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Nadie en el país de las maravillas por Lizama24

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Notas del capitulo:

¡Hola! Qué genial que hayan leído el primer capítulo, y si estás leyendo esto es mucho más genial quieras leer el segundo.

 

Así que ambos caminaron entre los árboles frutales y algunos otros que daban una fresca sombra, ambos tipos lucían hasta elegantes.

Reita caminaba encorvado, tapando su rostro con aquel sombrero que parecía más de brujo que de campesino. Y Aoi se desaparecía de vez en cuando, cuando veían o escuchaban a alguien acercarse.

No tenía la menor idea de cómo iban a burlar la seguridad y entrar, y por ello Reita se mantenía en silencio pensando y Aoi no parecía interesado en romper el silencio.

—Por allá no queda el castillo —dijo al ver al gato de Cheshire desviarse en otro sentido.

—¿No pensarás que irás así hasta estar frente a las puertas del jardín sabiendo que es un disfraz poco creíble, verdad? Vamos con el conejo blanco.

—¿Vas a robarle?

—Soy un ladrón —Aoi mostró su afilada sonrisa y Reita se sintió motivado. Se veía fuerte, y creía que él también lo era.

Le siguió los pasos, pues no recordaba con exactitud dónde estaba la casa del conejo blanco. Le provocaba seguridad pensar que quizá estuviera en el castillo siguiendo las órdenes de su hermano.

Hermano. Esa palabra le gustaba cada vez menos.

Aoi se detuvo tras un árbol que estaba justo a lado de una casa grande, de dos pisos y con chimenea. La casa de Borisu podría ser la tercera parte de aquella, o la cuarta. Tenía un jardín delantero con florecitas bailarinas y cuatro ventanas: dos enfrente y dos a los lados. Era de roca maciza, pero estaba pintada de un suave color café. Lo que le llamó la atención era una pequeña puerta en el costado, de forma horizontal y pegada al suelo, ¿tendría una mascota?

Tras observar las ventanas, pudo notar lo que temía: el conejo estaba en casa. Se le veía andar de un lado a otro, como si buscara algo.

—Está en su habitación —anunció el pelinegro.

—¿Dónde están los pasteles?

—En su habitación —bramó como si aquello fuera obvio —. Iré yo, pero debes distraerlo para que salga de ahí.

—¿Cómo?

Aoi echó una mirada al jardín de la casa y luego señaló con una de sus garras.

—Ahí, ese arbusto. Es un arbusto llorón. Lo usan para proteger las entradas, aunque no veo para qué si no estás en casa, como el conejo blanco. En fin, hazlo llorar, él bajará a ver qué pasa y yo podré robar unos pasteles. —Sonrió luego de contar su plan, pero pronto añadió: —. No dejes que te vea. Eso levantaría sospechas.

Reita dijo que lo entendía y entonces Aoi se esfumó. Salió de detrás del árbol con cuidado, aún viendo al conejo ir de un lado a otro. Corrió cuando lo vio de espaldas y pasó por todo el jardín hasta el arbusto llorón. Éste abrió sus ojillos que pronto se llenaron de lágrimas y emitió un chillido tan fuerte que le hizo fruncir el rostro. Se apresuró a correr hasta un costado de la casa para esconderse, e hizo bien porque pronto el conejo se hubo asomado por la ventana. El conejo escudriñó el jardín con sus pequeños ojos, viendo al arbusto hipando.

Cuando lo consideró seguro, Reita volvió a acercarse y cuando el arbusto volvió a llorar, quiso correr a la puerta para refugiarse, pero éste se extendió hasta cubrir la misma y bloquearle el paso. Su corazón latió con violencia al ver que el conejo volvía a asomarse. Tan sólo agachó la cabeza y echó a correr lejos.

—¿Pero quién mierda anda ahí? —gruñó, yendo a la puerta de su habitación, saliendo y dando un portazo violento.

Aoi se materializó en la habitación y empezó a buscar en los cajones del tocador, abriendo uno y otro hasta encontrar los pastelillos. Había de dos colores y como no podía probarlos se metió dos a los bolsillos. Intentó que todo se viera como antes y entonces empezó a desvanecerse. Pero pudo ver claramente que la puerta se había abierto y que la cara del conejo blanco se fruncía de la rabia. Sonrió, sabiendo que su sonrisa todavía no había desaparecido y el contrario pudo verla.

 

—Eres un idiota —Aoi le golpeó uno de sus hombros cuando al fin lo encontró entre algunos árboles, lejos de las casas próximas.

—¿Qué querías hiciera? Yo no puedo desvanecerme.

—Ya, no importa. —Ni siquiera mencionó el hecho de que a él también lo hubiera visto —. Seguro informará a Ruki, pero da igual. Ya vámonos.

Reita decidió permanecer en su tamaño normal un poco más, así que siguieron caminando a ese ritmo. Aoi le había dicho que el conejo blanco informaría de lo que pasó, pero no creyó que tan rápido. Pues cuando iba pasando frente a tres tipos, estos intentaron atraparlo mientras gritaban “¡Es él! ¡Es él!” era imposible que supieran que era el ex rey, pero sí el campesino que intentó entrar a la casa del conejo. Corrió con toda la prisa que pudo, escondiéndose entre unos arbustos y helechos que por suerte no emitían ningún ruido. Luego, junto con Aoi, se refugió en una casita que estaba abandonada.

—No ha pasado más que una o dos horas, ¿y ahora todos me buscan?

—Es el sirviente del rey rojo, su mano derecha, su más leal siervo —exclamaba burlón el mayor, haciendo mímica como si fuera una doncella enamorada —. Hasta unos dicen que su amante.

—¿Amante? —Alzó una de sus cejas—. Ruki no es homosexual.

—Eso yo no lo sé, son rumores.

Se quedó en silencio viendo los zapatos negros que llevaba, los cuales no consideró Didacus que debían cambiarlos al estar ahora tan llenos de lodo, tierra y quizá excremento de animales. ¿Cuántas cosas habrá hecho Ruki de las cuales sus padres se morirían si estuvieran vivos? Bienaventurado sea, pensó, aun cuando no creía en un dios.

—Será mejor me haga pequeño.

—Bien pensado —le dio uno de los pastelillos que había sacado de su bolsillo del pantalón corto que llevaba. Era de color morado. Todavía no sabía si le haría crecer o encoger, pero no creyó útil avisarle pues sólo conseguiría que le gritara.

Reita no lo dudó y dio un minúsculo mordisco. Se estiró y luego empezó a comprimirse hasta que se perdió de nuevo en la hierba, ante los pies del gato de Cheshire. Aoi lo buscó y colocó sobre una de sus rodillas.

—¿Tienes un plan?

—¿Lo he tenido antes?

—Es imposible llegues así hasta el castillo, tardaremos años.

—Tú me llevarás —afirmó Reita, asintiendo con su pequeña cabeza.

—¡Wow! ¿Y cómo planeas que pueda desvanecerme contigo?

—Me dejarás en un árbol, con cuidado, y lo harás —le calló antes de que le interrumpiera, y se sintió poderoso aun de ese tamaño —. Tardaremos un poco más de lo planeado, pero es lo mejor.

 

Las cosas fueron más difíciles de lo que llegó a pensar Reita, y estaba seguro que Aoi se lo recordaría en cuanto estuvieran a salvo. No sólo tardaron mucho más de lo planeado; en varias ocasiones Reita estuvo a punto de caerse de las ramas de los árboles por lo rápido que Aoi lo dejaba sobre ellas. También hubo ocasiones en las que simplemente el gato de Cheshire no pudo ponerlo a salvo pronto y terminó corriendo, lejos de los pueblerinos que le veían. Era obvio que ya todo el reino debía saber que el gato estaba por ahí y por ello sería más difícil  traspasar la seguridad del castillo.
Su mirada, junto con la del mayor, se desvió hacia arriba. Las altas torres eran de color café rojizo, al igual que la muralla que protegía el castillo. Sobre cada torre se encontraban varios naipes, vigilando. La más alta de todas las torres tenía una ventana con barrotes, y Reita adivinó que ahí debía ser el dormitorio de Ruki. Además de las torres, lo otro más alto y visible eran los árboles y pinos frondosos, ambos  cubiertos por rosas color carmín. Se preguntó cuánto habría costado colocar rosas en todo aquello y de qué forma lo habrían hecho.
—Bien, aquí estamos. Sólo unos metros más y nos volaran la cabeza —Aoi se apoyó contra el tronco de uno de los árboles, cruzándose de brazos a la par que seguía viendo el castillo frente a ellos, nada agradable para él.
—No hay nadie por aquí cerca —observó Reita, recorriendo el lugar con suma atención, como si ahora en vez de esconderse quisiera encontrar a alguien.
—Mejor aún.
—No. —Negó varias veces, frunciendo el entrecejo—. Eso quiere decir que…
No terminó la frase, pues en ese preciso momento la puerta de madera que estaba en medio de la muralla  se abrió con un fuerte sonido. Reita, que estaba sobre la rama de un árbol, se escondió lo mejor que podía mientras Aoi se desvanecía. El que abrieran la puerta sólo le hizo comprobar que sus sospechas eran ciertas: una bestia de unos dos o tres metros intentó seguir la carreta que iba saliendo del castillo. Fue inmovilizada por cuatro grandes guardias que no eran naipes, bastante musculosos para poder controlar aquel monstruo.
—¿Qué es eso? —jadeó Aoi mientras se aparecía tan sólo el rostro cerca de donde estaba Reita.
—El Morbetfang.
Iba a cuatro patas, con una cabeza para nada apropiada a su cuerpo por lo gigantesco que era su torso, pero la cual tenía en el hocico unos grandes colmillos desfigurados y chuecos. Los ojos eran un par de puntos de color rosa que combinaban con el color de su piel la cual era muy visible debido a la ausencia de pelaje. El que no tuviera pelo lo hacía más horroroso, pues se podían ver sin dificultad las venas que estaban bajo su piel, algunas de las cuales lucían como si fueran a reventar.
Lo último que escucharon fue un gruñido de ira de parte del Morbetfang cuando la puerta volvió a cerrarse.
—No sabía que esas cosas todavía existían —balbuceó el mayor, volviendo a materializarse junto al tronco.
—Mi padre los recluyó en una isla, lejos de todos. Se supone que se mataron los unos a los otros hasta que no quedó ninguno. No tengo la menor idea de dónde pudo encontrarlo Ruki—admitió, con el asco creciendo en su estómago.
Esas cosas tenían un apetito voraz de carne y sangre, sus patas tenían más de diez dedos con deformes garras. Eran violentos por naturaleza, no había forma de entrenar a alguno para que estuviera de tu parte y poder usarlos para algo como la guerra. Si hubo personas que tenían alguno en su poder era por el simple hecho de que podían encerrarlo en un lugar bastante protegido como para impedir que escapara.
Didacus había tenido razón: iban a liberarlo, aunque al principio él había creído era una advertencia falsa bastante desagradable. Ruki debía estar dándole presos de comer para tenerlo un poco de su lado y no fuera a atacarlo a él, porque sólo le importaba su propio bienestar.
—Hombre, es más que seguro que saben que estás aquí.
—Lo sé —le dio los brazos para que pudiera bajarlo de aquella rama—. Por eso no hay nadie cerca, no son estúpidos. Además de que huele horrible, debe ser espantoso escuchar cómo tritura los huesos de lo que sea que le den de comer, y deben tener miedo de que pueda escapar y atacarlos.
—¿Cómo vamos a entrar? Por la puerta no, y yo podría desvanecerme y llegar hasta el castillo. Claro, a no ser que tu hermanito esté tan preocupado que también haya contratado brujos y estén al pendiente de cualquier cosa extraña: como que alguien se materialice dentro de los límites.
—Mira.
El conejo blanco iba al mando de otra carreta, conduciendo a un par de caballos que ya debían saber lo que les esperaba del otro lado de la puerta pues no estaban nada tranquilos. La carreta estaba cubierta de tela y paja, seguramente para proteger la identidad de algo que iba debajo. Tras convencer, o no, al gato de Cheshire, éste se apresuró a correr a cuatro patas hasta alcanzar la parte trasera de aquel vehículo. Echó a Reita entre la paja, para luego meterse él, de forma que no pudieran verlo.
La puerta volvió a abrirse por en medio, al haberlo solicitado el conejo blanco a uno de los naipes que estaban sobre las torres. El Morbetfang rugió con ganas y volvió a removerse para soltarse de las cadenas que lo ataban y de las que tiraban los guardias. Uruha continuó con su camino, sin notar siquiera los chillidos que parecían dar los caballos.
Aoi no se callaba, gruñendo que iban a descubrirlos y se los comerían en un bocado. Y justo mientras Reita decidió decirle que se callara, el Morbetfang logró soltarse y se lanzó sobre la carreta justo donde ellos iban. Ambos contuvieron el aliento, haciéndose espacio entre las cosas que había debajo de la tela y paja, buscando huir  pero sin salir al exterior.
—¡Atrás, asqueroso indeseable! —Uruha se había puesto de pie, encajando la espada que cargaba contra el lomo de aquel monstruo. Los guardias no tardaron en volver a jalarlo, con más facilidad por el dolor que se expandía por su cuerpo, no siéndole capaz defenderse—. Si Ruki se entera de esto les cortará la cabeza a todos—amenazó, volviendo a sentarse y ordenar a los caballos que siguieran.
Aoi había estado seguro que aquella espada iba a ir directo a su cabeza, pues mientras retrocedía, ésta había salido de entre la paja. Pero parecía que Uruha no la había notado, lo que fue un gran alivio.
Como recompensa por el susto, el conejo blanco no sólo los había llevado a los jardines del castillo, sino que estaba entrando dentro del mismo en el sitio donde estaban las carretas y carruajes. Bajó de su lugar y liberó a los caballos  para que uno de los empleados los llevara al establo. Metió una pequeña llave dorada en la cerradura de la puerta que tenía enfrente y empujó para abrirla. De dentro se coló una ligera luz  que logró formar un rectángulo claro en el sucio suelo de donde estaban. Entró y cerró la puerta de un portazo.
Luego de varios minutos a la expectativa, Aoi se irguió para sentarse en la carreta. Buscó de inmediato a Reita y lo colocó sobre su hombro.
—Todo lo que hay en esta carreta está forrado de cuero.
—No creo que debamos preocuparnos por eso ahora—murmuró Aoi, a lo que Reita asintió.
—¿Crees que podamos entrar?
—No lo sé.
Ambos salieron de la carreta, uno cargando al otro, y se acercaron a la puerta. La garra de Aoi delineó la cerradura, como pensando qué podría entrar ahí para abrirla. No supo por qué, pero tomó el pomo y lo giró, y para sorpresa de ambos la puerta se abrió.
—Debió pensar que no era necesario cerrarla, nadie debía ser capaz de llegar hasta aquí.
—Pues que idiota— Reita le invitó a que abriera con silencio la puerta para poder pasar y así lo hizo el mayor.
Adentro era cálido, había pocas antorchas en aquel pasillo pero parecían suficientes para que pudieran caminar sin problemas. Aoi cerró la puerta con la mayor suavidad que pudo y empezó a caminar pegado a la pared. Se oían murmullos al final del pasillo, donde se encontraba una entrada sin puerta, por la cual entraba una luz más brillante.
—Es arriesgado—le susurró Reita, haciendo que el gato de Cheshire detuviera sus pasos—. Será mejor que me bajes, yo iré. Tú puedes desvanecerte y cuidar que nadie vaya a descubrirme.
—No, es arriesgado eso también. Sí, vi algunos brujos cuando nos acercabamos, debe tener todo el castillo bajo un hechizo. Sabrán que hemos llegado hasta acá.
—Bien, pero entonces ve hacia el otro lado. Ruki debe de estar en esta dirección, y no necesito que vengas conmigo y charlemos los tres juntos, necesito que me cuides.
Reita sabía lo humillante que debía ser para Aoi escuchar que era su niñera, pero no sabía ponerlo en otras palabras, al fin y al cabo para eso lo había traído. Aoi lo colocó con cuidado en el suelo, con lo que pudo comprobar que no estaba molesto, y se alejó en silencio hacia el sentido contrario, donde había varios arcos que conducían a otros lugares del castillo.
Reita se acercó cada vez más a aquella entrada, donde la luz lograba molestarle la vista. Se detuvo a un lado del marco para poder asomar apenas su pequeña cabeza. Volvía a tener razón: Ruki, junto con el conejo blanco y alguien que debía ser de la corte, estaban sentados en amplios sillones de  color rojo brillante.
Dejó salir un suspiro; hace tanto que no veía a Ruki. Ahora era todo un adulto, con el cabello ahora castaño y rizado cayéndole sobre los hombros. Sus ojos tenían una sombra oscura sobre los párpados y los labios resaltaban al igual que los sillones por haber un color rojo cubriéndolos. Llevaba un saco y pantalones de un rojo más sobrio, que hacían lucir su clara piel colorada sólo por el labial y el rubor falso de sus mejillas.
Su hermano se veía como un ángel y sin embargo estaba tomando decisiones de un mismísimo demonio. Quizá por eso le iba tan bien el color que lucía.
Antes Ruki era rubio, al igual que él, pero quizá se había teñido al no querer parecerse a él ni un poco. El rubio recordaba al reino blanco que una vez existió, y Ruki se había empeñado a desaparecer cualquier rastro de blancura, de pureza.
Entró en la sala cuando le pareció apropiado, escabulléndose bajo los muebles que encontraba para no ser visto por nadie.
Ruki se encontraba en silencio, mientras que el conejo blanco discutía con ganas con el miembro de la corte. Ruki vacilaba, moviendo entre sus dedos la copa de vino que sostenía y su pie derecho golpeaba rítmicamente el suelo. Parecía que no prestaba atención a lo que hablaban a sus narices, pero Reita estaba seguro que no perdía detalle y sólo quería parecer desinteresado.
—Es arriesgado hacer eso que planetea, señor Uruha. Organizar una junta para decidir si refugiar a algunas personas que no pertenecen aquí me parece innecesario.
—Ha pasado tiempo, estamos de acuerdo con que hay personas hallá afuera que están dispuestos a estar bajo las órdenes de su majestad con tal de estar de este lado de la muralla.
—¿Y para qué queremos eso? —Rió aquel hombre de cabello  corto y barba espesa aunque no muy larga—. Ellos no son de fiar, podrían venir a robarnos, a hacer destrozos porque es lo único que saben hacer.
—Los necesitamos—aseguró el conejo blanco, y con ello consiguió que Ruki desviara su mirada hasta ellos—. Como sigan así las cosas, al poco tiempo seremos un reino sólo de viejos, hasta que el último de nosotros fallezca.
—¿Qué dices? —murmuró el rey rojo, mientras su empleado reía y musitaba “tonterías” —. ¿Cómo van las cosas, Uruha?
Uruha vio a Ruki y después al otro hombre, apretando los labios, demostrando lo arrepentido que estaba de haber hablado. Ruki insistió, dejando la copa sobre la mesa de centro, que por supuesto era roja, como todo lo que había ahí a excepción de sus invitados.
—Su majestad, cada vez hay menos nacimientos. Las parejas que han contraído matrimonio en los últimos años no han tenido ni un bebé, y dudo estén planeándolo. Parece que nadie quiere tener descendientes y no puedo adivinar porqué.

Reita pudo percibir en el rostro de Ruki que él sabía la razón de que los habitantes no estuvieran teniendo hijos, y se aventuró a adivinar.

Estuvieron discutiendo un poco más, de nuevo sólo Uruha y aquel hombre de nombre desconocido. Ruki había vuelto a su indiferencia e incluso perdió la atención de su bella copa de cristal. Su mirada parecía ir de un lado a otro de lo que podía ver a través de la enorme ventana del salón, y Reita supuso que aquello debía hacerlo muchas veces al día. Sintió pena.

Cuando el miembro de la corte real se retiró, Ruki se puso de pie para marcharse también del salón. Escuchó al conejo blanco preguntarle si quería compañía, a lo que Ruki se negó y obviamente Reita agradeció esto.

Se debatió en salir de su escondite—debajo de una mesa con un mantel que arrastraba— hasta que el conejo blanco salió por aquel arco desprotegido. Sólo entonces corrió hacia la salida por donde Ruki se había ido.

 

Mientras tanto, en otro sitio muy alejado pero en el mismo castillo, el gato de Cheshire disfrutaba de estar de nuevo entre aquellas paredes rocosas, aunque era desagradable el exceso de tonalidades rojizas por todos lados. Tampoco dejaba de prestar atención a cualquier ruido que le alertara que alguien estaba cerca. Lo que sucedió a continuación le hizo dudar de su maravilloso sentido del oído.

Se le obligó a pegar el rostro contra la pared, sintiendo que aquella piedra estaba más caliente que la que tocaban sus patas, pero puede que eso sólo fuera por la escasez de pelo en sus mejillas. Al mismo tiempo el frío de la espada sobre su nuca lo estremeció.

Pensó en desvanecerse, y por fortuna recordó la estupidez que eso significaba antes de hacerlo.

—¿Te diviertes?—reconoció aquella grave voz, pudiendo incluso imaginar el rostro ceñudo del conejo blanco.

—Por supuesto, de maravilla.

La risa que pronunció debió irritar a su agresor, pues sintió que la hoja de la espada se encajaba en su piel, atravesando el pelo, y temió por su cabellera.

Frente a cualquier pronóstico en el cual se veía decapitado, Uruha lo soltó, alejándose por un momento de su cuerpo antes de sujetarlo con fuerza del brazo y jalarlo por el pasillo. Metió una de las llaves que cargaba en una pequeña cerradura y abrió con prisa la puerta, lo empujó dentro y después de entrar él mismo, volvió a asegurar la puerta.

—¿Vas a declararme tu amor, o algo así?

—¿Podrías dejar de decir tantas rarezas por un momento? —espetó irritado.

A Aoi se le hizo curioso eligiera la palabra “rarezas” cuando pudo haber usado cualquier otra más ofensiva. El conejo blanco seguía empuñando su larga y filosa espada, la cual no pudo evitar ver como si temiera la usara en cualquier momento. Uruha debió notarlo, pues pronto la guardó en la funda que cargaba en la espalda. Su rostro mostraba enojo, o quizá era confusión porque también pudo notar que estaba afligido.

—Escucha: no puedes ir por estos pasillos, ¿de acuerdo? Por estos pasan mucho los naipes, y aunque no son peligrosos, sí son muy comunicativos.

Aoi parpadeó, perplejo.

—¿Estás…?

—Sí, los estoy ayudando. —Asintió una sola vez, gesto que se le hizo poco amigable al gato de Cheshire. Iba a preguntar lo obvio: ¿por qué? Pero no fue necesario —. Ruki está confundido. Él… tiene miedo de que el rey blanco puede derrocarlo en cualquier momento si todos se le unen. Ruki no quiere arriesgar nada.

—Lo llamas Ruki al rey rojo, y llamas rey blanco a alguien que ya no es para nada rey —le era imposible no extrañarse de todo aquello. Hubiera afirmado era una trampa de no ser por el semblante derrotado que mostraba en ese momento aquel ser con orejas largas.

—El rey blanco necesita hablar con Ruki. Tal vez y hasta puedan llegar a un acuerdo: deshacer sus planes y unirse. Aunque me conformo con tan sólo ganar tiempo.

No veía casi nada en aquel cuarto, pues ninguna antorcha estaba ahí dentro. Pero era fácil percibir su rostro, sus ojos y sus patas delanteras, al estar tan cerca de él. Se tomó su tiempo en repasar sus palabras y buscarles un sentido, el mismo tiempo que usó para recorrer cada rasgo de aquella cara percatandose de que sus labios eran más curiosos de cerca.

—¿Qué quieres a cambio? —preguntó al fin, notando que sus ojos brillaban por un momento antes de regresar al estado sombrío que solían tener.

—A mi hijo.

 

Reita se había tomado muy en serio el no dejar que nadie viera ni siquiera uno de sus minúsculos cabellos, y esperaba que Aoi se estuviera comportando de la misma manera. Por el camino reconoció a varios “fieles” de su padre, sintiendo tanta rabia al notar lo lame suelas que eran con su hermano menor.

Se escabulló debajo de la puerta que Ruki cerró, encontrándose de pronto en una habitación que parecía sacada del infierno. Las paredes eran lo más sutil: pintadas de un oscuro color rojo, casi café. La cama era enorme, y lo aseguraría aun de su tamaño normal, cubierta de colchas esponjosas y almohadas que no lucían cómodas por lo grandes que eran. Tenía algunas pinturas repartidas por las cuatro largas paredes, y no hace falta decir de qué color eran los trazos que lo representaban a él y algunos paisajes. Había suficiente espacio para un comedor, pero en su lugar sólo había un sofá no muy grande, un librero y un buró.

Además de ellos, en una esquina se hallaban dos simios que Ruki no tardó en echar con una simple seña. Ruki se sentó sobre la cama, quitándose el saco y tirándolo al suelo —seguro que uno de sus simios lo recogería después. Le vio recostarse teniendo los brazos extendidos. Hubiera disfrutado de escucharlo hablar solo, saber qué cruzaba su mente. Pero sabía que Ruki nunca haría eso ya que lo consideraba de locos o poco inteligente.

Se descolgó la bolsa que cargaba en la espalda, rebuscando con cuidado entre toda la comida que le había dado Borisu. Sacó un pedazo del pastelillo que Aoi había conseguido y le había recomendado guardar en su bolsa y no en su mano. Lo mordió luego de volver a colgarse la bolsa, sintiendo que su cuerpo se estiraba e hinchaba hasta conseguir su tamaño natural.

Ruki había notado el singular ruido de estallido, pues se irguió de pronto. En lo que Ruki procesaba lo que sus ojos veían, Reita ya había localizado la llave de la puerta sobre el buró y andó hacia ella. Ruki se apresuró a detenerlo, consiguiendo atrapar su mano que ya tenía la llave. Pero no le costó mucho a Reita zafarse y además cubrirle la boca para que no gritara. Tuvo que arrastrarlo consigo para cerrar la puerta, logrando su silencio al apretarlo por la garganta.

Luego de alejarse lo suficiente de la salida, lo soltó.

—¿Qué haces aquí?

No había absolutamente nada de intimidante en él si no considerabas su enferma mente y el poder que tenía. Tenía el labial embarrado en sus mejillas y mentón, los cabellos despeinados y una mirada de pánico disfrazada de ira.

—Necesitamos hablar de tus decisiones. ¿Has considerado un consejero?

Deshechó cualquier pensamiento de burla luego de ver que lo miraba de forma dura; Ruki no estaba ahí para jugar, ni siquiera quería oír su nombre y ahora estaba frente suyo. Comprendió que Ruki ya no era un niño y mucho menos su hermano menor con el cual poder hablar a la ligera. Y eso le desagradó más de lo esperado, ¿quién era ese extraño?

—Tus ojos no son azules y tu cabello no es café.

—¿Sabías que mi madre no era rubia en realidad?

—Sí, nuestra madre —remarcó—, era pelirroja. Contrató a un brujo para que la hiciera rubia, casi peliplata. Nuestro padre estuvo molesto un tiempo por ello: él amaba su cabello rojizo. Pero ninguno de los dos nacimos pelirrojos, así que no lo supimos desde el principio.

—Los brujos son útiles.

Reita se tranquilizó al pensar que Aoi no había activado ninguna alerta mágica hasta ahora.

Hablar con Ruki era más complicado de lo que creía. ¿Qué debía decirle?: deja tus idioteces de exterminar y déjanos tranquilos. Tranquilos, ¿desde cuándo no se sentía así? Todos los días era un constante correr de un lado a otro, recolectar antes que los naipes, dar dinero, dar comida, jurar que habrá tiempos mejores. Pensó en Aoi y lo poco que creía en un futuro mejor. Reita aumentó las razones por las que estaba ahí: quería calma, pero de verdad.

—El exterminio ni lo pienses.—Su voz era fuerte, como si le ordenara. Ruki alzó las cejas, antes de sonreír con cinísmo —. Y esos monstruos que tienes debes sacarlos de aquí. Lejos, muy lejos.

 —¿Te sientes en un juego, eh, Reita? —se cruzó de brazos, mostrando diversión en su rostro —. Piensas que por llegar hasta aquí ya has ganado, que ahora debo darte tu premio por terminar el juego. ¿No es así? —vaciló—. Pues no. ¡ESTE ES MI JODIDO REINO! ¿¡Entiendes?! SOY EL MALDITO DUEÑO DE HASTA DONDE DEFECAN LOS ANIMALES.

El puñetazo que Reita dio en su pómulo le dio un mejor rubor que cualquier flor o hierba que usara para maquillarse. Ruki se palpó el golpe. La mirada de odio que le dedicó le hizo sentir a Reita confusión y miedo; ¿por qué Ruki lo odiaba tanto?

—Voy a llamar a los guardias, ¿entiendes? —Esta vez susurró. Su voz era una simple vibración —. Te cortarán la cabeza. Y luego matarán a cada una de las escorias del bosque, empezando por el maldito gato asqueroso.

—¿Sabes cuánto asco me das, Ruki?

Reita sabía que Ruki hubiera podido correr a la puerta y gritar, y entonces él ya hubiera sido decapitado. Pero seguía ahí, frente a él. Sus ojos ahora azules le veían fijamente, seguía apretando su mejilla con la mano y notaba sin dificultad su respiración alterada. Era su hermano, sin embargo no lo sentía como tal aun cuando todo el cariño que le tenía seguía estando en su interior.

—¿Por qué quieres hacer todo esto? —murmuró, dando un paso hacia él, aliviado de que no retrocediera.

Ruki lo observó por un tiempo sin decir nada.

—¿Por qué? Porque lo merezco —gruñó—. Yo merezco tener todo lo que tengo; todo lo que mis padres querían fuera para ti.

—Lo querían para ambos, no sólo para mí. Yo era el rey pero lo mismo tenías tú.

—Mentira. Nada de lo que era tuyo era mío —su voz era baja, pero lejos de ser apacible se oía intranquila —. Poder, la obediencia y admiración de todos, mujeres, riqueza. Riqueza que querías acabar regalándole a todo el que te pidiera ayuda.

Ya no sujetaba su mejilla, ahora tenía las manos en puño a los costados de su cuerpo. No había pensado en todo ese tiempo en la estatura que tendría, y aunque fuera él más alto estaba seguro que Ruki era más imponente.

—Era mi reino, mi gente. Debía cuidarla, yo no podía dejarlos morir de hambre. —Recordó todas las veces en que su padre se había negado a ayudar a tantas personas, y todas esas veces él se había jurado que al llegar a la corona sería un rey diferente—. La riqueza no se acaba si el pueblo la usa bien y crea más.

—Ese es tu problema—rió, acercándose a pasos cortos hasta que estuvieron frente a frente —. Eres demasiado bueno para ser rey, demasiado ingenuo para creer en toda esta gente.

—¿Es lo que querías, no? Mandar en un lugar así. Ser respetado por gente que, según tú, sólo se aprovechan, y quejan todo el tiempo. Ser admirado, amado…

Los rizados cabellos del castaño se balancearon, siguiendo el movimiento de su cabeza al negar. Había retrocedido, pero esta vez en su rostro se mostraba la decepción y la amargura.

—Nadie nunca me ha admirado, mucho menos amado como su rey. En este sitio donde todos se sienten condenados a vivir, nadie quiere que alguien más lo haga —Ruki caminó en dirección al pequeño buró que tenía, tomando una pequeña jarra de cristal con agua, vertiendo un poco de su contenido en el vaso de a lado —. Si has estado siguiéndome, habrás oído que nadie tiene hijos. Nadie quiere que sus descendientes vivan en un lugar como este, prefieren morir siendo los últimos que hayan sentido tanta desgracia.

Reita había pensado en eso: no querían hijos para no hacerlos sufrir. Había tantas familias que le habían sido leales a su padre y hasta a él, y ahora debían vivir bajo el cobijo de un rey sádico, insensible, y que los había obligado a darles la espalda a todos los demás. Eran personas de buen corazón después de todo, ellos no habían querido vivir así.

—Siguen sintiendo lástima —continúo, como si adivinara lo que pensaba —. Siguen pensando si hubiera sido mejor vivir en el bosque: pobres, pero libres. Con un ex rey cada vez más miserable pero que aún así les tiende la mano, en vez de un prepotente que sólo se ocupaba de que trabajen y con eso puedan comer.

—¿Y piensas que si los matas a todos los demás, no tendrán más que una opción?

—Exacto.

La sonrisa que le dedicó le hizo sentir el estómago calentarse, sólo hasta que vio de nuevo aquellos ojos que demostraban tristeza y quizá decepción de sí mismo. Ruki pensaba que no tenía otra alternativa; que tenía que ser el rey que siempre quiso ser de niño. Ruki siempre había sido su sombra, el hermano menor, el que sería protegido por su hermano rey. Ruki nunca había querido ser eso: un hombre con sueños reprimidos viendo a su hermano ser todo.

Cuando él se volvió rey, hubo días en los que nunca vio a Ruki. Iba de un lado a otro, arreglando cosas y organizando reuniones. Había tenido una fiesta inmensa donde lo coronaron, y ni siquiera había cruzado palabra con Ruki aun cuando se sentó a su lado para el banquete. Le había aislado, y ahora había ido hasta él diciéndole que todo había sido de ambos. Lo había sido el castillo, la riqueza, la comida y los sirvientes. Pero Ruki nunca había tenido la gloria; la atención y admiración de quienes a él lo habían venerado, de quienes lo habían tratado más como un dios que como un rey. Y aunque él juraba aquello no era importante, Ruki se había obsesionado con poder sentir lo que él sentía.

Se acercó con prisa hasta él, tomándolo entre sus brazos y sintiendo el claro rechazo del menor al ser empujado. Quería mostrarle que no tenía asco de él como había dicho, que lo quería tanto incluso después de tanto tiempo. Que estaba dispuesto a perdonarlo si él lo hacía.

—Suéltame, Reita.

—Lo siento mucho —Ruki tenía aún en la mano el vaso de cristal y podía azotarlo en su cabeza si quería —. Nunca debiste hacer todo esto. Y ahora, no debiste temer en que yo te atacara, Ruki. Yo te amo —lo sintió estremecer por sus palabras—. Nunca quise hacerte daño.

—Te quité la corona, maté a tu prometida, te eché del reino sin nada como un simple plebeyo, he planeado asesinarte, ¿y puedes pronunciar que no quisiste hacerme daño?

Reita pensó de inmediato en aquella mujer, con la que había planeado casarse luego de unos meses de volverse rey. Cuando la asesinó, él había estado en cólera, dispuesto a matarlo con sus propias manos. Aunque no había llegado a amarla, se había sentido feliz de poder compartir su vida con su reina, tal como su padre había hecho. Ruki le había arrebatado todo, porque él no había tenido nada. ¿Y podía él disculparse?

—Hiciste cosas horribles, y las sigues haciendo. Me quitaste todo, hasta el suelo que me correspondía —admitió, separándose de su cuerpo. Sus rostros se quedaron cerca, y sus ojos se analizaron el uno al otro—. Pero estoy dispuesto a seguir, si tú me perdonas a mí el haberte dejado a un lado.

Ruki apretó entre sí sus labios, dando pasos hacia atrás para no estar tan juntos. Su mirada estaba fija en sus pies, con un caos en su cabeza.

Reita sabía la gravedad de sus palabras y el hecho de que Ruki decidiera aceptar. Se unirían, todos volverían a ser del mismo reino, los monstruos se irían, las personas se reunirían con sus viejos amigos y familiares. Las reglas de Ruki se acabarían y no habría más miseria y represión.

—Y yo volvería a ser tu sombra… ¿Verdad? —Levantó la cabeza, clavando la mirada en sus ojos y frunciendo el entrecejo. —No, Ruki. Ambos podemos manejar esto, para el bien de todos.

Ruki se apartó con rapidez de él en su intento de volver a acercarse. Dejó caer el vaso de cristal, haciendo que se estrellara. Corrió hacia la puerta y golpeó varias veces, mientras gritaba que la abrieran. Reita frunció el rostro, indeciso en si ir hasta él o escapar por otro sitio, aunque era imposible. La puerta se abrió de inmediato, dejando ver a varios guardias que no eran naipes sino humanos y semihumanos.

—Atrapenlo y metanlo a las mazmorras, y adelanten los planes. Hoy mismo mataremos a todas esas escorias.

Reita se quedó helado, no pudiendo creer lo que acaba de oír. ¿Su conversación había sido en vano? Aoi había tenido razón.

—El rey blanco —pronunció con admiración y esperanza uno de los guardias, el más alto cuyo mentón estaba cubierto por una espesa barba negra.

Hubo una mirada de complicidad entre los seis guardias presentes y en un instante todos sujetaron con brusquedad a Ruki. Aunque pronto unos lo soltaron, y sólo dos de ellos le inmovilizaron las extremidades superiores. El rostro de Ruki era una mezcla de sorpresa, pero miedo que ya había estado esperando por salir.

—El rey blanco ha regresado. El reinado del miserable rey termina hoy, al igual que su vida —gritó con solemnidad el anterior guardia, y sus compañeros respondieron con vítores de júbilo.

Ruki fue sacado a rastras de la habitación, siendo escoltado por todos los guardias a excepción del de barba negra que se la había acercado para hacerle una reverencia. Reita pasó de él, incrédulo. Allá afuera, en el pasillo, los sirvientes y el resto de guardias festejaban de ver puesto en acción un plan que seguro llevaban mucho tiempo en manos.

No sabía qué hacer; ¿pedir que lo soltaran? ¿Que lo perdonaran cuando estuvo dispuesto a entregarlo a esos tipos para que lo mataran? ¿Y ellos estarían dispuestos a echarse para atrás por su simple orden?

 

Uruha lo había dejado salir de aquel cuarto luego de que aceptara su ayuda, y ayudarlo. Ahora estaba seguro que el haber llegado hasta ahí no había sido tan fácil por suerte.

El conejo blanco caminaba detrás de él cuidando su espalda, pero también para poder disimular que lo había capturado si alguien los veía.

—¿Cómo es que tienes un hijo? ¿Y por qué no está aquí contigo? —la curiosidad le ganó, pues siendo él la mano derecha del rey rojo no entendía porqué no podía tener a su hijo con él.

—Mi esposa no estuvo de acuerdo con mi decisión de unirme a Ruki, decía que prefería luchar todos los días y vivir, que estar en un lugar tan maldito como este, como si no estuviera viva. —Resopló, demostrando su descontento —. Y se llevó a mi hijo, incluso cuando yo había aceptado estar con Ruki tan sólo para protegerlos.

—¿No pudiste irte con ellos?

—No. Si lo hacía, estaba traicionando mi palabra hacia Ruki y sólo hubiera pasado una hora hasta que nos encontrara a todos y nos asesinara.

—¿Y tu esposa, también vas a buscarla?

Aoi tuvo que girar para verlo, queriendo captar su expresión. Había hablado de encontrar a su hijo, pero no había mencionado nada de su mujer hasta ese momento. Uruha no hizo ningún gesto en su estoico rostro, y no demoró en responder. —Debería llamarla “mi difunta esposa”, pero no me gusta cómo suena —se encogió de hombros —. Un día uno de los naipes me contó que habían encontrado su cadáver mientras recolectaban, aunque puedo adivinar que quiso decir que la asesinaron mientras recolectaban. Mi esposa siempre fue muy terca, debió haber peleado porque dejaran sus árboles en paz, y ellos lo solucionaron fácil.

Aoi se detuvo, volteando para verlo pero antes comprobando de que nadie estuviera cerca.

—Hablas de la muerte de tu mujer como un simple homicidio más.

—Cuando has visto tanta muerte; de desconocidos, conocidos, amigos, familia, ya no te sorprende otra. Además, eso pasó hace mucho. En su tiempo claro que me hizo mal, pero era algo que debía suceder.

Uruha lo empujó por el hombro para que siguiera andando, pero Aoi sentía mucha rabia para hacerle caso. Luego de apenas unos segundos, varias cartas de naipes aparecieron detrás de la espalda del gato de Cheshire. Uruha se apresuró a apresarlo por los brazos, como si estuviera luchando por controlarlo.

Los naipes, de corazones y picas, se miraron entre ellos antes de acercarseles.

—He encontrado a este pulgoso, lo llevaré de inmediato abajo para que Ruki pueda verlo e interrogarlo después.

—Podemos hacerlo nosotros —dijeron al unisón.

—No, usteded sigan vigilando. Si él está aquí, el rey… el ex rey blanco también debe estar en el castillo.

Fue empujado por Uruha entre todo ese montón de cartas estúpidas, poniendo su mejor cara de asco y desdén. Estuvieron a punto de doblar la esquina cuando un par más apareció y se acercó a susurrarle algo a las que ya se encontraban antes.

Frunció el entrecejo cuando todos los naipes asintieron y alzaron sus espadas, corriendo en dirección a ellos.

—¡Uruha!

El conejo blanco le soltó y giró de inmediato. Con esa misma rapidez ya tenía la espada en la mano, alzandola de forma amenazadora hacia ellos.

—¿Qué mierda hacen?

—El rey blanco ha regresado. El reinado del miserable rey acaba hoy, al igual que su vida —Uruha se estremeció ante ese coro.

Blandió su espada y detuvo cada uno de los ataques mientras caminaba en reversa y apartaba con uno de sus brazos a Aoi, haciéndolo hacia atrás para que no lo alcanzaran.

Pero era imposible cubrirse de todos. Aunque, como había dicho Uruha, aquellos guardias eran torpes, también demasiados como para que una sola espada les cubriera. Uruha fue arañado y cortado por varias espadas, hasta que finalmente los sujetaron a ambos. El gran número de cartas, que no había tenido tiempo de contar Aoi, se dividieron para inmovilizarlos. Era imposible zafarse y Uruha había soltado la espada.

—Matenlo ya, no necesita una ceremonia. Él es sólo un indeseable peón —pronunció un guardia recién llegado, el cual era por completo humano. Sujetaba con una mano un escudo y en la otra una corta espada.

Varias cartas se encargaron de someter al conejo blanco hasta que se inclinó, dando la facilidad de cortar su cuello.

Luego de que Aoi se rindiera en su intento de zafarse de los naipes y ver que estaban apunto de decapitarlo, no tuvo más remedio que desvanecerse. En ese momento se escuchó algo parecido a un aullido y se cubrió todo de neblina,y se pudo ver con facilidad dónde estaba Aoi hasta antes de que volviera a aparecer. Pero eso no le importó al gato de Cheshire, quien ahora sujetaba la espada de Uruha y había cortado la mano que estuvo a punto de degollar al conejo blanco.

Hubo varios gritos de conmoción de los naipes, quienes se habían retirado como los cobardes que eran. Aoi sujetó con firmeza el brazo de Uruha y tiró de él para sacarlo de ahí. Sólo pudieron avanzar medio pasillo antes de que nuevos guardias, humanos y semihumanos, aparecieran.

—Alto —dijo el primer guardia humano que habían visto, mientras Aoi, nervioso, los apuntaba con la espada —. No sabemos qué tenemos que hacer con el gato de Cheshire, él ayudó al rey blanco ha venir hasta acá. Pero si lo ha traicionado, eso no lo sabemos.

—¡No lo he traicionado! —gritó de inmediato —. Uruha… ¡Uruha ha traicionado al rey rojo! —Asintió, volteando a ver al conejo, esperando que dijera algo, pero éste se negó a siquiera mover los labios.

—No podemos asegurar eso. —Volvió a hablar el anterior guardia a sus compañeros —. Así que los llevaremos a las mazmorras y después le pediremos al rey blanco que los interrogue.

Todos parecieron estar de acuerdo con esa idea. Los escoltaron esta vez de forma menos brusca, llevándolos por otros pasillos para ir escaleras abajo. Bajaron, bajaron y bajaron. Había cada vez menos luz aun cuando estaban en las paredes la misma cantidad de antorchas. En aquellos calabozos había muchas celdas ya ocupadas, con personas que se pegaban a los barrotes y gimoteaban cosas inentendibles. Los llevaron hasta casi el final de uno de los pasillos, abrieron la reja y empujaron con brusquedad al conejo blanco, luego dejaron que Aoi entrara.

—¿Estás seguro de que no debemos matarlo?

—No. Demole al rey blanco la dicha de acabar con él: el tipo que traicionó la confianza de su familia, que ayudó a que lo sacaran de aquí, y que fue el títere del rey rojo para hacer sufrir a tantos seres inocentes.

Varios guardias asintieron y exclamaron su aprobación antes de irse por donde vinieron. Les habían quitado la espada, lógicamente. Uruha se mantenía quieto junto a la reja pero en silencio, no como todos los demás presos. Él, por su parte, iba de un lado a otro en la celda.

—No lo entiendo. ¿Lo traicionaron al ver a Reita? ¿Y tú no sabías nada de esto?

—No. Aunque estoy seguro que Ruki lo sospechaba. —Dio media vuelta para verlo, pegando su espalda a los barrotes —. No me lo contaron porque todos piensan que soy su fiel “títere”, que le soy leal hasta el tuétano. Y me odian. Estoy seguro que pensaron: si cae el rey rojo, su mascota también.

—Yo creía que eras hasta su amante.

Uruha sonrió, cruzándose de brazos y viendo hacia uno de los costados, donde una pared que los separaba de otra celda estaba cubierta de trazos extraños hechos por alguna piedra blanca.

—No debiste salvarme. Los escuchaste: ellos te consideran amigo del rey blanco, te hubieran llevado con él de inmediato. Y sólo retrasaste mi segura muerte.

—Reita nunca aprobaría que te mataran —gruñó, andando hasta estar frente a él.

—Él no, pero no podrá hacer cambiar de opinión a todos a quienes he hecho la vida miserable. Aunque no lo apruebe el honorable rey blanco, encontraran la forma de separar mi cabeza de mi cuerpo, y algunas otras partes.

Aoi colocó sus patas delanteras sobre sus hombros. Su rostro estaba fruncido, sin apartar la mirada de aquellos ojos color miel que no parecían ni un poco asustados.

—No dejaré que eso pase.

—¿Cómo? —preguntó incrédulo, alzando una de sus cejas y levantando un poco las orejas.

—¿Sabes lo horrible que es que un malnacido de atraiga? —Juntó su frente con la del menor, sintiendo que éste se pegaba a la reja —. Y luego descubres que no es tan malnacido como creías, y piensas que no está tan mal que te guste entonces.

Los ojos de Uruha esta vez sí que reflejaron algo: sorpresa. Aoi había pegado sus labios a los ajenos, besándolo con brusquedad mientras se aferraba a sus hombros. El conejo blanco ni siquiera se había movido, tan sólo había sentido la humedad de esos labios contra los suyos como algo irreal.

—Estás enfermo…

—Tal vez. —Se encogió de hombros, apartándose de aquel ser que aún no podía procesar lo recién ocurrido —. Sólo a un enfermo que lleva tiempo observandote puedes parecerle interesante. Pero mira, hasta hoy supe quién eres en realidad.

Uruha no dijo nada, se mantuvo sosteniéndole la mirada justo hasta que escucharon ambos una risa no muy lejos de donde estaban ellos. Entre la oscuridad de la celda emergió una figura, la cual llevaba un vistoso sombrero que se le hizo extraño a Aoi no haberlo notado.

—¿Cuánto tiempo lleva usted ahí? —Aoi se giró, notando aquel hombre cuyos cabellos anaranjados caían sobre sus hombros.

 Estaba vestido con un traje igual de extravagante que su sombrero; de colores café y verde oscuro, con varios detalles de más colores. Pero aquella ropa no estaba para nada en buenas condiciones.

—¿Yo? ¡No lo sé, no lo sé! Mi reloj no funciona desde que fueron las dos de la mañana, en algún momento del pasado. —Aquel hombre parecía muy divertido con la situación. Se paseaba de un lado a otro, hablando entre murmullos con él mismo.

—Está loco, no le hagas caso —susurró Uruha, dándose la vuelta para ver a través de los barrotes.

—¡¿Loco?! —exclamó aquel hombre desconocido, acercándose a grandes zancadas hasta donde estaba el conejo. Lo tomó por los hombros para darle la vuelta —. Yo, señor, soy Kai, ¡el sombrero oficial de la familia Suzuki! ¡Yo! —se detuvo, viendo a los lados mientras lo soltaba y retrocedía con lentitud —. ¿Yo estoy loco? —Parecía que volvía a hablar con él mismo. Aoi se acercó hasta aquel hombre, tomándolo de los hombros para verlo de cerca. Reconoció aquel rostro al fin, detrás de todas esas arrugas y muestras de qué tan mal había estado todos esos años. Kai también pareció reconocerlo, pues una extraña sonrisa apareció en su rostro.

—Creí que te habían asesinado…

—¡Qué bah! ¡Ellos no pudieron conmigo! —Negó con la misma sonrisa—. Tú has sido muy sonado entre los guardias: “Algún día atraparemos a ese maldito gato”.

—Me imagino.

—¿Ya han matado al rey rojo? —preguntó de repente, quitándose su sombrero y jugando con éste entre sus manos, viendo primero a Aoi y luego a Uruha.

—¿Qué sabes tú de eso? —se aproximó Uruha, cruzándose de brazos. El sombrerero soltó una risita, volviendo a cubrir su cabeza.

—”El honorable rey blanco ha regresado a sus tierras. No teman pobres desgraciados, estoy seguro que él les dará un juicio más justo” —recitó algo que de seguro fue dicho por uno de los guardias —. No sé más, pero llevaban mucho… ¿tiempo? Tiempo, planeando aquí en las mazmorras sobre cómo traicionar al rey rojo. Muy poco razonable, si me lo preguntan.

Aoi vio con atención las expresiones de Uruha, pero de nuevo sintió rabia al no encontrar nada interesante qué contemplar. No tenía idea de lo que pensaba. No sabía si acaso Uruha temía por la vida del rey rojo y por ello no había dicho a los guardias que lo había traicionado, ¿es que acaso estaba de su lado?

 —Señor sombrero —Kai fijó la mirada de sus profundos ojos en los del conejo blanco, y sonrió como si supiera lo que quería preguntar —. ¿Tiene idea de cómo salir de aquí?

Aoi le hubiera dicho que era una tontería pensar en eso. Si tuviera conocimiento de cómo salir de ahí, era obvio que no estaría ahí. Pero no dijo nada, porque Kai respondió al instante.

—Por supuesto.

Ambos se quedaron viendo aquel profundo agujero que había estado escondido bajo la cama de la celda. Aoi pensó en lo poco agradable de que hubiera una cama para tres presos, sin embargo olvidó aquello al entender por qué no habían visto antes al sombrerero: no había estado ahí.

—¿Hay un sólo camino?

—Sí, lleva a los jardines privados del rey rojo, donde toma su té como una señorita. Con sus tacitas de porcelana y sus pastelitos decorados con rosas —hablaba con un tono meloso, moviendo sus manos de un lado a otro mientras se burlaba.

—Ah, muy bien —murmuró Uruha, decidiendo mejor seguir viendo el hoyo. Asintió un par de veces en silencio antes de dar una palmada a la espalda de Aoi —. Muchas gracias, señor sombrerero.

—A su servicio, conejo roñoso.

Uruha dio un salto y desapareció en la oscuridad del agujero. Poco después lo siguió Aoi. Ambos cayeron contra el sólido y desigual suelo de lo que nombraron como un túnel, sólo que Aoi sí cayó de pie. Uruha se sacudió las patas delanteras en sus pantalones y fijó su vista hacia arriba: el agujero había sido tapado de nuevo por el sombrerero. A lado había un tronco chueco, pero apenas lo notó.

—¿No pensaste que podría haber sido una trampa? —Aoi no lo pensaba, pero le causaba extrañeza aceptar ayuda de un loco porque sí.

—No. Si se lo pregunté es porque me pareció haberlo visto varias veces en el jardín mientras acompañaba a Ruki. Supongo que es bueno guardar secretos por largo tiempo.

Caminaron por el túnel, que era bastante ancho, sin tomarse demasiado tiempo para contemplarlo antes de empezar a correr. No tenían idea de si debían o no preocuparse por algo. El asesinato del rey rojo le venía de maravilla a Aoi, aunque algo le decía que Reita no quería eso a cambio de la paz. El túnel era tan largo que no podían ver su fin aun cuando llevaban tiempo corriendo. Ambos terminaron en cuatro patas para poder ir más aprisa. Luego de varios minutos más, al fin vieron una luz que se colaba por un agujero en el techo. A un lado había un macizo tronco que seguramente usaba el sombrero cada que iba ahí, y al fin comprendió lo del tronco chueco. Aoi pensó que era una suerte bastante extraña, aunque quizá el mismo sombrero colocó los troncos ahí abajo.

Uruha lo empujó para colocarlo bajo el hoyo y se subió. Dio un salto y sólo con eso logró que su cuerpo saliera por completo de aquel túnel, cayendo entre el pasto recién cortado del jardín. Volvió a acercarse al agujero por si el mayor necesitaba ayuda. Aoi pronto logró tomarse de los bordes del agujero y se impulsó hacia arriba. Uruha lo jaló para que subiera.

—¿Y ahora? —jadeó, exhausto.

—No sé dónde puedan estar. Supongo que en los jardines delanteros, si planean hacer un espectáculo.

Aoi lo tomó por el brazo antes de que Uruha pudiera retomar su trayecto.

—¿De qué parte estás, Uruha? Necesito saberlo para no tener sorpresas —lo soltó lentamente, acortando la distancia entre ambos —. ¿Ruki o Reita?

Uruha deshizo la expresión de frialdad que siempre portaba, y pudo notar varios sentimientos en sus ojos al fin. Sintió su respiración contra su piel cuando chocó su frente contra la suya. Se estremeció.

—De la tuya.

Aoi sintió que le daba un paro cardíaco. No le dio tiempo de responder cuando Uruha ya estaba tirando de él, obligándolo a correr. 

Notas finales:

¡Gracias por leer! 

Y les agradecería si dejaran algún rw. 


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