No es un adiós
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Mayuzumi miró desde la altura los árboles del patio de la escuela. Sentía un desánimo extraño, sentimientos que se le hacían prácticamente ajenos, porque él no estaba acostumbrado a esas cosas. Siempre se había aislado de su entorno porque no le gustaban los problemas, prefería la paz de la soledad, entreteniéndose con la lectura de novelas ligeras.
Agradecía pasar desapercibido para la mayoría si se lo proponía, porque cuando dejaba salir su carácter, no había quién no lo tomar en cuenta.
Entonces llegó Akashi, un chico menor que él, pero que su mirada bicolor hacía notar que él tenía el control sobre todo lo que quisiera. Lo tuvo sobre él en cuanto sus ojos se cruzaron. Mayuzumi ya lo había visto antes, ese chico no podía pasar desapercibido para nadie, pero jamás se imaginó que él mismo fuera a hablarle para pedirle que se uniera al equipo de básquetbol.
Habían pasado tantas cosas hasta ese momento…
Ahora ya era un graduado y no iría más a la escuela. Era su último día de clases y no se había despedido de nadie, no había asistido a ninguna ceremonia. Akashi estaba de pie a su lado, pero no era el mismo ser que había conocido en ese entonces, ese chico era liviano y dulce.
—¿Sabes por qué acepté unirme a Rakuzan? —Soltó Mayuzumi de pronto, porque no tenía tacto, porque no le gustaba guardarse las cosas. A ese punto, ya no tenía nada que perder—. Porque me parecías atractivo.
Entonces Mayuzumi giró el rostro, esperando ver la expresión seria de Akashi, esa donde nada lo inmutaba o sorprendía, él lo sabía todo. En cambio, unos ojos muy abiertos y una expresión de asombro fue lo que se encontró.
En este instante ya no le parecía atractivo, de esa forma sexual de antes, donde se imaginaba las innumerables cosas que Akashi le haría y él gustoso aceptaría. Ahora le parecía lindo, con todo lo que la palabra abarcaba.
No se resistió, porque ya no estaba esa barrera que imponía Akashi hacia su persona, así que el mayor caminó hacia él y le acarició la mejilla, ahora sus ojos se encontraron.
—Yo te serví, Akashi, así que también me llevaré algo de ti —dijo Mayuzumi, inclinándose y besando esos suaves labios.
Sintió los de Akashi presionar contra los suyos, pero no vino un suspiro o un estremecimiento como en los mangas que leía, no. El pelirrojo era un chico después de todo. Akashi abrió la boca y se besaron al fin, uniendo sus labios, chupando y jalando, haciéndolo sonar cuando se separaban. Fue coordinado, donde ninguno de los dos dominó, pero a Mayuzumi le temblaban las manos, abrumado por querer tocarlo por todas partes.
Cuando se separaron, Mayuzumi miró esos ojos rojos con intensidad, sabiendo que su propia mirada no transmitiría todos los sentimientos que tenía.
—Mayuzumi-san.
Esa voz firme lo trajo de vuelta a la realidad. Besó a Akashi, un hombre, menor que él, con un carácter de cuidado a pesar de que ya no estaba esa aura absoluta de antes. Sí, se sentía tan estúpido como cuando aceptó unirse al equipo de básquetbol.
—Adiós, Akashi —dijo pasando los dedos por ese cabello rojo, se sentía suave, un toque efímero, un gesto que buscaba ser casual, pero estaba muy lejos de serlo.
—Nos veremos, Mayuzumi-san —se despidió el chico.
Mayuzumi se giró al oír eso, encontrándose con la sonrisa ladina del chico. Aquello era una promesa, Mayuzumi lo sintió bajo la piel. Porque aunque Akashi recuperara su personalidad original, mucho más dulce, era parte de su esencia ser certero, tan seguro de sí mismo y sus palabras que todo parecía un decreto cuando salía de sus labios. Los mismos que quería volver a sentir.
Mayuzumi por fin tuvo el valor para irse, porque ahora sabía que habría una segunda vez para hacerlo.