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PRIMAVERA por Kyu_Nina

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Notas del fanfic:

One Piece pertene a Eiichiro Oda.

Dio un último bostezo antes de estirar la mano y apagar la ruidosa alarma del reloj sobre su mesa de noche que ya llevaba alrededor de un minuto emitiendo el irritante sonido del “Beep, beep, beep”. Luchando con toda la flojera que su cuerpo negaba en dejar escapar se levantó de la cama y se dirigió inmediatamente al baño. Allí hizo sus principales necesidades, cepilló sus dientes y dio una ducha rápida –la misma que odió con cada fibra de su ser pues aquella mañana el agua estaba mucho más helada que de costumbre–.

 

Salió del baño con una toalla enroscada en su cadera y otra más pequeña sobre sus cabellos aún húmedos. Abrió la puerta del armario y dio un largo suspiro, allí estaba, su nuevo uniforme escolar. Sacó prenda por prenda en el mismo orden que iba colocándolas sobre su cuerpo. Ya vestido se dio una última mirada en el espejo de medio cuerpo de la habitación; se sentía extraño e incómodo. No le desagradaba del todo, ni siquiera podía decir que era feo, tan sólo estaba acostumbrado al antiguo. Encogió los hombros olvidando el asunto.

 

Buscó su mochila y metió las cosas que necesitaría en su primer día de clases, en una nueva escuela y con nuevos compañeros. Una vez ordenado todo, se guindó el bolso al hombro y salió de su habitación bajando directo a la cocina.

 

Ace era un joven de 16 años que solía vivir con su familia en Baterilla, por cuestiones del trabajo de su padre se vieron obligados a mudarse de ciudad a una llamada Foosha. El muchacho de pecas se había hecho una imagen en la cabeza de cómo se vería la ciudad, pues le había preguntado a sus padres algunas cosas sobre ésta y también buscó algunas imágenes en la red, pero fue hasta una semana atrás que pudo ver con sus propios ojos lo grande que le resultaba aquella metrópoli. Altos edificios, zonas industriales, centros comerciales a cada tres metros, empresas y demás cosas que le hacían sentirse como un pequeño conejo en medio de una manada de elefantes. Sus padres le habían dicho que con el tiempo se acostumbraría, y no lo dudaba, pero lo que seguramente le tomaría más tiempo era aceptar el enorme bullicio de aquella ciudad que parecía no dormir nunca.

 

En cuanto ingreso a la cocina el delicioso aroma de pan recién tostado le inundó la nariz. Aspiró todo lo que pudo de aquel olor antes de soltarlo con un sonoro suspiro y notando como su estómago comenzaba a gruñir pidiendo alimento.

 

 

 

–        Alguien despertó con hambre. – La dulce voz de una mujer, acompañada de una risa, se escuchó desde el interior.

 

–        ¿Eso era un estomagó? Pensé que era un león enojado a punto de devorarnos. – Secundó una masculina voz soltando una carcajada.

 

 

 

Ace al escuchar aquello se encogió ligeramente de hombros abochornado, pero pronto dio una sonrisa y se acercó a sus padres.

 

 

 

–        Buenos días. – Saludó tomando asiento.

 

–        Buen día mi cielo, ¿Dormiste bien?

 

–        Muy bien, quitando el hecho de que pasaron casi cien carros en la madrugada.

 

–        Te acostumbrarás pronto. – Fue la respuesta de Rouge, su madre, quien colocaba el desayuno de su hijo sobre la mesa.

 

–        ¿Listo para tu primer día de clases? – Preguntó el hombre al frente de la mesa.

 

–        Eso creo… aunque no estoy seguro de que él esté preparado para mí.

 

 

 

Ace tomó una de sus tostadas untándola con jalea de fresa, para darle un enorme mordisco.

 

 

 

–        Somos dos entonces. – Sonrió Roger terminando su café. – Bueno, yo debo salir ya si no quiero llegar tarde. Ten un excelente día hijo.

 

 

 

El moreno dio un asentimiento de cabeza como respuesta y vio como sus padres se despedían al igual que todas las mañanas, con un beso y deseándose lo mejor. El hombre de bigotes salió y el joven de pecas se quedó mirando la mesa notando que un manojo de llaves se había quedado olvidado sobre esta; sonrió con diversión y las tomó, contó hasta cinco cuando su padre entró de nuevo mirando a todos lados.

 

 

 

–        ¿No has visto las…?

 

 

 

Su pregunta no terminó de formularse cuando vio un llavero extendiéndose en su dirección.

 

 

 

–        Gracias hijo.

 

–        No las pierdas de aquí a la puerta. – Se burló entregándoselas. – Bendición.

 

–        Dios te bendiga. – Su padre le palmeó el hombro antes de salir, ahora sí, a su trabajo.

 

–        Tan descuidado como siempre. –La mujer rió para luego observar a su hijo. – Yo también debo salir, quiero ver algunos lugares antes de que se haga tarde.

 

 

 

La mujer se volteó, tomó dos recipientes del buró de la cocina y los colocó al lado del muchacho.

 

 

 

–        Tu almuerzo. Espero que te vaya muy bien hoy, y no te preocupes… te adaptarás rápido. –Dio un beso en la frente de su hijo, dio su bendición y se encaminó a la salida. – ¡Ah! Ace, no olvides…

 

–        Cerrar la puerta con seguro y apagar las luces. –Culminó la frase de su madre recitándola de memoria.

 

–        Sí, eso. Nos vemos. – Sonrió complacida y abandonó el hogar.

 

 

 

Luego de varios minutos de quedarse solo, el muchacho lanzó un largo bostezo y miró al reloj de pared. Tenía suficiente tiempo como para tomar una siesta de diez minutos, sin embargo esa opción quedó descartada al instante, era su primer día y prefería llegar un poco antes que todos. De tres bocados terminó su desayuno, lavó los platos sucios y dejo todo en orden. Luego de guardar su almuerzo apagó las luces de la casa, así como se lo había recordado su madre, y salió pasando el seguro.

 

De camino no paró de pensar en qué clase de compañeros le tocarían, ¿Podría realmente adaptarse a ellos? ¿Le aceptarían? Con frecuencia solían decirle que tenía facilidad para conocer personas y hacer amigos; ciertamente, en su anterior ciudad, tenía muchos conocidos y se llevaba bien con la mayoría de personas que le rodeaban, pero en un lugar diferente del que conocía sólo el nombre dudaba que aquello volviera a pasar. Negó levemente con la cabeza y trato de mantener la mente fría y positiva.

 

Llegó a la estación, revisó las rutas que había y en cuanto se anunció tomó el tren que lo dejaría a unas tres cuadras del instituto. El recorrido lo pasó de pie, pensó que tal vez de esa forma los nervios se le irían un poco. Quince minutos fue lo que tardó el transporte en llegar a la estación que necesitaba. Bajó –junto a un gran grupo de personas que se habían ido incorporando lentamente en cada estación– y dirigió sus pasos al instituto Raftel.

 

Conforme acortaba la distancia el asombro iba creciendo, el lugar era enorme. El campus central estaba formado por un jardín de flores que jamás en su vida había visto ni en fotografías, una fuente en todo el centro que cambiaba su mecanismo de regado cada un minuto, algunas estatuas ubicadas en diferentes partes y, para completar, la entrada era un reja de aproximadamente unos cuatro metros de alto. Ace corrigió lo que pensó al principio, “enorme” era poco comparado con la inmensidad del lugar.

 

Tragó grueso y buscó en el bolsillo del pantalón una hoja, la desdobló encontrándose con su horario de clase. “Aula 2-C”, el de pecas mordió su labio inferior y miró una vez más al frente, ¿Cómo haría para encontrarla? Más importante, ¿Qué haría para no perderse en ese lugar? Estaba seguro que de hacerlo jamás podrían encontrarlo. Suspiró con pesar y se encaminó a la suerte.

 

 

Notas finales:

¿Les gustó? Yo disfruté escribiendo esta pequeña introducción.

Por cierto,  tengo curiosidad... ¿En donde viven ustedes es costumbre pedir la "bendición" cuando se levantan, despiden y van a dormir? En donde yo vivo si es normal cuando se trata de padres,  tíos y abuelos, así que quise agregar ese detalle.

¡Hasta pronto!


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