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To love or Be loved por Gengibre

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Era normal en una relación de hermanos que ambos se digan "te odio".

Eran una expresión vacía, sin ningún alpiste de volverse realidad y prometidos al viento que rápidamente se olvidan, era una situación que cualquier relación fraternal podría vivir inconscientemente, entonces, muchas cosas podían llevar a esta simple frase aún con las más cotidianas rutinas.

Jugar un juego y hacer trampa, o que al menos así le parezca a uno; tomar un juguete que le pertenece al hermano y no devolverlo; acusarlo con papá - o mamá - por alguna travesura; o calumniarlo y hacer que lo castiguen injustamente, ya fuese por venganza o simple diversión.

Pero para Sans esto era más que eso, porque primeramente estaba el factor más importante; Papyrus nunca le había dicho "te odio" o alguna frase cercana a ese sentimiento de repulsión, a excepción de aquel día, en ningún momento. Estaba de más decir que incluso esos días donde Sans llegaba a tratar con cierto recelo algunas cosas sin darle importancia al menor, Papyrus igual le sonreía y entendía que estaba ocupado. Y, estaba el hecho de que si ese era el primero de muchos "te odio" futuros, la sórdida atención glaciar que le imponía su hermano era tan menguante como sus escasas sonrisas. Es decir, su hermano se había infundado tanto en una independencia de él que ya ni siquiera le dirigía la palabra para cualquier mínima acción.

Sans casi podía jurar que esas sonrisas eran imaginaciones suyas, recuerdos nubosos de las que solía tener Papyrus con él, porque desviara los puntos rojos dentro de sus cuencas donde fuese que su hermano reposaba o estaba, Paps no mostraba ningún tipo de emoción: tan solo esa firme línea marcando la unión entre sus dientes cerrados, las cuencas de los ojos sin ningún arco señalando enojo o aburrimiento; constante y ansiosa indiferencia que lo desquiciaba del todo.

Pero lo dejaba pasar. Él tampoco uso el término feliz o alegre cuando adoptó conciencia de las cosas que solía hacerle Gáster, el escozor de cada revisión trastabillando con sus emociones para obligarle a llevar una relación profesional le obligaron a permanecer junto a él por sobre todas las situaciones que sobrellevaron. Cuando uno se acostumbra, las demás emociones se dejan de lado, tarde o temprano a Papyrus se le pasaría esa mini rabieta y entendería que las cosas ocurren por una razón.

Sans también estaba enojado con él, pero no por eso dejaría de hablarle sólo por comportarse como un niño malcriado que tuvo un pequeño error y no quiere aceptarlo.

Toda la culpa es de Papyrus.

- Hey, Paps... ¿Qué te gustaría desayunar? - Preguntó Sans con su tono despreocupado. Al entrar a la cocina lo primero que notó fue como el niño ya estaba sentado en una silla del comedor. Tenía los brazos cruzados sobre la mesa y mantenía el cráneo reposando sobre sus brazos cubiertos por el suéter recien lavado, Sans agitó el cereal de los MTT'os enfrente de Papyrus, sabiendo de sobra cuánto le encantaba ese cereal a su hermano.

Recordó cuando Papyrus le señaló la caja más brillante de la repisa con entusiasmo, la primera vez que lo vieron en el supermercado destacó entre todas por estar en lo más alto y un rayo del reflector dándole la luz por completo, el precio era excesivamente alto y Sans no contaba con el dinero suficiente para comprarlo.

No era que fuesen de bajos recursos o algo así, era uno de los mejores científicos reales de todo el reino, por el maldito rey, y podía costearse una mansión, si así le daba la gana, además de los depósitos mensuales que le dejaba Gáster para la manutención al ser ambos menores de edad, pero prefería guardar el dinero y utilizarlo para lo que fuese necesario, por ello lo guardaba todo en una pequeña caja fuerte que tenía en una habitación secreta de la casa.

Pero la cuestión se basó en que ese día solo había sacado la cantidad para comprar la despensa y un encargo seleccionado por Gáster, ¡no un cereal, que costaba lo mismo que uno de esos malditos filetes con forma rectangular!
Ni siquiera el mal pagado empleado con orejas caídas tenía comentarios al respecto de los dos productos. Los veía con repulsión, fácilmente era palpable cierta envidia reflejada en esos rojos ojos adormilados.

" - ¿Realmente quieres el cereal, no? -" Paps asintió enérgico, casi saltando sobre su lugar con la caja entre las manos y una ensanchada sonrisa sosteniéndose de sus pómulos. " -, de acuerdo, mételo al carrito."

Paps asintió, y mientras no lo veía, del carrito sacó unas medianas cajas de cartón con un extraño logotipo en la cara trasera, el contenido de aquellas tres cajas era tan importante que el mismísimo Gáster le había pedido específicamente que las llevara a la próxima prueba de la máquina. Aseguró que eran necesarias, que por ellas en esa ocasión no le pediría la renta para mantener a Paps feliz y se dedicarían únicamente a trabajar. Tragó una gruesa formación de nerviosismo dentro de su tráquea, disfrazando todo ese pavor que creció en su interior junto a los lastimosos ritmos en su alma por una sonrisa cómplice y amable con Paps.

Sintió el cambio brusco en su alma cuando lo hizo. El reflejo despreocupado y animado que obtuvo fue una auténtica felicidad, una recompensa incomparable que tiñó de un leve rojo sus pómulos forzados. Lo relajó unos minutos y pensó que sería por el estrés que le diagnosticaba su futuro. Era como si su hermano fuese una medicina para el peor de los males, la apertura en su dentadura que le dejó como advertencia su padre por la falta del recurso valió cada mísero embiste si rememoraba que, al volver a casa, un pequeño ángel lo estaría esperando en el sofá de la sala.

Se sentía un poco mejor después de ello, a pesar de que Gáster realmente se enojó con él como nunca.

Pero ahora, ya ni siquiera tenía eso.

La contestación se basó en un simple meneo negativo de cráneo. Papyrus negó rotundamente, sin levantar la vista de entre ese cálido hogar que le ofrecían sus brazos en el suéter, y continuó dormitando con tranquilidad en el nido de su propia comodidad. Es un avance, pensó Sans mientras volvía a depositar la caja en su estantería. Se aseguró de que aún era lo suficientemente temprano como para ir a trabajar, la hoja del calendario dividido en época de invierno - una época que, de todas formas, forma un eterno ciclo en su vida - estaba junto al reloj hecho de pequeños huesos de un pájaro, había sido un sujeto de pruebas en el laboratorio, algo que probaron acerca de exponer cuerpos sólidos a fuentes calientes para asegurarse de que aparatos como el Core no eran peligrosos o dañinos ante los monstruos - las observaciones del experimento eran infundadas -, y la hora marcada se leía como más allá del alba, pero el calendario bajaba su guardia marcando el día como el primero del fin de semana.

Le encantaba ese día; no tenía nada que hacer, la casa usualmente estaba limpia porque Papyrus se la pasaba limpiando y lavando en su tiempo libre. Al menos entre semana, afortunadamente la primera vez, y espera que la última, que discutieron fue un después de que Paps haya limpiado toda la casa, lo más probable es que la próxima vez que se ensucie tenga que ser él el que tome la escoba y la pala quita nieve.

No han pasado ni cinco minutos de su intento de acercamiento, que vuelve a sentarse enfrente de su hermano, con un plato lleno de huevos revueltos y salchichas cortadas en trozos. Desliza de entre sus ágiles dedos huesudos una botella que con anterioridad estuvo en el refrigerador, la fría mostaza es una de las pocas cosas que le fascinan en su esplendor, no como el ketchup, esa porqueriza sabe horrible, prefería algo más picante y condimentado que una sustancia roja atiborrada de vinagre.

Era el color. En el fondo lo sabía, pensar en la ilusión de mancharse la boca con esa sustancia, cómo podría ser comparada... Era horrible, suficiente tenía con sus estadísticas recordándole cada AMOR incrementado.

- ¿Qué quieres hacer hoy, bro? - El entusiasmo vibró de su boca junto al bocado de salchicha picada que consumió con esmero, agregó algo más de mostaza a su comida y continuó hablando. -, soy todo tuyo estos dos días.

La contradicción en la tortuosa sublevación de su cráneo preocupó a Sans, Papyrus se dignó a alzar su mirada para posiblemente dirigirle unas palabras, esperaba encontrarse con una tierna sonrisa conjuntando todos los dientes, diciendo algo como "¡¿en verdad?! ¡Vamos!", pero solo consiguió ver las líneas inexpresivas que formaban su boca y ojos adormilados, respectivamente. Sin embargo, la proporcionalidad que desde nacer lo había hecho tener un bello cráneo se perdía al repasar por el lado de su cuenca derecha la gran grieta semejante a la de la pared. La oscuridad apocada con un opaco tono rojo se regocijaba en su exhibicionismo mientras se perdía en su desconcierto, capturando toda la atención de Sans el juzgar el resultado de su mal acción y el inútil esfuerzo de su hermano por intentar borrarla.

No debía mirarlo, si lo hacía le estaría dando a entender a Paps de lo apreciable que era esa distinguible fisura en su rostro, pero sus cuencas lo traicionaron y terminó viendo fijamente ese curvilíneo rastro de su inmortal error. La pequeña grieta que da paso a la descarrilada hilera en curvas forma una expresión temerosa, el simple gesto de mover su mano es suficiente para que el niño eche la silla para atrás, la grieta parece temblar en un retumbo mientras sus patas se deslizan forzosas contra el suelo y la expresión cambió, por fin entonces, a la de un ceño fruncido que no veía desde el día anterior de los eventos y se alzó con espontaneidad de la silla de madera, se oyó el chasquido del objeto chocando contra el piso y los pasos de la suela de los zapatos de Papyrus resonando hasta subir a su dormitorio.

Copió la misma acción, corriendo hasta las escaleras con la intención de enmendar su equivocación, pero la voz desde la cima de los escalones lo detuvo antes de dar el primer paso en el renglón alto.

- No des un solo paso más. - Dijo Papyrus, para cuando Sans inclinó su vértebra hacia arriba para contemplarlo su hermano ya estaba frente a él.

- Vamos, bro, solo, uh... Quiero... - Pensó una excusa, una coartada para librarse de ese calcinado ambiente caliente, en comparación al exterior de la casa estaba hecho un carbón. -, quiero hablar, lamento mucho lo que te pasó... No fue mi intención.

- ¡Mentiroso!

Sans se desconcertó. Sans pensó que su hermano aceptaría su disculpa y todo volvería a la normalidad, no que sería llamado mentiroso. Él nunca le mentiría a Papyrus, primero perdía la cabeza a que eso ocurriera.

- No te estoy mintiendo - Subió con lentitud los escalones, parsimonioso era el sonido de sus pantuflas deslizándose suavemente ante el suelo tapizado. - Digo la verdad, lo siento mucho, Paps.

El inesperado alumbrar de su ojo destellando en un rojo intenso borró cualquier indicio de felicidad en la enmendación. El ojo de Papyrus comenzó a parpadear casi con tanta fuerza como lo hace el suyo, no era un fuerte destello como para invocar los Gáster Blasters, pero si lo suficiente para aparecer con magia una considerable cantidad de huesos, lo sintió así la primera vez que aquello le ocurrió.

Magia que así moldeó. Debajo de él un montón de huesos de variados tamaños dieron auge en salir del oscurecido suelo a sus pies, ¿en qué momento Papyrus inició esa pelea? Más importante aún, ¿cómo diablos sabía Papyrus cómo iniciar una?

No tuvo tiempo a entablar un interrogante cuando repentinamente tuvo que esquivar un gran hueso saliendo en el punto donde estuvo parado, activó sin ninguna opción su ojo y se forzó a levantarse por sí mismo para evitar más problemas como aquel. El niño esqueleto no pareció contento con eso, pero aún así su expresión de enfado permaneció más tiempo.

Papyrus lo perdonó... Pero de la batalla.

Entonces, volvió a su fija expresión neutral, pasándolo de largo.

- Me da igual. - Dijo, tomando su bufanda roja del buró junto al sofá, abrió la puerta de roble una vez bajó de las escaleras hasta el primer piso y volteó a verlo. El punto rojo dentro de la cuenca con ese nuevo brillo dictando venganza, revancha y fijación. - Voy a Waterfall, veré a Undyne. Si me sigues... Te mataré.

Una obstrucción se alojó en su tráquea, el sonido de la puerta cerrándose de un azote le dio luz azul para las lágrimas corrieran por sus pómulos hasta llegar en picada a su camisa negra de la pijama. Una voz a sus omóplatos resonó en la destrozada habitación, era tan conocida que le pareció irreal. Era la suya, que continuaba desde las noches anteriores mofándose, burlándose y riéndose de él y repitiéndole su grave error con una irreconocible voz que se distorsiona por cada palabra que pronuncia entre esos muertos dientes

- ¡Torpe! ¡Débil! ¡Por qué no vas con papi, al menos él te dirá que sí eres bueno para apretar! - Seco y rancio, como una persona que te juzga por tus pecados, los hoyos en el salón son los ojos del mismísimo ente lleno de Determinación.

- Para... Por favor.

- ¡Espero que estés feliz, acabas de condenarte nuevamente, comediante inútil!

- ¡Te he dicho que pares!

Pero al voltear solo está él. No hay nada que no pueda ser utilizado en su contra, la voz sigue creciendo por su espalda y se adhiere ahí, espera hasta el próximo encuentro con el que pueda continuar burlándose de su irreversible culpa. Porque el lastimar a su hermano no es el único pecado por el que debe pagar, aquello solo sirvió para darle vida al montón de polvo entre sus manos.

...

Undyne cayó nuevamente al suelo. Su cuerpo entero estaba lleno con moretones, las partes que no eran cubiertas por la ropa y vendajes de encuentros anteriores revelaban una serie de cicatrices, viejas y recientes, pequeñas y grandes, algunas abiertas otras como raspones. Tenía el labio partido y un posible diente a nada de romperse si se arremetía otro golpe, pero aún con ello limpió el rastro de sangre que se escapaba, revolvió en su boca la saliva necesaria, y escupió la gota de fluidos rojos y bucales junto al pedazo de diente perdido al suelo del campo de entrenamiento.

Su sombra estaba encorvada como ella misma, respirando con pesadez mientras la sonrisa burlona se esforzaba por una reemplazarlo con un cansancio notable aflorando de su piel.

Las once en punto de mañana y aún no llevaba ni dos horas peleando contra Papyrus, que entendía perfectamente el significado de cansancio y rendición gritando por cada escama en su cuerpo. Un golpe crítico más y sería hecha polvo, literalmente.

- ¡¿Es eso todo lo que tienes, eh, mocoso?! - Gritó a reto, tratando de levantar sobre su cabeza una lanza, amenazando con lanzarla si el contrincante daba un paso más, pero era difícil puesto que sus extremidades hacía rato habían comenzado a dolerle por el sobres esfuerzo.

- ... - El alto esqueleto meneó la cabeza a un lado, negando con una plasmada antipatía. Repentinamente, cerró su mano en un puño, y el rojo corazón de Undyne quedó absuelto en un tenue brillo más fuerte que el mismo color.

Pataleó con fuerzas inténtalo soltarse de aquel ataque tan fullero, arrojó la lanza sin importarle si dar o no contra el objetivo. Falló, por supuesto, porque el ataque impactó contra una barrera de huesos antes de acercarse al originario de la trampa.

- ¡Acábame de una vez, imbécil, y podrás ser el estúpido líder de la maldita guardia real! - Rugió con fuerzo, colgando todavía de la habilidad que imponía el esqueleto más grande en ella.

- Si hago eso... Ya no tendré a mi maniquí personal para golpear.

Antes de lanzar más imperios y maldiciones a su nombre, Papyrus la soltó de golpe. Undyne tuvo suerte de tener los reflejos lo suficientemente agudos para recordarle que, una vez la alzó en el encierro, Papyrus hizo emerger del suelo unos huesos picudos que fácilmente pudieron atravesarla por completo. Hizo una pirueta y acabó pisando el suave suelo duro.

- Bastante arrogante, ¿no lo crees, patán? - Preguntó retóricamente, sentándose sobre un tronco en el suelo como descanso del duro entrenamiento.

- Hago lo que se me ordena. Además, la nerd de cuatro ojos me pidió que no te matara. - Papyrus igualmente se sentó, secando unas cuantas gotas de sudor pasándose el brazo contra la frente. Se permitió adoptar una posición de descanso mientras la residente de Waterfall seguía moviendo sus labios en cosas sin importancia.

- Te amenazó, querrás decir. - Eso sí tenía importancia, a lo que contestó.

- El punto, es que al final quién verdaderamente necesitaría el funeral sería ella, si lo intentaba. - Respondió nuevamente, sonando tan natural como se podría si te hacían la pregunta "¿de qué color deben ser las flores de Alphys en su funeral? Yo digo que rojas" .

Practicaban en Waterfall por el adecuado ambiente. El aire se ponía pesado conforme iban desgastando sus músculos al estirarlos y ejercitarlos, perfecto para moldearse y sobrevivir en toda situación de alta presión.

Mientras divagaba en sus pensamientos, Undyne echó la cabeza para atrás y recordó las palabras de Papyrus en su última parafernalia. La charla se acabó, pero el eco sonante permaneció. Unas leves campanadas desde el reino fueron acuerdo al eco de la palabra funeral.

El calor. El maldito calor.

Con él, vino un pequeño recuerdo desde antes que ambos se sometieran a afilar sus dientes mutuamente con un escalpelo, la intimidación era algo clave si querían formar parte de la guardia real e imponer temor a cada paso que daban, había dicho Asgore cuando llegaron cerca del trono por sus sobresalientes habilidades y AMOR extraordinario.

- Oye... ¿Cómo te sentiste al matar a tu padre? - Preguntó Undyne desviando sus afilados ojos rojos ante el perfil visible de Papyrus, inclinada sobre el tronco era la única perspectiva visible que tenía del alto esqueleto.

Y pensar que el último recuerdo que tenía de él era el de un inocente niño al que si le decías "si te tiras a ese pozo, se te concederá un deseo", fácilmente lo creería y haría.

- Con el tiempo, te acostumbras.

 


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