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El circo de las sombras por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

El extraño recuerdo de un mundo que nunca recorrió.

La oscuridad volvía a bañar las callejuelas de aquella mini ciudad, con la luna como única oponente. Pero esta no conseguía reunir las fuerzas y la luz necesarias para derrocar el manto negro que caía sobre ellos.

      Caminaban por esas calles sin levantar la voz, como si las sombras volviesen a aparecer de un momento a otro con apenas susurrar una palabra. A su alrededor solo se veían carpas grises plagadas de males que a Shun no le apetecía conocer ni aunque le pagasen por ello.

      —Es extraño —dijo Hyoga con voz baja y fría como el hielo.

      —¿Qué es extraño? —quiso saber Shun.

      —Nunca antes había encontrado una carpa que no fuera la blanca o las miles de grises que nos rodean. —Se encogió de hombros como si no le importase demasiado.

      —¿Te refieres a La carpa de los recuerdos? —Le preguntó asombrado.

      Hyoga asintió levemente con la cabeza y se giró para mirarlo, deteniendo su paso.

      —Entonces ¿cómo sabías el nombre? —Le preguntó Shun, intrigado.

      —Pues... no lo sé. En realidad, nunca me había planteado que hubiera carpas de otros colores. Los únicos colores que veía aquí eran los de mi atuendo. —Inclinó la cabeza para pasear la vista por su ropa.

      —¡Pero eso no es posible! —Exclamó Shun, abriendo mucho los ojos.

      —Sentí una presencia desconocida mientras buscaba la carpa blanca para tenerla localizada para el siguiente toque de queda. Me encaminé por las calles siguiéndola y ante mis ojos apareció esa carpa llena de vida —recordó, y su semblante era muy serio y pensativo—. Entré en ella sorprendido y poco después apareciste tú. —Lo miró intensamente a los ojos.

      —¿Esa presencia era yo? —Preguntó Shun.

      —¿Quién si no? —Sonrió sarcásticamente—. Lo que no entiendo es por qué conocía esa carpa sin haber estado allí antes. —Desvió la mirada hacia un lado.

      —Igual tiene algo que ver con que sea la carpa de los recuerdos. —Hizo énfasis en la última palabra, como si fuera evidente.

      —Puede ser. —Volvió a sonreír, pero esta vez amablemente.

      Hyoga cogió a Shun de la cintura y lo atrajo hacia sí, pudiendo sentir la respiración entrecortada del joven en su rostro. Acercó sus labios lentamente a los del menor y lo besó con apenas un roce frío pero agradable.

      —Sigues estando frío... —susurró Shun, girando la cabeza hacia un lado para que no le notase que se había sonrojado.

      —Lo sé —sonrió Hyoga de forma siniestra.

      —¿No puedes salir de este lugar? —Le preguntó Shun tras un rato en silencio abrazados.

      —¿Salir? —Arqueó una ceja como si no entendiese el significado de la palabra.

      —Sí. ¿Desde cuándo estás aquí? —Le pregunt, atónito.

      —Pues... nunca me lo había preguntado. Siempre he estado aquí —contestó extrañado.

      —Pero eso no puede ser. ¿No te acuerdas de nada que no sea este lugar? —Desistió de toda esperanza cuando vio a Hyoga negar suavemente con la cabeza después de pensarlo unos instantes.

      —Siempre he estado aquí —repitió el rubio.

      —¿No conoces nada más? —Insistió.

      —No me gustan las preguntas. —Se separó de él bruscamente y le dio la espalda, comenzando a caminar de nuevo por las oscuras calles.

      Shun lo siguió aguardando las distancias hasta que Hyoga le permitiera acercarse. Después de un buen rato en silencio, el rubio volvió a hablar, sin volverse, preguntándole:

      —¿Qué hay fuera, Shun? —Su voz sonaba fría y triste a la vez.

      —¿Qué hay? —Se llevó una mano al pelo, pensando antes de responder—. Colores. Muchos colores por todas partes. Jardines verdes, cielos azules, tierra marrón, rayos del sol amarillos... todos los colores que te puedas imaginar juntos. —Sonrió con cada palabra que articulaba.

      —¿Y cómo son las personas? —Preguntó en el mismo tono de voz que antes.

      —Las hay buenas y las hay malas —respondió encogiéndose de hombros.

      —¿Cómo son las personas buenas? —Quiso saber.

      —Pues... es difícil definir a una persona buena. Se supone que es aquella que no perjudica a los que le rodean, que se preocupa por los demás, que ayuda... 

      —¿Y cómo son las personas malas? 

      —Pues las que hacen todo lo contrario. Es la que roba, la que mata, la que no colabora, la que da la espalda a todo, la que piensa solo en sí misma...

      —¿Entonces es mala una persona que robe comida porque se está muriendo de hambre? ¿O un niño que no colabora con sus amigos o compañeros porque es muy tímido? ¿O un bebé que no tiene la conciencia completamente desarrollada y solo se preocupa de sí mismo? —Preguntó.

      —No, ellos no lo son —dijo sin pensárselo dos veces.

      —Entonces, Shun, ¿cómo distingues a una persona buena de una mala? —Se giró para mirarle de nuevo a los ojos.

      —Tú eres bueno, Hyoga —respondió con un hilo de voz—. ¡Mira! —Exclamó tras unos segundos de intensas miradas.

      Hyoga se volvió hacia donde le indicaba y pudo ver otra carpa de colores que se alzaba un poco más allá, contrastando con todo el paisaje oscuro y sin vida.

      —La carpa de los espejos —susurró el rubio casi sin darse cuenta de ello.

      —¿También la conoces? —Le preguntó Shun, intrigado.

      —Entremos. Es muy divertida —le dijo sonriéndole y tendiéndole una mano. Shun la aceptó y Hyoga le guio hasta la nueva carpa con energía.

      Pero cuando aún les quedaba medio camino por recorrer para llegar a ella, una sombra apareció veloz derribando al rubio, que cayó al suelo perdiendo la conciencia. Shun gritó y se agachó junto a su amigo zarandeando su cuerpo y llamándolo, pero la sombra apareció de nuevo y pasó a su lado como un rayo, rozándole la mejilla derecha y haciéndole sangre.

      —¡Hyoga! ¡Despierta! ¡¡HYOGA!! —Gritó todo lo alto que fue capaz.

      La sombra volvía a hacerse eco entre las calles y Shun tomó el bastón de Hyoga de sus manos, interponiéndolo entre él y su adversario. Cuando estuvo a punto de abalanzarse sobre él, Shun alzó el bastón por encima de su cabeza y una especie de energía salió de la calavera dando de lleno a la sombra, que se desvaneció al instante.

      El joven cayó al suelo junto a Hyoga, agotado, pero se incorporó lo más rápido que le permitió el cuerpo y corrió llevando consigo a Hyoga hasta el interior de La carpa de los espejos.

Notas finales:

Muchas gracias por leer. Espero que lo hayan disfrutado. ¡Un saludo!


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