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Disorder. por MikitsuLee

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Notas del fanfic:

Orginalmente, publicado antes en WP.

Notas del capitulo:

Ojala les guste. 

El horizonte es lejano, recalca la distancia con su país natal. Sabe que donde vivió los mejores años de su vida y donde conoció a las personas más importantes para él, queda al oriente. Bebe un poco de café, teclea el final del reporte de su última operación, se recarga completamente en el respaldo de su asiento. Cierra los ojos, piensa. Quiere saber.

—Lo vi – le dice una voz bastante conocida – Atsushi también lo hizo. Son muy parecidos.

—Pese a que lo que dices siempre resulta ser verídico, me resulta complicado creerte

La respuesta no revela la consternación de su rostro. Su ceño fruncido en señal de incredulidad mientras sus ojos demuestran miedo. Dentro de sí, quiere que sea mentira.

—Yo no sé en que quedaron cuando dejaste Japón, pero lo cierto es que me parece que no te dijo algo. La viva prueba es el niño que lleva de la mano.

Shintaro no contesta por unos segundos al teléfono. Resopla y se aprieta el puente de la nariz porque intenta pensar con algo de claridad.

—Sigo sin creerlo.

—Te fuiste hace tres años. La edad con el niño coincide. No te dijo algo.

Al peliverde le cuesta decir que su ex pareja le hubiera mentido de alguna manera. Aún más, con una paternidad. Su cabeza es un lio y vuelve a resoplar.

—Sigo sin creerlo, Akashi.

Del otro lado de la línea se escucha un suspiro. Algo como resignación.

—Algún día te darás cuenta. Digo, algún día tienes que volver. Hasta luego.

El pelirrojo corta la llamada, Shintaro aún se mantiene con el celular en la mano intentando digerir todo lo que se le ha sido comunicado. Clava la vista en su escritorio con las manos en su frente, después cierra los ojos y resopla. Cree que todo es una mentira, pero no tiene modo de saberlo. Salvo regresar. Niega, no puede hacerlo. Su carrera en Estados Unidos lo impide. Se había ido justo por esa razón, justo para brillar. Es exitoso. ¿Por qué acabar con eso?

Las palabras de su mejor amigo le inundan nuevamente. Se le hace complicado creer de alguna manera que su ex pareja le hubiera ocultado algo. ¿Quizás por venganza? ¿Por dejar de la nada? ¿Por preferir irse en lugar de quedarse con él?

Shintaro busca en uno de los cajones de su escritorio una cajita de terciopelo rojo que nunca regalo. Lo abre, toma el contenido y lo estudia. Si en el hospital jamás le hubieran comunicado sobre su traslado, estaría casado, y ese niño que Akashi dice que ha visto con su ex, sería suyo. Aun no cree que sea su hijo del todo.

El peliverde comienza a sentirse mal y guarda el objeto nuevamente, toma su abrigo y sale de su oficina para hacerlo después del hospital. Nueva York es escandaloso siempre, no hay un solo momento de paz. Esos son los momentos en que Midorima extraña su tierra. A veces se arrepiente, solo a veces, muy escasas ocasiones.

Uno de los parques con luces en la noche le recuerda el día en que había pedido a cierto azabache salir. Solo era salir, al cine, a comer, a algún lugar. El otro estuvo tan emocionado que lloro de felicidad. Shintaro recuerda como si todo hubiese pasado un día antes, la nostalgia le invade. Se da cuenta  de que la llamada de su amigo le ha afectado más de lo que hubiera imaginado.

De pronto quiere regresar.

Niega al llegar a su departamento. Enciende la luz y la calma se rompe al llegar a su habitación. Alguien lo espera ahí, en la cama. Una castaña de buenos atributos, ojos grandes color verde, piel tersa y blanca como la nieve. Shintaro la ha recorrido varias veces con la mano, con los labios, con el cuerpo. Pero no está de ganas. Ignora a la chica y se dirige a su closet, cuelga su saco, su bata y después se deshace el nudo de la corbata con algo de amargura.

— ¿Un mal día? – cuestiona la chica poniéndose de pie.

Está completamente desnuda, aun así va con él, le abraza por la cintura e intenta alcanzar sus labios. No es tan alta como él. Shintaro esquiva el gesto volteando el rostro y le aleja por los hombros.

—Pésimo.

Dice dándose la vuelta para quitarse la camisa. La chica le abraza por detrás para hacerlo por él, desabotona cada botón de forma provocativa. El espejo completo que esta frente a ellos le muestra la escena al peliverde, la nostalgia llega de nuevo sin aviso, porque sabe que él hacía lo mismo, en los vestidores de preparatoria, en los de la universidad, en el departamento juntos. La expresión del peliverde se vuelve a amargar y se aleja de nuevo para aventar la camisa y desabrocharse el cinturón, se sienta al borde de la cama para deshacerse de los pantalones cuando ve que ella ya está ahí, en medio de sus piernas de rodillas.

— ¿Dejas que mejore tu día?

Shintaro frunce el entrecejo y resopla haciéndola una vez más a un lado para meterse a la cama.

—Una vez más, Gretel; ha sido un pésimo día y ni tu ni nadie lo va a mejorar. Ve a tu casa o duerme en la habitación continua. Buenas noches.

Apaga la luz. La chica está un poco molesta per aun así se va encima de él.

—Veras que si puedo mejorarlo.

Dice a su oído, para cuando siente, una mano atiende su zona más sensible entre sus piernas, Shintaro se enoja, la pone a un lado en la cama y se va encima de ella.

—No hagas que mi día sea peor – le toma de las muñecas para que no intente otra cosa, la chica entiende que no juega –, por favor, ve a tu casa, ¿sí, querida?

Nota el sarcasmo en la última parte, se suelta con brusquedad de él, busca su ropa, se viste y se va sin más. Shintaro suspira con alivio cuando ella desaparece, mira el techo para después resoplar. Otra vez los recuerdos. Cierra los ojos para que la imagen del azabache le vaya a la mente. Su sonrisa. Lo que más le había encantado de él.

Son las 6 a.m. del otro lado del mundo. El despertador suena horrible, un azabache estira la mano para apagarlo con odio y después tallarse los ojos. Se da el lujo de dormir cinco minutos más. Unos veinte más tarde, está hecho un lio. El desayuno se quema mientras trata de bañar a su pequeño, corre de un lado a otro buscando apagarlo mientras su hijo se ríe. Logra apagarlo poniendo el sartén en el fregadero, el humo se expande y corre de nuevo a abrir las ventanas. Cuando regresa al baño, su hijo sigue riendo.

—Le hace muchas gracias, ¿verdad, caballerito?

El pequeño asiente. Termina de bañarlo para vestirlo a paso veloz. Solo tiene cinco minutos para arreglarse él. Mientras coloca su uniforme, se da cuenta de que al fondo de su closet hay otra cosa blanca que no había visto. Al sacarlo, se da cuenta de que es una bata blanca, el azabache se sorprende. Sabe a la perfección de quien es.

— ¡Mamá! ¡¿Ya acabaste?!

— ¡Ay, ya voy!

Se queja el otro, guarda de nuevo la bata y se apresura a acomodar debidamente su uniforme. El blanco de este es un recuerdo constante de la persona con la que deseó trabajar siempre. Toma la mochila de su hijo para colocarle el almuerzo, por fortuna, eso fue lo único que no se quemó. Después va con él que espera en la sala viendo televisión.

—Vamos, vamos. Es tarde.

—Fue tu culpa – dice entre risas, el azabache chasquea la lengua.

Salen del edificio para caminar tres cuadras hasta el jardín de niños. Deja que su hijo entre y cuando se da la vuelta siente que su mundo se ha terminado. Otra vez. Cada que deja al pequeño en la escuela la sensación de haber perdido a lo que le mantiene vivo es constante y se dispara en su interior como cualquier sustancia de su cuerpo. Camina hasta el hospital donde trabaja a dos cuadras más arriba, la primera noticia que le llega es que uno de sus conocidos está ahí, herido. Corre hasta la sala de urgencias para buscarlo, mientras lo hace, ve a algunos bomberos también. Sabe de quién se trata. Su conocido está en una de las últimas camillas, debió haber llegado primero, la parte izquierda de su uniforme esta rasgada, ve sangre.

—Ah, Kagami – dice en un susurro, ayudando a sus camaradas a curar la herida que debió ser provocada por llamas o por un objeto sumamente pesado que rasgo toda su ropa.

— ¡Takao!

Exclama el otro que no sabe quedarse quieto. El azabache se relaja al ver que no es nada serio, limpian las heridas y colocan vendas.

— ¿Un día pesado? – cuestiona el azabache cuando el peligro a pasado.

—Incendiaron una obra en negro. Creo que los tipos que lo hicieron, estaban muy ebrios para darse cuenta de que había pasto y madera. Espero que estén bien, estaban intoxicados con el humo.

—Seguro que lo estarán.

—Gracias, Takao.

—No es nada – la sonrisa efusiva, le recuerda a sus encuentros en la cancha.

— ¿Cómo esta Midorima?

La sonrisa se vuelve floja, Kagami siente que ha metido la pata.

—Hace unos años que no lo veo. Está en Estados Unidos, ¿no lo sabias?

Kagami niega, confirma que ha metido la pata hasta el fondo.

Poco después, llega una presencia casi inexistente. Kazunari se sobresalta al reparar en su presencia.

— ¡Ku-kuroko!

Grita sintiendo que el corazón se le detiene, el peli celeste sin embargo solo se enfoca en el pelirrojo, su mirada parece molesta.

—Kagami-kun, espero que te sientas feliz por casi matarme.

Lo siguiente es un golpe con la palma de la mano a la cabeza.

— ¡E y, tu! – se queja el otro, pero no hace nada cuando siente que el peli celeste le abraza tiempo después.

Kazunari sonríe, entendiendo que es un intruso, se aleja, deshaciendo esa sonrisa poco a poco. Él no tiene a nadie a quien abrazar.

Al final de su turno pasa al jardín de niños para recoger a su pequeño. Como siempre, es el último, pero ni al profesor ni al pequeño parece molestarle.

Cada vez que Kazunari ve a su hijo, no puede pensar en el padre de este. Se parecen mucho, aunque su cabello sea negro, pero sus ojos, los ojos de su pequeño son los mismos que los de su progenitor. Cada vez que ríe, piensa en que aquel a quien tanto amo ríe de esa manera también, aunque su rostro sea inexpresivo. Su hijo, el pequeño Hayate, es como una perfecta combinación entre ambos. Su físico es muy parecido al de su padre cuando era niño, sin anteojos y con cabello azabache, le gustaba colorear todo lo que tuviera enfrente, pero corría de un lado a otro, saltaba, gritaba. Como Kazunari en la infancia.

Las similitudes le parecen dolorosas, pero también, lo más maravilloso que le pudo pasar.

Si su padre estuviera con ellos, si Shintaro estuviera con ellos, quizás sería perfecto. Quizás su hijo no le preguntaría sobre su padre todos los días, sobre cómo había nacido, sobre muchas cosas que no sabía cómo responder.

—Tú eres mi hijo, eso debe bastar

Le contestaba con una sonrisa. Funcionaba por el un rato, para Hayate su madre era el centro de su mundo, de su vida, de su universo, si decía que solo era su hijo, era porque solo era su hijo, aunque se preguntaba porque todos sus amigos tenían papá y mamá, o dos papás o dos mamás. Y se preguntaba porque él solo tenía a su mamá.

Pasado el tiempo y conforme lo que decían sus maestros, lo fue entendiendo. No es que tuviera solo a su mamá, si no que su mamá era ambos. Papá y mamá, porque lo cuidaba siempre, le hacía de comer, lavaba su ropa, limpiaba la casa, pero además, trabajaba y le compraba muchas cosas. Era dos en uno y eso le gustaba mucho más que tener un papá u otra mamá.

Justo cuando Hayate cumplió los cinco años, Kazunari quiso llevarlo a algún lugar que él deseara. Su petición le agrado bastante. Quería ir a un zoológico. Pidió el día en el hospital y se tomaron toda la mañana para prepararse e ir al zoológico Uedo en Tokio.

Shintaro había decidido regresar para visitar a su mejor amigo, pues se había enterado del nacimiento de su primera hija. Gretel lo acompañaba, mientras caminaban lo tomaba del brazo. Shintaro sabía que a su paso, los hombres no dejaban de mirar la minifalda de su acompañante y ella sabía que las mujeres no dejaban de ver a su novio, como ella lo llamaba aunque a ambos les constaba que eso era más que nada, una aventura.

Todo quien vaya a Tokio tiene que cruzar casi por obligación, el crucero de Shibuya. Hayate estaba tan encantado con los edificios y las luces de los lugares que creyó estar en algo sumamente irreal. Sin embargo, ver tanta gente en el crucero le atemoriza. Se aferra a la cintura de su madre, Kazunari le sonríe antes de cruzar.

—No tengas miedo, no te soltare.

Le asegura, el pequeño se siente mejor. Le toma de la mano aferrándose con la otra a sus pantalones y cruzan. En el cruce, a Hayate le parece ver a un hombre que se le parece con cabello verde, este le mira y parece sorprendido. De repente siente que su madre ha comenzado a caminar más rápido. Le sigue el paso mirando hacia atrás donde el hombre se ha detenido, una mujer a su lado le dice que sigan pero él le clava la mirada. Su madre sigue caminando rápido y no sabe porque.

—Mami… ¿se nos ha hecho tarde?

Cuestiona, Kazunari se detiene y niega mordiéndose el labio pues no quiere que lo vea llorar.

—Nada de eso, cariño.

— ¿Entonces qué tienes?

Kazunari nota los pucheros en los labios de su hijo, se agacha para abrazarlo y niega.

—También tuve miedo, pero ya se me quito.

—Ahora yo te agarrare fuerte y no te voy a soltar, ¿sí?

Kazunari ríe asintiendo, evita a toda costa llorar aunque lo desea. Es el cumpleaños de su hijo y no planea arruinarlo con su llanto. Siguen su camino hacia el zoológico, siguen su día con normalidad, sin intensión de que la sombra del padre del su hijo cambie las cosas. Porque cuando terminaron, había renunciado a todo, inclusive a Hayate.

Shintaro quien había visto claramente de quien se trataba en el cruce se quedó estático. No supo cómo llego al otro lado del cruce, reparo después en que había sido la americana que llevaba consigo. Gretel claro que nota su impacto, no sabe que vio pero no le gusta su reacción.

— ¿Se te amargo el día? – le cuestiona.

Shintaro le mira aun confundido y niega.

—Me confundí.

Dice negando cualquier pensamiento que le haga creer las palabras de Akashi el año anterior. No quiere aceptarlo.

Gretel sabe que hay algo más en la expresión de su amante, pero no lo sabe descifrar. Al día siguiente, él no está en la cama.

Shintaro va al hospital donde trabaja Kazunari antes de que el turno matutino comience, algunos lo conocen, lo saludan con efusividad y pregunta cosas sobre el azabache.

—Tiene un hijo, ayer cumplió cinco años, pidió el día para estar con él.

— ¿Dónde vive?

—A cinco cuadras de aquí. El trabajo y la escuela le quedan de paso.

—Cómo… ¿Cómo se llama su hijo?

—Hayate.

El colega que le contesta no dice que es hijo del peliverde. Siente que no es algo que le corresponda. Shintaro se guarda las ganas de preguntar sobre eso. Se va antes de que Kazunari llegue, pero espera en los alrededores. Busca el jardín donde sabe Hayate va a la escuela, y lo ve. Es inconfundible porque se parece a él. Las palabras de Akashi le llegan a la cabeza. Siente que los ojos se le cristalizan. Aguarda hasta la hora del descanso, Shintaro observa al pequeño mientras finge estar hablando por teléfono en la esquina. Es justo como Kazunari. De repente, una verdadera llamada ingresa y se va del lugar a regañadientes. Es del trabajo. Se va justo cinco minutos antes de que Kazunari regrese por su hijo temprano.

Shintaro regresa a Estados Unidos.

Regresa el próximo año justo para el cumpleaños de Hayate. Esta vez, solo.

Se sorprende al ver que Kazunari trabaja ese día, no salen a ningún lado en su turno, pero por la tarde, le organiza una pequeña fiesta en su departamento con sus amigos del jardín. El pequeño luce feliz.  Shintaro acepto la idea de que él fuera su hijo desde el día en que lo había visto en el jardín, quiere acercarse.

Espera a que la celebración termine, consigue su teléfono por la noche con las enfermeras de la sala de espera de donde trabaja Kazunari y al otro día llama temprano, esperando que le contesten.

— ¿Diga?

La voz que le contesta le deja un segundo sin aliento. Es la de Hayate.

—Buenos… buenos días. ¿Hablo a la casa de Takao Kazunari?

—Sí, es mi mamá. ¿Quién lo busca?

—Conozco a tu mamá desde hace mucho.

— ¿Es su amigo?

—Sí. ¿Puede contestar el teléfono?

—Se está arreglando para salir. No creo que pueda. Pero, ¿de dónde conoce a mi mamá?

Shintaro piensa una respuesta.

—Tu mamá me salvo cuando me sentía muy mal.

— ¿Es su paciente?

Con esa pregunta, Shintaro siente que puede acercarse más.

—Sí. Tu mamá curo mi corazón.

La voz del peliverde se corta un poco mientras sonríe. Se talla los ojos.

—Entiendo. Ella está ocupada, no sé si pueda atenderlo.

—Por favor, quisiera hablar con ella.

Una corta pausa.

—Dice que no puede. Está a punto de salir.

—Bien, dime. ¿Fuiste al zoológico esta vez en tu cumpleaños?

—No, mi mamá me hizo una fiesta. Pero dígame, ¿cómo sabe eso?

—Conozco desde hace mucho a tu mamá…. Me enteré por ella. Dime, ¿va a trabajar tu mamá?

—No. Mi maestro la invito a salir. Creo que son novios.

Las simples palabras provocan un estrago en la garganta, mente y corazón de Shintaro. No sabe porque, las lágrimas comienzan a salir solas. Toma aire.

—Conozco desde hace mucho a tu mamá… curó mi corazón.

—Me lo ha dicho ya señor, pero ella no puede atenderlo. Ya se fue.

Shintaro se talla los ojos, aguarda justo en la entrada del edificio donde viven, del lado contrario de la calle. En efecto, ve salir a Kazunari arreglado, pero no para ir a trabajar. La ropa que usa se le hace parecida a la de su primera cita, con él. En efecto, es el maestro de Hayate, un tipo alto de cabello corto y dorso ancho. Shintaro repara en que eso le lastima. No pensó que fuera así.

—En ese caso… adiós…

—Adiós señor – se escucha el fin de llamada. Shintaro suspira aun con el teléfono a la oreja.

—Adiós, hijito…

Notas finales:

Espero que haya sido de su agrado!


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