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Colors por Asbie

[Reviews - 6]   LISTA DE CAPITULOS
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Notas del fanfic:

Éstos son relatos independientes en los cuales cada capítulo contiene diferentes personajes y tramas. Si tienen alguna sugerencia o algo que les gustaría leer, no duden en dejar sus ideas en la caja de comentarios, todas serán bienvenidas y podrías ver tu sugerencia convertida en el próximo capítulo de ésta historia :D

Notas del capitulo:

Ésta primera historia está inspirada en la canción Colors de Halsey.  Aunque no necesitan escucharla para entender el relato, es increíble y la recomiendo muchísimo!! https://www.youtube.com/watch?v=KcbyEpI1dtk

Recuerdo muy bien cuando nos conocimos. Mi madre trabajaba como productora en el canal donde transmitían el programa de televisión de la tuya, y al cancelar las clases de imprevisto por mal tiempo en el colegio donde iba, no le quedó más remedio que llevarme con ella al trabajo. Curiosamente, a tu mamá le pasó lo mismo, pues íbamos en el mismo colegio sin saberlo; así es como ellas se hicieron amigas, y así es como yo me envicié a ti.

Sólo éramos un par de adolescentes, ambos de 15 años, con caracteres completamente distintos y una visión deprimente de la vida; sin embargo, desde el primer momento en que te vi, mi mundo se sacudió.

Éramos totalmente diferentes, algo peor que el agua y el aceite, aún a estas fechas sigo sin lograr comprender del todo cómo es que nos volvimos tan inseparables en ese tiempo, porque eso de que polos opuestos se atraen me ha quedado muy en claro que es una vil y descarada mentira. Tú, tan adictivo, fascinante, misterioso, tan vivo y a la misma vez tan vacío… y yo, un estúpido sin sentido, sin chiste, sin color y sin nada que ofrecer a nadie.

Ese día me saludaste, me encantaste con esa mirada color cielo, imposiblemente fría y cálida, imposiblemente hechizante, imposiblemente azul, el cabello extrañamente gris y revuelto, y la voz del mismísimo diablo: tan suave, tan dulce, tan varonil, tan seca… siempre fuiste un contraste a todo. Te quejabas del clima, del programa de tu madre, de la escuela, y al mismo tiempo sonreías amando lo que odiabas. Te dije que la lluvia tenía la maravilla de llevarse todo a su paso, de ser cómplice y enemiga, de lavar las impurezas del alma. También te dije que el programa de tu madre era encantador porque pocas personas tenían la habilidad de alegrarle la mañana a una multitud. Y te dije que la escuela era una mierda, pero una mierda buena y necesaria para la vida. Me helaste la sangre con la carcajada que soltaste, cuando respondiste que la lluvia ahoga, que no conozco en verdad a tu madre, y que ninguna mierda puede ser buena, y hablaste de lo que te molestaba hasta que terminó el programa. Y jamás me harté de escuchar tus quejas, porque no las decías como tales, te expresabas de lo que no te gusta con alegría, con pasión y siempre con una sonrisa.

Cuando nos despedimos, me sentí como un ser humano miserable, frustrado por no poseer ni una cuarta parte del encanto que tú destilabas, y todo el día la pasé de mal humor.

Al día siguiente, me sentí aún más estúpido, ya que esperaba verte y que volvieras a hablarme, esperaba un cuento de esos donde el destino crea una historia de amor en la cual vivimos felices para siempre, y éste fue uno de los peores errores que he cometido, una de las lecciones más duras y fieras que me ha dado la vida, sin piedad ni contemplaciones. Pasaste a mi lado, me miraste, sonreíste a medias y seguiste caminando, incluso al recordarlo me siento un poco ridículo al haberme ilusionado con todo eso.

Todas las noches rogaba, incluso le di una oportunidad a la fe, para que volvieran a cancelar las clases y volviera a estar contigo, volverme a enamorar de tu voz, de tus ojos, de tu alma y de tus historias, de esa mentalidad absurdamente madura de ver la vida a tus 15 años. Una semana después, se me hizo. Ésta vez tu madre y tú llegaron mojados. Ella estaba furiosa porque nadie de la compañía había salido a buscarlos con paraguas, mi madre estaba furiosa porque se atrasó la transmisión 43 segundos, y tú estabas fascinado porque descubriste la magia de la lluvia, y me diste la razón en todo, y me dijiste tu nombre, y me hiciste sentir aún más estúpido. Al día siguiente hubo clases, pero no me importó porque fuiste a mi salón para pasar el receso conmigo. Y volviste a expresar tus sentimientos de una manera irracionalmente paradójica, haciendo que riera, hechizándome más. Te fuiste a clases y mis amigas y amigos me odiaron, ellos me dijeron presumido chocante, y ellas por no haberte presentado. No me molestó en absoluto perderlos, pues siempre estuviste a mi lado a partir de ese momento. Dijiste que las personas de esa escuela eran unos estúpidos, unos ignorantes y unas bolsas de aire, que tenía más sesos tu perro que todos ellos juntos. Te di la razón y me ilusioné como jamás en mi vida porque me hiciste sentir especial, único, me hiciste sentir alguien para ti.

Y a pesar de que a ti te gustaba el rock y a mí la música clásica, que tú odiabas el cine y yo lo amaba, que tú preferías el frío y yo el calor, que no teníamos nada de absolutamente nada en común, nos convertimos en mejores amigos. Sabía todo de ti, y tú de mí. Poco a poco, fui viendo lo difícil que era tu vida, lo difícil que era ser tú. Tu madre era una bruja, una zorra sin sentimientos que te trataba como si fueras un vil sirviente, que sólo sonreía para su programa de TV, tu padre no figuraba en tu vida, tu hermano pequeño te amaba pero jamás te lo decía ni mucho menos lo demostraba… todo estaba mal contigo, siempre la vida te golpeó con todo lo que tenía, y aun así siempre me regalabas aquella desarmante sonrisa. Y hasta el día de hoy, sigo lamentando jamás haberme dado cuenta de lo roto que estabas, de lo saturado que te sentías de todo, sigo odiándome por ni siquiera notarlo aún después de que sólo eras feliz cuando llenabas tu cabeza de drogas.

Siempre nos veíamos en los recesos, en tiempos libres, terminando clases, y al salir de la escuela cada día ibas a mi casa, y regresabas a la tuya muy entrada la noche cuando tu madre enfadada te llamaba para exigir que volvieras.  Jamás entendimos el porqué, pues nunca se interesaba en ti. Amaba de ti tu buen humor, tu carácter fuerte, tu valentía, tu carisma, tu manera de enfrentar la vida. Amaba tus ojos, tus colores, tus expresiones, amaba todo de ti. Absolutamente todo, sin excepción alguna, y puedo jurar por lo que sea que nadie ni nada nunca en tu vida te amará como yo lo hice, como yo lo hago a pesar de todo. Cuando lo recuerdo, sudo frío, tiemblo, me río y lloro a la misma vez, me deshago. Porque aquél día destrozaste mis caderas, y mi corazón. Siempre sin piedad, tan fríamente como sólo tú puedes serlo. Y yo jamás imaginé ese lado tuyo, esa crueldad tan pura y dura:

Un día, como siempre, saliendo de la escuela fuiste a mi casa. Mi madre no estaba, y no nos ocupó, ya que no era la primera vez que ibas y nos quedábamos solos. Teníamos ya 16, y acababas de contarme de una nueva droga que te mostraron tus “amigos”. Y como de costumbre, te dejé muy en claro lo mucho que estaba en desacuerdo con lo que hacías, pero ya igual era hábito tuyo ignorar esas palabras. Después de comer el recalentado que mi madre nos había dejado en el horno, subimos a mi habitación a hacer tarea. Tú ibas riendo, yo iba soñando despierto. Cada vez me era más imposible esconder y ocultarte el infinito de cosas que sentía por ti. Habían sido varias veces las que llamaste mi nombre, y yo, distraído, no escuché ninguna. Dejaste el lápiz sobre la mesa, atrajiste con brusquedad mi rostro al tuyo, y me besaste. Dios, me besaste. Algo explotó dentro de mí, me aturdí, mi corazón iba a salirse de mi pecho, me sentí imposiblemente feliz, extasiado, completo. Abrí los ojos con inmensa sorpresa, y observé los tuyos cerrados, y tu rostro lleno de calma. Lentamente los abriste, golpeando mi alma de nuevo con aquella mirada tan azul. Y despacio separaste nuestros labios, y tu sonrisa fue fulminante. Ni siquiera te dije nada, no alcanzaba a formar palabras, sólo me dejé llevar por mis impulsos, porque al momento de posar tu boca sobre la mía, abriste una puerta imposible de volver a cerrar.

Temblando, pero con firmeza a la vez, ésta vez fui yo el que se acercó y te besó. Jamás sabré de dónde saqué el valor. Y te sorprendí por un momento, pero volviste a cerrar tus ojos y me correspondiste. Y en ese momento, creí en Dios. Creí en todos los santos de los que me habló mi madre de pequeño, sentí la religión cuando me acosté contigo, fui testigo de maravillas indescriptibles cuando introdujiste tu lengua a mi boca, y cuando nos recostamos en la cama. Con desesperación, como si tú igual lo hubieras estado ansiando, te deshiciste de mi playera. Besaste mi cuello, mis hombros, lamiste toda mi piel, mordiste, marcaste, tocaste, y yo quité tu camisa, y te besé con devoción, con anhelo, con fervor y loca pasión. Nos desnudamos, nos tocamos, nos sentimos, siempre sin decir ni una sola palabra, era algo tan fuerte que no había descripción alguna, nada que poder hablar.

Sin preparación alguna, te introdujiste en mi interior, y vaya que dolió, casi lo suficiente para pedirte que pararas, pero no lo hice, dejé todo atrás cuando me acostumbré a la sensación y comencé a sentirte de veras. Lo hicimos con pasión, con descontrol, casi con frenesí, fue duro, rudo, y a la misma vez suave. Me hiciste el amor con brutalidad, me llevaste a un lugar en el cuál no había estado nunca y no he vuelto a estar desde ese momento. Grité tu nombre, gruñiste el mío, me marcaste en todos los sentidos posibles, hasta que nuestra intensidad terminó con una explosión indescriptible que jamás he vuelto a sentir. Te amé como a nada nunca, te amé tan fuerte, loca e intensamente, que me fue totalmente inevitable no decirlo. Jamás dejaré de arrepentirme monumentalmente todos los días de haberlo dicho, pues justo después de haber pronunciado esas palabras prohibidas, me miraste duramente, me atravesaste el alma con esos ojos, y casi con indiferencia, tomaste tu ropa, te vestiste con calma y con prisa a la vez, y saliste de la habitación.

Te seguí, te llamé, incluso te grité, pero no volteaste, ni siquiera me miraste, te fuiste, y me sentí increíblemente roto, vacío, me sentí más que miserable, me sentí perdido, en la más absoluta tristeza y desespero. Porque eso fuiste a partir de ese momento, mi desdicha.

En la escuela me evitaste a toda costa, y cuando te dignaste a atenderme, volví a arrepentirme de buscarte. Sin un ápice de pena, de compasión, clavaste en mí una daga que todos los días me destroza y jamás pude quitar, arrastré éste dolor todo este tiempo, te arrastré a ti por siempre. Tus palabras tan frías y filosas como el más letal cuchillo, me llegaron fuerte y claro, me hiciste sentir como una existencia inútil, molesta y con la mala fortuna de hacer eso: existir. Me heriste como nada lo ha vuelto a hacer. Y al día siguiente, y al siguiente de ese, y el siguiente de ese igual, y por otros 12 años más, dejé de verte.

Me di cuenta que cuando pierdes las ganas de vivir, te quedas sin lágrimas. Me sequé de tanto llorarte, me hice de piedra, casi tan insensible como tú con el paso del tiempo. Te superé, pero nada volvió a ser igual. Pasé por la cama de incontables hombres y mujeres, desperté todas las mañanas pero nunca contigo, rompí cantidad de corazones, hice muchas veces lo que tú me hiciste, aprendí ese encanto y ese carisma, aprendí a seducir y a abandonar, aprendí a no sentir nada, aprendí el placer de lastimar, y lo único que te agradezco es que igual aprendí a no amar a nadie ni a nada más. Te llevaste todo lo que era, te llevaste todo el amor que pude dar a alguien más.

Hoy, a tus 28 años, volví a verte.

Y todo lo que luché tantísimo por destruir, enterrar, esfumar, regresó.

Volvió a temblar el mundo con fuerza, volvió a enloquecer mi corazón, volví a deshacerme.

Te veías terrible. Estabas todo descuidado, casi irreconocible. Lucías cansado, lastimado, más vacío que nunca, sin rastro alguno del intenso e impetuoso color rojo que alguna vez llegaste a ser. Y aun así, hecho trizas, seguías siendo una obra de arte.

Tu mirada, antes azul y cálida como el cielo, ahora lo era tan dura y fría como el hielo, y tu cabello, gris como el humo del cigarro que tenías entre tus labios, desordenado como siempre había recordado, estaba moviéndose a merced y capricho del frío aire de invierno. Posaste esos ojos que siempre fueron mi perdición, en mí. Y Dios sabe de dónde saqué el coraje de acercarme a ti.

Fue uno de los momentos más intensos que he vivido, nos observamos con fuerza, y te noté deshecho, despojado de todo color, y sin que supieras lo que significaba. Sólo quedaba lo azul de tus ojos y lo azul de tu alma. Entonces, sonreíste con la amargura más sincera que he visto, y revolviste mi cabello con tus dedos.

-Que zorra es la vida.

Quise odiarte con eso que dijiste, es más, quise odiarte con todo mi ser desde ese día, pero jamás lo logré, y hoy no sería la excepción.

Ésta vez fui yo quien se río con dolor, y te di la razón. Caminamos diciendo nada y todo a la vez. Tu voz había cambiado, ya no tenía aquél deje dulce y cantarín, ahora era monótona y grave, pero yo la seguía adorando. Te noté desesperanzado, y me sorprendió igual sentir lo desdicho que te encontrabas.

Sin saber cómo, llegamos a mi departamento, y te invité a pasar. Te sentaste en el sofá, y te ofrecí café o cerveza, pero me pediste agua. Te observé beber dos píldoras azules que sacaste del bolsillo de tu chamarra con nerviosismo. ¿Aún con drogas, o estás medicado?, no me atreví a preguntar, pero notaste mi inquietud, medio sonreíste y explicaste “son para que no trate de suicidarme de nuevo”. No supe cómo reaccionar a eso. De nuevo, leíste mi mente, carcajeaste superficialmente y de improviso, te incorporaste de un salto. Mencionaste mi nombre, y comenzaste a pasear por la estancia.

-Has hecho una buena vida.

Ese comentario fue el que abrió la caja de Pandora.

-¿Una buena vida? –te pregunté con sarcasmo- por favor, si me la has jodido totalmente. Con un diablo que me la has jodido, ¿es que acaso tienes idea de lo que hiciste?, imbécil. ¿Por qué te fuiste así?, ¿por qué siempre me haces sentir como el ser más patético que existe?, ¿qué te dio el derecho de haberme lastimado así?, jamás volvió a ser lo mismo, te llevaste contigo y tu estúpido egoísmo mis ganas de amar a alguien. Te llevaste un pedazo de mi vida que jamás pude recuperar, y apareces después de 12 años como si nada a decirme que hice una buena vida. Una buena vida de mierda. Maldita sea.

Estaba furioso y destrozado, estaba incontrolable, y tú no hacías más que mirarme con… ¿lástima?, ahí me volviste a deshacer. No debiste mirarme de esa manera.

-Escucha. Te di todo y más, te amé como jamás lo había hecho y como jamás lo volví a hacer. Eras mi pedazo de cielo, y me dejaste como si tuviera el mismo valor que un trozo de papel usado. ¿Por qué te fuiste?, ¿por qué me dejaste?, ¿por qué me abandonaste y me hiciste ser un monstruo?

Te acercaste y secaste mis lágrimas con la manga de tu camisa.

-Porque yo estaba tan jodido como tú.

Mentira. Esa no era ni excusa ni justificación. Nada lo es y nada lo será. Levanté mi puño y lo estrellé contra tu perfecto y desaliñado rostro. Me miraste sorprendido y de ahí el casi inexistente brillo que le quedaban a tus ojos, se fue. Y me odié aún más. Entonces, arrojé la mesa de la estancia, golpeé repetidamente la pared hasta hacer reventar mis nudillos, y gritaba insultos a tu persona. Lo único que hacías era escuchar, hasta que calmé mi arranque de fiereza y derrotado, me dejé caer de rodillas al piso.

-¿Por qué me quitaste el derecho de amarte?

No me respondiste. Te acercaste a mí, te hincaste a mi lado, y volviste a secar las lágrimas que salían con furia de mis ojos. Acunaste mi rostro entre tus suaves y frías manos, y besaste mi miseria y mi alma rota. Me enfadé por permitirlo, me enfadé como jamás lo había hecho conmigo mismo al perdonarte así de fácil. ¿Cómo un simple beso podía reparar el daño de casi toda una vida?, ¿cómo un beso podía arreglar mi destrozado corazón?, ¿y el de todas las personas que yo rompí?, me hiciste un asesino del amor, me hiciste desdichado, y aun así, yo seguiría dando todo por un beso tuyo. Mi vida, mi alma, el universo por un beso tuyo.

El frío del invierno se me olvidó al sentir las quemaduras en mi piel por tus caricias. La sed de amor que tenía, el hambre de amar, todo lo limpiaste cuando me aferraste a tu cuerpo, mi alma ardía por sentirte de nuevo, mi llanto se mezclaba con el rencor que te tenía, el indescriptible amor que sentía por ti, y con mi deseo de que ésta vez sí me dejaras amarte. Y temí como también jamás lo había hecho al imaginar que de nueva cuenta te irías de mi lado, que repetirías el hecho de llevarte otro pedazo de mi alma contigo, porque ésta vez definitivamente no podría soportarlo.

Fuiste letal, nos desnudamos, reconocí tu piel, me llamaba, parecía que igual recordara aquél tiempo en el cuál le recorrí cada centímetro, y aunque hayas querido mentirme no hubieras podido hacerlo.  Te sentí estremecer ante mi tacto, observé el sonrojo de tus mejillas, y me encontré extasiado al ver de nueva cuenta ese brillo infinito del azul de tu mirada. Te toqué, te mordí, te marqué, pero todo con una pasión desbordante, con el ardor y el calor de tanto tiempo extrañando todos los días de mi vida tu cuerpo, tu carne, tu sabor. Me besaste con saña, y con dulzura, y al sentir esto, derretiste todo mi ser. Tuviste el poder de congelar mi corazón y la fatalidad de hacer que volviera a latir con furor aún después de tanto tiempo, de tanto amor y de tanto odio. Entraste en mí lento, suave, me tomaste con toda la calma del mundo. Entre jadeos y gemidos, sustituiste la vehemencia de la primera vez con una pasión lenta pero el doble de intensa, fue una dulce tortura que disfruté con cierta cantidad de amargura, y anhelé que jamás acabara ese momento. Nuestro momento.

Fue una visión despertar en la mañana contigo a mi lado mientras el Sol entraba por la ventana, iluminando la palidez de tu piel, llenándome de colores, haciéndome pedazos. Observé tu desnudes, y al volver a posar mis ojos sobre tu bello rostro, me recibió una bofetada de profundo mar azul. Me faltó el aire y me llené de pavor, esperando que en cualquier momento te levantaras y volvieras a dejarme. O quizá, que todo haya sido el sueño más cruel que he tenido. Pero no fue así. Me regalaste una sonrisa seguida de un bostezo, y con pereza me diste la espalda para seguir durmiendo. Y sentí que moría, y también sentía que no podía hacerlo ahora que estaba a tu lado. Cambiaste de opinión y regresaste a enfrentar mi cuerpo con el tuyo.

-Me fui porque me dio miedo amarte, a pesar que ya lo hacía. Y aguanté tanto tiempo sin ti, porque no quería meterte en la porquería que soy y que vivo. Quise darte la oportunidad de que te enamoraras de alguien que no tiene que drogarse para olvidar sus problemas, de tomar dos veces al día dos malditas píldoras para no matarse. Quise darte la oportunidad de vivir el buen amor, y no voy a mentirte, quise evitar con todo mi ser sentir algo por ti. Pero me fue imposible.

Me dejaste trabado. Maldito egocéntrico e imbécil. ¿Quién te dijo que podías elegir mi vida?, ¿de dónde sacaste que tenías la autoridad de escoger a quién puedo amar?, ¿por qué pensaste que alejándote ibas a hacerme menos daño?, ¿y en qué momento cruzó por tu mente que yo habría sido capaz de lastimarte?, y a pesar de todo, egoísta, aquí sigo amándote como a nada más. A pesar de todo, me tienes irremediablemente entre tus brazos de nuevo. A pesar de todo, codicioso, tienes mi alma en tus manos. Y así lo será para siempre.

Notas finales:

Muchas gracias por haber leído el inicio de ésta serie. Marcaré la historia como finalizada ya que las actualizaciones serán irregulares, es decir, no habrá alguna fecha exacta para subir un nuevo capítulo. Les reitero que si tienen alguna sugerencia para una nueva trama, pueden dejar en la caja de comentarios todas sus ideas. O si no la tienen. igual no olviden dejar sus reviews del capítulo, éstos me animan muchísimo para continuar ideando nuevos relatos. Contestaré todas las dudas que tengan en cuanto las lea :D

Muy feliz inicio de semana, buena suerte a tod@s!!<3


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