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Canción de sol por Zachriel

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Kahella volvió a sus aposentos con las manos temblando.

La mujer Roja causó en ella distintas impresiones que no sabía a cuál atenerse, por una parte quisiera o no, sus ojos grises que no destilaban nada sí ofrecían un abismo en el que perderse sería sencillo, pero, por otra parte; Kahella también temblaba por los sentimientos de humanidad que habían aflorado en ella al verla en condiciones mucho menos que humildes. El olor del lugar causaba arcadas, el cabello que aunque brillante se antojaba sucio y enmarañado.

—Shyezai… Su nombre es Shyezai —dijo en voz alta, llamarla «mujer Roja»  la desproveía de su persona al reducirla y alejarla como su semejante.

Recordó su sueño y se cuestionó si Shyezai tendría que ver con el vestido de sangre. Sacudió su cabeza con suavidad intentando olvidar sus cavilaciones, solo había sido una pesadilla. Como cobarde que era, se hundió en la cama y continuó con su vida.

No volvió a las  cámaras subterráneas hasta dos semanas después, y le costó tres intentos llegar por fin hasta el final.  

Guardó en una pequeña bolsa frutas y pan y, abrigada por el secretismo que prometía la noche, descendió a las mazmorras. Constantemente volteó a sus costados buscando que alguien la vigilara, cualquier ruidito la hacía saltar ante la espera de ser descubierta. Respiró aliviada cuando entró al túnel que la conduciría a Shyezai. Aunque tuvo como impedimento un par de rejas, estas cedieron con solo un jalón al ser corredizas. Agradeció la confianza que había en los corazones de los hijos de Changó de que sus celdas eran inexpugnables.

Entró con antorcha en mano.

—Shyezai —llamó en un susurro—. Shyezai.

Tres pesados segundos transcurrieron antes que la hija de Oggún saliera a la luz.

—¿Has venido a regodearte, sacerdotisa? ¿Has venido a contemplar la miseria de tu enemigo?

Verla de nuevo hizo que su voz enmudeciera por un momento.

—Por supuesto que no —contradijo y se hincó buscando soporte para comenzar a sacar la comida de contrabando—. No sé qué tan bien os alimenten, así que os he traído algo. —Le alargó una manzana.

—Una vez al día pan y agua. —Cogió con desconfianza la manzana y antes de morderla agregó—: ¿sabes que si me matas con veneno mi clan de todos modos encontraría tu Comunidad?

Hizo caso omiso de su advertencia, Kahella no pretendía matarla, solo brindarle ayuda.

—¿En serio? —preguntó refiriéndose a su alimentación, miró con atención sus brazos—. No lo parece, o quizá sea a que Oggún todavía os protege que no estáis tan famélica como pensé.

—Es probable. —Shyezai comía sin apremio, como si la comida no fuese tan necesaria.

Kahella esperó con paciencia a que terminara, recogió las sobras y las guardó en su bolso.

—He de llevármelas, no quisiera que alguien las viera.

—Está bien, sacerdotisa.

Se levantó y con un asentimiento se despidió.

A partir de ese día, después de ver al chico con el fuego en los ojos, ella corría a las mazmorras a alimentar a la hija de Oggún.

Al principio ninguna hablaba, solo se miraban como si esperasen algún arrebato por parte de la otra, mas Kahella continuó visitándola todas las noches como le era posible. Tal vez se debiera a que representaba un mundo por entero distinto al que ella conocía, o tal vez la causa fuera el metal en su mirada, fuese lo que fuese Kahella comenzó a disfrutar de sus pequeños momentos con la Roja.

De pronto, se sorprendió conversando con ella de la vida que llevaba antes de ser capturada.

—Ese día a ambos nos castigaron por jugar con las armas de padre —relató la pelirroja—, pero a pesar de ello, fue el día en que descubrimos lo que querríamos ser de grandes: guerreros. A él se le facilitaron las armas a distancia, las lanzas, los arcos y ballestas, en mi caso fue el combate cuerpo a cuerpo, las espadas y demás.

—¿Cómo se llamaba tu hermano?

—Querrás decir cómo se llama. Él está vivo, lo sé. Su nombre es Shyurie.

—¿Se parece a ti?

—Sí, somos hermanos gemelos.

—Qué bonito.

Kahella aprendió que en la vida de Shyezai no existió una diferencia tan abismal entre los hombres y mujeres, que ambos podían desempeñar el papel que desearan y que el mayor propósito de las mujeres no era casarse ni tampoco yacer bajo su dios padre.

Conoció de Shyezai que, si no deseaba algo bastaba decirlo para hacerse escuchar, que no había necesidad de patalear, de correr ni de escapar, que si una mujer no quería ser madre su decisión era cuestionada por muchos, pero que también muchos la apoyaban.

Kahella se encontró en medio de dos mundos, en medio de dos tierras que no comprendía del todo. No pertenecía allá, porque no había nacido con ojos grises aunque sus ideas fuesen similares, tampoco era de aquí porque su mente cuestionaba todo aun cuando su nacimiento hubiese sido bajo la mirada de Changó.

—He de irme, mañana vendré de nuevo.  Qué descanséis —se despidió y marchó a sus aposentos.

Cuando llegaba a su habitación, su cuerpo estaba tan cansado que no tardaba en sucumbir a la oscuridad del reposo; empero, esa vez, escondida bajo las cobijas, lloró por no sentirse cómoda en el sitio en donde se hallaba, porque quería ser más y quería ser menos al mismo tiempo. Ser una sacerdotisa le había valido por una vida más acomodada, mas seguía bajo el yugo de los hombres. Y si ella corrió con suerte en demasiadas ocasiones, pues hasta el momento seguía siendo pura, muchas sacerdotisas no, muchas aunque gritaran y se impusieran terminaban doblegadas por el dolor físico.

La noche siguiente volvió a los calabozos. 

—Shyezai —llamó y un segundo después la mujer Roja apareció.

Ambas se sonrieron.

Kahella no habría podido definir su relación como amistad, era cierto que ya no se trataban con recelo, que ya no se lanzaban miradas suspicaces a espera de sorprender a la otra cometiendo una falta, pero tampoco eran lo que se decía cercanas, de vez en cuando Shyezai le narraba retazos de su vida pasada, mas eran momentos que aunque bellos para Kahella no resultaban íntimos por completo. Entre ellas había algo, era claro, como la confidencialidad por un secreto que era consecuencia del inevitable resultado; porque si descubrían a Kahella, Shyezai lo pagaría igual o más caro que ella. Y funcionaba a la inversa, si Shyezai soltaba algo, por nimio que fuera, ambas acabarían castigadas.

Sacó nuevamente la comida y se la dio a la hija de Oggún.

Conversaron nuevamente, aunque más que conversar aquello parecía un monólogo; Shyezai era la que hablaba y rememoraba sus aventuras.

—Una vez un hombre pidió mi mano —confesó.

—¿De verdad?

—Ajá —dijo con una expresión de superioridad—. Mi hermano fue el primero en oponerse, esa ocasión estábamos reunidos en la mesa cenando. Se trataba de un mercader, y mi hermano abogó diciendo que yo merecía algo mejor, era el único que no dejaba de hablar. Mi madre por su parte callaba, ella no dijo nada, y luego comprendí por qué. Entonces, padre se hartó de Shyurie, golpeó la mesa y lo silenció, clavó sus ojos en los míos y lo que me dijo me marcó de por vida: «Como tu padre deseo lo mejor para ti,  como tu padre quisiera que vivieras siempre bajo mi protección, pero sabemos que tan cierta es la muerte como la vida. Con un mercader tu vida estará solucionada, con el mercader más rico de la Comunidad tu vida será tan placentera como la de la esposa del jefe del clan, pero eres tú, hija mía, quien debe decidir qué espera de la vida. Plantéate tus sueños y anhelos y, cuestiónate si a lado de ese hombre podrás cumplirlos; si podrás amarlo siquiera. Tienes derecho a casarte por amor o por lo que quieras. La decisión es solo tuya, Shyezai.» En mis ojos se agolparon las lágrimas, sus palabras me calaron hasta el alma y corrí a abrazarlo. Fue cuando me di cuenta de lo que había hecho mi madre: callar para no sembrar interrogantes en mi mente que afectaran mi decisión.  

—Eso fue hermoso. —A pesar de pensar lo que dijo, en su corazón hubo un poco de envidia, a ella nadie le había preguntado qué quería, y sus padres estaban muertos.  

—Sí, mi padre es un gran hombre. ¿Y el tuyo? Nunca me cuentas nada de tu vida.

—Mis padres murieron cuando era yo una niña, sé que fue en un accidente cuando visitaron el mundo exterior, dicen que afuera es peligroso, mas si os confieso la verdad: a veces ardo en deseos de salir corriendo de aquí. Desde que tengo memoria he vivido con mi tía, su marido y mi prima. Atianey es el nombre de mi prima, no conozco bien a mis tíos, mas a ella sí. Ella desea ser la mujer que atienda y sirva a su marido. —Kahella fue consciente del resentimiento que teñía su voz.

—Y nunca lograste comprender por qué pensaba así —concluyó Shyazei.

—Es que no puedo comprender qué placer encuentra al vivir con la mirada gacha.

—Las personas somos complicadas y, al mismo tiempo, simples, ¿alguna vez te cuestionaste que quizá solo buscaba protección?  Tú me lo contaste: cuando las mujeres se casan su vida se soluciona. Claro, tanto como es posible vivir aquí.

—Supongo que sí. Sabéis, a veces la envidiaba, por no poder compartir sus sueños y ser como se esperaba que fuera.

—Es normal.

—¡No, no lo es! —Perdió la compostura y un segundo después cubrió su boca, el calor en su rostro se hizo presente—. Lo lamento, he de irme. —Levantó las sobras y abandonó las mazmorras.

Le llevó dos noches volver a descender a las mazmorras, le avergonzaba la actitud que había adoptado aquella noche. Y durante esas noches tampoco había ido a la biblioteca, en cierto modo, muy a su manera, se estaba autocastigando por haber ido en contra de Tian.  

A la tercera noche, caminaba con la capa cubriéndole hasta la frente, la capucha sesgaba gran parte de su visión, pero conocía el camino tan bien que no le preocupaba. No veía casi nada y por tanto no fue consciente que alguien caminaba en dirección contraria, hasta que se impactó contra su hombro derecho. El impacto fue tan fuerte, pues ella iba rápido, que la tiró y las frutas contenidas en el bolso se desparramaron.

Alzó la vista para recriminarle al culpable y se encontró con un fuego que hacía que sus rodillas temblequearan.

—Disculpadme. —El chico de ojos fuego comenzó a recoger los frutos desperdigados.

—Estoy bien, y la fruta puede limpiarse, no tenéis que preocuparos. —Su puso en cuclillas y ayudó a levantar la comida.

—Gracias. —Sonrió y un pequeño hoyuelo, apenas perceptible a tan corta distancia, se hizo en su mejilla izquierda.

Un instante después él continuó con por su camino.

Kahella no supo cómo responder, no entendió a qué se debía su gratitud. Suspiró y se encogió de hombros. Sonrió feliz, lo había visto. 

Bajó las escaleras hasta las mazmorras con una alegría palpable, su piel se sentía cálida y el corazón le palpitaba gustoso.

—Lamento no haber venido noches anteriores —disculpase no resultó tan difícil como lo había creído, y completó con una mentira—, he tenido mucho que hacer y la sacerdotisa Tomary no se fía en mí, y no logro descifrar sus razones. —Vale, que eso no era del todo mentira, Tomary la observaba hasta en las prácticas de tiro al blanco.

—Está bien. —Shyezai sonrió con comprensión—, pero no me acostumbres a cenas tan magnánimas y luego me abandones —dijo sobándose el estómago.  

Rio con suavidad.

—¿Qué edad tenéis? —inquirió, nunca en sus noches compartidas lo había cuestionado, y la mujer Roja ostentaba una madurez que la hacía sentir una cría.

—Veintiuno.

—Sois muy joven.

—¿Y tú?

—Dieciocho —respondió, y al escucharlo en sus labios se percató que hacía casi un año que no veía a su familia.

Recordó haber preguntado cuándo podría verla, pero Akeyht se limitó a decir que cuando estuviera lista. La cuestión ahora era ¿cuándo estaría lista?

—¿Y a qué se debe la alegría de esta noche?

—¿Perdona? —La sangre subió a su rostro.

—Tienes las mejillas coloreadas, la luz del fuego te delata. Pareces distraída y no dejas de morder con nerviosismo tu labio.

—No es nada, solo me ha pasado algo que me alegró.

—Déjame adivinar. ¿Has visto a tu dios?

Frunció el ceño.

—De acuerdo, eso no. ¿Te ascendieron de nivel? Digo, ¿siquiera tienen niveles?

Kahella negó con una sonrisa reprimida.

—¡Lo tengo! ¡Estás enamorada! —canturreó.

Su corazón retumbó con ansias de salirse del pecho.

—No, no. —Sonrió sin pretenderlo.

—Oh, vamos, dime su nombre. ¿Cómo es él?

Agachó la mirada y estuvo tentada a confesárselo.

«Soramk»

—Sobre su nombre, no lo sé, yo solo lo llamo «El chico con el fuego en los ojos» —mintió, era un secreto del cual no estaba dispuesta a desprenderse todavía.

—Oh, querida. —Shyezai sonrió con ternura—. He pasado por lo mismo, aunque yo nunca lo renombré. —Los ojos grises de la mujer reflejaban comprensión pura y una pizca de alegría.

—¿También sentiste tus piernas traicionarte y querer hacerte caer? ¿O punzadas de dolor cuando él os miraba y no veías nada en su semblante que delatase que os conocía, o que siquiera os viera?

—Sí. En mi Comunidad una vez me gustó alguien como te gusta a ti ese sacerdote, ¿o es un criado?

—No, no, es un sacerdote…—Quiso hablar más, contarle todo; sin embargo, sentía que ya había quedado demasiada expuesta, que se había vuelto un libro abierto—. No importa, cenemos —dijo tendiéndose en el suelo y pasaron largos minutos antes de que volviera a hablar—. ¿Llegasteis a algo con ese muchacho?

—¿Con quién?

—Con el que os gustaba.

—Oh, sí, pero al poco tiempo me aburrí. Él no tenía alas.

—¿Alas? —cuestionó realmente asombrada, ¿acaso Shyezai las poseía? ¿Cómo las perdió?

—No literalmente. Nuestros mundos no eran compatibles, él quería que sentáramos cabeza, y yo quería continuar guerreando.

—Oh, ya comprendo. ¿Y antes de ser capturada, estabais con alguien?

—No.

—Entiendo.

Volvió la mirada a la comida que estaba frente a ella.

—¿Pero, quieres que te confíe algo? —Shyezai le sonreía con complicidad.

—Está bien. —Olvidó la comida y centró su mirar en la mujer de pelo rojo.

—Antes, debes prometerme que no lo dirás a nadie.

—Lo prometo.

—Júralo por lo más preciado que tengas.

Las palabras de Shyezai hicieron que se detuviese a pensar en qué era lo más preciado que poseía. En realidad nada, su posición no le importaba, su familia era preciada, pero no estaba en la punta de la cadena, su vida misma tampoco le importaba demasiado en esas condiciones. ¿Qué era aquello de lo que recelaba y velaba para que nadie robase o descubriera?

«Soramk»

—Lo juro.

Shyezai suspiró como si hiciera acopio de toda su valentía.

—Conocí a alguien estando aquí.

Parpadeó estupefacta. ¿Alguien? ¿Estando en los calabozos? ¿Un hijo de Changó?

—¿Cómo?

—Sí, una noche pronta a mi captura, igual que tú, bajó y me trajo comida. Al principio se la escupí, y todavía no entiendo por qué no se rindió, curó mis heridas también y las vendó, mas yo seguí sin confiar. No obstante, conforme pasó el tiempo poco a poco descubrí que no era mala persona.   

Kahella se percató que Shyezai protegía a la persona bajo sus palabras, pues aunque había contado cómo se conocieron, ella desconocía si era hombre o mujer, tampoco mencionó su nombre.

—¿Es ella o él? —inquirió.

Vivir bajo Changó no había generado en su cabeza contras por las relaciones lésbicas, pero si se tratase de una relación entre hombres, su mente se habría opuesto de inmediato… porque su formación se lo dictaba, más si horadaba en su ser no le afectaba en nada el amor entre hombres. Tanto le daba que se tratase de una relación heterosexual como homosexual.  

—Él.

Entre sus emociones encontradas, se sintió feliz por ella, y por sí misma, porque significaba que no estaba sola en su creencia que hijos de Oggún no eran malos, que alguien más velaba por Shyezai. Un hombre creía en lo mismo que ella: el nacimiento no sentenciaba el ser bueno o malo en nadie.

—Cuéntame todo, desde tu captura —pidió emocionada.

—Mi clan, en realidad, no me hechizó. —Con la mirada Shyezai se disculpó—. Fui enviada no para revelar su ubicación, sino con una oferta de paz. Nuestros dioses padre han estado enemistados desde el principio de los tiempos, y mi Comunidad no cree que debamos continuar así. Mucha sangre se ha derramado en los caminos hacia el exterior. Los hombres de cada bando apenas se ven y se odian sin haber convivido antes, no hay una razón lógica para nuestras acciones.

»Los problemas de los dioses con los dioses deben morir.

»Nos enviaron a mi hermano y a mí, pero tomamos caminos diferentes con la intención de cubrir mayor terreno en menos tiempo posible. Me costó mucho dar con ustedes, ¿sabes? Tuve que visitar incontables bibliotecas, libros sobre África y diversos más de teología y mitologías. Porque eso somos para la gente de fuera: mitos.

»Cuando al fin encontré su Comunidad, apenas pisé la tierra fui rodeada de lanzas apuntando a mi pecho, hombres y mujeres blancos y negros, no presté singular atención a ninguno. En mi espalda cargaba un mandoble, a ojos de cualquiera yo tenía intenciones de combatir, así que con lentitud la desenvainé y la arrojé al suelo mientras les obsequiaba mi mejor sonrisa a los guerreros, pero ellos no se inmutaron. Entonces comencé a hablar, a pedir para ver a su Oba y plantearle lo que mi clan pretendía. Pero esos hombres eran más bestias que humanos, y se abalanzaron sobre mí. Todos ellos con lanza en mano y yo sin nada para defenderme, por supuesto que recuperé mi arma, pero para entonces muchas puntas de lanza habían cortado mi piel. Al darme cuenta que podría perder la vida, luché con fervor y sí, maté a tres hijos de Changó y a varios más los herí de gravedad, pero juro que fue en defensa propia. Cuando me sometieron, tuve que ingeniármelas para retener en mi cuerpo la vida, así que mentí y dije que estaba hechizada.

»Nunca tuve el placer de conocer a su Oba, después de eso fui arrastrada hasta aquí y condenada al olvido. Salvo por las veces que Akeyht se digna a visitarme con la intención de humillarme y mostrarme como a un animal de feria. En mi cuarta noche, vino y me llamó «afortunada»; de su boca me enteré que planteó la posibilidad de sacarme de la aldea y matarme en los alrededores, mas no todos pensaron como él y la propuesta fue desechada, dijo que eran débiles. Un par de veces pretendió humillarme al forzarme; la primera vez me salvé a fuerza bruta, en la segunda trajo cuerdas con las que atarme, pensé que estaba perdida, pero entonces él intervino. Discutió con el sacerdote oscuro, ambos se marcharon y desde entonces Akeyht no viene si no es para mostrarme como un animal exótico.

La revelación fue como si a Kahella la sumergieran en agua fría durmiendo. El concepto en el que tenía a Akeyht era en uno muy distinto al que Shyezai le revelaba. Akeyht había sido el más comprensivo, el que más le ayudaba, el que siempre la procuró. Seguramente había cambiado, la gente cambia para bien. Sí, sí, eso debió haber pasado.    

—La noche siguiente el mismo sacerdote blanco bajó, dijo que vigilaría para que nadie intentara hacer lo que Akeyht. Sin embargo, no solo hizo aquello, también curó las heridas que había granjeado y cada noche, de vez en cuando mañanas y tardes, comenzó a proporcionarme comida.

»Una tarde, él dijo que yo le recordaba a las estrellas. La verdad es que lo injurié cuando lo confesó, pero él continuó hablando. «Brillas solo en la oscuridad, luces tan fuerte a pesar de la distancia. Y cuando crees que nadie te mira, te abstraes pensando en cosas que yo quisiera  conocer. Estás tan lejos de mí como ellas lo están de la tierra.»

»Allí comenzó todo. Sentí que podía confiar en él, que podía hablarle sin temor a ser traicionada. Me confió sus tradiciones, su filosofía y luego, cuando caímos en cuenta que lo que sentíamos no era sino amor, él me relató desde el primer instante en que me vio; lo curioso es que me vio sin tenerme enfrente...

»Kahella, él me mostró que no todos los hijos de Changó son bestias. Él es la amabilidad misma. Él y tú me han demostrado que no son malos.

—¿Cómo se llama?

La hija de Oggún sonrió como si fuese su secreto más preciado.

—¿Y si mejor te lo presento?

—¿Qué? No.

—¡Por qué no? Yo te prometo que te agradará.

—Está bien —aceptó con el alma temblándole.

Shyezai asintió.

—Baja, por favor —llamó la mujer Roja.

Entonces, el corazón de Kahella cayó a sus pies.

Era el chico con el fuego en los ojos.

 


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