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Aquello que me diste por Caramelo D

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Aquello que me diste

La misma mesa, el mismo lugar junto a la ventana y la misma taza de café, pero él no está ahí.

 

-¿otra vez estás aquí?

-no quiero estar en ningún otro lugar.

 

Aquel lugar no siempre fue tan sombrío y desprovisto de vida; el tiempo se había encargado de convertirlo en un desierto cubierto de sombras. Lejos quedaban los buenos momentos y la calidez de su cuerpo.

Tras  recordar  su corazón se agito en su pecho; no podía y no quería dejarlo ir. Creía que al hacerlo admitiría que lo había perdido para siempre y que sus caminos jamás volverían a cruzarse.

Después de tanto tiempo  se encontraba rodeado por paredes que día a día se asemejaban a una prisión de la cual se negaba a salir; se sentía abatido, desolado y atado a un pasado que ya nunca más proyectaría un futuro junto a él. Permanecer de esa manera le resultaba cómodo, así, no tendría que lidiar con la realidad.

Había momentos en los que no podía evadir los hechos, momentos en los cuales la verdad se asomaba cruda y fría ante sus ojos, momentos en los que su cuerpo, su mente y su corazón le gritaban que debía continuar; pero tan rápido como se convencía de ello volvía a caer en la más absurda y desesperante amargura y se adentraba aún más en ese mundo que lo rodeaba de fútiles recuerdos.

 La misma mesa, el mismo lugar junto a la ventana y la misma taza de café, pero él no está ahí.

Dejo escapar un suspiro, profundo y pesado. Tomo la taza de café, aspiro su aroma y la llevo a sus labios.

 

-… es el mismo sabor, no ha cambiado, igual que él.

-todo ha cambiado y tú también debes hacerlo

 

Aquel lugar está detenido en el tiempo: la disposición de las mesas, las tazas, el  aroma y el sabor del café. Todo se encuentra  tal y como era en aquel entonces. Todo,  incluso él… Sí, él.

Él seguía detenido en ese tiempo, en lejanos y perdidos recuerdos.

Él no regresaría. Nunca más escucharía su ruidosa risa, y tampoco volvería a ver aquella mirada apasionada y determinada que lo saco de su propia oscuridad. La misma oscuridad que lo detiene ahora.

-él no está, deja de soñar.                           

-estoy aquí, estoy contigo… siempre estoy contigo, pero debes dejarme ir.

Sí, él ya no estaba. Su partida fue repentina e inesperada. Debía aceptar los hechos y continuar con su vida, pero de forma constante se niega a hacerlo. Lo quería de vuelta en su vida, no era mucho lo que pedía.

 

-tan solo una vez, quería decirte tantas cosas… y ahora, ¿ahora dónde estás?

- mírame, estoy aquí… siempre escuchando.

 

Tan solo una vez pudo decirle cuanto lo amaba y lo quería… sí, tan solo una vez… cuando se murió (1). Ahora solo el silencio y la oscuridad eran testigos de  palabras dichas a un fantasma, a un recuerdo, a un sueño perdido y detenido en el tiempo.

 

-siento que te estoy olvidando, ya no puedo recordar como eras.

 -eso ya no importa, sé que siempre tendré un lugar en tu corazón pero… tienes que dejarme ir.

 

No poder recordar lo aterraba. Prometió  jamás olvidarlo, sin embargo el tiempo hacia un buen trabajo, poco a poco iba diluyendo su recuerdo. 

 

-una vez más… por favor, déjame verte una vez más. Hay muchas cosas que no pude decir.

-estoy aquí, siempre estoy aquí… siempre escuchando… mírame.

 

Levanto su vista al percibir un murmullo, una voz llamando a su nombre… se sorprendió al  verlo, era  tan claro, nítido e irreal; pero ahí estaba, sentado frente a él y mirando directo a sus ojos.  Sonriendo, siempre sonriendo… tal vez al fin se había vuelvo completamente loco, aunque aquello ya no importaba.

Era él, era su recuerdo.

Tan apasionado y cálido.

Estiro su mano para tocarlo, pero se detuvo a medio camino. Tenía miedo, sabía que no era real. Y sin embargo su instinto lo empujaba a alcanzarlo y envolverlo entre sus brazos antes de que todo rastro de él se esfumara para siempre.

 

-No… no eres real, pero estás aquí conmigo.

-Soy real. Estoy aquí contigo, no me fui a ninguna parte… pero, debes dejarme ir.

 

Sí, estaba ahí. Podía verlo. Podía sentirlo. Lucia igual como en aquel entonces, como era ahora. Quería decirle tantas cosas y no sabía por dónde empezar.

Tanto tiempo… tanto tiempo lamentando su partida, tanto tiempo ensayando palabras en la oscuridad para decirle y sin embargo ahora, ahora que al fin podía hacerlo las palabras se detenían en su boca, se negaban a salir. Una a una  cayeron sus lágrimas.

-ya no llores, perdón por irme antes, lo siento, realmente lo siento, pero las cosas resultaron de esta manera senpai- sonrió. No pudo ser.

Pero sabes, tienes que dejarme ir y continuar. Tú puedes hacerlo. Después de todo eres Chris-sempai.

Asió sus manos;  luego lo cubrió con sus brazos para consolarlo. Las palabras nunca fueron su fuerte y en ese momento no sabía qué hacer salvo abrazarlo. Se aparto lentamente y murmuro algo en su oído.

 

-Te quiero. Gracias. Adiós.

 

Vio su imagen desvanecer poco a poco, de forma lenta, perdiendo el color. Intento detenerlo, pero ya era tarde.

-Espera, yo también… yo también… yo… lo prometo.

El suelo comenzó a partirse sobre sus pies y fue cayendo lentamente a  la oscuridad. Todo aquel lugar se desmorono.

Despertó. Estaba en su habitación, en su cama y rodeado de sombras.

Solo.

 Sus lágrimas cubrían su rostro, no podía contenerlas.

Lo extrañaba, lo necesitaba y quería estar a su lado. Pero lo sabía, lo sabía demasiado bien. Él no volvería y no había nada que pudiera hacer para traerlo de vuelta. Solo le quedaba esperar, esperar que su ausencia y el dolor en su pecho algún día dolieran menos. Sería una espera larga, triste, amarga e irreal.

Aún no había amanecido, pero de todas maneras se levanto de la cama y seco sus lágrimas. Esbozo una sonrisa algo triste y cansada. Era temprano pero ya no quería estar encerrado. Necesitaba tomar aire fresco.

 

 -Cuatro años desde aquello.  Gracias, yo también te quiero.

 

No tenía esperanza de que él lo escuchara. Él ya se había ido para siempre.                                                                                                      

                                                                       ****

Cada año y en la misma fecha iba al mismo lugar, esperando… siempre esperando su regreso, pero esta vez sería diferente, esta vez se resignaría. Sabía que era inútil y que de nada servía porque él ya no estaba. Siempre lo supo. Lo sabía bien, demasiado bien.

Takigawa Chris Yuu hizo una promesa y debía cumplirla. Debía continuar con su vida.

 El mismo bar, la misma mesa junto a la ventana y la misma taza de café, pero él no estaba ahí.

 

Fin.

Notas finales:

Gracias por leer, y espero le haya gustado a alguien. Todas las críticas son bien reibidas.


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