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Flor de invierno por Zachriel

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Notas del capitulo:

Capítulo único 

Permíteme contarte una historia, la historia de un hombre solitario. Este era un hombre que más que nadie vivió a su manera, sin importar convencionalismos o reglas. Al menos así lo califiqué, pero para él nunca fue ese su propósito. Pensó que era el camino, que era lo correcto. Y lo era, a su manera...  
La naturaleza no suele crear cosas al azar, él tenía una misión, tenía una verdad. Yo percibí atisbos de la misma, sin embargo, era tan difícil entenderlo que lo poco que visualicé conllevaba el temor de malinterpretarlo.

Jamás conocí a alguien con tal determinación, a alguien que buscara con tanto fervor sus deseos. Las personas solemos anhelar demasiado y realizamos poco, esto es porque en cierto modo somos conscientes de que no todos los deseos se pueden convertir en una verdad. De que nadie vendrá a salvarnos o a hacernos más. Crecemos y perdemos las ilusiones, maduramos para algunos y para otros perdemos el alma. Él conservó su individualismo hasta el final. Abandonó todo y a todos con tal de seguir el rumbo que se impuso, se deshizo de amigos, de compañeros y de la posibilidad de amar y ser amado, sesgó todo vínculo que pudiese atarlo y distraerlo. Este hombre siguió su camino, incluso cuando se mostró árido y desolador. Buscaba algo que nunca pude comprender del todo.
Lo conocí cuando ingresé a la universidad, él buscaba un compañero con quién compartir los gastos del apartamento que rentaba, y me encontró, o lo encontré yo. Fue bastante sencillo concordar con él, al menos en cuanto a aspectos económicos y de privacidad. En todo lo demás siempre fue un misterio. 

Su misterio jamás me atrajo, estábamos en la mejor universidad del país y para mí la supuesta aura misteriosa no era más que centrarse en sus calificaciones e intentar vivir. Ahora me rio de mis cavilaciones, ¡cuán equivocado estaba!
Su apariencia desgastada, el blanco cabello, su casi diáfana piel y sus ojos vacíos lo volvían alguien singular a primera vista, pero bajo aquella apariencia, tras la hermosa piel, se encontraba un hombre cruel, metódico, cuidadoso y hasta sanguinario. Lo aprendí al mes de convivir con él. Egoísta sin comparación, pero el defecto siempre le fue perdonado. Era la clase de persona que podía mostrarse tal cual fuese y seguiría recibiendo sonrisas de parte del resto, quizá por la bella apariencia o tal vez por el papel en su billetera. Nunca busqué lastimarlo a traición, compartíamos el apartamento y eso para mí significaba que le debía cierta lealtad, que no tenía que incitar a la gente contra su idiosincrasia, supongo que no le cruzó por la cabeza ese simple hecho.  No importaba, porque yo no quería su reconocimiento.
Me gustaría decirte que conozco su pasado, así como conocí lo que una vez fue su presente, pero no. Menos aún sé cuál fue el principio de todo, no sé cuál haya sido el detonante de su búsqueda y acciones. Quizá en la niñez algún trauma o, tal vez todo lo contrario, tal vez fue salvado y experimentó la mayor de las dichas, y posiblemente se enamorara del acto. Esto lo digo ahora, pero cierto es que ni siquiera en el límite dio señales de algo similar... 
Recuerdo cuando teníamos conversaciones que me dejaban sin réplica, a pesar de que yo no compartiera su visión. 
—A través del sufrimiento hallarás la paz —repitió por cuarta vez. 
—Eso significaría ser masoquista —refuté contrariado. 
—No siempre tienes que relacionar el sufrimiento con agudo dolor, a veces solo es una privación. 
Y callé ante la impotencia. No podía objetar porque no hallaba algún argumento, y por la manera en que lo decía me hacía creer que era verdad. Pero no lo era, no para mí.

A veces me pregunto si quizá el efecto del alcohol hubiese servido para comprenderlo, nunca bebí, aquellas acciones tan propias de nosotros los universitarios siempre me resultaron carentes de sentido... Él tampoco lo hacía.
Algo que sin duda siempre captaba mi atención eran su sin fin de visitas al médico, más aún porque iban acompañadas de inverosímiles síntomas, no obstante, al verlo quejarse de ellos hacía que mi ser se encogiera por compasión y buscara complacerlo. Los doctores nunca le daban un diagnostico exacto, y yo sé que aunque él siempre lucía interesado en las palabras de los médicos entendía más allá de un hombre común la jerga de la profesión. Nunca lo cuestioné por temor a invadir algo que no debía ser invadido.
En ocasiones lo observaba y escuchaba hablar con personas que no veía, y estoy seguro nunca lo haré. Supongo que era un don exclusivo para aquellos que son distintos. Era precioso verlo cuando sufría de estos trances, su mente, su corazón, su ser entero abandonaba el plano terrenal y viajaba allá a donde no se le permite ir a los seres ordinarios. 
«A través del dolor.»

Era su mantra, un poco tétrico, pero era una verdad para él quizá absoluta.
Ahora lo entiendo, al menos en parte. Pues todas sus palabras llevaban ilación y sentido, no en una forma convencional, de hecho tuve que romper mi cerebro en el proceso para lograr comprenderlo. 
Una vez dijo que sí nadie nos conocía no existíamos, pensé que estaba loco.

Rara vez podíamos mantener conversaciones tendidas, y cuando lo hacíamos era yo quien tendía a sesgarlas ofuscado por sus palabras. Pero él me ayudó, más de lo que hice yo a cambio.

La primera vez que vi su cuerpo entero entregué lo salvable en mí, sin interesarme si él lo apreciaba o no; solo buscaba por primera vez alejarme de mi sucio yo. Sus detalles aún puedo recordarlos con claridad; desde su largo cabello, su esbelto cuello, sus marcadas clavículas y su enjuto cuerpo. Su piel blanca estaba marcada por líneas aún más blancas. Cuando cuestioné sobre el pasado de cada una él me relató sus visitas al quirófano para unas y para otras se limitó a contestar con un simple «me esfuerzo, me obligo por una recompensa» y yo no pedía más, no tuve la valentía de hacerlo. Besé sus labios cada que pronunciaron la escueta respuesta.

He procurado mantener conmigo sus palabras, temo perderlas un día en las innumerables palabras ajenas. Porque si las pierdo: ¿qué me quedará? Me enfoqué tanto en él que perdí la línea que separaba su alma de la mía. Y si las pierdo me perderé a mí. 

Había dicho que él me ayudó, permíteme explicarte.

Sus manías, sus obsesiones, sus actos hicieron que dejase de centrarme en mí y concentrara toda mi atención en su bienestar. Yo había sido alguien despreciable, usaba a las personas, jugaba con sus sentimientos y en ocasiones las manipulaba causándoles problemas por diversión, hasta el punto de minimizar a mis compañeros y dañarlos enterrándoles una daga en sus traumas, en sus puntos débiles, grosero sin emplear improperios, pero con el fin de zaherir. Un ser despreciable, como dije. No me arrepiento, todo lo que hice me condujo a él, hasta el sitio en donde hoy estoy.

Creía que el mundo entero debía pertenecerme, no en el sentido de ser amo y señor hasta del oxigeno que se respiraba, pero sí para divertir mi existencia. Así como yo divertía sin saber la de otros.

Quizá por mi naturaleza supe reconocer lo excéntrica que era la de él.

Eso es lo que hizo él por mí, me brindó la oportunidad de alejarme del fango.

Era un día de invierno cuando me descubrí concediéndole más importancia de la que estaba acostumbrado a dotar. Era tarde y recién llegaba al apartamento, no sé que lo hizo ser tan descuidado aquel día, perover el contraste de su piel con la sangre encendió una alarma en mí. Él estaba dañándose.

Le grité furioso, pensando primero que me molestaba porque su sangre había ensuciado la alfombra, mas luego fui honesto y acepté que el hecho de que él pusiese en riesgo su integridad me hacia enloquecer.

—¿Qué diablos haces? —increpé y le arrebaté el instrumento.

Me miró confundido unos segundos antes de responder.

—¡Qué te importa! —En sus ojos brillaba una furia inusitada.

Sabía que existía en él una pasión desbordante, y ese día vi la entrada al infierno reflejada en sus pupilas.

Se fue a su habitación sin regalarme más tiempo, no intenté seguirlo.

 La cuestión no concluyó allí, a partir de ese día lo vigilé sin intentar abusar, como es lógico fracasé. No podía cuidarlo fingiendo solo estar con él por compañerismo, no, él no quería que yo estuviese allí, de hecho, él no quería a nadie a sus costados. Esto me obligó a espiarlo, incluso. Lo seguía a mitad de la noche, un par de veces acudió a antros de mala muerte, otras más a bares de categoría y unas más solo caminaba por las calles cabizbajo. Durante el día hacía lo imposible por estar cerca, tan cerca como se me permitía. Y en mil años haciendo lo mismo no sería suficiente.

Su mente invadió la mía sin permiso, su manera de actuar me influyó, sus acciones se volvieron las mías. Me aprendí sus caminos y memoricé sus mentiras. No había nada malo en ello, porque yo lo deseaba, yo quería entrar a su mundo y volver a verlo, ver el sol reflejarse en su extraño cabello, corresponder a la sonrisa tan melancólica que tenía y correr a estrecharlo en mis brazos para susurrar en su oído que yo lo conocía, que él existía en mí. Que era real.

—¿Te has tomado tus medicamentos?

Espera, ahora continuo, esa voz es la de la enfermera que suele cuidarme.

—Por supuesto —miento con una sonrisa.

Como te dije, sigo los pasos de Ren para intentar ver lo que veía. 


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