemente rápido a los pulmones. ¿Por qué se había fijado en mí? No tenía ni idea. Yo no había hecho nada. Ni siquiera había hablado para poder llamar la atención de alguien, pero ahí estaba, mirándome fijamente como si fuera el bocado más sabroso que hubiese visto en mucho tiempo.

 

Su manó se alzó hasta mi barbilla y la levantó para que yo clavase mi mirada en la suya. El temblor de mi cuerpo se hizo notorio, mis dientes casi castañeaban y no era del frío, pero tampoco era del miedo, extrañamente no estaba asustado.

 

— Pequeño y dulce Uriel, a pesar de que intenté resistir mis impulsos más primarios, ahora apareces aquí, con esa mirada de cordero deslumbrado por los faros de un coche tentando tu suerte y mi propia cordura – sus palabras se repitieron en mi cabeza como si fueran la letra de esa estúpida canción de verano tan pegadiza.

 

— ¿De qué estás hablando? ¿Quién eres? – mis ojos se movieron mirando su cara en busca de cualquier resquicio de locura.

 

— ¿Quién soy, preguntas? Muchos son mis nombres, Azrael el original.

 

Azrael, el demonio de la muerte, ese que era representado con cuatro caras, una delante, otra en la nuca, otra arriba y otra bajo los pies, y con el cuerpo lleno de ojos de los cuales, cada vez que uno se cerraba, traía consigo la muerte de una persona.

 

— Ya, claro, y yo soy el arcángel – rodé los ojos irónicamente.

 

Su risa rasgada como el whiskey sonó incluso por encima de la música del establecimiento y me puso los pelos de punta.

 

— No sabes lo acertado que es eso que dices, mi dulce Uriel – sus labios se acercaron a mi oído para susurrar esas palabras, me estremecí y me aparté.

 

— Lo siento, chico, creo que te has confundido de persona, no camino por esa acera – La mayor mentira que había salido de mi boca. Era todo lo gay que un hombre podía serlo – y posiblemente de lugar, un psiquiátrico te vendría mejor.

 

O a lo mejor eres tú el que necesita uno de esos. A fin de cuentas tienes un demonio tan sólido como un ladrillo delante de tu cara. Negué con la cabeza alejando los pensamientos. Y entonces me fijé en que en la cara de “Azrael”, si es que se llamaba así, apareció una sonrisa de medio lado, una que prometía problemas.

 

— No estás loco, Uriel, y por mucho que pienses lo contrario, yo tampoco.

 

— ¿Cómo has hecho eso? – estaba empezando a ponerme nervioso.

 

— ¿Hacer el qué? – su sonrisa solo se hizo más grande.

 

— No te hagas el tonto, sabes muy bien a lo que me refiero.

 

¿Por qué no tenía miedo? Aquel extraño, y asombrosamente sexy, hombre acababa de leerme la mente y yo no estaba asustado. De hecho estaba muy lejos de estar asustado, estaba caliente. No podía dejar de pensar en que me encantaría lamer cada pedazo de piel color canela para comprobar si era tan dulce como parecía, o si tenía un sabor picante. Estaba dispuesto a caer en una cama con las piernas extendidas o con el culo en alto ante un hombre al que acababa de conocer y eso era algo que nunca me había pasado.

 

A ver, claro que había tenido líos de una noche en los bares de ambiente y todas esas cosas, pero había sido alguna que otra follada rápida en el baño o en la camioneta de alguien, nunca había tenido la tentación de compartir una noche completa, de explorar íntegramente al otro, de tener el tiempo suficiente como para poder recordar cada centímetro de piel ajena.

 

— ¿Vendrás conmigo para que pueda explicártelo? – me miró, inclinó la cabeza como si fuera un cachorro, me sonrió y me tendió la mano.

 

Sin ni siquiera pensármelo me vi extendiendo mi mano sobre la suya. ¿Por qué? Seguía sin comprenderlo. Simplemente tenía la sensación de que con él estaba seguro. Que cosa más irónica, ¿no? Estaba con un demonio y me sentía más seguro que en cualquier otro sitio.  Tal vez no tenía instinto de supervivencia del que tanto se hablaba.

 

>> Ahora, respira hondo y no te asustes.

 

¿Asustarme por q…? ¡Oh, joder! El club se desvaneció frente a mis ojos y, en su lugar, apareció una habitación. Apreté la mano de Azrael con una fuerza que ni siquiera sabía que tenía porque, por un momento, pensé que acabaría en el suelo ya que mis piernas habían perdido la fuerza momentáneamente y mi cabeza daba vueltas en un repentino mareo.

 

En realidad hubiera sido así de no ser porque los fuertes brazos del de ojos ónix me rodearon y me pegaron a su cálido pecho. A pesar de la situación, no pude evitar que mis mejillas se sonrojasen ligeramente y que mi respiración se hiciera un tanto más superficial. Sus músculos estaban duros y tonificados, pero ese era el abrazo más tierno y suave que me habían dado nunca.

 

>> ¿Estás bien? – preguntó con un ligero tinte de picardía en la voz.

 

— S-sí, ha sido solo un mareo, estoy bien – me separé rápidamente de sus brazos y miré a mi alrededor.

 

La habitación era impresionante. El suelo era una moqueta negra, las paredes de un rojo vino, burdeos, del techo colgaba una pequeña araña con cristales negros que desprendía una cálida luz, como si fuera la luz de una vela. Tenía que haber un regulador de luz por algún lado… y ahí estaba. No había solo uno, había dos a ambos lados de una enorme cama tamaño King size. La cama tenía sábanas de seda negras con un cubrecama rojo y almohadas de ambos colores. Pegado a la pared un cabecero de cuero acolchado y a los pies de la cama un sofá con el mismo material. La pared izquierda de la habitación y una parte de la pared de detrás de la cama eran ventanales que daban a un balcón bastante amplio con vistas al mar. Realmente al mar. En la pared derecha armarios empotrados de caoba daban un aspecto ligeramente rústico. Junto a ellos había una puerta abierta que dejaba ver un baño bastante moderno con una bañera enorme. Podría apostar que al menos cuatro personas del tamaño del demonio cabían ahí. Me giré ligeramente y vi que, junto a otra puerta, había una larga estantería negra llena de libros y diversos adornos colgantes. Una obra de arte se podría decir. Justo debajo un escritorio del mismo color caoba que los armarios, lleno de papeles, plumas y cuadernos. Frente a él una silla acolchada de color burdeos.

 

— ¿Has terminado con tu pequeña inspección? – preguntó Azrael.

 

Lo miré y, ni corto ni perezoso asentí con la cabeza y me encogí de hombros.

 

— Bonito lugar – murmuré – ahora, ¿De qué teníamos que hablar?

 

Lo miré y me hizo un gesto hacia el sofá, o tal vez la cama, no lo sé pero igualmente tomé asiento en el sofá de cuero negro. Era increíblemente cómodo. Tal vez fue el hecho de verme solo con el demonio y sin ninguna escapatoria lo que hizo que mi ansiedad saliera a flote. Tal vez simplemente era el innegable deseo de montarme sobre su regazo y rogarle porque me follase hasta que perdiera la consciencia.

 

— No me tientes, Uriel. No necesitarás rogar demasiado para que te embista – gruñó Azrael en una voz tan baja que me hizo estremecer.

 

— De nuevo, ¿Cómo cojones haces eso? – pregunté exasperado y me puse de pie de un salto.

 

— Porque eres mío, cariño – lo miré con incredulidad. El demonio estaba empezando a desvariar.

 

— Nope. Eso sí que no. Ni siquiera le hice caso a mi madre cuando me dijo que no me tiñera el pelo, – y era verdad. Esa había sido la mayor discusión que había tenido con mi madre – no es posible que yo le pertenezca a alguien más que a mí mismo. Lo siento, creo que te has equivocado de persona – dije esto último con ironía.

 

— Llevabas razón – se puso de pie y agarró un mechón de mi pelo azul cielo – el rubio te quedaba bien, pero el azul te favorece aún más. Hace juego con tus ojos – una sonrisa juguetona acudió a sus labios.

 

— ¿Cómo sabes que era rubio?

 

— Llevo observándote mucho tiempo.

 

— ¿Cómo?

 

— Los ángeles no son los únicos que pueden velar por alguien – sus labios se acercaron peligrosamente a los míos, sus dedos aún sostenían el mechón de mi pelo.

 

En cuanto él se acercó yo me alejé y corrí a la otra punta de la habitación. En realidad no había mucho que poner entre nosotros pero, de una manera o de otra, me las arreglé para poner la silla de escritorio frente a mi cuerpo Como si una silla fuera a parar a un demonio de tal medida. Puedo asegurar que a veces odiaba mi subconsciencia.

 

— Estás como una puta cabra – murmuré.

 

— Tan loco como tú, Uriel, ni más ni menos – su cola se movió detrás de él con un movimiento tan calmado que parecía un gato. Me dieron ganas de acariciarle detrás de las orejas.

 

>> Podrás acariciarme donde quieras una vez que me haya explicado.

 

— ¡Joder! ¡Deja de meterte en mi cabeza! – su sonrisa de superioridad me puso nervioso – y ahora habla.

 

Tomó una profunda bocanada de aire antes de ponerse serio de repente. Por un momento se quedó en silencio. Tal vez pensando cómo explicarse. Tal vez inventando una mentira.

 

— Todo empezó el día en que naciste – ¿El día en que nací? – Puedo jurar, y al propio Lucifer pongo de testigo, que lo sentí. Sentí la primera respiración que tomaste, el primer llanto y la primera vez que te alimentaste. Me temblaban las piernas, se me había secado la boca y por un momento me olvidé de como unir las letras para formar palabras. De mi mente voló cualquier pensamiento que no fueras tú y Lucifer tronó enfadado cuando no le respondí. Pero pronto llegó a él el conocimiento de lo que acababa de pasar “Tu caída será más fuerte que la mía, Azrael” fueron sus palabras exactas.

 

— ¿Y qué tiene eso que ver? ¿Qué importa el hecho de que sintieras mi nacimiento? – mi escepticismo no había disminuido en lo más minimo.

 

— Eres mío, Uriel O’Brien, desde el principio has sido mío, mi otra mitad. Llevas dentro de ti un pedazo de mi alma igual que yo llevo uno de la tuya. Sin darme cuenta me vi observándote en cada momento que tenía. Acudía a tu habitación cada vez que en la cuna llorabas, cada vez que te despertabas con un asustado sollozo a causa de una pesadilla, cada vez que una noche de insomnio de quitaba el sueño y cada vez que estudiabas hasta altas horas de la madrugada. Te vi crecer desde la distancia y escondido en las tinieblas. Te vi caer, levantarte, tropezarte de nuevo y volverte a levantar aun con las rodillas llenas de heridas, la cara llena de lágrimas y todo cubierto de polvo, pero valiente y perspicaz de cualquier manera. Apreté los dientes escondido detrás de un árbol el día que te dieron tu primer beso, escuché detrás de la puerta ese día en el que perdiste la virginidad y, aunque quise matar a ese chico, no lo hice por respeto a ti, a tu libertad. Sentí lo mismo que tú sentiste la primera vez que te rompieron el corazón – sus ojos brillaban divertidos y sonrió enseñando una línea de dientes blancos con unos colmillos un poco más largos y afilados de lo normal. No demasiado sin embargo – aún me acuerdo de esa noche. Creo que ese hijo de puta no ha vuelto a dormir tranquilo con la luz apagada. – Me reí un poco. ¿Azrael había asustado al fiero de Mark? Increíble – Pero, volviendo al tema – esas palabras me sacaron de mis cavilaciones – fue así todas y cada una de las veces. Sentí la misma emoción que tú cuando fuiste al concierto de esa banda que tanto te gusta, la misma ternura que tú cuando el novio de tu prima le pidió que se casara con él de esa manera tan original, la misma dicha y felicidad que tú cuando hace unos meses te graduaste después de todo tu esfuerzo estudiando. – Definitivamente había conseguido sacarme una sonrisa soñadora, habían sido momentos muy importantes y memorables en mi vida – Por otro lado, cada vez se me hacía más difícil resistirme a ti. Cada vez que te acostabas con alguien en los baños de un bar, cada vez que acompañabas a alguien a casa o cuando usabas los coches para algo que no era conducir era como si cogieses mi alma con unas pinzas candentes y la tiraras a la basura.

 

Su mirada se vio tan viciada, tan triste y dolida que acabé con un nudo en la garganta. Me picaban los ojos y solo tenía ganas de abrazar al demonio y fundirme entre sus brazos.

 

>> Por si eso no fuera poco – clavó su mirada directamente en la mía y temblé – eres el nieto del arcángel Uriel y ¿Cómo podía yo, un demonio, un asesino sin escrúpulos, convencer a un ser de aura angelical como tú a venir conmigo?

 

De esa manera todo cobró sentido. Desde que era muy pequeño siempre había notado como alguien cuidaba de mí. Mi abuela solía decirme que eran los ángeles y yo la creía…  además lo único que había llegado a conocer de mi abuelo era que él vivía muy lejos pero que siempre cuidaba de mí aunque no pudiera verlo. Siempre había pensado que mi madre y mi abuela eran dos personas obsesas con el tema angelical y más en concreto con el arcángel Uriel. Ahora la situación había dado un giro de trescientos sesenta grados.

 

— ¿Cómo puedo saber que todo lo que me cuentas es verdad?

 

— No puedes – sus palabras sonaron seguras, su mirada era sincera.

 

— ¿Cómo pretendes entonces que te crea? – fruncí el ceño. Estaba agobiado.

 

— ¿Confías en mí?

 

— No – Sí.

 

Una sonrisa de conocimiento asomó a sus labios y sus ojos brillaron, no sé si por la diversión, por el conocimiento o cualquier otra cosa.

 

— ¿No sientes la atracción, Uriel? – dio un paso y me tensé rápidamente – ¿No sientes las mismas ganas que yo de agarrarte y no soltarte nunca? ¿De apresarte debajo de mí y hacerte gritar tan fuerte que te quedes sin voz y hacer que olvides tu propio nombre?

 

Sí. Sí que lo siento. Todo. Pero no te lo voy a decir.

 

Azrael apareció delante de mí con tal velocidad que solo logré distinguir una mancha y no me dio tiempo a reaccionar cuando su mano se posó sobre mi mejilla y, con una suavidad sorprendente, me hizo mirarlo a los ojos.

 

>> ¿Te asusto? – Negué con la cabeza.

 

Era verdad. No estaba asustado. Nervioso, perdido, desconcertado, caliente… pero no asustado.

 

— ¿Puedo… tocarte los cuernos? – las palabras salieron como un susurro.

 

Azrael me miró con ojos curiosos, ladeó la cabeza y entonces asintió. Alargué el brazo y rocé con la yema de mis dedos la superficie rugosa, dura y fría. Realmente eran cuernos.

 

Estando así aprecié que sus orejas eran puntiagudas, la derecha llevaba una cadenita y la izquierda estaba plagada de pendientes desde la punta hasta el lóbulo. Sin darme cuenta de lo que estaba haciendo separé la mano del cuerno y acaricié la puntiaguda oreja izquierda.

 

Un jadeo abandonó sus labios. Un gemido a juego los míos.

Notas finales:

¡Ahí queda!


Esperad pacientemente por la segunda parte, por favor <3


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