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Eternal Bond por KanonxKanon

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Notas del fanfic:

Comencé a escribirlo el martes y que sea lo que Dios quiera (?).

 

Kaoru (DEG) x Hitomi (Ex Moran)

Sé que a Kao todos lo conocen (?), pero por si alguien no conoce a mi otro niño bonito, aquí se os dejo uvu:

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«Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Para mí tú serás único en el mundo. Para ti yo seré único en el mundo… »

Antoine de Saint-Exupéry

 

«Oye… »

Había tardado dos días enteros de caminata con apenas algunas horas de sueño, pero finalmente estaba ahí. El aroma, las formas de los árboles…  la misma sensación bajo sus patas, parecía que nada había  cambiado; incluso pese a lo cansados y viejos que estuvieran sus ojos, podía vislumbrar que la nieve seguía cayendo de la misma manera que hacia años.

«Oye… »

Le faltaba poco para llegar a lugar.

Su pelaje marrón estaba húmedo y cada vez era más difícil avanzar; no porque el camino fuera complicado, sino porque su vitalidad estaba a punto de extinguirse.  En cada parpadeo ansiaba que aquella vieja casa estuviera  ya a tan solo unos cuantos metros. No quería que su vida terminara ahí, en medio del bosque, lejos de «él», ansiaba que su final le diera el suficiente tiempo para llegar al sitio donde todavía podía olfatear  y percibir su esencia.

«Oye, Kaoru, oye… »

La nieve comenzaba a detenerse. Alzó la mirada hacia el cielo y atisbó los oblicuos rayos de sol que se esforzaban en atravesar el manto gris que cubría de lleno el cielo. Algo estaba cambiando y aunque eso le extrañó, no logró distraerle lo suficiente de su camino. Aquel enorme lobo andaba cabizbajo entre la frondosidad de árboles y algunos pinos, mismos cada vez más escasos. El crujido de la nieve bajo sus patas se volvía más acuoso conforme avanzaba y al llegar a una especie de zanja formada por el mismo suelo, comenzó  a caminar más rápido, más inquieto. Sabía que al final de ese camino estaba su destino.

Ahora podía escucharle más claro dentro de su cabeza.

Los recuerdos volvían con cada tramo que avanzaban, cada vez con mayor claridad.

La vieja construcción se aclaraba poco a poco. No había cambiado nada en todos los años que estuvo ausente. Estaba «congelada», tan solo mínimamente afectada por el paso del tiempo pero hasta el chirriar de la  única ventana abierta seguía siendo el mismo. El lobo trotó hasta la entrada de aquella vieja casa y empujó la desgastada puerta con la coronilla de su cabeza. El interior del sitio era todavía más acongojante. Los recuerdos volvieron uno por uno y aunque estaba listo para que sus patas se doblaran cansadas de cargarle, hizo un esfuerzo más para avanzar.

La madera estaba un poco hinchada en algunas partes del suelo y en otras chillaba con apenas un suave presionar de sus patas.

¿Dónde estás? —Sonó en su cabeza y siguió el trayecto de un corto pasillo, directo hacia la única habitación con la puerta cerrada. El viejo lobo tuvo que poner todo el peso de su cuerpo para empujar la pesada puerta y tan solo dejándose el suficiente espacio para entrar, siguió su camino hacia el interior del habitáculo.

Una cama pequeña, un ropero y una mesita de roble era lo único que decoraba aquel sitio. Mantas viejas se esparcían en el piso y una larga cortina —que en sus mejores días fue blanca y cuidadosamente bordada— se ondeaba deshilachada en la única ventana de la habitación. Ahí, al pie del pequeño marco, se acumulaba la nieve en una montaña, además, era el único lugar donde la madera del piso había desaparecido. Se apreciaba la tierra y ahora que el orvallo de nieve se había detenido,  el petricor llenaba el olfato del lobo.

El animal avanzó un poco más y se tumbó al lado de la montaña de nieve. Fatigado y en medio de lo que pudo haber sido un gimoteo. Sin embargo sus ojos se iluminaron al enfocarse en aquella montaña de nieve. La observaba como si la hubiese extrañado durante muchos años.

Y así era.

«Oye, Kaoru, ¿sabes qué pasa cuando la nieve se derrite?»

I

—Nadie creería en algo tan utópico como los hombres lobo.

—Pero a veces las cosas están ahí, existen, simplemente están escondidas, lejos de donde podamos destruirlas.

»Silvanesti era un enorme territorio cerca del glaciar del norte. Sus tierras —en su mayoría bosques— se encontraban sumergidas en una constante tormenta de nieve. Se decía que años atrás era un lugar vasto, bendecido por el sol  y abusado por el humano. Toda esa región fue castigada por Quíone con inviernos duros que lograron acabar con la mayoría sus pobladores y hacer huir al resto y todo ese territorio fue heredado a la última manada de licanos. Cada uno tenía una región a su cuidado. Y aunque todo eso pudiera paparrucha modificada con el pasar del tiempo, los humanos preferían no arriesgarse; el invierno perpetuo no era de mucha ayuda para vivir ahí.

—Aun así ya decidí que me iré.

—¡Estás loco, Hitomi, loco te digo!

—Cállate, Soan, ¿viniste a ayudarme o a despertarlos a todos, eh? —La mirada de Hitomi fulminó a su compañero durante un segundo y luego regreso su atención  a la ropa y mantas que guardaba apresuradamente en un enorme bolso tejido de palma—. No hay nada ahí. La nieve es una realidad, pero vamos, ¿lobos? Yo viví en ese lugar con mi familia y no recuerdo que hubiese algo parecido.

—Eras un bebé, qué vas a saber tú de aquellos tiempos.

El suspiro largo del joven pelinegro hizo reír a Hitomi.

—La casa de mi padre está ahí.

—Bajo la nieve, sí, seguramente.

Hitomi movió la cabeza negativamente.

—Mi madre me dijo hace algún tiempo que después de que comenzara a caer la nieve, vivimos ahí durante al menos tres meses. Créeme, sé que ha sido lo suficientemente fuerte para resistir en pie. Además, también sé que la dejaron completamente cerrada, su interior debe estar en buen estado.

La cara de Soan le decía claramente que no estaba seguro, pero Hitomi le dedicó una sonrisa y palmeó su hombro.

—Estaré bien. Si no resisto volveré, solo, no… —Contrajo los labios un instante y al siguiente lo soltó tras un pesado suspiro—: No quiero estar en medio de la familia que ella formó sin incluirme tras la muerte de mi padre.

—Sabes que puedes venir a mi casa —expuso Soan—, mi madre te adora y no hablemos de Kana, se pondrá triste cuando se entere y después me molerá a golpes por haberte dejado ir. —Hitomi rio—. En serio —insistió.

Hitomi volvía a negar.

—Estaré bien.

—Estás loco.

—También.

Soan había prometido ayudarle a llevar su equipaje al menos hasta los límites de la ciudad donde vivían. El frío comenzaba a sentirse en aquel punto y llegar hasta Silvanesti le tomaría al menos un día entero de viaje a pie.

Llevaba provisiones para al menos un mes. Le había explicado a Soan que volvería días antes de que eso se terminara para reabastecerse  y si todo salía como lo planeaba, si resultaba que no era tan difícil vivir ahí, le invitaría a ir con él al menos unos días.

—Yo no puedo con el frío. Necesito una cobija encima por las noches así haga un calor del demonio —había alegado Soan, a lo que Hitomi rio.

Al final Soan aceptó tras hacer prometer a Hitomi que habría cobertores extra y una buena chimenea.

El viaje continuó en silencio.

Soan dirigió la carreta de su familia lo más lejos que pudo para que Hitomi no tuviese que avanzar tanto él solo, pero cuando su yegua comenzó a temblar tuvo que detenerse.

Una sonrisa fue su única despedida. Soan era demasiado sentimental y ya había advertido que se iría antes de comenzar a  gimotear como un crío. Era dos años mayor que Hitomi —Hitomi contaba con dieciocho años recién cumplidos— y siempre le procuró como a un hermano más.

Le echaría mucho de menos sin duda.

 

 

Por lo menos no estaba nevando. Ese era el único consuelo que tenía Hitomi mientras avanzaba, hundiendo sus botas de cuero curtido entre la nieve. El paisaje era claro y el bosque ya no se veía tan lejos como hacia unas horas. Se detuvo a descansar  y comer solo un par de veces y aunque ya estaba por entrar la noche, no estaba cansado. Se sentía emocionado realmente.

Siguió caminando durante un largo rato. La poca luz que había se fue poco a poco para dejar caer un manto azulino y gris sobre el cielo; aun así no era difícil ver su alrededor. Estaba concentrado en el camino para no llegar a perderse y procuraba enfocarse en cualquier sonido fuera de lo normal. Pero ¿qué era normal en aquel lugar? El sol se había ido por completo y salvo por el crujir de sus pasos y el lejano silbido del viento no podía escuchar nada más.

 

La entrada al bosque estaba ya prácticamente frente a él. El frío finalmente le resentía  y tuvo que frotar sus enguantadas manos varias veces. Hitomi suspiro profundamente —resignándose  a que tendría que aguantar a llegar a la vieja casa de su padre para poder echarse una cobija encima— y no supo si fue el cansancio o realmente, en medio de aquel hálito que salió de entre sus labios, pudo atisbar una figura alta y lejana entre los árboles que al igual que aquel vaho desapareció en fracciones de segundos.

—El cansancio, el cansancio… —Hitomi sacudió la cabeza  y continuó con su trayecto.

El camino zanjado aún era visible y solo debía seguirlo para llegar a la casa. Sin embargo, desde el momento en que dio el primer paso dentro del bosque, el ambiente cambió bastante. Se sentía inquieto, mucho,  y aunque lo adjudicaba la figura de hacia un rato, no cambiaba el sentimiento.

Siendo sincero, Hitomi no creía mucho en que la historia  de los licanos fuera cierta, pero eso no quería decir que había erradicado por completo esa duda natural, esa posibilidad: ¿y si todo eso era verdad? ¿Un lobo saldría a atacarlo por entrar en aquellas tierras? La sola idea le hizo removerse inquieto un instante antes de continuar  avanzando hasta llegar a la  nostálgica casa de su infancia, esa que solo recordaba cuando soñaba con su padre.

Sonrió al estar al pie de la puerta. Había sido capaz de llegar tan lejos y ese era el primer paso, el más difícil, pero ya estaba hecho.

El mango de la puerta estaba escarchado pero Hitomi no dudó ni instante en asirlo, con la misma rapidez que —de la nada— otra mano apretó la muñeca de la suya, evitándole abrir el lugar.

El joven castaño respingó y sin éxito intento liberar su mano de su opresor. Viró entonces la mirada hacia el dueño de aquella extremidad.

El viento frío sacudía los cabellos medianamente crespos de aquel alto hombre que observaba a Hitomi con apatía.

—Vete —le dijo repentinamente y no en tono de sugerencia ni de petición, era una clara orden.

Hitomi tardó unos segundos en asimilar la situación, pero apenas escuchó aquello parpadeó repetidas veces y negó a la par que jalaba de su brazo bruscamente para deshacerse del agarre.

—Fue la casa de mi padre, puedo estar aquí si quiero… —Fue lo mejor que se le ocurrió para objetar, sin embargo eso no logró que la expresión de aquel hombre cambiara en absoluto.

—Este lugar ya no pertenece a nadie —respondió el hombre y aunque dejó libre la muñeca de Hitomi, no parecía tener intenciones de dejarle pasar.

—Eso no quiere decir que tengas derecho a echarme.

—Lo tengo.

—Acabas de decir que este lugar no tiene dueño.

—Pero yo tengo el deber de vigilarlo.

El ceño de Hitomi se arrugó. Regresó su mano al mango de la puerta y miró a aquel hombre de soslayo.

—Es mi hogar, no voy a hacer nada para perjudicarlo.

—Eso, no lo sé.

 

Dejando en segundo plano a aquel hombre Hitomi cerró la puerta tras de sí y comenzó a avanzar por la estancia de aquella vieja edificación. Tenía una sensación extraña en el pecho, algo que interpretó como emoción mezclada con miedo. Era bueno, pese a lo raro que se sentía. Dejó el bolso enorme de palma sobre el piso y dos grandes macutos que cargaba en mano al lado de este.  Recorrió la casa por completo. Con toda la ropa que llevaba encima seguramente no resentía tanto el frío, pero si quería pasar  una noche al menos tibia y cenar algo caliente, debía poner manos a la obra.

Para cuando tenía las cosas un poco más  en orden Hitomi había olvidado por completo a aquel hombre.  Mejor dicho, dio por hecho que se habría ido luego de que él entrara a casa; pero no. Él seguí afuera, frente a la puerta.

 

II

¿Qué debía hacer?

Hasta aquel momento nadie se había atrevido a incursionarse en las tierras nevadas  a su cargo.  Él no era un ser de violencia así que eso estaba lejos de convertirse en una opción, pero… ¿qué tal si aquel joven actuaba igual que los humanos de tanto tiempo atrás y comenzaba a dañar el pacifico lugar en el que vivían él y los demás animales?

El hombre resopló con frustración, se recargó sobre el umbral y poco a poco tomó asiento en el suelo.  Cerró los ojos, tenía que pensar.

Escuchaba el movimiento dentro de la casa: la fricción de la ropa y las sábanas, los pasos, el ir y venir del joven y su aroma; el aroma, esa esencia que despedía aquel ser le invadía el olfato.

—Cerca —musitó para sí—, se está acercando. —El rechinar de la puerta no logró sacarle de su ensimismamiento, fue la incertidumbre de saber qué planeaba el joven al asomarse fuera de aquel sitio que había tomado como refugio.

El joven castaño vaciló un momento. Asomaba apenas sus ojos y aunque realmente se denotaba intimidado, salió solo un par de pasos  y canturreó de la manera más amigable:

—Hey, señor vigilante. —Su aludido ni siquiera alzó la mirada para  encararle—. ¿Se va a quedar aquí toda la noche? Me va a saber mal ir a dormir bajo las cobijas y saber que está usted aquí afuera.

Al no obtener respuesta, Hitomi salió por completo, se acomodó frente a su interlocutor y se acuclilló para buscarle la mirada.

—Debería volver a casa —sugirió, denotando un tono preocupado.

Finalmente, los ojos de aquel hombre le enfocaban y Hitomi sonrió.

—¿Su hogar está muy lejos?  De ser así podría prestarle algún cobertor caliente para que pase la noche. —El castaño esperó un momento por alguna respuesta. Ladeó los labios ante el silencio y añadió—: Podría enfermar o morir por el frío…

Los delgados labios del hombre se curvearon en lo que Hitomi interpretó en una sonrisa burlona.

—El frío ha sido mi hogar desde hace mucho, sería el último en matarme. —El hombre se puso de pie enseguida y Hitomi hizo lo propio enseguida.

Silencio.

Silencio.

El ambiente se tornaba bastante incómodo y a Hitomi, con el cansancio abordándole desde hacia un rato, le costaba mantener la lucidez.

 —Bueno entonces te invito a pasar... —Hitomi contrajo los labios a media oración. ¿Cómo se llamaba su actual emisor? Se entonces  golpeó la frente con la palma de una mano y movió la cabeza negativamente—. Qué descortés, perdona, ni siquiera me presenté... —Esbozó una sonrisa torpe y se sacó el guante de la diestra antes de ofrecerla como saludo al mayor... Porque era mayor que él obviamente ¿verdad?

Pese a la poca luz que les brindaba el interior de la casa, Hitomi había alcanzado a distinguir los rasgos toscos pese a lo delgado del rostro de aquel hombre. Su cabello quebrado hasta los hombros, los ojos profundos y la barba que se concentraba en su barbilla. El joven suspiró luego de un rato de no ser correspondido su saludo; a cambio sólo era observado como si en lugar de saludar estuviese  bailando ridículamente.

—Me llamo Hitomi —soltó y recogió su mano—. Mi familia vivía aquí hace algunos años —intentó explicar pero el hombre no parecía ponerle demasiada atención—. Eh... ¿Cómo te llamas, uh?

Silencio.

Silencio otra vez.

Los labios del mayor tardaron varios segundos en abrirse y mirándole con cierta desconfianza, respondió secamente:

—Kaoru.

Sin decir nada más el mayor se retiró, dejando a Hitomi un tanto descolocado. Volvió al interior de su casa luego de que perdiera la imagen de Kaoru entre los nevados árboles.

 

El joven se recostó en el único colchón en buen estado de la casa  con tres cobijas encima y  se durmió pensando en aquel hombre, imaginándoselo dormido en medio de la nieve.

La próxima vez insistiría en que al menos aceptase un cobertor.

 

III

 

 Pasaron tres días para que Hitomi volviera a ver a Kaoru.

Fue una mañana, mientras preparaba café.

Hasta esa ocasión había estado comiendo cosas que no requerían ser preparadas en la vieja estufa de leña  ya que la madera que había conseguido estaba completamente húmeda. Esperaba que luego de esos días  se secara un poco y pudiera usarla pero no tuvo nada de éxito al intentar encenderla; finalmente tuvo que sacrificar una pequeña silla.

Kaoru le observaba en silencio desde afuera,  mientras Hitomi se servía de la infusión.

Sus ojos curiosos seguían cada movimiento del joven y el aroma de la caliente bebida avispó su olfato; olía muy... rico, debía admitir. Hitomi tuvo que tambalear el paso para que el respingo de ver la figura de Kaoru en la ventana tan repentinamente no le hiciera tirar el cuenco con café.

—¡Oh, tú! —El café fue olvidado en una mesita cercana y Hitomi se dirigió a zancadas hasta la ventana—. Te apareces de la nada luego de varios días —exageró—, ¿quieres matarme de un susto acaso? —reprochaba, pero debía admitir que estaba contento de verle. Él era su única compañía  después de todo.

—Nadie moriría de un susto —objetó Kaoru en son burlón.

—Claro que sí. Cuando tu corazón es débil, esta clase de sorpresas no le caen bien —se defendió el más joven.

—¿Tu corazón es débil?

—Bueno... —Hitomi ladeó los labios—. No.

—Entonces no te morirías, exagerado. —Kaoru alzó los hombros restándole importancia y se dio la media vuelta para irse.

—Ah, no, no te vayas... —El joven castaño estiró su mano fuera de la ventana y alcanzó a asirle del áspero saco largo que el mayor llevaba—. Ven, come algo conmigo.

—¿Comer qué cosa? Yo no he visto que salgas a cazar nada; de hecho vine porque pensé que ya habrías muerto de hambre.

El rostro de Hitomi se tiñó de rojo —más que ese sutil candor que el frío le provocaba— y en medio de un mohín infantil, alegó:

—No es necesario cazar si traes provisiones, me preparé bien antes de venir, señor vigilante, así que pase, hoy va a probar el mejor café de su vida.

Se miraron en silencio un largo rato, sin que Kaoru avanzara más y sin que Hitomi le soltara.

IV

 

Kaoru siempre se preguntó qué lo había hecho aceptar aquella invitación.

Había vivido solo desde hacia mucho tiempo. No convivía con nada ni con nadie. Toda su vida estaba en aquel bosque y jamás se había planteado la idea de salir de ahí.

Y ahora aparecía este joven, haciéndole entrar en aquella casa que siempre pasó por alto a pesar de las innumerables veces que la cruzaba en algún paseo.  Era extraño sin duda alguna. Sin embargo Hitomi no parecía ser «malo» en ningún sentido de la palabra. Por el contrario, le provocaba una sensación familiar; familiar y lejana.
Kaoru tomó asiento en una vieja silla y Hitomi se ubicó en frente con un cuenco más de café. El aroma volvía a relajarle los sentidos y se tomó su tiempo para olisquear el vaporcito antes de darle el primer sorbo. La sensación caliente bajo de su garganta a su pecho y el sabor ligeramente amargo le hizo suspirar.

Esa mañana no hablaron de nada.  Se miraban ocasionalmente mientras sorbían café.

La ventana se había quedado abierta y al aire frío invadía la pequeña estancia.

El café se terminó luego de un rato.

Solo estaba Hitomi frente a él: jugueteando con el cuenco entre las manos   y una discreta sonrisa bailándole en los labios  y el solo verle logró hacerle sentir más cálido que el mismo café.

 

V

 

Era interesante realmente. Hitomi le enseñaba muchas cosas que él ni se imaginaba que existieran. 

Las contadas veces que Kaoru se aparecía cerca de la casa de Hitomi y aceptaba pasar un rato ahí, se la pasaban entre algunos libros y café.

Oh, Kaoru le había tomado un gusto especial a aquella bebida; por eso cuando Hitomi le informó que se había terminado, no pudo disimular un  gesto de decepción.

—En unos días más volveré a la ciudad —informó Hitomi la tarde un domingo.

Kaoru estaba sentado al pie de una ventana y Hitomi se balanceaba con tranquilidad en una vieja mecedora. Se había puesto un cobertor en el regazo y leía.

—¿Te vas? —Kaoru se había puesto de pie sin darse cuenta. Incuso pestañeó varias veces, incrédulo de haber reaccionado así sin darse cuenta.

Por supuesto, Hitomi no disimuló una mueca que oscilaba entre la sorpresa y la gracia.

No iba a pasar por alto la oportunidad de poner en evidencia al mayor obviamente.

—Oh vamos, yo sé que me vas a extrañar pero tranquilo, será un día o dos a lo mucho. —Cerró el libro y lo dejó descansando en su regazo—. No tienes porqué alterarte, mi queridísimo Kao.

 

—Te extrañaría, sí —soltó Kaoru sin siquiera pensarlo.

Bien, esa no era la respuesta que el muchacho se esperaba.

—Ah…—Balbuceó algo y Kaoru frunció el ceño—. No, no me voy… —articuló finalmente—. Solo…, traeré más cosas. Hay comida que ya no tengo y necesito traer más mantas y… —Hablaba torpemente y cómo no hacerlo si la mirada de mayor hasta se había relajado luego escuchar eso.

Quizá reaccionar así era un poco exagerado; bueno no, la verdad es que si lo analizaba no lo era:

Cuando comentó a su madre que posiblemente volvería a aquella casa, ella no hizo más que mirarle con cierta incredulidad durante unos instantes; después devolvió su atención a la cobija que tejía para el medio hermano del joven.  Hitomi dio por hecho que a su madre le daba igual si él estaba o no. Después de todo ella  estaría bien con su esposo económicamente acomodado y su pequeño bebé. Así que bueno, él volvería entonces al único lugar que conoció como un hogar.

Y ahora, ahí estaba aquel hombre que aunque reticente al principio, le acompañaba a beber café y aceptaba con naturalidad que le echaría de menos si se iba cuando apenas tenían algunas semanas de conocerse.

Reconocía que le  costaría irse, mucho más de lo que le costó irse de casa de su madre, así en esa situación fueran solo un par de días.

VI

 

Soan recibió a Hitomi la noche que se quedó en la ciudad y le reprochó lo mucho que le había echado de menos. A decir verdad y aunque Hitomi no hizo mención de ello, pudo darse cuenta de que los ojos de Soan estaban acuosos luego de que le abrazara como si quisiera partirle por la mitad.

La madre de Soan y Kana —hermana menor del mismo— le llenaron de abrazos y preguntas  y Hitomi contestó a cada interrogante y correspondió gustoso a cada abrazo que le regalaban.

Le encantaba estar en aquella casa, sí, pero no podría quedarse a vivir ahí como le ofreció Soan apenas le contó de sus planes de regresar a la casa de su infancia. Sabía que ahí tendría gente que lo apreciaría y un hogar  cálido para vivir; pero no quería entrar de la nada a uno, quería formar el suyo y lo estaba logrando, podía decirlo con toda seguridad: ya que aunque solo fuera una noche, extrañaba su cama llena de cobertores, el café nocturno  y silencioso con Kaoru y por supuesto, lo echaba de menos a él.

VII

 

No tenía ningún caso que estuviera ahí, después de todo Hitomi no estaba. Pero se le había hecho una especie de costumbre el estar ahí en la noche y ver a Hitomi mientras leía.

Kaoru caminó un poco y se acomodó frente  a la puerta de la vieja casa. El joven le había dicho que tenía todo su permiso para entrar y dormir o lo que quisiera siempre y cuando no se quedara afuera en medio del frío. Se preguntaba qué ideas se habría hecho Hitomi de él: ¿pensaría que dormía a la intemperie? ¿Que no comía? ¿Debería contarle sobre él, sobre quién era? Y si le decía, ¿le tendría miedo…?

Su cabeza comenzaba a tensarse en medio de todas aquella cuestiones. Pero le era imposible no achacarse con ellas.

Hasta aquel momento no había convivido con un humano.

 

VIII

Hitomi volvió —tal y como lo había prometido— la noche del día siguiente, acompañado de dos enormes bolsos más y uno amarrado en su espalda. Kaoru le esperaba en la puerta de la casa —caminaba de un lado a otro algo ansioso— y es que aunque estuvo merodeando por los límites del bosque, optó que la mejor opción sería esperarle ahí.

—¡Traje algo para ti! —Fue lo primero que dijo Hitomi y comenzó a hurgar entre las enormes bolsas.

El mayor se acercó, curioso claro, de lo que buscaba el joven y se acuclilló a su lado mientras lo hacía.

—No es la gran cosa, pero pensé que te verías bien con el y te serviría para aminorar el frío aunque fuese un poco. —Casi del fondo del bolso, Hitomi extrajo una gorra plana de cuero color negro.

—¿Qué es eso? —Fue la respuesta de Kaoru al ver más de cerca el objeto.

Hitomi enarcó una ceja y sin pensárselo mucho colocó la prenda en la cabeza de Kaoru.

—Algo para el frío y un obsequio por hacerme compañía todos estos días. Además, Soan… Ah, Soan es mi mejor amigo, él me obsequió una enorme colchoneta, así que, cuando quieras, puedes quedarte a dormir aquí. Y traje café, de tres diferentes tipos. —El joven sonreía mientras le mostraba uno a uno los objetos que mencionaba, pero la mirada del mayor se había perdido de aquellas cosas, se centraba única y exclusivamente en esa bonita curva que formaban los labios del joven.

Kaoru tocó un momento el objeto que ahora adornaba su cabeza y enseguida se puso de pie. El joven hizo lo mismo, extrañado de la reacción de su emisor y este le asió una muñeca apenas terminaba de erguirse.

—¿Qué pasa? —indagó Hitomi—. Si no te gusta puedes dejarlo, ah… —El tirón que dio el mayor de su mano le hizo avanzar apresuradamente.

Hitomi trastabilló los primeros pasos y obligado por el paso de Kaoru salieron de la casa y comenzaron a avanzar entre los árboles.

Esperaba que al menos Kaoru le informara del sitio al que pretendía llevarle, pero no dijo una sola palabra.

 

Caminaron durante un largo rato.  A Hitomi le dolían horrores las piernas; apenas si había tenido tiempo de descansar luego del viaje y ya estaba andando de nuevo. Además, la noche estaba especialmente helada.

—Oye, Kaoru… —El joven se frustraba al llamarle y no recibir respuesta, pero insistía. Era la tercera vez que lo hacía—. Kaoru, está helando y yo me quité la chaqueta al llegar a casa, me voy a enfermar —dijo como si aquello supusiera una amenaza y frunció los labios.

Al final ni aquello fue tomado en cuenta por Kaoru.

 

Siguieron un camino largo y uno más. El paisaje era prácticamente el mismo desde que salieron de casa: árboles enormes y nieve. Su casa estaba sumamente alejada del pueblo principal, pero dudaba que fueran en dirección de este, de ser así ya habrían llegado o al menos eso pensaba.

Muchos días después, Hitomi se cuestionó el por qué no simplemente se había deshecho del agarre de Kaoru para volver a casa; él no le apretaba muy fuerte la muñeca, era lo suficiente para no llegar a soltarle con facilidad sí, pero tampoco era imposible hacerlo. Y bueno, no le costó deducir la respuesta a ello: era la primera vez que Kaoru le quería mostrar algo además de su especial gusto por el café, obviamente aquello era más importante si era el mismo Kaoru quien le llevaba prácticamente a rastras.

IX

 

Para cuando finalmente se detuvieron Hitomi sentía sus piernas entumecer y sus labios helados. El joven estaba seguro de que al detenerse sus dientes iban a castañear y eso sería tan penoso que prefirió contraer sus fríos labios y enfocar su atención en otra cosa; el que Kaoru le soltara la mano por ejemplo.

El mayor avanzó dejando a Hitomi atrás y este no se percató del enorme lago que tenía enfrente hasta que Kaoru se detuvo y le miró de soslayo.

El lago estaba congelado, sí, pero los cristales que había formado el agua brillaban ocasionalmente, cuando los rayos de la luna se dejaban apreciar. Había un silencio relajante en aquel sitio. Ni siquiera el silbido de los árboles llegaba, solo era esa calma del agua aterida lo que les acompañaba.

La mirada de Kaoru brillaba en medio de la tenue oscuridad.

 

—Yo vivo aquí desde hace años. Desde que era joven, mucho más joven que tú. —La voz de Kaoru le hizo respingar aunque sonaba lejana, como un susurro—. Quíone obligó a los humanos a irse cuando se dio cuenta que abusaban de las creaciones de Perséfone y desde entonces, yo he estado a cargo de este lugar… —Kaoru se retiró la gorra plana y luego de dejarla caer al suelo, su figura comenzó a cambiar ante la mirada castaña de Hitomi.

 

X

El aire helado entraba por la ventana, además hacia ya un buen rato que esta se estrellaba empujada por el viento. Tenía que levantarse a cerrarla —no tanto por el ruido  sino por el frío que atravesaba el cobertor— pero realmente no quería hacerlo.

Hitomi se encontraba hecho un ovillo. Recostado de lado observaba fijamente a la silla donde Kaoru dormía. No lo había visto dormir hasta aquel momento, pese a las muchas ocasiones en que se quedaba hasta tarde. Siempre era Hitomi quien terminaba cerrando los ojos primeros y para cuando reaccionaba, él ya se había ido; así que era una escena digna de memorizar y admirar.

Se preguntaba si todo lo que pasó anoche había ocurrido realmente:

Sus ojos se abrieron cuando la forma «real» de Kaoru se mostró ante él.  Abrió y cerró los labios varias veces, intentaba hablar, pero su voz parecía haber desaparecido por completo. Sus piernas fallaron en aquel momento, incapaces de seguir sosteniéndole, más tras esa sacudida en su cabeza ante aquella revelación y cayó de rodillas.

La figura de un lobo grande e imponente había remplazado a la del mayor. Sus patas se clavaban en la nieve, su pelaje se mecía en cada brisa y aunque todo aquello era totalmente nuevo, extraño, el joven podía apreciar el mismo brillo de los ojos de Kao en la mirada del animal que ahora tenía enfrente.

Después de eso sus recuerdos eran bastante difusos: la figura humana de Kaoru volvió luego de unos momentos y se acercó para ayudarle a levantarse. Recordaba un tacto suave en su rostro, en una mejilla justamente y la voz susurrante de Kaoru en su oído:

—¿Tienes miedo?

Hitomi negó.

—¿Debería dejar de visitarte?

Volvió  a negar.

El joven cerró los ojos y enterró rostro en el pecho de Kaoru. Obviamente  no había estado así de cerca antes y se dio cuenta que Kaoru olía como el bosque; aunque no estaba del todo seguro si tendría un olor especifico o al menos uno que pudiera describir, pero fue lo que sintió cuando fue terminó siendo tomado en volandas por  Kao.

Kaoru era el bosque: la nieve, los árboles, la hierba  y las hojas frías, el cielo nublado. Pero a diferencia de todo eso, él estaba cálido, muy cálido, lo suficiente como para desentumecerle los labios.

 

XI

 

Kaoru abrió los ojos cuando escuchó el rechinido de la tarima. Hitomi se había sentado en el filo del colchón y ahora sus miradas se encontraban.

¿Qué debería decirle? «Hey, en verdad eres un lobo ¿eh?».  Sonaba tan tonto.

—Ah, dormiste en la silla. Pudiste haber tomado algún cobertor.  —Intentaba hablar como si nada mientras se disponía a ponerse de pie—. ¿Quieres café? Haré en un momento, solo…

—Hitomi —interrumpió Kaoru y se puso de pie.

El joven no se había dado cuenta de que Kaoru se había acercado y cuando alzó la mirada, le tenía justo frente a sí.

—Parece que no lo terminas de digerir, uh. —Hubo un momento de silencio y Kaoru aspiró profundamente antes de volver a hablar—: Hitomi si no te sientes cómodo, puedo prometer que me mantendré al margen de tu vida aquí.

La cabeza del joven se movió negativamente y alzó la mirada hacia la de Kaoru.

Obviamente no quería que las cosas cambiaran, de hecho no tenían por qué cambiar. Kaoru seguía siendo Kaoru. Que resultara ser parte de esas historias que Hitomi tachó mil veces como falsas no tenía por qué cambiar en algo su relación. Además aunque solo lo propusiera, el imaginarse que no iba a tener la compañía de Kaoru de ahí en adelante, le afligía.

 

—Para mí no has dejado de ser tú. Me gusta que estés aquí, le resta lo solitario a mi decisión  y me hace pensar que tengo a alguien que me espera aunque sea solo para mirarnos en silencio mientras bebemos café. —Hitomi meditó un momento y se enderezó en su sitio.

El joven cerró los ojos y dejó el dominio de sus acciones a uno de sus impulsos: su cuerpo se inclinó lo suficiente para que su frente quedara  presionada en el pecho de Kaoru.

—Es cierto que estoy sorprendido y no sé cómo tomar esto, es decir, nadie se lo espera y parece una situación que solo encontrarías en algún libro de literatura fantástica.

Kaoru no dijo nada mientras escuchaba a Hitomi. Tampoco lo hizo cuando este guardó silencio durante un largo rato; le dejaba estar pegado a su pecho  y bueno, estaba contento de que sí bien, la reacción de Hitomi fue desconcertada, al menos no le tenía miedo, ni le había dicho que se fuera como muchas veces lo imaginó.

Pasaron varios minutos antes de que Hitomi decidiera reaccionar y finalmente alzar el rostro para encontrar los ojos de  Kaoru.

El joven Le miró un momento más y emplazó las manos hasta sus hombros.

—Kaoru.

La vocecita de Hitomi, suave, tranquila, parecía que acariciaba cada letra de su nombre.

—Dime.

—No dejes de visitarme, no quiero dejar de verte.

 

Kaoru cerró los ojos luego de escuchar aquello y cuidadosamente apoyó su frente en la  de Hitomi.

¿Debían decir algo? No, ambos  pensaron que no era necesario. Aunque el silencio terminara siendo incómodo luego de un rato y aunque la cercanía les obligaba a aceptar que necesitaban del calor del otro; que si bien  ambos eran perfectamente capaces de seguir sin estar juntos, en aquel momento había decidido  que no era lo que querían.

 

XII

 

Los días, las semanas, los meses se habían convertido en una especie de rutina. Eso no quería decir que fueran aburridos, todo lo contrario: Hitomi siempre tenía cosas nuevas para mostrar a Kaoru y él por su parte le mostraba a Hitomi lugares escondidos del bosque. Ya no había solo visitas para mirarse en silencio; de vez en cuando paseaban y en algún punto Kaoru comenzó a dormir en casa de Hitomi. Por supuesto para el joven eso era de lo mejor —a que aunque Kaoru le aseguró muchas veces que para él, en su forma de lobo, no representaba problema alguno pasar la noche afuera—, podía mirarle hasta cerrar los ojos y se aseguraba de que tuviera un montón de cobertores encima para dormir caliente.

También había que señalar que Kaoru comenzó a ser más platicador y vaya, sonreía, en contadas ocasiones, muy discretamente, pero lo hacía.

Eran días bastante tranquilos, todos.

Quizá solo eran los días de tormenta los más difíciles de pasar. Kaoru ayudaba a Hitomi a asegurar puertas y ventanas y aun así el frío invadía toda la casa. Hubo ocasiones en las que Hitomi temblaba tanto que Kaoru terminaba por ir a sentarse a su lado o al menos se recostaba en la orilla de su cama  con la esperanza de que su calor calmara un poco el cuerpo de Hitomi.

Sin embargo —y aunque el joven hubiera hecho hasta lo imposible para evitarlo— Hitomi duró enfermo de gripe por lo menos tres semanas. En cama no podía hacer mucho y eso era sumamente frustrante. Además su nariz congestionada y la fiebre no eran de gran ayuda.

Kaoru se había quedado todos esos días al lado de su cama. Le cuidaba cuando dormía y estaba al pendiente de él cuando despertaba. Hitomi se sentía un niño pequeño de nuevo cuando era Kaoru quien se encargaba de proveer el alimento a la hora de la comida y la cena —donde reinaba la carne de conejo y alguna que otra ave—.

La última noche que pasó enfermo, Kaoru había salido desde la tarde. No le dijo a dónde iba, tan solo aseguró que volvería antes de la noche. Hitomi estaba realmente preocupado ya que podía escuchar el viento sacudir los árboles y se ponía ansioso de que el tiempo avanzara y Kaoru no volviera.

La noche cayó y Hitomi terminó durmiéndose sin darse cuenta. Lo último que recordaba de aquella ocasión, fue ver la figura de Kaoru entrar a su habitación y caminar hasta su cama. Algunas hojitas fueron puestas entre sus labios y entre sueños Kaoru le indicó comerlas, cosa que hizo de inmediato. Para la mañana la fiebre se había ido y a su lado reposaba un enorme lobo marrón brindándole su calor.

 

Por supuesto hubo muchas ocasiones en las que Hitomi se dio el lujo de apreciar la otra figura de Kaoru.  En muchas era el mismo Hitomi quien le pedía «cambiar» y en algunas más lo hacía por mera voluntad. A veces paseaban así, a veces dormían juntos así.

El pelaje de Kaoru era agradable y Hitomi no se limitaba cuando le tenía así a su lado: le acariciaba las orejas, paseaba los dedos por su lomo y tomaba sus patas para mirarlas de cerca. Y bueno, el mayor debía admitir que el tacto suave y curioso de las manos de Hitomi era sumamente agradable; tanto, que varias veces, cuando Hitomi se quedaba dormido mientras le acariciaba entre las orejas, le daba una rápida lamida a su mejilla.

Eran días buenos, sin duda lo eran.

 

XIV

 

Una mañana —una de las tantas en que Hitomi peleaba por encender la estufa y Kaoru le miraba desde su asiento—, el mayor atisbó el perfil de Hitomi más «maduro». ¿Cuántos años habían pasado ya desde que vivían ahí los dos? Para Kaoru no había sido mucho, pero su tiempo corría diferente al de Hitomi. Él permanecía prácticamente igual que cuando Hitomi llegó al bosque, pero esa mañana se dio cuenta que Hitomi ya no era el jovencito de mejillas redondas que conoció. Su perfil era más masculino, su espalda más ancha  y su cabello castaño le cubría la nuca.

 

—Oye, Hitomi.

El joven le miró por encima del hombro. Le pareció peculiar ser llamado, normalmente, Kaoru no hablaba mientras el cocinaba.

—¿Qué sucede?
—¿No has pensando en… —Dudó un poco, la verdad es que no había manera sutil de preguntar aquello—. ¿No has pensado en  volver a casa?

Las manos de Hitomi se detuvieron. Como una gota de agua helada deslizándose a mitad de su espalda caliente, aquella pregunta le descolocó.

—¿Por qué preguntas eso? —No se había volteado para ver al mayor. Prefería no hacerlo.

—No me mal interpretes —dijo Kaoru en primera instancia. Se puso de pie y caminó lo suficiente para acomodarse a espaldas de Hitomi. Hace mucho ya que se hizo a la idea hablar de esas cosas, si volvía a pasar como la primera vez, se haría ideas y había descubierto que eso no era beneficioso—. Estás creciendo y yo mejor que nadie sé que es un poco frustrante que el mundo sea tan grande, que tenga tantas cosas y tú te ates a un lugar donde solo hay nieve. No hay nada más aquí. No hay nada especial y si no aprovechas ahora que tu cuerpo es joven, te arrepentirás cuando seas mayor y tus pies ya no puedan llevarte a donde quieras.

»Solo, no quiero que sigan pasando los años y llegue el momento en que tú te arrepientas de haber estado aquí prácticamente toda tu vida. De verdad no quisiera eso…

Hitomi se dio la vuelta poco a poco para buscar la mirada de Kaoru.

Realmente, aquello que el mayor exponía no era algo que no se hubiera cuestionado tiempo atrás. Mucho tiempo atrás realmente.

Durante el primer mes que pasó en aquella casa, se hizo las mismas cuestiones e incluso, hubo un momento en que estaba firmemente decidido a tomar la invitación de Soan y quedarse a vivir con él. Pero con los días, entre más días pasaba ahí, en compañía de Kaoru, esa idea iba deshaciéndose sola.

Obviamente no se arrepentiría y mucho menos en el punto en el que estaba ahora.

 

Hitomi sonrió luego de unos momentos. Esa sonrisa tornó el semblante de Kaoru a uno  menos serio y más extrañado. Quizá fue por eso que el que Hitomi envolviera su torso con los brazos le tomó con mayor sorpresa.

No se había abrazado antes, no hasta ese momento.

—Soy feliz aquí, contigo —respondió únicamente y es que si lo pensaba, no necesitaba añadir nada más—. Esa es razón suficiente para quedarme y ese es motivo suficiente para estar seguro de que nunca me voy a arrepentir.

Instintivamente, los brazos de Kaoru ovillaron el cuerpo del joven, apretándole fuerte  provocando entonces que la sonrisa de Hitomi se ensanchara y este la llevara impulsivamente a la boca del mayor.

Hitomi presionó sus labios en los contrarios. Solo eso, solo mantenía ambos pares de relieves unidos. Él no había besado antes y por lo que sabía, podía asegurar que Kaoru tampoco, así que fue una unión torpe, un mimo de chiquillos. Esa idea le hizo reír.

Por su parte, Kaoru realmente no sabía qué hacer, es decir, no podía con aquello: la calidez de estar los dos tan cerca, el roce suave y nuevo de la boca de Hitomi. Tantas emociones y sensaciones que parecía no ser capaz de contener. Se sentía regocijante  y cegado por lo agradable que había sido el contacto de ambos labios, imitó el movimiento de Hitomi muchas veces más.

 

Kaoru llenó a Hitomi de besos y abrazos durante el resto del día. Y durante esa ocasión, Kaoru le abrazó luego de que se acostaran juntos. Esa fue la primera noche que Hitomi se dio el lujo de presionar una mejilla en el pecho de Kaoru y escuchar cómo era el sonido de su corazón al bombear: rápido, relajante y cuando le apretó entre sus brazos, el sonido cambió a uno más tranquilo, uno que le arrulló hasta dormir.

 

«Es verdad que en este lugar solo hay nieve, pero ¿sabes?

Oye…

Oye, Kaoru, te estoy hablando…

Oye, Kaoru, a mí me gusta la nieve porque…

¿Sabes qué pasa cuando la nieve se derrite?

El lobo escuchaba aquella vocecita lejana en su cabeza y respondió como si se encontrara de nuevo en aquel día:

—Bueno, lógicamente  tendríamos agua.

La sonrisa de Hitomi en sus recuerdos apareció y aquellos preciosos labios se movieron para darle la respuesta correcta.

Una que no lograba escuchar todavía.

Sus ojos se sentían cada vez más cansados y una de sus patas rascó cerca de aquel montóncillo de nieve, como si ahí pudiera encontrar lo que sus recuerdos no lograban».

 

XV

Cuando Hitomi se duchaba, la casa se llenaba de vapor, uno que se mezclaba con el olor del jabón y la esencia misma del joven. A Kaoru le agradaba ese aroma.

A menudo solo se sentaba cerca del cuarto de baño mientras Hitomi estaba dentro y se dedicaba a disfrutar del vaho caliente que emergía del cubículo. En una de esas tantas ocasiones, Hitomi olvidó su ropa sobre la cama  y aprovechó la ubicación de Kaoru para llamarle tras la puerta y pedirle que las acercara.

—Perdona —musitó Hitomi mientras asomaba apenas los ojos tras la puerta del cuarto de baño—. Podría salir con la toalla, pero no quisiera enfermarme de nuevo. —Tuvo que salir un poco para poder tomar las prendas que Kaoru le tendía  y este, no hacía más que observarle.

Kaoru deslizó sus ojos por el cuello desnudo de Hitomi. Sus hombros, la clavícula… nunca antes había visto la piel de Hitomi; era blanca, sumamente blanca y cuando devolvió la mirada a su rostro, atisbó la sangre acumulada matizándole de carmín los mofletes.

Hitomi se encerró enseguida en el cuarto de baño y salió luego de un largo rato, bastante abrigado.

Kaoru seguía frente a la puerta y Hitomi le miró extrañado por ello.

—Me voy a sentir acechado si me esperas así cuando solo me estoy bañando. —Intentó bromear sin mucho éxito pues apenas terminó la oración y los brazos de Kaoru ya estaban encerrándole entre ellos.

Por supuesto, Hitomi no se negó al abrazo, respondió con la misma fuerza y soltó una risilla cuando Kaoru hundió la nariz entre sus húmedos cabellos.

Fuera de aquel ansioso abrazo matutino, tuvieron un día normal: Hitomi leyó casi toda la mañana para Kaoru y luego salieron un rato a caminar —cuando no había tormentas tan seguido, era bastante agradable andar sobre la nieve—, nada fuera de sus días tranquilos. Pero para Hitomi, era bastante obvio que algo en la mirada de Kaoru había cambiado luego de aquella mañana.

 

Para la noche, ambos descansaban en sus sitios de costumbre: Hitomi a medio recostar entre algunos almohadones de su cama mientras leía y Kaoru hojeando algún otro libro en una silla cercana.

—Puedo enseñarte a leerlos si quieres —dijo Hitomi de un momento a otro.

Kaoru alzó la mirada y negó enseguida. Cerró el libro y enfocó toda su atención en el joven castaño.

—No, me gusta que leas para mí.

—Podría leerte tanto como quisieras aunque tú sepas hacerlo —repuso Hitomi. Se empujó entonces hacia arriba y se sentó entre sus talones, quedando enfrente de donde se ubicaba Kaoru—. Además si te enseño, tú podrías leerme a mí cuando mis ojos ya no sean tan buenos.

Kaoru parpadeó repetidas veces y caminó hasta la cama, quedándose frente al joven.

—Aprenderé entonces —aseguró Kaoru, quien sostuvo las mejillas de Hitomi con ambas manos.

Le besó un largo rato antes de decidirse a abordar la cama y cuando lo hizo, procuró quedar encima de Hitomi.

Se miraban fijamente y Kaoru no paraba de frotar la piel suave de los carrillos ajenos.

—Kaoru… —Le llamó el joven al notar de nuevo aquel brillo en los ojos de su aludido, el mismo de aquella mañana.

 

No hubo más palabras luego de eso. Las manos de Kaoru se encargaron de desnudar el cuerpo de Hitomi y a sabiendas del aire frío de la noche, se encargó de que pese a ello no pasara frío alguno. Sus manos acariciaban cada lugar, curioseaba aquí y allá; exploraba cada sitio, cada rinconcito entre los pliegues de la tibia piel y besó también cada uno de ellos.

Los besos y las caricias fueron los protagonistas de aquella noche y cuando se llenaban de ellos, simplemente se abrazaban y dormían  como dos animalitos buscando calor. 

Hitomi abrió los ojos en medio de la noche. Kaoru estaba dormido así que procuró moverse con cuidado para no perturbarle. Se sentó envuelto en una sábana, con la mirada perdida en dirección de la ventana por donde entraban motitas de nieve arrastrada por el viento.

 

—Kaoru, es verdad que en este lugar solo hay nieve, pero ¿sabes?

—¿Uhm? —Kaoru entre abrió los ojos.

La espalda a medio cubrir de Hitomi fue lo único que logró visualizar de momento. Hacía un poco de viento y este mecía los cabellos del joven.

—Oye, Kaoru te estoy hablando… —El aludido frotó sus ojos con el dorso de una mano e intentó que el sopor no volviera a vencerle—. A mí me gusta la nieve porque ¿sabes? —Hitomi le miró por encima del hombro y le dedicó una cálida sonrisa—. ¿Sabes qué pasa cuando la nieve se derrite?

Kaoru arrugó la frente y contestó algo dubitativo:

—Bueno, lógicamente tendremos agua.

Hitomi curvó una ceja.

—Ring, ring, te equivocas —declaró un sonriente Hitomi, quien posteriormente gateó de nuevo a la cama y se tumbó al lado de Kaoru.

El mayor se giró en su sitio para poder abrazarle de frente y al quedar resguardado en su pecho, Hitomi le susurró la respuesta.

 

XVI

Tal y como le había enseñado Hitomi, nadie podría arrepentirse de ser feliz, así ello conllevara a renunciar a muchas cosas. Quizá lo único que siempre lamentó, fue que sus tiempos corrieran a diferente velocidad.

El reloj de Hitomi avanzaba mucho más rápido que el suyo y Kaoru —aunque pudo verle hasta el final de sus días— siempre deseó con todas sus ganas que la nieve congelara ese reloj así como había hecho con el agua del lago. Pero aquello era un deseo absurdo y Hitomi continuó creciendo ante sus ojos. Su cuerpo cambiaba y podía ver cómo las fuerzas se iban día con día.

Kaoru no había visto nada más en su vida salvo aquel bosque. Siempre había sido su mundo y probablemente, el único sitio que conocería hasta el final de sus días. Pero la presencia de Hitomi llegó a cambiar todo eso: le enseñó cosas que no sabía que llegarían a gustarle y le hizo sentir muchísimas más. Desde la alegría que le causó el que no quisiera dejar de verle, hasta la tristeza inmensa de cuando en aquella cama que compartieron una infinidad de veces, Hitomi cerró los ojos para siempre.  Fue una noche en la que Kaoru no dejó de sostener su mano en todo el día.

Los dedos de Hitomi se habían puesto delgados y apenas si podía mantener los ojos abiertos; pero aun así, no dejó de mirarle todo el rato, de sonreírle y en todas las ocasiones que pudo articular palabra, no dejaba de agradecerle el estar ahí, el haber estado todos esos años a su lado.

Hitomi cerró los ojos y cuando sus dedos perdieron todas las fuerzas, Kaoru se puso de pie y volvió a su forma de lobo para acurrucarse a su lado. Soltó tenues aullidos   y gimoteó hasta quedarse dormido.

 

Kaoru fue quien se encargó de levantar la madera vieja del suelo y escarbar la tierra para que el cuerpo de Hitomi descansara siempre en aquella casa llena de recuerdos y después de eso, salió de ahí y no volvió hasta ese momento. Se dedicó a vagar por todo el bosque, recogiendo la esencia que había dejado en cada uno de los lugares que visitó con Hitomi.

 

Finalmente, muchos años después, volvió ahí. A menudo se paseaba cerca, vigilando que nadie más llegara a ese lugar, pero fue solo hasta que sintió que su cuerpo estaba por rendirse, que regresó hasta aquel punto. Quería recordar todo. Quería llevarse todos los recuerdos consigo porque sabía que Hitomi le esperaba y deseaba volver a revivir cada momento con él.

 

 

El lobo volvió a escarbar cerca de la nieve y aunque le costó poco más de la mitad de sus fuerzas, finalmente encontró eso que tanto estuvo buscando: ahí entre la tierra mojada por la nieve y esos ligeros rayos de sol que empezaron a asomarse desde hacia días, estaba el pequeño capullo de una prémula. El animal suspiró y se arrastró un poco para poder recostar su cabeza cerca de aquel brote.

—Aquí estás… —dijo y cerró los ojos—. Te he echado tanto de menos. —Los ojos del enorme lobo se cerraron poco a poco y la imagen difusa de aquel capullo cambiaba conforme sus parpados caían.

 

«La espalda a medio cubrir de Hitomi fue lo único que logró visualizar de momento. Hacía un poco de viento y este mecía los cabellos del joven.

—¿Uhm? —Kaoru entre abrió los ojos.

—Oye, Kaoru te estoy hablando… —El aludido frotó sus ojos con el dorso de una mano e intentó que el sopor no volviera a vencerle—. A mí me gusta la nieve porque ¿sabes? —Hitomi le miró por encima del hombro y le dedicó una cálida sonrisa—. ¿Sabes qué pasa cuando la nieve se derrite?

Kaoru arrugó la frente y contestó algo dubitativo:

—Bueno, lógicamente tendremos agua.

Hitomi curvó una ceja.

—Ring, ring, te equivocas —declaró un sonriente Hitomi, quien posteriormente gateó de nuevo a la cama y se tumbó al lado de Kaoru.

El mayor se giró en su sitio para poder abrazarle de frente y al quedar resguardado en su pecho, Hitomi le susurró la respuesta:

—Cuando la nieve se derrite es porque llega la primavera.

Kaoru guardó silencio un momento y se separó lo suficiente para poder mirar a Hitomi a los ojos.

—¿Cómo es la primavera? —indagó el mayor.

Hitomi meditó un instante, buscaba las palabras exactas y entonces sonrió.

—Bueno, todo se llena de colores. En los jardines nacen muchas flores pero creo que lejos del cambio climático, esa temporada… bueno, cada una de ellas te hace sentir algo diferente: la primavera es cálida y te llena de alegría —declaró el joven y alzó el rostro para besar el mentón de Kaoru.

—¿A ti te gusta la primavera?

—Me encanta.

—Yo nunca la he visto pero… —Kaoru se inclinó lo suficiente para que su frente quedara apoyada en la de Hitomi. Sonreía y el apretaba fuerte entre sus brazos.

Hitomi le miraba expectante, curioso por aquella oración que el mayor dejó a medias, pero antes de esta fuera concluida, recibió un cariñoso beso en los labios. Kaoru no se alejó luego de eso. Le acurrucó contra sí y ahí, unido a sus labios, en medio de una sonrisa, le dijo:

—Tú eres mi primavera.

Hitomi abrió los ojos de par en par al escuchar aquello y no se dio cuenta de la sonrisa enorme y boba que se formaba en sus labios.

—Oh vamos, la primavera es algo mucho más grande y bonito que yo, no es ni comparable.

Kaoru negó y volvió a besarle, esta vez más profundo, con más calma, dándose el tiempo para disfrutar de la calidez que aquella boca le ofrecía.

Hitomi le apretó entre sus brazos y entonces el mayor volvió a hablar, acariciando sus labios con cada palabra:

—Quizá yo no sepa mucho de la primavera, pero sé que tú lograste llenarme de calidez y alegría. Probablemente no pueda compararte con la primavera en sí, la que llena los jardines de flores, pero sé que solo tú dejas mi corazón cálido y desbordante de alegría y que cada sonrisa que me dedicas provoca la misma sensación que una flor al nacer. —Hizo una pausa y suspiró sin dejar de mirar los ojos castaños de Hitomi—. Para mí, tú logras derretir la nieve con cada paso y llenar el camino de sol.

Hitomi tuvo que parpadear muchísimas veces para que la acuosidad de sus ojos no se desbordara en aquel instante por sus mejillas. Abrazó a Kaoru lo más fuerte que puso y hundió el rostro en el cálido pecho de este.

Kaoru sonrió y dejó que sus ojo se cerraran, siendo Hitomi lo último que veía antes de que el cansancio le venciera.

Durmieron abrazados, como lo habían hecho ya muchas veces, con el corazón más tibio tras cada una de ellas y como lo harían hasta el último de sus días».

Notas finales:

No tengo mucho qué decir ; ; estaba taaan oxidada para estas cositas que solo espero haya quedado mínimamente entretenido. Gracias a todas las personitas que se pasaron por acá para leerlo <3.


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