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Depredadores por LesiNS

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Notas del fanfic:

Omegaverse

Notas del capitulo:

Espero que les agrade.

Londres, Inglaterra.

En una de las zonas exclusivas del país, vive el archiduque Jonesfield y su familia compuesta por una esposa y un hijo. Su apellido siempre fue reconocido ya que eran los únicos descendientes betas con un título nobiliario tan alto, aunque también rumores transeúntes entre los plebeyos les atribuían ese reconocimiento.

El actual archiduque, con cuarenta años recién cumplidos, es un hombre regio, de altura mediana y rasgos sin nada especial o llamativo, propio de un beta. Su conyugue, una mujer joven y radiante, lúcida y muy activa a pesar de ser ya madura a sus treinta y ocho años, en su matrimonio de ya dos décadas habían concebido a un único hijo, que ya había cumplido los dieciséis años y era hora de que buscara un prospecto para dar continuidad a su apellido, brindar bienes a la familia y hacer su vida de la manera correcta. Alfred Jonesfield, beta proclamado desde la concepción aunque con el cuerpo un poco fuera de los parámetros establecidos para un macho de su género; alto, fornido y con rasgos tan atractivos que casi le hacían pasar por un alfa.

Casi.

--Hijo, hoy en el baile debes cortejar una dama—le recitaba su madre mientras le acomodaba el traje de gala—Ya eres apto y quiero nietos lo más pronto posible—dijo por último, acariciando gentilmente la cara de su joven beta.

El primogénito de los Jonesfield siempre ha sido alegre, de temperamento cálido y gentil, con una increíble estabilidad física y mental. A sus dieciséis años como beta mantiene una buena salud y sus feromonas no son como las de los alfas o los omegas así que no se preocupa por expedir algo indebido, tampoco se preocupa por lo que come o lo que siente. Aunque el día de hoy, algunas cosas no andan del todo bien con su cuerpo, en la mañana despertó con una repentina erección matutina, cosa normal a su edad pues comienza el punto crítico de su desarrollo. El punto malo, era que sentía un incontrolable cosquilleo en su cuerpo cada vez que alguien se le acercaba o lo tocaba, cuan más mínimo que fuera el roce. No se lo diría a nadie, sus padres pensarían que busca excusas para no asistir al baile y no le creerían de cualquier forma, él lo atribuye a que son nervios de que tendrá que buscar una esposa y que tendrá que engendrar críos y formarse la vida que esperan todos.

Eso no era muy alentador, ni siquiera era algo que quería hacer.

--Madre, yo no me quiero casar todavía—habló con respeto, aunque no aguantando mucho la propiedad de su nobleza al renegar—Mi padre se casó hasta que cumplió veinte años, yo también puedo hacerlo.

--Sí, pero tu padre no era hijo único y tú sí—se aleja un paso y da unas palmadas a su vestido frondoso color menta y de escotado sutil—No hables más, debemos irnos lo antes posible, nos espera el carruaje.

No hubo más objeciones al respecto, salieron de la casa y subiendo al vehículo dieron marcha hacia el palacio de los Kirkland, anfitriones del baile de la cosecha.

.

.

.

Arthur era el hijo menor de la más prestigiosa familia de Inglaterra, bien conocida por su alto nivel aristocrático y la fama de un temperamento de difícil manejo. Esta noche, el baile sería ofrecido por su familia no precisamente por que fueran unos amantes de las relaciones interpersonales, ni porque amen mezclarse con las otras castas que no les llegaban ni a los talones, según el actual conde, el progenitor de tres apuestos y codiciados alfas.

La razón principal de esa actitud tan voluble respecto a invitar una masa de plebeyos, era que el hijo menor, libertino e irresponsable, no tenía una esposa y su juventud no era eterna, con veinticuatro años se estaba quedando rezagado y sus padres querían vivir para ver a sus nietos.

--No me voy a casar—habla prepotente hacia su padre, que descansa en una silla con una taza de porcelana en la mano, seguramente con alguna infusión cara—Tu heredero no soy yo, por lo tanto no tengo la obligación de casarme y tener crías.

Su madre, que permanece de pie cerca de la ventana del salón, cubre su boca con las manos enguantadas, en gesto de sorpresa y preocupación. Intenta hablar pero su esposo le gana la palabra.

--No eres mi heredero—repite, y eso le causa una molestia a su hijo—es cierto, pero sigues siendo mi hijo y hasta que no te cases y formes tu propia familia, seguirás dependiendo de mí, ¿Adivina con qué dinero le pagas a las putas con las que te revuelcas?—toma una postura firme, siempre había sido flexible en cuanto a su hijo menor pero ya estaba a punto de estallar con tanta barbaridad que escuchaba por ahí—no puedo dejar que sigas manchando así nuestro apellido así que tú decide. Te casas o te mando a trabajar en los establos.

Arthur, el hijo más rebelde que tuvieron, torció la boca con evidente molestia, no podía en contra de la palabra de su padre, aunque eso no impedía que se saliera con la suya de todas formas.

--Tú única petición es que me case, ¿cierto?—finge docilidad en su voz, dándole la razón a su padre—Y que te dé nietos.

--Exacto, pero en especial es para que tú tengas una vida plena, entiende que hacemos esto por ti, hijo—deja la taza en una mesa bañada en oro que reposa a un lado, poniéndose de pie para acercarse a su hijo—No te pedimos más que eso—posa su mano derecha, arrugada pero firme, en el hombro de Arthur, que no hace más que mantenerse neutral.

--Muy bien, lo haré—declara sin darle mucha emoción, cruzando sus brazos y saliendo de la sala, con su sirviente detrás.

Sus padres, estupefactos, le miran retirarse en silencio, se miran mutuamente y finalmente dejan que una sonrisa surque sus envejecidos rostros.

-

El atardecer anuncia el inicio de la celebración, las personas llegan al palacio ataviados con sus mejores prendas y sus mejores rostros. La noticia de que el último hijo soltero de los Kirkland buscaría una esposa no se hizo esperar y las damas y los donceles estaban radiantes, expidiendo sus humores de emoción, júbilo y seducción, en una competencia mortal por el alfa. Las hembras mejores acomodadas se contonean presuntuosas en sus grandes vestidos de holanes y escotes prominentes, sus elegantes peinados y joyas resaltando su atractivo. Todas ellas del género alfa, y con la “ventaja de su lado” por otro lado las hembras del género beta no eran tan vistosas, de vestidos más modestos y sin exagerados ornamentos, aunque igual de hermosas. Por último, el género omega, con el usual semblante tímido y frágil que todos poseían, de atuendos cernidos a su figura y holanes en la parte trasera, con sus sacos bien arreglados y un moño que era el distintivo de cada familia. Como un género escaso, son todos codiciados y difíciles de cortejar, ya que consigo siempre acarreaban una inmensa fortuna, por lo tanto eran pocas las veces que se les era permitido abandonar sus hogares. Esta era una celebración especial, y hasta el omega más lejano de Londres había llegado sólo para ser partícipe en la batalla de esta noche.

El baile de cosecha no era simplemente una fiesta que se celebrara por el hecho de haber tenido buenos frutos en el campo, el objetivo abstracto, aunque bastante obvio, era la oportunidad de conseguir pareja con un buen prospecto.

--No me gustó nadie, ya vámonos—Alfred, recién entrando al salón principal bajo incontables miradas seductoras y otras sorprendidas, decidió que no sería hoy el día que consiguiera conyugue.

--No hemos estado ni un minuto, anda a comportarte como un noble de tu edad—su madre le da un leve empujón, provocando un sonido bastante peculiar de parte de su hijo-¿Qué pasa, estás bien?

--¡Sí, no fue nada!—respondió veloz y salió de la vista de su madre, corriendo—No me gusta este ambiente—reclama, haciendo un gesto de aburrimiento.

La incomodidad permanecía en su cuerpo, y ahora más intensamente al estar rodeado de tantas personas que rozan su cuerpo como si quisieran hacer que estallara en ese lugar por los cosquilleos y los escalofríos que invaden su piel. Se comienza a poner nervioso, su respiración se agita y su corazón palpita con más fuerza, no aguanta más, quiere alejarse. Una joven, de aproximadamente su edad le pide un baile, tímida. Él no responde al momento, la observa confundido, sin abandonar de su mente todo aquello que hace que su cuerpo se abrume justo el día de hoy cuando nunca antes le había pasado tal cosa.

--Claro…--acepta la invitación, haciendo la reverencia y los movimientos aptos para esas ocasiones, tal y como se los habían enseñado.

La siguiente pieza musical dio inicio, la orquesta tocando sobre una plataforma de manera que se escuchaba en todo el salón. Aunque, justo en ese momento todo se volvió silencio. Iban a anunciar la entrada de los anfitriones, la razón por la que muchos estaban presentes.

Un hombre hace el anuncio, y cuando llega el momento de Arthur Kirkland, no se esperan los murmullos emocionados y de amor, deseo por aquel que no hizo más que saludar con una reverencia e ir a conversar con su grupo de amigos.

La música volvió a dar inicio y Alfred, que no había puesto ni una pizca de atención a lo que pasaba, se precipitó en bailar y terminar con eso lo antes posible, su temperatura estaba aumentando, todo el cuerpo le temblaba y sentía que se sofocaría en cualquier instante.

--Disculpe, ¿se encuentra bien?—la jovencita le pregunta preocupada al ver su cara más enrojecida de lo normal—puede salir a tomar algo de aire, no luce muy bien.

Alfred agradece internamente la misericordia de aquella joven, se aleja sin pensarlo dos veces pero cuando ya estaba a punto de cruzar hacia un balcón, su instinto le obligó a regresar y cumplir con lo que le había concedido a la dama.

Volvió y pidió una disculpa, volviendo a tomar la posición para comenzar con el baile.

Del otro lado del salón, conversando entre copas de repente un olor hipnotizante fue captado por el agudo olfato de Arthur, un aroma exquisito, irresistible. Dejó a un lado lo que hacía y siguió el rastro de aquellas feromonas de ensueño, llegando a captar con sus ojos a una pareja joven, bailando a compás del vals. El olor era muy tenue, casi imperceptible, invisible para los alfas de menor categoría.

Perfiló la pareja, discreto y a una distancia considerable. Primero vio al hombre, a simple vista podría hacerse pasar por alfa, pero no expedía ninguna feromona territorial así que debía ser un beta, acompañado de una hembra alfa, pequeña y sin mucho atractivo pero de belleza pura y dulce. Ella debía ser la que emanaba tan delirante aroma, debía ir tras ella lo antes posible.

Se acerca, imponiendo a su paso, interrumpiendo la danza de la joven pareja.

--¿Te molesta si bailo con ella?—pregunta, aunque realmente no está pidiendo permiso, está dando una orden, así que la respuesta sólo puede ser una. O eso piensa Arthur.

--Cuando termine este baile, mi lord—responde Alfred, sin darse cuenta de con quién habla, aunque tampoco le importa.

La joven queda impactada, ella puede percibir el fuerte aroma que embarga su alrededor, viniendo del joven Kirkland, ella se paraliza y los demás observan la escena.

--No te estoy preguntando, beta—escupe con desdén y hace a un lado el cuerpo de Alfred, que es más alto y fornido—Si me disculpas, quiero bailar con la dama y estás estorbando.

Estuvo a punto de seguir protestando, no le gustaba ser tratado así y casi grita algo indebido, hasta que una insoportable corriente le recorrió por todo su cuerpo y le impidió seguir hablando. Se alejó de inmediato, saliendo por fin al aire fresco.

--¿Qué…qué me está pasando?—asustado, se toma del estómago, encogiendo su cuerpo.

Se rinde, no puede seguir así y decide que volverá a casa. Baja los escalones y sube al carruaje, con una extrema dificultad que por poco le hacía caer. El vehículo se dirige hacia su casa, y sin saberlo, él va dejando un rastro que más tarde sería seguido por alguien insaciable, alguien que le daría un vuelco a su tranquila vida como beta.

 

Empezaría la cacería, y aunque no lo supiera o siquiera lo sospechara, él era la presa, el premio que ganaría el mejor cazador.

 

 

Notas finales:

Gracia spor leer <3


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