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Amores descompuestos por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del fanfic:

Hola ( ^^ )

Hace unos días terminé de ver la serie "Gotham: Mad City" y es una tenebrosa delicia. Se las recomiendo, si no la han visto.

Debo admitir que de todos los personajes, fue a Jim y Harvey a quiénes les vendí mi alma ♥ Esta pareja me ha enamorado por completo, así que... aquí está mi trabajo sobre ellos.

De antemano, ofrezco disculpas por el lenguaje homofóbico, eso no lo puedo poner en las etiquetas de las advertencias :/ Pido especiales disculpas si los hace sentir incómodos.

Pero les juro por Dios que soy la más aguerrida defensora de los derechos de la comunidad LGBTQ+. Lo prometo por mi honor de mujer.

Espero que lo disfruten ( >.< )

 

Formalidades: Solo idea de este escrito es mía. Los personajes no me pertenecen, son propiedad de la Warner Bros. Todo es hecho sin fines de lucro, no gano ninguna remuneración por ello. Hecho únicamente por y para fans.

Ofrezco disculpas por si hay errores D:

 

Amores descompuestos

 

 

—Mira hacia allá, pero no mires —murmuró Jim mientras le alcanzaba a Harvey una bebida.

—¿A quién estoy viendo ahora?

Harvey le dio un sorbo lento a su “Cisne Negro” y de alguna forma logró acomodar su rostro para fingir que disfrutaba aquella bebida, de colores psicodélicos, con demasiado hielo y muy poco ron. Diablos, a Harvey ni siquiera le gustaba el ron. Dios y la Virgen sabían que prefería su whiskey, puro y sin alterar.

—Al tipo del bar con el bigote extraño. Creo que ese es nuestro sujeto —respondió el otro detective, visiblemente incómodo.

 

 

Hace muchos años, cuando Lucas Kenneth inauguró un bar en las afueras de Ciudad Gótica, tuvo la esperanza de que la mayor parte de su clientela estuviera compuesta por los viajeros y recién llegados a la ciudad, dado que se instaló cerca de la terminal de trenes. Un sitio ideal para obtener clientes nuevos con regularidad y para alejarse un poco de la locura que anidaba en el corazón de la ciudad.

Ahora sabe que debió haberlo previsto todo. Con pocos meses de tener el bar funcionando, Lucas descubrió que las personas querían salir de Gótica, no quedarse en ella. La mayor parte de los transeúntes eran madres o familias que llevaban a sus hijos pequeños a un lugar mejor —porque cualquier lugar era mejor que Ciudad Gótica. Y en cuanto a los que llegaban, generalmente traían sus propias botellas y no se detenían en el bar.

En poco tiempo, Lucas estaba endeudado hasta las cejas por la falta de ingresos y por el par de rufianes que venían a cobrarle una renta ridícula por ser parte del territorio de Carmine Falcone; renta que pagaba con su poca ganancia y ayunando varios días a la semana.

A medida pasaban los días, durante muchas noches contempló la idea de suicidarse. Era un hombre soltero, sin muchos familiares, con escasas amistades… nadie lo lamentaría. Otra opción era abandonar el local y vivir debajo de un puente, o de incendiarlo para cobrar el seguro y luego desaparecer con el dinero. Pero para recrear un incendio plausible, necesitaba de profesionales. Y los profesionales de Ciudad Gótica podían pedirle un ojo, una mano o cualquier órgano vital como pago, solo por antojo… o por diversión.

Justo antes de que Lucas pensara seriamente en comprar un arma, un buen día, las cosas cambiaron para mejorar. En lugar de servir un par de copas a unos soldados que iban huyendo de la ciudad, en una sola noche se descubrió sirviendo ochenta cervezas y cien copas. A veces, hasta ciento veinte copas. En un lapso de cinco meses, el bar prosperaba y el jefe de la mafia fue lo suficientemente cortés como para no subirle a la renta.

Lucas tenía que admitirlo, estaba feliz. Su clientela era joven, siempre cortés y exclusivamente masculina. Cuando notó que los consumidores tenían ademanes… peculiares y que los viernes en la noche, más de algún par de cristianos lucía un atuendo extravagante, comprendió todo. Lucas dirigía un bar gay. Pero, ¡hey! El dinero no dejaba de llegar y las preferencias sexuales de los demás le importaban un comino.

Ninguno de los rumores eran ciertos, pero la gente insistía en que en su bar habían orgías todas las noches o que se invocaba a Satanás la noche del Sabbath. Igual, no importaba.

La comunidad homosexual en Ciudad Gótica era pequeña y nadie tenía ni un pelo de tonto. Al final del día, el bar de Lucas Kenneth era muy querido por su clientela debido a la paz que les proveía.

El local prosperó durante un par de años, con ciertos altercados con los hombres de Don Falcone por aquí y por allá, pero nada de qué preocuparse.

No obstante, en Ciudad Gótica, todo lo bueno está condenado a perecer.

Un muy mal día, al final del invierno, luego de dejar todo limpio y en su lugar, Lucas dio por terminada una noche y cerró el bar. Salió a la parte trasera para botar la basura y se topó con algo simplemente desagradable.

VUELVAN AL HOYO DE DONDE CONTRAJERON EL SIDA Y QUÉDENSE ALLÍ, MARICONES.

Lucas sabía lo que opinaba la gente acerca de los homosexuales, pero, ingenuamente, pensó que todo quedaría en pensamientos y amenazas absurdas. Sus clientes no hacían daño a nadie y no es como si realmente tuviera un negocio de tráfico sexual que interfiriera con las ganancias de los auténticos prostíbulos.

En la madrugada del siguiente día, revisando que nadie estuviera espiándolo, el señor Kenneth tomó un balde de pintura que guardaba siempre después de darle mantenimiento al bar y procedió a borrar el insulto, esperando que el asunto no llegara a más.

Pocos días después del incidente, uno de sus clientes regulares recibió una horrenda paliza. Lo encontraron desangrándose en una parada de camioneros. Los paramédicos salvaron su vida, pero su rostro jamás volvería a ser el mismo. A la semana siguiente, alguien prendió fuego a los zapatos de otro cliente, cuando salía del bar una noche.

Lenta pero seguramente, Lucas notó que los ataques a sus clientes solo iban en aumento. Los insultos seguían acumulándose en la pared trasera del bar —pequeñas diatribas que revelaban una demencia profunda, y unas inmensas ganas de hacer daño.

Todo se fue al carajo cuando uno de sus clientes de hace más de un año, terminó flotando en el río, con clavos en los ojos, en la garganta y en los genitales.

Curiosamente, las víctimas del inicio de aquella cadena de amenazas, que solo recibieron una advertencia que afortunadamente no les costó la vida, coincidieron en que se trataba del mismo hombre. Todos describieron a alguien con características similares.

Había alguien, una persona en específico, que estaba usando el bar y la reputación del mismo acerca de la naturaleza de sus consumidores, para escoger sus objetivos y atacarlos.

Desde el principio, Lucas contactó a la policía sin obtener una respuesta a sus súplicas para enmendar la situación. La mafia no había movido ni un dedo para ayudarles, ni siquiera por el cobro de la renta. Lucas esperaba que ahora, con un homicidio, la policía tomara sus llamadas más en serio.

 

 

Por eso estaban allí los detectives Jim Gordon y Harvey Bullock de la unidad de Homicidios de la policía de Ciudad Gótica, trabajando encubiertos.

Ninguno de los dos se rehusó a tomar el caso cuando el capitán Barnes se los asignó, sorprendiendo a todos en el proceso. Harvey detestaba la homofobia (“¿Cómo alguien puede estar enojado por el sexo? No importa en qué forma se hace, es sexo, es placentero y puta sea la madre que los parió si no entienden eso. Eso no es fobia, eso es estupidez.”) y Jim desde el primer día había dejado claro que despreciaba los crímenes por odio. Le parecía que la ciudad ya estaba lo suficientemente loca como para matarse por quién tiene sexo con quién.

Jim no estaba muy seguro acerca de por qué tenían que fingir ser una pareja… pero no estaba quejándose. Sabía que era una idea tonta (aunque jamás se lo diría a la cara al capitán) y que igual no iban a encajar con el ambiente del bar, sobre todo cuando la clientela estaba disminuyendo estrepitosamente a causa de los asesinatos.

No, Jim no discutió la idea con Harvey –por primera vez desde que eran compañeros– porque una parte de él quería que fuera de verdad, y creía que esto era lo más cerca que iba a estar de lograrlo. Luego de una semana fingiendo que eran clientes, actuando melosos y bebiendo tequila con cierta tranquilidad, Gordon no tenía mucho de qué quejarse. Lo único malo eran los jeans ridículamente apretados que estaba usando y que llamaban demasiado la atención a su retaguardia.

Retornando al presente, cuando Jim señaló al tipo del bigote extraño, Harvey tuvo que preguntar:

—¿El hombre de blanco, rodeado de gorilas? ¿En serio?

—Tiene todas las características que estamos buscando. Caucásico, de más de treinta años, agresivo, una voz grave pero extrañamente aguda cuando se ríe, con un complejo de compensación, estoy seguro y-

—¿Cómo sabes que está compensando algo?

—En el baño, me enseñó un rollo de billetes de a veinte tan grande como tu puño. Me manoseó el trasero y me preguntó cuánto quería por abrirme de piernas en ese momento y tomar su enorme polla como la puta que soy. No me hagas repetirlo —explicó Jim, haciendo todo lo humanamente posible por sonreírle a su compañero como si nada pasara.

Sentía un par de ojos pegados a su nuca.

—Suena como nuestro tipo. Se ve patético en ese atuendo, la verdad. Da la impresión de que el clóset no le ha hecho bien en ningún sentido, no te mentiré, pero no me convence. Si lo llevamos afuera y lo interrogamos, y no es él… podríamos ahuyentar a nuestro sujeto. Solo ha pasado una semana.

Jim, se acercó más a Harvey en un movimiento fluido e íntimo, pegándose a él y haciendo como que le susurraba lisonjas al oído… pero su mirada era toda furia.

—Escucha. Ese es el tipo que me ha invitado a las bebidas. Cinco minutos de conversación y me ofreció llevarme al muelle, a su yate privado. Nadie en esta ciudad tiene un maldito yate y él sabe que yo lo sé, pero es buen lugar para disponer de un cadáver de forma discreta. Es quien yo creo que es o solo quiere uno rapidito donde no hayan muchas luces ni muchas personas a esta hora.

Todo aquello sonaba posible, pero aún había algo que Harvey no entendía.

—¿Cómo hiciste para que te soltara en el baño y nos invitara a un trago? Ese par de gorilas no me parece de adorno.

Jim hizo acopio de toda su dignidad para evitar que sus mejillas se sonrojaran. Falló deliciosamente, a juicio de Harvey.

—Promete que no te reirás.

—Jimmy, cariño… sabes que no puedo prometerte eso. Tienes que decirme.

—…

Jim.

—… Le dije que esta era mi noche libre, pero que estaba con mi proxeneta y que tenía que preguntarte antes.

Jim se arrepintió de sus palabras en cuanto vio que la sonrisa del otro era toda malicia.

—No puedo creerlo —ronroneó el detective, tomándose la libertad de sujetar la cintura de Jim y de apretarlo contra sí, sabiendo que el sospechoso los estaba observando con detenimiento—. ¿Le dijiste que yo era tu dueño? ¿Le dejaste claro que tenías que decirle a tu papi lo que pasaba, antes de dejar que cualquier hombre te tomara?

—Voy a matarte después de esto, Harvey~ —replicó el rubio, con dientes apretados y una arteria a punto de estallarle por las bromas de mal gusto, pero regocijándose en secreto por la cercanía.

Dios, que mal de la cabeza estaba. Aquel hombre le iba a provocar un infarto o lo iba a volver loco. Lo que pasara primero.

—Está bien, guardaré estos recuerdos para otro día —prometió Harvey con un guiño y luego se centró en lo que tenían a la mano—. Creo que esto se puede poner peligroso. Si es nuestro hombre, no hay que subestimarlo. Una de sus víctimas era un sujeto dos veces más grande que él e igual lo mató. O lleva a sus gorilas y los hace participar (porque en esta ciudad, tu código moral es una mierda si te dan el suficiente dinero), o tiene un par de trucos que te pueden dejar en el suelo.

—¿Y?

—¿Cómo que “y”, idiota? Si realmente creyó que te dedicas a la prostitución y te quiere para que hagan el negocio más viejo del mundo, no querrá que vaya contigo.

—Podemos manejarlo, podemos convencerlo de que deje a esos monigotes. Es un hijo de puta engreído, pero eso es todo —Jim pudo ver que Harvey no estaba convencido—. Puedo jugar con este tipo, en serio. No podemos perderlo si es el culpable.

—No dudo de tus habilidades como modelo de una revista Playgirl, pero imaginarte seduciendo a una escoria como esa, me revuelve el estómago. Sobre todo si es el culpable —gruñó Harvey, genuinamente molesto.

Notando su descontento y halagado por los cumplidos, en un arrebato, Jim le dio un beso en la mejilla, sorprendiéndolo para variar.

—Estaré bien. Ahora levántate, salgamos a la calle. Sé que él nos seguirá.

Con movimientos bien entrenados, los detectives salieron del bar con calma, alejándose apenas unos metros y acercándose a la luz mortecina de un farol.

Una mano de Harvey descansaba pesada y posesiva sobre la espalda baja de Jim pero ninguno comentó nada.

Acordaron un lugar a donde Jim conduciría al tipo y le haría hablar. Harvey los vigilaría desde un punto estratégico, por si su compañero necesitaba de su ayuda.

En efecto, el hombre de blanco cruzó el bar en dirección a la salida y fue directo hacia la pareja de detectives, siempre flanqueado por sus dos guardaespaldas.

A partir de ese instante, Jim y Harvey eran todo negocios.

—Buenas noches —dijo el sospechoso, extendiendo su mano hacia Harvey, que no hizo el más mínimo esfuerzo por fingir que estaba interesado en el supuesto cliente.

—Buenas noches —respondió el aludido, desprendiéndose de Jim con soltura felina.

—Tu chico de ahí dijo que tenía que discutir el precio contigo.

—¿Eso te dijo? Este chico es travieso~ A mí me dijo que tienes un buen par de cientos en el bolsillo de tu abrigo.

—Hey, es bonito y todo, pero no puede valer cientos.

—Que no te engañe esa carita tímida. Este chico tiene más regulares que todo el producto junto. No te imaginas lo fastidioso que es tener que lidiar con los pobres idiotas que viven enamorados de él… Créeme, no creerás las cosas que puede hacer contigo —resumió Harvey, prendiendo un cigarrillo con completa naturalidad, sumergido perfectamente en el papel y extendiendo una mano, esperando el pago para empezar a contar los billetes.

—Ojalá viva para hacer honor a su reputación —comentó el hombre de blanco, aparentemente satisfecho con el discurso de Harvey y tendiéndole el dinero.

Los dos detectives repararon en el uso sombrío de esas palabras.

—Te dejará en el suelo del asombro —respondió Harvey, tragándose la ira que lo empezaba a invadir—. Ah, y por cierto… si dejas que tus gorilas vayan contigo, te cobraré el doble. No tengo en nada en contra del voyerismo, pero si ellos también van a disfrutar del show, necesitas pagarme.

El hombre de blanco intercambió unas palabras con sus guardaespaldas y estos enfilaron calle abajo, volviendo adentro del bar.

Apenas intercambiando un vistazo fugaz con su compañero, entendiendo que la transacción había terminado, Jim tomó del brazo al sospechoso y se lo llevó por la parte de atrás de las casas. Cuando notó cierta renuencia a dejar que Jim tomara el rumbo, el detective hizo su mejor esfuerzo por parpadear con coquetería, se mordió los labios con impaciencia y le hizo su mejor puchero para convencerlo. El haberse puesto en ridículo debió ser todo un éxito porque no hubo más réplicas.

Allí, no había nadie ocupado y la música podía camuflar cualquier sonido. Era un simple callejón, vacío y caliente por el vapor de la cocina de algún restaurante y el olor a licor y embriaguez todavía llegaba desde el bar del señor Kenneth.

Harvey los siguió de cerca, mezclándose sigilosamente con la oscuridad de la zona y prestando atención al curso de acción de su compañero.

—No puedes esperar a que te haga mío, ¿no es así? —murmuró la voz del sospechoso y era un sonido bajo, grave y siniestro.

Harvey no pudo evitar que le recorriera un escalofrío.

Jim no replicó y solo se escuchaba el susurrar de la ropa.

Desde que Jim le dijera en el bar que iban a tener que fingir ser un proxeneta y un trabajador sexual, Harvey tuvo el mal presentimiento de que James “El Chico Dorado” Gordon, no sería capaz de representar correctamente su papel. No entrenaron para esto –aunque debieron haberlo hecho, ahora se daba cuenta–, por lo que temía que el sospechoso diera marcha atrás.

Arriesgándose a entorpecer la operación, Harvey continuó acercándose hasta los otros dos, pegado a la pared y de puntillas. Notó al sospechoso completamente pegado a Jim y apretándolo contra la pared.

Viéndolos más de cerca, Harvey se sintió morir. Incluso en las tinieblas, le era imposible no reconocer las facciones de su compañero. La forma de sus labios delgados, entreabiertos. El brillo letal de sus ojos concentrados en la misión. El cabello rubio cayendo hacia un lado, desordenado, por culpa de las manos que osaban acariciarlo. Harvey quedó paralizado unos segundos, simplemente observando al otro hombre recorrer con su boca el cuello de Jim, presionando besos contra su pulso o contra sus mejillas. Presionando un muslo contra la entrepierna de Jim. Y a Jim dejándose hacer.

Maldito.

Luego de unos segundos más de aquella actuación, Jim (¡por fin!, gritó Harvey en su mente) intentó desprenderse del hombre, ya resignado a que no se trataba del asesino que buscaban.

—Mira, esto no va a funcionar.

—Claro que sí.

—No soy lo que tú crees-

—No hables. No tienes que decir nada. Solo tienes que callarte y aguantar lo que yo te haga.

—No, amigo, no has entendido. No soy-

—No. Hables —ordenó el otro hombre, tomando a Jim por las muñecas y sosteniéndolas sobre su cabeza con una fuerza increíble, inmovilizándolo con todo el peso de su cuerpo y apretando el cuello de Jim con la mano libre, cortándole la respiración.

—Esper-

Te mataré —sentenció el hombre, sufriendo una metamorfosis de ciento ochenta grados en cinco segundos. Su voz era glacial y se pronunciaba con un labio tembloroso en un gruñido bestial que descomponía su cara—. Necesito que sepas que te mataré como maté a los demás. Necesito que sepas que lo mereces.

—¿Cómo a los demás…? —dijo Jim en una exhalación nerviosa y estrangulada, cayendo en cuenta de que sí se trataba del criminal que buscaban y que había subestimado su fuerza.

—Todos esos maricas que lloraron cuando me los encontraba en la noche, o cuando los mataba para castigarlos.

—¿Castigarlos? ¿Eso- eso es lo que estás haciendo? —replicó Jim, sin encontrarse la voz.

—Necesitan ser castigados. Solo mírate. Un par de lamidas y ya gimes como una perra en celo, te entregas al mejor postor. Ese pobre idiota que te acompañaba ni se lamentará por tu pérdida, sabe que los de tu calaña son todos desechables. Todo ustedes merecen morir. Por herejes. Por putos. ¿Cómo se atreven a ir en contra de la ley de Dios? ¡Ustedes merecer arden en el infierno!

El hombre rió, sumergido en su psicosis sin salvación. Jim lo vio extraer un largo puñal de su abrigo y se preparó mentalmente para encajar el primer golpe. Cuando lo creyera herido, sería su momento para derribarlo.

—Me tomé mi tiempo con el anterior. Pensé en hacerlo contigo, pero no lo vales… te desfiguraré la cara, para que nunca vuelvas a ser objeto de tentación.

El asesino no vio venir el primer golpe.

En un instante, Harvey estaba sobre el hombre, asestándole puñetazos por todas partes, con toda su fuerza, hasta que recordó el arma que cargaba.

De no ser por Jim, que lo separó del sospechoso que yacía con el rostro ensangrentado y al borde de la inconsciencia, seguramente le habría descargado todas las balas que había en la recámara de su pistola. Nunca antes el detective Bullock había estado tan cerca de matar a uno de los criminales que perseguía.

—Déjame matarlo, Jim. Déjame matarlo.

—Dame tus esposas —demandó Jim, sin esperar realmente una respuesta y esposando al criminal él mismo.

No le prestó atención a las heridas del criminal. Jim sabía que se las merecía, pero ese no era el punto.

Bullendo de ira, Jim se controló a duras penas para no gritarle como enloquecido a su compañero. Respiró con violencia un par de veces y habló cuando estuvo seguro de que no se iba a desgarrar la garganta en el proceso:

—¿Por qué has hecho eso? —rugió de todos modos, invadiendo el espacio personal de Harvey—. ¡Teníamos un plan! ¡Ibas a intervenir si, y solo si, yo demostraba que no podía manejarlo! ¡Estaba extrayendo la confesión justo cuando-!

Y cuando notó que algo no estaba bien con Harvey, Jim perdió el impulso de seguir arremetiendo. Había alivio en sus ojos pero la mandíbula se mantenía oprimida. Se podía sentir su furia irradiando de su cuerpo.

Cuando Jim guardó silencio y buscó una explicación en los ojos de Harvey, que evitaban encontrarlo, se sintió en la obligación de tomar su mano. Estaba caliente y palpitaba justo sobre sus nudillos ensangrentados.

Harvey se soltó de su agarre, sin encontrar palabras para explicarse y profiriendo maldiciones con toda su creatividad. Justo cuando Jim creyó que Harvey iba a alejarse para ignorar lo que estaba sucediendo en ese instante y llamar a la central para que enviaran una patrulla que llevaría al asesino a una celda, su compañero volvió a sorprenderlo cuando lo tomó por el rostro con imposible delicadeza, como asegurándose de que Jim era sólido y real.

Y por un momento ninguno de ellos se movió. Se quedaron allí, colgando de alguna cúspide –de un precipicio peligroso–, colgados de la promesa de lo que podría ser. Por un instante, a Jim le pareció que los ojos de Harvey se demoraban demasiado en sus labios, simplemente disfrutando de la sensación de estar tan cerca de él. Sin tratar de esconderlo. La franqueza de aquel gesto era sobrecogedora, porque Jim por fin se dio cuenta de que Harvey nunca se lo había ocultado, y se molestó consigo mismo por haber sido tan ciego.

El beso que le siguió fue menos inesperado, pero era todo lo que Jim pudo haber querido.

Cuando los niveles de adrenalina descendieran un poco y la sensación de amenaza fuera disminuyendo, llamarían a la central y se desharían del maniático que balbuceaba una letanía de absurdos.

Más tarde, acobijados en la privacidad del apartamento de alguno de los dos, retomarían lo que habían iniciado. Eso podían tenerlo por seguro.

 

 

Notas finales:

Toda crítica que quieran hacerme será muy bien recibida, se los prometo. No me enojo y lo recompensaré mejorando ;)

Ha sido un placer servirles~


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