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¡Vamos, Atsushi! por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

¡Hola! Aquí vengo con la segunda parte ^_^

Como autora he escrito muchos lemons, pero es la primera vez para este fandom. Y las primeras veces siempre son difíciles de relatar, espero haberlo logrado. Ustedes dirán.

Sin más, les dejo con la lectura. Espero y la disfruten.

La noche había caído hacía varias horas ya, pero al fin estaba ahí. Frente a sus ojos se hallaba el enrejado que separaba la calle de la mansión Akashi. Los nervios estaban ganando terreno, mas la ansia de ver a su novio pudo más. Tocó el portero suspirando mientras aguardaba. No pasó mucho hasta que las grandes rejas se abrieron.

 

—Joven Murasakibara-san, que gusto recibirlo nuevamente—un hombre vestido de traje fue quien le abrió. El mayordomo más antiguo de la mansión.—Debo suponer que está aquí en visita del joven Akashi-san, adelante.

 

—Muchas gracias señor...—se rascó la nuca. Bueno, no recordaba su nombre.—Señor mayordomo.

 

El mayordomo se corrió, dándole paso. El hombre sonrió mientras veía como Murasakibara caminaba a paso ligero por los jardines de la mansión. Otra persona, ésta vez una mujer que recordaba vagamente haber visto ya, le abrió las puertas de la casa. Atsushi estaba nervioso, lo que menos deseaba en ese momento es cruzarse con el padre de Akashi. No es que se llevara del todo mal con el empresario, pero prefería evitar su presencia, a decir verdad si había un Akashi que intimidara al gigante, ese era Masaomi. Saludó cortés a la mujer y se encaminó escaleras arriba.

 

La casa de su novio siempre le pareció ridículamente enorme, a fin de cuentas eran dos personas, pero la planta de arriba contaba con seis habitaciones, cada una con baño propio. Las habitaciones de Seijuro y su padre estaban alejadas una de la otra. Y sonrió un poco al pensar en lo conveniente que era eso en estos momentos. ¡Ah! Bien que podía tener sus pensamientos sucios de vez en cuando.

 

Apretó sus puños cuando la puerta de la habitación estuvo frente suyo. Sentía un nudo apretándole el estómago, y al corazón latiendo como si hubiera entrenado por horas. Estaba seguro que en ese momento, si comía algo, lo devolvería en un santiamén. Desde el interior se escuchaba un suave sonido, armonioso y melancólico; Akashi estaba tocando su violín.

 

Quería abrir la puerta de una vez, pero la música lo tenía cautivo, Akashi era realmente un excelente violinista. Eso lo sabía muy bien. Muchas veces estuvo presente, contemplando con fascinación al pelirrojo tocar. En esos momentos Akashi siempre cerraba sus ojos y su rostro se iluminaba, y cuando eso sucedía Akashi se veía etéreo, como una divinidad bajada a la Tierra y que él tenía el privilegio de poder contemplar, de adorar y amar.

 

¡Diablos, que estaba enamorado!

 

Se armó de valor, sosegado por la música, que a pesar de su belleza, sonaba triste, y eso le apretaba el corazón. Dio varios golpes a la puerta sintiendo como la música dejaba de sonar.

 

—Por favor, he pedido no ser molestado, sólo regresa cuando sea la hora de cenar.—Se escuchó desde el interior.

 

Y la música volvió a inundar el pasillo. Murasakibara no se daría por vencido, quizá Akashi se molestara por ser interrumpido, pero demasiada había sido la espera ya. Quería disculparse por ser tan torpe en ocaciones. Golpeó una vez más la puerta, ésta vez, la música tardó un poco en concluir, pero cuando lo hizo, sintió los suaves pasos del pelirrojo dirigiéndose a la puerta.

 

—He dicho que...

 

Ahí estaba la criatura más perfecta que la vida le había permitido conocer. Tan excelso y misterioso. Bellísimo. Una pequeña sonrisa volvió a surcar su rostro, admirando todo lo que representaba Akashi para él. Sonrió por la extrema felicidad que le producía haber terminado enamorado del ser más fino y frío, del ser más impenetrable y absoluto. Sus pupilas se clavaron en las del pelirrojo, la mirada de Akashi se tornó indescifrable, mas su brillo estaba ahí, el brillo que Atsushi conocía y esperaba ver; lo había extrañado tanto como él.

 

—Aka-chin.

 

Lo siguiente que sintió el más bajo fue los larguísimos brazos de Murasakibara envolverlo por completo, dando un certero golpe a la puerta para que se cerrara tras ellos. El pecho de Akashi se agitó inconscientemente, rodeando el cuerpo del gigante casi por inercia. Tal vez era un poco exagerado, pero odiaba no saber de él, odiaba la distancia y odiaba ver llegar la noche sin un «que descanses Aka-chin» Pero, ¿qué hacía Atsushi allí?

 

—Atsushi, ¿qué haces aquí? No recuerdo haberte dado el permiso de venir a mi hogar—Así era él. Tan vulnerable por dentro e imperturbable por fuera. Lo apretó más contra su cuerpo.—¿Atsushi?

 

—He venido porque te extrañaba... extrañaba mucho a Aka-chin.—se apartó un poco para volver a enfrentar su mirada, los ligeros temblores del más bajo le enternecían—, he venido a disculparme también.

 

—Atsushi, por favor explícate, no comprendo y ya suéltame, me asfixias.—Lo soltó, sí, pero su sonrisa seguía poniendo los nervios de punta a Akashi.

 

—Quiero disculparme con Aka-chin, pues ya sé lo que quería ese día en mi casa, quiero disculparme por todas las veces que no entendí las señales, por las veces que te aburriste a mi lado por pasar el día tan sólo viendo televisión y comiendo dulces... quiero disculparme por no ser un novio mejor...

 

—¡Ya, detente! Deja ya eso, no debes hacer caso a las palabras de mi padre, nadie puede decirte que eres menos Atsushi, nunca permitas que menosprecien lo que eres, porque...—pasó saliva, tragándose las palabras en el camino. Deseaba decirle que era exactamente lo que él necesitaba, ni más ni menos, pero guardó silencio. Las palabras simplemente murieron en sus labios.

 

Atsushi se acercó, era tal la diferencia de alturas que debía bajar su mirada para hallar la de su pequeño novio. Eso le gustaba también, sentir como ese pequeño y menudo cuerpo se acoplaba a la perfección a sus brazos, a su cuerpo. Acarició su rostro.

 

—El papá de Aka-chin sólo quiere lo mejor para él.—el pelirrojo enterró su rostro en el pecho de Murasakibara.—Mine-chin y Se-chin me explicaron lo que te ocurría.

 

—¡¿Eh?!—dio un respingo apartándose de su novio con el rostro rojísimo—¿Qué te explicaron?

 

—Que Aka-chin quiere hacer el amor, mine-chin también me dio esto—dijo, mostrando el pequeño frasco de lubricante íntimo.

 

Akashi, pensó que se desmayaría ahí mismo de la vergüenza. Quería hacer un hoyo en el suelo y enterrarse para siempre ¡Quería matar a Murasakibara y a ese pervertido ojiazul! Dio unas pasos hacia atrás, dándole la espalda. Su rostro estaba encendido y temía que el rubor jamás se fuera. Esto no podía estar pasándole. No a él.

 

—Aka-chin, ¿qué sucede?

 

El pelirrojo apretó sus puños con rabia, enfrentado una vez más a su despistado novio. Atsushi tragó saliva por el aura casi asesina que rodeaba en esos momentos a Akashi.

 

—¿Y qué pretendes hacer ahora?

 

—Vine a despedirme...

 

—¿Qué...?—el aire le faltó. Dolía, se sentía como si su propio pecho había sido quebrado—¿Despedirte?—susurró con temor.

 

—Sí, Aka-chin.—Atsushi sonreía provocando que las astillas de su dolor comenzaran a enterrarse en su alma—. Quiero despedirme de esto, de nosotros, porque...—y se acercó acariciando con cariño su rostro—, esta noche Aka-chin y yo daremos el siguiente paso.

 

El alma le volvió al cuerpo, siendo inevitable suspirar y sonreír en reciprocidad a la de Atsushi. Maldita sea su novio y sus extrañas maneras de proponer una noche de sexo.

 

—Atsushi...

 

La puerta sonó en ese momento.

 

—Disculpe joven Akashi-san, no deseo interrumpir, pero la cena será servida en unos momentos, ¿el joven Murasakibara-san se quedará a cenar?

 

Tardó unos segundos en regresar a la realidad. Suspiró, la conmoción lo tenía en un trance del que todavía – y muy seguro – no quería regresar.

 

—Muchas gracias, bajaré en unos instantes, coloque otro lugar en la mesa y avise a mi padre que Atsushi cenará con nosotros.

 

—Muy bien.

 

—La comida en la casa de Aka-chin es muy rica, pero ahora yo sólo quiero comer a Aka-chin.

 

—¡Atsushi!

 

Iba a ser imposible mantener la compostura durante la cena.

 

Contrario a lo que creyó, la cena no iba tan mal después de todo. Ayudaba el hecho de que su padre jamás conversaba más que escuetas palabras y que Atsushi se olvidara del universo mientras su plato estaba lleno. Pero a él no le entraba un bocado. Presa de un nerviosismo extremo. No quería que la cena concluyera. Le aterraba todo, saber que Atsushi estaba aquí para ... ¡Oh Dioses! Ni siquiera podía pensarlo que su rostro se volvía casi tan rojo como sus cabellos.

 

—Seijuro, si lo desean después de la cena puedo llamar al chófer para que lleve a Murasakibara a su hogar.

 

Tanto Akashi como Murasakibara se observaron. El pelirrojo tomó la palabra rápidamente, estaba seguro de que sino, su novio hablaría y diría algo que terminara por avergonzarlo aun más.

 

—No padre, te agradezco, pero Atsushi se quedará esta noche.—una fulminante mirada de Akashi le advirtió al gigante que no abriera la boca.

 

Masaomi asintió levemente, dando consenso al pedido de su hijo. Después de todo y a pesar de su estricto carácter, él también alguna vez fue joven. La cena transcurrió tranquila y sin muchos sobresaltos, más que algunos comentarios de Murasakibara sobre lo deliciosa que era la cena y que debían darle un aumento a la cocinera por ser tan buena.

 

••

 

Poco a poco la mansión fue quedando vacía, Masaomi generalmente terminaba su jornada después de las nueve de la noche y ya cerraba sus puertas hasta el día siguiente. Los empleados terminaban los últimos quehaceres y se retiraban, salvo el mayordomo y algunos guardias de seguridad que vivían en la mansión. Se apagaban las luces y el silencio comenzaba su reinado. No era la excepción en la habitación del joven heredero.

 

Salvo porque la luz seguía encendida y Atsushi se cepillaba los dientes en el cuarto de baño.

 

¿Qué se supone debía hacer ahora? Todo era tan extraño, tan mecánico, la incomodidad en su pecho crecía, conforme su mente se resignaba a una primera vez más como un tramite a hacer, que como el soñado encuentro que muchas veces se imaginó. No es que desistiera, el deseo aún latía con fuerza en su cuerpo, pero la frialdad con que se había tratado el tema, le dejaba un sabor amargo en la boca... y esta vez, por más dulces que supieran los besos de su novio, temía no poder borrar esa horrible sensación.

 

Dio un suspiro desganado mientras se retiraba sus vestimentas y se colocaba su pijama. Terminó por arroparse en la cama justo cuando Atsushi salia del baño, con sólo la remera y su bóxer puestos. Se sonrojó.

 

No era la primera vez que lo veía así, pero ahora la situación tenía una connotación distinta, por lo que no podía dejar de sentirse abochornado. Atsushi también se metió en la cama, arropándose bien.

 

Su cama era grande, tal vez demasiado para él, pero ahora, incluso con Atsushi a su lado, parecía que la inmensidad misma los separaba. Giró, dándole la espalda, apretó sus labios conteniendo las ganas de llorar, no podía permitirse quebrarse de esa manera. Deseaba cerrar los ojos y esperar por que la noche terminara.

 

Atsushi notó la rigidez en el cuerpo de su novio, y esa extraña sensación que helaba los huesos. No le gustaba para nada, él siempre se sentía cálido junto a Akashi, no quería sentir esa horrible corriente viajando por su espina dorsal.

 

—Aka-chin... ¿te encuentras bien?—se acercó, acariciando con suavidad su brazo. Murasakibara estaba con el codo recargado en la cama, y la mano siendo de sostén para su cabeza.

 

—No quería que fuese así, lo arruinaste todo Atsushi.

 

El gigante arrugó la nariz y apartó su mano del cuerpo de Akashi. Eso había dolido.

 

—Lo siento.—Akashi giró, y ambos quedaron frente a frente—, sólo quería que fuera especial, pero realmente no sé cómo. Siento que siempre termino arruinándolo, por más que me esfuerce...

 

—Atsushi...

 

Akashi se pegó a él, enterrando su cuerpo en los brazos de su novio. No quería hacerle sentir mal, estaba nervioso, asustado ¡aterrado! y no media sus palabras. Tembló al sentir las caricias en su cabello y los infinitos besos en su cabeza. Dulces. Atushi siempre era dulce. Levantó un poco su rostro para alcanzar los labios del peli morado, y lo besó. ¡Cómo había extrañado esos besos! Ahí comprendió realmente, que no necesitaba un escenario ideal, de ensueño como suelen aparecer en las novelas, no. Lo único que necesitaba era a su novio, que sea él y nadie más.

 

—Está bien Atsushi, discúlpame tú a mí, no debí ser tan grosero... estoy nervioso—confesó.

 

—¿Aka-chin está nervioso? Pero si siempre eres seguro.

 

—Esto es distinto—dijo acariciando su rostro—, pensé que podría dominar la situación, pero estoy desbordado de sentimientos, te deseo Atsushi, ¿Tú me deseas?

 

—Eres lo único que deseo, Aka-chin.

 

Pensó que estaba bien temer, estaba bien temblar ante lo desconocido... Estaba muy bien sentir que el pecho podría explotar en cualquier momento ante la emoción.

 

Ninguno tenía experiencia, pero iban a dejar que sus cuerpos hablasen por ellos, dejarían que el instinto los dominara.

 

Y Atsushi volvió a matar la distancia, juntando sus labios, y es que el beso anterior le había sabido a poco, necesitaba más, esta vez, mucho más. Akashi no tardó ni un segundo en corresponderle, mientras enterraba sus manos en los cabellos morados y suaves como el algodón. ¿Cuántas veces habían compartido besos así? sin embargo esa noche eran completamente distintos, cargados de una pasión hasta ese momento dormida. Las manos de Atsushi buscaron instintivamente la piel del pelirrojo, colándose por debajo de la camisa pijama, realmente estorbaba en su premisa. Sus grandes manos se aferraron a su cadera, moviendo el cuerpo de su novio, recostándolo sobre la cama, para él ubicarse encima, sus rodillas estaban enterradas a cada lado de los muslos de Akashi y su espalda estaba ligeramente encovada, mientras que hacia esfuerzos con sus brazos para mantener el equilibrio. Akashi largó una suave risita. Atsushi lo observó, sonrojado y a su merced. Se veía tan frágil, tan sublime...

 

—Atsushi, por más que mi cuerpo no sea tan grande como el tuyo, aún así sigo siendo un hombre, no temas, no me romperás...

 

Había leído perfectamente los ojos del peli morado, y es que la posición que se cargaba era graciosa. Atsushi sonrió, dejándose caer sobre el más chico. Pesaba, sí, pero nada que no pudiera aguantar. Las manos de Murasakibara se colaron una vez más por debajo de la camisa, largando un bufido cuando la prenda frustró su recorrido hacia el pecho, los gestos aniñados del gigante eran un espectáculo que Akashi disfrutaba en demasía, se incorporó levemente, ayudando a retirar la camisa. Sus ojos se quedaron observando el movimiento del pecho, hipnotizado por esa piel de una blancura exquisita. Lo tocó, acarició su abdomen subiendo hasta llegar a los pectorales. Murasakibara sintió como su estómago se contraía por la excitación, por un placer distinto a todo, mayor a cualquier cosa que hubiera experimentado antes. Y de sus labios salió un ronco gemido. El primero.

 

Y tan sólo había tocado su piel.

 

Ahora el deseo le arrastraba a unas irrefrenables ganas de probarlas, como si recién descubriera que Akashi había sido creado por la mano de Dios, y que él, reclamó para sí. Porque se juró jamás permitir que nadie osara posar un dedo en su Aka-chin. Le pertenecía. Así como se había rendido a la irrefutable obviedad de pertenecerle por completo.

 

Murasakibara era de Akashi. Así debía ser.

 

Bajó su cabeza, y sus labios probaron por primera vez la suavidad de su piel, su lengua surcó pliegue por pliegue en los músculos, mientras enterraba sus dedos en las caderas. Akashi se removió debajo suyo, apretando sus ojos, se moría de nervios y vergüenza, y su rostro estaba completamente enrojecido. Abrió su boca cuando sintió la lengua de Murasakibara rodear su pezón y de su garganta salió un gemido ahogado, y otro más... y otro más. Se cubrió el rostro con un brazo cuando un gemido aún mayor le hizo arquearse sobre la cama, alzando en el procesos sus caderas rozando la pequeña erección sobre el vientre de Atsushi.

 

Murasakibara se estremeció al sentirla. Todo era tan intenso, tan natural... Sacó el brazo del rostro de Akashi. Tenía los ojos entrecerrados y la boca abierta, sus mejillas y el puente de su nariz estaba cubierto por un rubor, se veía hermoso. Volvió a besar sus labios.

 

—¿Lo hago mal Aka-chin? Sí no quieres continuar yo...—un beso demandante lo calló.

 

—No te detengas, por favor...

 

Murasakibara sonrió, asintiendo, abrazándolo. Repartió besos por su pecho y cuello, escuchar la respiración de Akashi y los gemidos sufridos lo estaban enloqueciendo. Se incorporó para sacarse la camiseta que tenía, ahora sólo el bóxer cubría su desnudez, se apartó para quitar el pantalón de Akashi. Sus manos temblaban mientras acariciaba las firmes piernas. Se dedicó por completo a acariciar cada parte de su cuerpo. Hizo que Akashi quedara tendido boca abajo, se inclinó y besó su espalda. Akashi apretó las cobijas cuando los besos y la húmeda lengua descendió hasta la curva de la espalda, ahí donde la ropa íntima impedía seguir más allá. Se estaba dejando mimar por el más grande, pero no quería tomar el papel del mero goce solamente, también deseaba que Atsushi sintiera lo que a él le estaba provocando. Así que se incorporó con lentitud, quedando ambos de rodillas en la cama.

 

—Atsushi es realmente bueno—dijo acariciando su rostro. El peli morado sonrió ampliamente. Todos se sorprenderían de la facilidad que tenía Murasakibara para sonreír, pero era su pequeño secreto, a fin de cuentas deseaba mantener esa sonrisa sólo para él.—Déjame a mí esta vez.

 

Sus manos empujaron el torso de Atsushi, tendiéndolo en la cama, Akashi se movió, sentándose a horcajadas sobre los muslos de su novio. La agitación en el pecho de Murasakibara era notoria, así también lo era la erección que ya se dejaba ver. Akashi tragó saliva, pero luego tendría tiempo de pensar en eso. Por ahora se dedicaría a venerar su imponente cuerpo de Titán. Buscó sus labios con algo de desespero, Murasakibara levantó un poco su cabeza en busca de más contacto, y sus lenguas se enredaron mezclando así la saliva tibia y dulce. No duró mucho en sus labios cuando ya se deslizaba hacia la tierna piel de su cuello, el inconfundible aroma de la piel de Atsushi inundó sus fosas nasales, cautivado, mordisqueó su oreja, una acción seductora que produjo un ronroneo en el mayor. Las manos de Atsushi no se quedaron quietas, recorriendo las piernas y cintura, de arriba a abajo y viceversa, apretando por instinto los glúteos de Akashi.

 

Todo era un juego nuevo y apasionante. Las caderas de Akashi se movieron buscando las de su novio, una y otra y otra vez, Atsushi gruñó preso de una corriente fuerte y certera que se clavaba en su bajo vientre.

 

—Atsushi...

 

El suave susurro de Akashi le despertó, incorporándose y tomando los labios de su novio con renovado fervor, ardiente y apasionado. Mordió el labio inferior, tironeándolo un poco, sus manos jugaban con los glúteos, marcando el ritmo a los vaivenes cada vez más rápidos de Akashi. El pelirrojo se aferró a su cuello, gimiendo sufridamente, pequeños espasmos le advirtieron que de continuar así, todo terminaría.

 

—Aka-chin es realmente delicioso.

 

Murasakibara mordisqueaba los hombros y el pecho de su novio, comenzando a elevar sus caderas profundizando aún más el roce entre sus miembros.

 

—Atsushi... para... para...

 

Sin soltar sus labios, Murasakibara volvió a tumbar a Seijuro sobre el lecho, sus labios bajaron por su mentón, su cuello y clavícula dejando un rastro brillante de saliva, de sus labios salían gemidos roncos, mientras que Akashi no dejaba de removerse debajo suyo, gimiendo ya sin un ápice de vergüenza ¡Cómo tenerla! si lo que estaba sintiendo era un goce inconmensurable que le inflamaba el pecho... una dicha que causaba en él, una felicidad inmensa, nada comparable. Nada podría compararse a la felicidad que experimentaba junto a su novio.

 

Dejó escapar un grito, más fuerte que los anteriores, cuando la mano del peli morado, rozó su miembro sobre la tela de su ropa íntima.

 

—Aka-chin, quiero verte desnudo.

 

Su sonrojo aumentó, la vergüenza estaba tomando parte nuevamente en él, impidiéndole hablar. Así que se limitó a sentir, levantando sus caderas para ayudar a su pareja. Murasakibara bajó y quitó el bóxer, observando al fin a Akashi en completa desnudez. Bello. Exquisito, de una finura inigualable. El miembro del pelirrojo se alzaba erguido y orgulloso, tanto así que casi sintió la necesidad de probar sus sabor. Sus mejillas se ruborizaron y sus ojos aturdidos buscaron consenso en la mirada de Akashi. El pelirrojo abrió sus ojos y desvió la mirada, eso era demasiado. ¿Debía? Murasakibara se incorporó de repente de la cama, Akashi lo siguió con la mirada, viendo como le sonreía y terminaba con el último estorbo en su cuerpo. Atsushi estaba desnudo.

 

Moriría.

 

Estaba seguro que moriría ahí mismo, sus ojos como plato no daban crédito a lo que veían, y es que se lo había imaginado, sus mejillas ardían. Atsushi era gigante, y su miembro iba a su par... increiblemente imponente. ¿Cómo haría para meter eso en...? ¡Oh Dioses!

 

Buscó sus ojos, ahí estaban; el miedo. El amor.

 

Ahí estaba Atsushi, aguardando por él, desnudo como el universo mismo, como si fuera la estrella más luminosa sobre el firmamento. Ahí estaba ese chico que un día se presentó ante él y sin ningún respeto alguno le llamó "Aka-chin" de mirada cansada y actitudes lerdas.

 

Ahí estaba Atsushi, observándolo con miedo y amor. Y para qué negarlo, él también lo sentía. Que ese doble juego en su interior era el que compartían en esos momentos, porque era su primera vez, era dejar una etapa atrás.

 

Era despedirse de lo que ellos fueron.

 

Le tendió una mano, invitándolo a volver a la cama, Akashi se permitió sonreír por el prominente sonrojo del peli morado. Adorable. Sencillamente adorable. De rodillas en la cama, se abrazaron, tratando de calmar a sus agitados corazones. Atsushi acarició su espalda y desesperado lo besó, lo apretó contra su cuerpo, él ligeramente encorvado, clamó en sus labios un gemido al sentir por primera vez ya sin ropas, sus miembros rozarse. Y los temblores siguieron pero, ya no había vuelta atrás, lo deseaban.

 

Cayeron rodando por la amplia cama, mientras sonreían y se regalaban dulces caricias, y palabras guardadas en secreto, susurros del alma. Eran jóvenes, les era permitido darse la oportunidad de dejar aquellas personalidades, para abandonarse a la dulzura del momento, a la intimidad y confianza que rebozaba en ellos. Morían de nervios, pero también confiaban el uno del otro.

 

Akashi cayó sobre el colchón, siendo abrazado por el confortable calor de Murasakibara, jamás detuvieron el beso, sino hasta ese momento, donde la miradas brillaron en determinación.

 

—Hazlo, Atsushi... confío en ti.

 

Murasakibara apretó sus labios, nunca, nada iba a poder borrar esa imagen de su mente. Un Akashi entregado al completo, dulce y sonrojado, agitado y visiblemente asustado. La divinidad de la que era dueño.

 

Recordó el frasco de lubricante íntimo, se incorporó con rapidez revolviendo en su bolso para llevarlo con él. Hasta ese momento fue que entendió bien qué quiso decir Aomine con "lo necesitarás". Retiró la tapa, cayendo el liquido algo viscoso sobre su mano, lo olisqueo, no parecía tener buen sabor, así solamente se dispuso a untar su miembro con él. Akashi tembló y cerró los ojos, su cuerpo cobró rigidez, cuando sintió los dedos de Atsushi tratar de traspasar su estrecho canal.

 

El peli morado, retiró los dedos, era imposible de esa manera. Se agachó besando la mejilla de su novio, sus labios, su mentón y oreja, ahí se quedó.

 

—Relájate Seijuro—dijo con voz ronca. Akashi abrió sus ojos—, no te haré daño, confía en mí.

 

¿Atsushi acababa de llamarlo por su nombre? Buscó sus ojos y una determinación de exacerbada lujuria le dejó sin habla. Murasakibara se veía diferente. Sexy... hermoso. No había nada de lo que temer. Akashi Seijuro no caería derrotado por el miedo.

 

—Confío en ti—volvió a repetir.

 

Lo besó, mientras el gigante se ubicaba lo mejor posible para poder penetrarlo. Con sus manos elevó las caderas y acomodó su miembro en la pequeña entrada. Hizo presión, una, dos... tres veces, hasta que por fin cedió.

 

—¡Nngh!

 

Akashi se mordió los labios, apretando los brazos de su novio con firmeza. No había dolido demasiado, pero la impresión hizo que cerrara sus ojos. Murasakibara sonrió cuando fue el propio pelirrojo quien movió sus caderas. Se le estaba haciendo especialmente difícil contenerse, el interior de Akashi era endemoniadamente cálido, suave, un placer cortó su respiración, gruñendo cuando su miembro se abrió paso. Había ingresado la mitad cuando vio las lágrimas del pelirrojo mojar las sabanas.

 

Se detuvo,abrazándolo por la cintura, hundiendo su rostro en el pecho que se contraía y relajaba con ferocidad. Era consciente que su miembro era demasiado grande como para pretender que en su primera vez, pudiera penetrarlo completamente. Enjuagó las lágrimas con sus labios, y luego lo besó, relajando así a su novio, permitíendole amoldarse a él. Aguardaría hasta que el dolor cediera, entonces podrían seguir.

 

—No llores Aka-chin, no quiero que llores...—dijo quebrado.

 

Nunca se imaginó la intensidad de las emociones que lo golpeaban por todos lados, como latigazos de un placer prístino y celestial. Una emoción que lo hacía temblar de la cabeza a los pies. Era increíble. Akashi era increíble.

 

Pero a eso, ya lo sabía.

 

Akashi estaba librando su propia batalla. Donde el dolor quería ganar terreno y destruir ese fuego que brillaba en su pecho. Se abrazó al cuello de Murasakibara, cuando lo escuchó gemir de dolor. No estaba poniendo de su parte, suspiró. Besó el cuello del mayor y movió sus caderas. Quería quemarse en Murasakibara, fundirse y pertenecerle. Ese fue el punto sin retorno, le había ganado la batalla al dolor.

 

Las caderas de Atsushi impusieron movimientos cadenciosos, suaves pero certeros, una estocada, dos y Akashi por fin liberó los gemidos de su garganta, debía controlarse o los escucharían, pero ya no podía razonar más nada que no fueran ellos dos. Presiona, ya no suave, posesivo, aferró las manos en la cadera, enrojeciendo su palidez. Perdería el control.

 

Estaban unidos, al fin. Y la sola idea terminó por desatar en su interior toda la ansia contenida hasta ese momento, besó los hombros, el pecho, hambriento del pelirrojo, enamorado de sus suspiros, de sus gemidos de la forma en que Akashi, le pedía más sin voz.

 

Atsushi gemía ronco, como un animal, mientras sus caderas se movían fuertes, mientras escuchaba crujir a la cama con los movimientos de ambos. Y Akashi se relajó por completo, perdió todo dolor, envuelto en un calor milenario, hundido en los brazos de su novio, deseando consumar la unión por completo: El miembro de Atsushi se enterró por completo dentro de él.

 

Un grito más agudo y fuerte, inundó la habitación. Lo habían logrado, habían hallado ese punto delirante, perdieron la noción del tiempo y el espacio, y se amaron con vehemencia. Las cobijas cayeron revueltas fuera de la cama, y miles de gotas comenzaron a cubrir ambos cuerpos de sudor.

 

—Atsushi, Atsushi...—repetía una y otra vez. Erótico. Entregado.

 

Murasakibara aumentó el ritmo, sosegado por el placer que le estaba entregando su novio, no aguantaría mucho, y Akashi tampoco. Eso lo supo cuando la mirada azorada del pelirrojo le rogó por atención. Su mano se coló entre ambos cuerpos presionando el vibrante miembro de Akashi. El pelirrojo rodeó su cuello y besó, juntó sus labios jadeando en la boca del otro, lo que el corazón hablaba. Una última presión antes de sentir una contracción en su vientre.

 

Un grito. Un último gemido.

 

Murasakibara sintió como algo humedeció su vientre y el de Akashi. Lo había logrado. Había hecho a su novio llegar al orgasmo. Tanta emoción produjo en él una electricidad, las paredes de Akashi se contrajeron, apresándolo de manera divina.

 

¡Gloria de los Dioses!

 

¿Cómo había dudado? ¿Cómo había sido tan tonto de negarse algo tan especial?

 

Gruñó con fuerza, hundió su rostro en el hombro de Akashi, y el orgasmo llegó de manera salvaje. Un espasmo tras otro, hasta que ya no quedó nada... Un placer inexplicable, un ardor confortable que le hizo sentir pleno por primera vez.

 

Cuando parte de la cordura volvió a su cuerpo, quiso salir, peor Akashi ciñó su cuerpo, negándoselo. Tal abrazo le hizo jadear.

 

—Quédate así, Atsushi...

 

—¿Te encuentras bien, Aka-chin?—tuvo la necesidad de preguntar, quizá y había utilizado más fuerza de lo que en una primera vez se permitía.

 

Pero Akashi rió.

 

—Te he dicho que no me trates como si fuera algo delicado.

 

—No es eso, pero Aka-chin es lo más sagrado que tengo, no quiero hacerte daño.—Akashi besó su hombro, conmovido.

 

—No lo hiciste, quizá duela mañana, pero ahora no hay sensación que quiera más que esta. Gracias.

 

—Eh... ¿por qué me agradeces?

 

—Por ser tú...—Akashi a veces se sentía inmerecedor de tanto. Pero por algo seguía conservando el cariño del otro. Como un recordatorio de que por más pasado agrio, el presente siempre se vislumbraba mejor. Siempre, tan sólo porque Atsushi estaba a su lado, porque lo quería de esa manera arrebatadora, infantil y sincera. Y él también:—Te amo.

 

Murasakibara sonrió. Sonrojado, sobrecogido por los sentimientos intensos que aún no se calmaban después de su primer encuentro. Fingió rascar su ojo, con el único fin de evitar llorar en ese momento. Total, se permitiría ser todo lo sensible por esa noche.

Akashi, su Aka-chin. Era el mejor.

 

••

 

—¿Crees que lo han logrado?

 

—¿Hmm? ¿De qué hablas?

 

—De Murasakibaracchi... digo, debe ser difícil tener un novio como él. Bueno Aominecchi también es MUY grande—dijo sonriendo con picardía. Aomine lo observó. Nada mejor para inflamar su ego.—Creo que la próxima vez te daré yo a ti.

 

Su risa no se hizo esperar ante la cara de espanto que puso el moreno.

 

—¡Oi, Kise! No digas esas cosas...

 

—¡No seas cruel Aominecchi! ¿Qué tiene de malo?—hizo un puchero.

 

—Que yo no hago esas cosas.

 

—¡Moo! ¡Entonces yo tampoco!—dijo, mientras se incorporaba de la cama y se dirigía la baño. En su rostro se dibujó una sonrisa.

 

—¡Oi, Kise! ¡Espera! ¡KISE!—de dejó caer en la cama—tsk... bueno... ¿que es lo peor que puede pasar?

 

Y el espanto volvió a cubrir su rostro, el sonrojo y una chispa de curiosidad... ¡tonto Kise y sus ideas!

Notas finales:

Y hasta aquí el fic. Espero sinceramente que hayan disfrutado de la lectura. Muchas gracias a todos los que se pasan a leer. Será hasta la póxima historia.

¿Cómo será un Aomine uke? No sé, pero la idea suena tentadora xD


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