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El circo de las sombras por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Hielo bajo los pies. Nieve sobre el cabello.

CAPÍTULO 3. LA CARPA BLANCA

Shun se había sentado en el centro de la carpa en la que acababan de entrar. Era completamente blanca, tanto la hierba que crecía bajo sus pies, sólida y delicada como el hielo, como las paredes y el techo de lona que había sobre él. No había adornos de ningún tipo, tan solo suaves copos de nieve que aparecían de la nada y caían sin llegar a tocar el suelo.

      Hyoga estaba de pie en frente de él, dándole la espalda, frío e inmóvil como una estatua. No se atrevía a preguntarle nada al respecto, pues temía interrumpir su pensamiento o lo que quisiera que estuviera haciendo.

      —¿Te gusta la nieve? —Acabó preguntando el rubio, sobresaltando a Shun.

      —Me gusta, pero es muy fría.

      Hyoga se volteó para mirarlo con el ceño fruncido, y esbozó a continuación una de sus sonrisas inquietantes.

      —¿Cómo quieres que sea si no? —Le preguntó.

      —Pues... no lo sé. Pero no me gusta tocarla y que se me congelen los dedos. —Levantó las manos y las miró.

      —La nieve tiene que estar fría como el fuego tiene que estar caliente. Si no, sería antinatural. —Volvió a darle la espalda.

      —Y las personas mantienen una temperatura corporal de unos treinta y seis grados, en cambio la tuya es como la de estos copos de nieve —inquirió, encogiéndose de hombros—. ¿Eso no es antinatural?

      —Deja de hacer preguntas —se defendió Hyoga, con un tono de voz glacial.

      A Shun se le puso la piel de gallina y desistió de hablar más. Volvió a pasear su mirada por el interior de la carpa, pero todo seguía igual. Durante unos segundos sintió que la mente se le congelaba y los ojos se le iban de las órbitas, pero al final recobró la compostura y se le escaparon más preguntas de los labios.

      —¿Qué es el toque de queda? —Preguntó como si acabase de recordarlo.

      Hyoga no respondió al instante, y tampoco se giró cuando le habló:

      —No quieres saberlo, pero ya que insistes, te lo contaré: al cabo de un tiempo las sombras salen de las carpas grises con el ansia de matarme, y mi única salvación es encontrar La carpa blanca y esconderme en ella. Aquí dentro soy inmune a las sombras —le dijo con indiferencia.

      —¿Al cabo de cuánto tiempo? —le preguntó Shun, interesado y con los ojos muy abiertos, encogido sobre sí mismo.

      —No lo sé. Aquí el tiempo pasa y pasa, pero todo sigue igual, por lo que me es imposible medirlo.

      —¿Por qué quieren matarte? —preguntó aún más interesado, y con el miedo aflorando en sus manos temblorosas.

      —¿Por qué quieren matarme? Nunca me lo había cuestionado. Supongo que porque quieren dejar de ser sombras y apoderarse de un cuerpo humano. —Se pasó un dedo enguantado por la barbilla.

      —¿Y por qué aquí… no te hacen nada? 

      —Ya me estoy cansando de tantas preguntas. Tampoco he intentado razonar por qué no pueden entrar en La carpa blanca, simplemente sé que aquí estoy a salvo y si salen a por mí entro para esconderme. Pero no te creas que lo tengo fácil: una vez salgo de La carpa blanca, finalizado el toque de queda, esta desaparece hacia otra región de El circo de las sombras, y tengo que volver a encontrarla para protegerme —lo miró de nuevo con indiferencia.

      —¿No puedes defenderte contra ellos? Quiero decir… antes derrotaste a uno con tu bastón —miró temeroso al objeto que sostenía Hyoga con la mano izquierda.

      —Puedo. Pero es muy limitado. 

      —¿Por qué? 

      —Porque cada vez que canalizo mi energía al bastón y la descargo, me debilito. —Arqueó una ceja como si lo que acabase de decir fuese evidente—. ¿Alguna pregunta más?

      —Sí, pero déjame pensar —le sonrió con timidez.

      —Ah, no. De eso nada. —Hizo girar el bastón por encima de su cabeza.

      —¿Qué vas a hacer? —Preguntó Shun mientras se levantaba y caminaba hacia atrás, haciendo crujir la hierba de hielo bajo sus pies y con el corazón latiéndole con fuerza.

      Hyoga bajó el bastón dando un golpe seco contra los cristales de hielo, haciendo que se esparciesen por el interior de la carpa y se mezclasen con los copos de nieve que no dejaban de caer.

      —¿Por qué has hecho eso? —Le preguntó Shun angustiado y con la respiración entrecortada.

      —Mira hacia abajo.

      Shun obedeció y guio sus ojos hacia donde antes había estado la hierba. Lo que vio lo dejó de piedra: un agujero se había abierto en el suelo dejando ver la imagen de una galaxia espiral en él, que rotaba sobre sí misma con rápidos movimientos.

      —Es hermosa, ¿verdad? —Le preguntó Hyoga interrumpiendo su trance.

      —¿Qué es? —Preguntó sin apartar la mirada del interior del agujero, boquiabierto.

      —Andrómeda. Es la galaxia más cercana a la Vía Láctea. Y para mí es la galaxia más hermosa de todas. —Hizo una pausa que acabó con un suspiro—. A veces me paso tiempo y tiempo observando, silencioso, todos sus movimientos. Me enamora más que cualquier cosa.

      —¿Qué pasa si caes ahí? —Le preguntó después de un silencio.

      —¿Si me caigo dentro? Tampoco lo sé. ¿Quieres comprobarlo? —Le miró inquisitivamente.

      Shun asintió con un leve movimiento de cabeza, sin siquiera meditar lo que Hyoga le ofrecía. Pero antes de darse cuenta, el rubio le dio un suave empujón que le hizo perder el equilibrio y caer en el interior del agujero. Intentó gritar, pero de su boca no salió ningún sonido.

 

Unos segundos después de recuperar el conocimiento, abrió los ojos y, con miedo, los paseó por todo el paisaje que se abría sobre y bajo él: se encontraba flotando sin moverse aparentemente en el espacio, con la galaxia a la que Hyoga había nombrado Andrómeda en frente de él. Intentó llamar al rubio, pero siguió sin poder emitir ningún tipo de sonido. 

      —Ve hacia ella. Mira lo que hay en ella —Susurró la voz de Hyoga procedente de todas y de ninguna a la vez.

      Shun no sabía qué hacer. Empezó a mover los brazos echando nada hacia atrás, y luego se ayudó también de las piernas. Al principio le costó, pero poco a poco fue acostumbrándose a la sensación de no tener ningún soporte y de nadar en el vacío.

      —Más rápido —dijo la voz de Hyoga.

      Cada brazada y patada que daba se acercaba un poco más a la galaxia, y tuvo la sensación de que esta le atraía a su vez. Tenía miedo, mucho miedo, pero no podía dejar de moverse. Pensó en cómo regresar a casa, y la idea de que todo aquello era un mero sueño se le pasó por la cabeza y deseó que en verdad lo fuera.

      Cerró los ojos durante unos segundos, dejándose atraer cada vez más por la colosal fuerza de Andrómeda y, cuando se dio cuenta, se encontró flotando de nuevo, pero sobre una Tierra que daba vueltas bajo sus pies.

      Esta era completamente igual que en la que vivía, pero parecía envolverla una atmósfera de paz y serenidad, casi inapreciable en su mundo real.

      La Tierra comenzó a emitir imágenes en toda su superficie sin dejar de girar sobre sí misma. Al principio apareció la ilusión de una ciudad hecha en su totalidad con piedra, por la que paseaban ardillas, conejos, ratones, pájaros de todo tipo, mariposas de todos los colores y ciervos. Una niña salió de una de las casas sonriente con un trozo de pan en las manos. Lo dejó sobre la hierba y se escondió detrás de un árbol para ver cómo los animales se acercaban y comían de él.

      La Tierra dio una vuelta en menos de un segundo y la imagen cambió. Esta vez se mostraba una ilusión en la que aparecía un hombre de color dándole la mano a otro hombre blanco, bajo el estandarte de una bandera de todos los colores que se pudieran imaginar. Un cúmulo de aplausos siguió ese estrechamiento de manos y naciones, y la Tierra volvió a dar otra vuelta.

      En la siguiente ilusión aparecían dos hombres en una colina cogidos de la mano, uno apoyado en el otro, que contemplaban el amanecer. Cuando el sol se dejó ver del todo, el que parecía mayor le dio un suave beso en los labios a su pareja, y así quedaron sumidos mientras la Tierra volvía a girar.

      Cuando completó la vuelta, la ilusión que apareció sobre la superficie terrestre era conmovedora. Un centenar de personas daban grandes raciones de comida a cada uno de los habitantes de una aldea que parecía ser africana. Los niños compartían sus raciones con las personas que se las habían regalado, y estos las rechazaban con una sonrisa. Los adultos acudían en fila, esperando su turno, y varios muchachos jugaban con los niños que esperaban también en la cola.

      Otra vuelta más y la Tierra empezó a mostrar la imagen de muchas mujeres en una manifestación en cuyas pancartas mostraban la felicidad que sentían al compartir los mismos derechos que los hombres, al sentirse iguales a ellos, sin ningún tipo de discriminación. Las acompañaban también pancartas con dibujos y fotografías en las que hombres y mujeres compartían todo tipo de trabajos por igual número de ambos sexos. En una fotografía de ballet aparecían doce hombres y doce mujeres, y en otra que asemejaba ser de fontanería, también doce hombres y doce mujeres.

      La Tierra volvió a girar de nuevo. En esta ocasión, un representante de cada religión se daba la mano formando un círculo y dejando sus marcas de todo tipo de pinturas sobre una pared en la que se podía leer Todos somos iguales. Cantaban y reían juntos sin importar su procedencia o sus creencias, comportándose como seres miembros de la misma especie.

      —Precioso, ¿verdad? —Preguntó la voz de Hyoga, otra vez procedente de todas partes y de ninguna—. Ojalá yo pudiera habitar en un mundo como ese, lleno de paz... —Su voz se fue apagando poco a poco.

      Shun se encontraba de rodillas en el espacio con los ojos llenos de lágrimas, incapaz física y psicológicamente de pronunciar una palabra. Él también deseaba con todo su corazón que al regresar a su hogar las cosas hubiesen cambiado y todo fuera como lo estaba contemplando ahora.

      —Regresemos. —Oyó decir a Hyoga.

      Cerró los ojos sin dejar de sollozar y sintió los brazos fríos de Hyoga rodearlo por los hombros. Cuando levantó los párpados, volvían a estar en La carpa blanca.

      Se dejó llevar por el abrazo protector del rubio, y se abalanzó sobre él apoyando el rostro en su pecho, casi logrando que perdiese el equilibrio; y lloró mientras Hyoga lo sostenía contra sí con más fuerza.

      —Algún día se cumplirá —le susurró el rubio al oído.

      —Ojalá, Hyoga, ojalá —dijo sin moverse y sin dejar de llorar.

      —Vamos. Ya ha finalizado el toque de queda. —Lo apartó de sí con cuidado y le sonrió.

      Shun sonrió con él, y por una vez le pareció que Hyoga no era tan frío como había imaginado.

Notas finales:

Muchas gracias por leer. Espero que les gustase. <3


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