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Es como si jugaras con el corazón del otro. por DelPacifico

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Notas del capitulo:

PACIFISTA ON.


Dios, son las tres de la mañana y estoy publicando esto. 

Debo decir que es de las parejas más raras de las que he publicado hasta ahora, al menos en este fandom.

Todo es culpa de la canción de un amv, y ya no pude detenerme.

Extrañaba hacer oneshots de Daiya. 

Sin nada más que decir aquí mi creación más rara hasta el momento.


I

 

¿Bebiendo solo?

 

Ese había sido el principio; el inicio del fin.

 

Enredó sus dedos en su cuero cabelludo clamando más de la atención de la boca ajena, deseando ese perverso placer que solo su lengua entrenada podría proporcionarle.

 

A él y a tantos hombres.

 

Porque así era Kazuya.

 

Miyuki Kazuya.

 

El prostituto.

 

Una noche en sus sábanas recibiendo de sus expertas atenciones se equiparaba a la compra del vehículo más reciente en el mercado, por supuesto, para los conocedores lo valía. El precio sonaba razonable una vez yacías a su lado, escuchando su engañosa voz, contemplando su maliciosa sonrisa astuta. Tenía ese poder sobre los demás, una cualidad peligrosa, de hacerlos perder el juicio tan pronto posabas tu atención en su persona.

 

¿A cuántas personas has dejado en quiebra, Kazuya?

 

¿A cuántos le has prometido amor para después reír en sus caras?

 

Sostiene cientos de corazones en sus manos, divirtiéndose con todo ese amor que le es profesado, hasta el hartazgo, sentimiento que jamás parecer llenarlo del todo. Siempre existe una nueva víctima a su merced. La tentación es mayor, ninguno puede escapar de  su red –incluyéndolo–, de todos modos no es como si Miyuki diese espacio a pensamientos absurdos que irrumpan su medio de entretenimiento.

 

Los tiene encantados con su voz seductora.  

 

Cada noche se ve atraído hasta la zona roja ignorando las advertencias de sus hombres más confiables. Es demasiado tarde, está atrapado en ese sentimiento, en las conversaciones sobre un futuro que jamás parece presentarse, en la forma en que sus ojos se desvían cuando pregunta por su pasado –quizás buscando una excusa para evitar el tema una vez más–. En los breves momentos donde le permite sostener su figura tras un intenso orgasmo. En la forma en que sus labios se curvan con burla cuando ve una herida en su piel. En los comentarios mordaces.

 

Más que nada en esos besos de despedida, cuando ya no está obligado a prestar sus servicios como acompañante porque su tiempo ha finalizado con la salida del sol. Parece desear decir algo pero, se detiene a tiempo.

 

Porque las palabras pueden deshacer el hechizo.

 

Y en el camino mientras fuma el último cigarro en la cajetilla –Miyuki es quien se ha fumado los demás–, se pregunta en su fuero interno si esos besos son entregados a los demás; si también quiere decirle algo más a ellos.

 

El creerse único solo alimenta sus esperanzas, mismas que mueren al voltearse y ver el recinto que abandona; un prostíbulo.

 

Miyuki Kazuya es un prostituto.

 

El trabajo en Seidou lo mantiene ocupado las próximas semanas, de un sitio a otro, y por ello descuida sus visitas con Kazuya. Por ello tan pronto se ven, incluso antes de que deposite el dinero pertinente para sus atenciones, ya se encuentran enredando sus lenguas con frenesí en el bar. Miyuki sabe a alcohol, él al tabaco que ha consumido como poseso para calmar la ansiedad. Está infectado de pies a cabeza por ese amor no correspondido.

 

Nadie los detiene; nadie podría.

 

Suben a la habitación destinada a guardar sus pasiones entre caricias toscas y besos húmedos. Ha pasado casi un mes, la necesidad es palpable para ambos, o eso quiere creer.

 

Desea pensar que Kazuya lo extrañó tanto como él, que necesitaba de su cuerpo cual elixir, porque de otro modo no podría continuar ese perverso juego al que el más joven lo ha arrastrado. No ha hecho otra cosa que seguirlo desde el primer día, donde se presentó a sí mismo como un prostituto, quien podría ser un mejor desahogo de lo que sería el alcohol que ha estado ingiriendo desde la última hora para matar sus penas.

 

El día que lo conoció falleció su esposa.

 

Miyuki curo sus heridas y ahuyentó a sus fantasmas con pasmosa facilidad.

 

Solo necesitas verme a mí, Tesshin.  

 

Ya no trabajaba por el bien de su hijo, la única familia que le quedaba, sino por las visitas a Kazuya. Se recriminaba cada vez que Eijun lo miraba con asco, como si supiese todo lo que sucedía en el hotel cuando la puerta se cerraba. Sus ojos caramelos se torcían hasta perder el brillo que en algún momento lo caracterizó.

 

La suave risa sobre sus labios le recuerda donde está; con quien está.

 

Kazuya.

 

Ayúdame.

 

Esa noche es Miyuki quien con amabilidad guía el vals entre ambos.

 

No piensa en nada más, tanto mente como cuerpo están a la entera disposición de él joven.

 

 

II

 

 

¿Bebiendo solo? No pareces tener edad suficiente.

 

Lo conoce el día donde se ha fugado de su hogar. Está tan harto, de su padre, de él mismo, del como todos parecen compadecerlo por perder a su madre.

 

Lleva un abrigo demasiado grande para su cuerpo, no le va bien, luce del tipo sospechoso. Vuelve la mirada a la botella de cerveza. No le gusta el alcohol, es amargo, para nada sabroso o especial como todos sus conocidos solían describirlo. De todos modos gruñe cuando la botella le es arrebatada de sus manos, le pertenece. Ha pagado un precio justo por la botella que ahora ese desconocido de lentes se lleva a sus labios. Por primera vez en la noche se fija en el labial que cubre su boca. Cierto, está en esa zona extraña de la ciudad. Le advirtieron tantas veces de esta, de las personas extrañas que iban a esos sitios.

 

Minutos más tarde –después de tratar de robarle la botella sin mucho éxito–, descubrió que su nombre era Miyuki Kazuya, que es dos años mayor que él y trabaja a medio tiempo como mesero no muy lejos de su actual ubicación. Esa noche se hacen compañía de forma mutua platicando de lo más banal, las charlas eran principalmente iniciadas por él y seguidas por el mayor quien parece saber demasiado para ser solo dos años mayor.

 

Su astucia le recuerda a los tanukis, en su mente ya lo llama de ese modo, especialmente cuando vislumbra un atisbo de sonrisa en sus comisuras.

 

Se despiden a las doce, porque Miyuki tiene que dormir para trabajar al día siguiente y él debe regresar a su hogar para disculparse por sus estúpidas acciones.

 

Esa noche no encuentra a su padre.

 

Empieza a notarlo más distante de su persona, como si el solo verlo le fuera inconcebible. El rechazo constante provoca una intensa acumulación de odio hacia su progenitor con el tiempo. No entiende porqué.

 

Sus notas bajan en picada, hablar con sus amigos se hace pesado con los días por lo que deja de hacerlo, incluso se ha metido en peleas.

 

Su madre está muerta, su padre lo desprecia.

 

Pensó en morir.

 

¿Volviendo a beber?

 

Ha vuelto a ese parque las últimas tres noches con la esperanza de verlo y cuando lo hace no puede contener todo ese dolor que lleva atorado en el pecho. Miyuki no dice nada, solo se dedica a abrazarlo mientras él solloza cual niño.

 

Lleva puesto el mismo feo abrigo de la última vez, con los horribles anteojos de marco negro y apesta a tabaco.

 

Hablan una vez se ha calmado, pero el mayor no le obliga en ningún momento a dar los motivos de su estado, eso lo hace sentirse cómodo. En esta oportunidad es Miyuki quien inicia la conversación, dejando entrever sus conocimientos –que no son escasos–, y él le responde con sorpresa, otras con emoción, porque todo lo que abandona sus labios parece ser de lo más interesante.

 

Cree oír campanas a lo lejos como en la Cenicienta, el hechizo también se rompe a media noche. Miyuki debe partir a su hogar.

 

Pregunta si puede verlo la próxima semana también.

 

Nota la incomodidad naciente en sus facciones, por un momento piensa que debe disculparse, sin embargo es el otro quien termina hablando primero, aceptando su petición.

 

Así es como lo ve cada semana, portando el mismo feo abrigo de siempre, a la misma hora. La banca en el centro del parque parece pertenecerles pues nunca se ha topado con nadie más allí. Quizás el parque no sea tan atractivo como los hoteles que lo rodean a ojos de los demás. De todos modos no deseaba que el sitio fuera conocido, porque perderían la intimidad que poseían.

 

Se siente especial por compartir esos momentos con Miyuki y espera que este se sienta del mismo modo.

 

III

 

Promete, en sus pensamientos, disculparse con Eijun la próxima semana.

 

Tesshin había vuelto a sus brazos; una vez sus labios se unían no existía punto de retorno. La noche parecía arrastrarlos con fuerza a la misma habitación del hotel cada vez que cruzaban miradas. Ese hombre era especial para él, en verdad lo era.

 

El brillo en sus ojos le recordaba tanto a Eijun, el joven que no podía soportar el sabor de la cerveza.

 

Los conoció la misma noche como la mayor de las casualidades. Ambos de cabello castaño, de orbes caramelo atrayentes. No obstante eran tan diferentes como la misma luna y el sol. Eijun era el mismo día con esa hermosa sonrisa que le dedicaba, era demasiado brillante para un sujeto tan turbio como él. Culpa era lo que se alojaba en su pecho cuando le hablaba de un trabajo que no tenía. No podía presentarse como un prostituto frente a él.

 

Tesshin era la luna, deslumbrante a su modo pero misterioso. Contadas eran las ocasiones donde le arrebataba una sonrisa de esos labios tan empecinados en mantener un rictus amargo.

 

Uno era su cliente, otro su amigo.

 

De uno estaba enamorado, con el otro se acostaba.

 

Cuando besaba a uno, pensaba en el otro.

 

Eijun era el sol, Tesshin la luna.

 

Y él anhelaba pertenecer al día, a ser bañado por la luz del amable astro rey. 

Notas finales:

A que no se lo esperaban, ohohoho.

¡No se que es esto!

Solo se que cuando empecé no pude detenerme, es la ley de atracción actuando hacia mi teclado.

Cualquier cosilla pueden dejarme un review, siempre los aprecio.

 

PACIFISTA OFF.


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