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MOONLIGHT por Nayu - san

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Notas del fanfic:

One-Shot hecho y dedicado a @Tsukki-Berry para el intercambio del amigo secreto del grupo de whatsapp KuroTsuki/BokuAka; Berry-sempai, usted sabe lo mucho que la admiro, y solo espero que mi historia le haya gustado💕


 

Notas del capitulo:

Esta historia está orientada en el universo de uno de mis libros favoritos; pero es como que después de los hechos que ocurren en él. 

El amor era una enfermedad, ERA, ahora todos pueden amar con libertad, pero luego de una ardua investigación Tsukishima descubre que hay otros lugares lejanos en los que aún se aplica la cura y las personas no pueden amar con libertad...
Agregué algunas frases de la historia, pero el contenido es completamente creado para Berry-sempai >3<
Fue un poco complicado, pero lo intenté, espero sea decente. :3
Sin más preámbulo, disfrute la lectura...

. . .

MOONLIGHT

El sonido de sus zapatos lustrados contras el frío suelo de mármol, resuena por todo el salón, ser interrumpido mientras estaba limpiando por doceava vez sus estuatillas no es algo que le agrade. 
Los agentes de seguridad se abren paso, algo intimidados por el rostro molesto del pelinegro.
—Señor, encontramos estos intrusos husmeando en los alrededores, aún no hemos logrado que den información, pero tenga por seguro que no los dejaremos ir.
Asiente y se acerca hacia los tres cuerpos que se encuentran arrodillados frente a él; se pasea de extremo a extremo en silencio, como un gato acechando su presa.
Una delgada mujer, la ama de llaves, se acerca con una bandeja de plata en las manos y el sonido de sus taquitos resuenan en el pulcro suelo; al llegar a la altura del peligro, este coge un par de guantes de látex que se extienden delante suyo; se los coloca con una paciencia infinita sin quitar de vista los tres cuerpos que tiene delante.
Nishinoya apoya su mejilla contra el frío suelo, por su tamaño no es muy incómoda esa posición, pero sus otros dos altos  compañeros no corren la misma suerte. El pequeño suspira, nublando un poco el mármol bajo su mejilla; la ama de llaves que había traído los guantes se inclina casi por inercia y con un pañuelo de tela limpia inmediatamente la pequeña marca de aliento que ha dejado en el piso.
Yuu mira confundido a su pareja, que se encuentra en la misma situación que él; Asahi voltea y atrapa los ojos de su novio, esos que brillan de alegría en cualquier situación, ahora se ven nublados por una fina capa de temor. En su asustada mirada puede leer la pregunta: "Asahi, ¿Qué hemos hecho?".

***

Tsukishima se frota las sienes con molestia, las investigaciones que lleva haciendo lo tienen algo cansado. De pie, apoya los brazos a ambos lados del viejo mapa que reposa sobre su escritorio; juega con el bolígrafo entre sus dedos antes de tachar otro lugar.
Lanza un gruñido y apoya todo el peso sobre sus codos, dejando medio cuerpo sobre la mesa.
Hace años que el gobierno ha erradicado todo rastro de su vida pasada, aquellos años en los que no se te permitía tener sentimiento alguno, te asignaban parejas y tenías una vida planeada. Ya no más, ahora los humanos pueden amar a quien quieran con total libertad; pero Kei está algo inquieto, las dudas lo carcomen pensando que en algún extremo de la tierra aún hay gente que vive en esa esfera de tensa pulcritud, maniobrando cualquier pequeño movimiento de cada ciudadano.
Su trabajo como maestro de historia se vio afectado por sus "incoherentes hipótesis", ya lo han despedido tres veces y todos lo tildan de loco. Bueno, todos menos uno...
Unos fuertes brazos rodean su cintura y lo atraen con dulzura; Tsukishima voltea algo incómodo pero a la vez complacido por la situación. Un par de ojos avellana lo reciben, esos ojos que no dejan de creer en él y su causa para seguir luchando.
—¿En qué pones tanto afán, pastelito?
Un hincón en el pecho ante el apodo que le acaba de poner. Kuroo Tetsurou nunca lo ha dejado solo, tras su tercer despido le dijo que perdía el tiempo trabajando y lo mejor que podía hacer era aprovechar ese tiempo en la causa por la que luchaba; diciendo que no se preocupara por los gastos, el lo tenía todo bajo control.
—No me llames así. —musita antes de recibir un pequeño beso en la mejilla.
Ambos sonríen y sus miradas intercambian esa chispa cálida, esa chispa que recién hace unos años se le tiene permitido compartir con libertad.
Es por eso que Kei quiere buscar, descubrir, encontrar algún lugar en el que las personas aún no puedan compartir esa chispa con alguien especial.

* * *

—Prométeme que volverás pronto. —murmura Kuroo, acunando con la mano derecha el rostro de su pareja.
—Prométeme que me esperarás. —responde, acurrucándose en la palma del mayor.
—¡CINCO MINUTOS Y PARTIMOS! —grita el robusto hombre que los espera en el velero.
Tetsurou suspira, el tiempo pasa y él no puede hacer nada para evitarlo—. No entiendo por qué no me dejas ir contigo, sabes que yo podría...
—Kuroo. —interrumpe, cogiendo el rostro ajeno entre sus manos. Desesperación se ve reflejada en los ojos avellana—. Si te llegara a pasar algo yo no lo soportaría.
—¿Y tú crees que yo sí podría soportar el que te pasara algo a ti? —refuta acariciando la mano sobre su rostro.
—No me va a pasar nada... Tengo una buena tripulación. —responde, mirando en dirección a sus dos compañeros que suben el equipaje al barco—. Y además, alguien tiene que quedarse a alimentar al gato.
—No es justo. Sabes que él y yo no nos llevamos bien. —suspira con una sonrisa triste—. Pero si te hace feliz, yo no puedo hacer nada contra eso.
Ambos intercambian una sonrisa triste y esa chispa en sus miradas que los mantiene unidos.
Las investigaciones de Kei al fin dieron resultados, encontrando exactamente seis puntos donde aún no se había erradicado la dictadura. Consiguió un poco de ayuda del gobierno y finalmente recolectó los fondos necesarios para emprender su viaje. La noticia alegró mucho a Kuroo, hasta que descubrió que tenía que estar alejado de su amado por tiempo sin especificar.
—¡Hey una foto por aquí! —llama uno de los fotógrafos presentes para el gran acontecimiento. En realidad varios medio de comunicación pululan alrededor.
Tsukishima asiente y voltea hacia la lente, con su novio abrazándolo por la cintura.
Click.
Una foto instantánea que quedará guardada para el recuerdo. El joven le pasa una al rubio y este agradece guardándola en su bolsillo trasero.
—¡TODOS A BORDO! —grita el capitán.
El tiempo se ha acabado.
—Debo irme. —susurra acariciando la mejilla contraria.
—Si hubiera sabido que sería tan difícil... —poniendo su mano sobre la del rubio.
—Prometo que volveré pronto. —dijo, sacando debajo de su bufanda una cinta negra, con un anillo colgando.
—Prometo que te esperaré. —respondió, mostrando también su anillo que colgaba de una cinta marrón.
Las lágrima empezaron a caer y ambos se fundieron en un abrazo cargado de emociones; Kuroo apretujaba a su novio, pensando que tal vez este era uno de esos malos sueños y pronto despertaría con el cuerpo del menor tendido a su lado. Tsukishima enredaba sus dedos en los pocos cabellos que caían de la boina del mayor.
Un beso, al principio lento, luego demandante. Guardando la promesa de esperarse mutuamente sin importar el tiempo o la distancia.

* * *

Sakusa se detiene frente al primero de la izquierda, un pequeño pelinegro con un mechón de color. Al igual que los otros dos arodillados frente a él, lleva puesto botas de cuero, pantalones algo gastados y chalecos que muestran haber sido de buen material. 
Se inclina frente al muchacho, apoyando su peso en la rodilla derecha; con la punta de los dedos coge el mentón del chico y luego voltea su rostro, admirando la parte izquierda del cuello. Libre de marca.
—Incurado. —anuncia con asco en la voz.
Suelta el rostro con brusquedad y se pone de pie, dirigiéndose hacia el fornido castaño del lado. Hace el mismo procedimiento que con el otro, despacio.
—Incurado. —dice asqueado, otra vez al comprobar la falta de esa cicatriz de tres puntas.
Poniéndose de pie se dirige hacia el último cuerpo que reposa sobre el suelo, este más delgado, pero alto y de cabellera rubia.
Se agacha de cunclillas frente a él y con cuidado toma el mentón ajeno, obligándolo a mirarlo. En cuanto lo hace, su mirada se cruza con un par de soles; ojos dorados como la miel que transmiten asco y terror a la vez, tristemente ocultos tran unos anteojos redondos, las lunas están algo rayadas y con una de las patas sueltas. 
Aún algo azorado procede como hizo con los otros dos, ladeando el rostro ajeno para comprobar la ausencia de cicatriz. 
Sí hay una.
Cicatriz de tres puntas; una marca carmesí en la piel por el tiempo que debe tenerla.
Sakusa se pone de pie inmediatamente. Curado. Es un curado, ¿Entonces que diablos está haciendo?
Al ver el rostro desencajado del pelinegro uno de los agentes interviene.
—¿Cómo procederá, señor?
El pelinegro observa su mano, protegida con el guante de látex.
—Ellos dos a las criptas, en dos días, a la par con la ceremonia ejecutaremos la cura. Y él... —observando al rubio que lo miraba desde el suelo —. Él viene conmigo.
Los presentes se quedaron sorprendidos ante el segundo venedicto.
—Señor, ¿está seguro de que...
—Está curado, no hay problema... solo quiero verificar unas cosas.
Un asentimiento general, Kiyoomi desechó los guantes que traía, echándolos en la bandeja que la ama de llaves aún tenía en manos; se dirigió por el brillante pasillo a su despacho, ante la atenta mirada de todos en el salón.
—Ya saben qué hacer. —dijo dobre el hombro y desapareció tras las grandes puertas de acero.
En cuanto no hubo rastro del pelinegro, los guardias se pusieron manos a la obra.
—Suéltenme... Déjame ir... —chillaba Noya, a quien un guardia gordo intentaba esposar. No quería ser curado, no lo permitiría.
—No le hagan daño. —soltó Asahi, con todo el valor que logró reunir mientras también lo esposaban.
—¡SUÉLTAME! —un rodillazo en el estómago al oficial; pero este ni se inmutó, típico en todos los curados; solo apretó más fuerte sus brazos, haciendo que el menor gruñera de dolor y cerró las esposas.
—Malditos inválidos. —masculló llevándolo fuera.
—¡Asahi, no! —grita Noya aún adolorido mientras lo sacaban de la sala, alejándolo de su novio.
—Tranquilo Yuu, todo estará bien. —dijo lo suficientemente alto como para que Nishinoya pudiera oírlo; pero miedo se veía reflejado en sus ojos mientras otro guardia lo hacía poner de pie, para guiarlo por la misma salida.
Tsukishima permaneció arrodillado e impotente en su lugar, y en cuanto sus amigos desaparecieron, el salón volvió a su silencio y tranquilidad. 
Esto no podía estar pasando, ¿qué había hecho mal? A los otros lugares donde ya había asistido, las personas reaccionaban bien y se adecuaben rápidamente, gozosos de poder volver a amar.
Se alza las gafas; no sabe cómo, pero algo en su interior le decía que ese tal Sakusa no era un hueso duro de roer.

***

La ofiscina era pulcra, con las baldozas brillantes y paredes blancas, una limpieza típica en los curados... 
"Debemos estar continuamente en guardia contra la enfermedad; la salud de nuestra nación, de nuestro pueblo, de nuestras familias, de nuestras mentes depende de una vigilancia constante". Eso dice el Manual de FSS, mostrando un mundo de pulcritud y orden absoluto; eso Tsukishima lo recordaba muy bien.
Kiyoomi mantenía la vista fija por el amplio ventanal, ya había sentido la presencia del otro pero debía ir con cuidado. ¿Por qué? ¿Por qué este deseo de conocerlo más? Simple, si este chico estaba curado entonces no entendía qué podría hacer con dos inválidos.
—Eres de afuera ¿cierto?
Su voz se oía distorsionada, pero autoritaria tras el tapabocas; Tsukishima frunció el ceño: "Afuera", término antiguo utilizado para referirse a los lugares habitados por los incurados.
—Sí. —respondió con firmeza.
El pelinegro apretó los puños—. ¿Los cuidas para que no se infecten o algo así, eres su tutor?
—Algo así... —mintió, debía entrar en confianza—. Ellos dos... están muy infectados.
El pelinegro asintió comprensivo y se dirige hacia Tsukishima, admirando su rostro. Era joven, pero se le veía cansado y sus dorados ojos algo opacados tras esas viejas gafas, la ropa toda sucia y desalineada... ¿En serio creía que podía engañarlo?
—Ya deja de mentir. —con recelo cogió el cuello del menor dejando a la vista su cicatriz de tres puntas—. ¿Crees que eres el primero en venir aquí?¿Crees que tu tripulación será distinta a las demás?
Lo soltó con brusquedad y se dirigió hacia su escritorio para desinfectarse las manos con un gel transparente.
El corazón de Kei latía con fuerza, a eso se debía el trato. Creyó ser el único que había sido capaz de venir a este territorio.
—Pero... —continuó cortando el silencio —. No entiendo el por qué de tu cicatriz, no debes ni mereces tenerla. Estás sucio, contaminado... enfermo. —escupió con asco en cada palabra.
—Yo vengo de allá afuera, donde ya no hay alambradas ni se erradica el amor; donde no está prohibido tomarse de la mano; donde puedes casarte con la persona que amas. —un vacío invadió su corazón—. Mi cicatriz... era obligatorio, erradicar la enfermedad, terminar con ella; yo era como tú... defectuoso.
¿Defectuoso? ¿A caso estaba enfermo y no se había dado cuenta?
—Mientes como todos esos asquerosos inválidos. —afirmó mirándolo a los ojos — ¿Y mis campañas de bombardeo? Yo envié aviones para...
—Para destruírnos. —interrumpe—. Descuida, sí llegaron, pero tus pilotos decidieron quedarse; decidieron vivir una vida de verdad, y nosotros los recibimos encantados.
Apretó los puños, si pudiera lanzaría algo ahora mismo pero no podía; se supone que está curado y no debe sentir molestia u odio.
Pasaron horas sumidos en el silencio; Sakusa ojeaba unos documentos que le habían llegado, y Kei paseaba por el lugar, impresionado por el orden de todas las cosas. <<Es para nuestra protección. Seguridad, inviolabilidad, comunidad>>. Manual FSS. El orden es lo primordial, te aleja de la enfermedad que te corroe, te hace vivir y a la vez morir.
El rubio llega hacia una pequeña mesa en la que reposa un tocadiscos de madera brillante; otra cosa de los curados: no saben nada de tecnología.
Sakusa alza la vista de los documentos y lo observa a lo lejos; tal vez este rubio solo estaba confundido y necesitaba saborear un poco más de la vida serena de la cura para volver a sus cabales.
—¿Deseas oír algo? —pregunta el pelinegro acercándose al menor.
Tsukishima asiente y deja que el otro se sitúe frente el objeto, arreglando un disco grande en él.
—Lo siento, estas cosas tecnológicas son un poco difíciles de manejar.
Kei sonríe con burla y espera hasta que la suave melodía empieza a sonar; un violín, acompañado de teclas graves de un piano adornan el ambiente; música típica de los curados, sin sentimientos ni letras que puedan transmitirlo. Sakusa cierra los ojos y disfruta de la música hasta que esta estrepitosamente se detiene.
—Oye... —se detuvo en seco al observar que el rubio sacaba de su cinturón una pequeña caja.
—Era nuevo cuando salí de allá.
Golpea los agujeros de la armónica contra su rodilla; luego la dirige a sus labios y empieza a tocar una melodía, una de esas antiguas... esas que sonaban antes de que existiera la cura.
El corazón del pelinegro se encoge al oír las primeras notas; esa melodía, una melodía de otra vida. Cuando era pequeño, su madre solía tararearla...
"Te amo, recuerda, eso nunca podrán quitartelo..."
Aparta ese pensamiento.
Observa al menor, que sopla con agilidad contra los canales de la armónica; ve como su pecho se infla tras cada nota y cierra los ojos tras esas viejas gafas y sus finas pestañas. Él ya no está aquí, parece que al igual que él estuviera nadando en recuerdos.
—Tú. —interrumpe, haciendo que el rubio se sobresalte y abandone sus recuerdos. —. ¿De dónde sabes esa canción?
Tsukishima observa a Sakusa, este lo mira con ojos ansiosos, la curiosidad en el mayor empezaba a nacer, tal vez solo necesitaba un pequeño empujón, y será él quien se lo dé.
Observa su armónica—. Jum, la aprendí en casa. ¿Quieres oír otra?
Asiente.
—Bueno, pero necesito una portatil.
Kiyoomi entrecierra los ojos confundido por el término.
—Oh, vaya, necesito una computadora.
Sakusa asiente le hace un ademán al rubio para que lo siga fuera a un pasillo; a cada paso se pueden observar cuadros; cuadros con figuras rectas, nada abstracto, un mundo sólido.
Luego de caminar por lo menos unos minutos, ambos se detienen frente a una habitación con puertas enormes y brillantes. Tsukishima no puede evitar pensar en lo parecidas que son a las que había en su ofiscina, cuando investigaba.
—Bienvenido a la biblioteca... —anuncia el pelinegro antes de abrir de par en par una puertas de madera pulida.
Kei observa anonadado la cantidad de libros que se extienden por las paredes, todos en fila y correctamemte ordenados en orden alfabético. Ni siquiera espera que le de permiso para entrar; coloca un pie dentro y ya no hay vuelta atrás.
Se hunde pasando sus dedos por las gruesas portadas, admirando las perfectas caligrafías, el relieve de las letras. Toma de uno con la letra "C": "Canciones Autorizadas".
—Todo esto es material autorizado. —anuncia algo desepcionado, devolviendo el libro en su lugar 
—Por supuesto, ¿Qué esperabas? —responde el pelinegro, encendiendo el ordenador desde otro lado de la sala. Nunca había dejado entrar a alguien a este lugar, pero con este chico es... diferente.
—Nosotros ya no solemos escuchar solo lo autorizado. —dice acercándose a donde se encuentra el mayor, siatuándose cerca y apoyándose de lado en un estante.
—Tu gente, están infectados, no me sorprende que lo hagan. 
Kei frunce el ceño y observa la pantalla del viejo ordenador; de esos que son grandes en la parte trasera y operan con una lentitud exasperante.
—¿Qué estás haciendo? —suelta cuando el rubio quita el mouse de sus manos.
—No quiero escuchar música de los zombies. —responde arreglándose las gafas.
—Bueno, pues pierdes el tiempo. —cruzándose de brazos —. Aquí ya erradicamos eso. 
Suelta una risa burlona—. Eso creían los del otro lado.
Tsukishima centra la vista en su trabajo, intentando recordar la clave; esa con la que podía ingresar en el sistema y encontrar flotadores.
Bingo. SalvaTerra.
Introduce la palabra en el buscador y espera unos segundo hasta que la pantalla se torna blanca, y en medio de ella, aparece una pequeña figura de un flotador; clickea sobre él e inmediatamente se abre un archivo: documentos; el rubio presiona uno y empieza a sonar una melodía; música algo estridente y fuerte; música que hace que tu corazón salte y te entren ganas de bailar. Es una música chillona, estridente, intensa. Ni siquiera se distingue si quien canta es hombre o mujer. Unas suaves descargas eléctricas le suben por la columna.
—¿En BMPA? —pregunta el pelinegro, frunciendo los labios tras el tapabocas. 
BMPA, la "Biblioteca de Música y Películas Autorizadas". 
—No exactamente. 
—¿Qué quieres decir con «no exactamente»?
Se frota la barbilla—. Verás, hay gente que se cuela en el sistema. Básicamente, son hackers que se saltan todas las medidas de seguridad y consiguen colgar su propia información. El gobierno habla de «flotadores»: páginas que están colgadas tan solo una hora, o un día, o dos, antes de ser descubiertas. Webs llenas de contenido no autorizado, foros de opinión, videoclips y música. —suspira—. Hay un montón por ahí, si sabes cómo buscar. Y si sabes dónde buscar. Es increíble. Debe de haber gente de esa por todo el país, colándose por los agujeros y fallas de los sistemas de seguridad. Tendrías que ver algunas de las cosas que escriben sobre... sobre la cura. No son solo los inválidos quienes no creen en ella. Hay gente aquí, y por todas partes, que no cree...
Demasiada información. Sakusa siente que el corazón le late fuertemente y la música invade sus sentidos, mientras observa al rubio que lo mira cruzado de brazos y con una sonrisa ladina.
Solo faltan dos días.

***

Al día siguiente, luego de dormir en un pequeño cuarto arrinconado del edificio; pensando en las sucias criptas en las que dormían sus amigos; Tsukishima se encontraba paseando por los amplios jardines del palacio; para ser exactos habían bancas cada 2 metros, y los jardines eran colgantes, en el aire como macetas doradas de donde colgaban hierbas y flores que Kei podía tocar con la punta de los dedos.
Cierra los ojos y a cada paso que da empieza a recordar; recuerda a Kuroo y sus besos, cuando eran un par de chiquillos que desobedecían el Toque de Queda, encontrándose en secreto por miedo de que alguien los culpara de infectados; también recordaba cuando el amor dejó de ser una enfermedad y al fin pudieron hacer una vida juntos, cuando una vez en Diciembre le pidió matrimonio.
Prométeme que me esperarás.
Hace 8 años de eso; de seguro que deben creer que está muerto y Kuroo ya debe haberse casado con alguien más y formado una familia, esa que tanto soñaron tener. Se detiene a unos pasos de un peñasco, donde el mar golpea fuertemente y hace sonido parecido al de los tambores; solo un paso, piensa. 
Este es el último lugar que debía visitar para erradicar la cura, su trabajo ha terminado, además ¿para qué volver si sería una vida sin Kuroo?
Tal vez los curados tenían razón; tal vez los humanos se han vuelto locos por sus sentimientos. 
Tal vez el amor es una enfermedad, y estaría mejor sin él. 
Siente como una lágrima traicionera baja por una de sus mejillas mientras la brisa marina choca contra su rostro; luego las lágrimas vienen todas a la vez, y se dobla en cuclillas. Quiere sangrar todos los sentimientos que tiene dentro. Por un segundo piensa en lo fácil que sería pasar de nuevo al palacio, conversar con Sakusa; caminar directamente a los laboratorios y ofrecerse a los cirujanos. 
Tenían razón, yo estaba equivocado. Sácalo.
Aparta ese pensamiento. Ha elegido un camino diferente. Y al final, ése es el punto de escapar de la cura: Son libres para elegir. Son incluso libres para hacer la elección incorrecta
—¿Qué estás haciendo aquí? —una voz interrumpe sus pensamientos e inmediatamente empieza a frotar sus ojos con sus sucias mangas. 
—Yo... solo estaba pensando. —suelta intentando sonar tranquilo.
—¿Pensabas en tu tripulación? —pregunta acercándose a él.
—Sí. —responde casi en un hilillo de voz, poniéndose de pie aún dándole la espalda.
—No tienes por qué preocuparte, te aseguro que ellos estarán bien; después de la operación tendrán una vida tranquila... eso tú lo sabes.
Aprieta los párpados cuando las lágrimas amenazan volver —. Claro.
Voltea para que puedan hablar mejor, pero encuentra el rostro de Kiyoomi apenas a unos centímetros del suyo; si estuviera en un lugar más amplio al menos podría retroceder, pero es imposible, lo único wue puede hacer es permanecer inmóvil con el sonido de las olas tras de sí.
Sakusa se siente extrañamente enternecido ante el rostro frente a él, tras las gafas, los ojos dorados de Kei están rojizos y los labios rosados transformados en apenas una pequeña línea para evitar el llanto. De repente Tsukishima ya no es tan extraño, ya no tiene miedo que este rubio venga del exterior; solo desea tocarlo y decirle que todo estará bien.
—Haz estado llorando. —suelta Sakusa tras el tapabocas, mientras dirige algo dudoso el índice hace el lagrimal del rubio—. ¿Por qué? 
—E-Eso no tiene importancia ahora.
—A mí si me importa.
El rostro de Kei se muestra sorprendido, ni siquiera el mismo Kiyoomi sabe qué está haciendo; pero ya no hay vuelta atrás. Dudoso, acuna la mejilla derecha en su mano y con el pulgar empieza a frotarla, quitando algo de polvo y lágrimas de ella.
—Yo, yo no lo entiendo. —mirándolo fijamente a los ojos—. Tú estás curado, no deberías...
—¿No debería llorar? —interrumpe — ¿No debería sentir? —suelta una risa amarga y aparta la mano del otro de su rostro. Ni siquiera sabe por qué dejó que lo tocara, es igual que los demás zombies, siendo movidos por órdenes y leyes. Camina unos pasos dejando atrás el peñasco y a Sakusa. —. Yo no estoy curado.
El pelinegro va tras de él.
No está curado, cicatriz falsa, es un inválido. Se supone que debería alejarse, se supone que debería mandarlo a las criptas, se supone que no debería sentirse emocionado ante la idea; solo quiere no verlo triste, Tsukishima ha roto sus esquemas, su calma, su pulcra, serena y planeada vida se ha ido por el tacho.
Pero no le importa.
—¿Y esto? —murmura en cuanto lo alcanza, aunque ya sabe la respuesta, pasando los dedos sobre la cicatriz de tres puntas del menor, quien se estremece ante el tacto.
—Es falsa...
—¿Quieres explicármelo?
—Claro que no. —responde a la defensiva apartando la mano ajena otra vez. Ha vuelto a bajar la guardia—. Se supone que no tienes que saberlo.
Suspira—. Ahora estás confundido y alterado, tal vez deberías tomar un baño.
No puede confiar en Sakusa, pero una ducha luego de tantos días suena tentador. El rubio asiente y el mayor lo empuja por el codo guiándolo al interior del edificio, muy lejos del océano.

***

El paraíso es agua caliente. El paraíso es jabón.
El aire acondicionado hace que se le ponga la carne de gallina. Abre la ducha y deja que el agua baje por el pelo, la espalda los hombros doloridos y el pecho. 
Nunca ha sentido nada tan asombroso en la vida. Desearía gritar de alegría, o cantar. El agua está helada y huele a limpio, como si en su descenso se hubiera empapado de los aromas de ramas desnudas y diminutos brotes de marzo. 
El rubio se frota cada centímetro de piel: entre las uñas, por detrás y dentro de las orejas, entre los dedos de los pies y entre las piernas. 
Se enjabona el pelo y deja que la espuma le entre en los ojos y le produzca escozor. Después de dejar que el agua le caiga por la cara y se acumule en los ojos y en la boca, se inclina hacia delante y siente su golpeteo de gotitas la espalda como el tamborileo de miles de pies diminutos.
Es un frío bueno, que purifica.
Al finalizar, aún resbaladizo de jabón, como un pez, observa que la ducha tiene un anillo de suciedad; agradece que aquí no hayan espejos. 
Al salir del baño salpica agua por todas partes, dejando charcos con forma humana por la habitación prestada del pelinegro. Se enrolla el pelo en una pequeña toalla, lo estruja e incluso esto le produce alegría: la normalidad de la acción, rutinaria y familiar.
Se seca y pone ropa limpia que Sakusa le ha dejado, sintiendo la suavidad de  la tela sobre su piel: ropa interior limpia pantalones de chandal, calcetines gordos y una amplia sudadera, pero decide dejar esta última para el final.
Luego, pisadas a sus espaldas. Se da la vuelta rápidamente, cogiendo la camiseta para cubrirse. 
Kiyoomi sale de las sombras y Kei permanece ocultando su pecho desnudo. 
—Espera —suelta. Algo en su tono de voz, entre la orden y la urgencia, impulsa al rubio a detenerse —. Espera —repite con más suavidad. 
Los separan unos ocho metros, pero por la manera en que lo mira, Tsukishima se siente como si estuvieran pegados. 
Los ojos del pelinegro pasean por la blanca piel del rubio, como una comezón. Tsukishima sabe que debería ponerse la camiseta, pero no puede moverse. Casi no puede ni respirar. 
—Nunca antes había podido mirar. —dice sencillamente, y da otro paso hacía el menor. La luz cae directamente sobre su cara y en este momento Kei distingue una suavidad en los ojos ajenos, algo difuso que hace que el ardor rugiente en su cuerpo se funda y dé paso a una calidez, un sentimiento firme y maravilloso. Al mismo tiempo, se alza una voz diminuta en el fondo de su mente: «Peligro, peligro, peligro». Por debajo, un eco más tenue «Kuroo, Kuroo, Kuroo».   
Kuroo solía mirarlo así. 
—Tienes una cintura tan estrecha... 
Eso es todo lo que dice, en una voz tan baja que casi no se oye. 
Kei se obliga a darse la vuelta. Le tiemblan las manos mientras forcejea con la camiseta para metérsela por la cabeza. Cuando gira otra vez, no sabe por qué Sakusa le da miedo. 
Se ha acercado más. 
—¿Te sientes mejor? —pregunta. 
—Sí. —murmura el rubio, bajando la mirada. 
El mayor pasea el índice con cuidado por la cicatriz en el cuello.
—¿Estás seguro de que te encuentras lo bastante bien? 
Su voz es tan dulce que el pecho de Kei estalla en miles de piececitas aleteantes. Esto no formaba parte del plan. Esto no tenía que suceder. 
Piensa en lo que le dijo hace unas horas: «Se supone que no tienes que saberlo». La verdad, dura, insoportable, hermosa.
—Sakusa. —lo mira a los ojos, luchando porque su voz suene menos temblorosa—.  No somos iguales. Estamos en lados diferentes. Eso lo sabes, ¿verdad? 
Los ojos del mayor se endurecen un poco, son más intensos: incluso en la penumbra tienen un gris resplandeciente. Pero cuando habla, su voz sigue siendo suave y tranquila. 
—Yo ya no sé en qué lado estoy... —dice y da otro paso hacia el rubio. 
—Sakusa... 
Casi no puede pronunciar su nombre. 
Entonces lo oyen: un toque sereno, pero firme contra la puerta de la habitación. Kiyoomi se tensa y en ese instante, cuando ambos se miran, no hay ninguna necesidad de hablar.
El rubio toma la camiseta y se dirige al cuarto de baño, cerrando la puerta tras de sí y con el corazón aún acelerado por lo ocurrido; ha bajado la guardia otra vez.
En cuanto oye a Sakusa abrir la puerta, apega su oído a la del baño, intentando agudizar sus sentidos.
—Ushijima Wakatoshi ya está aquí señor.
El pelinegro suspira y asiente ante el hombre frente a él, tarde o temprano este momento llegaría; arregla su cabello y sale de la habitación junto al otro, dejando a Tsukishima con el corazón hecho un nudo y un nombre atorado en la garganta.

***

Lástima que no tiene un reloj, pareciera que han pasado horas desde que Sakusa abandonó la habitación, ni siquiera puede salir por temor de que alguien lo vea y lo acusen de cualquier cosa.
Se frota las sienes algo frustrado y se sienta sobre el suave colchón; en las últimas horas no ha dejado de pensar en sus amigos y lo que debe estar pasando con ellos ahora, si las cosas van como lo planea, tal vez si haya una solución.
Ambos se aman, demasiado. Asahi y Nishinoya son un balance perfecto. Aún recuerda cuando llegaron a este último punto de su viaje; Azumane siempre tenía los brazos tras la espalda; mientras Yuu caminaba hacia atrás, moviendo los brazos en el aire, como si le estuviera contando una historia, exagerándolo con sus gestos.  
Iban muy bien juntos. Asahi aportaba control al caos de Noya; y él aligeraba el peso de la seriedad de Azumane. Algo parecido a su relación con Kuroo.
Kuroo.
Su ausencia golpeó nuevamente su pecho; a pesar de los años lo sentía muy dentro, aún arrancando cada uno de sus suspiros involuntarios y provocándole mariposas en el estómago como cuando era dos jóvenes adolescentes.
Una lágrima traicionera desciende por su mejilla y terminó humedeciendo una cinta, una cinta negra que colgaba de su cuello, con un anillo algo gastado colgando de él.
El recuerdo vuelve:
—Prométeme que volverás pronto. 
—Prométeme que me esperarás. 
El sonido de pasos acercándose a la habitación hizo que saliera de sus recuerdos, limpiando la pequeña lágrima inmediatamente; todos sus sentidos se agudizaron y tomó lo primero que encontró, un libro sobre la mesa de noche del pelinegro.
El rechinar de la puerta hizo que se pusiera de pie, alerta ante lo que pudiera aparecer. En cuanto Sakusa presionó el interruptor, no pudo evitar lanzar una sonrisa ante la imagen tan cómica.
Kei se avergonzó inmediatamente y dejó el libro en su lugar.
—Creí que ya te habrías ido. —susurró con un hilillo de voz apenas audible bajo el tapabocas.
—Estaba en eso. —respondió el rubio, apretando los puños antes de dirigirse hacia la puerta—. Buenas noch-
Sakusa olía a lluvia.
¿Cómo no pudo haberlo notado?
Los ojos rojos de Kiyoomi se fijarin en él e inmediatamente volteó para que no lo viera en tan denigrante situacion. Tsukishima no pudo evitar preocuparse ante lo visto; se supone que Sakusa no debería sentirse así, se supone que es una persona serena y tranquila, curada y sin preocupaciones.
—¿Qué te sucede? —musitó, acercando su mano hacia el rostro del mayor, pero se detuvo antes de entrar en contacto con su piel, maldiciéndose por casi haber cedido nuevamente.
—N-No es algo que te importe... se supone que no tienes que saberlo. —suelta repitiendo esas palabras que Kei le había dicho hace unas horas, intentando mantener el tono sereno.
—Yo... yo quiero saberlo. —responde colocando algo dudoso una mano en el hombro del mayor.
Sakusa tembló al sentir contacto humano, ese del que careció todo este tiempo, y más ahora que estaba comprometido.
Tsukishima, extrañamente sentía ganas de mantenerlo cerca, de enseñarle lo hermosa que podía ser la libertad y el amar.
Se sentó junto al pelinegro en el borde de la cama, ambos a una distancia considerable; Kei escuchó atentamemte cada una de sus palabras, sintiendo injusta cada oración que salía de los labios de Kiyoomi; pero se supone que para él debería ser un alivio, estar emparejado te garantizaba una vida segura y ordenada, era parte de la vida de los curados.
—No entiendo en qué está mal... —murmura el rubio, respondiendo en el mismo volumen con el que Sakusa le narró la historia.
—Yo... yo estaba bien, ¿Sabes? Mañana me caso y Wakatoshi es un buen tipo, una buena pareja, era perfecto... —el rubio frunce el ceño cofundido. —. Pero estaba equivocado.
Una oleada de terror y emoción recorre el cuerpo de Kei, desde la punta de los pies hasta las ebras de sus cabellos.
—¿Equivocado?
Para sorpresa del rubio, Sakusa corta el espacio que los separaba, y algo tembloroso cogió la pálida mano de Kei, a quien un sonrojo invadió sus mejillas en ese mismo instante.
—Equivocado... Tienes razón, todos estamos equivocados: la cura, los deliria, los reguladores... todo estamos mal; yo estoy mal y no quiero casarme con alguien a quien no... no amo. —aún le costaba acostumbrarse a la palabra, pero lo había practicado; en cuanto su cita con Ushijima terminó, se paseó por los jardínes repitiendo la palabra una y otra vez para decírsela a Kei en cuanto lo encontrara.
Tsukishima no podía creer lo que estaba sucediendo; esto no formaba en absoluto parte del plan.
De repente podría ponerse a llorar. Desearía alargar la mano y coger con la misma fuerza la suya. Quiere decirle que no importa, y sentir la suavidad de su oreja en sus labios. Quiere enroscarse junto a él, como hubiera hecho con Kuroo, y permitirse aspirar su cálida piel. 
Él no es Kuroo, No quieres a Sakusa. Quieres a Kuroo. Kuroo está con alguien más.
Pero eso no es del todo cierto. Es muy precipitado, pero quiere a Sakusa también. El cuerpo de Kei está lleno de anhelo. Desea sus labios llenos y suaves, y sus manos cálidas acariciándolo. Quiere perderse en él, disolverse en su cuerpo y sentir que sus pieles se funden. 
Aprieta bien los ojos, deseando que esa idea desaparezca. Pero con los ojos cerrados, Sakusa y Kuroo se mezclan. Sus rostros se juntan y se separan para volverse a unir como imágenes reflejadas en un arroyo, pasan una sobre otra hasta que Tsukki ya no está seguro de cuál es la que intenta agarrar en la oscuridad, en su mente. 
—¿Kei?
Su voz es algo ronca y a Tsukishima le late el corazón a toda velocidad en la garganta y en el pecho. Sakusa se da la vuelta para mirarlo. Están a menos de medio metro.
—¿Te acuerdas de él alguna vez? ¿Del chico que te contagió?
Las imágenes se suceden a toda velocidad en la oscuridad de la mente de Kei: el pelo oscuro como el cielo nocturno de otoño, la mancha de un cuerpo, una sombra que corre a su lado, una figura de sueño.
—Intento no hacerlo. —responde.
—¿Por qué no?
La voz de Kiyoomi es muy baja.
—Porque duele.
Ambos permanecen en silencio un momento hasta que la voz del mayor vuelve a irrumpir en la habitación.
—¿Kei? —pregunta Kiyoomi, esta vez en voz aún más baja. Hace que su nombre suene como si fuera música.
—¿Si, Sakusa?
—¿Cómo es? 
Tsukishima sabe perfectemente a qué se refiere, pero aún así pregunta:
—¿Cómo es qué?
—Los deliria —se detiene y se acerca mucho más, dejando apenas unos centímetros de distancia. Tsukishima no puede moverse ni respirar, si gira la cabeza, sus labios estarán a nada de unirse—. ¿Cómo es estar contagiado?
—No... no puedo describirlo.
Kei tiene que obligarse a hablar. No puede respirar, no puede respirar, no puede respirar. La piel de Sakusa huele a humo de un fuego de leña, a jabón, a paraíso.
—Quiero saber cómo es... —sus palabras son un susurro, apenas audibles—. Quiero saber cómo es contigo.
Entonces sus dedos comienzan a recorrer la frente del menor con mucha dulzura. Su toque también es un susurro, el aliento más ligero, y Tsukishima sigue paralizado, inmóvil. 
Sakusa acaricia el puente de la nariz y los labios del rubio, con la más tenue presión, de forma que Kei prueba el sabor salado de su piel y siente las crestas y espirales de su pulgar sobre el labio inferior, y luego pasar por su barbilla y en torno a su mandíbula, y Kei se llena de una blancura caliente y estruendosa que lo ancla a la cama y lo mantiene en su sitio.
Ya no falta más, Tsukishima se inclina sólo un poco, quita con delicadeza la tela blanca que lo mantiene protegido del exterior, y ahí está su boca.
Y entonces se besan, al principio despacio porque Sakusa no sabe cómo y para Tsukki hace mucho tiempo, tanto que parece desde siempre. 
Los labios del mayor son cálidos y llenos y maravillosos. Kiyoomi toma el ritmo y su lengua recorre la boca de Kei con más fuerza, saboreando sus dulces labios; y de repente ambos se separan y respiran cada uno el aliento del otro, y Sakusa sostiene el bello rostro sonrojado del rubio con sus manos y Tsukishima cabalga una ola de pura alegría; está tan feliz que casi podría llorar. El pecho de Sakusa es sólido, y se aprieta contra el suyo en un cálido abrazo.
—Kei —jadea con esfuerzo, como si acabara de correr una larga distancia.
—No lo digas —aún siente que podría llorar. Hay tanta fragilidad en besar, en las otras personas... Todo es cristal—. No lo estropees.
Pero él lo dice de todos modos:
—¿Qué va a suceder mañana?
—No lo sé.

***

Tsukishima siente la brisa marina rozar sus mejillas mientras la calidez de su pecho es burbujeante y le hace dibujar una gran sonrisa en su rostro; siente una presencia detrás de sí y al voltear puede verlo; Sakusa Kiyoomi, ese chico que se escondía tras un traje bien planchado, tapabocas y peinado perfecto; que ahora viste unos pantalones sueltos y una camisa con los tres primeros botones sueltos, además que la presencia del tapabocas está ausente y su cabello baila por la misma brisa marina mientras una sonrisa como la de Kei adorna su rostro.
Con las manos, aún algo dudoso por el contacto humano, abraza la estrecha cintura del rubio y deposita un casto beso sobre su mejilla, para luego acariciar la suave piel con el índice; este rubio había llegado para cambiar completamente su perfecta y planeada vida.
La idea de huir fue muy loca, pero Sakusa había descubierto que por Tsukishima era capaz de hacerlo, capaz de hacer cualquier locura, esas locuras que la gente en el pasado hacía por eso llamado amor.
Por suerte lograron escapar muy temprano, y encontraron facilmente la embarcación que Kei y su tripulación habían escondido entre hierbas alejadas de la civilización.
Kiyoomi mantiene la vista fija sobre el océano, imaginando el sin fin de aventuras que le espera ahora cruzando el vasto mar, en una nueva vida, una vida con amor. Kei voltea y dándole la espalda al océanos, rodea sus brazos al rededor de la cintura del mayor quien inmediatamente se queda encantado con esos bellos ojos que lo tuvieron desde el principio.
—Creo... creo que me los has pasado —dice, casi sin aliento, arreglando algunos cabellos del rubio—. Los deliria.
—Amor —responde, y le aprieta la cintura—. Dilo.
Duda un momento;—Amor —dice, probando la palabra. Luego sonríe—. Creo que me gusta.
—Te va a encantar. Confía en mí.
Sakusa le roza los labios hasta llegar a los pómulos, pasa junto al oído y deposita pequeños besos en la coronilla del menor. Acaba de dejar su perfecta vida planeada atrás, pero extrañamente no se arrepiente de haberlo hecho.
—Prométeme que estaremos junto, ¿sí? —sus ojos vuelven a tener el gris claro de una piscina de hierro totalmente transparente. Son ojos en los que nadar, en los que flotar para siempre—. Tú y yo.
—Te lo prometo. —responde. 
—¡Hey Tsukishima! —grita un pequeño muchacho detrás de él, intentando asir una vela del velero—. ¡Necesito algo de ayuda aquí!
—¿Y Asahi-san no puede ayudarte? 
—Él ha ido a la bodega por unas cosas...
Tsukishima refunfuña, algo molesto por tener que dejar ese nuevo lugar especial y cálido que ha encontrado; ambos se separan, y Kei corre hacia Noya, con el constante movimiento de las aguas en el suelo de madera bajo sus pies.
Tsukishima coge la vela, y Yuu tira de una cuerda para mantenerla firme; Kei escruta el rostro del menor, por más que los haya salvado a él y Asahi, no se ve muy contento.
—Creo que lo estás haciendo mal... —musita el mayor.
—¿Eh? —responde, moviendo la tela entre sus manos—. Creo que el problema es que están muy vie-
—No me refiero a eso. —anuncia Yuu; su rostro se ha tornado serio, observándolo con detenimiento, y Kei sabe inmediatamente a qué se refiere—. ¿Qué pasará con él?
Tsukishima suspira, y derepente siente que los ojos le pican y le falta aire.
—Él... yo no creo que me esté esperando.
—¿Y si Kuroo te está esperando?
Kuroo, hace mucho que no había oído su nombre en voz alta; su rostro y recuerdo golpearon al rubio, quien dejando la velas en el piso, se dirigió inmediatamente a su habitación dentro de la embarcación.
Cerrando la puerta tras de sí, se dirigió hacia el espejo donde tenía colgados algunos apuntes, retazos de mapas y fotos.
Fotos.
Fotos de Kuroo y él; en especial la última que se tomaron, ambos más jóvenes y juntos; Kei desliza el índice sobre la sonrisa del pelinegro que se mantiene congelada en aquella imagen. 
Kuroo era demasiado inteligente como para mantenerse esperando a alguien que podría estar muerto.
Toma una bocanada de aire y las lágrimas que había mantenido para sí salen a la luz, mientras aprieta con fuerza en su palma derecha aquel collar con la simbolización de su amor pendiendo de él.
Amor, ¿Qué va a hacer ahora?

***

Y en otras noticias, la embarcación ALC que partió hace ocho años en busca de lugares recónditos en los que aún no se ha erradicado la cura, ha vuelto; por más que las esperanzas estaban muertas, el profesor Tsukishima Kei y su tripulación han vuelto triunfales y con un tripulante nuevo a bordo. El alcalde planea hacer una ceremonia para...

El pelinegro ya no oía lo que seguía narrando el reportero; su rostro se tornó en una inmensa sonrisa y pequeñas lágrimas empezaron a surcar de sus ojos; Kei cumplió con su promesa; había vuelto; y por su puesto el cumplió con la suya... lo había esperado. 
Entusiasmado apagó la radio, acarició al minino que reposaba a su lado poniéndose de pie hacia la puerta cogiendo su saco del perchero donde había un lugar libre, el lugar del saco de Kei.
Apenas olvidaba cerrar la puerta; en cuanto sus pies pisaron la acera, se encontró con su vecina, una ancianita que corría hacia él con una gran sonrisa en el rostro, Kuroo le dio el alcance.
—¡Tetsu, Tetsu! ¿Ya te enteraste? Kei, él ha...
—¡Él ha vuelto! —responde Tetsurou, con lágrimas surcando en sus ojos mientras se funde con la anciana en un cálido abrazo.
—Ve por él. —anuncia la mujer, besando la frente que el joven inclina hacia ella antes de seguir su camino.
Respiró profundamente, dirigiéndose a paso firme hacia el lugar donde lo esperaba el amor de su vida, presionando con la diestra el anillo, símbolo de su amor, que colgaba de su cuello.
—Pastelito, allá voy...

. . .

 

Notas finales:

 

Espero le haya gustado, y haya cumplido con sus espectativas. Fue hecho con mucho amor. 💕
¡Gracias por leer!


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