–¡¡Ichiru!! – Gritó con toda la fuerza que pudo.
Su hermano gemelo se encontraba bajo los trozos de lo que fue su carruaje. Aturdido como estaba logró andar hasta el joven inconsciente; agradecido por no tener heridas graves, con esfuerzo lo subió a su espalda.
– Resiste.– jadeó, pues sintió la caliente sangre mojarle sus ropajes.
La penumbra le rodeaba y sólo la luna le guio por aquel camino desconocido. A lo lejos, tras un campo de pajas que le provocó escalofríos, distinguió una cálida luz salir de lo que parecían ventanas. Decidido caminó a través del campo, topándose un tremebundo espantapájaros. – Ya casi. – Dijo con dificultad, intentando ignorar la sensación de ser observado que le causaba.
Esa incomodidad le acompañó hasta el palacete, donde tendió al otro con cuidado y picó la enorme puerta de madera. Nadie atendió. - Por favor… – suplicó casi inaudiblemente.
El errático quejido de la puerta le puso alerta; sin embargo, no estaba preparado para el miedo que le infundió ver aquel hombre. La rojiza mirada se infiltró hasta lo más profundo de su ser; como oscuros rubíes que volverían cenizas a quien desearan; la pálida piel, que se confundía con el blanco de su afilada dentadura, le hizo dudar si se encontraba vivo pues, inmóvil como estaba, parecía una estatua del más puro marfil.
– Sálvalo... – murmuró y todo se volvió negro.
Abrió los ojos y el desconcierto provocó que buscase reconocer el lugar con su mirada. Se levantó del colchón y observó una tenue luz pasar por la cortina del ventanal. – Pronto anochecerá.– <<¿Dormí todo un día? ¡Oh Ichiru!>> Se tambaleó, pero logró mantenerse de pie y salió.
Caminó a tientas por un oscuro y largo pasillo con esperanzas de hallar a su hermano, sin éxito, pues solo encontraba muebles cubiertos por sábanas blancas iluminadas por la luna. – Un espejo.– Susurró yendo a él; corrió la tela descubriendo su completa figura reflejada.
–Hermano.–
Giró súbitamente. No había nadie más reflejado, sin embargo, a escasos centímetros tras él, estaba su gemelo. –Ichiru.– contuvo el aliento. – ¿Te encuentras bien? Estás pálido... ¿Has comido?– Se preocupó.
–Estoy bien gracias al Conde Kuran. Vamos a verle, está ansioso porque no despertabas.– Las manos se entrelazaron y reprimió un quejido por el frío tacto.
–Ichiru, está muy oscuro...– Fue ignorado por el silencio del aludido y continuaron caminando.
–Querido Ichiru, le has traído.– La profunda voz le llenó con el mismo terror que el de la primera impresión.– Al fin estas a mi lado.–
– ¿De qué habla?– Pudo ver como soltaba una carcajada.
– ¿Crees que fue un accidente? – La impresión aceleró el joven corazón. – ¡Si! ¡Incítame más!– El conde pareció retorcerse de placer sobre su silla.
– ¿Ichi...?– gimoteó, su propio hermano le llevaba al regazo de aquel hombre. Se giró, mirando los mismos ojos rojos en Ichiru. – ¡Bastardo! ¡¿Qué le has hecho?! –
Zero forcejeó y él le obligó a mostrar la yugular, tembló incontrolablemente, pues aquel demonio acercó peligrosamente sus colmillos y penetró su piel.
–Déjate abrazar por la noche, hermano.–