No te puedes olvidar de aquello que es tuyo y te pertenece, no lo dejas ir; aún si sabes que ese será el amyor de tus egoismos.
Judal no necesita que alguien se lo diga, sabe perfectamente lo que sucede y porque las cosas ahora han cambiado. Él es culpable, después de todo.
La segunda vez que el magi oscuro se atrevió a colocar sus labios sobre los del cuarto príncipe, Hakuryuu le dedicó una mirada llena de frustración, molestia y odio. Uno no debía de ser un genio para poder saber que el hijo más menor del difunto Hakutoku aborrecía al oráculo del Imperio Kou.
Esa tarde de otoño Judal había corrido mientras escapaba del furioso muchacho. Podía volar, pero se entretenía más estando en el suelo, dándole las esperanzas al joven príncipe de que podría atraparle.
El juego no duro demasiado, sin haberle alcanzado, Hakuryuu recupero la compostura, recordándose que no podía seguir perdiendo el tiempo con Judal, necesitaba volverse más fuerte.
Cuando Hakuryuu viajo a Sindria y capturo un calabozo sin su ayuda; las emociones del magi se debatieron entre el orgullo y el rechazo.
Pero ninguna emoción hasta ese día se comparó a la que el magi experimento cuando el muchacho fue a solicitarle su ayuda.
Un destino corrompido, maldito, el ruck oscuro volando con agitación entre los dos. Al fin su propio candidato a rey había despertado.
Culpen a la emoción, a esos impulsos que te llegan y atropellan al saberse uno poseedor de algo propio; pues fue ello lo que llevo al pelinegro a abrirse abruptamente un camino entre los labios del príncipe e introducir su lengua en la cavidad bucal, dándole un tercer beso desesperado, uno que había esperado durante demasiado tiempo.
- Incluso ahora, hay veces que no entenderé tus acciones, Judal -le dijo, luego del beso
Judal no necesito que las entendiese, los encuentros siguieron dándose. Besos cortos, besos largos, besos correspondidos y algunas veces inesperados encuentros en la cama.
Una madrugada, el magi caído se atrevió a mirarle mientras dormitaba. Hakuryuu lucía tranquilo, con el cabello no tan desordenado como el suyo.
"Te gusta" se dijo.
Entrecerró los parpados, recordando el primer beso.
No le habían presentado como futuro Oráculo en ese entonces, siendo solo un niño, había encontrado a un niño menor que él durmiendo bajo la sombra de un árbol.
Fue un acto inocente, demasiado suave, pero Judal emprendió la huida luego de que sus labios rozaran los del pequeño desconocido. El niño era demasiado lindo.
"Siempre te gusto"
Se apego al cuerpo del príncipe, buscando calor, suspiro, entrelazando sus dedos con los de la mano ajena. Se sentía tan bien tenerlo cerca.
"Desde un principio estaba siempre estuvo destinado a pertenecerte"
Inclusive alguien como él podía caer en ese mundo tan tétrico en el que se caía una vez tu corazón empieza a dejar de pertenecerte y tu propia vida ya está dependiendo de otra persona.
¿Existía acaso, una regla que impidiese que el oráculo pudiese caer en el amor?