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Días De Lluvia por ghylainne

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Notas del capitulo:

Para mi niña linda Geion, con mucho cariño en tu día. Que lo disfrutes mucho y tengas un día estupendo con mucha tarta y regalitos. Muchos besotes.

 

Milo estaba tumbado boca arriba en su cama, mirando el techo sin saber qué hacer. Llevaba días pensando únicamente en el Caballero de Aries, y aquello empezaba a preocuparle. Bueno, no a preocuparle en serio, pero sí se había dado cuenta de que no pensaba en él de la misma forma que lo hacía en el resto de sus compañeros. Y aquello sí que lo intranquilizaba, porque se había convencido de que Mu no pensaba en él de la misma forma.

Se levantó y salió a dar una vuelta, vagando sin rumbo fijo, hasta que se dio cuenta de que estaba frente a la entrada del Templo de Aries. Durante unos minutos se quedó allí plantado, observando las blancas columnas como si nunca las hubiera visto. Ni siquiera se dio cuenta de que había empezado a llover con fuerza y se había calado hasta el tuétano. Casi ni vio a Mu, que lo observaba desde la puerta.

—Mu...

—Estás empapado, será mejor que entres —y se apartó para dejar que Milo pasase al interior.

—Gracias —susurró mientras pasaba junto a Mu.

—Creo que será mejor que te cambies de ropa —sugirió el pelilila a un aturdido escorpión, que no dejaba de mirarlo con ojos de borreguito a medio morir.

Mu buscó entre sus cosas y le acercó una muda limpia y una toalla, y luego se fue a la cocina mientras Milo se cambiaba. Acercó las prendas a la cara y aspiró con fuerza el suave aroma a lavanda. ¡Dioses! Qué bien olía aquella ropa, igual que Mu. Se vistió despacio, disfrutando del contacto de la ropa con su piel, deseando que en vez de ropa pudiera ser la piel del carnero. Terminó de vestirse y siguió a Mu a la cocina, secándose el pelo con la toalla. El ariano estaba de espaldas, ocupado con los fogones. Milo se sentó sin dejar de observar cada centímetro de aquel cuerpo que lo obsesionaba.

—¿Qué mosca te ha picado para salir en un día como hoy? —preguntó su anfitrión.

—¿Eh? Pues... La verdad es que no me di cuenta.

Era cierto. Había estado tan ensimismado pensando en Mu que no se había dado cuenta de las nubes que amenazaban lluvia.

—Despistado —dijo el carnero con una sonrisa angelical que dejó al bicho poco menos que catatónico, hasta que se obligó a reaccionar al ver la taza de café caliente que le acercaba su compañero.

—Gracias —dijo sujetando la taza con las dos manos, dejando que el calor se extendiera por su cuerpo, mientras trataba de pensar en algo sensato que decir.

Mu no parecía esperar que le diera una respuesta, sino que se limitó a beber de su taza, dejando que Milo decidiese si hablar o no, sumiéndose los dos en un silencio que curiosamente no resultaba incómodo.

Milo dejó la taza vacía encima de la mesa y miró por la ventana. Afuera seguí lloviendo con fuerza, con las gotas golpeando los cristales a causa del viento. Se quedó contemplando las inclemencias del tiempo un buen rato, sin pensar en nada, hasta que la voz de Mu lo sacó de su ausencia.

—¿De verdad no te diste cuenta del mal tiempo que hacía?

—No —negó con la cabeza—, no me di cuenta.

—¿Por qué no?

—¿Eh?

Aquella pregunta lo había tomado por sorpresa. ¿Podía decirle que había estado pensando en él y por eso no se había dado cuenta? A lo mejor le traía sin cuidado lo que Milo pudiera sentir por él, por eso nunca se había atrevido a confesarse. Pero allí estaba, con aquellos impresionantes ojos verdes clavados en él, reclamándole una respuesta, ¡y qué narices!, si no se arriesgaba, nunca iba a conseguir nada.

—Estaba pensando en ti —confesó.

Eso sorprendió a Mu, que lo miró con los ojos muy abiertos, sin acabar de creerse lo que acababa de oír.

—Bueno, por eso no me di cuenta —continuó el escorpión.

—Ah —dijo Mu por toda respuesta.

Milo bajó la cabeza y se puso a jugar con la taza.

—¿Por qué? —preguntó Mu, sorprendiendo al peliazul.

—¿Eh?

—¿Por qué pensabas en mí?

—Porque te quiero.

Mu no pareció sorprendido por la confesión del bichito. Se quedó allí, mirándolo con aquellos ojos que eran su perdición, sonriendo ante lo que Milo había dicho antes de que hubiera tenido tiempo de pensarlo. El escorpión no sabía qué pensar, sólo lo miró anonadado, esperando que tradujese en palabras aquella enigmática sonrisa. Pero en vez de escuchar la voz del ariano, sintió sus labios sobre los suyos, y no hizo falta que Mu explicase nada.

Aquel día también llovía a raudales, y un pequeño peliazul corría escaleras arriba rumbo a su Templo, empapado de pies a cabeza. El pelo se le pegaba a la cara y apenas veía el camino, ni siquiera se molestó en pedir permiso para atravesar el Templo de Aries, y al poco se vio tirado en el suelo frente a otro pequeño: el aprendiz del Patriarca. Se apartó el pelo y se quedó mirando al niño como un tonto.

—Lo siento —se excusó mientras ayudaba al pequeño a levantarse, pero al carnerito no le dio tiempo de darle las gracias, porque el aspirante a escorpión salió corriendo sin mirar atrás, hasta que una manita lo detuvo casi en la salida.

—Espera, no puedes ir hasta tu Templo así, llueve mucho.

Y sin esperar respuesta, lo llevó a la parte privada de Aries. Y allí se quedó, con ropa seca y su nuevo amigo, hasta que horas más tarde dejó de llover. Claro que no había sido lo mismo. ¿Cuántos años tendrían entonces? ¿Cinco? ¿Tal vez seis? Se habían limitado a una taza de chocolate caliente y unas cuantas partidas al ajedrez. Aquello no podía compararse al placer de tenerlo entre sus brazos. No. Había disfrutado enormemente aquel día en el Templo de Aries, incluso se había sentido un privilegiado al captar la atención de aquel niño tímido que apenas se asomaba detrás de la túnica de su maestro, nervioso ante la idea de estar en un lugar que se le hacía sumamente extraño.

No. Definitivamente, aquello era mucho mejor. Sus dedos jugando con su cabello todavía húmedo, su sonrisa dedicada única y exclusivamente a él, como si aquello fuera el final de un cuento de hadas. Aquella sonrisa tan difícil de ver cuando eran niños, arrancada tan sólo por sus travesuras, sofocando la risa con una mano mientras sujetaba la túnica de Shion con la otra, esperando a que el Patriarca dejara de reñirle, mientras el guardián de Escorpio lo miraba exasperado.

Miró por la ventana. Afuera seguía lloviendo, con más intensidad todavía, y se tapó hasta las orejas con las sábanas, observando feliz a Mu dormir a su lado. Definitivamente le encantaban los días de lluvia.

 

 

~~FIN~~

 

 

21 - Octubre - 2006

Ferrol (Galicia) España


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