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Joker misery por Dakuraita

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Notas del capitulo:

De nuevo tuve una hora libre así que aproveché.

¡PREPARENSE PARA LOS PROBLEMAS Y MÁS VALE QUE TEMAN!(?)

 

Había siempre un momento en el cual Aomine quedaba en blanco, un momento privado en el que solo quedaban él y su… «Mente»; ese momento ocurría cuando desfallecía, tras el ahorcamiento de Imayoshi, quien siempre con impecable calculo administraba a Aomine la terrible tortura, soltándole justo a tiempo para no privarle de la vida en sí. Y, en esos momentos en los que todo su cuerpo se convertía en un cumulo de espasmos, sensaciones y otros medios sensoriales, era cuando, contradictoriamente, el moreno tenía un tiempo para pensar con toda sinceridad, un momento privado que no parecía encajar acorde a la situación. ¿Ser violado? Cosa tan común a estas alturas que de nada servía darle más vueltas, su cuerpo era otro y su ser, por más que deseó romperse, seguía intacto y casi alienado en momentos como esos. Al final, solo se escuchaban los suaves jadeos agitados de Imayoshi, quien habiendo gozado del orgasmo se tomaba unos minutos para escaparse de su propio estupor, saliendo del cuerpo ajeno, arreglando sus ropas y yéndose. Comenzaba a volverse casi una rutina.


—No vayas a la enfermería hoy —dijo Imayoshi antes de irse, sacando a Daiki de su propio ensimismamiento.


—¿Por qué no…?


—Porque me voy a enojar si me entero de que sigues curándote sin permiso.


—¡Bastardo! —gruñó Aomine, apretando los puños, con una voz tan ronca que apenas pudo entenderse.


Imayoshi le dejó en paz haciendo caso omiso a la agresión de su —no realmente sumisa— mascota.


Aomine se puso de pie, lentamente, odiaba que lo hicieran en el suelo, siempre era especialmente doloroso cuando lo hacían así. Su espalda cargaba con todo el peso de ambos, sin mencionar la fricción del momento. Era odioso, sencillamente odioso encontrarse en una situación como esa. Pero, hasta que no tuviese otra opción solo le quedaba… cooperar. Ese pensamiento le produjo asco, juró que iba a vomitar, aunque no tendría caso hacerlo, su estómago estaba vacío, y así había perdurado un tiempo ya que siempre le robaban los almuerzos o le dejaban sin dinero. Claro que Aomine les hizo pagar a su manera, pidiendo a Momoi que le hiciera algunos almuerzos de vez en cuando, a sabiendas de que él no los iba a comer. La cocina nociva de su mejor amiga tenía sus pros en momentos como estos.


«¿Cree que no voy a ir a la enfermería solo porque me amenazó? Se está volviendo imbécil, tanto poder ya le afectó» pensó Aomine con desdén mientras se abotonaba la camisa, intentando soportar el dolor que lo invadía, estaba tieso, totalmente tieso. Sus músculos dolían como jamás lo habían hecho, no había entrenamiento físico que se comparara a aquel infierno. Y, sinceramente, prefería correr unas mil vueltas y ejercitarse sin parar, que soportar los tratos de Imayoshi, derivando desde golpes, uso de cuerdas, azotes, entre otras cosas.


Había una marca especialmente dolorosa en su abdomen producto de cera caliente que Imayoshi había derramado sobre él el día anterior. Hoy era martes, por lo que, si uno se pone a pensar, los lunes de Aomine eran realmente horrendos, él si merecía decir con todas las de la ley que despreciaba los inicios de semana, era como si los lunes Imayoshi estuviese rebosante de energías e ideas acumuladas a lo largo de esos dos benditos días en los que Daiki no tenía que soportarlo.


—Hijo de puta… —farfulló, el ultimo botón estuvo en su lugar y su pantalón quedo abrochado. Se sentía asqueroso, sucio, y pegajoso. Por no mencionar que algo estaba en su interior pero que tendría que limpiarse en el baño; en serio era asqueroso. ¿Por qué siempre terminaba adentro? ¿Era tan complicado usar un maldito condón? ¡Joder! Si tanto le fastidia ponérselo el mismo Aomine prefería ponérselo con la boca con tal de no terminar con aquella viscosa sustancia en su interior. Gracias a ese bastardo había empezado a investigar sobre salud sexual para gente homosexual, teniendo que indagar sobre cómo limpiarse apropiadamente y qué podría suceder si no se era cuidadoso. Los resultados eran bastante intimidantes y nadie debería tener que pasar por ello, en especial si es contra su voluntad. No obstante, el asunto del debería o no, es cosa sin importancia a estas alturas. Aomine tenía solo dos opciones, una de ellas adaptarse y facilitarse la vida, la otra era quejarse y dejarse dominar. Simplemente, si ellos hacían de su vida un infierno, ¿por qué había él de hacerse lo mismo?


Una vez que terminó de darse una ducha (agradeciendo que todos estaban en clase y que podía usar las regaderas en paz), se colocó una muda de ropa limpia —que guardaba en su mochila todos los días a sabiendas de qué le esperaba en la escuela, era difícil disimular su situación cuando todos esos malditos se encargaban de arruinarle sus uniformes, ¿cómo explicas que a cada rato estén rompiendo tus camisas sin despertar alarmas en tus padres?—, y salió directo a la enfermería, dispuesto a ignorar a Imayoshi y su estúpida advertencia. «El jodido enfermo quiere verme miserable… que se joda», bufó Aomine mientras recorría a prisa los pasillos (entre más pronto llegara a la enfermería, mejor); la enfermería era un espacio prácticamente neutral, todos estaban tan ocupados con sus vidas y con el estúpido juego, porque lo que no era común ver a mucha gente ahí, a menos que fuese para lo convencional, como una medicina para la tos, quizá una para el dolor de cabeza o alguna cosa así. Solo en casos especiales había alumnos a los que les habían roto la nariz, o que quizá tenían algún raspón severo que tal vez requería algo más que un poco de gasa y alcohol.


Tocó a la puerta y al no recibir una respuesta que le dijera que estaban ocupados, pasó. No vio a nadie y aquello le pareció extraño, así que dio un par de pasos, a ver si el enfermero de la escuela estaba tal vez en la parte trasera, que estaba al lado de un pequeño baño. En la parte trasera había materiales extra y algunos medicamentos de repuesto, en caso de que algo se acabara. También había almohadas extra y sabanas limpias. Pero al asomarse no vio a nadie, en cambio escuchó un pequeño «klink» de que la puerta había sido cerrada. Cuando se dio la vuelta encontró a alguien que conocía bien… y que no se alegraba para nada de ver.


—Himuro… —dijo, casi sorprendido— ¿qué haces tú…?


Aomine nunca había tenido problemas con Himuro, nadie quería tener problemas con Himuro, por ello se extrañó al tenerle ahí, y al verle tan serio… Pronto, cuestión de algunos minutos, entendió qué estaba sucediendo, o qué sucedería. Una mezcla entre miedo y enojo agitó su cuerpo, pero decidió aparentar calma y seguridad, no dando su brazo a torcer por la intimidación que generaba la reputación de Tatsuya. Increíble, ¿no es así? Alguien con un rostro que parece ser gentil y taciturno en realidad oculta a una persona violenta… No, a estas alturas ya no es increíble.


—Lo siento Aomine —su voz dejaba en claro que no lo sentía para nada—. Tu movida fue inteligente, a decir verdad, Reo está encantado con Satsuki y ahora ella está a salvo… sin embargo, tu jugada ha movido ciertos hilos, y como Imayoshi está en buenos términos conmigo y con Reo, algo se tiene que hacer. Yo no pienso dañar a Satsuki, Reo se enojaría conmigo y eso no es algo que yo quiera, por lo que hay que pagar por esa protección que le aseguraste a tu amiga, la única manera de hacerlo, para desgracia tuya y gusto de Imayoshi… No hace falta que lo diga, ¿o sí?


—Muévete —dijo Aomine— esto es entre Imayoshi y yo… no tiene nada que ver contigo, déjame en paz.


—Lo siento, sabes bien que en esta escuela hay reglas, reglas que nada tienen que ver con lo que tú crees que me incumbe o no —Himuro dio unos pasos al frente— después de todo, yo conozco este juego mejor que nadie, y no me gusta que se desacaten las normas, las cosas sin forma son lo que más odio… llámame ortodoxo, pero me gusta apegarme a la perfección de ciertos procesos, me gusta el juego limpio, aunque en todo juego siempre habrá un truco.  


Antes de que Aomine dijese algo en respuesta, fue golpeado en la nariz. Pese a que no fue un golpe especialmente fuerte fue muy doloroso, quitándole todo el equilibrio de su cuerpo. Cayó al suelo, sin poder hacer nada al respecto. Su cuerpo entero se estremeció de dolor al caer de sentón, sintiendo punzadas de dolor por toda su estructura. Sus músculos se quejaron, carecían de su característica flexibilidad y energía; hace un mes posiblemente las cosas habrían sido diferentes. Aomine posiblemente habría parado el golpe, o al menos restarle potencia, luego habría respondido de inmediato y con mayor ferocidad… pero… ¿cómo ser el que fue en ese estado? ¿Cómo siquiera imaginar ser la sombra del que era hace tan solo unos meses? No, era un despojo triste, alguien que sin duda caía en la etiqueta de «patético», «triste» y «deplorable».


—Se lo que estás pensando —comentó Himuro—, y créeme, simpatizo contigo, pero en estos momentos estás más lejos que nunca de ser un rival digno, un oponente al cual tomar en serio… no eres nada, en estos momentos pisar tu garganta y darte descanso sería algo misericordioso de mi parte —añadió con mofa el «misericordioso»—; por suerte para ambos  no soy alguien así. Tranquilo, te aseguro que lo vas a disfrutar.


Dicho esto, le soltó un par de patadas, patadas que producían sonidos que obligarían a una persona decente a cerrar los ojos y apartar la mirada de tan incómoda escena. Aomine no tenía siquiera oportunidad de gritar, porque apenas llegaba una oleada de dolor le seguía otra, parecía que su cuerpo entero estaba siendo consumido por ardientes y desagradables llamas que le provocaban escozor en los ojos. Pequeñas lágrimas se le escaparon, estaba tan adolorido, tan agotado… ¿de dónde sacar energías para esto?


Aomine quedó postrado en el suelo, incapaz de moverse, sin deseos de hacer algo al respecto, sabía que sería inútil. Aunque esto no le impidió el ver a Himuro con un odio intenso, el odio de quien jura se va a vengar un día. Ese odio parecía estar concentrado en su vientre, quemaba, ardía como si fuese ácido y luego se quedaba atorado en su garganta, era una sensación desagradable que no podía ser frenada. El odio se extendía como brea negra.


Himuro levantó a Aomine del suelo, y lo tiró en la cama de la enfermería. Luego se retiró la corbata y con ella ató las manos del moreno tras su espalda, dejándole amarrado a la cama. Después, tomó un cubre ojos (que a veces se le dan a los estudiantes que necesitan dormir un poco, para ayudarles a ignorar la natural luz del día), y se lo colocó. Aomine ya no podía ver nada y eso le produjo una odiosa ansiedad, ¿qué le haría Himuro? ¿Sería algo aún más doloroso?... Era problemática la situación de Aomine, cuyo umbral de dolor había sido rebasado tanto últimamente que cuando pensó que no podría haber nada más doloroso que ‘x’ aparecía algo nuevo, más doloroso que lo anterior, algo insoportable, algo a lo que era imposible adaptarse, algo a lo que no se le daba oportunidad de adaptarse.


Se había adaptado al sexo, se había adaptado a las felaciones, se adaptó a estar desnudo, a ser humillado verbalmente, entre otras cosas, pero no lograba adaptarse a la situación en general, no lograba acostumbrarse al dolor, al terror de ser asfixiado… no se adaptaba a su ‘nueva vida’, su realidad parecía una mentira. Comprendamos aquí que el adaptarte a algo no quiere decir que te agrade, que estés de acuerdo o que represente algo positivo. Adaptarse es el seguir viviendo con ello, el seguir adelante, el soportarlo de una manera  u otra… Aomine ya no estaba seguro de si se odiaba a sí mismo o si debía felicitarse por seguir vivo. El suicidio aún era inadmisible pese a que las torturas crecían de nivel.


De pronto sintió algo frío acariciando su brazo, era algo metálico… ¿qué era…?


—¿Himuro? ¿Qué es eso?


—Oh, ¿te interesa? —Himuro rió entre dientes—, es un objeto, un peculiar objeto que puede ser peligroso al alcance de los niños…


—¿Qué piensas hacerme? —preguntó Aomine, nervioso, sudando en frío.


—No vas a morir, si eso es lo que te consterna… —añadió Himuro restándole importancia; tenía un bisturí en sus manos. Siguió acariciando suavemente la piel morena de Aomine con la cara sin filo, dejando que este se enervara lentamente; el mayor apreció como la piel del moreno se erizaba… ¿acaso estaba asustado? Qué tierno.


Era una fortuna que Aomine tuviese los ojos vendados, porque de haber visto la cara que Himuro estaba poniendo entonces habría estado realmente asustado. Sus ojos grises mostraban un helado brillo, un brillo que rosaba la locura y podría ser el brillo descrito en los ojos de un depredador en un registro criminal… Entre mórbido y podrido, su rostro hermoso mostraba una descompuesta cara, ese era su yo sádico, el real que dormitaba tranquilamente bajo su fachada de persona tranquila. Alguien de tan buen ver no suele relacionarse con alguien loco y desequilibrado, a esos se les asocia con gente sucia y andrajosa que anda por la vida blandiendo un cuchillo, jurando vengarse de sus ex novias, o algo así. Pero, la realidad era que Himuro Tatsuya era un sociópata, uno de temer. Ahora, ¿en qué se diferencian un psicópata y un sociópata? Aunque se puede hondar mucho en el tema y se pueden encontrar respuestas múltiples a tales cuestionamientos, la manera más sencilla de explicarlo es que los sociópatas si sienten cosas como amor o arrepentimiento, mientras que el psicópata no siente nada. Himuro amaba totalmente a Reo, posiblemente es lo que le mantenía humano, y claro, Tatsuya no era alguien capaz de controlarse a sí mismo, tenía, por decirlo así, su porción de justa humanidad.


Himuro comenzó a acariciar el miembro de Aomine por sobre la tela, acariciándolo con suavidad, eróticamente, sin deseos de hacerle daño o producirle dolor. Aomine no había sido acariciado así en mucho tiempo; la mayoría eran bruscos y nunca lo tocaban con demasiado cuidado, era algo tan animal y natural para sus atacantes que sencillamente las cosas terminaban por darse, y aunque lograban llevarle al orgasmo, faltaba ese factor delicioso y suave que hace del sexo algo para disfrutar a niveles emocionales.


Un suave estremecimiento hormigueó desde sus genitales.


Aomine aún estaba ansioso, dado a que no tenía idea de qué objeto traía Himuro consigo, o qué haría con la dichosa herramienta. No obstante, estaba respondiendo adecuadamente a los estímulos que Himuro le proporcionaba; era bueno, realmente bueno. Si el sexo era así siempre con él entonces era claro porque era tan popular entre chicas y chicos.


—Buen chico… —susurró Himuro— eso… justo así… se siente bien, ¿no es así? Vamos, se bueno, di que tan bien te sientes…


—S-Se siente bien… maldita sea, se siente bien —respondió Aomine, honestamente, y consciente de que no quería llevarle la contra a Himuro, no cuando había tal incertidumbre y desventaja de por medio. ¿Para qué arriesgarse…? No podía darse ese lujo.


Las caricias siguieron, el placer aumentó, y Aomine encontró agradable el poder sentir placer sin que hubiese dolor de por medio… Estaba disfrutándolo, hasta que se recordó a sí mismo que las cosas no podían ser sencillamente así de buenas, que Himuro había sido enviado por Imayoshi y que… las cosas buenas se habían acabado para él desde hace cierto tiempo, cuando se volvió el comodín, el triste bufón, objeto de odio de muchos.


Himuro le quitó los pantalones y entonces empezó a masturbarlo, Aomine estaba al borde del éxtasis, moviendo un poco su pelvis de vez en cuando, manifestando que en serio lo estaba disfrutando como no había disfrutado nada en mucho tiempo, estaba por correrse, quería venirse y dejar todo salir… ah, estaba en el cielo.


Justo cuando se corrió… ¡…!


Un corte en su piel, justo en el antebrazo derecho. El dolor se mezcló con el estupor, y entonces Aomine gritó, confundido. Podía sentir algo caliente resbalando, estaba sangrando, entendió pronto qué le había pasado, e intentó moverse, su instinto le rogó huir…no pudo hacerlo. Su cuerpo de heló de pronto, congelado por completo, incluso pareció inmovilizar sus cuerdas vocales… Ya no brotaba voz alguna.


—¿Te gustó? —preguntó Himuro, divertido, sostenía el bisturí manchado en sus manos, apenas había hecho un corte superficial, no representaba peligro real para la vida de Aomine, al menos no de momento, la sangre que salía era escasa, era el ardor de los cortes ligeros lo que creaba tan perfecta ilusión de tormento. Algo similar a cortar tu dedo con una hoja de papel, sangra un poco, y duele mucho más de lo que debería. Aunque claro, este era un ejemplo penoso y mediocre si se comparaba con un bisturí sobre piel—. Este amiguito aun no debe descansar… —comentó Tatsuya, deslizando su índice tiernamente sobre el miembro de Aomine.


Himuro se colocó un par de guantes esterilizados.


—Siempre disfruté de jugar al doctor —admitió, con voz embelesada.


Su mano derecha se encargó de jugar con la entrada de Aomine, deslizando dos dedos sin mucho esfuerzo. Tatsuya sonrió, comprendiendo que cierta personita jugó un poco con él antes de ese momento. No importó, agregó un tercer dedo, intentando ir tan profundo como era posible, moviendo los dedos de manera que pronto hiciese presión en la próstata. Sabía perfectamente donde debía acariciar a los hombres, y como. Lentamente observó como el encogido miembro de Aomine empezaba a reaccionar lentamente, creciendo poco a poco, sin necesidad de tocarlo.


Aomine aún parecía sumido en la sorpresa, su brazo aún ardía y su interior era nuevamente profanado… pero había algo diferente en el método de Tatsuya, algo que combinaba cierta elegante delicadeza con tormento… era aterrador.


Tatsuya no resistió por mucho más tiempo, por lo que se desabrochó el pantalón y dejó su falo erecto al aire, preparado para penetrar a Aomine. Así lo hizo, suspiró gustoso, no estaba nada mal y el moreno tenía un buen «culo», era alguien sensual y bastante apetitoso, tenía ese físico que resultaba irresistible para Tatsuya, pues amaba tomar toscamente a sujetos como Daiki, era un gusto que inició tiempo atrás, y jamás olvidará al primero, Kagami… ah, pero esa es historia para otro momento.


Dejó el bisturí de lado y tomó un pequeño cordel de un cubre bocas, luego con el hilo blanco libre, lo anudó bajo la cabeza del pene de Aomine, casi en la línea del prepucio. Lo dejó apretado, de manera que apenas el pene del moreno se hinchó, este se estremeció adolorido.


Himuro empezó a embestirlo, disfrutando del sonido de sus testículos golpeándole el trasero, no podía ni iba a detenerse, estaba encantado follando a Aomine, sumergiendo su miembro hasta el fondo, sin cuidado alguno, con toda intención de romperle en dos… y la manera en que la entrada de este se contraía y lo apretaba solo lo hacía mucho mejor.


Tatsuya soltó un fuerte manotazo en los glúteos de Aomine, su mano quedaba marcada aunque no era algo muy visible.


—¡Ah! —gimió Aomine, sin saber qué más hacer. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.


Se sentía bien, se sentía mal, estaba asustado, estaba disfrutando, era malo, era bueno… dolía, se estremecía… ¿qué demonios estaba pasando?


—Himuro… deja que me corra —rogó, jurando que iba a morir en ese momento por la presión.


—¿Hm? No te escuché~


—¡Himuro te lo ruego, deja que me corra!


Tatsuya sonrió, aumentando la fuerza de sus embestidas, y sin hacer ruido que le delatara tomó el bisturí de nuevo.


Quitó el hilo, pero apretó la cabeza del miembro de Aomine, sin permitirle correrse aún.


Aceleró el moviendo de sus caderas, estaba cerca de venirse también y lo que haría a continuación sería el detonante final.


Himuro masturbó a Aomine furiosamente, quien sollozó, estaba a nada de estallar.


¡…!


Tatsuya clavó el bisturí en el brazo de Aomine, encajando la cuchilla en la carne, una sola apuñalada fue suficiente, no llegó tan profundo como para tocar el hueso, pero eso no lo hizo menos doloroso.


El semen salió disparado y Aomine gritó de dolor, su cuerpo se convulsionó, el dolor de mezcló con el orgasmo que amaba de tener. Los gritos no cesaban, estaba aterrado.


Himuro removió lentamente el bisturí, lamió la herida, gozando del sabor metálico que la sangre ofrecía. Se había corrido también, dejando su semilla en lo más profundo.


Tatsuya le quitó el cubre ojos a Aomine, y este observó la cara de Himuro repleta de éxtasis, totalmente lujurioso y complacido, aun estremeciéndose por el potente orgasmo que se tradujo en otra corrida, dando otra buena ración de semen en su interior. Aomine estaba aterrado hasta el punto en que ya no parecía una persona con cerebro.


Himuro dejó un beso en su mejilla.


—El castigo acabó, buen chico.


El brazo de Aomine dolía como nunca, jamás lo habían apuñalado, y no estaba seguro de si quería morir de una vez o no.


—Ahora duerme —dijo Himuro, que tomó un extremo de sabana y una botella que estaba cerca, derramó el líquido y lo acercó a la nariz de Aomine, quien de inmediato perdió el conocimiento.


[…]


Cuando abrió los ojos estaba más adolorido que antes, pero estaba vivo. Donde había heridas ahora lo cubrían vendajes perfectamente acomodados.


¿Cuándo terminaría aquel infierno?

Notas finales:

:P No soy muy buena con las cosas +18, pero espero que les haya gustado el cap.

¿Quién quieren que sea el siguiente en hacerle algo feo a Aomine? Dejenme saber en los comentarios. 


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