Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Lyubov' & kirai. [Yuri!!! On Ice] por Zabar

[Reviews - 19]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Hola! Vuelvo para dejarles este capítulo recién sacadito del horno.

Al principio no sabía cómo embarcarme en la historia; me refiero, no sabía cómo contar lo que tenía que contar, así que me decidí en este por primer capítulo. Si quieren conocer cómo se conocieron Yuuri y Viktor, sus primeras impresiones, ¡díganlo! Yo con gusto cumplo algunas cosas... mientras no se trate de imposibles ;) 

Sin más que decir, ¡espero que les guste!

… capítulo 1…

 

Varsovia

 

***

 

Estados Unidos, 2013.

 

***

 

            Viktor Nikiforov se movió entre la multitud de personas con la máscara puesta en el rostro. Era una máscara de cuero negro que le cubría la mitad del rostro, pero dejaba los labios al descubierto. Y si bien todos sus compatriotas le reconocían –el cabello plateado, los brillantes ojos azules, la sonrisa peculiar en los labios– la fiesta de máscaras estaba hecha para utilizar máscaras.

Viktor observó a su presa con los ojos entrecerrados. El muchacho llevaba un antifaz simple y gris, que cubría sus ojos casi por completo. No le reconoció por el traje, en realidad, ni por el corte de los hombros, ni por la postura –elegante, erguida.

Le reconoció por aquella horrible corbata.

Viktor depositó un beso en el cuello del muchacho con una sonrisa en los labios. Éste se volteó y le aferró firmemente de la corbata, dirigiendo los labios delgados al oído del mayor.

—No deberías hacer eso —espetó en japonés. Viktor rió.

—¿Qué cosa? —ladeó el rostro, descubriendo los ojos de Yuuri, mirándole con cierta pasión que les envolvía desde hacía meses—. ¿Esto?

Y se acercó para rozar sus labios con los otros. Yuuri le mordió.

—No debes —regañó, soltándole de la corbata—. ¿Qué dirán de ti?

—Me importa un carajo lo que digan.

Hablaban en japonés. Yuuri sonrió, satisfecho.

—Pues a mí sí me importa. Arréglate esa corbata.

—Vamos al baño. Arréglamela tú —sugirió Viktor. Yuuri rió.

—He oído ideas peores.

Los baños de Varsovia eran espejados, grandes. Viktor arrastró a Yuuri a un cubículo y se apoderó de su cuello entre sus labios, Yuuri enredando las manos en el cabello de Viktor, envolviéndose en besos, caricias deseosas y necesitadas.

—De rodillas —ordenó Yuuri, con la voz cargada de deseo—. Hazlo ahora.

Viktor agachó la cabeza y obedeció, encargándose de abrir el pantalón del japonés, que había enredado sus dedos contra el cabello de Viktor y esperaba, impaciente, por…

—¡MALDITA SEA, NIKIFOROV, KATSUKI! ¡SALID DE AHÍ!

Yuuri se congeló.

Viktor se congeló.

Estaban en el último cubículo, y fueron oyendo como cada puerta iba siendo derribada, probablemente por una patada feroz. Viktor se levantó del suelo y Yuuri se abrochó los pantalones, chasqueando la lengua. Abrieron la puerta antes de que el muchacho saliera.

Yuri Plisetsky tenía el cabello rubio y ojos fríos. Sus labios estaban apretados en una mueca de desagrado.

—Decidme —pidió, con una expresión consternada— que no habéis estado haciendo lo que creo que habéis estado haciendo.

Yuuri caminó hasta los lavamanos, abriendo un grifo y empapándose las manos. Se echó el cabello hacia atrás y se quitó el antifaz. Además de los dos rusos y él, el baño estaba vacío.

—Estábamos a punto —le corrigió Yuuri, eliminando el débil sonrojo que había trepado por sus mejillas—. ¿Por qué nos molestas?

Yuri tomó aire profundamente.

—Ha habido un problema con Mila.

—¿Mila es…? —Yuuri extrajo de su bolsillo un pañuelo de papel y comenzó a secarse las manos. Viktor, quien parecía notablemente más molesto que Yuuri por haber sido interrumpidos, chasqueó la lengua.

—Mila es una asesina. Está entrenando a Yuri.

Habían cambiado el japonés por el ruso, a favor del entendimiento del rubio.

—Sí, bueno —Yuri se contempló en el espejo, acomodándose el cabello y cubriéndose el ojo—. Ella está convencida de que puede sobrevivir a un concurso de bebidas, pero debemos cumplir la misión, y no creo que…

—¿Ha llegado Altin? —preguntó Yuuri, interrumpiéndolo. El ruso le fulminó con su ojo libre.

—No tengo ni idea. Se suponía que llegaría, pero…

—Debemos cerrar el trato con él antes de que suceda nada.

Viktor soltó un suspiro.

—Vamos afuera. Nos encargaremos nosotros. Yuri, intenta que Mila no beba.

Yuri Plisetsky asintió y se marchó del baño. Viktor se acercó a Yuuri, a sus espaldas, y hundió su rostro en el cuello.

—No tenemos tiempo para esto, Viktor —Yuuri apartó el rostro, pero cuando volteó acarició con lentitud su mejilla cubierta por aquel enorme antifaz—. Cuando lleguemos a hotel me lo compensarás.

La sonrisa de Viktor irradiaba luz.

 

***

 

            Varsovia engullía las almas. Las robaba por la boca, cargaba los órganos con alcohol y, de ser posible, los vendía. Varsovia rodeaba criaturas inocentes o que fingían serlo, humedecía pieles con lenguas ávidas, cubría piernas lechosas con polvo de ángel que era inhalado por seres de otras tierras.

Varsovia era la tierra del pecado. La familia Nikiforov se había hecho con aquel lugar años antes, y actualmente le visitaban unas cuantas veces por año, ya sea para disfrutar de los placeres carnales que otorgaban las habitaciones privadas, o por la total libertad de hechos de allí dentro. Lo que sucedía en Varsovia no salía de Varsovia, y si salía… lo hacía en forma de cadáver.

Muy pocos se animaban a adentrarse en las puertas del infierno. Los arcos de entrada, cubiertos de espejos y luces, el humo de hielo seco colándose en el recibidor donde se pagaban cientos por un par de entradas. El champán era el mejor y el más caro, la sangre en las bebidas era de varias gotas que creaban morbo, las habitaciones encerraban cuerpos desnudos y curvas cubiertas de sudor perlado.

Varsovia era un lugar del cual nadie se olvidaba.

Ni siquiera los Altin.

 

***

 

            —¡Brindo por los hombres! ¡Brindo! ¡Salud! —Mila levantó su copa y la chocó con un grupo de hombres y mujeres en un rincón. Cuando Yuri Plisetsky la vio soltó un fuerte suspiro.

—Oh, diablos. Es tarde —gruñó, aferrándose a los cabellos. Se acercó hacia Mila y tironeó de su brazo—. Vámonos, Mila. Es hora de irnos a casa.

Los hombres le miraron divertido.

—¿Quién eres tú, mocoso? —preguntó uno de los hombres, particularmente alegre—. ¿De qué guardería te has escapado?

Yuri contuvo la necesidad de hundir la mano en sus pantalones y quitar su arma, apuntar, apretar el gatillo…

Sonrió, mordaz.

—Soy su hijo —le pinchó las costillas a la mujer, que le miró como si estuviera ofendidísima con él—. Esta señora aparenta mucha menos edad de la que tiene. Así que, si me disculpáis, mi padre nos está esperando fuera.

Los hombres palidecieron y dejaron que Mila, tambaleante y risueña, se levantara de su asiento y acompañara a Yuri hasta los privados.

—Eres una idiota, Mila —gruñó el muchacho—. Ahora deberemos cambiar todos los planes, por tu culp-¡AH!

Mila le había abofeteado. Yuri se llevó la mano a la mejilla, que ardía, y contempló a la mujer con una mirada totalmente indignada.

—¡Estaba siguiendo mi piropio plan! —balbuceó ella—. Altin aún no ha llegado… y debía hacer tiempo…

Mila se deshizo en llanto. Yuri tomó aire hasta que sintió que sus pulmones iban a estallar y forzó una mueca.

—Ve a un privado. Arréglate. Diviértete. Yo me encargo.

Mila le contempló como si fuera un héroe.

—Yura, tú apenas tienes quince…

—Y puedo manejar esto. Vete.

Mila asintió y se marchó con rapidez. Yuri enterró los dedos en la cabeza, sintiendo que su antifaz le impedía darse cuenta de la jodida verdad.

No tenía ningún plan.

Pero seguro que Yuuri sí. Ese cachorro de japonés seguramente sabía. Como segundo de Viktor Nikiforov, el heredero del Imperio, seguramente sabía varias cosas.

 

***

 

            Yuri Plisetsky le contó a Yuuri Katsuki sobre sus planes. O mejor dicho, la falta de ellos. Altin aún no había llegado. Los Negociadores seguramente estarían muy embriagados para firmar nada si el tipejo se seguía demorando.

—Debemos distraerlos —Yuuri se llevó la mano al mentón, pensándolo, y sus ojos brillaron detrás del antifaz al ocurrírsele algo—. Debemos entretenerlos y que no beban. Por lo menos hasta que llegue Altin. Viktor, ¿crees poder averiguar dónde está?

Viktor sacó su teléfono y tipeó un mensaje. La respuesta llegó casi al instante.

—Se encuentra en el casino jugando al póker. Está ganando. Seguramente vendrá aquí luego de la última partida.

Yuuri se llevó la mano a la frente, una sonrisa asomando en sus labios.

—Viktor, necesito tu máscara. Quédate con la mía. Tengo un plan.

 

***

 

            Otabek Altin de veras no quería ir al Varsovia. Ya había conocido al club, y el libertinaje era algo que le volvía loco. Mujeres exponiéndose, hombres vendiéndose por algunas monedas, criaturas de la noche encerradas en un lugar cargado del dolor agónico de las almas que pugnaban por libertad.

Pero su padre, Temir Altin, adoraba aquel lugar. Todos sus tratos debían hacerse en ese rincón de Estados Unidos, en ese edificio terrorífico llamado Varsovia, cargado de manchas, errores, dolores, corrupción.

No es como si Otabek no supiera del negocio de su padre. Sabía que Temir era el traficante de armas más grande de Europa, y que estaba expandiendo su negocio a América. Por ese mismo motivo necesitaban cerrar el trato.

Pero Temir se había encontrado “indispuesto” luego de haber perdido cerca de tres millones en el póker, y lo había enviado a él.

Se presentó en Varsovia con una mueca de fastidio. Llevaba su mejor traje, con la camisa roja que sobresaltaba su piel morena. El hombre de la recepción, después de verle pagar su entrada, le ofreció un grupo de antifaces para que escogiera.

—Es noche de antifaces, señor Altin.

Otabek escogió una máscara roja y negra. Se la calzó y recién en esos momentos el recepcionista le dejó pasar.

Una muchacha de pechos desorbitantemente grandes le recibió del otro lado de la puerta. La música sonaba, retumbante, y los latidos de los parlantes se acoplaban a los latidos de su corazón.

—Señor Altin, le estaban esperando. Por aquí.

Otabek se dejó llevar. Sabía que era parecido a su padre. Y con la máscara, probablemente más aún.

Le guió a un privado donde relucía un espectáculo de strippers. Había un tubo en el centro de una pequeña elevación que hacía las bases de escenario, y el grupo de negociantes de la American Mafia silbaba a las dos muchachas que caminaban, demostrando sus curvas, exponían la piel sudorosa de su cuello, los labios entreabiertos…

Ambas llevaban máscaras. Y, cuando se voltearon, Otabek se dio cuenta de que no eran ellas.

Eran ellos.

Dos muchachos que no tendrían más de veinte años. Uno de cabello negro, uno de cabello rubio. El rubio llevaba una delicada máscara blanca que cubría la mayor parte de su rostro, mientras que el moreno llevaba una máscara de cuero negro que sólo dejaba a la vista sus labios, y sus ojos rasgados.

La música que resonaba en el privado era totalmente diferente a la del exterior. Era lenta, oscura y seductora. Otabek pudo sentir en su sangre la necesidad de acariciar alguno de esos cuerpos que se exponían como carne fresca…

—¡Señor Altin! —Otabek observó cómo, de un rincón, parecía aparecer una sombra. Tenía cabello y antifaz plateado. Sonrió, tranquilamente, aunque había algo molesto en su mirada, un brillo de enfado que Otabek supo que no era por la tardanza de su padre—. Ha llegado, por fin. ¿Ha ganado la partida de cartas?

Otabek se irguió en su postura. Era una amenaza en toda regla.

Mi padre —remarcó— me ha enviado en su lugar para arreglar los términos del contrato.

Los ojos del ruso brillaron.

—¿Usted es…?

—Otabek —expuso su mano para que el heredero la estrechara—. Otabek Altin. Y usted debe ser Viktor Nikiforov, ¿me equivoco?

Viktor soltó una jovial risa.

—Oh, no se equivoca en nada —sus ojos se perdieron en el espectáculo que estaban dando los dos jóvenes. Otabek dejó que sus ojos se deslizaran por las caderas y el pecho descubierto del rubio, el trasero cubierto por un bóxer negro. Se movía con una habilidad que avergonzaría al mejor de los bailarines—. ¿Disfrutando del espectáculo? —preguntó Viktor, con una sonrisa extraña, casi acartonada.

—En realidad no —Otabek sonrió—. Lo aborrezco.

Viktor sonrió ligeramente.

—Su padre lo habría disfrutado.

—Mi padre es mi padre. Yo soy yo.

Otabek soltó la mano de Viktor, que se la había estado estrechando muy fuerte. Contuvo los deseos de limpiársela en el pantalón.

—Entonces, a mi parecer, prefiere que cerremos el contrato ahora, así puede marcharse antes, ¿no es así?

Otabek asintió.

—Sería conveniente.

Viktor puso una mano en la espalda de Otabek para guiarlo a las mesas centrales. Los negociantes despegaron sus ojos del espectáculo para prestarle atención a Viktor y Otabek, exponer sus requisitos para aceptar el tráfico, y exponiendo sus acuerdos y desacuerdos. Viktor negoció: los Altin proveerían las armas, y la Rússkaya Máfiya las entraría a América por medio de Alaska, y luego de allí irían en vehículos de carga.

—Entonces, ¿todo dispuesto? —preguntó Viktor, sacando los papeles de un maletín—. ¿Necesitáis algo para el contrato?

Los ojos de Otabek volaron una vez más al muchacho rubio. Seguían bailando, hablando en un fluido japonés entre ellos, intercambiando sonrisas y caricias lentas, dedos que trepaban por pechos y se curvaban en hombros, manos que se sujetaban de caderas y se mecían en las artes de la seducción. Pero no seducción entre ellos, porque era obvio que entre esos dos no existía ni una pizca de atracción sexual. Era a la seducción del público.

Los ojos de Viktor se detuvieron en el rubio, también unos instantes, y sonrió.

—Le aborreces, ¿no? —preguntó en kazajo. Otabek reconoció el dialecto, perfectamente acentuado, y frunció el ceño.

Es que, la verdad, no podía dejar de verlo.

—Demasiado —sacó un bolígrafo del interior de su chaqueta y sus ojos se detuvieron en las palabras de los papeles. Estaban en inglés. Las leyó con rapidez, comprobándolo todo, y firmando con rapidez en los lugares indicados. Luego firmaron los americanos. Luego firmó Viktor, con una sonrisa satisfecha, y todo quedó arreglado.

 

***

 

            —Tú gozas dándome celos, ¿no es así?

Yuuri se quitó la máscara y se apartó los cabellos del rostro. Su cuerpo estaba perlado por la transpiración, y los labios entreabiertos estaban húmedos. Su pecho se agitaba de arriba abajo, la respiración agitada, y si no fuera porque le conocía bien diría que le costaba estar en pie. Pero Yuuri era más fuerte que cualquier otro bailarín de poledance.

Yuri estaba cubierto con una chaqueta negra, pero prácticamente desnudo. Tenía los ojos cerrados y la respiración errática.

—No volveré —gruñó, con la voz cansada— a hacer caso —volvió a esforzarse por hablar— a los planes de Katsuki.

Viktor soltó una carcajada.

—Créeme, Viktor. He tenido ideas mejores. No estoy particularmente orgulloso de esta —Yuuri tomó una toalla y sus prendas—. Iré a darme un baño. Si quieres acompañarme…

—¿Estarás bien, Yura? —preguntó Viktor, acercándose al rubio. Él le enseñó  el dedo corazón.

—Por supuesto que estaré bien. Ahora iros. Haced lo vuestro y no hagáis ruido. No quiero vomitar lo poco que quedó en mi estómago.

Viktor empujó a Yuuri contra la pared del baño tan pronto estuvieron dentro. Sus labios se amoldaron a los suyos, y recorrió su rostro con ellos, para detenerse en el cuello y chupar hasta dejar una marca.

—Posesivo —gruñó Yuuri—. Tú gozas marcándome como tuyo, ¿no es así?

—No eres mío —susurró Viktor—. Aún no. Pero, ¿querrías serlo?

—¿Qué estás diciendo, Viktor? —Yuuri lo empujó para examinar el rostro de su amante. Se había quitado la máscara y la súplica en sus ojos era clara.

Rebuscó en sus bolsillos.

—Quiero, Yuuri, que te cases conmigo.

Yuuri abrió los ojos de forma exagerada.

—¿Qué? ¿Qué diablos, Viktor…? —pero sus ojos se perdieron en aquel anillo, dorado y fino, que parecía gritar por estar en su dedo. Extendió la mano para tocarlo y Viktor lo dejó en sus dedos—. Estás de coña. Debe ser una broma.

—No lo es. Yuuri, tú… si bien no nos llevamos bien cuando nos conocimos, debes comprender que era por celos. Yo quería ser el heredero, pero al mismo tiempo odiaba la responsabilidad que vendría con eso. Y luego, cuando tú tomaste represalias contra mí por haberte faltado tanto el respeto… bien, supongo que decidí que valías la pena. Y te amé. Te amé por cada centímetro de piel y te amo ahora, y quiero amarte por toda nuestra vida. Quiero que seas mío, Yuuri, quiero ser tuyo.

Las palabras habían sonado como música en un ruso fluido y grave. Yuuri sintió una sonrisa dibujarse en su rostro.

—Eres idiota —susurró—, pero eres mi idiota. Mi idiota bastardo y bueno para nada. Oh, miento, sólo eres bueno en la cama.

Viktor rió.

—¿Aceptas?

—Por supuesto que acepto. ¿Qué tipo de pregunta es esa?

Viktor colocó el anillo en el dedo anular de la mano derecha de Yuuri. Luego besó sus labios, su cuello, su pecho. Viktor se deshizo de su ropa y ambos acabaron bajo las gotas tibias de la ducha.

Labios contra labios, piel contra piel, sus manos subieron y bajaron por el cuerpo ajeno, explorándose y acariciándose; los dientes se hundieron en cuellos y los jadeos fueron ahogados en labios apremiantes.

Las manos de Yuuri resbalaron contra la pared de azulejos de la ducha, mientras sentía a Viktor trabajar contra él para entrometerse en su interior. Viktor aceptó cada orden, cada susurro necesitado, cada gemido desde lo hondo de la garganta de Yuuri.

Su relación nunca había estado muy clara. Ni para ellos ni para nadie. Aleskéi creía que entre ellos sólo había deseo carnal, pero Yuri Plisetsky aseguraba que se acabarían casando y dominando el mundo –o lo había asegurado cuando tenía once años y recién acababa de conocer al nuevo heredero de la Máfiya, es decir, a Viktor y a su cruel compañero, Yuuri Katsuki.

Sin embargo, ahora parecía abrirse un nuevo camino en ambos. Un nuevo camino que comenzaba con aquella alianza.

 

***

 

            Una vez en el hotel, Yuuri se desplomó en la cama doble. Viktor se recostó a su lado, besando su cuello, jugueteando con el lóbulo de su oreja entre los dientes.

La puerta prácticamente se abrió de una patada.

—¡YURI! —gritaron ambos hombres, incorporándose para fulminar al ruso con la mirada. Pero Yuri no parecía estar allí para fastidiar.

—Ha sucedido algo —musitó, con la voz cargada de seriedad. Viktor se acercó a la puerta y la cerró detrás del rubio.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Yuuri, cruzándose de piernas y estrechando la mirada. Yuri habló muy bajo y en un ruso muy complicado, así que Yuuri debió pedirle que repitiera sus palabras.

—Temir Altin —dijo—. Apareció ahorcado en su habitación del hotel. Dejaron… una nota.

—¿Qué decía? —preguntó Viktor, mirando con preocupación a Yuri. Yuri enmudeció—. Yura, dime, ¿qué decía?

—Ocho… —tragó saliva—. Ocho nueve tres. 8-9-3.

Yuuri apretó los dientes.

—Yakuza —susurró. 

Notas finales:

Como ven, voy haciendo saltos temporales. El capítulo anterior era del 2015, este es del 2013 y aún no me decido por el siguiente (tengo borradores de diferentes años). Intentaré responder a sus preguntas, si las formulan, así que... espero que les haya gustado, por favor dejen su comentario y muchas gracias a todos los que leyeron y comentaron el prólogo.

AMAZING! -léase con voz de Viktor Nalgasperfectas Nikiforov.

Ciao~ 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).