A Motivo de Prólogo
Sus dedos escarbaron en la tierra, rasgándola y removiéndola, tenía que hallar algo, algo antes de que fuese demasiado tarde.
— Habrás de casarte con ella, su primogénito será la mayor bendición en su hogar, por ningún motivo ese hijo nonato puede fallecer… Naruto es tu obligación procurarlo antes que a tu mujer.
Siguió rasgando buscando algo que pudiera ayudarlo.
— No quiero que muera — farfulló para si — te entregaría mi alma si con eso evitas que muera. — Repitió en su amargura.
— Vuestro hijo no nacido no tiene por qué morir — y creyó enloquecer al oír a las estatuas en forma de ángeles que resguardaban aquel cementerio hablar.
Se irguió buscando con la mirada el origen de aquella voz, el silbar del viento recorriendo su piel y sus blondos cabellos lo hizo titiritar, el cielo gris parecía invitar a una tormenta.
— ¿Quién eres? — hizo la pregunta al aire, recorriendo analíticamente cada fosa vacía, cada lápida maltrecha y el mausoleo de su familia.
— ¿Que quien soy, preguntas? — una escalofriante risa hizo eco en sus oídos — soy una existencia eterna, soy mucho más de lo que alguna vez los humanos podrán comprender.
— Blasfemia — hizo presión entre sus dientes — ¡sal de tu escondite intruso! — sus azules ojos parecían refulgir de ira buscando al bufón que quisiese burlarse de su desesperación.
— Exacto — la horripilante risa parecía querer enloquecerlo — pero hallareis más compasión en la oscuridad que en la gracia divina.
Y fue entonces que vio lúgubres tinieblas empezar a cubrir su rededor, los sonidos fueron acallados a excepción de aquella perturbadora voz.
— Namikaze Naruto… el ultimo de vuestra estirpe, el heredero desafortunado de dos reinos que debía vincular, ¿de que sirve ganar la guerra contra vuestros enemigos si el heredero al trono morirá antes de nacer? — burlón el intruso se carcajeó como si viajase con el viento la piel le heló.
— Conseguiré otra princesa… mi reino no perecerá… — musitó ahogándose en su desesperación, caminando entonces entre las tumbas iluminadas por la poca luz que el día regalaba al ocaso, sus cansados ojos de tanto lamentarse buscaron inútilmente al origen de tanta detestable verdad.
— ¿Y el pueblo de vuestra devota esposa? Cuando se enteren que ella está muerta junto al heredero legítimo no te seguirán y sin ellos tu pueblo perderá la guerra. Todos morirán.
— ¡Silencio! — Gritó golpeando raudo el mármol de la pared del mausoleo — Hinata no puede morir… — tentó a tirarse de los cabellos, — no antes de que mi primogénito nazca…
— Te ofrezco salvación.
La piel del rey actual se erizó ante el viento fugaz que su cuello recorrió, como si una existencia etérea lo rondase cual depredador.
— Tu esposa fallecerá pero puedo salvar a tu heredero.
— ¡Muéstrate! — desesperado desenvainó su reluciente espada, destazando las ramas y cortezas secas buscando al ruin hablador. Sus zarcos irises se ampliaron con terror cuando toda sombra el lugar se reunió a sus pies, como un imán de perdición, negra oscuridad que la tumba de sus padres cubrió.
Todo sonido y el viento cesaron.
Dudoso le apuntó con su arma, — aléjate demonio… — ordenó pese a que temblaba.
— El tiempo se acaba su majestad, la vida de la reina se extingue y con ello la muerte de su sucesor, si no se decide pronto solo podrá ser testigo de la caída de lo que sus padres tanto honraron y protegieron.
Naruto titubeó, el acero tembló.
— Solo pido una insignificancia a cambio de mi protección para el nuevo príncipe.
— Habla.
— Vuestra alma, cuando usted muera me ha de pertenecer.
— ¿Y piensas que aceptare algo tan descabellado? — la oscuridad palpitante delante suyo se removió a la par del carcajeo tenebroso que resonó — si muero mi reino quedara sin protección y el de Hinata, no quedara nada hasta que mi hijo tenga edad de asumir el trono.
— Vuestra vida no se extinguirá hoy, no por mis corroídas manos.
— Entonces sálvala, salva a la reina y a mi hijo, te daré mi alma entonces.
— Oh mi joven rey… ella es débil y perecerá, aunque la salve hoy mañana morirá.
— ¡¿Qué es lo que quieres entonces?! — estaba desesperado el carruaje a un lado del camino, los caballos heridos, su esposa moribunda padeciendo en su interior, apenas se habían enterado de su estado de encargo hacia unos días, todo fue dicha y regocijo, podría honrar la memoria de sus padres, salvar el reino de Hinata, el suyo. Las tropas enemigas estaban retrocediendo todo gracias a la alianza que su enlace con la princesa convaleciente proporcionó.
— Cambiar de huésped, consiga a alguien, antes de que se ponga el sol… una doncella, una campesina que quede en el poblado arrasado, cualquier ser humano, no importa lo demás.
Sus labios temblaron dudoso, ¿por qué le exigía sacrificar a una muchacha inocente en el retorcido trato?, — ¿Por qué no puedes salvar a Hinata?
Otra risa escalofriante escuchó, — porque ella su majestad ya recorrió todo su sendero en este mundo y no hay nada que pueda hacer para deshacer el camino que ya hizo, por ello tampoco puedo tomar vuestra alma hasta que usted cumpla esa travesía. Pero los nonato aun no marcado el trayecto que atravesarán, es por eso que a su heredero puedo salvar.
— ¡Naruto!
El pedido de auxilio de su reina le hizo soltar su arma como torpe aprendiz, corrió ignorando al demonio que lo tentaba, fue al encuentro de esa mujer que sus padres eligieron, de la enfermiza muchacha que apenas respondía a su conversación, sumisa y delicada. Tanto que en algún momento la odió.
— Hinata… — casi sollozo al ver tan pálida como la nieve, tan débil como una mariposa sin alas, moriría pronto no lo dudaba. Pero su angustia provenía al ver el vientre plano de la princesa, donde el próximo rey crecía y que moriría sin opción.
— Mi señor… — ella lloraba, le tomo de las manos con su mermada fuerza escapándosele como la vida — no sufra, podrá buscar otra princesa que… le pueda dar herederos…
— No… — negó con los ojos empapándose en lágrimas.
— Otro heredero… que lo llene de satisfacción.
Los ministros no lo entenderían, el pueblo no aceptaría.
— Arrasaran el reino Hinata… — le confió en un sollozo — esos malditos destrozaran todo si las tropas de tu reino se retiran. Y luego tus tierras seguirán…
El llanto de ella se intensificó, las palabras de su esposo eran verdad, como la primogénita y única heredera después de la muerte de su hermana y el exilio de su primo los ministros robarían las arcas del pueblo y huirían antes de hacer algo por ambos reinos.
— Lo lamento tanto mi señor… le pido perdón — sus blancos ojos se entrecerraron, estaba agotada. Fueron atacados en la huida desde el palacio de ella, sus tropas de escolta aniquiladas, solo su amado esposo consiguió salvarla de perecer en ese momento.
— No Hinata —entonces tomó su decisión, la dejó reposar en el carruaje maltratado, un último beso en los labios le regaló.
Una vez fuera sus claros ojos se perdieron en el infinito cielo que iba oscureciéndose, con las gruesas nubes grises arremolinándose sin piedad.
— Yo te pido perdón.
Dijo de ultimo antes de regresar entre sus pasos, como si un réquiem aterrador se colara en sus oídos los sonidos se iban distorsionando, cuando llegó al mausoleo abandonado buscó esa negrura demoniaca, alcanzó su espada perdida recogiéndola del piso con parsimonia, su corazón lloraba.
Vendería su alma por la oportunidad de su hijo para nacer, por su pueblo, por su deber, debía asegurarse de no arrepentirse los días que le restasen de vida.
— Veo que se ha decidido su majestad.
Una voz rasposa esta vez se oyó, Naruto viró hallando un mendigo envuelto en retazos negros que cubrían su rostro avejentado, sus casi esqueléticas manos alcanzaron al rey rozando con sus largas uñas las manos jóvenes del agotado rubio.
— Un trato será entonces — murmuró sin apartarse de esa figura encorvada con exageración del goteo atezado que brotaba de la capucha que protegía la faz de esa criatura de pesadilla, — salvaras a mi hijo, lo protegerás de todo mal, yo a cambio el día de muerte mi alma te entregaré — impasible volvió a desenvainar el filo de su estoque con el cual se hizo un corte limpio en la palma de su mano derecha, milésimas después la roja sangre comenzó a brotar.
— Veo que no es ajeno a todo esto mi rey… — el menesteroso rió, una risa estrangulada y rasposa digna de un avejentado, extendiendo así también su palma arrugada y plomiza, usó una de las afiladas garras de su siniestra para dar paso a esa espesa sangre renegrida como si estuviese podrida, — protegeré a vuestro vástago hasta su nacimiento… — extendió su diestra esperando sellar el acuerdo.
El crascitar de innumerables cuervos le hicieron dudar, el helado viento tormentoso le estaba calando y justo antes de estrechar esa decrepita mano se detuvo.
— No… — habló con autoridad — hasta que mi hijo pueda heredar el trono, hasta ese día.
— Vuestra esposa se muere, ¿cree que puede negociar?
— No puedes cosechar mi alma si yo no te la regalo, esta es mi condición — no podía dimitir en aquello, no podía permitir que matasen a su hijo al nacer.
— Sea un trato entonces — y juntó su rugoso tacto con el del rey.
La presión fue tal que Naruto se sintió desfallecer por unos instantes, ahora los graznidos se oían más como risas de ultratumba y el frío del lugar pasó a quemarle como si lo hubiesen arrojado al desierto. Jadeó cuando el longevo fue evanesciéndose tras ello arrastrando las sombras que lo rodeaban a las lápidas que lo rodeaban.
— Dese prisa su majestad, le advertí que tiene hasta que el sol se ponga — de nuevo la voz se oía recia y proveniente de todo su alrededor — traiga al nuevo gestante… al que pueda hallar antes de que su tiempo se acabe.
Una risa ensordecedora le provocó caer de rodillas jadeando y sintiendo que le faltaba el aire, sus manos volvieron a hundirse en la tierra hasta que el vértigo cesó, cuando sintió que sus piernas podían sostenerlo de nuevo se irguió, observando su palma derecha pudo apreciar una cicatriz grotesca, demasiado notoria, el constante recordatorio de la deuda que algún día tendría que pagar.
Sus piernas empezaron a moverse con rapidez, no tenía tiempo que perder, el sol iba consumiéndose con celeridad y el poblado arrasado quedaba bastante lejos, Dios, pensó con pesar, debió traer a Sakura o a Ino con él, alguna de ellas podría haber accedido al infausto acuerdo.
Corrió a todo lo que cuerpo le permitió agotado llego al poblado que entre cenizas se divisaba destrozado, sin el menor rastro de algún sobreviviente, solo cadáveres decorando su panorama. No dejaría que más de su gente terminase de ese modo.
— ¡¿Aún queda alguien?! — gritó desesperado esperando encontrar a una muchacha sana que aún no sufriese por la plaga, plaga que seguramente retrasó la toma del pueblo por el enemigo. Se maldijo por tomar ese camino de regreso a su castillo, pero el ataque sufrido no le permitió otra alternativa, caminó entre las callejuelas donde algunos perros heridos le ladraron con frenetismo, siempre tuvo empatía con los animales pero en ese momento no deseaba agradarles.
— Debería volver por donde vino.
Sus oídos se iluminaron, entre las callejuelas abandonadas un muchacho de quizá catorce años cargaba a un anciano en la espalda en tanto trataba de salir del marchito pueblo.
— ¿Quedan sobrevivientes? — preguntó sin esperar que lo reconocieran como el rey.
— No… no lo sé, la plaga hizo huir al ejercito del enemigo — habló con cansancio, distinguiendo la armadura de ese soldado supo que era del reino — ya no oí los gritos de nadie más. — Fueron sus últimas palabras en tanto prosiguió con el anciano a cuestas, alejándose de su hogar destruido.
Naruto boqueó sintiendo su desesperación aumentar, el sol se consumía y llegar hasta la capital le demoraría demasiado y más sin un caballo.
— El tiempo se está acabando mi rey… si usted no cumple con su parte del trato su hijo no sobrevivirá.
El viento llevó a sus oídos esa sentencia y se puso a correr de nuevo, buscando entre las callejuelas, abriendo puertas carbonizadas y hurgando entre cadáveres amontonados.
— Cualquier ser humano está bien… cualquiera…
Como si se colase entre sus pensamientos con afán de enloquecerlo la odiosa voz repetía su rezo.
— Un humano sano… no importa si es hombre o mujer…
Entonces se detuvo, Naruto se horrorizó con las últimas palabras, ¿qué clase de sacrilegio planeaba cometer?, debía ser una doncella o una campesina. Negó infinidad de veces, ¿cómo otro hombre podría gestar a su heredero?, era abominable.
Y como si leyesen sus pensamientos una espantosa risa resonó, mofándose de su situación.
— Vamos alteza, el sol muere y vuestro hijo también, si usted no cumple vuestra alma me pertenecerá y su reino perecerá.
La amenaza le aterró empezando a arrepentirse del haber aceptado.
No.
Ese nonato debía nacer.
Retomando su carrera salió a las afueras oyendo el ruido de caballos, rogaba porque una mujer estuviese cerca.
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— ¿Su majestad se encuentra bien? — el leal soldado cuestionó al ver al príncipe detenerse y bajar del caballo.
— Si — asintió revisando su herida, la sangre que brotaba del lado izquierdo del abdomen donde su armadura tenía una fisura, suspiró acercándose al corcel que llevaba a su hermano, a quien rogó porque lo esperase en el castillo, resultando así ambos lastimados. El ejército enemigo estaba a punto de caer cuando refuerzos inesperados llegaron provocando una retirada humillante con muertos y heridos a cuestas.
Dividiéndose para no ser aprisionados se defendieron cuando una pequeña tropa los acorraló por el camino estrecho por el cual se escabullían, provocaron que su hermanito cayera del caballo golpeándose la cabeza, una pequeña contienda donde resultó herido para poder escapar con la persona más preciada de su familia, con un único soldado acompañante tuvieron que deshacer camino para perder al enemigo.
— Suba al caballo — le pidió el también magullado sirviente — yo los guiaré.
Un vistazo fugaz al su hermano pequeño inconsciente sobre el corcel dio antes de asentir, su largo cabello cenizo manchado de sangre se le pegaba al rostro y ni una vertiente donde poder limpiarse.
— ¡Alto! — el grito desesperado le hizo detenerse antes de montar, giró viendo salir del acabado poblado a un soldado enemigo, de cabellos rubios y ojos claros.
— Señor— de inmediato el último de sus refuerzos se puso delante sacando su espada — suba al caballo.
El trueno ensordecedor que se escuchó hizo que el blondo tomase su espada también dispuesto a atacar.
— Lleva a Sasuke devuelta al reino — le susurró, el agotado soldado estaba en peores condiciones que él, podía ver sus manos sujetando la empuñadura temblar. No podría pelear.
— ¡Pero su alteza!
— ¡Hazlo! — ordenó empujando hacia atrás a su leal servidor y usando su propia espada repelió el ataque del soldado enemigo.
Pudo ver con claridad esos ojos azules refulgir en cólera.
— Ambos ejércitos están debilitados, regresa con tu rey, por hoy la guerra ha terminado. — Quiso razonar con el soldado blondo, que viéndolo cada vez con más atención en cada ataque esquivado un parecido tremendo a las descripciones del rey enemigo.
Naruto gruñó cuando su ataque rebotó contra el acero del otro, podía ver ese bulto cubierto en mantas sobre uno de los caballos, seguramente era una pobre mujer que secuestraban esos bárbaros, justo a quien necesitaba para llevar a su hijo hasta que pudiera nacer.
Si debía matar a esos dos soldados lo haría con gusto.
— ¡Son unos monstruos! — Exclamó — ¡devuélvanla! — exigió sin saber quién era la persona inconsciente que transportaban.
— ¡Márchate, yo los alcanzaré luego! — gritó el pelinegro al ver que su soldado no se marchaba como si esperase poder ayudarlo en tan lamentable condición.
— ¡Como ordene! — dijo de ultimo montándose al caballo donde el otro príncipe aun no despertaba, forzó al equino a correr para apartarse cuanto antes de aquel maniático soldado, estaba seguro de que el heredero al trono de su reino saldría victorioso como siempre lo hacía, como lo había demostrado en incontables ocasiones.
Solo le quedaba confiar y proteger al otro príncipe.
— ¡Alto! — Naruto se desesperó cuando el sonido de los cascos fue alejándose, no, aquella era su última oportunidad, el sol ya se desvanecía y el recordatorio demencial de aquel demonio le aseguraba que perdería su alma sin recibir nada a cambio.
— Es una verdadera lástima mi rey, su esposa está a punto de fallecer.
— ¡Cállate! — respondió al eco que resonaba enloquecedor, la risa desgastante, miró con odio a ese hombre que peleaba con verdadera habilidad, repeliendo todos sus ataques sin dejarle avanzar.
— Es mejor que te marches ahora, regresa con los tuyos — siguió intentando razonar, estaba agotado no podría pelear demasiado tiempo con el frenético caballero de armadura real, sentía su herida abrirse cada vez más.
— Un humano sano… no importa si es hombre o mujer — le murmuraron y un asco total se apoderó de su cuerpo — vea el cielo… el tiempo se le acaba, su inmisericorde dios no le regalará más sol.
Se maldijo una y mil veces por haber creído que el demonio cumpliría sin torturarlo, sin mofarse de su moral, sin querer destruir toda su convicción, ¡oh! como fue tan estúpido para considerar que lo socorrerían sin ir contra todo en lo que creía. Y ahora lo perdería todo, todo a cambio de nada.
Sus azules ojos lloraron, sus padres deberían de odiarlo por haberse vendido a un demonio, su reina moriría en cualquier instante con el último heredero, su reino y el de ella colapsarían. El bastardo delante suyo sería el responsable, el reino al que pertenecía seria el causante.
Gritó lleno de dolor, lleno de desolación, tan desesperado y angustiado que su alarido lastimero provocó consternación en su oponente, permitiéndole derribarlo, el filo de su espada se clavó en la armadura rozando la piel que sangró cuantiosa, aturdiendo a su enemigo que quiso apartarlo, pero Naruto no lo permitió, mataría a ese desgraciado que le arrebató toda oportunidad, un golpe brutal estrelló en la mandíbula ajena logrando que el cráneo rebotara en la roca. El hilillo de sangre proveniente de las sienes acabó en el piso.
Un último ataque para rematarlo, le clavaria su espada sin vacilación.
Pero se detuvo.
El filo paró antes de incrustarse en el cuello del enemigo.
No.
No.
— Una decisión sabia su majestad…
No perdería su alma, su reino, no vería a su gente morir.
No por un enemigo.
No por aquel maldito que detuvo su única salvación.
Lo acarrearía a la perdición que le esperaba en los infiernos tras finalizar el acuerdo.
Ese era mejor castigo que una muerte rápida e indolora.
Los negros ojos de su adversario apenas reaccionaron antes de recibir más golpes con las manos enfundadas en metal, sus labios sangraron ante la renovada fuerza brutal de ese hombre, buscó su espada pero un último golpe en sus sienes lastimadas le hicieron desenfocar la vista, nubloso se tornaba su panorama. Había perdido demasiada sangre de su anterior lesión, solo rogó porque su hermano llegase sano y salvo a casa.
Sasuke.
Fue su pensamiento más lúcido, sin estar seguro de si volvieron a golpearle, algo adormecido cediendo a la inconciencia oyó como su cuerpo era arrastrado, como lo montaban a su caballo que no huyó, relinchó ante el desconocido jinete siendo dominado.
Un eco llegó a sus oídos, las gotas de lluvia que chocaban contra la tierra, espantosos truenos en un día nefasto que terminaba.
Y aunque Naruto suplicó por hallar a una mujer en su regresó a nadie divisó.
— Ella muere, dese prisa.
Como olvidarlo.
Más rápido, más desesperado, al carruaje derruido al fin llegó, los corceles heridos ya sin moverse, ya no oía los lamentos de su reina. Arrastró a su enemigo hasta el mausoleo arrojándolo a la grava.
— Cumple tu parte del trato — ordenó frío y despiadado.
En medio de la lluvia las sombras volvieron a reunirse, como enjambre de lamprea danzaron alrededor, con risillas aniñadas quisieron hacerle perder la razón.
— Tráigala su majestad, antes de que el ultimo hálito de vida se le escape a vuestra reina. Perfecto… — murmuró adoptando su forma decrepita, sus garras recorrieron la piel blanca del hombre tendido y casi inconsciente, que con la mirada perdida tal vez intentaba distinguirlo, — no duerma su majestad, sea testigo de la perdición de otro rey… — le susurró cuando el rubio se apartó.
Naruto regresó a su carruaje, tomando en brazos el helado cuerpo de esa mujer, casi sin sentir su respiración. A prisas regresaba al lúgubre cementerio, con todo el cabello mojado por la rauda lluvia, con la respiración agitada, retando a la poca resistencia que le quedaba.
Una vez allí, la depositó con cuidado al lado de aquel hombre inconsciente, de cabellos largos y cenizos, de piel clara y las curiosas ojeras bajo los ojos, sentía que ya lo conocía pero seguro se equivocaba.
— Salva a mi hijo — su última petición, si ardería en el averno se aseguraría de que su primogénito lo sucediese, que nada de esta repugnante noche lo alcanzase, que reinase y protegiese el pueblo que le enseñaron a amar, a la gente que juro proteger, a esos ideales que sus padres le trasmitieron antes de fallecer.
Retrocedió cuando la lluvia areció, cuando la risa maniática del demonio fue tan aguda que quiso cubrirse los oídos, cuando la negra lamprea envolvió a su reina y a ese desafortunado.
Le oyó retorcerse de dolor, una rojiza luz, como la sangre fresca brilló desde la tierra, elevándose cual neblina toxica, mareándolo, Naruto entrecerró la mirada apreciando entre esta y la negrura como esos dedos esqueléticos desgarraban a Hinata, como su torso era abierto viendo horrorizado como extraían ese diminuto bulto, ese imperceptible apéndice que parecía latir débilmente. No pudo apartar la vista, contempló con repulsión contenida como ahora la armadura del caballero era desgarrada cual papel, como el torso sangrante era abierto también.
La neblina roja fue tornándose más pesada, más insoportable, apenas pudo distinguir entre sombras siniestras, como su adorado nonato era depositado como si fuese posible todo aquello. Como el demonio remendaba sin hilo, como lo unía a órganos sin dificultad, tan desquiciado, tan inverosímil.
— Hijo mío tú debes nacer… — susurró viendo la cicatriz de su palma, ardiéndole como si fuego la quemase, se hubo vendido al demonio para conseguir lo imposible, un delirio sacrílego.
Una maldición.