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Segundo Primer Encuentro por Dovah

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Notas del fanfic:

¡Feliz San Valentín!

Bajo las copas de árboles, corre y corre. Pequeño y ligero ruido es causado por el crujir de las hojas. Corre aun cuando su cuerpo está cansado. Corre aun cuando sus pulmones se quedan sin aire.

Pero no se detiene. No puede, no ahora.

Su pelo negro se mueve ante el rápido movimiento que realiza; Esquivando árboles, saltando arbustos. Tropieza una vez pero se incorpora y retoma la marcha. A lo lejos, sigue escuchando el ruido de la gente: Gritos, maldiciones e ira. Gente con palas, picos y antorchas lo persiguen desde que llegó. Lo único que ha conocido en su existencia. Debe escapar de ellos si quiere vivir.

La calma lo inunda cuando deja de oír el desprecio de la humanidad, sabe que han desistido. Observa alrededor y se percata de lo mucho que se ha adentrado al bosque. Una zona que nunca había conocido.

Cuando distingue una luz se alegra. Siente alivio al poder salir de ahí, pero la decepción lo inunda cuando, en vez de llanos, un lago reposa con calma. Tranquilo y sencillo cuya existencia es escondida entre los árboles que lo rodean.

Sigue en el bosque y quiere salir, pero agradece la calma y no se queja. Al menos está a salvo.

Cansado se acerca a la orilla. Aspira profundamente, sintiendo como se llenan sus pulmones de la fresca frisa de otoño. Contempla por un segundo la luna. Tan grande y bella. Amada por todos.

Suspira y se dispone a beber. Pero antes de hacerlo, a la luz de la luna, sus ojos felinos visualizan delante de él, el esponjoso pelaje de un conejo. Su estómago protesta, lleva días sin comer.

Se agazapa y se acerca con sigilo. Poco a poco su distancia se acorta. Quedando a escasos centímetros se impulsa. La criatura voltea pero ya es tarde.

El felino puede casi saborearlo, la suave carne del peludo animal. En vez de eso, un frío recorre su cuerpo y su pelo comienza a humedecerse.

Había caído al lago.

Sale como puede. Su pelaje se pega a su cuerpo y sus patas apenas le responden. ¿Cómo llegó a esa situación?

—Sí que eres un desastre —escucha detrás de él. Voltea y no tarda en darse cuenta de lo sucedido. Él, no es un conejo cualquiera—. Un patético desastre.

—Mira quien lo dice —intenta quitarse el agua de su delgado cuerpo—. El tierno conejo que está parado sobre el agua —ahora que lo observaba mejor, el pequeño emitía un suave brillo.

—¡Oye! ¡Más respeto! —frunce su peludo rostro—. No soy tierno —el gato, que lamía su pata se detiene. Lo mira por un segundo y comienza a reír mientras se acuesta en el suelo —¡Y ahora por qué te ríes! —pregunta ofendido.

—De la ironía —da una vuelta—. Dices no ser tierno y tu rostro enojado es más tierno que nada —sigue riendo.

—Y tú eres patético —truena molestó la boca.

—Ah, pero parece que tu personalidad no concuerda con tu físico.

—Quién eres y qué haces aquí —decide ir de forma directa.

—Simplemente un gato callejero —realiza una reverencia—. A sus servicios.

—Dime qué haces aquí.

El gato niega con la cabeza.

—Ya te dije quién soy, ahora te toca a ti.

—Soy el conejo que habita en la luna. ¡Ahora responde a lo que te pregunté!

—Entonces tiene sentido —susurra para sí.

—Qué cosa.

—Porque estas sobre el agua —señala con su pata la silueta del conejo que descansa sobre la luna que es dibujada en el agua—. Te reflejas a través de ella ¿Verdad?

—Eres más listo de lo que pensé —habla con sarcasmo.

—Hay que ser astuto en las calles —su estómago comienza a rugir y se levanta. Es hora de regresar—. Bueno, fue un placer peludo conejo.

—¡Hey! A dónde crees que vas.

—A donde pueda conseguir comida —se apoya en una de sus patas y una punzada lo hace parar. Vuelve a apoyarse pero nuevamente siente el dolor. Se observa y descubre que su almohadilla está herida. Resignado, suspira.

—Hey —Habla el conejo pero no le presta atención —¡Hey!

—Ah —Suspirá por segunda ocasión y voltea a verlo.

—Si metes tu pata en este lago te curarás y si tomas de ella ya no tendrás hambre —el gato lo observa no muy convencido. Esa amabilidad no le da confianza—. Estoy intentando ayudarte ¡Gato tonto! —grita mientras da un salto hacía la luna que se refleja para finalmente desaparecer.

—Jajaja, linda forma de dar tu ayuda.

El gato vuelve a estar solo. Regresa al lago, se acerca y contempla su reflejo: Su pelo, opaco y enmarañado, está enredado. Sus costillas se notan a simple vista de su cuerpo extremadamente delgado. Y siente las pulgas que carcomen su piel.

Ríe ante las palabras certeras del conejo: luce patético.

Cansado de todo, da un largo suspiro ante su lamentable situación.

Otra noche en calma. Los animales duermes y la luz de luna cae sobre el bosque. De pronto, el lago emite un brillo y de la luz que se refleja, poco a poco aparece el pequeño conejo. Cuando está por completo en la superficie, ondea sus orejas.

—Vaya entrada tan más espectacular.

Al escuchar esa voz, el conejo voltea y arruga su pequeña nariz ante el felino que ahí se encuentra: recostado frente a un árbol y contemplando el lago. Observándolo con esos astutos ojos felinos.

—Qué haces aquí —habla con dureza.

—Sólo quería agradecerte —le muestra su pata cuya herida ha desaparecido—. Me fue de gran ayuda, gracias.

—Me alegro. Ahora vete.

—Espera, también quiero agradecerte por la ¿Comida? Sólo bebí un poco y el hambre desapareció.

—Es porque su agua es sagrada. Ahora sí vete.

—Que fría manera de responder para alguien que demuestra gratitud —el conejo lo observa indiferente—. Bien, bien —se levanta y camina—. Tenía pensado agradecerte para después irme —se sienta en la orilla, quedando cerca del conejo—, pero creo me quedaré aquí.

—Por qué.

—Siento que estás muy solo. Así que voy a hacerte compañía —sonríe.

El conejo se queda en silencio, baja la mirada y contempla el felino reflejo. Suelta una pequeña risa con ironía.

­­­­­­—¿No será que prefieres quedarte por qué ya no tendrás que buscar comida? Estás muy delgado y se nota que apenas tienes fuerzas.

—Eres muy listo —el conejo truena su pequeña boca—. Supongo que será mi compensación por acompañarte.

Para el conejo de la luna sus noches de soledad terminaron sin pensar, pues en los últimos días siempre se encontraba con el felino esperándolo. No importaba cuantas veces lo ignorara o apareciera para irse enseguida. Él siempre estaba ahí, esperando y recibiéndolo con un “Buenas noches, conejo de la luna”.

Al principio le era molesto. Nunca había tenido compañía y era incómodo. Pero lentamente y sin darse cuenta, aparecía en el lago y se quedaba sin decir nada. El felino soltaba uno que otro comentario y él respondía si era extremadamente necesario. ¿Lo demás? Puro silencio.

Un silencio y una presencia que, sin darse cuenta, comenzó a serle de su agrado.

Al paso de los días, el felino cambiaba. Su pelo negro se vuelve suave y brilloso, no yacen parásitos que coman su piel y su fisionomía aumenta al ya no pasar hambre. Sin duda, ese lago era milagroso en muchos sentidos.

—¿No te cansas de estar solo? —pregunta una noche donde el silencio había reinado por unas horas.

—¿Y tú? —respondió con otra pregunta.

—¿Yo? ¡Yo no estoy solo! —se ofendió.

—La primera noche —comenzó— antes de atacarte, noté que mirabas tu reflejo. Tus orejas estaban caídas y diste un largo suspiro. Parecías triste, solo. Y en el tiempo que llevo aquí me he dado cuenta los pocos animales que han aparecido durante el día, siendo nulos en la noche. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Desde el inicio del universo —levanta la mirada al cielo nocturno—. He estado aquí desde entonces.

—¿Has salido de este lugar? Digo, ver la imagen cada noche ha de ser aburrido.

—Salir es un peligro —niega con la cabeza—. La humanidad es terrible.

—No lo es tanto.

—Lo son. Ellos se traicionan, mienten  y matan. Corrompen a Madre Naturaleza y buscan la propia gloria.

—No todos son así.

—Lo son —frunce su ceño con seriedad.

—Me imagino que viste algo, ¿Verdad?

—Hace tiempo dos personas lograron entrar aquí, ellos discutían. Nunca había visto personas tan de cerca y tampoco —baja la mirada al recordar— nunca había visto tanta sangre.

—Dime algo, conejito.

—Mi nombre no es conejito —habla molesto.

—Claro, claro. Entonces —se levanta y estira sus largas patas—. ¿No te aburres de estar siempre aquí? —decide cambiar de tema. No quiere verlo triste ni preocupado.

—No, no puedo salir de aquí —se acerca a la orilla del reflejo y al momento de extender su pequeña para, desaparece—. No soy un ser viviente como tú y mi presencia sólo se debe al reflejo de la luna.

—Entiendo —a lo lejos vislumbra en el suelo un brillo, se acerca y sonríe ante el charco—. ¿Y si intensas moverte aquí? —señala con su cola—. Bien se refleja la luna.

—Nunca lo he intentado.

—Pues hazlo. ¡Oh! Vamos conejito, no sabrás si no lo intentas —lo anima.

El conejo duda, nunca antes había hecho algo así. ¿Y si no resulta? Cuan grande sería la decepción al saber que tan encadenado está a llevar una eternidad ahí.

—Mejor no.

—Oh, está bien —le resta importancia—. No es necesario que el lindo, tierno y esponjoso conejo de la luna sea capaz de todo —emite un ronroneo.

El pequeño frunce el ceño y chasque la lengua. Da un salta al agua y se pierde. El gato sonríe.

No más de diez segundos y el pequeño charco emite una tenue luz. El conejo aparece y sonríe triunfante.

—¿Ves? Sí pude —habla con orgullo.

—Ah, pero —se agazapa y lo observa—, eres muy pequeño.

—¡No porque quiera, gato patético! ¡El reflejo es pequeño!

—Pero pudiste hacerlo —sonríe.

El conejo detiene su enojo. Ver al gato sonreírle le provoca calidez y confianza. De forma inconsciente le regresa el gesto.

Poco a poco el felino camina por el bosque, buscando charcos y en espera de su místico amigo, quien aparece de diversos tamaños.

Finalmente llega a las afueras y pequeñas casas de madera indican el pueblo. Todo en calma, las velas de las casas apagadas indican el descanso de sus habitantes.

—Es aquí —suspira.

—Ya no hay —susurra el pequeño conejo—. Ya no hay agua.

—No serán necesarios —sube a la ventana más cercana y asiente satisfecho—. Los cristales también reflejan la luna.

—No sé.

—Vamos mi pequeño conejito —vuelve a sonreír—. Sé que podrás.

Esta vez no se burla ni lo provoca. Esta vez le muestra la confianza que le tiene, cuanta fe tiene en él por intentarlo.

Su amigo suspira lentamente y con discreción. En un segundo salta para desaparecer.

Los segundos se vuelven minutos: uno, dos, tres, cinco minutos y no hay rastro de él, mas el felino espera pacientemente. Sabe que lo lograra.

Una suave luz y sonríe satisfecho, voltea a la ventana y asiente complacido.

—Bienvenido de nuevo.

Un paseo corto y simple. El pequeño pregunta ante lo que es nuevo para él y el gato responde a sus dudas. 

Desde aquella noche, el felino espera pacientemente el anochecer, recibe al conejo y le muestra el mundo.

Hasta una noche, caminando por calle, el estruendoso grito de una mujer los alerta.

—¡Hay está de nuevo! —grita, alertando al pueblo.

—Oh, no.

—¡Qué está pasando! —se preocupa.

—No te asustes todo está… —silencia ante una roca que ha golpeado su rostro.

—¡No! —se asusta.

—Está bien, está bien. ¡Sólo vuelve! —grita antes de correr, siendo ahora perseguido por la gente del lugar.

Tres noches tuvo que pasar para que el conejo volviera a aparecer.

—Lo siento —se disculpó—. Debiste llevarte un buen susto.

—Qué fue eso que pasó —habla con molestia que oculta su preocupación—. ¿Por qué te perseguían?

—No lo sé.

—¡Claro que sabes! —se molestó—. ¡Qué les hiciste!

—Nacer —hablá con calma.

—¿Qué?

—Me persiguen porque soy yo y estoy vivo.

—¿Por qué?

—Mi pelo —se acerca y observa su reflejo—. Mi pelo es negro. Y para los humanos, el negro significa infortunio y muerte. Para ellos —suspira—, un gato negro es la maldad de sus vidas.

—Eso… eso es absurdo.

—Díselo a ellos.

—¿Lo ves? Te dije que ellos eran malos. Su capacidad es limitada y temen a lo que está fuera de su comprensión.

—No todos son malos. Hay quienes me han brindado protección y cuidado.

—¡Y porque no están contigo!

—Porque están muertos. Estamos en un mundo de supersticiones y eso no es algo que podamos cambiar.

—Es injusto —bajó la mirada—, tú no has hecho nada.

—No me quejo de mi vida. Además, así fue como pude conocerte.

Ambos se miran, contemplando sus ojos y cayendo en el bello hechizo de ambos. En eso, el conejo arruga su frente preocupado.

—La roca… te lastimó.

Su rostro muestra una pequeña cicatriz, cerca del párpado izquierdo.

—Está bien, el agua me ayudó y no duele. Aunque creo que eso quedará ahí.

—Pero la marca…

—No te preocupes.

—Yo… estaba asustado y preocupado por ti.

El conejo se acerca lo más que se puede y se detiene al ver que comienza a desaparecer. Se siente impotente y triste. Ver su silueta le recuerda la realidad que había olvidado.

Él no es como un animal, no es como su amigo. Ha estado ahí desde la creación, viendo miles de noches estrelladas, viendo vidas nacer y morir. Viendo como los días del felino se consumirán en un abrir y cerrar de ojos. Para volver a quedar solo.

El gato lo observa y se acerca al pequeño. Junta su frente con la de él y nostalgia lo invade ante la sensación que le provoca: vacío. Él no tiene un cuerpo físico, no desprende calor. Él es pura nada.

Quisiera tocarlo. Jugar con él y reír cuando se queje por morder sus orejas. Que lo llame “gato idiota” al tocar su esponjosa cola. Desea sentir su suave piel y lamer su mejilla. Tener el calor de su cuerpo al lado del suyo.

—Gracias por preocuparte —susurra—, mi tierno conejito.

—Que no soy tierno —se queja pero no está molesto—, mi patético gato idiota.

Aun con lo sucedo, el gato sigue dándole el mundo. Quiere mostrarle que no todo es maldad. Hablando de todo lo que puede, sus divertidas experiencias o sólo estar a su lado, en el techo de alguna casa y disfrutar de la compañía que se entregan.

—¿Por qué no tienes nombre? —pregunta el conejo que se refleja en la ventana del tejado de una casa.

—Porque no lo necesito —contesta el felino mientras se encuentra sentado a un lado.

—¿Por qué? Digo, todos tienen un nombre.

—Soy un gato callejero —sus ojos se posan en la luna—.Voy de un lugar a otro, estoy solo y la gente se aterra al verme. En realidad no tengo nombre porque no hay quien lo pronuncie. Además —voltea a verlo—. Tú tampoco tienes uno.

—Claro que lo tengo se apresura a decir.

—Conejo de la luna no cuenta.

—No… no iba a decir eso —habla avergonzado.

—Oh… entonces cuál es.

El esponjoso conejo desvía su mirada ofendido y el gato ríe. Observan la luna sin hablar hasta que finalmente uno se atreve a hacerlo.

—Kei —Habla el felino.

—¿Eh?

—Qué te parece si tu nombre es Kei. Emites un brillo como una luciérnaga, es corto y suena elegante. Un nombre digno para el conejo de la luna —mueve sus orejas—.Tenía pensado Tsukki pero sería muy obvio —el conejo se queda pensando—. ¿Te gusta?

Al poco tiempo el conejo mueve sus orejas y asiente a modo de aprobación.

—Pues ya que —confirma con intención de ocultar su emoción pero el suave ronroneo de su amigo le indica que ha fallado—. Yo también quiero ponerte un nombre —se apresura a decir.  

—Sería un honor recibir un nombre por parte de Kei —se inclina a modo reverencia.

Kei mueve su nariz, observa el suelo, mueve sus patas y finalmente asiente.

—Que tal Tetsuro. A pesar de lo que has pasado sigues sonriendo y eres fuerte como el hierro. Kuroo fue mi primera opción pero… —se fija en pelaje negro y recuerda esta no le ha traído más que dolor y malos recuerdos—. Sería un chiste de mal gusto.

—Tetsuro —susurra como si tratara de comprender la palabra.

—¿No te gusta?

—¿Estás bromeando? Me encanta ese nombre —asiente con energía—. Suena genial.

—¿De verdad?

—De verdad.

Las horas pasan y ellos siguieron caminando. Hablando hasta que el sol comienza a asomarse. Lentamente Kei se vuelve más y más transparente a cada rayo solar.  

—Debo rime —habla triste el conejo—. Pero en la noche volveremos a vernos ¿Verdad? —el felino asiente—. Entonces nos vemos en la noche, Tetsuro —Salta antes de desaparecer por completo.

—Kei —pronunció antes de que su silueta desapareciera por completo—, gracias.

Tetsuro suspira y salta del tejado. Comienza su rumbo al bosque sin darse cuenta de un par de ojos humanos que lo vigilan a la lejanía.

La siguiente noche, Kei aparece. Mas su calma fue consumida rápidamente por la desesperación. Niega con la cabeza y siente impotencia ante lo que ven sus ojos.

—¡No! —grita—. ¡No, no, no! ¡Tetsuro!

Frente a él, observa un grupo de personas. Golpeando a su amigo con todo lo que traen en mano. Tetsuro buja y grita. Rasguña y muerde. Logra escaparse por un momento pero es retenido. Los humanos golpean, maldicen y humilla. Uno se jacta de su muerte.

Kei siente caer a un vacío cuando percibe un objeto filoso.

—¡Basta! —grita—. ¡Basta!

El viento sopla con fuerza, la gente se detiene. La luna, lentamente toma un color rojizo. Ellos gritan y huyen despavoridos, dejando al pobre gato en sus últimos suspiros.

Con fuerza, Tetsuro se levanta. Camina con torpeza, tambaleándose y cae rendido a la orilla.

—¡Tetsuro! ¡Tetsuro!

— Lo… siento… Kei —murmura entre jadeos—. Yo… me descuidé.

—¡No hables! —solloza—. ¡No hables! —extiende su pata pero cuando esta sale del agua, desaparece. Es imposible tocarlo —¡Ven, rápido! Si vienes al lago puede que…

—Es inútil —toce y gotas carmín se expanden por el suelo.

—¡No seas patético!

—¿Tan mal me veo? —quiere reír pero una mueca de dolor aparece.

—Tetsuro… Por favor. Sólo un último esfuerzo.

— Kei… —habla en leve susurro—. Por todo…

—¡No! ¡No lo digas!

—Gracias por haber estado a mi lado.

—No, Tetsuro —se acerca lo más que puede, aun cuando ya lo sabe. Tocarlo es imposible—. No me hagas esto.

—Gracias por haberme dado un nombre.

—Tetsuro… —habla con dolor mientras contempla el brillo de sus ojos desaparecer.

—Kei…

—No.

—Gracias.

Sintiéndose impotente a lo sucedido, esa noche Kei le lloró a su amigo hasta el amanecer. Y siguió llorando hasta no poder más.

——

Bajo las copas de árboles, corre y corre. Grande y fuerte ruido es causado por el crujir de las hojas. Corre aun cuando su cuerpo está cansado. Corre aun cuando sus pulmones se quedan sin aire.

Pero no se detiene. No puede, no ahora.

Su cabello negro se mueve ante el rápido movimiento que realiza; Esquivando árboles, saltando arbustos. Tropieza una vez pero se incorpora y retoma la marcha. A lo lejos, no hay gritos ni maldiciones. No hay nada que lo persiga, sólo el dolor por la herida que se ha hecho al caer. Igual no se detiene.

Observa alrededor y se percata de lo mucho que se ha adentrado al bosque. Una zona que nunca había visto pero que conoce muy bien. La calma lo inunda cuando sabe lo cerca que está.

Cuando distingue una luz se alegra. Siente alivio cuando al salir, un lago reposa con calma. Tranquilo y sencillo cuya existencia es escondida entre los árboles que lo rodean. Exactamente igual como aquella vez.

Aspira profundamente, sintiendo como se llenan sus pulmones de la fresca frisa de otoño. Contempla por un segundo la luna y, al bajar la mirada, no puede evitar sonreír.

Sus ojos visualizan a un joven de cabello rubio y piel blanca, sus zapatos deportivos descansan en tierra firme mientras sus pies desnudos son cubiertos por el agua. A paso lento se acerca. No puede creerlo pero ahí está.

Esta tarde se había terminado la mudanza de su casa y decidió dar un paseo. Fue ahí cuando lo vio. Sólo bastó un segundo para que su rostro quedara impregnado en su memoria. Y al tratar de dormir, el vago sueño que tenía desde uso de razón, comenzó a tener sentido.

Poco a poco acorta la distancia mientras él sigue con su vista en la luna. Quedando a escasos centímetros pronuncia el nombre que alguna vez le dio. El joven volteó y sus ojos dorados lo miran fijamente. Kuroo se acerca con nerviosismo. Intenta hablar, da un paso y realiza una ligera mueca. La herida que se ha hecho es más seria de lo que pensó.

—Sí que eres un desastre —pronuncia esas mismas palabras pero ahora una discreta sonrisa se forma en sus labios—. Un patético desastre, Tetsuro.

—Mira quien lo dice —se acerca hasta quedar a unos cuantos centímetros y sonríe con ternura—. El tierno conejito que no para de derramar lágrimas, Kei.

Kei acerca su mano y levanta los cabellos negros sobre su rostro, para después acariciar con suavidad una pequeña marca de nacimiento que posa en su ceja. Tetsuro sujeta su mano y deposita un suave beso sobre ella. Con la otra limpia las gotas saladas que recorren su mejilla izquierda. Kei cierra los ojos ante el contacto.

—Finalmente —susurra el peligro antes de acercar los labios ajenos a los suyos—. Finalmente puedo tocarte. Mi pequeño conejito de la luna —lo abraza y sonríe ante las manos que tocan su espalda—. Mi hermoso Kei. 


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