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Aurantium Lilium por Maeve

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Notas del capitulo:

¡Hola!<3

Estoy enferma, y quiero que alguien me de un golpe seco en la nuca para acabar con mi sufrimiento.(?) Me paso la mitad de mi existencia mala, qué le vamos a hacer, tengo una salud de mierda, pero ya estoy acostumbrada. El problema es que esta vez sobre todo me están dando mareos, así que he andado de la cama al sofá y viceversa.
Con esto, escribir el capítulo ha sido un dolor en el culo. Lo tenía todo pensado: sabía a la perfección qué conversaciones incluir, qué iba a suceder, TODO. Pero a cada frase tenía que parar de escribir y apartar la vista de la pantalla porque sufrimiento. :') Creo que he escrito más en día y medio que llevo un poco mejor que en todos los anteriores desde que publiqué.

Pero bueno, aquí está el capítulo, ¡espero que os guste! Nos leemos en las notas finales, que deberíais leer porque comento algo interesante. 7u7

La consulta de Unohana se mantenía idéntica al día de mi última visita, a excepción de que, en esta ocasión, acudía acompañado de un terrible dolor de cabeza con piernas y nombre de mujer.

 

—Entonces, ¿ella es tu novia, Jaegerjaquez?

—Más le gustaría.

—No, la verdad es que no me gustaría nada —comentó con ligereza Nelliel—. Soy una amiga suya. He venido a acompañarle porque él es un desastre y necesita que le cuiden. —Como acostumbraba, habló de más.

—No lo dudo; es bueno que tenga amigas así. —La doctora mostraba un rostro afable, pero yo imaginaba la risita molesta que se escuchaba en sus interiores.

 

El chequeo sucedió más lento de lo que debía, con Nell revoloteando aquí y allá, lanzando preguntas como dardos a gran velocidad, tal que me costaba comprender cómo Unohana se mantenía calma y dando respuesta a todas ellas sin dudar.

 

—¿Has descansado bien desde la última vez que nos vimos? —Inquirió casualmente, mientras yo reacomodaba mis prendas. Mi boca ya estaba abierta para mentir.

—No creo, ha pasado mucho tiempo de fiesta. —Entorné los ojos con furia silenciosa hacia mi amiga, que en un gesto entre inocente y travieso, me sacó la lengua.

—¿Ah, sí? —Ojos cargados de desaprobación se posaron en mí—. Sin embargo, yo te pedí que durmieses las horas recomendadas.

—Han pasado algunas cosas —evadí el tema. Ella suspiró y yo fingí no notarlo.

—En ese caso, eso es todo. —Sentí eso como una despedida, pero no tardó en añadir—, ¿puedes pedirle a tu amiga que espere fuera un momento? —Nell, como invocada, abandonó el gráfico que colgaba en la pared y había estado observando, para situarse a mi lado, inquieta.

—¿Algo va mal? —Sus ojos hicieron mímica de los de un cachorro, bailando entre mi rostro y el de la doctora.

—No tienes que preocuparte —petición inútil, pues ya lo estaba— será un momento; quiero hablar una cosa con él.

 

Nelliel se mantuvo unos segundos erguida, su hombro chocando con el mío, esperando una rectificación por parte de la mujer y que comenzase a hablar de aquel misterioso tema. Pero la expresión de Unohana transmitía cierta severidad que no permitía ser ignorada, y terminó por abandonar la estancia sin decir una palabra. Crucé los brazos ante mi pecho y esperé.

 

—¿Has hablado con Kurosaki últimamente? —En primera instancia, la cuestión me descolocó. Después cavilé una respuesta lo bastante ácida como para vedar el tema, la cual tuve que tragar sin hacer intento de dejarla salir, puesto que la sonrisa suave de Unohana había decaído a una línea mortecina.

—No —admití a regañadientes. Diez días. No había sido planeado, pero había terminado contándolos. Diez días sin mediar palabra.— Llevamos algo más de una semana sin contactar —disimulé mi cuenta con esa inexactitud.

—Entonces, ¿antes sí hablabais? —Como si sus palabras fuesen un puñetazo que saca el aire, escupí la respuesta.

—Sí. También quedamos un par de veces.

—¿Ha pasado algo por lo que no hayáis hablado en estos días? —La conversación, para ella, se desarrollaba de forma casual, mientras organizaba algunos papeles sueltos de su escritorio y los unía con clip.

—No, nada. —La irritación calaba en mi voz, volviéndola áspera.

—¿Vas a seguir viéndote con él?

—No lo sé. —La frustración escapó en forma de algo bastante similar a un grito. Me encogí, pareciéndome demasiado a un niño regañado, pese a que ella no dijo nada. Cuando volví a mirarla, su rostro seguía relajado, sin enfado aparente por mi exabrupto—. Lo siento… —mascullé, mi atención centrada en un expendedor de desinfectante de los que abundan en hospitales y clínicas.

—Volvió aquí hace una semana, por algunos problemas… —No la dejé continuar. Mis párpados se estiraron, descubriendo los orbes de mis ojos al máximo, y mi mano aferró el borde del escritorio.

—¿Qué le pasó? ¿Está bien? —Debí sonar desesperado. Patéticamente desesperado.

—No puedo decirte más, es secreto médico. —Me miró y exhaló—. Pero está bien. Quería saber si tú podías darme algún tipo de información sobre cómo se encontraba en esos días.

—No… —Cerré los puños. Respiré hondo. Y me sentí inútil.

—No te preocupes. —Una pausa de reflexión—. Sabes… —me examinó, con su sonrisa enigmática de vuelta en su sitio—, estoy segura de que le vendrá muy bien tenerte cerca.

 

Nell aguardaba junto a la puerta, de pie y apoyada en la pared de forma casual. Podía apostar que cinco segundos antes había tenido la oreja pegada a la lámina de madera, con la ilusión de oír algo. Pegó un brinco al verme y veloz me dio alcance, ya que no me había detenido a esperarla.

 

—¿Qué te ha dicho? ¿Algo malo? —La observé de reojo, fruncí mis cejas y no respondí. Pero debí caer en la cuenta de que era ella, que no pillaría una indirecta aunque le golpease en pleno rostro. Y aunque la captase, la ignoraría deliberadamente de no convenirle—. Grimmjow, contesta. —Tironeó la manga de mi cazadora.

—Nada.

—Te he oído gritar —de un tirón de mi brazo liberé la prenda que estrujaba entre sus dedos—, no gritarías si no pasase nada. —Una nueva mirada de advertencia, que ignoró de igual manera que la anterior—. Grimmjow. Dime. —No le hice el más mínimo caso, y conseguí que se callase unos segundos—. ¡Grimmjow! —Su chillido, agudo y penetrante, rebotó contra las paredes del hospital. Me giré furioso, hallándola en medio del pasillo, quieta, con los ojos ensombrecidos por el ceño caído. Las personas que habían estado caminando cerca en ese momento la miraban en silencio, sin frenar su paso.

—¿Se puede saber qué haces? —gruñí.

—He venido para asegurarme de que estés bien, así que tienes que decirme lo que te ha dicho la doctora.

—¿Eso te parece razón para berrear en un hospital? —mascullé.

—No… —admitió, bajando la cabeza.

—Entonces estamos de acuerdo. Te lo contaré cuando esté de mejor humor. —Asintió, descontenta, cosa que resultaba fácil de deducir por cómo su labio inferior sobresalía y los molestos sonidos que causaba al casi arrastrar sus deportivas por el suelo.

 

A los cinco minutos preguntó si mi estado de ánimo había cambiado. Le respondí que no, lo que la llevó a volver a comprobarlo en otros tantos minutos. El proceso se repitió unas cuantas ocasiones, hasta que puntualicé que se lo contaría más tarde si se callaba de una maldita vez.

La dejé a entrar al piso, aunque bloqueé su cháchara unilateral encerrándome en mi habitación. Al principio se quejó, pero cuando le grité que había helado de fresa en el congelador, se hizo el silencio, pronto roto por el rumor del televisor.

 

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—Hace mil años que no salimos juntos a ningún lado.

—Ya lo has dicho, Szayel.

—Pero como no me hacéis ni puto caso lo repito otra vez.

—No vas a conseguir que te hagamos caso por mucho que lo repitas —comentó Tier. Se encontraba tirada en el sofá, con su ordenador portátil sobre el abdomen y un archivo abierto, negro sobre blanco, ocupado por un desfile de letras.

—Sois unos aburridos. Voy a buscarme nuevos amigos.

—Buena suerte encontrando a alguien que te aguante sin matarte —respondió mordaz Ulquiorra, sin levantar los ojos de la novela que ahora leía. Era un libro pequeño y antiguo, de páginas amarillentas y tapas forradas en áspera tela azul marino. No tenía el título impreso a la vista, así que no podía reírme de él por la impresión que me causase el mismo.

—Por favor, soy encantador y todo el mundo me ama. Vosotros no os dais cuenta porque sois unos amargados. —La carcajada seca de Gilga no le permitió seguir echándose flores.

—Claro que sí, Bubblegum, el pequeño detalle de tu psicopatía no te resta encanto para nada. Eres el mejor candidato a amigo que nadie podría desear. —Abrió una pequeña rendija entre las hileras de sus dientes y asomó la lengua, recordándome a una serpiente particularmente desagradable.

—Tú y Grimmjow no tenéis ni voz ni voto en esto, no vivís conmigo, así que no podéis apreciar todas mis grandiosas cualidades.

—No vivimos contigo porque nos daba miedo despertarnos un día con una raja en la mitad del cuerpo y los intestinos fuera —le recriminé. Puso los ojos en blanco, como si le estuviese diciendo algo ridículo, aun cuando él sabía muy bien que no lo era.

—Eso es una gilipollez.

—En realidad —Tier casi solapó sus palabras con las del ofendido desequilibrado—, no lo es. ¿Por qué crees que procuramos dormir con el pestillo de las habitaciones echado?

—Creía que eso era porque Ulqui es un depredador sexual. —El mencionado nos observó a través de sus pestañas, oscuras y tupidas. Por su cara parecía perdido en lo referente a la conversación; había logrado ignorarnos y centrarse en leer hasta el momento.

—Dejadme en paz. —Determinó que no merecía la pena prestarnos más atención que esa, y regresó su interés entre las palabras impresas.

—Draculín se ha enfadado —rió Szayel—. Entonces, ¿vamos a salir a algún lado? —volvió a la carga.

—Es lunes —resopló Tier—. Para empezar, no hay nada interesante que hacer un lunes, y además yo mañana tengo clase —explicó pacientemente. Hubiese resultado más convincente aún si sus acciones hubiesen respaldado lo que decía, ya que hizo el ordenador a un lado y se sentó en el sofá, con las piernas cruzadas y ganas más que obvias de levantarse.

—No seas aguafiestas —contestó sonriente, sabedor de que ella ya había caído—, podemos simplemente comprar algo de alcohol y salir a dar una vuelta.

—No sé si te has dado cuenta, Cotton Candy —interrumpí sin piedad—, pero hace un frío de la hostia. Tu pelo va a parecer un helado de fresa como pases mucho tiempo en la calle.

—Oh, vaya —comenzó su dramatización—, me olvidé de tener en cuenta al gatito. ¿Prefieres quedarte acurrucado en el sofá, con una mantita? —Traté de pudrir la sonrisa sardónica de su cara con una mirada.

—Además, la idiota no ha llegado aún…

 

En ese preciso instante, la puerta que daba a la calle se abrió. No me molesté en cambiar mi expresión por una menos homicida, puesto que, conociendo mi suerte, Nelliel estaba a cinco segundos de cruzar el umbral. Me sorprendí cuando el que recibió los dardos asesinos de mis pupilas fue Shinji, tan sonriente como siempre, y con el cabello rubio tan pulcramente peinado, aún después de quitarse el gorro de un tirón, que cualquiera hubiese pensado que un noventa por ciento de lo que descansaba sobre su cabeza era pura laca.

 

—Vaya, no esperaba tanta gente aquí —saludó con alegría, provocando que mi ceño descendiese otro par de milímetros, afinando la aversión de mis ojos—. Espero que quepamos todos.

 

No noté que había dejado la puerta abierta, y que los siguientes en recibir mi odio fueron Nell, que hablaba animadamente, y la algarabía de cabello naranja, mejillas rojas y lana azul que recibía sus palabras con una risita. Las neuronas que buscaban una razón a por qué mi amiga llegaba con ellos se chocaron con las que trataban de averiguar qué demonios hacía él allí, creando un galimatías que concluía en «¿y yo qué cojones hago?».

 

—¡Mira a quién he traído! —Nelliel, ajena a mis problemas internos, agarró del brazo a Ichigo para colocarlo a su lado, mostrándomelo como si se tratase de un cachorro abandonado al que había recogido—. Me los he encontrado abajo, en el portal. —Al menos una de mis dudas quedaba resuelta—. Imagínate qué sorpresa cuando le he visto. —Hizo mímica de sus palabras, abriendo sus ojos avellana al máximo y arqueando sus cejas.

—Me lo imagino. —Posé mi atención en Ichigo, que no había dicho una sola palabra desde que había llegado—. Hola.

—Hey. —Me dio un brinco el corazón cuando me sonrió. Correspondí, una gesto tan amplio que mostraba ambos colmillos.

—Bueno, no queremos molestar, así que nos vamos a mi habitación. —Se giró a mirar al invitado—. ¿Vale, Ichi? —confirmó. Él asintió, y con una pequeña inclinación de cabeza se despidió para seguirle por el pasillo.

—Pues vuestro compañero de piso será imbécil, pero su novio no está mal —Szayel hoy se había despertado con ganas de morir, estaba claro. Gilga le amonestó con un golpe de nudillos en la cabeza, que le descolocó las gafas, a la par que yo hablaba.

—No es su novio. —La voz se escapó más áspera de lo que esperaba.

—¿Cómo estás tan seguro? —Mi semblante volvió a su estado anterior, logrando que me mostrase las palmas de sus manos, señal de paz que su mueca burlona no acompañaba—. Oh, perdón, perdón. Si eres más feliz pensando que son amigos, adelante.

—Déjale en paz, chicle masticado —le bufó la recién llegada—. Sí que son amigos, Shinji quería enseñarle el piso. —Él no añadió nada más, pero la curvatura maliciosa de su boca demostraba que seguía sin pensar eso.

—Ahora que Nell está aquí, ya podemos irnos. —Comentó Tier, ya en pie, peinando con los dedos su corto cabello dorado y sacudiendo las pequeñas trenzas que asomaban desde su nuca.

—¿A dónde?

—Ni idea —se encogió de hombros—. Pregúntale al que ha propuesto el plan —apunto con su uña afilada a Szayel, ya a medio camino de la puerta y con un pie enfundado en la bota.

—A dar una vuelta.

—Me vale —aceptó con acostumbrada conformidad, devolviendo su voluptuoso cuerpo al abrigo del que acababa de salir.

 

Todos se levantaron. Incluso Ulquiorra, marcó la página de su novela con un papelito de los muchos que revoloteaban por la mesa de café, y después de estirarse se unió al resto para coger sus zapatos. Yo les miraba sin moverme, intentando pasar desapercibido. Esperando tener suerte y que se olvidasen de mí. Porque la idea de dejar el apartamento teniendo a Ichigo tan cerca me parecía mala, pero la de dejarle a solas con el rubio me resultaba peor aún. Ridículo, sabiendo que eran amigos y que tendrían momentos así a menudo.

Unos dedos suaves, helados, encerraron mis mejillas y me hicieron levantar la cabeza. Contuve la respiración, pero no fueron los ojos que quería los que me recibieron.

 

—¿Estás esperando a que te calcemos nosotros, Grimmy? —Nelliel estaba contenta, con los ojos brillantes y las esquinas de la boca elevadas. Me estrujó las mejillas, hasta que mi cara se asemejó a la de un pez boqueando—. Venga, date prisa.

—Yo no voy —logré decir entre un apretujón a mi cara y otro.

—¿Qué? —Gilga clavó su ojo en mí, como si me hubiese salido una tercera cabeza, o mi pelo se hubiese vuelto rosa.

—Que no voy —reiteré—. No me apetece.

—Creo que no entiendes el punto de “salir todos juntos”. —El espantapájaros me habló como si fuese un niño, con una voz suave que haría fluctuar entre el desagrado y el miedo a cualquier infante. Y, posiblemente, también a cualquier persona normal.

—No quiero salir; siento estropearos vuestros planes de familia feliz.

—Grimmjow —Ulquiorra me contemplaba, expresión vacua y pupilas negras, inmóviles en medio de una extensión verde—, he dejado de leer para esto. Mueve el puto culo.

—No. —Reafirmé mi resolución extendiéndome en el sofá, ocupando todo el espacio que mis amigos habían dejado libre.

—Al final sí que tienes un colega amargado, Bubblegum. —Gilga se burlaba como el cretino que era, pero me sorprendió echándome una mano—. Bah, dejadle, ya se arrepentirá cuando le contemos lo bien que nos lo hemos pasado.

 

Antes de cerrar la puerta con llave, me disparó una sonrisa ladina y alzó un pulgar, creo que con intención de darme ánimos. Solo logró hacerme bufar.

Encima de la mesita baja había quedado abandonado el libro de Ulquiorra, así que lo agarré presto a descubrir su título. En la primera página, tan fina que se transparentaba, las letras negras rezaban “In a glass darkly”. Además de, seguro, ser una de las novelas antiguas e increíblemente aburridas que siempre llevaba Draculín encima, estaba en inglés. Aún con eso, empecé a leerlo. Tras cinco minutos, el silencio empezaba a molestarme. En especial porque de vez en cuando lo rompía una risita poco disimulada, proveniente de la única habitación ocupada en ese momento. Cavilé si llamar a la puerta y decirles que mis amigos ya se habían ido sería inmiscuirme demasiado, y concluí que sí. Ichigo se sentiría obligado a invitarme a estar con ellos; en el caso de Shinji no sabía qué esperar, y prefería mantenerme en la ignorancia. Persistí en mi lectura, pero no tardé en reparar en que tan solo registraba una palabra de cada tres e ignoraba la mayor parte de descripciones. En cierto punto, en lugar de cerrar los ojos para seguir pensando en la oscuridad, sin distracciones, coloqué el libro abierto sobre mi cara e inhalé el aire viciado que pasaba entre las hojas.

 

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—Pensaba que os habíais ido todos. —Mis ojos parpadearon confusos frente a la luz, y mi cara se sintió fresca al verse libre del peso que sostenía. Shinji me examinaba desde arriba, sosteniendo entre índice y pulgar el pequeño tomo azulado. Como acto reflejo, se lo arranqué de las manos y le gruñí, ensanchando su sonrisa—. Perdona, ¿te he despertado?

—¿Qué crees? —Me mostró en detalle su fila de dientes superior, al tiempo que levantaba sus labios.

—Lo siento —mintió descaradamente—. No parecía cómodo dormir así.

—No lo es —admití, incorporándome. Mi cuerpo volvió a ponerse en marcha como una máquina vieja que rueda sus engranajes por primera vez en mucho tiempo. ¿Cuánto llevaba durmiendo?—. ¿Qué hora es?

—La una. —No había sido tanto como pensaba—. Voy a darle de comer a Ichi, ¿quieres algo?

—Ya que estás, prepárame comida a mí también.

—Te daré las sobras. —Encaró la entrada del pasillo, donde Ichigo estaba parado, mirándome. Ladeé la cabeza, inquisitivo por el prolongado examen.

—Creía que te habías ido con tus amigos —se excusó.

—Perdona si te molesta que esté en mi casa —ironicé.

—No es eso. —Se asentó un silencio tenso, en el que solo Shinji parecía feliz—. ¿Qué leías? —Señaló a lo que aún descansaba entre mis manos.

—Nada. —Lancé el ejemplar a un lado, asumiendo que no me lo terminaría ni aun teniendo tres meses libres para ello. Me arrepentí en el momento en que chocó con la pata de la mesa, resbalando hasta el suelo, abierto. Ulquiorra me mataría si viese eso.

—Voy a la cocina a preparar algo —intervino el rubio.

—Vale.

—¿No vas a ofrecerte a ayudarme? —Se llevó una mano al pecho, como si se sintiese realmente herido. Yo comenzaba a dudar que a ese tipo pudiese dañarle algo; seguro que estaba vacío y se alimentaba de fastidiar a los demás.

—Ni de coña. Yo siempre te invito, así que hoy haz de buen anfitrión.

—Mala fresa —declaró antes de marcharse—. No te quejes si mueres envenenado —voceó desde el pasillo.

—¿Fresa? —Levanté una ceja todo lo que pude—.

—No preguntes.

—Pero es que me interesa. —Me lanzó una mirada furibunda—. Oh, vamos. Ya te llamo naranjita, ¿de verdad fresa te parece peor? —Perdió sus iris durante unos instantes bajo los párpados superiores y exhaló con tedio.

—Si te ríes te doy una paliza.

—Ya te gustaría. —La ojeada que me echó bastó para callarme y hacerme esperar en silencio a que hablase.

—Ichigo es un nombre japonés. —No era difícil de adivinar, con la fonética del mismo y viendo su cara, no obstante asentí—. Y, aunque no se escribe igual, sí se pronuncia igual que fresa.

—Espera. —Alcé una mano, haciéndole callar. Las comisuras de mis labios temblaban con la risa contenida—. Así que, ¿te llamas fresa? —No vi venir el puñetazo que clavó sus nudillos en mi hombro, y que dejó escapar la carcajada que me estaba aguantando—. Venga, es divertido, no me puedes culpar. —Me propinó otro golpe, demasiado cerca de la boca del estómago para ser seguro.

—Te dije que te daría una paliza si te reías —se desentendió al dedicarle mi mejor mueca de pobre víctima damnificada.

—Y yo no dije que me fuese a dejar. —Estiré el brazo y agarré un cojín (del suelo, donde iban a parar cada vez que el sofá se llenaba) y lo plante en su cara, ahogándole—. Pelea ahora, fresa —me mofé y dejé caer mi peso sobre él, lo que, para mi desgracia, le dejó en la posición perfecta para patalear y asestar un rodillazo en una zona casi sensible. Me aparté por puro instinto de preservación—. Eso ha sido sucio.

—No como asfixiarme —recriminó. Tenía todo el pelo revuelto, como una aureola naranja, y respiraba con dificultad. La parte alta de sus pómulos se había coloreado de coral, haciéndome pensar que se sonrojaba demasiado rápido.

—Que te den.

—Cuando quieras —bromeé con una sonrisa torcida, a la vez que me acercaba a él. Carraspeó y me dio otro puñetazo, más suave que los anteriores, en el pecho. Mi expresión se volvió tirante; me había pasado—. Voy un momento a ver al rubio. Ponte la televisión o algo —le lancé el mando del aparato y hui.

 

Por el pasillo estuve a punto de tirarme de los pelos. Eso había estado tan fuera de lugar. Tenía que guardarme mis salidas de tono. Y quizás también dejar de escaparme como un cobarde, pero era cierto que tenía que hablar con mi compañero de piso. Había algo que llevaba dándome vueltas en la cabeza desde esa mañana y ahora era un buen momento para preguntárselo. Estaba de espaldas a la puerta, agitando una sartén con una mano y sosteniendo un pequeño brick en la otra. Cerré, aunque no serviría de nada si alzaba la voz más de la cuenta, dada la apertura sobre uno de los lados de la encimera que daba al salón.

 

—Tenemos que hablar —sin esperar tiré de su brazo y le arrinconé en la esquina más apartada de la abertura—. ¿Tú lo sabías? —Mi voz, pese a lo bajo, sonó hosca.

—¿El qué? —Sorbió el zumo, del que no se había desprendido siquiera en la sorpresa, con insultante parsimonia. Le fulminé con los ojos, sin obtener reacción alguna.

—Que Ichigo fue al hospital.

—Que yo sepa ha tenido que ir a revisiones, a por receta de medicamentos…

—Corta el rollo —le interrumpí de un gruñido—. Sabes a qué me refiero.

—Ah, ¿hablas de su visita imprevista de hace una semana? —La mirada asesina que le lancé bastó como respuesta—. Sí, lo sabía —concluyó.

—¿Y por qué no me lo dijiste? —Mi voz se alzó, a la par que mi enfado.

—¿Por qué debería? —Congeló su rostro en una mueca desabrida, con sus dientes ocultos, por una vez—. Él es tu amigo, ¿no te lo hubiese dicho si quisiese? —Me esforcé por modular mi tono, logrando que lo que brotó de mi garganta se asemejase a un siseo.

—¿Y no podrías haber dejado de ser un capullo cinco minutos y decírmelo?

—No —declaró con absoluta seguridad—. No tengo por costumbre airear los asuntos de la gente, lo siento. —Quise patearle, pero, por una vez, sentí que a lo mejor no había actuado mal. Que a lo mejor tenía razón y si Ichigo no me lo había dicho, era porque no quería. Eso no me hacía sentir mejor, ni disminuía mis ganas de matarle.

—Está bien.

—¿Y ya está? —Abrió una ranura entre sus labios, un guiño malicioso—. Vaya, esperaba más de tu exabrupto.

—Vete a la mierda un rato, Shinji. —Me abstuve de añadir nada más y caminé rápido para alejarme de él y su desagradable presencia.

—¿Sabes —cortó mi retirada— que está ahí fuera? Ya que estás enterado podrías ir y simplemente preguntarle. Has conseguido que esto se queme —señaló a la sartén—, así que aún tardaré un poco.

 

Aquel momento quedaría apuntado en mi memoria como la primera ocasión en la que Shinji se comportó como algo parecido a un ser humano decente, y al mismo tiempo, como la primera vez en la que no quise partirle la cara.

Volví al salón y me desplomé al lado de Ichigo.

 

—¿Ya tenemos cena?

—No, se le ha quemado. A este paso voy a tener que despedirle, no me sirve como mayordomo —bromeé.

—¿En qué momento se te ocurrió contratarlo?

—Pensé que así cuando asesinase a alguien le echarían la culpa. Mayordomo y con esa cara, entre él y Gilga no sabría a quién elegir como homicida. —Se rió. Fruncía un poco el entrecejo al hacerlo y cerraba los ojos, mermándolos a una hilera de pestañas.

—¿Gilga es el del parche?

—Justo. ¿Te has fijado?

—Es difícil no hacerlo. Parece un pirata de película de Tim Burton.

—Esa es buena —me carcajeé—. Solemos llamarle espantapájaros. Para que veas que fresa no es tan horrible.

—¿Y a ti cómo te llaman? —Clavó sus ojos en mí, agitándome con la simple acción de hacerme su centro de atención—. Tienes que decírmelo. Venga —me pinchó en el brazo con su dedo, repetidas veces.

—Te lo diré… —roté para quedar frente a frente—, si primero hablamos de otra cosa.

—¿Qué? —Entornó los ojos, con una desconfianza que casi me dolió ver dirigida a mí.

—Esta mañana fui a ver a Unohana. —Continué tras unos segundos esperando una reacción que no llegó—. Y me dijo que habías vuelto a estar allí. —Como un efecto dominó a mis palabras sus labios se oprimieron uno contra otro, hasta quedar coloreados de blanco, y su mano izquierda comenzó a estrangular la muñeca de la diestra con nerviosismo.

—¿Te dijo algo más? —Aún con una distancia de escasos veinte centímetros entre nosotros, me costó entender qué había dicho.

—No —sacudí la cabeza de un lado a otro—. Pensaba que a lo mejor tú me lo dirías —agregué, tentativamente. La forma en que su cuerpo se congeló, me indicó que me había sobrepasado.

—No pasó nada, fue… —No negó su paso por el hospital, pero no quiso decirme a qué se había debido. Aquello apestaba.

—Ichigo. —Le corté antes de que continuase mintiéndome—. No hace falta que me cuentes qué pasó si no quieres. —Hizo una pausa en la tarea de retorcerse el brazo para mirarme, por debajo de algunos mechones naranjas que opacaban sus ojos—. Joder —me revolví el pelo corto de la nuca a mí mismo, incluso tironeando un poco de él, presa de la inquietud—, no se me dan bien estas cosas. —Me resultó complicado encontrar palabras que no fuesen demasiado reveladoras, y una vez lo hice, tampoco fue fácil decirlas—. Somos amigos, puedes contarme lo que quieras. Quiero decir… entiendo que no quieras explicarme todo, pero si has estado mal podrías habérmelo dicho, ¿vale?

 

Asintió despacito, con la cabeza gacha. Había dejado quietas sus manos, en una posición forzada, como si estuviesen agarrotadas. Aprecié cómo las forzaba a moverse, al principio dubitativas, luego más firmes. Se escurrió sobre el cuero falso, dejando su muslo pegado al mío, y como a cámara lenta se inclinó para enterrar su rostro en mi pecho y sus dedos en mi espalda.

 

—Gracias. —Su murmullo, por poco inaudible, salió amortiguado por la tela de mi sudadera.

—De nada. —Por mi parte, mi voz sonaba ronca, y mi cara ardía. No era consciente de ser capaz de sonrojarme, pero habría apostado a que en ese momento lo estaba. Mis brazos se movilizaron con inusitada torpeza, rodeando sus hombros. Tardé unos cinco segundos en concluir que tenía que separarme.

—¿Demasiado homosexual para ti? —bromeó, al apartarle con delicadeza.

—Nada es demasiado homosexual para mí. —Moví mis cejas rítmicamente, arriba y abajo, arrancándole una risa suave. Antes de que se alejase, rocé mis labios con la piel suave de su frente.

 

Ambos dimos un respingo con razón del sonido de cerámica contra madera que produjo Shinji al dejar tres platos, llenos de pasta, en la mesita baja. Ichigo no se movió, yo puse un poco más de distancia, incómodo por la observación sagaz de la que era objeto.

 

—Perdón, no quería interrumpir. —Ladeó una sonrisa taimada.

—Seguro —mascullé.

—Si no está bueno —Ichigo se recuperó rápido de la sorpresa—, no te volveré a invitar a comer.

—No puedes hacer eso. —Una ceja naranja se alzó, replicando retadora—. Si muriese de hambre pesaría sobre tu conciencia.

—No tienes cinco años. Si te mueres porque no te dan de comer, será que te lo mereces por ser un inútil.

 

Era divertido verlos hablar; Shinji incluso daba la impresión de ser menos despreciable a la luz de Ichigo. Sensación anulada con cada palabra que dedicaba a intentar incluirme en la conversación, con indirectas por las que cualquiera en mi situación le hubiese estrangulado. Y yo no estaba muy lejos de hacerlo, hecho que Ichigo notó y percibió como algo muy gracioso.

 

—Oye, Shinji, —con dos palabras y entonación maliciosa bastó para ponerme en guardia—, ¿cuál es el apodo de Grimmjow?

—Ni se te ocurra. —Torvo, utilicé mi tenedor para apuntar al rubio, lo que le animó aún más. Pensé si sería muy difícil atravesarle la yugular con el cubierto.

—Intenta adivinarlo. Tiene que ver con su aspecto. —Obediente, se giró para analizarme. Sus ojos ocre serpentearon por mi rostro, bajaron por mi cuello y pecho y siguieron su camino, dejando un cosquilleo agradable allá dónde los posaba.

—Tampoco hace falta que te lo comas con los ojos.

—No lo estaba haciendo, gilipollas.

—Claro que no. —Ya lo había notado: el dar la razón con expresión socarrona era de las acciones que más repetía Shinji a lo largo del día, y a su vez, de las más irritantes.

—Pitufo.

—¿Qué? —Fue un placer ver la cara de confusión que puso, al menos hasta que me di cuenta de lo que había dicho Ichigo.

—¿Qué? —secundé.

—Tiene el pelo azul, es muy obvio, joder. —Shinji se comenzó a emitir una risa estruendosa que le mantuvo callado unos instantes.

—No es ese, pero no sé cuál prefiero.

—Yo ninguno —refunfuñé.

—De nada por las risas. Ahora dímelo.

—Gatito. —Esta vez fue el turno del invitado de sorprenderse y reír.

—Es penoso —concluyó.

—Ya, muchas gracias, no lo había notado.

—No, pero penoso de verdad —continuó sin escucharme—, porque es cierto: pareces un gato grande.

—Vete a la mierda, fresa. —Inclinó sus cejas hacia el centro de su rostro, pero su boca seguía temblando con la sombra de una sonrisa—. Además, no hay gatos tan grandes. Sería más bien… —paré a pensar en un felino grande—… una pantera.

—Claro que sí. —Genial. Ahora no sólo Shinji hacía eso, también Ichigo. Tenían el mismo gesto facial de condescendencia, como un calco. Les bufé y me levanté.

—Me voy a mi habitación. —Pensaba ponerme los pantalones del pijama, porque sí, los vaqueros me quedaban muy bien, pero eran incómodos como el infierno para estar revolcándose en el sofá. Me di una patada imaginaria por la elección de palabras, y eso pareció encender una bombillita en mi cabeza, con otra idea distinta que me llevó a volver a asoma la cabeza a la sala de estar—. Oye, es tarde, cuando te vayas avísame y te acompaño.

—Ah, no hace falta, va a dormir aquí.

 

Me tensé con un crujido de mi columna vertebral, similar al de una cuerda que se estira demasiado, hasta que los hilos comienzan a desgarrarse. Ese tipo de sonido desagradable, de algo roto.

Notas finales:

¿Habéis notado la obsesión de Grimmy con el helado de fresa? Mensajes subliminales, seguro. Lo menciona dos veces. x'D Lo puse sin darme cuenta, lo que me hizo gracia y a la vez asustarme de mi subconsciente. Está pensando algo tal que "si no le puedo tirar los trastos, me haré su chupi best friend foreváh", pero no. No, pequeño, el mundo no funciona así, menos si lo escribo yo.
Cada vez siento más a Shinji como un trocito de mí que se ha colado en el fic para dar por culo. En plan de "sí, algún día os dejaré estar juntos, pero hoy no". Es mi enviado del mal.

¡Otra cosa! Tengo escritos algunos interludios de esta historia: episodios cortos, narrados en tercera persona, para poder espiar a Ichi- NO. Para mostrar escenas en las que Grimmjow no está presente. Sí, eso es. No son capítulos como tal, pero creo que sería interesante —sin que afecten al ritmo de capítulos estándar— publicarlos. No sin antes intentar utilizarlos como chantaje: si dejáis vuestro amor (u odio, tampoco me voy a quejar) en forma de bastantes reviews, en un par de días publico uno con salseo. ¿Y qué considero bastantes reviews? Pues no lo sé, los suficientes para saciar mi ego. :'D

Nada más que añadir, así que por ahora me retiro. ¡Nos leemos!<3


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