La brisa golpeaba suavemente contra su rostro.
Era un día cálido.
Justo como él.
En sus brazos resaltaba un ramo de flores.
Ésta vez eran rosas azules, esperaba que le gustaran.
Se dirigía a verlo, como cada semana.
Recuerda la primera vez que le llevo flores.
Fue en una de sus primeras citas.
Se dejó llevar por la opinión de una vendedora y compró un ramo de crisantemos rojos.
Estaba muy nervioso, dudaba si dárselas.
Si le gustarían.
Se paralizó cuando lo vio acercarse, sus cabellos desordenados como siempre y un sonrojo en sus mejillas.
Alcanzó a esconder el ramo tras de sí.
Al llegar a su lado se disculpó por el pequeño retraso.
Le dijo que no importaba.
— Midoriya — decidió armarse de valor
Él lo miró curioso, antes de que pudiera responder dejó las flores a la vista.
Izuku tomó el ramo, con un sonrojo aún más grande.
Sus ojos brillaban radiantes, llenos de felicidad.
Sus mejillas se alzaron en una gran sonrisa.
— ¡Gracias, Todoroki-kun! — expresó con tono animado
Recorrió el camino que se sabía de memoria.
Semana tras semana.
El mismo sentimiento, el mismo paisaje.
La misma expresión en su cara.
Si, definitivamente aún lo necesitaba.
“Quiero infectarte con la tremenda emoción de vivir, porque creo que tienes la fuerza para soportarlo.”
Eso fue lo que le dijo cuando le preguntó la razón de haber aceptado salir con él.
El porqué, entre todas las personas, lo había elegido a él.
Al triste y roto Todoroki Shouto.
Atravesó el arco del portón.
Siguió el pequeño camino de piedras.
Llegó frente a “él”.
Y simplemente se dejó caer.
Esto no es culpa de nadie.
Le dijo la madre de Izuku.
Los demás habían reafirmado aquello.
Lo sabía perfectamente bien.
Las enfermedades aparecen cuando menos se les espera.
Pero eso no provocaba que dejase de doler.
Allí estaba.
Como cada semana desde que se fue.
Admirando las letras talladas en la estructura rocosa.
Puede recordar a Midoriya retorciéndose.
Llorando por el dolor.
La leucemia no es una enfermedad fácil, lo sabía muy bien.
Los moretones en su piel eran prueba de ello.
Pero Izuku se negaba a rendirse.
Trataba que siempre lo viera con una sonrisa.
Quería ser fuerte.
Más por él que por sí mismo.
Porque sabía que Todoroki dependía mucho de él.
Su felicidad era él.
Su mundo era él.
Y temía no poder soportarlo.
Dejó el pequeño ramo sobre los cimientos de la lápida.
Le llevaba flores todos los días.
Sabía que a Izuku le gustaban.
Quería que sonriera sinceramente.
Quería que fuera feliz.
Gotas salinas recorrieron sus mejillas.
Sólo por él era capaz de llorar.
Había decidido enfrentarse a Midoriya.
Le dijo que todo estaba bien, que deseaba su felicidad, y que entendía que para lograr aquello no podía quedarse junto a él.
Lo comprendió desde el momento en que el doctor les dijo que era algo incurable.
Sólo se dedicaron a abrazarse y besarse lo más que pudieran.
El reloj seguía corriendo.
Acarició el relieve de las letras una vez más.
Finalmente el tiempo se les terminó.
Era un día cálido.
Sus manos juntas.
Una tierna sonrisa.
El suave olor de las camelias.
Y él cerró sus ojos para siempre.
Se abrazó a sí mismo.
Una pequeña sonrisa se asomó.
Sabía que ya no regresaría.
“Quiero infectarte con la tremenda emoción de vivir, porque creo que tienes la fuerza para soportarlo.”
Ahora lo único que podía hacer era llevarle flores.
Tan hermosas.
Tan efímeras.
Justo como él.