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Lamento en la tumba por YumeRyusaki

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Notas del capitulo:

Al igual que con Almohada de Espinas, con este fic me inspiré en uno de los poemas de Ritsos, Epitafio, del griego o60;πιτάφιος que significa “lamento en la tumba".

¡Se acabó el DIK!

Lamento En La Tumba
Yume Ryusaki


   «¡Huye, Takanori, huye!»

El remordimiento por seguir con vida se hizo presente apenas abrió los ojos.

—Todos están muertos, no queda nadie salvo nosotros —susurró, cubriéndose los oídos que estaban ensordecidos por el recuerdo de sus padres ordenándole que huyera. Arrastró su mirada por el lugar y gimió abatido al encontrarse con la figura maltrecha de su hermano tirado en la entrada de la cueva haciendo guardia—. ¿Akira? —Se arrastró para comprobar su estado mientras rogaba a la madre sol que no le dejara más solo aún.

—Estoy bien —respondió el mayor, fingiendo una sonrisa para tranquilizarlo.

—Estás muriendo —dijo, su estómago encogiéndose ante la idea de perderlo todo en una sola noche—.  El templo de Amaterasu está cerca, ahí debe haber corteza de raíz de olmo para tratar tu herida. Aguanta un rato más.

—Takanori, esos hombres nos están buscando. No van a dejar a nadie con vida.

—¿Por qué? —Akira no supo qué responder. Sus ojos se llenaron de lágrimas, no sabía si era por el dolor de su herida infectándose o porque conocer la respuesta a la interrogante de Takanori no cambiaría que en una noche sus padres, amigos y todos los aldeanos habían pasado sus gargantas por espada. Lo que dolía más era saber que no había podido hacer nada por ellos. El recuerdo de una sonrisa tenebrosa le paralizó el cuerpo exactamente como cuando sus padres eran asesinados frente a él—. Voy a salir.

Akira saltó al escuchar la voz de su hermano. Agradeció la poca iluminación de la cueva porque no quería que Takanori le viera como el cobarde que era.

—No vayas. —No quería quedarse solo, el silencio y la soledad le aterrorizaba. Mientras Takanori estuvo inconsciente estuvo rezando para que despertara pronto, para que le enfundara valor y así poder enfrentarse a lo que le esperaba apenas pusiera un pie fuera de ahí, que del mundo que conocía, solo cenizas quedaban.

—Tengo que ir por la raíz de olmo y por comida.

—No quiero estar solo.

Takanori se mordió la lengua para no recordarle que, de hecho, ya estaban solos. Asintió más por pena que por convicción. No sabía que harían a partir de ahí, ni siquiera tenía la seguridad de que iban a salir ilesos por lo que evitó a toda costa pensar en un plan de vida o tomar venganza. Miró a Akira tiritando y se aguantó reír, en verdad estaban en una situación lamentable.

La cueva se encontraba detrás de una cascada, hacía calor y la humedad presente iban a infectarle la herida a su hermano más rápido que en condiciones normales. Lo arrastró lejos de la entrada ignorando los quejidos de dolor y luego le abrió la parte superior del yukata. La herida era profunda, le sorprendió que Akira resistiera tan bien y no estuviese lloriqueando como siempre. La razón quizás era que el miedo a ser descubierto era grande o ya no tenía fuerzas para lamentarse siquiera. Lo que fuera, no podía dejarlo morir. Se apresuró a la cascada y se enjuagó las manos varias veces, luego, forzando los ojos, buscó en las esquinas de la cueva alguna telaraña que no estuviera sucia por el polvo. Casi sonrió cuando encontró una enorme y blanca tela, la tomó y capa a capa la fue colocando en la herida de su hermano, finalmente suspiró satisfecho con el resultado. Al menos con eso se aseguraba que la sangre coagulara, así ganaba  el tiempo suficiente para ir por la raíz de olmo.

 

Takanori ingresó al templo y buscó en la bodega la medicina. Estaba tan silencioso que su respiración chocaba contra las paredes de madera y en sus tímpanos se sentía como el bufido de un gran animal. Había tenido la esperanza de encontrar al menos a uno de los bonzos, pero de acuerdo a la tradición, todos habían bajado a la aldea para encabezar la tercera de las doce peregrinaciones al templo antes de que llegara el invierno y así agradecer a Amaterasu por un año más de cosecha. Akira había tenido razón al decir que nadie quedaba. Le sorprendía que el templo estuviese intacto y no le hubiesen saqueado ya pero agradecía que así fuera. Había mucha comida y eso le aseguraba más días de supervivencia.

Controlando el escalofrió que le recorría la espina dorsal, juntó sus palmas frente a la estatua de Amaterasu y luego se apresuró a salir del templo cargado con un botín compuesto de comida, ropa y medicina.

Después de varios minutos se detuvo, sentía que le observaban. El sonido de hojas secas siendo pisadas le congeló en el lugar y aguantó la respiración para que ningún sonido le delatara, expulsó el aire cuando lo único que pasó fue un par de crías de zorro jugando. Sus piernas estaban temblando, si en ese momento le descubrían ni siquiera iba a poder huir e, incluso si el temblor pasaba, con el pesado equipaje que llevaba tampoco iba a poder avanzar rápido. Decidió dividir su carga y haciendo el menor ruido posible, cubrió una parte con hojas y ramas.

Antes de acercarse demasiado a la cueva se aseguró que nadie le estaba siguiendo, pero la sensación de ser observado nunca le abandonó, sin embargo, todo parecía en calma y sin peligro, por lo que atribuyó todo a su nerviosismo y, recordando el estado de su hermano, brincó de piedra en piedra e ingresó a la cueva; su hermano aún dormía.

—Despierta, Akira, traje comida y medicina. —Akira abrió los ojos y volvió a cerrarlos de inmediato, se quejó en voz alta y no volvió a moverse—. Haz un esfuerzo, come algo.

Le acercó la fruta a la nariz y esperó que el olor pudiera avisparle los sentidos un poco, pero la debilidad era grande y luego de comer media pera, Akira volvió a dormir. En tanto, aprovechó para aplicarle el aceite de corteza de olmo y vendarle con la ropa limpia que había llevado. Comió el resto de la fruta que Akira había dejado y devoró un caqui, aunque la pulpa estaba jugosa y en otro tiempo lo habría sentido dulce, ahora solo sentía un sabor amargo expandiéndose en su boca y, escuchando la respiración intranquila de Akira, su garganta se cerró y sus ojos escocieron.

—No llores, Takanori, no llores —ordenándose a sí mismo, se levantó decidido a sobrevivir al precio que fuera. Asegurándose que Akira seguía dormido, salió de la cueva por lo que restaba del botín.

 

Al regresar con su carga a cuestas vio a una persona caminar en sentido contrario al que él iba. Era un hombre joven, su cabello era largo y más claro que el del promedio, sus rasgos eran elegantes y fríos. No pareció notar su presencia, no parecía notar nada a su alrededor, a Takanori se le figuró como un espíritu errante. Cuando iba a proseguir su camino, sus pies se clavaron en la tierra al notar que se había equivocado: ese hombre sí le había visto. Le miraba fijamente con ojos apáticos como si buscara ver a través de su alma, no hizo movimiento alguno, ni habló, tan solo le miraba. Luego de un rato en el que no sintió ninguna amenaza del sujeto, apostó por dar un paso y luego otro y alejarse de ahí lo más rápido posible. Después de avanzar lo suficiente se decidió a mirar atrás, nadie le seguía, nadie le miraba, nadie nada.

—Tal vez lo imaginé —susurró regresando su vista al frente. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, sus manos sudaron y empezó a temblar: frente a él se encontraba un demonio.

—Hola —saludó como si fueran amigos de años, sin embargo, la sonrisa del hombre le erizó la piel. No era el mismo que había visto atrás, era otro, sonriente y agradable a la vista, parecía amable, monstruoso y agobiante, olía a muerte—. ¿Tienes miedo?

Sus ojos brillaron ilusionados al comprobar que sí, Takanori estaba aterrado.

 »Haces bien.

Soltó una carcajada al verle retroceder, aunque estaba riendo, su rostro no tenía indicios de diversión sino de absoluta frialdad, lo que le hacía más atemorizante. Takanori soltó su carga y consideró huir, sin embargo, el hombre adivinando sus pensamientos, señaló con la cabeza detrás de él. No los había escuchado llegar pero ahí estaban dos hombres más, el que había visto antes estaba de pie, con los ojos muy abiertos, mirándole sin parpadear, y otro de cabellos negros que estaba retrancado en un árbol sin prestarle mínima atención.

—Oye, chico, ¿esa comida es para los que huyeron contigo de la aldea? ¿Cuántos son? —preguntó el pelinegro.

—Estoy solo… —Se sorprendió a si mismo al responder con serenidad, aun cuando su corazón latía desbocado y sus piernas temblaban. Si acaso lo que le mantenía tranquilo es que había dejado cuatro manzanas, dos caquis y peras en la cueva, el estómago de Akira ya no estaba vacío y aunque ocho frutas no le iban a durar mucho, si bastaban para que recuperara fuerzas y se curara a sí mismo.  Luego de matarle seguramente esos hombres no seguirían buscando sobrevivientes por lo que Akira iba a poder salir a buscar más alimento sin peligro alguno—. Estoy solo. ¿Van a matarme también?

—Yo no, pero no estoy seguro de que Kai piense lo mismo.

Takanori miró al hombre frente a él, su sonrisa había desaparecido. Retrocedió por instinto al no poder descifrar los pensamientos del sicario.

—¿Tienes miedo? —Volvió a preguntar, esta vez quería una respuesta clara.

—No quiero morir.

Llegó a pensar que iba a reírse nuevamente de él, pero Kai tan solo le dirigió una mirada de desprecio. Se agachó para recoger la maleta que Takanori había tirado y se la llevó a donde sus compañeros, se sentó en un tronco mientras esculcaba dentro y sacaba una manzana.

—Si quieres correr, hazlo —dijo, dando un mordisco a la fruta—, pero si te alcanzo, te mataré.

En la mano derecha del hombre portaba una espada más larga de lo normal, con tantos árboles, usarla iba a ser complicado por lo que sin pensarlo siquiera, dio media vuelta y corrió todo lo que sus pies le permitían, aun en la distancia alcanzó a escuchar un par de risas y la voz fastidiada del hombre que hasta el momento se había limitado a observar:

—Yutaka se puso a jugar de nuevo.

Se detuvo en seco al darse cuenta que la dirección en la que corría era a la cueva, respiró profundo y dio un vistazo atrás, nadie le seguía y todo estaba silencioso, tan solo el escalofriante silbido del aire meneando las ramas de los árboles se escuchaba, no había canto de los pájaros ni animales corriendo, parecía que la vida en el bosque se había extinguido y solo quedaba él. El corazón le latía rápido y la frustración y el miedo le cerraron la garganta.

«¿Por qué?» No recordaba haber ofendido a nadie como para pasar por semejante tortura.

—¿Tan rápido de cansaste?

—Sí. —No quería correr más, no porque hubiese perdido los deseos de seguir con vida, era que ser perseguido era más aterrador que morir. Cerró los ojos con fuerza, luchando contra las lágrimas que ardían en ellos. No iba a llorar, incluso cuando las ganas eran muchas.

—Entiendo. —Kai pronunció con tono calmado, Takanori enfocó su rostro, él también quería entender—. Camina.

—¿Qué crees que haces, Kai? —El hombre pelinegro se acercó intrigado.

—Necesitamos ayuda para cargar con el botín, Aoi, nosotros tres no podremos con todo. Camina —añadió dirigiéndose a Takanori.

—No seré un esclavo. —Había visto las condiciones infrahumanas a las que eran sometidos y definitivamente optaba por la muerte antes que el maltrato físico y moral, anudando la falta de comida y descanso, morir era un acto más gentil.

Aoi sonrió, por supuesto, él no estaba en posición de negociar.

—Escucha —habló Kai—, puedo fácilmente ignorar lo que hay detrás de ti o puedo ir y matarlos, tú decides.

Sudó frío. La persecución había sido exactamente como el hombre de cabellos castaños había dicho: un juego. Kai nunca habían tenido la intención de matarle, su único propósito había sido inyectarle miedo en las venas para que su determinación se debilitara y porque verle huir como un conejo asustado les debía parecer divertido. Estaba harto, llevaba dos días escondiéndose, peleando por sobrevivir cuando tenía todo en contra. No quería correr más, no quería huir más, pero si se presentaba la oportunidad, la tomaría. Si la intención de Kai había sido infundirle miedo, había errado.

—No te descuides porque si lo haces, seré yo quien te mate.

En respuesta, Kai sonrió. No había ningún indicio de malicia o hipocresía, era una sonrisa honesta, como si le creyera, como si lo esperara.

 

—Hey —tres meses no habían bastado para que pudiera acostumbrarse a su voz llamándole, podrían incluso pasar años y seguiría sintiendo el mismo escalofrío de repudio como única respuesta—, ¿dónde está Uruha?

—No sé. —Por suerte, desde entonces Yutaka no le miraba y tampoco le dirigía la palabra, cuando había la necesidad, como ahora, parecía que estaba hablado con la pared. Eso estaba bien.

Yutaka se quedó parado en la puerta dándole la espalda, era quizá el efecto de la luz o de su cerebro jugando con él después de tantas noches de insomnio, pero a Takanori le pareció que temblaba.

—Todas las noches tratas de huir, te agradecería que hoy no lo hicieras, porque si te atrapo, esta vez sí te mataré.

No le veía la cara y tampoco era necesario, Takanori sabía que quien en ese momento le advertía era Kai, el asesino, y no Yutaka, la persona promedio que carecía de valor para mirarle a los ojos. Sujetando con más fuerza la espada de la que nunca se despegaba, Kai lo dejó regodeándose en frustración. Todos los días intentaba escapar y todos los días fracasaba, Yutaka siempre estaba al asecho volviendo sus oportunidades mínimas. Tal vez, tanto Yutaka como Uruha, a quien solo le gustaba observar, pensaban en él como un necio, sin embargo, Takanori en sus infructuosas huidas iba tomando nota del terreno en que estaba atrapado, cada planta, cada piedra, cada detalle; cada noche avanzaba un poco más, era tan pequeño el avance que dudaba que lo hubiesen notado. Ellos le habían dejado vagar libre en la casa porque les gustaba ver las tretas que armaba para huir, su única ventaja es que le subestimaban y se iba a valer de eso para ser libre y buscar a Akira, confiaba en que aún estuviese vivo.

 

Takanori despertó por los gritos que provenían de varias habitaciones más allá de la suya. Se enderezó, cerró los ojos y disfrutó la siniestra melodía, esa de quien es perseguido en sueños de la misma manera que él perseguía a sus víctimas en la realidad. Entonces no era que Yutaka no pudiera dormir, es que no quería hacerlo: Yutaka tenía miedo a reposar la cabeza en la almohada porque era ahí donde se sentaban sus demonios a recordarle que era uno más de ellos. Era tan satisfactorio como inesperado enterarse que Yutaka podía sentir culpa aún después de tantas personas a las que había asesinado sin temblarle la mano.

Pensaba que había olvidado algo natural como lo era sonreír,  pero ante el descubrimiento, las comisuras de sus labios se estiraron automáticamente. ¡Bendito dios!

Se animó a salir de su cloaca y se detuvo frente a la habitación de Yutaka. No se le cruzó la idea de intentar escapar, fuera de la casa había guardias que si bien le iba no llamarían a Kai y ellos mismos se encargarían de acabarlo, por lo que prefirió ver con sus propios ojos la debilidad de su enemigo. Abrió la celosía con la debida precaución y se acercó a la cama. Al notarla vacía no le dio tiempo de retroceder pues los brazos fuertes de Yutaka le apresaron por la espalda.

—Por fin llegaste. Me duele la cabeza, quiero dormir. Voy a volverme loco, Kouyou.

Su voz sonaba desgarrada y estaba seguro que no eran por los gritos de antes. Por más que giraba la cabeza no podía verle la cara pero estaba casi seguro que Yutaka estaba soportando el llanto.

Tal vez fue la diferencia de estaturas o el olor corporal, cuando Yutaka enterró su nariz en la curvatura de su cuello, se separó al instante y a Takanori se le heló la sangre en las venas.

—Te escuché gritar —soltó antes de que Kai procesara que le había descubierto en un momento de fragilidad y le matara ahí mismo. La risa del hombre le causó escalofríos porque no sonaba para nada que se estuviera divirtiendo—. ¿Estás bien?

—¿Vas a decirme que estás preocupado por mí? —Por supuesto que no. Takanori prefirió ahorrarse la obvia respuesta. Ante el silencio, Yutaka se sentó en el futon y declaró—: Estaba soñando con las personas de tu aldea; probablemente haya visto el rostro de tus padres.

Apretó los dientes y los puños y controló sus impulsos; si convives con asesinos, puedes convertirte en uno también. No tenía miedo a matar a Kai, si no a hacerlo y no poder detenerse después.

—¿Te arrepientes?

Yutaka se echó hacia atrás en la comodidad de las sábanas y respondió con absoluta honestidad:

—No.

—¿Por qué? —Su voz sonó tanto a acusación como a súplica—. ¿Por qué? —Lo mínimo que merecía, a su parecer, era saber la razón por la que aquella noche habían sido asesinados. Sintió el ardor de sus uñas incrustándose en su piel y su mandíbula tensándose.

—Estás llorando, eh. —Kai se estiró y sostuvo con fuerza su espada, para su sorpresa, Takanori no retrocedió y probablemente no lo haría más a partir de ese momento. Takanori, aun con su resentimiento a cuestas tenía un alma noble, demasiado como para subsistir al lado de él y Kouyou—. Pobre imbécil.

—¡Responde!

—Te lo diré, te contaré todo, pero a cambio debes hacer algo por mí —en la oscuridad, Takanori pudo distinguir unos dientes blancos como afiladas navajas—. ¿Aceptas?

—¿De qué hablan? —Antes de que pudiera responder, una tercera voz se unió. Era aterradora la forma en la que ellos le salían por la espalda sin hacer el menor ruido—. Kai, ¿me esperabas?

—Uruha, ven aquí.

Takanori cerró la puerta detrás de él cuando Kai abría las piernas a Uruha y se enterraba ahí buscando un dulce consuelo.

 

—Has dejado de temblar —Yutaka asintió respirando profundo mientras se enrollaba en las sábanas sin preocuparse por si dejaba descubierto a Uruha—. Muy bien, ahora duerme. Yo estaré vigilando.

 

Takanori levantó la cabeza de su tazón de arroz y miró las pupilas mieles que no habían dejado de observarle desde que se había levantado. A donde sea que fuera, sentía la mirada del hombre clavada en su espalda, Uruha tenía la costumbre de observar todo y callar. Se apresuró a terminar de comer para hacer sus actividades diarias. No era un invitado, solo era un esclavo con suerte de poder sentarse a comer y de que su tarea más pesada fuera sacar agua del pozo. En los primeros días le había tocado cargar piedras para una construcción que Aoi realizaba cerca de ahí, pero luego de varios intentos de huida, Kai lo había arrastrado a la casa que más parecía un pequeño fuerte con una sola salida. Intentar escapar era esfuerzo inútil.

—Si quieres escapar, puedo ayudarte —Uruha hablaba poco, pero cuando lo hacía, sin duda le sorprendía. Por supuesto, Takanori no podía fiarse de su palabra, el hombre se mostraba amable la mayor parte del tiempo, pero eso no le hacía confiable. Aquella noche Kai no había sido el único en atacar su aldea. Había sido un ataque nocturno por lo que todos habían estado durmiendo y no habían tenido la oportunidad de defenderse como correspondía, pero el número de habitantes era considerable como para hacerlo solo. No había duda que aquella noche Uruha y Aoi también había levantado su espada o no habría razón para que los tres estuviesen juntos. La diferencia entre ellos es que Yutaka no trataba de ocultar lo que era, mientras que los otros dos fingían ser honorables personas. No, no era confiable.

—Antes de eso me gustaría saber por qué atacaron mi pueblo o por qué sigo yo con vida. ¿Por qué me tienen aquí?

—¿No te has dado cuenta aún? —preguntó retórico—. Es porque Yutaka quiere jugar y si eso le calma, no puedo llevarle la contraria.

—¿No lo haces al prometerme dejarme escapar?

—Sí, pero no tengo opción.

—¿Por qué?

La de por sí neutra expresión de Uruha se volvió aún más insondable cuando respondió:

—Porque no me gustan esos ojos tuyos que pretenden ser inocentes. —La desconfianza de Takanori fue vencida por la sorpresa y la indignación: él no pretendía ser nada, tan solo no quería que el odio le nublara la razón y convertirse en uno de ellos. Antes de que pudiera replicar, Uruha se le adelantó—: Cuando regrese, espero una respuesta.

Luego de eso Uruha desapareció no solo de su campo de visión, sino de la casa también.

 

—Tienes ahora dos propuestas, me pregunto cuál elegirás.

—Si pudiera, me gustaría no elegir ninguna.

Pero aparte de huir quería dar respuestas a sus «por qué». Estaba claro que ellos no eran personas confiables, pero al menos con Kai sabía a qué atenerse, él no escondía ni su culpa ni su maldad, él era un asesino y navegaba con esa bandera; Uruha no. Y menos podía confiar cuando Uruha estaba dispuesto a traicionar a su amigo, amante, o lo que fuese, con tal de no ver más a alguien a quien no soportaba.

—¿Qué pretendes que haga por ti? —preguntó, sintiendo repulsión por sí mismo.

Kai con esos ojos brillantes casi dulces, sonrió y le tendió su espada. Instintivamente, Takanori la aceptó. No hubo necesidad de que explicara, era obvio lo que le estaba pidiendo, le estaba pidiendo que matara, que fuera igual que él. Arrojó la espada y le miró con reproche. Habría aceptado que le rompiera las piernas con más gusto.

—No intentes que manche mis manos y que lo acepte. No me importa si me matas, no me importa no saber, derrama mi sangre y escupe en ella tanto como quieras, me niego a convertirme en una basura como tú.

Le desconcertó que Kai no tuviera reacción a sus palabras, sentía náuseas y estaba al borde de una crisis nerviosa, quería seguir pero su garganta estaba cerrada por la indignación y el profundo asco que sentía por siquiera haber considerado hacer un trato con él.

—Lo sé —Yutaka concedió con delicadeza—, pero esa persona… estoy seguro que querrías acabar con él.

—Incluso si fueras tú, no lo haré —resolvió, y por un segundo creyó ver decepción en los ojos de Kai.

 

Takanori veía a la puerta; en la puerta estaba Kai y su espada ensangrentada. Afuera no había nada; nada que no fuera remordimientos haciendo estragos y frío, mucho frío.

—Hey —no se movió de su lugar, ni siquiera pestañeó, entonces Kai se dio media vuelta. No había nada grandioso en su rostro pero se notaba diferente. Lo reconoció porque era justo lo que él había estado buscando desde que había dejado a Akira en la cueva: consuelo—. ¿Uruha aún no llega?

—No —percatándose de la expresión de ansiedad, añadió—: y no va a llegar.

Había escuchado que Uruha era el monje principal de un templo y le tocaba dirigir las ceremonias, en esas fechas, por ejemplo, le tocaba realizar una oración a los dioses para que el frío otoño les diera buenas cosechas. Si nada hubiese pasado él estaría preparándose para hacer lo mismo y recibir la llegada del invierno con cantos y oraciones a Amaterasu para que saliera de su cueva y les regalara sus rayos de sol. El recuerdo de su entrenamiento como monje hizo mella en su corazón. Él que no había cometido ningún pecado era un prisionero al que le habían arrebatado todo, Uruha que era un asesino era premiado con tal divina posición, siendo el intermediario entre dioses y humanos. Lo odiaba.

Algunas horas más tarde cuando tomaba nota de las posiciones de los guardias, los primeros gritos de Kai se escucharon en toda la casa. Había notado desde la primera vez que le escuchara que esas noches en que Kai no podía dormir eran en las que salía a hacer su trabajo, inhumano trabajo. Si acaso había una oportunidad de escapar era después de tales sucesos. Empezó a contar los días en cuenta regresiva hacía su libertad.

Kai se veía débil, demacrado, sin importarle la inclemencia del tiempo, solía dormir durante el día en el corredor y se despertaba sobresaltado, Takanori sonreía cada vez que sucedía.

—Espero que te estés divirtiendo —Kai dijo aun manteniendo los ojos cerrados. Takanori, creyendo que dormía, se detuvo cerca de su cabeza y le miró desde arriba con desprecio.

—Mucho, para ser honesto. —Ya no le sorprendía que Yutaka no se enojara cuando le hacía un comentario despectivo, pero la sonrisa carente de todo sentimiento alegre, aún le descolocaba.

—Eso está bien —respondió, encogiéndose, pareciendo vulnerable como un cachorro recién nacido.

—Tú… —llevaba un tiempo pensándolo y aunque las probabilidades eran muy bajas, no eran cero, mucho menos desde que Uruha había desaparecido. Se acuclilló a su lado y preguntó, sorprendido de no hacerlo con tono hiriente o gota de sarcasmo—: ¿Quieres morir?

Yutaka se enderezó, quedando a su altura, se acercó mucho a su rostro y le miró a los ojos. Takanori se revolvió molesto por ser incapaz de descifrar los pensamientos del hombre, desvió la mirada, pero los dedos de Yutaka sostuvieron su barbilla para que continuara mirándole.

—Sí —dijo finalmente, Takanori abrió la boca para responder pero le fue imposible encontrar su propia voz.

 

 

En la mansión había una estatua enorme y siniestra del dios de la guerra, Bishamonten. Cuando Takanori pasaba cerca de la habitación bajaba la cabeza y corría como si fuese perseguido. No soportaba ver la estatua, los ojos de bronce sin pupilas le enchinaban la piel.

—No es un dios amable. —susurró. No podía confiar en una divinidad que portaba una espada desenvainada y una lanza… Ese dios solo sabía de guerras y sangre como todo aquel que le servía.

—Ningún dios lo es —Kai respondió desde dentro de la habitación y a Takanori se le llenaron los ojos de lágrimas al no tener ni la entereza ni mucho menos las ganas de refutar. Siendo niño había sido ungido para honrar a Amaterasu pero ella nunca había escuchado sus oraciones. No importó cuanto rogó las heridas Amaterasu no las sanaba, suplicó por ayuda el día de la masacre y no los salvó. Cuando intentaba huir rezaba para conseguirlo pero siempre le descubrieron. No había una diosa misericordiosa que le protegiera, no lo había sentido así ni una sola vez—.Te abandonó, ¿verdad?

—Sí, lo hizo. —Era casi reconfortante aceptarlo en voz alta porque eso le evitaba tener esperanza y sonrió al ver a Kai a los ojos por primera vez—. Y tú también.

—Oh —susurró Kai—, estás equivocado. Estos no son los actos de quien ha sido abandonado por dios, son las acciones de alguien que espera ser olvidado.

—Tú no esperas ser olvidado por dios…

—¿Por un demonio entonces? —Kai se echó a reír—. ¿Acaso no son lo mismo?

—Nunca quise ser un monje —confesó más para sí que para Kai y había terminado odiando convertirse en uno casi tanto como odiaba a quien le apresaba ahí, quien le había arrebatado todos sus lazos con las personas que amaba. Al final tenía que aceptar que Kai tenía razón y así como los demonios daban desesperación a los hombres, de igual manera Amaterasu a él lo había dejado como un árbol marchito en terreno árido.

—Cuando te vayas de aquí no habrá lugar para ti, no tienes que ser un monje nunca más, puedes ser quien quieras.

—Incluso si estoy a la deriva, no significa que quiera ser un asesino como tú.

—¿Estás seguro que no puedes?

La pregunta va disfrazada muy sutilmente de una invitación. Takanori siente su sangre bullir mientras observaba a Kai ensimismado en la estatua de Bishamonten.

—La persona a la que quieres que mate, ¿eres tú? —No era una pregunta.

—Sí —confirmó. En sus ojos se encontraba la más pura y siniestra esperanza.

—¿Quieres que yo…? ¿Por qué?

En respuesta Kai suavizó su expresión y Takanori casi se ahogó en el asco al comprender que eso era lo más cercano a una sincera sonrisa.

 

 

Aoi apareció un día en la puerta de su habitación pero no hizo ningún comentario y Takanori tampoco tenía deseos de entablar una conversación con él. Pidió permiso con toda la educación que pudo reunir y salió para hacer sus tareas diarias.

—¿Quién era la persona que estaba en la cueva aquel día? —preguntó cuando Ruki más concentrado estaba en quitarle la escarcha al agua que había sacado del pozo. De todas las cosas que podía preguntarle, esa era la que menos se esperaba.

—Aoi, ¿dónde está Uruha? —Salvándole de dar una respuesta, Kai se acercó a grandes zancadas.

—No lo sé, vine a buscarlo.

—¿Por qué?

Aoi suspiró largo y dando una mirada a Takanori, invitó a Kai a caminar al interior de la casa.

—Hay algo que considero oportuno que sepan… —Takanori no alcanzó a escuchar nada más, pero a juzgar por la expresión de Aoi, quien a diferencia de Uruha y Kai no podía ocultar lo que sentía, era algo grave. Estuvieron toda la mañana hablando y cuando Aoi se marchó, Kai no salió de su habitación en lo que restó del día. Takanori se detuvo varias veces frente a la puerta, quería averiguar si eso que preocupaba a Aoi tenía que ver con su pregunta sobre la persona que se refugiaba en la cueva cuando le atraparon. Necesitaba saber si tenía que ver con Akira, pero si era así, entonces significaba que su hermano estaba vivo y por más preocupante que fuera el hecho de que esos tres podrían perseguirlo, sonrió.

La idea de que afuera aún quedaba parte de su familia esperándole le renovó el optimismo y la estupidez por igual, lo confirmó cuando el frio del lomo de una espada se pegó a su cuello. Maldito dios.

—¿Crees que un conejo tiene miedo de ser comido por un lobo? —Kai preguntó retórico y se respondió a sí mismo—: No. Es cuando es perseguido, cuando no sabe si será atrapado o lograra escapar, eso es lo más aterrador. Dime entonces, Takanori —pronunció por primera vez su nombre—, ¿vas a cooperar conmigo o tendré que perseguirte un rato?

—No vas a matarme, me necesitas.

—Si yo fuera tú, no estaría tan seguro de eso. —Sin embargo, la prueba de que tenía razón era que Kai había bajado su espada.

—¿Por qué yo? —preguntó, pasando a su lado, con otra huida fallida bajo el brazo.

—No lo sé.

Se detuvo un momento a mirar a Kai, podía leer más claro que nunca la desesperación del hombre y entonces, haber fracasado una vez más, no le fue tan decepcionante.

 

Un día, durante la comida, Takanori descubrió que el tazón de Kai quedó casi intacto. Bebía alcohol y se embriagaba de pesadillas. Kai… no, Yutaka día con día le fue pareciendo no más que una persona lamentable. Fue cuando la intensidad de su odio ya no era tan fuerte como solía ser, lo preocupante era que no sentía nada ante el descubrimiento, ni culpa ni sorpresa. Solo encontraba intolerable odiar a alguien que no soportaba siquiera su propia existencia. Sin embargo, no lograba explicarse por qué entonces Kai no dejaba de hacer lo que hacía, si temía a Uruha y Aoi —que lo dudaba—, entonces simplemente debía dejarse matar por ellos.

Reflexionando en eso, entró a la habitación.

—Come. —El olor a alcohol pululaba en la habitación como las moscas sobre la ropa sucia y mojada que Yutaka había dejado en un rincón.

Afuera la primera nevada del año se había desatado por lo que Uruha no debía tardar mucho para regresar  y, pensó, una vez Kai se restableciera, su rencor por él, también.  Solo debía evitar cometer el error de sentir compasión o eventualmente olvidaría lo que había hecho.

Sin embargo…

—¿Me tienes lástima?

—Sí. —Yutaka hizo una mueca ante su cruda honestidad y alcanzó una de las bolas de arroz que Takanori le tendió—. ¿Tanto le necesitas? —preguntó aludiendo a Uruha.

—Incluso yo necesito un regazo donde reposar a mis demonios —respondió.

—Así que ustedes son amantes.

—¿Qué te hace pensar eso? —Yutaka soltó una seca risotada, Takanori apenas evitó decir que en alguna ocasión vio a Uruha ofrecerle más que su regazo, pero ese era un asunto que no le incumbía—. No tenemos ningún tipo de sentimiento por el otro, incluso no somos amigos pero es lo más cercano a uno. Por cierto, la curiosidad no es buena, no en tu caso.

Sí, lo sabía, nuevamente había errado.

 

—Tengo hambre —Yutaka corrió la celosía a la media noche e informó. Estaba totalmente borracho por lo que Takanori se volvió a acurrucar en el raído futon y cerró los ojos esperando volverse a dormir rápido—. Tengo hambre.

Seguía nevando y sus sábanas eran muy delgadas como para querer estar despierto y padecer el frío. Casi olvidando dónde y quién le hablaba, Takanori sacó una mano de su tibia cama y le quita la espada enfundada con la que le había estado picando para que se levantara. Era difícil de creer que por una vez que le había llevado de comer, Yutaka creyera que pasaría una segunda.

—Tengo hambre —repitió por tercera vez, metiendo la mano bajo las sábanas buscando la espada que le habían arrebatado.

—No hay comida —respondió de mal humor y aventó la espada cerca de la entrada. Prefería morir a levantarse a esa hora y con ese frío, se cubrió hasta la cabeza y que Amaterasu le protegiera, si es que alguna vez iba a hacerlo.

—Pero tengo hambre.

—No es que me importa.

Esperó un rato pero la respuesta nunca llegó, de hecho había un sospechoso silencio que le enfriaba más que la nevada del exterior. Era imposible que entre la oscuridad y la borrachera, Kai hubiese salido sin haber chocado con la puerta al salir. Pensando lo peor, Takanori se destapó apenas lo suficiente y lo confirmó: sí, ahí seguía Kai, profundamente dormido.

—Soy imbécil —murmuró. La espada lejos de Kai y la puerta abierta… Se envolvió en la sábana y se acurrucó lejos de Kai en una esquina. Reflexiona, maldice y mientras Yutaka duerme tranquilo, él se ahoga en el asco por sí mismo.

Débil.

 

—¿Dormiste bien? —Una voz que apenas reconocía, lo despertó de golpe.

—Sí, bienvenido, Uruha. —Yutaka mira a su alrededor y luego repara en Takanori hecho ovillo en un rincón de la habitación—. ¿Qué hago aquí?

—Dormir, creo —Uruha encuentró divertido la confusión bailando en los ojos de su compañero, aunque llevaba asuntos más importantes que atender como para detenerse a bromear. Caminó a la salida invitándole a Kai a que le siga—. Me encontré con Aoi, supongo que ya lo sabes, tenemos que hablar.

—Kouyou, no.

El hombre de cabellos castaños se detuvo sorprendido tanto por la negación como por la entonación a súplica de su nombre de pila.

—Voy a morir, Yutaka, lo presiento —Uruha le muestra sus manos, estas tiemblan como si les faltaran los huesos—. Quien ha hierro mata, a hierro muere, ¿no? Es por eso que tengo miedo.

Yutaka elevó su mirada al techo y sonrió.

—Vamos.

En la misma posición en que despertó al escucharlos hablar, Takanori se queda, sin moverse, hasta entrada la mañana. Abrió la boca para bostezar pero lo único que emite es un sollozo. El dolor de cabeza procede a la explicación que no consigue encontrar al reflexionar porqué rechazó una oportunidad de escapar, o porqué Uruha cree que morirá.

—No entiendo nada. —Y solo es consciente de los latidos fuertes y rápidos de su corazón.

 

Las semanas que siguieron la ansiedad y la frustración no le abandonaron en ningún momento.

—Oye —Yutaka volteó cuando le tocó la espalda, parecía un hombre nuevo, más joven y fuerte, incluso un poco más atractivo—, ¿qué está pasando?

—No lo sé —respondió, y no hay ningún indicio de que miente.

—Los escuché —Yutaka negó con la cabeza sin comprender a lo que Takanori se refería—, ¿Uruha va a morir?

—Tampoco lo sé.

—Tengo miedo —confesó.

—No es a mí a quien deberías decírselo.

«Estoy plenamente consciente de eso, muchas gracias». La ironía le golpeó sin clemencia. Pero es que no tenía a nadie a quien decirle y Yutaka era un enemigo confiable. Sus ojos se llenaron de lágrimas, todo le estaba sobrepasando y no lo podía evitar.

—No llores. —Yutaka le secó una imaginaria lágrima y le ofreció una sonrisa que le resultó encantadora y de paso reavivó su resentimiento tal y como había esperado. No, no había llorado aquel fatídico día y no iba a empezar ahora.

—No me toques —escupió con determinación como si la preocupación y el miedo se hubiesen ido, como si todo estuviese bien, como si nada doliera.

 

«¡Huye, Takanori, huye!»

El sueño era recurrente, pero cuando el que gritaba fue Akira y no sus padres, Takanori se despertó buscando a su hermano, tratando de discernir qué era verdad entre la realidad y sus quimeras.

—¿Una pesadilla? —Muy lento giró la cabeza a donde escuchó la voz—. Buenos días, joven Matsumoto —Uruha sonrió al ver la expresión aterrada de su rehén. No había forma que conociera su apellido, incluso él por mucho tiempo lo había olvidado, que Uruha conociera el nombre de su familia solo significaba una cosa—: Sí, conozco a tu hermano. Hemos tenido una larga charla con él.

—¿Lo mataron?

—Lo intenté —confesó—, pero no pude hacerlo y se escapó. Y, de hecho, es él quien me busca ahora. Akira tiene unos ojos interesantes, llenos del odio que te falta a ti.

—Está vivo, no puedo creer que sobreviviese —festejó y lo entendió también, Uruha temía que Akira lo matara y no dudaba que lo hiciera, él era bueno con la espada y débil ante el sufrimiento.

—No fue por sus habilidades, Aoi tenía curiosidad y regresó a la cueva, lo encontró muriendo de hambre y de miedo. Lo curó, no sé por qué lo hizo y menos porqué le dio refugio en su casa. No, sí lo sé, es por la misma razón que Yutaka te trajo aquí.

—La absolución no la tendrán muriendo.

—No me digas eso a mí —sus rasgos se descompusieron por un segundo—, yo no quiero morir. —Takanori sonrió deleitándose en el pánico de su verdugo. Si Kai hubiese tenido esa expresión, probablemente no habría dudado en matarle—. Oye, ¿crees que…? —Uruha se mordió el labio fuertemente hasta hacerlo sangrar mientras consideraba lo próximo a decir—: ¿Crees que si le digo a Akira que tú y la mayoría de las personas en la aldea están vivas, pueda perdonarme? La verdad es que aquella noche Kai… no —se corrigió—, Yutaka salvó a muchas personas de tu aldea. ¿Sigues ahí? —añadió, sabiendo lo que sus palabras podían causarle a Takanori.

—Mientes —jadeó —. Todos murieron.

—No, por desgracia no, Yutaka lo hace a menudo. Él realmente es un hombre increíble, es el veneno y el antídoto al mismo tiempo.

—¿Están vivos? —Uruha asintió, Takanori apretó los labios, si decía una sola palabra, se echaría a llorar—. ¿Por qué? ¿Dónde está él?

—Se fue. Cuando entra en modo “Kai” nada lo detiene pero “Yutaka” es más fuerte aún y él solo quiere acabar con todo. La invitación que tú rechazaste se la envío a Akira y a diferencia de ti, tu hermano sí aceptó. Akira lo está cazando de la misma manera que Kai cazó a los aldeanos y de igual manera, no carga su espada. ¿Sabes cómo terminará esto? Primero será Kai, luego yo y por último Aoi. Pero alégrate, pequeño Matsumoto, eres libre.

—Quiero saber por qué lo hicieron —exigió, y su resentimiento resonó más fuerte que sus palabras.

—Pero si ya lo sabes: El templo de Amaterasu y las tierras a su alrededor pertenecen a tu aldea y estorban en la conquista del daimyo adorador de Marici. Él contrató a Bishamonten, nosotros, para hacerlo, pero a Kai y Aoi se les ablandó el corazón ver tantos niños, así que empezaron a herir a sus padres de tal manera que pudieran sobrevivir.

—Yo vi muchos muertos.

—Sí, los hubo. Fueron esos que no entendieron las intenciones de Kai. Él da una oportunidad, no dos.

No podía creerse las palabras del hombre. ¿Por qué de pronto le confesaba todo? ¿Por qué no le había matado o tomado como rehén para detener a Akira? Era imposible creer en su arrepentimiento y aún más difícil creer en sus palabras, por muy sincero que se viera. Inspiró hondo tratando de controlar a duras penas la crisis nerviosa que agitaba su existencia y entonces se animó a preguntar, porque pese a todo, quería creerle:

—¿Entonces sí están vivos?

—Más de la mitad, insubordinados, pero vivos, sí. ¿Alguna vez creíste que la diosa madre se agacharía frente a Marici? El templo ya no existe.

En ese momento poco le importaba que Amaterasu reverenciara a un dios budista.

—¿Por qué me cuentas esto ahora?

—Porque Kai se fue —respondió, su voz rompiéndose porque su preocupación le dolía—. Nunca quisimos ser esto, pero lo somos y no podemos cambiarlo ya. Él siempre esperó que yo pudiera detenerle, pero soy como él y no pude. Ahora que Akira desea cobrarnos las muertes de tu aldea, Yutaka parece feliz de tomar toda la responsabilidad de lo que los tres hicimos.

—No entiendo nada —susurró, levantándose por fin, encontrando sus rodillas débiles como para mantener el equilibrio—. No entiendo nada.

Kouyou se quedó en el mismo lugar hasta que Takanori salió del fuerte, esta vez los guardias no le prohibieron el paso. No había guardias, Kai los había convertido en sus últimas víctimas.

—Hoy será la última nevada —Uruha pronosticó al salir al patio. Desde que había empezado el invierno, era la primera vez que el cielo estaba tan despejado, no estaba mal. Girando la cabeza a la izquierda, saludó con una sonrisa—: Hola, sobreviviente. —Luego todo se volvió oscuro.

 

Takanori corrió en dirección al sur a donde se encontraba su aldea. Si conocía a Akira como creía, lo primero que iba a hacer era visitar la tumba de sus padres y si Uruha no había mentido, a esa misma dirección se había ido Yutaka, buscándole.

—Hey —la conocida espalda después de veinte minutos de camino, apareció en su campo de visión, Yutaka se veía muy tranquilo, como si fuera natural esperar en ese claro a su ejecutor. Cuando Yutaka le vio, sonrió como si fueran amigos íntimos.

—¿Viniste a despedirme?

Takanori negó con la cabeza y le tendió la espada que había dejado atrás en el fuerte.

—Uruha me contó.

—Hoy será la última nevada —dijo al ponerse de pie con lentitud y aceptar el arma. Se quedó unos segundos inmóvil—. No te creas todo lo que te cuentan, no todo es verdad. ¿Por qué estás aquí?

—No lo sé —respondió. De alguna manera que esa pregunta viniera de labios de Yutaka, le hacía sentir como un traidor pero  al mismo tiempo sentía que estaba en el lugar correcto—. Aún te odio, ¿sabes? Pero si Akira te mata, yo…

—Escucha —le interrumpió—, cuando me preguntaste si me arrepentía, te dije que no y no mentí.

—Si fuera verdad, ¿por qué sufres pesadillas?

—Takanori —pronunció con cadenciosa maldad—, ¿estás buscando justificarme?

Y entonces un puño apretó su corazón en el interior de su pecho cuando vio la siniestra sonrisa y apretó sus labios ahogando un sollozo. Elevó una mano tímidamente y la dirigió a la mejilla fría del hombre y se acercó lo suficiente como para susurrarle cerca de su cara:

—Sí. —Y dolió hacerlo.

—Gracias —Yutaka sonreía, sonreía y sonreía. Takanori no recordaba la última vez que había llorado pero ahora sus lágrimas corrían con enorme facilidad y aún en su delirio se preguntó si el agradecimiento de Yutaka era para él que le justificaba o para Akira que le mataba.

—Buenos días, hermano.

—Akira, no —sollozó—, no… no —Un segundo atrás sus manos estaban tocando la cara de Kai y ahora solo estaban llenas de sangre.

—Estás llorando —Akira sonaba sinceramente sorprendido. Incluso su mirada rebosante de resentimiento se había nublado por el desconcierto. ¿Por qué Takanori lamentaba tanto la muerte de ese hombre? No había llorado por sus padres, no había llorado por nadie en su vida pero parecía que le estaban arrancando a girones el alma mientras palmeaba el rostro de Kai en un vano intento de que no cerrara los ojos.

—Vete —Takanori pidió—. ¡Vete, Akira, lárgate!

—¿Por qué?

—No lo sé, no sé nada, pero si no te vas… ¿Qué hago ahora? ¡Quiero matarte!

Incapaz de comprender el actuar de su hermano y menos de procesar el odio que empezaba a anidar en el fondo de sus pupilas llorosas, Akira decidió marcharse. Quizás solo estaba consternado porque era el primer muerto que le conocía, quizás, pensó, Takanori no podía tolerar que su hermano se hubiese convertido en uno de ellos. Su espada permanecía enterrada en el estómago de Kai y no podía sacarla sin mover a Takanori, por lo que optó por recoger la que Kai había soltado cuando se deslizaba al suelo. Dio un último vistazo al hombre, era imposible que sobreviviese. Y ahora, ¿a dónde debía ir? Atrás de él estaba el camino al fuerte, al oeste estaba Aoi y al sur su pueblo. Quizás debía ir al oeste y terminar su venganza pero carecía de la determinación, girando sobre sus pies, se dirigió al sur a buscar a los sobrevivientes de su aldea.

 

Para Takanori el mundo desapareció.

—Cuando te parabas en la puerta del corredor, tu espalda abarcaba toda la entrada, toda la vida y entonces, sentía que te odiaba un poco menos —Yutaka se rio, aunque más parecía el gorgoreo de un ave moribunda—. La casa se inundaba de ti, de tu sombra, inmensa como un demonio perfecto y me reía de mí y te odiaba más aunque ya no era posible… Cuando dormiste en mi habitación estabas tan desprotegido y pensé que tal vez me estabas poniendo a prueba, pero dormías tan tranquilo que pensé que era imposible que hubiese maldad en ti. Siempre me equivoqué contigo, ¿cierto?

»¿Sabes qué es lo bueno de esto? Que por fin vas a poder dormir todo lo que no has podido. —Apretó los dientes y se obligó a sonreír al no tener respuesta. Antes de dejarlo completamente en el suelo, le dejó un amargo y primer beso en los labios. Quitó todo el cabello de la cara de Yutaka y delineó sus rasgos, parecía felizmente dormido, entonces solo quedaba despedirse—: Buenas noches, odiado Yutaka.

Se sentó en el suelo al lado del cuerpo inerte. Yutaka se había equivocado, no nevaría más, los primeros rayos del sol se asomaban entre los árboles anunciando la llegada de la primavera.

Todo había acabado. Takanori levantó la mirada al cielo en cálido recuerdo del hombre que una vez fue.

Notas finales:

Ya sé que no está editado y que parece todo un poco apresurado, no me digan nada que lloro, solo denme amorcito ; ;Pas que si no lo subía hoy, no iba a hacerlo nunca.  Esta shot tiene una secuela de unos cuatro capítulos -Cuna a la tumba-, continua exactamente donde este shot se quedó y sí, es kairu. No, la muerte no es el final~ peeeeero no he podido continuarlo... En fin, si usted llegó a esta parte tengo a bien informarle que este es mi último fic y ¡BIENVENIDO EL HIATUS!

Muchas gracias, fue un gusto...


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