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El camino de la fatalidad por Ikumi-chan

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La prisa con la que se condujo al colegio el primer día de la semana siguiente comprobó ser desmesurada para su estado. Al poco de reposar sobre sus debilitadas y temblorosas piernas desfalleció y le fue concedido un permiso para faltar ese añorado día del lugar donde deseaba estar. Los últimos tres días de descanso habían discurrido pesadamente devorados por la ansiedad, por la ansiedad de compartir el sosiego de un ambiente común con una sola persona. Y ese día estaba confinado a esperar uno más.


Cerca de su habitación, su madre realizaba las tareas cotidianas antes de salir a un frenesí de labor en una oficina mientras su padre entrenaba en el cuarto adjunto al suyo. “Soy ciertamente un egoísta” –pensó Raoul en la pausa silenciosa para pasar a esconderse bajo las sábanas y saberse inexistente en esa agitada vida. Así se distanciaba de esa sonora realidad emergente recordando la última llamada de Sean quien había casi rogado para salir con él, el fin de semana.


– ¿Necesitas algo? –interrogó con un tono claro de preocupación su madre desde una pequeña rendija. – ¿Estás despierto, Raoul? –el volumen disminuía angustiosamente. Raoul decidió no continuar esa línea que se advenía, sabía que si no resonaba una respuesta clara de parte suya, su madre ingresaría por completo a verificar y la consecuencia podría ser peor: un descuento o una nota de despido.


– No tienes que preocuparte, mamá. Estoy bien. –intentó sonreír en tanto se desprendía de las cobijas para mostrarse reluciente y sano.


– Tu padre está al lado, puedes llamarlo cuando necesites algo. Descansa. Mamá vendrá lo más pronto posible – 


Ese beso en la frente siempre se sentía así, como un arma de filo ligero que lo lesionaba profundamente sin importar el tiempo que quedara mantenida esa conexión tan pura. Procuró no emplear ese privilegio conferido de acudir a su padre cada que le apeteciere, pero por mucho que anhelara sentirse útil haciendo pequeñas tareas de limpieza en su propia habitación, su padre llegaba en el momento preciso para detenerlo e implorarle o más bien exigirle descanso. Y acababa por resignarse a su única actividad, pensar más en su mal, el repentino e identificado, en tanto el canal comercial presentaba tras unas vistosas cortinas fucsias, al animador y vendedor del año.


El primer día después de su convalecencia, caminó con mayor cautela, redujo hasta el menor aceleramiento que su cuerpo iniciaba y con gran impaciencia avanzó hasta alcanzar las puertas de su salón. Su espera prosiguió en el campo de la improductividad en la primera hora. Pero a la segunda hora lo vio, a Hans, cruzar apresurado  la primera puerta y pasar al atril del maestro para tener una breve conversación apenas audible desde su posición. Observó con cuidado como una hoja era escrita y le era pasada ahora al muchacho castaño. Cómo odiaba el aire de suficiencia con que el profesor miraba al castaño. Cómo lo detestaba más cuando deliberaba ruinmente sobre su suerte. Eso mismo, ese hombre eliminaba sus sencillas aspiraciones para un acercamiento con las arbitrarias designaciones para los grupos de trabajo.


“Los deseos no siempre se cumplen” –se dijo frustrado y volteó a ver a su nuevo compañero del mes quien sonreía contento y con un gesto de mano muy cordial. Su leal amigo Kirk a cuya personalidad siempre amena debía añadirle la pereza y holgazanería en los estudios. Por mucho que quisiera molestarse, no era capaz de irritarse por algo tan simple cuando relucía una honesta sonrisa de parte del pelirrojo.


– Disculpe, profesor. No se me asignó aún un grupo de trabajo. – exclamó una voz sorda en el bullicio de los recién formados grupos o mejor dicho duetos de trabajo. Raoul reconoció el timbre de voz, podría haberlo reconocido incluso entre el tráfico más intenso de la hora más concentrada y con un número infinito de personas clamando. Era él, Hans, quien hablaba.


“Los deseos nunca se cumplen para mí” – se repitió al rato derrotado. La leve esperanza que había sopesado al oír el reclamo, se destruyó a la orden del profesor a cargo. Los segundos que había estimado para planificar cómo convencer al superior de incluirlo a su grupo, habían sido los mismos segundos que el mayor había tomado para decidir la suerte del castaño. El mismo momento que había tomado valor para levantar en alto su brazo, era el mismo instante en que Hans y su nuevo grupo se integraban y ponían de acuerdo el orden y cronograma de su trabajo.


El resto del día observó a los grupos intercambiando mensajes de texto o papeles debajo de las mesas. Las repentinas ausencias de su secreta adoración no podían faltar en un día extraordinario como ese cuando hacía presencia. Raoul conocía cuáles eran las paradas del castaño en esos instantes, la dirección o la sala de profesores eran las únicas opciones. Sean se había quejado brevemente de lo problemático que resultaba un estudiante… problemático, en resumidas cuentas; recibiendo un susurro desganado de parte del menor afectado con esas palabras.


–…parece casi un espía camuflado – rio por su propia ocurrencia. El mayor no comprendía la gravedad de las faltas del castaño y eso provocaba a Raoul quien trataba de mediar con su rabia súbita avivada por la envidia – No voy a quejarme. La suerte estuvo de mi lado. La última vez estuve a punto de tirar la toalla por el compañero que me designaron –apuntó con su viva mirada a un distraído Kirk que disfrutaba de los dulces gestos de su novia. – ¡Ah, Lo lamento mucho, Raoul!


– ¿Te paso algo, Raoul? –inquirió incauto el acusado.


–  La peor calamidad ha sido designada su compañero –respondió astuto el mayor.


–  ¡¿Qué dijiste?!


– Y ahí van... – habló Jasmine al margen de la riña que se armaba al lado suyo. Raoul consideraba un modo extraño de llevarse “bien” entre dos personas. Aunque ellos, Kirk y Sean, hacían mención al hecho que contrarios se atraen, él no estaba convencido de la idea. Ambos no eran opuestos, sino muy iguales y esa era la causa de su amistad y sus disputas.


En cambio, Raoul tenía una imagen menos nítida de sí mismo. Era un muchacho alegre, dispuesto a colaborar, distante de envidias u odios y concentrado en conseguir una carrera prospera. Al menos esa era la figura que proyectaba al resto, pero por dentro se enturbiaba y sus emociones fluctuaban entre las más bajas. Desesperado, consentía cada salida imprevista a esos sentimientos. Consciente de sus acciones, estaba impedido de mostrarse tranquilo frente al verdadero Hans.


Por eso no había sido capaz de reponerse cuando lo percibió a su lado, a Hans recogiendo los libros del casillero. La respiración se le aceleró hasta colapsar y ese pequeña irrupción en una función tan básica acompañada de las desenfrenadas palpitaciones que su corazón trabajaba, le otorgaron un color cobrizo a su pálido rostro que era difícil de sobrellevar. Estaba a punto de sofocarse con la cercanía y a la vez a unos pasos de la oportunidad de crear la relación ansiada. Unas miradas de soslayo escoltaban la alta silueta del castaño, elegante con el uniforme perfecto de color blanco y una camisa oscura para contrastar. Raoul quería simular, interrumpir ese enajenamiento y mirarlo de frente; pero estas ideas descabelladas que surgían le hacían morir de vergüenza.


Con pausas, Raoul introdujo los últimos cuadernos y bolígrafos y escuchó la conversación que él no había sido capaz de iniciar. Si sólo su presencia fuera notable más allá de un saludo formal o una felicitación sobria. "Hey chicos ¿vienen?" "Tu también, Hans” – un inoportuno Kirk exclamó sin medir la situación, su conflicto. No tuvo otra opción, corrió al grupo y giró para ver la respuesta singular del nombrado: un simple gesto esquivo para decir que pasaba de esas cosas.


“Quizás nos evita. Somos un grupo…” –meditó mientras caminaba al lado de la flamante pareja. Jasmine y él eran los únicos que podían llamarse maduros, pero parte de esa madurez se había mandado al diablo cuando ambos fijaron el horizonte en esa cosa llamada amor que parecía convertir el juicio en una voluble masa de sentimientos. Cómo detener algo incomprensible e intangible como una emoción vacía e irresoluta.


Cómo sería la casa de Hans. ¿Acogedora, de gran espacio, ordenada o él evitaría hacer tareas domésticas? ¿Sabría cocinar o compraría comida? ¿Qué haría en sus ratos libres? ¿Una novia? Rio con torpeza, flagelado por sus propias inquisiciones. Una ligera corriente de amargura lo rodeó. Un chico apuesto tendría una o más. Si Kirk la tenía... Hans era atento y cortés o así lo había visualizado ¿cuánto tiempo? Ofreció su porción de comida al hambriento pelirrojo mientras Jasmine le miraba comprensiva, había algo perceptible en su mirada, un decaimiento o como ella repetía parecía que sufría y ella le extendía la mano para apoyarlo.



Su deseo. Respiró cerrando los ojos para impedir que el miedo acreciera aún más. Los días se extinguieron irreparables en ese tiempo. El trabajo había concluido al menos para él, por el camino de vicisitudes forjado de las torpezas e impulsivas acciones del pelirrojo. Por el contrario, el grupo de su interés se encontraba con problemas logísticos frecuentes. El tiempo era el peor factor a organizar y eso no era novedad para nadie debido a los permisos solicitados por Sean a nombre de todo el grupo. El mayor no se guardaba nada para sí y había agradecido esa abierta franqueza por la cual él había accedido a la vida privada de su secreto admirado. Supo que Hans vivía en un apartamento modesto en el centro de la ciudad y que le tomaba un solo viaje en tren el llegar. A Sean le había extrañado la ausencia de fotografías debido a su hábito de atestar todo espacio suyo con recuadros de su pequeña familia.


– El único día que estuvimos allí tuvimos que ordenar comida por el celular… Era incómodo. Él no paraba de hablar del modo de hacer las cosas, pero cuando tratábamos de animar el ambiente con unas bromas, no reía.


– Él siempre se ha caracterizado por ser serio –intervino Raoul en la defensiva.


– No lo había notado honestamente –respondió despreocupado del tono con que la respuesta de su tranquilo compañero había sido espetada–  Podría haber fingido… y eso que saqué las mejores bromas.


Estar ahí, sentados en un mismo espacio sin nadie mas sobrando, sin las risas, en silencio. Mirarlo solamente a él y tener la certeza de que él hacía lo mismo. Esas habían sido las expectativas de Raoul cuando oía a Sean reclamar por las taciturnas reacciones del castaño. Si pudiera tener ese sitio, si solo pudiera ser cercano a él alguna vez. Lo miraba de lejos, absorto en los libros, concentrado en entender las fórmulas. Y no encontraba la forma de aproximarse más sin consumirse en esa emoción.  Confesarse era la única vía y al mismo tiempo la forma de condenarse. Ese sentimiento disfrutaba de jugar con ese dolor contradictorio y provocarle una herida endeble. “El tiempo…” A veces un haz de positivismo lo colmaba y creía que el tiempo le ayudaría a superarlo, ¿Cómo lo haría? volvería a interesarse de tal forma, querría a alguien así como a él. Pensaría en las mañanas en hablarle sólo para quedarse callado admirándolo, o lo soñaría en las siestas breves que lo agitarían. No regresaría jamás de ese eterno círculo de turbaciones y con un contacto mayor a sus aspiradas ilusiones, se le iría todo de las manos. Eso no lo dudaba.

Notas finales:

Hi! Aquí Ikumi! Gracias por leer!

No hay mucho que decir. Acabé recordando los días del colegio y esos horribles trabajos de grupo. XD 


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