Era su ritmo, lo abarcaba todo
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El partido había finalizado hacía un rato. Kaijo perdió contra Seirin, lo que le deja un mal sabor de boca al capitán del equipo. Era el último partido antes de su graduación, pudo haber sido su última victoria antes de ir a la universidad, antes de dejar el equipo.
¡Maldita sea!
Kasamatsu gruñe y sale de los vestidores, avisando que caminará un rato mientras espera a que los demás integrantes del equipo estén listos para irse.
El pasillo le parece repentinamente silencioso y eso lo hace peor, se siente un espacio tan grande y él tan pequeño y tan lleno de frustración. Aunque está satisfecho por haber dado el todo por el todo, saber que no fue suficiente lo hace pensar que quizás su entrenamiento y todo no han valido la pena.
No, no. Kasamatsu sacude la cabeza ante sus pensamientos y se detiene frente a la máquina expendedora de bebidas. Le da un puñetazo y el dolor se extiende por sus nudillos, sube por la muñeca y le cosquillea en el brazo.
Gira el rostro y lo ve ahí sentado, lo reconoce, es el chico al que Seirin le encargó marcarlo en el juego. Imposible olvidarlo. Su aura era tranquilizadora, entre todo el miedo y sus temblores, el chico logró hacer la diferencia. Sin él, quizás Seirin no se hubiese recuperado, hubiesen sido imprudentes y quizás Kaijo habría ganado.
El azabache enarca una ceja y se mete la mano al bolsillo de su buzo, sacando unas monedas. La máquina suena cuando las bebidas caen y él las toma, caminando hacia el castaño que no parece haber notado su presencia.
—Toma.
El chico alza el rostro y se sorprende al reconocerlo, la mirada impasible de Kasamatsu, serio, con la lata de bebida extendida.
—Oh, ¿es para mí? —A pesar de que está preguntando, su mano se mueve para recibir la bebida. Kasamatsu se sienta a su lado y abre la propia—. Gracias, Kasamatsu-san, pero no tenía que molestarse.
—Así que sabes mi nombre.
—Claro, es el capitán de Kaijo y sus jugadas son muy buenas —dice el castaño con una media sonrisa, relajado.
Kasamatsu gira el rostro y sus ojos azules lo observan. Siente su pecho cálido, cómo algo tibio se aloja en medio y respira profundo, relajando los músculos, acomodándose mejor en la banca.
Se siente halagado y no es una persona que no esté consciente de sus capacidades, al contrario, pero esas palabras y la sonrisa del chico, tan sinceras, simplemente su orgullo se hincha un poquito.
—¿Cuál es tu nombre? —Pregunta Kasamatsu, ya no queriendo pensar en él como “el chico”.
—Furihata Kōki —contesta sonriendo suavemente, para luego beber de su soda.
—Eres un buen base, Furihata.
El chico lo mira con grandes ojos, pero Kasamatsu no enfrenta su mirada, clava su vista al frente y termina su bebida.
Dijo aquello porque es verdad y porque le ha nacido. El azabache se siente cómodo aunque solamente han intercambiado unas cuantas palabras. Entonces Kasamatsu se da cuenta de que el aura de ese chico no solo surte efecto en la cancha, sino que también con las personas a su alrededor.
Conversa a su ritmo, sonríe a su ritmo, se toma su tiempo para beber de la lata y contestar, para mirarlo.
Kasamatsu se ha relajado sin darse cuenta. Sus hombros no se sienten tan pesados y la espalda le duele menos. Puede ver el lado positivo de aquella derrota, al menos ha sido un partido formidable, donde ambos lo dieron todo en la cancha. Sus oponentes son admirables.
Sonríe de medio lado, botado el aire por la nariz y Furihata lo mira de nuevo, esta vez un poco extrañado, aunque no pregunta nada.
—Debo irme —suelta Kasamatsu al levantarse, caminando hacia el tacho de la basura y apretando la lata para luego tirarla. Mira al castaño y sonríe de nuevo, estirando la mano hacia él—. Fue un placer haber jugado contra ti Furihata.
El chico sonríe emocionado y Kasamatsu se embelesa con aquel gesto, no puede evitar sonrojarse levemente.
—Éxito en su ingreso a la universidad, Kasamatsu-san —dice el chico dándole un apretón a su mano y el azabache asiente. Tiene un nudo en la garganta, no quiere soltarlo y ese deseo lo toma por sorpresa.
Se gira con rapidez y camina de regreso a los camerinos con las manos en los bolsillos, pensando en lo que acaba de ocurrir. En como lo hizo sentir esa sonrisa, esas palabras, ese toque de sus manos.
No espera encontrar a Kise apoyado contra la puerta y su bolso deportivo colgado al hombro.
—¿Ya se fueron? —Pregunta Kasamatsu recibiendo su bolso y colgándoselo.
—Nos están esperando afuera, Senpai. Te demoraste mucho —contesta el rubio con una media sonrisa y Kasamatsu frunce el ceño ante el gesto.
Comenzaron a caminar en silencio, pero Kasamatsu siente la mirada de Kise, por el rabillo del ojo lo mira y se da cuenta de que no ha dejado de sonreír. Lo que no presagia nada bueno.
—Senpai, ¿ahora si querrás acompañarme a las reuniones con los de Seirin?
—¡¿Ah?! ¿A qué viene esa estúpida pregunta? —Exclama el chico, ceño fruncido y voz extrañamente grave.
—Te vi, Senpai, como lo mirabas, ¡hasta le sonreíste! —Kise ríe y luego se queja, porque el golpe en la nuca le ha dolido, aunque ver a Kasamatsu rojo hasta las orejas es suficiente recompensa.
—¡No sé de qué hablas! Pero no quiero que andes por ahí diciendo cosas extrañas, Kise.
—¿Entonces irás?
—Sí.
Kise sonríe triunfal, los había observado y sabe que ese castaño ha llamado la atención de Kasamatsu. Y él ayudaría a su Senpai. Fin del asunto.