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As I write this letter. por LawlietTasardur

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Notas del fanfic:

Éste fic es parte del "Mes AoKi: Segunda Edición" organizado por el grupo AoKiLovers~. La canción The Scientist pertenece a Coldplay.

Cabe decir que, dentro de los limites establecidos por las leyes de la física, mi aleatorio de nuevo estaba alineado con el universo cuando escribí esto. 

Curiosamente, fuera de ponerme algo gentil como música clásica, me hizo tratar de cortarme las venas con una pestaña.

Después de escuchar The scientist, que era la canción que me había tocado, escuché Untoched de The Veronicas y después Miracles de Colplay (ésta en específico fue especialmente dolorosa), y así toda la tarde, pasando por Yelow, Paradise Fix You.

Puedo afirmar que terminé destrozada, y cada una de estas canciones se muestra en una pequeña parte de el fic... 

Dviertanse encontrándolas, y nos veremos en el siguiente fic.

"Sometimes the stars decide
to reflect in puddles in the dirt.
When I look in your eyes
I forget all about what hurts...

Oh, now I'm floating so high
I blossom and die.
Send your storm and your lightning
to strike me between the eyes
and cry.

Believe in miracles"
(Miracles, Colplay).

 

oOoOo

 

Iniciaba de Nuevo el terrible invierno. Las copas de los árboles, ya sin hoja alguna en sus ramas, parecían tratar de no sucumbir ante el cruel viento que las azotaba.

En un apartado rincón de la ciudad, el frío recorría cada recoveco de bosque que había cerca del internado para varones en un arcaico edificio donde, en una de las habitaciones más altas, se encontraba un joven mirando por la ventana la blancura del paisaje invernal.

—Estúpido invierno y estúpido frío —fueron al final las finas palabras que interrumpieron la calma que reinaba alrededor.

—Basta, Aominecchi… no creo que sea tan malo el invierno… a mí me gusta —contestó con calma una voz del otro lado de la habitación, proveniente de un rubio de ojos dorados. Distraído, recostado sobre su cama, leía un libro de teatro renacentista. El moreno volteó la cabeza hacia él con odio en sus azules ojos, observando con detenimiento el movimiento de la mano del rubio al cambiar la página. Vaya que ese chico le fastidiaba.

—Dices eso sólo porque a ti te gusta todo, idiota —contestó con firmeza. El rubio solo rio.

—Es mejor eso a maldecir cualquier cosa, ¿no lo crees, Aominecchi? —dijo, mirando directamente los ojos del moreno quien desvió la mirada a los pocos segundos—. A parte… mi obra es el fin de semana, creo que también deberías estar emocionado por eso… apoyarme, quiero decir… eres mi mejor amigo. —Y con esa simple afirmación, las defensas del más alto se hicieron polvo.

—Sí que eres idiota —dijo simplemente, siguiendo con su minucioso estudio del paisaje fuera de la ventana, con el latir de su corazón contra su pecho mientras sentía la insistente mirada del rubio desviarse de nuevo a su libro con una enorme sonrisa de oreja a oreja.

 

 

Quizá antes de ese día hubo días más fríos, pero él no recordaba ninguno. El viento soplaba con especial ímpetu y brío y era imposible caminar en los enormes patios de la escuela. Todos los exámenes se pospusieron y las clases al aire libre se suspendieron por la nevada y la ventisca.

Quizá a parte del día más frío de su vida sería también el más aburrido.

Aunque el recuerdo de la noche del sábado anterior seguía en su mente como si lo viviera una y otra vez, con la misma fuerza, la misma piel de gallina, el mismo sentimiento de adrenalina y emoción corriendo por sus venas.

Y es que… ¿quién iba siquiera a imaginar que él, Aomine Daiki, iba a resultar ser un fan de Kise Ryota?

Esa noche de sábado fue el estreno de su obra, “El enfermo imaginario”. Vaya que lo había hecho reír, el humor simple sumado a la belleza descomunal de los pechos de las actrices paseándose con escotes impresionantes sobre todo el escenario habían logrado captar su atención por completo desde el inicio de la obra… eso y la excelente actuación de Kise…

Nunca lo había visto tan entregado, tan apasionado y tan feliz en tan poco tiempo. Su rostro, tan hermoso que no parecía de un chico, había dado la masculinidad perfecta para interpretar su papel, su usual actitud juguetona e infantil cambiaron por completo en unos cuantos minutos y al finalizar la obra había en sus ojos un brillo que él jamás se habría imaginado que tendrían…

Tampoco se hubiera imaginado tratar de pasar para felicitarlo entre la multitud que vitoreaba y gritaba hurras hacia él. El rubio parecía estar completamente extasiado entre todas esas felicitaciones pero en sus ojos faltaba un poco de ese brillo que habían mostrado al finalizar la obra. Quizá era parte de la imaginación de Daiki, un intento de apartar esos extraños pensamientos sobre su compañero de cuarto, pero, al observar con más detenimiento, Aomine se dio cuenta del por qué esa ilusoria falta de brillo. Su padre del rubio estaba subiéndolo a la fuerza a su auto para llevárselo a casa.

Lo último que recuerda haber visto del rubio fueron sus ojos inundados en lágrimas dirigidos solo a él. Lágrimas que en su momento interpretó como euforia después del gran éxito que representó su primer trabajo profesional.

Regresó con impotencia al colegio, a recluirse en su habitación y no salir hasta que alguna de sus necesidades básicas hiciera acto de presencia y solicitara con autoridad ser satisfecha o hasta que el escandaloso rubio llegara al día siguiente gritando lo feliz que estaba de haber participado en un clásico de teatro y hablara de él como hablaba de todos los poetas clásicos, renacentistas, románticos, trágicos, dramaturgos y toda la gama de escritores habidos y por haber que él solo se dedicaba a escuchar con atención de la boca del rubio y luego desechaba de su mente cual papeles viejos.

Pero vaya sorpresa, el rubio no apareció a la mañana siguiente, ni a la siguiente, ni una semana después, y el moreno no quería admitirlo pero estaba comenzando a preocuparse.

Y fue ese día, el día más frío de toda su vida, cuando supo la razón de la ausencia de Kise.

Como una respuesta a lo inimaginable, llegó una carta a los directivos, de parte de los padres de Kise, explicando la ausencia permanente de su hijo.

—… Y es por eso que ya no va a volver —leyó el director frente a toda la clase. Aomine estaba furioso. Furioso con el director, con los padres de Kise, con los profesores y con él mismo.

¿Qué rayos pasaba con el mundo?

La carta rezaba que, por “actitudes indebidas” realizadas por su hijo el pasado sábado, habían decidido hacerlo ingresar a una escuela especializada en ciencias y que sería imposible que regresara a estudiar a ese instituto.

Actitudes indebidas. Aomine sabía que se referían a la obra. Sabía que los padres de Kise querían hacer de él un físico o un químico… no un artista.

Aomine también sabía que Kise solo tenía un sueño: actuar.

Al terminar las clases salió al patio en dirección a su habitación, el frío cortaba sus mejillas y sus labios y la nieve le impedía ver bien del todo, pero no le importaba. Solo tenía una cosa en mente.

Al llegar a su habitación tenía planeado que hacer, quería escribirle a Kise, una carta, quería saber de él, quería saber qué había pasado y si se rendiría tan fácilmente, pero antes de poder escribir, se quedó dormido.

 

 

El sol entraba con suavidad por la ventana de su habitación, él, acostado en el suelo, con su traje negro perfectamente planchado, se mantenía con la vista al techo, sintiendo las gentiles lágrimas caer desde las comisuras de sus ojos hasta perderse en sus sienes.

El techo blanco le daba paz, una paz amorosa, reservada, y el frío del suelo lo mantenía en la realidad.

Si hubiera tenido ganas de mirar por la ventana se habría dado cuenta de que la primavera estaba iniciando, ya estaban las primeras pruebas de que, si se es lo suficientemente fuerte, se puede sobrepasar un invierno y seguir adelante.

Pero no tenía ganas de mirar por la ventana, ya no… Ya no quería mirar tampoco la cama contigua a la suya porque, de hacerlo, su pecho se llenaba de escozor y le daban nauseas por la increíble impotencia que sentía.

Ya no quería moverse de ahí, del frío suelo de su solitaria habitación que era antes llenada por un sol con sonrisa de modelo y ojos dorados como las hojas del otoño.

Las lágrimas seguían saliendo pero de su garganta no salía sonido alguno, no porque no quisiera, sino porque ya no quedaba sonido humanamente pronunciable que Aomine no hubiese hecho ya. Gritos, maldiciones, sollozos, llanto desbordado y casi animal había desatado aquella mañana, aun en invierno, cuando le dijeron que Kise no pudo sobrepasarlo…

Vaya que dolía, regresar en el tiempo dentro de su mente y ver lo mucho que lo extrañaba y lo poco que valoró lo que hizo por él alguna vez… Desde seguirlo el primer día de clases hasta alentarlo para escribir un poema —que solo a Kise le había gustado—, hacer todo un plan para hacer que leyera ese poema en clase, el interés desbordado y la pasión desmedida que tenía por el arte, la cultura, el teatro y la literatura que, alguna vez, hizo que él mismo dudara de que quería hacer con su vida.

Dolía, dolía ver lo mucho que había amado a Kise Ryota… pero dolía más no poder decírselo nunca más. Por su maldito orgullo, por su estúpida manía de provocar caos a su alrededor… y, sobre todo, por ser una desgraciada reina del drama.

Las cartas entre los dos comenzaron ese frío día de invierno. Aomine inició con preguntas. Las respuestas llegaron al día siguiente. Era lo que esperaba, sus padres no querían que su único hijo fuera actor, sin importar lo mucho que lo amara, sin importar lo mucho que deseara dedicarse a eso, a sus padres solo les importaba planear su vida.

—Malditos infelices desgraciados —había dicho Daiki, pero en la carta de Kise solo se podía leer «… ellos quieren lo mejor para mí, Aominecchi. No los culpo. Ellos me aman y yo los amo a ellos, así que estaré bien, lo prometo.»

Aomine también había mencionado un par de palabras altisonantes describiendo la actitud de Kise, desde afirmar con certeza que era un idiota hasta dudar de sus facultades mentales del rubio.

Las siguientes cartas fueron más informales aún. Hablaban del clima, lo mucho que Kise extrañaba la escuela y a Aomine. El rubio nunca dudó, en ninguna de sus cartas, en firmar con un “Siempre tuyo, Kise Ryota”, detalle que le pareció en extremo empalagoso al moreno, pero había hecho vibrar algo dentro de él, algo que ni siquiera sabía que tenía.

La última carta que Aomine recibió de Kise fue confusa, lúgubre, desgarradora. Por un momento Daiki creyó que se estaba despidiendo...  

La carta llegó por la noche, cuando ya la mayoría dormía. Daiki no pudo esperar a la mañana siguiente, a pesar de que la carta rezaba fielmente el último deseo de Kise: “Léela después de la gran noticia”.

Daiki no supo interpretar las palabras de Kise. De principio a fin, relataba con detalle cada una de las aventuras que vivieron juntos. Desde saltarse clases, burlarse de los profesores, fumar por primera vez, ver una revista porno —que Aomine aún conservaba—, compartir poemas, tomar su primera cerveza… todo con un aire nostálgico.

Aomine no contuvo las lágrimas al leer el último párrafo. No pudo evitar contener un grito de terror y un sollozo que desgarró su garganta e hizo despertar a toda la escuela.

“[...] por eso, Aominecchi, te agradezco que hayas estado conmigo durante esta, la etapa más bonita de mi vida, y que no me dejaras rendirme, y que estuvieras a mi lado durante todo este tiempo. En serio lo aprecio, por eso puedo afirmar que… me voy con una sonrisa, recordándote a cada momento, a cada minuto, a cada segundo antes de este destino fatal que yo mismo me he impuesto. Espero no me odies por no despedirme de ti apropiadamente… pero ahora lo sabes, sabes que te amo, que siempre lo hice y que ahora, esté donde esté, seguiré amándote hasta que nos volvamos a encontrar…

Para el momento en que leas esto, yo ya me habré ido a  un lugar a donde no puedes seguirme, te pido que no lo hagas, no quiero que nos encontremos tan pronto. Tú debes seguir, vivir por los dos, amar por los dos, ser uno… por los dos… te lo pido, Aominecchi… hazlo por mí…

Siempre tuyo, Kise Ryota”

La carta reposaba sobre la cama, ahora vacía, de Kise, mientras él descargaba todas las lágrimas que no lloró en el pasado y que lloraría en el futuro.

—Sí que eres idiota, Kise… —susurró, con la voz rota, con el alma en la garganta y el corazón en esa carta que reposaba en la solitaria cama—. ¿Cómo te atreves… a irte a un lugar donde no puedo seguirte… si tú lo prometiste? —susurró con el enorme nudo en su garganta creciendo cada vez más —. Prometiste… que siempre estaríamos juntos… —terminó, con un sollozo que lo obligó a hacerse un ovillo en el suelo.

Ya de nada servía para él tratar de contener las lágrimas.

Una hora pasó, y luego dos, y tres, y más hasta que los sollozos cesaron y las lágrimas se negaron a seguir cayendo.

En el momento en el que él, con un suspiro que dejó salir gran parte del dolor que sentía, se levantaba del suelo, sonó la puerta.

—Aomine-kun… ya va a empezar —dijo una voz suave y casi imperceptible del otro lado de la puerta, sacando al moreno de cualquier cavilación mental. Miró la perta por unos segundos antes de reaccionar y con una profunda inhalación y tragándose el nudo en su garganta con una fuerza descomunal, abrió. El pequeño peliceleste lo observaba con detenimiento, esperando ver alguna reacción violenta por parte de su amigo, pero ésta nunca llegó.

—Deja de verme como si fuera un anciano a punto de morir. Es frustrante, Tetsu —dijo con su gruesa voz más ronca por el llanto. El más pequeño solo asintió y lo siguió por los pasillos de la escuela hasta el gran salón, donde se llevaría a cabo el funeral de Kise Ryota.

 

 

El silencio que reinaba en ese lugar era sepulcral. Ni una respiración, ni un susurro, ni un llanto se podía escuchar después del discurso fúnebre que recitó el moreno a modo de carta. Los profesores de ambos lo miraban con tristeza, comprensión y lástima. Sus padres tenían en sus ojos un brillo de dolorosa ternura desbordada por el azul eléctrico llenando los llorosos ojos de su madre. Los padres de Kise seguían atónitos después de sus palabras, justo antes de que todos estallaran en aplausos y llanto.

Pero a Daiki poco le importaban los aplausos, el llanto, la ternura en los ojos de sus padres, la sorpresa en los ojos de sus profesores… él solo se centraba en los ojos ámbar de los padres de Kise a quienes observaba con furia y con resentimiento. Bajó del estrado, con la pulcra carta escrita a máquina con su firma con tinta china, la metió en un sobre y la dejó entre las blancas manos de Kise, a la altura de su corazón y se permitió, por un segundo, besar los fríos e inexpresivos labios del rubio.

Salió del salón sin ruido alguno y se dirigió a su habitación… para ya nunca volver a salir…

 

 

“Ryota…

Que atrevimiento el mío el llamarte por tu nombre, pero… ¿qué puedo ya hacer si es lo único que me queda de ti?

Mi deseo, el más grande deseo que tengo en este momento, es que todo esto sea solo una de las muchas pesadillas que suelo tener.

No quiero imaginar que ya no voy a ver tus brillantes ojos cada mañana, ni sentir tus fuertes brazos asfixiarme cada que me das un efusivo abrazo. Ya no voy a escuchar tu voz hablando con entrega y pasión sobre tus escritores favoritos o ensayando alguna obra que deseabas presentar.

En este momento, mientras escribo esta carta, solo tengo el deseo de acercarme a ti y decirte que lo siento. Que lamento todo lo que hice que pudo haberte lastimado.

Solo quiero… que me perdones, y que volvamos al inicio, a ese día en que yo, por alguna razón del destino, lancé mal un balón de básquet y golpeó tu cabeza. Quiero volver a ese día en que tus ojos me miraron con admiración y por fin supe lo que se sentía ser amado hasta los huesos… por alguien que no fueran mis padres…

Lamento haberte llamado idiota cuando me dijiste que te gustaba el invierno, lamento no haberte dicho lo mucho que me gustaba escucharte leer poesía.

Lamento no haberte valorado cuando aún te tenía, lamento no haberte respondido aquella carta donde me decías que me amabas… Ryota… yo también te amo, y no creo dejar de hacerlo nunca.

Creo que… solo tenía miedo de decirlo porque nadie nunca te dice que sea algo fácil, solo te cuentan lo hermoso que es amar a alguien… así que… nadie me advirtió tampoco que amar… de esta manera… fuera tan difícil, y que una separación, y más una separación como esta, puede significar la muerte para quien queda vivo…

Quizá lo único que hice fue evitar darme cuenta de que te amaba, todos cometemos ese error siempre, aunque quizá nunca esperamos que pase esto.

Lamento no haberte podido salvar aunque tuve la oportunidad. Lamento no haber luchado a tu lado contra aquellos dos seres grises y desdibujados a los que tú tanto amabas y respetabas, que seguramente me están viendo en este momento y saben que la culpa de que decidieras tomar una ruta casi inexplorada para ser libre es, mayormente, de ellos.

Lamento no poder seguirte, Ryota…

No sabes lo feliz que estaba cuando, en esa carta, afirmabas amarme desde hace mucho tiempo. Estaba tan feliz como asustado. Me imaginé mil y un escenarios y ninguno me gustó menos que el otro… ¿sabes por qué?

Era porque estabas tú… en cada una de ellos.

Y, pensando en esto, también me di cuenta de que tan importante fuiste en mi vida… al grado de que si volviéramos a nacer yo estaría dispuesto a pasar todo lo que he pasado, cada alegría, cada tristeza, cada logro y cada golpe, con tal de conocerte y de recibir una de esas hermosas y transparentes miradas tuyas acompañadas de una sonrisa cómplice o traviesa…

Y te prometo, amor mío, que aunque no pueda seguirte en este momento, te buscaré el tiempo que sea necesario, las vidas que sean necesarias, para poder decirte todo lo que pensé mientras escribía esta carta…

Siempre tuyo, Aomine Daiki”.

 

 

Fin.

Notas finales:

¿Puede alguien entender el gusto que tenemos los escritores trágicos por el invierno y el romanticismo?

Yo no... pero es un factor hermoso para que duela más adentro la historia.

No planeaba retrasarme tanto, decir excusas sería innutil pues ni yo ni ustedes las entenderíamos así que solo diré...

Vaya Odisea en la que me metí.

Y si les suena a Neil de "La sociedad de los poetas muertos"... creo que él fue una inspiración muuuuy fuerte para esta historia.

Espero no hayan llorado tanto como una servidora y les haya gustado la historia.

Las veo en la próxima.

 


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