KyungSoo arruga la nariz. Cuanto odiaba el olor a desinfectante y a guardado, al reducido espacio del lugar, y la cantidad de polvo que acumulaba. KyungSoo odiaba con todo su ser esas cuatro paredes que lo encerraban, que irónico es que, quién sugirió esas cuatro paredes fue él mismo.
El pomo se gira, y siente esa habitual adrenalina que siempre pasaba en esa situación. Entonces se olvida de todas sus quejas, y ya nada de eso importa al verle frente él, sonriendo tan infantil y travieso.
Porque en el momento que le abraza antes de besarle la coronilla, todos esos percances se iban al infinito y más allá.
Los dos se sonríen cómplices, de esa forma que sólo ellos entienden.
ChanYeol se inclina más, alcanza sus labios acorazonados y hace temblar el mundo del menor; aquellos tan necesitados y deseosos de su atención. El pelinegro se aferra con fuerza a la camisa del alto, negándole ir ni un segundo, pese a que el mayor se balanceó un poco, e hizo chocar a KyungSoo con uno de los estantes.
*
KyungSoo arruga la nariz. Cuanto odiaba el olor a desinfectante y a guardado, al reducido espacio del lugar, y la cantidad de polvo que acumulaba. KyungSoo odiaba con todo su ser esas cuatro paredes que lo encerraban, que irónico es que, quién sugirió esas cuatro paredes fue él mismo.
El pomo se gira, y siente esa habitual adrenalina que siempre pasaba en esa situación. Entonces se olvida de todas sus quejas, y ya nada de eso importa al verle frente él, sonriendo tan infantil y travieso.
Porque en el momento que le abraza antes de besarle la coronilla, todos esos percances se iban al infinito y más allá.
Los dos se sonríen cómplices, de esa forma que sólo ellos entienden.
ChanYeol se inclina más, alcanza sus labios acorazonados y hace temblar el mundo del menor; aquellos tan necesitados y deseosos de su atención. El pelinegro se aferra con fuerza a la camisa del alto, negándole ir ni un segundo, pese a que el mayor se balanceó un poco, e hizo chocar a KyungSoo con uno de los estantes.
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KyungSoo arruga la nariz. Cuanto odiaba el olor a desinfectante y a guardado, al reducido espacio del lugar, y la cantidad de polvo que acumulaba. KyungSoo odiaba con todo su ser esas cuatro paredes que lo encerraban, que irónico es que, quién sugirió esas cuatro paredes fue él mismo.
El pomo se gira, y siente esa habitual adrenalina que siempre pasaba en esa situación. Entonces se olvida de todas sus quejas, y ya nada de eso importa al verle frente él, sonriendo tan infantil y travieso.
Porque en el momento que le abraza antes de besarle la coronilla, todos esos percances se iban al infinito y más allá.
Los dos se sonríen cómplices, de esa forma que sólo ellos entienden.
ChanYeol se inclina más, alcanza sus labios acorazonados y hace temblar el mundo del menor; aquellos tan necesitados y deseosos de su atención. El pelinegro se aferra con fuerza a la camisa del alto, negándole ir ni un segundo, pese a que el mayor se balanceó un poco, e hizo chocar a KyungSoo con uno de los estantes.