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Mi Melodía Sin Sonido por UnaHumana

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Sentí el golpe de sus palabras caer en mi cabeza. Me mantuve en silencio y Sam no paraba de exigirme que le dijera que sí. Sentí mis ojos y mis mejillas arder, separé la mirada del camino que se presentaba frente a nosotros y lo miré a la cara. Él no me miraba más. “No lo sé”, solté con el poco aire que mis pulmones guardaban, ni siquiera mis cuerdas vocales tenían la fuerza para que formulara algún sonido. Pasé mi mano por mis parpados para evitar que lo poco de agua salada que se mantenía en mis ojos se acumulara hasta formar lágrimas imparables. Esto hizo que Kevin me mirara de nuevo, esta vez con preocupación.

          Detuve mi andar. Le expliqué que realmente quería ser su pareja, pero temía que fuera demasiado inmaduro o que cometiese alguna estupidez que terminara arruinándolo todo. Temía que si el ser novios no era como esperábamos no pudiéramos volver a ser amigos porque todo sería muy diferente. Él sonrió. Abrí mis ojos por sorpresa. “Está bien”, dijo. Luego me abrazó y continuó caminando. Me apresuré para estar a su lado. Kevin dijo que quería hablar de eso en un lugar más privado, por lo que sugerí su casa. Envié un mensaje a mis padres y nos dirigimos al lugar fijado.

          En el camino hasta su hogar fue silencioso, cada quien con sus pensamientos. Eso nos solía pasar mucho, pero no era incómodo como ahora. En su casa estaba la señora Thompson; la madre de Kevin. Una mujer que apenas entraba a sus cuarentas, cabello largo, negro y de ojos azul marino. Todo de ella, su piel nívea, las delgadas y oscuras fibras de su cabello fue cedido a Kevin, todo menos sus ojos y los labios. Ella era mi madrina –mi madre era la madrina de Kevin, porque ellas dos son amigas desde jóvenes–, por lo que así le llamaba a veces. Nos recibió a ambos con un cálido saludo. Ella estaba preparando galletas, y sí, ella le enseñó a Kevin a cocinar los postres.

          Avisamos que estaríamos en la habitación de mi amigo, a lo que ella respondió comprensiva que nos llamaría cuando las galletas estuvieran listas. A penas entrando a la habitación de mi amigo, la cual estaba pintada de negro en las paredes y era iluminada por luces led, además de que había posters de todo tipo en algunas partes, un espejo y una enorme ventana con cortinas obscuras; me pidió sentarme en donde gustara, por lo que me senté en uno de los dos cojines que estaban en el suelo. Kevin, mientras tanto, abrió las cortinas para que la luz de la tarde entrara. Entonces se sentó en el otro cojín, quedando de frente a mí.

          –Escucha. No me importa si actúas como si no hubiéramos dicho nada hoy. Tampoco me importaría del todo que salgas con otras personas, y de ser así yo también lo haré; sólo quiero que seas sincero conmigo en todo momento, Alejandro.

          –Lo seré… Seremos.

          Mi amigo sonrió complacido. Luego pareció reaccionar ante mis palabras. Me mostró un rostro lleno de confusión, por lo que me sentí nervioso. Como antes había explicado, hubo una situación en la que mi segunda personalidad se mostró en frente de Kevin, por lo que pensé que mi amigo ya sabía de “Sam”. Ahora no sabía si Kevin tenía idea de a qué me refería.

          – ¿Te refieres a ti y a mí, o a ustedes?

          Una risa se escapó de mis labios. Estaba aliviado de no tener que explicarle nada.

          –Me refería a Sam y a mí, Kevin. Pero si también crees necesario comprometerte a ser sincero conmigo sería genial.

          Ahora él se reía ante mis palabras. “Claro que sí”, dijo. Después hizo su promesa de serme sincero en todo momento. Una idea corrió por mi mente haciéndome saltar de alegría. ¡Juguemos videojuegos!, exclamé. Kevin me sonrió y salió de la habitación para buscar la consola y algunos discos. Juntos instalamos todo para comenzar a jugar. Ganaba yo, ganaba él. Jugamos por bastante tiempo; nuestras risas predominaban sobre todo lo demás, acusaciones de que el otro era un tramposo no se hacían esperar, minutos más tarde la madre de mi amigo nos llamó de forma dulce desde el marco de la puerta de la habitación. Pausamos el juego para ir con ella hasta el comedor. Kevin me ofreció té, café y leche fresca. Obviamente opté por la última opción.

          – ¿Te quedarás a dormir, Alejandro? –, preguntó mi madrina antes de morder una galleta.

          Pedí un momento para mandar un mensaje de texto, le escribí a mi madre para avisarle que dormiría con Kevin esta vez. Ella contestó un poco después que estaba bien, pero que vendría por mí temprano el día siguiente, pues haríamos una visita a un conocido. Pasé el comunicado a mi amigo y a su madre, ellos se pusieron contentos.

          – ¿Y sabes a quién visitaremos mañana? –, nuevamente cuestionó la madre de Kevin. Me mostré confundido. –Sí, también vamos. Mi esposo vuelve esta noche por esa misma razón. La verdad es que tampoco tengo idea de quién es.

          – ¿¡Mi padrino volverá hoy!?

          –Sí, pensé que Kevin te lo había dicho… Eso explica su silencio–, y ella tenía razón. Kevin miraba a otro lado desde que se mencionó el regreso de su padre.

          –Es porque quería que se sorprendiera… ¡Al menos mi papá si se va a sorprender! Ya quiero ver su cara.

          La calidez de ésta familia era tan distinta al de la mía, de algún modo me hacía sentir que pertenecía. Mis mejillas se sonrojaban casi todo el tiempo aquí. Después de unos minutos de charla, un sonido de llaves se escuchaba lejano. Luego de eso, una voz grave y cálida cantando alguna canción de amor. Mi madrina se levantó de la mesa emocionada y caminó hasta la entrada. Su emoción se hizo notar con un grito y risas, momentáneamente ambos aparecieron, ahora mi madrina tenía un enorme ramo de flores en sus brazos.

          El señor Thompson nos miró, Kevin fue más rápido que yo y fue a abrazar a su padre. Yo me acerqué lentamente. Al estar frente a frente, mi padrino extendió su mano aún con sorpresa marcada en su rostro, pero yo me dispuse a abrazarle con cariño. El señor Thompson me recibió con una sonrisa y mucha calidez, no sólo ahora, sino que desde que nos conocimos. Yo siempre estuve muy agradecido de conocerle, estuve agradecido con mi padre y su empresa porque gracias a todo eso había conocido a Kevin. “Padrino, se le nota joven”, comenté en forma de broma, pues él siempre había tenido ese tipo de relación conmigo, él entre risas me contestó que me veía más alto mientras me daba palmadas en la espalda tras haber cortado el abrazo. Era nuestra manera de decirnos que nos veíamos exactamente igual que la última vez.

          –Huele bien,  ¿estaban cenando? –, preguntó el padre de mi amigo al mismo tiempo en el que olfateaba el aire.

          –No, no, cariño. ¡Te esperábamos! Comiendo galletas, claro –. Contestó contenta mi madrina.

          Kevin y yo observamos cómo sus padres se abrazaban y se daban un montón de besos cortos y se decían cosas dulces en susurros. Incómodos, desviamos la mirada a los ojos del otro y en silencio decidimos ir a la cocina y comenzar a tomar los platos, vasos y cubiertos necesarios para la cena y acomodarlos en la mesa. Yo estaba sonriendo sin querer, eso se debía a que me sentía feliz. En cambio, Kevin sólo actuaba normal. Le miraba directamente cuando él giró su mirada a mí también. Sin reaccionar, mi mente reproducía la confesión de Kevin y mis pensamientos apuntaban a que había desaprovechado la oportunidad. Mi amigo sonrió, entonces reaccioné. Él aún me miraba cuando yo me estaba comenzando a sonrojar, nervioso me decidí a tomar los platos para llevarlos, pero sus manos se posaron en los otros extremos de los platos.

          –Los vas a tirar si los llevas nervioso, Alejandro. Te puedes cortar.

          Sin pensarlo solté de mi agarre los platos y Kevin se retiró. Mi corazón palpitaba adrenalina mientras lo miraba retirarse. El calor de mi rostro al parecer no se quería ir y mi cabeza en lugar de mantenerme en orden, sólo provocaba que me sintiera más nervioso. Incluso Sam, mi otra personalidad, estaba harto de todas esas sensaciones y pensamientos. Respiré hondo y tomé los cubiertos, los puse en un vaso y tomé los otros tres vasos para llevarlos a la mesa. Una vez en el comedor me enteré de que Kevin no estaba ahí, pero su voz se escuchaba en la otra habitación junto a la de su padre.

          Ignoré el detalle porque reconocía que ellos tenían una muy buena relación y obviamente, después de tiempo sin verse, ellos querrían hablar. Me llevé el plato con galletas para guardarlas y regresé al comedor con servilletas. En ese instante entraba al cuarto mi madrina con una sonrisa, ella me miró contenta y me pidió ayuda con la comida. La señora Thompson había preparado Lasaña de tres tipos. Eran del tamaño perfecto para los cuatro. Llevamos los moldes y un cuchillo hasta la mesa, y mi madrina les llamó a los otros dos.

          Cuando el señor Thompson pasó al comedor, con todo el buen humor alagó la cena incluso antes de probarla. Y para ser honestos, si se trataba de la comida de mi madrina, no era necesario comerla para saber que era realmente deliciosa. Mi padrino y madrina se sentaron juntos, uno al lado del otro. Kevin y yo nos sentamos frente a sus padres. Sin esperar ninguna oración, nos comenzamos a servir para comenzar a comer. El señor Thompson comenzó a contar cosas de su trabajo, unas cuantas situaciones desesperantes y otras tantas más graciosas. En ocasiones nos reíamos de las exageraciones que mi padrino hacía al contar las historias. La cena terminó y Kevin le dijo a su madre que en efecto se había lucido con la comida. Ella le miró con ternura.

          –Oh, cariño. ¡A que no sabes quién hizo el postre de esta noche!

          – ¿Alejandro…?

          Yo le miré avergonzado.

          –No, no he sido yo. Con suerte la casa estaría en pie si así fuera–. Mi padrino se rió ante mi contestación.

          Kevin estaba a mi lado, cruzado de brazos e indignado. Mi padrino le miraba fingiendo sorpresa.

          – ¡Vaya! No tengo a nadie en mente… ¿No fuiste tú, querida?

          –Para nada, cielo. ¡Intenta una vez más!

          –No, yo no pude hacerlo. Entonces lo compraron, ¿cierto?

          No pude evitar reírme en silencio. Kevin estaba a muy poco de estallar su fingida indignidad. De hecho, se había levantado de la mesa a punto de hacer un escándalo.

          – ¡Agh, papá! No puedo creer que mencionaras a Alex antes que a mí–, puso una mano en su frente y otra en el pecho. Ante mi mención, sólo murmuré un “¡oye!”, Kev caminó por la espalda de su padre y prosiguió: –Te mostraré que soy el segundo mejor preparador de postres en esta casa, ¡te mostrarééééé!

         Su último grito de desesperación fingida se desvaneció cuando Kevin se metió a la cocina. Ni su padre ni yo apartamos la vista de su drama en ningún momento, una vez habiendo silencio, nos reímos. Poco después, mi padrino me miró con ternura. Intenté descifrar sus pensamientos, pero… ¡vamos! No tengo esa habilidad. Le miré confundido. Mi padrino se levantó de la mesa, me hizo una seña de que le siguiera y caminó fuera del comedor. Me guió al patio trasero, las luces se encendían conforme caminábamos entre la vegetación.

          Ninguna palabra fue dicha hasta que nos detuvimos  frente al interruptor. El señor Thompson apagó las luces. Momentos más tarde, de entre los árboles salieron luciérnagas. Era hermoso, pero… No entendía por qué mi padrino me mostraba esto. Le miré más confundido que antes.

          –Esto… Es hermoso, ¿cierto? –, asentí. – Alejandro, sé muchas cosas de mi hijo y a veces no comprendo nada, pero al parecer tú entiendes todo lo que él te muestra–. Le escuchaba con atención, tal parecía que quería aclarar dudas sobre Kevin, así que escuché atento. –Escucha, reconozco esas emociones porque es mi hijo, pero dime… Al verlo, ¿sientes lo mismo que cuando viste a las luciérnagas? –Su pregunta me sorprendió, me hizo sonrojar. Sin pensarlo lo negué. Las palabras se juntaban todas en mi cabeza. Respiré hondo y exhalé.

          –Las luciérnagas en la oscuridad son hermosas, no me refiero a que Kevin no sea... Yo no me siento así, es diferente–. A lo lejos Kevin y mi madrina se acercaban y cada paso que daban, dos lámparas se encendían opacando a las luciérnagas. Empezaban a temblarme las manos de nervios. –Lo que siento es suave e intenso al mismo tiempo… Es agradable. Me gusta–. Estaban a unos pasos de nosotros, mi temblor gradualmente se desvanecía.

          – ¡Qué alegría! –, exclamó mi padrino. Le miré con sorpresa. Él me guiñó el ojo, y sonreí. –Llegan a tiempo.

          Mi padrino apagó las luces de nuevo. Kevin estaba frente a mí con dos malteadas en sus manos. Tomé una mientras miraba su silueta resaltando gracias a las luciérnagas. A un metro más adelante de nosotros, los padres de mis amigos se abrazaban, era adorable. Al parecer mi mejor amigo había notado mi mirada. Su mano libre en mi mejilla me hizo mirarle. Kevin puso sus labios en mi frente y luego me abrazó sobre los hombros. Bebí de la malteada, era sabor vainilla, era mi sabor favorito. Abracé con un poco más de fuerza. Era increíble que aún fuera así de atento conmigo.

          Después de unos minutos, todos entramos a la casa. Me ofrecí para lavar los vasos, así mi madrina aprovecharía mejor su sueño. Enjuagaba el jabón cuando Kevin se acercó con una toalla a secar los platos y acomodarlos. Mientras dejaba un vaso y comenzaba a enjuagar otro, Kevin lo secaba. Así estuvimos hasta que dejamos todo acomodado y limpio. Sin más por hacer, hablamos un poco hasta llegar a la habitación. Una vez ahí decidimos que dormiríamos juntos de nuevo. Estábamos muy cansados, nuestra charla nocturna no duró tanto como otras veces.

          El timbre de mi celular me despertó, Kevin me rodeaba con un brazo mientras dormía, por lo que moverme podría despertarlo. No me importó y me levanté de la cama para alcanzar mi celular. Era una llamada de mi madre, antes de poder contestar colgó. Unos momentos después me llegó un mensaje para decirme que comenzara a alistarme. Dejé el teléfono sobre el mueble en el que estaba antes y miré a Kevin dormido. Me acerqué a la cama y comencé a picotearle la mejilla. Kevin frunció el ceño un par de veces. De pronto, en un movimiento rápido, tomó mi mano y tiró de ella, haciendo que cayera sobre la cama. Me había sorprendido, pero estaba riéndome.

          – Vamos, Kev. Tenemos que prepararnos para hoy.

          –Pero no me has invitado a una cita…–, dijo aún somnoliento, me sonrojé por su comentario y comencé a reírme nerviosamente. Me reincorporé.

          –Kevin, vamos a conocer a alguien, ¿recuerdas?

          –Bien…–, con pereza comenzó a sentarse en la cama. – Pero quisiera que nos bañemos juntos.

          Cuando dijo eso, sus ojos grises y la tonalidad de su voz me hicieron estremecer. Me sonrojé, él ya estaba esperando mi respuesta. Mi mano temblaba hecha puño sobre el colchón. “Ya no somos niños”, le iba a decir hasta que su mano se posó sobre la mía. Cuando le volví a mirar a los ojos, una silenciosa suplica desde el fondo de mi mente me hizo saber que yo también quería eso. Sin embargo, Sam intervino en mis pensamientos:

«Y te atreves a llamarle tu mejor amigo».

          Sus palabras me hicieron caer en la realidad de mis actos y decisiones. Tenía toda la razón. Me levanté de la cama. Tomé la mano de Kevin, la sorpresa se apoderó de su rostro.

          –Justo como cuando éramos pequeños…–, la sonrisa de Kevin me hizo saber que la razón en realidad la tenía yo. No había ninguna intención detrás de su petición.

          Kevin tenía su baño personal al frente de su habitación. Ambos tomamos la ropa necesaria para vestirnos después –llevábamos ropa formal, pues en realidad no conocíamos a la persona que iríamos a ver–, y nos dirigimos al otro lado del pasillo. Una vez dentro me dispuse a llenar la tina, intentaba concentrarme para no pensar en nada erótico, pero era casi imposible. Escuchaba que Kevin se deshacía de su ropa al otro lado del cuarto de baño. Mantenía mi mirada en el agua, estaba a punto de cerrar el grifo cuando la mano del contrario tocó mi hombro haciendo que me sobresaltara. Él me dijo que se encargaría de eso, así que fui a desnudarme, tomé una toalla de un pequeño armario y la dejé a la mano.

          Una vez todo listo me sumergí en el agua de la tina al extremo contrario de donde Kevin se encontraba. En ese momento en el que cruzamos miradas, sin previo aviso me quedé inconsciente, dejando que Sam usara mi cuerpo mientras yo no podía ver o escuchar nada. Cuando regresé en mí, me encontraba a una distancia muy corta del rostro de Kevin. Lo estaba tomando de los hombros y entre mis piernas estaban las de él. Sus ojos grises mostraban sorpresa y juraba que su cara entera estaba roja.          Yo me aventé de regreso al otro extremo de la tina, esta vez abrazando mis piernas, Kevin hizo lo mismo. No podía parar de disculparme, ni siquiera podía mirarle a los ojos.

          –Alejandro… No fue nada, no pasó nada.

          Levanté mi mirada a él, notando lo inseguro que lucía de esa forma. Sentí una enorme necesidad de abrazarlo, pero estando desnudos sería algo muy raro. Una voz fuera de la puerta del baño y unos toques a la misma. Dimos un respingo. Me llené de nervios cuando la voz de mi padrino nos pedía apresurarnos. Avergonzados, nos dimos prisa en ducharnos, cambiarnos y lavar nuestros dientes. Evitamos mirarnos, pero antes de salir, Kevin dijo un chiste que sin duda me sacó risas al igual que a él.

          Cuando salimos del baño, nos dirigimos charlando como si nada hasta la sala de estar. Mi padrino y madrina estaban aún arreglándose. Mi madrina se había vestido de morado obscuro, era un vestido liso de caída libre sin muchos detalles, se estaba colgando aretes de diamante y su maquillaje era sencillo. Mi padrino llevaba un traje del mismo color que mi madrina, incluso su camisa era color morado y contrastaba la corbata blanca. Kevin había escogido colores obscuros y yo colores claros. Minutos después, recibí un mensaje de mi padre diciendo que ya habían llegado. Le dije a la familia Thompson y ellos dijeron que nos veríamos allá. Salí de la casa de mi amigo para subir al carro de mis padres.

          Una vez dentro les saludé con una sonrisa y ellos respondieron de la misma forma. El chofer comenzó a manejar. Mi madre me contaba de la persona que iríamos a ver, dijo que había esperado años para que yo pudiera conocerle, pero a decir verdad no entendía por qué era necesario esperar tanto tiempo. Después de media hora de camino, nos detuvimos. Un guardia de seguridad un tanto joven quería saber quiénes éramos, no tuvimos que decir nada, él al vernos (más bien, al ver a mi madre) nos dejó pasar.

          Miré confundido a mis padres, mi papá parecía saber quién era ese guardia porque sacó a la conversación un comentario sobre su apariencia, “cuánto ha cambiado”, dijo. Rodé los ojos, estaba siendo ignorado y eso no solía pasarme con ellos. Solté un suspiro al comprender que de alguna forma pasaría, además era bueno que se emocionaran de ver de nuevo a esta gente, pero… No tenían que dejarme fuera, supongo...

          Una vez frente las escaleras de la entrada de esta casa, nos bajamos y el chofer fue a estacionar el auto. Mis padres estaban emocionados, subiendo cada escalón. Estaba siguiéndoles cuando de reojo vi a alguien a lo lejos. Había flores por todas partes, así que me dediqué a mirar el alrededor con mayor detenimiento. Cuando me detuve en la silueta de la persona, supe que era un muchacho de cabello castaño, perfectamente peinado. No estaba vestido formalmente, por lo que supuse que no era un invitado o alguien que viviera aquí. Regresé mi mirada a las enormes puertas de madera y saqué la conclusión de que esta persona era demasiado adinerada, mucho más que mis padres y la familia de Kevin, juntos.

          Las puertas se abrieron de par en par, los nervios me atacaron con fuerza. La persona que nos recibió era un hombre de traje negro. Se mostraba serio, pero mis padres se rieron. Esto hizo sonreír al hombre, por un momento pensé que mis padres se llevaban mejor con los trabajadores de esta mansión que con los que trabajaban en nuestra casa. Me sentí asombrado por el dato, pero considerando lo muy poco que duraban nuestros empleados, les di la razón.

          –Oh, Marcos… No es necesaria tanta formalidad. ¡Mira qué guapo eres! Seguro tienes novia o estarás pensando en casarte, ¿no es así? –, dijo mi madre para darle un abrazo.

          –Nada de eso, Sophie. Sólo cumplo mi protocolo, no como los idiotas de Sharon y Jack–. Dijo tranquilo, mostrando sus más honestas emociones. Salí de mi escondite para verle mejor, él parecía sorprendido, sin embargo se reincorporó al instante como si hubiera recordado algo. –Debes ser Alejandro, ¿no es así?

          Asentí con la cabeza, no entendí su reacción. Algo me decía que mis padres tampoco y es que su expresión llena de confusión era la misma que la mía. Marcos sonrió amable y nos llevó más dentro de la mansión, donde cada vez se escuchaba claramente un piano sonar. Llegamos a la sala de estar y la única persona que estaba ahí era quien tocaba el piano de cola, sinceramente pensaba que el dueño de este lugar, y la razón de haber venido aquí, iba a llegar después de un rato, pero lo que sucedió después me dejó anonadado.

          Marcos esperó paciente a que el hombre dejara de tocar y le llamó “señor, ellos están aquí”.

          –Diles que pasen–. Esa voz…

          –El punto es que literalmente están aquí, en la habitación–, explicó Marco.

          El hombre se levantó con prisa, algo alborotado. Su fino traje era color guinda. Su cabello corto, liso y negro… Esa expresión de sorpresa desapareció para darle lugar a una sonrisa llena de alegría al ver a mis padres y a mí. Mis padres fueron a saludarle, pero yo no podía moverme de mi lugar. Y eso era porque… Yo ya le conocía y no esperaba que él fuera cercano a mi familia. No sabía que Woodrich fuera una amistad tan preciada para mis padres y mucho menos sabía que él viviera en un lugar así.


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