De caprichos y malas actitudes
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Haizaki se inclinó y observó esos enormes ojos celestes. Kuroko no pareció inmutarse ante la proximidad, ni siquiera cuando conocía perfectamente la mala actitud del más alto.
—¿Crees que en el fondo soy un chico serio?
No sabía si compadecerlo por ello o sentirse halagado. Pero no, Haizaki lo encontraba de lo más divertido, aunque extraño.
¿Kuroko era ingenuo? Su intuición le decía que no, no del todo. Porque no se había dado cuenta aún de que todos esos a los que considera sus amigos, lo dejarían atrás. Eran fuertes por sí mismos, no necesitaban un equipo, la amistad. Haizaki sintió cierta punzada de lástima por el chico.
Kuroko le gustaba, debía admitirlo. Con su cuerpo menudo, la piel blanca y los ojos grandes, bonitos. ¿Cómo se vería sonrojado? Jadeando bajo su cuerpo, pidiendo que se detuviera.
En su imaginación, Haizaki no lo hacía, sonreía y apuraba el ritmo de las embestidas, sólo por querer verlo romperse, derretirse entre el dolor y el placer. Porque en su mente, Kuroko también quería aquello, también lo deseaba. Se lo imaginaba bajo su cuerpo, con esas largas y blancas piernas envolviéndole las caderas, ahogando sus gemidos con una mano y con la otra aferrándose a las sábanas.
En ese preciso instante, se lamió los labios mientras miraba su boca. Se preguntó si Kuroko podía leer su expresión, deseosa y al borde de perder el control.
Decidió girarse y lanzar las zapatillas al fuego, no era su intención inicial, debía confesarlo, pero debía hacer algo antes de que perdiera los estribos y se apoderara de esa boca. Si Kuroko se dio cuenta de ello, no dijo nada.
Haizaki le dio la espalda y se fue, no sin antes soltar una amenaza hecha de puro rencor. Aunque terminó alzando la mano como despedida para amenizar sus palabras, porque muy en el fondo, él quería agradarle a Kuroko, quería que le sonriera y le diera ánimos también. ¿Sería un capricho? Esperaba que fuera uno pasajero.
Aunque en su mente él hacía suyo a Kuroko de mil maneras, sus fantasías siempre terminaban igual: con Kuroko aceptándolo, correspondiéndole. Algo que en realidad no pasaría. Kuroko lo odiaría y ese era el único motivo por el cual siempre se abstenía de acercarse, descartando cualquier posibilidad de sucumbir.
Ya estaba en el casillero tomando sus cosas para irse a casa, no tenía intenciones de quedarse a la última clase después de que lo corrieran del equipo “por su propio bien”.
¿Algo bueno de toda esa mierda? Tendría que ser el fin de su obsesión con el chico de cabellos celestes. O eso quería creer.
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