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El Huerto en la Madrugada por Dedalus

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Notas del fanfic:

**One Shot**

Notas del capitulo:

Pequeño relato que surgio luego de encontrarme uns fotos antiguas en el almacen de mi casa, espero les guste.

-El fic esta hubicado a principios de los 60s, por eso las referencias.

Renato estaba preocupado, le había prometido a su padre que llegaría temprano y ya iban a ser las once, vaya pleito que le armaría una vez lo viera entrar por el portón verde de la casa. Pero no había podido evitarlo, su jefe no tenía compasión con nadie, incluso aunque fuera su cumpleaños, de hecho, no tenía comparación ni en navidad o en el día de las madres, para él el horario era el horario y había que cumplirlo, más aún cuando lo producción se atrasaba y los paquetes no salían a tiempo. Y ahí iba él, cruzando apresurado la avenida Piérola para coger el colectivo que lo llevaría a casa.

Los buses, ya más vacíos pasaban como patinando sobre las pistas negras y los edificios brillaban con todas sus ventanas iluminadas, las molduras del museo se deformaban con las sombras proyectadas y el calor dejado ahí por el día se terminaba de difuminarse hacia el cielo elevado por la brisa que venía desde el puerto. Era casi imposible apurarse con un ambiente tan apacible, por un momento Renato dudo si cruzar el parque Neptuno. No, pensó, debía llegar ya a casa, era una total falta de consideración, después de todo aquella fiesta era cincuenta por ciento suya también, como decía su padre, y el otro cincuenta por ciento era de su madre, por lo que no podía hacerles ese desaire, ni a su madre, ni a toda la familia que de seguro ya se debía encontrar ahí, enfundados en sus camisas más blancas y sus vestidos de tela más fina para saludar a la Mercedes y a Renatito, quien ya era un hombrecito, ¡diecisiete años! Vaya, Meche, como crecen, eh. Y así toda la noche, ya lo imaginaba. Sus tías hablando hasta por los codos, sus tíos tomando en una esquina, hasta que el ambiente se animaba y las guitarras comenzaban a tocar, su prima Ofelia cantaba, todos bailaban, una vuelta, unos pasos atrás, seguía el cajón sonando con las guitarras, luego un bolero, para que bailaran las parejas, la comida, en fin, lo de todos los años.

De esta manera, aún dudando y tentado por el aroma de las hojas de los árboles atrayéndolo subió a un colectivo casi vacío, el cobrador le dio pase, su piel brillaba por el sudor y sus dientes amarillos se dejaron ver entre sus labios en una suerte de mueca.

El bus enrumbó hacia el sur por la larga avenida de altos árboles frondosos cuyas ramas ocasionalmente arañaban las ventanas. Renato por momentos caía dormido en el vaivén del colectivo y su cabeza ligeramente inclinaba rosaba el vidrio mientras sus manos de largos dedos huesudos se deslizaban sobre su maletín el cual tenía en el regazo.

Finalmente llegó a la rotonda en la que bajó, sonámbulo aún, del bus, el cobrador cerró la puerta del ahora casi fantasmal colectivo que arrancó dejando una estela de humo espeso, cruzó la avenida y siguió su camino a la casa, era un cuarto para las doce y ya debían haber servido la comida, no había de otra, tendría que comer en la cocina, no le gusta ser el único que come mientras todos ya han terminado, su estómago rugió y el hambre al fin, se dejó sentir como si no hubiera estado ahí todo el día desde la breve merienda que tuvo en la tarde.

Todo los años era igual, su cumpleaños y el de su madre se celebraban la misma fecha, el de ella era el quince de febrero y el de él el dieciséis, por lo que ambos eran celebrados la noche del quince al dieciséis. Con los años se había vuelto una tradición, su padre no trabajaba aquél día, se levantaba temprano y mataba cuatro patos del corral, los desplumaba y cuando su madre se levantaba ya los tenía colgados en la cocina, sacaba legumbres y hierbas aromáticas del huerto, las lavaba y por último iba al muelle con su madre a comprar pescado y visitar a sus familiares para hablar sobre los últimos detalles de la noche, luego, una vez que volvían a  casa después de haber almorzado con sus tíos, movían los muebles de la sala y los metían a una habitación desocupada en la parte posterior de la casa, así la estancia quedaba amplia y era llenada de sillas puestas contra la pared para que los invitados se sentasen una vez se cansen de bailar o al momento de repartir la comida, la cual, además de los patos que se servían con arroz, se preparaban dos fuentes de escabeche de pescado, diversas salsas para comer con el arroz y papas, yuca y camotes cocidos, todo era repartido entre los invitados que venía de todos los conos de Ciudad de los Reyes, pero sobre todo Chorrillos, donde se asentada la mayor parte de su sus primos y tíos, quienes, a pesar de haberlos visto temprano en el muelle, volvían a saludarlos en la noche como si no lo hubieran hecho antes.

Ya eran las doce, oficialmente había cumplido diecisiete, Renato dio un hondo suspiro que pareció ser engullido por la noche, los árboles de sombra dejaban caer sus diminutas hojas y ocasionalmente se escuchaba a un perro ladrar.

A medida que se acercaba a su casa, sin embargo, el rumor de la música se hacía más tangible, primero como un rumor fantasmagórico volando por los techos de el pequeño distrito periférico con aires de villa en el que vivía y luego al ras de la vereda y envolviéndolo, atrayéndolo, sintiendo la luz de la luna, brillante, como solo en una noche así podía estar y el sonido de las guitarras rasgueteando, de los cantos entonados con una dulzura, esa voz, una voz masculina, amable, que cantaba aquel bolero que le gustaba tanto. Entonces llegó a las rejas de la entrada, las apartó y en el jardín delantero se encontraban dos primas suyas fumando en una esquina, él las saludó con una sonrisa, ellas lo abrazaron y besaron deseándole un feliz cumpleaños, el algo avergonzado les agradeció y entro por el corredor que lo conduciría hasta la sala principal, este era obscuro, angosto, y de techo alto, por lo que con lo años se había vuelto cómplice perfecto para esconder los besos y toqueteos de su hermana con el que ahora era su esposo, solo se podía ver la luz proveniente de la sala al final y la música de las guitarras, cada vez más fuerte, el aire más denso.

Entonces cruzó el corredor y desde afuera la prima Rosa anunció su llegado con la  voz que le había valido el apodo de la ronca, adentro en la sala se escuchó brevemente la sillas moviéndose y la música de las guitarras seguía, ¡ya viene! ¡Ahí viene!, escuchó y ahora la guitarra rasguetenadose estaba sola mientras el cajón pareció haber perdido su ejecutor y la misma cálida voz que había venido siguiendo desde hacía una cuadra prosiguió con el bolero, todo se encendió con una luz lechoza que hacía resaltar el aguamarina de las paredes, todos reían, el ambiente entero parecía rodeado por alguna especie de aura que le daba la sensación de estar adentrándose en un recuerdo, alguna memoria. Al frente, ahí estaba él, la voz que había escuchado vagando por las calles sin pavimentar del barrio, la voz que se había mezclado con el aroma a almizcle que soltaban las flores de la vecina y que lo habían elevado casi en un trance de modo que por un instante hasta no entendió por qué lo saludaban tan afectivamente, sus tías lo abrazaban, su papá le dio un par de palmadas, y el cantante seguía, ahí, junto a su prima Ofelia que lo miraba embobada, el cajón yacía abandonado a un costado.

Sus dedos danzaban entre las cuerdas y su expresión alegre, pero apacible le hicieron cohibirse cuando estremeciendo con sus dedos el instrumento de cuerdas que reposaba en sus muslos gruesos desde donde sus pantalones crema caían hasta desembocar en sus brillantes zapatos rojizos, sonreía, mostrando sus dientes grandes y sus caninos agudos, su madre se acercó y lo abrazo fuerte, tomándose su tiempo, Renato también la abrazo, y el cantante lo miraba a los ojos mientras seguía con la canción, acompañando su gruesa voz con la guitarra. Su prima comenzó a cantar también, haciéndole los coros y la segunda voz, él por momentos giraba a ver a alguna de sus primas o tías haciendo el mismo contacto visual, pero inmediatamente volvía a mirarlo con la misma intensidad, como declarando cada palabra de la letra de la canción hacia él, y solo hacía él con un descaro que se le hacía impensable, pero ahí estaba, entornando el delgado bigote sobre su labio superior, como el de los actores mexicanos que veía en el cine todos los fines de mes, se pasó la mano por el cabello, acomodándolo hacia atrás y  Renato, quien no lograba quitarse la extraña sensación que el ambiente le había provocado mantuvo el contacto visual por unos instantes, era hasta doloroso, desesperante, pero el bolero llegó al final y su vista se acostumbró a la iluminación.

Entonces su primo Andrés volvió a tocar el cajón y al fin pudo ir a abrazarte a su madre, los saludos continuaron y algo incómodo acepto un plato de comida mientras se sentaba en la mesa arrimada a un extremo de la sala, en el centro varias parejas bailaban y la risa escandalosa de sus tías por momentos inundaban el solar entero.

Ofelia se sentó junto a él y puso una botella de cerveza junto suyo, él rio, con aquella sonrisa inocentona casi media atontada que no le había cambiado desde que ambos eran niños aún y jugaban en el huerto de su padre. Diecisiete años, Renato, vaya, lo que daría por tener diecisiete de nuevo, una vez que uno llega a los veinte, los años se van como jugando y cuando te das cuenta ya tienes veintitrés, salud, salud, sírvete.

Renato cogió el vaso que ella le ofreció, sonriente, coronada por sus bucles dorados de salón y acomodándose los risos para dejar ver los aretes incrustados con piedras de fantasía.

Él comenzó a cantar nuevamente,  ambos voltearon. Guapo, ¿eh?, se llama Ignacio, vive cerca a la casa mis tíos en el muelle. Renato comía tranquilo  masticando lentamente una vez ella terminó pregunto sin el menor vestigio de aparente curiosidad; ¿Es tu novio? A lo que ella se apresuró a reír negando con la cabeza, no, no, no. No te niego que me encantaría, oh, de hecho que me encantaría, repitió volteando a verlo, recorriendo con su mirada sus brazos fuertes, su torso algo grueso con la guayabera crema y los pantalones marrones resaltando sus piernas tensas con la guitarra apoyada en sus muslos. Ignacio alzó la vista y les dirigió a ambos una sonrisa que dejó ver una notable fila de dientes blancos y un par de hoyuelos que se fundían en su incipiente barba algo descuidada.

Renato sintió que el pecho se le hundía y Ofelia correspondió a la sonrisa con soltura que solo ella podía tener frente a ese tipo de situaciones, siempre había sido así, tan confiada de si misma, tan osada, tan divertida. Bebió de un solo trago  el vaso de cerveza y fue a hablar con Ignacio meneando las caderas mientras caminaba hacia el otro extremo de la sala, su vestido color perla tenía por ratos un brillo azulado proveniente de las paredes aguamarina y ahí, sentada junto a aquel hombre ella Lucía radiante, Renato por otro lado, languidecía opacado en sus propios pensamientos, veía su camisa color arena y sus pantalones grises que le caían sin gracia, anchos hasta la pernera donde apenas rozaban los zapatos negros de colegio que aún usaba en ocasiones especiales. No había comparación, pensaba.

Comenzaron entonces con los cantos cubanos que tanto le encantan y su tía Dalia sonriente lo jaló del brazo para ir a bailar, él se dejó llevar riendo, acomodándose el flequillo, tieso por los residuos de la fábrica, que le caía sobre la frente, un corte bastante peculiar por aquél barrio donde los muchachos se peinaban a la vieja usanza aún, con el copete engominado y todo peinado hacia atrás, pero valla que Ofelia había insistido mientras lo llevaba a la peluquería de su amigo, Coco, un tipo alto con una pañoleta amarrada en la calva, los párpados morados y mucho rubor en la mejillas. Ya verás cómo vas a quedar, le dijo, como uno de esos cantantes gringos de rocanrol, pero él se encontraba nerviosismo de lo que le fuera decir su padre cuando lo viera en la noche al volver del trabajo.

Coco empezó a cerrar las tijeras y estas sonaban como si sesgaran trigo, su cabello caía frente a sus ojos y cuando menos se dio cuenta ya tenía aquel flequillo acomodado de costado y las pastillas algo largas. ¡Qué lindo quedaste! , gritó Ofelia, hasta te pareces al Paul McCartney. Renato solo se acomodó el flequillo y suspiró pensando en la zurra que le darían en la noche, sin embargo, una vez se despidió de Ofelia en la rotonda y llegó a su casa al caer la noche su padre lo encontró tomando el lonche junto con su madre que con el corazón en la boca servía el té. Él lo miró, serio, sin ninguna expresión en el rostro mientras Renato temblaba como una hoja. Finalmente meneo la cabeza se sentó y cogiendo un pan le dijo: "parece un casco".

Así, de forma imperceptible la noche avanzó entre las guitarras y los vasos de licor pasando de mano en mano, una risa estruendosa en el portal, los primos con sus novias en el huerto, su hermana sonriente enseñándole a bailar salsa y cuando se dio cuenta su madre cantaba feliz con Ignacio quien de forma galante se había sacado el sombrero y hacía la segunda voz al conocido huayno típico de su terruño que ella entonaba con la tristeza que solo una mujer que dejó su pueblo a los quince años  podía tener.

Todos aplaudieron haciéndole retumbar los oídos, se acercó, abrazó a su madre y uno de sus tíos, gritaba "¡vivan los dueños del santo! ¡Jijí!" y los demás seguían "¡ra!" repitiendo la arenga tres veces una por cada paso que Renato dio hacia la mesa ansioso de servirse un vaso de refresco y poder aliviar su garganta que de pronto sentía seca y rasposa. Pero Ofelia lo atajó del brazo, Renato, le dijo, ven te quiero presentar a alguien, él se dejó llevar aún algo emocionado por el canto de su madre hasta que lo tuvo frente a él, conversando con su primo, Ignacio reparó en él de forma casi inmediata dirigiéndole una sonrisa y estirando la mano.

Renato correspondió al saludo cohibido, pero haciendo el mayor esfuerzo por actuar normal, por sonreír (en la medida de lo posible) y hablar con naturalidad, impostando la voz para que se le pueda escuchar por sobre los gritos de sus familiares que intentaban hacer funcionar el viejo tocadiscos de la señora Blanca, la vecina del costado.

Él le deseo feliz cumpleaños y le pregunto por qué edad cumplía y si estudiaba, a lo qué Renato le contó que trabajaba en la fábrica de detergente y que por el momento no estudiaba nada, Ignacio lo escuchaba atento, su primo Andrés bailaba con Ofelia, la hacía girar y ella se desenvolvía en el centro de la sala moviendo los hombros y las caderas. "¿Y tienes novia?" le preguntó de pronto, Renato se sonrojo avergonzado, no sólo por el hecho de que no tenía, sino por el tono casi paternal en que lo dijo, como haciendo de pronto la diferencia de años tan evidente y relegándolo al rol de adolescente que habla con un hombre, un hombre hecho y derecho que—pensaba Renato— sale de parranda todos los fines de semana, juega fútbol por las tardes y en la noche les daba serenatas a las muchachas, sí, era casi seguro que era así, el típico músico de barrio, pensó Renato negando con la cabeza mientras se acomodaba el flequillo algo nervioso y evitaba el contacto visual observando a sus primos bailar.

De pronto Ofelia tomó del brazo a Ignacio y este la sujetó  de la cintura entrando ambos a bailar al centro de la sala, su primo, lo miro haciéndole una seña con las manos preguntándole si no habían más botella de cerveza a lo que Renato salió raudo a la cocina a buscarlas con él atrás preguntándole quien era aquel sujeto y porque Ofelia lo había traído, si es que era su novio, esta con él, vamos Renatito, dime, le decía mientras Renato destapaba las tres botellas de cerveza. No sé, le dijo y le dio dos de las botellas para que las llevase a la sala.

El humor del ambiente cerrado comenzaba a asentarse, ya era de madrugada y la noche se disipaba por las ventanas y las puertas, había bailado con casi todas sus tías, primas y un par de vecinas que hacia horas ya se habían retirado de forma tan sigilosa que le pareció que nunca estuvieron ahí, lo cierto era que luego de que cantaran el feliz cumpleaños, seguido por las mañanitas ya había perdido la noción del tiempo, por suerte no había bebido tanto, a pesar de que se sentía algo acalorado y un poco aturdido podía mantenerse en pie con el mismo equilibrio con el que trepaba al tranvía camino al trabajo por las mañanas.

La sala se iba vaciando, hasta que solo quedo una ronda de sillas donde sus familiares más cercanos y algunos amigos de la familia tomaban, Ignacio aún estaba ahí junto a Ofelia quien yacía colgada a él, muy cariñosa, hablándole al oído, tocándole la pierna discretamente. Su padre se había quedado dormido y su madre lo llevó a su cuarto, dos de sus tíos se retiraron con sus respectivas esposas despidiéndose de todos con sus lenguas enredadas. Ofelia también se quedó dormida e Ignacio la acomodó en un sillón arrimado en una esquina, único rezagado de la redecoración que habían hecho sus padres en la mañana.

La fiesta de cumpleaños se sofocaba y agonizaba sobre las marcadas cabezas de los pocos sobrevivientes de la noche, los ceniceros, repletos de colillas, algunas de ellas aún encendidas, adornaban los estantes y las cervezas apiladas en las esquinas y sobre la mesa parecían parte del ornamento cotidiano, como si siempre hubieran estado allí. Renato se levantó a acomodar las botellas en las cajas, su tío pedro fue al baño y su tía Ágata y su tío Miguel comenzaron a pelear de un momento a otro, la discusión se enervo, Ofelia de guía durmiendo, su tía cogió el cigarrillo de la boca de su tío y lo lanzó al suelo ante de salir furibunda por la puerta hacia el portal de la calle, él fue atrás.

Su primo Andrés ya bastante ebrio y esforzándose por hablar se encogió de hombros sin decir palabra alguna, Ignacio apoyado en uno de los brazos del mueble donde dormía Ofelia no dijo nada.

Es así que avanzó unos paso para comprobar que todo se encontrase bien pero automáticamente un mareo le hizo sujetarse de la pared y por un instante cruzó su cabeza que quería vomitar, no tanto porque de hecho sintiera que iba expulsar el alcohol que había bebido, sino por el mismo miedo a que eso sucediera en frente de Ignacio que ahora lo miraba preocupado al verlo ponerse rojo mientras se sostenía de dintel de la puerta de la cocina y se cubría la boca con la otra mano. Es así que sin ver a nadie, salió hacia al baño que se encontraba afuera de la casa, metido en el huerto junto a un árbol y frondosos arbustos que  lo hacían lucir como una choza en medio del bosque,  salió de la sala hacía el pasillo, y apenas piso la tierra húmeda del huerto el aire fresco de la madrugada le llenó los pulmones violentamente, mezclándose ahí el aroma de las hierbas de su madre y los árboles meciéndose, respirando después de un día bajo el abrasador sol de Febrero.

Las nauseas se fueron, pero el mareo aún persistía, así que se sujeto de un árbol que ascendía torcido entre la obscuridad, "Renato" escuchó entre las hojas, "Renato" volvió a escuchar, mientras ahora las pisadas se hacían evidentes y las hojas secas se partían, hasta la tierra retumbaba ante él. Renato trato de calmarse, aun avergonzado por su rauda salida y la plática que tuvieron más temprano, Ignacio lo vio y se le acercó preguntándole si estaba bien a lo que el inmediatamente respondió desganadamente un si que se mezclo con el murmullo de los insectos batiendo sus alas. ¿Estas seguro?, Insistió, esta vez lo sujeto del hombro, Renato solo asintió disfrutando hasta el último segundo el peso de su mano sobre su hombro, el contacto espontáneo que por tan solo un instante le había hecho olvidar que afuera aún se peleaban sus dos tíos y que su primo Andrés aún estaba adentro a punto de desmayarse de lo borracho que debía estar.

Alzó el rostro e Ignacio lo miraba, como esperando algo, pero el simplemente no tenía nada que decir, nada que acotar a aquella situación que se tornó tan incomoda que le hizo recordar por qué odiaba tanto la fecha de su cumpleaños. La brisa corrió y su eco se sintió en el huerto como el murmullo de las plantas viéndolos desde la oscuridad, espiándolos cómplices de la luna cubierta por un nubarrón enorme cruzando el cielo.

Él estaba ahí, tan cerca que sentía su respiración y veía su pecho inflándose y decayendo, veía su camisa dentro de sus pantalones y la hebilla del cinturón, ahí, con un broche sobre los pliegues que rodeaban su entrepierna, el corazón le latía y las manos le sudaban, y quería moverse, hacer algo, porque sabía que se había quedado observándolo más de lo que debía, lo miró al rostro a punto de invitarlo a volver a la casa, pero él no lo dejo hablar, ¿Es esto lo que miras? Le dijo al lo que Renato sintió como un escalofrío lo recorría, Ignacio se llevó la mano a su sexo sacudiéndolo dos veces sobre el pantalón, Renato no sabía que decir, simplemente lo quedo observando mientras esté lo empujó contra la pared trasera de su casa, un grueso muro de barro cubierto por la vid que su padre había plantado el año anterior y que ahora trepaba por el techo, sintió las irregularidades de los ladrillos artesanales contra su espalda y las manos de Ignacio abriéndose paso dentro de sus pantalones y envolviendo sus muslos, se sentía embriagado por aquel aroma que emanaba su pecho, casi cubriéndolo por entero como una sábana, de pronto no había noche, solo oscuridad y el entre ambos, su cuerpo cubriéndolo como una coraza mientras se sentía invadido y se dejaba tocar, acariciar, dejaba que él le recorra el cuello con la boca y que los grillos lloren entre las higueras.

El soltaba por momentos suspiros guturales que parecían susurrados en su oído, y de pronto sintió como su piel se sentía cada vez más sensible, cada rose le ardía y cada contacto de sus labios era invasivo, pero a la vez liberador. Su figura entonces ascendió y Renato cayó envuelto en una armonía en la que las hojas desprendidas parecían danzar alrededor de ellos mientras planeaban. Sentía la dureza de su miembro en los labios, su ímpetu mientras meneaba las caderas y sus manos desesperadas tomándolo de la cabeza, Ignacio se desabotonó el pantalón con prisa, la bragueta se bajó por la misma fuerza de su manos tirando sus pantalones hasta su rodillas y Renato por primera vez vio un miembro que no era el suyo, claro, había visto los de sus amigos de niño, pero aquello no contaba, él lo sacudió y comenzó a masturbarlo, así como  lo hacía a solas de vez en cuando volvía del trabajo, Ignacio lo sujeto de la cabeza y la guio más cerca de su sexo, Renato se dejó llevar, lamiendo, metiéndoselo a la boca no completamente seguro de lo que hacía pero dejándose llevar, se lo metía a la boca, lo sacaba y lo masturbaba, y así volvió a hacerlo hasta que Ignacio lo detuvo, un gato salto de techo hacia un árbol de lúcuma torcido, su patas lo hicieron temblar y un seseo salió de entre las ramas, Ignacio lo volteo contra el muro, él se sujetó de una de las ramas de la higuera mientras sentía como le desabrochaba el pantalón y le bajaban los calzoncillos blancos, nuevamente, ahora entre sus nalgas, sentías sus manos, su pene tieso empujándolo, hincándolo, luego frotándose entre sus muslos y sus manos tocándolos, subiendo por sus cintura, acercándolo mientras se seguía frotando contra el con su miembro entre sus nalgas hasta que un calor se sintió en su espalda baja y un suspiro se le escapo cayendo en cuenta que adentro  estaban aún sus familiares.

La noche se encontraba silenciosa ahora, y el aroma de las plantas de cara a la noche, de cara a la luna —visible nuevamente —le llenó los pulmones y sintió como el cuerpo le temblaba ante el tacto del pañuelo de Ignacio que lo limpio con una caricia, este se detuvo y le ofreció el pañuelo para que terminara él mismo de limpiarse el fluido de sus muslos, aún calientes debido al contacto con su pelvis y el rose de sus piernas. Ignacio se acomodó el pantalón, sonriente, Renato lo veía incluso más alto, se subió el cierre, se abotonó y lo tomo por la cintura, como si fuera una muchacha, Renato bajó la mirada, avergonzado de lo que acababan de hacer, él bajó sus manos a sus muslos y lo beso, su barba le raspó las mejillas y sus labios engullían los suyos, todo él era tan sólido, tan tangible, mientras que Renato sentía que era cada vez más diáfano, más transparente ante la luz blanca de la luna. ¡Ignacio! ¿Donde'stas? Gritó su prima Ofelia desde la puerta trasera de la casa, ¿Qué hacen ahí?, vámonos Ignacio, ya todos se fueron, le dijo visiblemente irritada su prima, vámonos que mi papá ya se debe haber levantado y me armará un escándalo por no haberme ido con ellos, chau Renato, nos vemos más tarde, vuelvo para almorzar, descansa, le dijo envolviéndose un chal de gaza en el cuello y llamando con la mano a Ignacio. Este le dio un apretón de manos y un par de palmadas en la espada, como si fueran grandes amigos, "feliz cumpleaños" le dijo con la misma voz gutural de hacia un rato. Los tacones de Ofelia resonaron mientras ambos salían de la casa, Renato se quedó en el huerto, respiró una vez más aquel aroma a chacra, a huerto, cerró los ojos y entró a la casa. 


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