Es dulce. Es suficiente
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Murasakibara miraba fijamente el ojo que Himuro dejaba ver, pero por más que se concentrara, no podía decidir de qué color era. ¿Gris? ¿Verde? Quizás ambos…
No se resistió a levantar la mano y quitar el flequillo que siempre cubría el otro ojo, ante la mirada sorprendida de Himuro. El azabache calló lo que estaba diciendo y luego le sonrió al notar las intenciones del más alto, que tenía razón, era el matiz de ambos colores.
Murasakibara no podría asegurar si fue ver ambos ojos, ese bello rostro por completo o esa sonrisa, pero de pronto quiso besarlo, como cuando quería comer un dulce porque se veía apetitoso.
Aunque no fue solo la belleza de ese chico, sino que su sabor.
Con cada succión de sus labios, Murasakibara pudo comprobar que Himuro era dulce en todo sentido: en el sabor de sus labios, cuando le sonreía, cuando lo miraba al estar solos, cuando le conversaba.
Himuro Tatsuya era dulce. A Murasakibara le gustaba lo dulce, porque lo hacía sentir bien. Himuro lo hacía sentir bien.
—¿Atsushi? —jadeó Himuro cuando este soltó sus labios y se relamió sin dejar de mirarlo.
—Muro-chin es dulce —contestó sin más, no se exaltó por la mirada de extrañeza del otro—, Muro-chin me gusta.
Himuro pestañeó un par de veces y luego le brindó otra de sus sonrisas, esa misma que Murasakibara comenzaba a querer solo para él.
El azabache sabía que ese chico era de un pensamiento simple, era negro o era blanco, le gustaba o le era indiferente. Odiaba o amaba. Por ello, Himuro supo que le estaba hablando con sinceridad y que ese “me gusta” bien podía ser del modo amoroso, aunque quizás Murasakibara no alcanzara a tener en consideración todo lo que eso conllevaba. Para el de cabellos lilas era cosa de que si quería algo, lo demás no le importaba.
Para Himuro era suficiente.
—También me gustas, Atsushi.
Esa vez fue él quien lo besó, menos demandante, buscando disfrutar de la sensación de tener esa lengua entre los labios.
Y para Murasakibara también era suficiente.
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