Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Canción de sol por Zachriel

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Kahella se burló de sí misma en su fuero interno, ¿cómo podría siquiera pensar en delatarlos si lo había jurado por él?

Se obligó a sonreír. Sus lágrimas quisieron aflorar, mas en esa ocasión el agua salada de sus ojos guardó su secreto.

—Por eso me agradecisteis —dijo con un susurro.

—Sí, gracias por hacerle compañía —respondió Soramk.

Existió un tiempo en que su voz fue música para sus oídos, que aunque fuese muy distinta a la que le había imaginado, le terminó gustado, pero en ese instante su voz solo fue lacerante.

Luego, sin perder momento, Soramk se enfocó en Shyezai, sin mencionar nada sobre la visión en donde vio florecer a Kahella, tampoco sobre cuando la capturaron, era como si aquellas cosas nunca hubieran sucedido. Solo existía la pelirroja para él, Kahella en la escena, en el momento, salía sobrando.

—No debéis agradecerme nada. —Quiso decir algo más, sentía que debía hacerlo, pero su dolor se lo impidió.

De la nada, la mujer Roja comenzó a vomitar todo lo que ingirió minutos antes.

—¿Qué os sucede? ¿Estáis enferma? —Brindó un poco de agua a Shyezai.

—Respirad, amor, respirad —murmuraba Soramk con dulzura al tiempo en que acariciaba su espalda.

—¿Qué le pasa? ¿Por qué lucís tan calmado? —Una nota de histeria se asomaba en sus palabras.

—Ella está embarazada —sentenció el chico con el fuego en los ojos—. Y por eso nosotros os necesitamos.

—¿Para qué? ¿Deseáis una comadrona? Porque yo no lo soy y, aunque lo fuera, ese niño no duraría ni un día, los sacerdotes os colgarían, a ella, al bebé y… No sé qué harían con vos.

—No, pretendemos escapar. Ayudadnos a huir de aquí.    

 «No, no, no. Os perdería.»

—Por favor, sacerdotisa… —La voz de Soramk daba cuenta de su amor por la Roja.

«No conocéis ni mi nombre.»

—Sabéis bien lo que nos sucedería si nos quedamos, Shyezai moriría apedreada mientras yo seré atado para contemplarlo. Eso pretendiendo que no me acusen de traición. Sacerdotisa, con vuestra ayuda podríamos fugarnos y nadie se daría cuenta.   

 «No.»

—Por favor, sacerdotisa. —Soramk se levantó y avanzó a ella. 

«Nunca me habéis visto.»

¿Pero qué podía hacer ella? No era diestra en el ilusionismo, es más, todavía no había incursionado en esa materia. ¿Para qué les servía una sacerdotisa negra principiante?

—Los ayudaré a escapar —aceptó entre la presión y otras cosas.

Si con una cuerda que proporcionase  los podía auxiliar, lo haría.

Su alma se marchitó, su corazón se vio oprimido por manos invisibles, todo le causaba una desazón en el pecho que buscaba consumirla. Lo que la mantenía de pie, era saber que estaba cerca del chico con el fuego en la mirada, que aunque no fuera como ella había imaginado en sus noches de fantasía, podía por lo menos hacer algo por él.

—Gracias. —Shyezai tenía los ojos cristalizados—, tú y tu amado podrían venir también.

Sonrió con gratitud, su amado claro que iría, solo que no sería de la manera en que la Roja lo creía.

Esa noche fue la primera que compartieron los tres.

Kahella y Soramk bajaban a las mazmorras juntos cada noche, y ella se bebía la relación entre Shyezai y él. Los miraba y descubría genuino amor en sus miradas. Incluso un niño podría haberse percatado que había amor entre ellos, que había amor y algo parecido a la magia, pura, limpia y buena. Lo mismo que residía en Kahella por Soramk.

Unas semanas después, Shyezai expuso su corazón al chico con el fuego en los ojos.

—Soramk, a Kahella le gusta un sacerdote al que no le habla —dijo la mujer Roja como quien no quería la cosa.

—Oh.               

El interés que mostró Soramk era el necesario para ser cortés, Kahella se percataba de la poca importancia que tenía, para él, con cada gesto y acción. Él era amable, como lo sería cualquier persona ante un desconocido, nada más.

—Sí, sí, solo que no sabe su nombre. ¿Cómo habías dicho llamarlo, Kahella?

—No importa, creo que se me ha pasado el gusto.

Shyezai frunció el ceño.

—Es una pena. —La Roja no se creyó su cuento, mas cedió a la batalla.

Durante cada noche se fueron haciendo de las cosas necesarias para facilitar la huida, comida deshidratada, cuerdas, ropa abrigadora y uno que otro cuchillo para defenderse.

Todo parecía ir sobre ruedas, y aunque le doliese a Kahella verlos besarse, el amor que sentía por Soramk era tan grande que le permitía anteponer su felicidad a la propia.  

Los días fueron sucediendo, y las Noches del Sol se avecinaban. Tres días y entonces ellos serían libres, durante las celebraciones los sacerdotes volverían a abandonar el Palacio de las Almas y, ellos podrían escabullirse frente a sus ojos y no lo verían.

Empero, algo la inquietaba, no había decidido todavía qué camino tomaría; por un lado, si se iba podría vivir como quisiera, sin depender de nadie más que de sí misma, pero si lo hacía, no volvería a ver a nadie, ni a Lane, ni a Tian, ni a sus tíos. Por el otro, ella podría quedarse, servir como sacerdotisa, ver a su familia cada vez que saliera a la Comunidad, y tal vez olvidaría a Soramk, aunque lo último bien lo podría hacer en el mundo exterior. Era por ende que sus caminos solo se entrelazaban hasta la salida de la Comunidad, luego ellos se marcharían a vivir su final feliz, y ella iría dando tumbos por la vida hasta encontrar su sitio.

Había aplazado la decisión porque no sabía qué hacer, jamás en su vida, por mucho que añorara salir de la Comunidad, se había regalado la posibilidad. Y ahora se la ofrecían ellos, Soramk se iría, y su familia ya la habría olvidado con los beneficios que habría recibido por ser allegados de una sacerdotisa, no tenía lazos que la mantuviesen dentro.

Kahella podía ser comparada a un globo perdido. Lane significó algo, pero se habían distanciado por la reglamentación de los sacerdotes…

—¿Los has decidido ya? —La voz de Shyezai estaba repleta de dulzura y comprensión.

—¿El qué?

—¿Vendrás con nosotros?

¿Cómo era posible que esa mujer la conociera incluso mejor que ella?

—Lo he decidido.

—¿Y bien?

—Marcharé con ustedes.

Los días pasaron cada vez más lentos y sus nervios la traicionaban, no lograba concentrarse en las enseñanzas de lenguas antiguas, ni en las prácticas de danzas, un par de ocasiones tiró bandejas que contenían la ofrenda a Changó, y muchas más falló al blanco en las prácticas de arco.

Acompañó a Soramk todas las noches, salvo en la última. Sentía a Akeyht vigilarla, estaba preocupado por su bienestar, y sus malas actuaciones lo habían conducido a eso. No quería echar a perder todo.

—¿Estáis bien, Kahella?

—Sí.

—¿Segura? Parecéis distraída. —Akeyht se acercó y colocó un mechón de cabello tras su oreja.

—¿De verdad? Tal vez se deba a que hoy empiezan las noches de ofrenda a Changó.

—Despreocuparos, lo haréis bien —confortó.

Cuando terminó su práctica fue a sus aposentos, guardó todo lo que tenía significado en un pequeño bolso; en realidad, solo eran unas pulseras que le agradaban y el sobre que guardaba escritos sus sentimientos. Todo lo demás resultaba prescindible, escondió el bolso debajo de la cama.

Era esa noche.

Las criadas llamaron a su puerta, se acercaba el momento en que saldría por primera vez a la Comunidad desde su captura. Les permitió la entrada, y se dejó hacer. Fue ataviada con un vestido rojo, como todas las sacerdotisas, los sacerdotes irían de plateado. Sus párpados coloreados de un dorado hacían ver sus ojos marrones más oscuros, sus labios solo recibieron un bálsamo. 

Unos minutos después que las mujeres se fueran, llamaron a su puerta. Sabía que era Soramk.

—Estoy nerviosa —dijo al tiempo en que abría la puerta.

Pero no era Soramk, era Akeyht.

—¿Esperáis a alguien?

—No, es una queja al aire —se justificó—. ¿Necesitáis algo?

—Bajemos juntos —ofreció—. Vayamos a la Comunidad, gocemos de la celebración de Changó.

Aceptó reticente, eso no estaba dentro de lo planeado. Ella debía bajar con el chico con el fuego en los ojos, ella fingiría sentirse mal y él la socorrería, y volverían al Palacio de las Almas para huir.

Caminaron al centro de la Comunidad, Kahella aguardó colgada del brazo de Akeyht. Se despegó cuando fue menester, pues era deber del sacerdote iniciar el fuego. Mientras tanto con la mirada buscó a Soramk y al no hallarlo en ningún sitio se instaló en su pecho un aciago sentimiento. Aquello marchaba mal.

Entonces, los tambores comenzaron a sonar, era turno de las sacerdotisas iniciar los bailes. Ella ni siquiera debería haber llegado a ese punto. ¿Dónde estaba Soramk?

Tomadas de las manos las sacerdotisas iniciaron un cántico acompañadas de las madres y mujeres seniles. Al terminar, Lane se le acercó, susurró por lo bajo para llamar su atención.

—¿Cómo está Tian? —preguntó en un murmullo, hablarían en bisbiseos porque la libre convivencia para las sacerdotisas no era.

—Ella está bien, disfrutando lo que implica ser familiar de un sacerdote, aunque no tolera tu nueva condición —le relató su amiga.

—Ha pasado un año desde aquello, ya debería haberlo superado. Pero me alegra que su vida vaya a bien.

—Tú viviste con ella, sabes lo que piensa de las sacerdotisas. Sí, su vida ha mejorado considerablemente, y su actitud hacia mí empeorado.

—Lo sé, e incluso así albergué la esperanza de su perdón. ¿Por qué empeorado?

—No hay nada que perdonar, Kahella, tú no deseaste esto. Siente que Changó la bendijo y ti maldijo, tú pagas el precio y ella disfruta, se jacta de ello.

—Gracias —se despidió con la verdad hiriéndola.

Se dirigió de nuevo a Akeyht, nunca se había sentido tan segura de querer escapar.

—Me duele la cabeza, necesito descansar, por favor, llevadme al Palacio de las Almas.

Akeyht entrecerró los ojos, mas cedió a su petición.

Una vez en el palacio, fingió encerrarse en sus aposentos.

—¿Queréis que mande por un té?

—No, solo debo reposar.

Escuchó los pasos de Akeyht alejarse, esperó unos minutos más y luego pretendió salir. Sin embargo, la puerta no cedió.  Jaloneó del picaporte, y el sonido que recibió reveló que se hallaba encerrada.

—¡Akeyht! —gritó y no recibió respuesta—. ¡Akeyht!

«No, no, por favor no.»

Miedo, desesperación, una fría sensación le recorrió la espalda.

Aporreó la puerta, pataleó contra ella hasta que los nudillos le  sangraron y los pies se le entumecieron.

—Lo siento —murmuró Akeyht detrás de la puerta.

—¿Akeyht? ¿Akeyht? Por favor, no me hagas esto. Debéis dejarme salir, por favor. —La voz le cedió, se rompió a la mitad de la súplica.

—Os ibais a marchar con ellos, vos ibais a abandonarme después de todo lo que he hecho por vos. Decidme, Kahella, ¿alguna vez os cuestionasteis por qué nadie os pidió en su cama? ¿Por qué vuestros maestros jamás golpearon? ¿Por qué comíais conmigo cuando vuestro lugar era un rincón con los sacerdotes en formación?

Sus palabras fueron dagas en su corazón, cada una rompiendo sus esperanzas.

—Akeyht, podéis venir con nosotros —tentó—, podemos huir y vivir libres.

—Perdonadme, perdonadme. Ellos serán ejecutados al finalizar la semana.

Kahella supo que Akeyht se había marchado.

—Por favor, por favor. —Continuó golpeando fútilmente la puerta.

Su cuerpo se derrumbó ante lo inevitable, lágrimas de frustración, dolor y desesperanza se arremolinaron en su rostro, el maquillaje se corrió igual que su corazón perdía viveza.

El chico con el fuego en los ojos, Shyezai la luz de ese fuego, su posible vida en un mundo lejos de Changó… todo se estaba reduciendo a nada. Cenizas que el viento se llevaba.

—Dejadme salir —gritó y no esperó respuesta.

Lloró en su cama hasta quedarse dormida, no había nada que hacer y la ventana no simbolizaba esperanza, estaba demasiada alta y protegida por barrotes en exceso.

Vio correr el sol, uno, dos, y hasta tres veces. Tres días transcurrieron y el único contacto humano que recibía era cuando una criada le llevaba comida. La mujer servía a Akeyht, su figura agachada y la mirada que la rehuía la delataba.

«Debo escapar, debo ayudarlos. Si Shyezai muere, el fuego en los ojos del sacerdote morirá también.»

Era de noche, tenía que ser en la cena cuando todo se perpetuara.

Se hizo de un pantalón guerra, como sacerdotisa debía tener al menos un par, un chaleco que le permitía tener distintos cuchillos escondidos entre sus pliegues, calzó unas botas y se escondió detrás de la puerta, no sin antes colgar en sus hombros el pequeño bolso que había escondido.

Esperó paciente a que se abriera para que la mujer entrara a dejarle la comida. En sus manos temblaba un jarrón, nunca había lastimado a alguien, pero no esperó cuando la puerta se abrió, lo estrelló contra la cabeza de la mujer y está cayó a sus pies, la comida se desparramó. Cerró de inmediato, cogió el manojo de llaves que la criada llevaba consigo.

La arrastró hasta la cama, e hizo acopio de toda su valentía para salir. Afuera estaba vacío, todos los sacerdotes estaban en la Comunidad.

Suspiró y corrió a las mazmorras, mas se encontró con lo que no esperaba: cuatro guardias custodiaban la entrada, y era probable que varios más aguardaran dentro.

 «Una distracción, necesito una. Fuego.»

Debía ser pequeño para no alertar a los sacerdotes que estaban en la Comunidad, aunque debía ser, también, lo bastante grande para que los guardias corrieran a apagarlo. Por lo menos los cuatro de la entrada, estaba segura que adentro de las mazmorras había más.

Antes de hacerlo, fue al sitio en donde practicaba con el arco, cogió el arco y se colgó dos carcajes; uno en la espalda y el otro en la cintura, luego fue a las caballerizas, tomó tanta paja como sus manos se lo permitieron y buscó un lugar en donde quemarla.

El fuego fue pequeño al principio, pero cuando se aseguró que viviría corrió para estar lo más cerca posible de la entrada a las mazmorras.

«Ya, ya, ya.»

Y sus rezos se escucharon, al menos en parte, tres de ellos corrieron hacia la distracción. El cuarto, el que se quedó, murió cuando una de sus flechas atravesó su garganta. Pasar de largo de su cadáver casi le causó náuseas.

Avanzó sigilosa, a espera de cualquier movimiento. Dos guardias más estaban dentro, dos guardias que murieron sin contemplaciones. Tomó una antorcha de las paredes y corrió hasta los prisioneros.

—Shyezai, Soramk —llamó cuando estuvo frente a las rejas.

—Kahella, Kahella.

Shyezai y Soramk se asomaron por los barrotes.

—Las llaves están con los guardias —indicó Soramk.

Kahella no pudo verlo al rostro más de unos segundos, dolía contemplarlo herido; uno de sus labios estaba partido, la ceja derecha tenía un corte y su piel estaba amoratada. Corrió por las llaves y se apresuró a liberarlos.

—Tomemos los caballos —sugirió Soramk—, no podremos huir a pie como lo teníamos pensado, o de lo contrario nos encontrarán con mayor celeridad.

—Ellos no saben que estáis libres —señaló.

—Tienes razón, pero en toda mi vida he visto el poderoso don de Akeyht. Es el único que puede vernos, que puede prever nuestro futuro, salvo el futuro de una sacerdotisa oscura, aunque lo ha hecho también le ha causado grandes dolores y abandonó la práctica hasta donde tengo conocimiento.

»Las visiones siempre son sobre la Comunidad, sobre el resto de nosotros, pero jamás auguran el destino de los sacerdotes. Y aunque tiene sesgos su poder, es sin duda singular. Si ha visto algo, recemos para que haya sido solo vuestro escape, Kahella.

Las palabras de Soramk le dieron dolor y alivio a la par, lo primero porque comprendió que la necesidad de la pareja en Kahella residía en el hecho que ella generaba una cortina a ojos de Akeyht; lo segundo porque su sueño no era más que una pesadilla, no había visto nada de su futuro.

—Entonces por eso me necesitáis —acusó, había sido utilizada.

—No, Kahella —intervino Shyezai—. Es decir, sí, pero no por ello te pedimos que huyeses con nosotros. Eres nuestra amiga, Kahella, eres mi amiga, no querría que te quedaras en este mundo.

—Huiré con vosotros, mas nuestra relación morirá en los confines de la Comunidad —sentenció—. Solo pido saber algo más… Akeyht señaló que vos me visualizasteis cuando desperté —dijo al sacerdote—, ¿cómo es que pudisteis?

—Yo no os visualicé, fue Akeyht. Lo que vi fue solo fue el mercado, él dijo que debía buscaros en su lugar…

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).