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Hijo de la Luna por CieloCaido

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Notas del capitulo:

Sé que desaparecí. Me disculpo. Pero ya volví y este es un capitulo súper largo, espero que les guste porque a mi me gustó mucho escribirlo. Para este capitulo, tomé prestada la canción del Hijo de la Luna de Mecano, es decir, su letra. Lo entenderán cuando lean el capitulo. En fin, disfrútenlo.

Capitulo 9: Nacimiento

En el momento en que L volvió a caer en cama, Light supo que debían buscar una vía alterna.

Tenían once años para entonces, y el experimento B.B ya no daba para más, su organismo se encontraba tan deteriorado como el de L, y Light, aunque no debía, no podía evitar sentir odio por ese experimento y su fracaso. No se suponía que fuese así, se suponía que L sanaría por causa de B.B y en cambio había enfermado aun más.

Acostado sobre la cama del hospital, L yacía dormido con un tubo que pasaba aire dolorosamente por su tráquea, permitiéndole respirar. El niño Light se sentó en la butaca y tomó en sus manos las de L para así darle fortaleza y hacerle saber que estaba allí con él y que, por supuesto, no lo abandonaría. Sin embargo, por mucho que fueran buenas sus intenciones, estás no iban más allá de un cumulo de rezos que poco producían. Light sabía que aunque la gente dijese que la fe mueve montañas, definitivamente la suya no lograba remover la enfermedad de L.

La religión no podía hace nada por L, pero la ciencia si.

Así que se dispuso nuevamente a estudiar el caso, revisando cada documento y cada análisis aplicado tanto a L como al experimento B.B, buscando así la formula para crear al clon perfecto. Cuando L se levantaba de vez en cuando, lo ayudaba, corrigiendo algunos errores y proponiendo otras formulas. Era el único modo de que L volviera a remisión, Watari lo sabía, Roger lo sabía, todos lo sabían y aun así…

—¡No permitiré que esto vuelva a suceder! —argumentó su padre, quien para ese momento hablaba con Watari en su oficina.

Light los observó con discreción, manteniéndose oculto para así saber lo que hablaban los adultos.

—Entiendo su postura, doctor Yagami, aun así es necesario-

—¡No, no lo es! —interrumpió el hombre, enojado, frustrado y desesperado—. ¡No es necesario salvar a L! —cuando asimiló el poder de sus palabras, soltó un suspiró cansado, como disculpándose—. Sé que ama a L, Watari, lo sé de sobra. L es un gran avance para nosotros. Su existencia rompe esquemas y crea otros. Pero no podemos seguir manteniéndolo con vida a cuesta de otros. ¡Miré a B.B! Él no debió nacer, no debió vivir para sufrir esto que le hacemos, ¡Es un acto inhumano!

—El experimento B.B no es un humano, doctor Yagami. Y su creación siempre fue prevista como un experimento. Y ahora que conocemos más de L, más de B.B, podremos crear otro ser que sea aun mejor que ellos. Un ser que finalmente se adapte a nuestro mundo, y así será el salvador de L y de B.B. Podemos hacer que está vez salga bien.

—¡No lo entiende! ¡Esto está mal! —expresó horrorizado—. Secuestramos a la luna, la mutilamos, creamos seres que no debían existir, jugamos a ser dioses cuando sólo somos simples humanos, ¡Y lo que le hemos hecho a B.B es imperdonable!

Light, que escuchaba a su padre, quiso interrumpir y alegar en defensa de Watari, porque él si estaba de acuerdo en la creación de un nuevo savior sibling. Era necesario para la supervivencia de L. ¿Por qué su padre no lo comprendía? ¿Y qué importaba B.B? Su sufrimiento era inútil y desesperanzador, pero no importaba. Sólo importaba L.

—No, Watari. No cuenten conmigo para esto. No puedo permitir que otro ser nazca tan sólo para someterlo al mismo sufrimiento. No es justo y lo sabe —manifestó con total resolución—. Permitamos que tanto L como B.B mueran. Así ellos también serán libres de este dolor y regresaran junto con la Luna al cielo. Devolvámosla al espacio del que nunca debió haber sido arrancada.

El corazón de Light latía fuerte y presuroso, asustado de que Watari cediera a las demandas de su padre. Pero no fue así, Watari mantuvo su postura y ambos hombres continuaron discutiendo un rato más.

El día que decidieron crear al siguiente savior sibling, Watari dispuso de un equipo de investigación en la zona del ártico. Era allí donde pretendía llevar acabo el experimento de contacto. Con un nuevo trozo de la Luna y material genético de L, se dispusieron a cometer otra locura que le costaría cara a la humanidad. 

Light, por supuesto, estaba allí, aun cuando su padre le vetó la intención. El Experimento de Contacto y Creación era peligroso por lo que supo, y era mejor que se quedara en casa y esperara a que ellos regresaran. Pero Light no quería esperar, quería estar allí cuando todo sucediera. Por eso, se escabulló entre el equipo de investigación y se escondió como mejor pudo, presenciando allí la catástrofe en primera plana. Porque si bien, todos sabían que era peligroso pues el nacimiento de L provocó algunos desastres, nadie esperaba que el siguiente savior sibling ocasionara tal calamidad.

Light abrió los ojos lentamente, notando que estaba siendo cargado por alguien mientras el contexto a su alrededor era sombrío; a pesar de su desorientación percibía remolinos de aire, el ruido de gente gritando y corriendo mientras el cielo era de un rojo perturbador que eclipsaba cualquier esperanza. Parecía que algo malo estaba sucediendo. Light tragó saliva y enfocó forzosamente a su padre entre la cortina brumosa de conciencia que tenía, reconociéndolo como aquel que lo cargaba. Su padre jadeaba por el esfuerzo de caminar y de llevarlo a él cargado entre brazos. Intentó moverse un poco, pero la herida en sus costillas sangraba y dolía. Sabía que debía espabilarse, pero costaba tanto volver en si mismo.

—Estarás bien, hijo —dijo el hombre con voz cansada y triste—, lo prometo.

Light cerró los ojos, sintiéndose ir, la perdida de sangre era tal que lo dejaba lento para asimilar los hechos. Luego notó que estaba siendo recostado sobre algo plano. Abrió los ojos y supo que su padre lo había colocado en una capsula de protección. Todavía no entendía porqué y abrió la boca para pronunciar una única palabra:

—Papá —pero fue incapaz de decir más porque la capsula se cerró, dejándolo encerrado y protegiéndolo de lo que estaba a punto de acontecer.

Porque lo que sucedió fue una explosión, algo que hizo que la capsula se moviera violentamente, volcándose una y otra vez hasta ser arrojado al mar. Light gritó sin conocer el origen de tal impacto, sólo sujetándose como mejor podía mientras sus costillas eran maltratadas por los golpes. Luego de interminables minutos donde pensó que moriría, la explosión acabó, para entonces el movimiento del mar era agresivo y el vaivén era tan constante que le causó nauseas. Light no sabía qué había sucedido, así que se obligó a salir de su estupor y buscar la manera de abrir la capsula.

Cuando lo consiguió, se levantó lentamente, presionando sus costillas para sostener la hemorragia y mirando asombrado el resultado:

Todo a su alrededor se resquebrajaba, se dividía por la mitad, con él en la grieta. El cielo era rojo y enfermizo, algo que lo dejaba ver como una imagen escalofriante que estimulaba sentimientos de aislamiento, tragedia y pánico. La única constante que existía era esa línea de luz blanca, blanquísima, que se alzaba de la tierra al cielo, perdiéndose entre las nubes y conectando ambos puntos. Parecía algo irreal y horroroso el sonido que producía, como una bestia siendo lastimada. Light la contempló boquiabierto, advirtiendo que esa luz nacía en el punto de origen del experimento. Duró poco tiempo, estrechándose más y más a medida que pasaban los segundos, convirtiéndose en un halo muy diminuto que desapareció.

Cuando lo hizo, causó una nueva expansión de aire, moviendo el océano violentamente. Light cerró los ojos por el viento que chocaba contra él, tan poderoso que tuvo que sujetarse del borde de la capsula. Luego quedó el silencio desolador.

Light se arrastró como mejor pudo hasta la orilla de tierra, hasta lo único que había quedado del laboratorio; todos estaban muertos y despedazados, incluidos Watari y su padre. Los cadáveres se esparcían de aquí allá, la sangre se amontonaba igual que los vidrios rotos. Light deambuló entre ellos, estupefacto y horrorizado, hasta que llegó al sitio donde la Luz parecía haberse originado, el único lugar donde las cosas aun se mantenían intactas.

Se acercó despacio, arrastrando los pies y conteniendo las lágrimas. Se acercó para ver  que sobre la capsula no había ni un rasguño y que un niño, un bebé, un recién nacido, se ubicaba allí y no parecía concordar de ninguna manera con el ambiente.

Era este el nuevo savior sibling.

Light cayó hacia adelante sobre sus rodillas, impactado. No se suponía que su nacimiento costara tantas vidas. Observó a su alrededor, mirando más allá del laboratorio y del mar, percibiendo que el cielo rojo se extendía hasta kilómetros y que el impacto había alcanzado mucho más de los limites razonables. Se asustó de sobremanera; el espacio abierto era inquietante y el silencio se filtraba por cada poro de su piel. Nada lo había asustado tanto como darse cuenta de que él era el único humano que se podía encontrar en todo el continente, lo demás habían sido destruido en segundos…

»«

Se levantó temprano. Se bañó y se alistó con pulcritud. Para entonces el reloj aun no marcaba las seis de la mañana. Cuando terminó de limpiar y abotonar hasta el último botón, Light se miró en el espejo, asegurándose de que cada cosa estuviese en su lugar. Salió de allí y observó el cielo, se aclaraba lentamente, dejando ver un azul muy crepuscular. Sin perder más tiempo, ingresó al auto y se dispuso ir al único cementerio de la ciudad.

Ese día era el aniversario de la muerte de su padre y de su familia. Light se disponía a visitarlos como cada año. No era el único, por supuesto, existía un millar de personas que como él, habían perdidos a sus parientes el día del segundo impacto. Resultaba un día fúnebre a escala global.

Sin embargo, el cementerio estaba desolado. Existía poca gente que lo visitaba pues se encontraba demasiado alejado, ubicado en un punto que alguna vez fue permisivo pero que por culpa de las constantes lluvia la zona quedó reducida a escombros. Ya no se veía así, al menos no demasiado, Light y L se habían encargado de que la zona fuera desalojada de rocas y edificios rotos, dejando un espacio abierto con lapidas fuertes que poseían diferentes epitafios. Aun así, poca gente lo visitaba y en ese momento, Light agradeció que así fuera pues no soportaba estar rodeado de personas en un momento tan vulnerable.

Caminó para darse cuenta de que L también estaba allí.

Light se detuvo un momento y lo contempló desde lejos; L lucía largo y flaco, con esa maraña de pelos que nunca se peinaba sin importar cuánto le insistiera Light. No parecía para nada una persona de mando, con esa camiseta y ese jean holgado y arrugado. A veces a Light le entraban ganas de botar esa ropa a la basura para ver si así se decidía a vestir bien, pero luego se le pasaba la rabia y aceptaba a regañadientes esa apariencia, ese era L, más o menos, y así se había enamorado de él.

Emprendió la marcha nuevamente, acercándose.

—Buenos días, Light —saludó cortésmente L, si sin quiera mirarlo a los ojos. Se encontraba muy concentrando observando el nombre de Watari en la lápida frente a él.

—Buenos días —Light fijó su vista en el punto de L, lamentando un hecho tan terrible como la muerte de sus semejantes—. Pensé que no ibas a venir…

—Hoy es el aniversario de la muertes de tus padres también, y de Watari. Vine a dar mis respetos antes de ir con Near y felicitarlo por su cumpleaños.

Escuchar el nombre de Near, hizo que la frente de Light se arrugara con molestia. No odiaba al niño, pero su mera existencia le recordaba a Light otras catástrofes que no quería traer a su memoria. Ni siquiera podía estar en el mismo espacio de ese niño sin sentir que se ahogaba por dentro. Para él sólo se trataba de una pesadilla de la cual ansiaba despertar, sin importar si eso significara volver atrás y ser un niño mimado. Solía preguntarse entonces, si todo esto no era más que espejismo y él aun se encontraba en la capsula de protección, volcándose y gritando por ayuda.

Pero no parecía probable que se despertara porque él ya estaba despierto y esta era la horrible realidad.

L se dio la vuelta y se marchó con pasos lentos, dejándolo solo para que presentara sus respetos. Y así lo hizo. Realizó una pequeña oración por Watari y luego fue hasta sus padres, realizando la misma acción. Cuando hubo terminado se encaminó al lado de L, quien lo esperaba contiguo al auto para ir finalmente juntos al sitio que resultaba su infierno personal.

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La quietud fue principalmente lo que lo asustó. Abrió los ojos para darse cuenta de que el cielo no era rojo porque no lo veía, en su lugar un techo blanco daba forma a su espacio. Con la cabeza quieta, escrutó el lugar con los ojos, moviendo nerviosamente sus cuencas a todos lados. Y no, no estaba en medio del ártico como único sobreviviente, en vez de eso parecía estar en la habitación de un hospital. Su nariz percibía el olor común de antisépticos y escuchaba el constante bip-bip de la maquina a su lado. 

Light suspiró aliviado. Intentó levantarse, pero descubrió que se sentía demasiado débil para eso.

—Me da gusto que hayas despertado, pequeño Light —la persona que había ingresado era Roger, un adulto con arrugas en la cara y canas en la cabeza. Poseía una sonrisa cansada y las manos tras la espalda. Light se quedó quieto. Este era un hombre conocido.

—Roger —dijo, la voz le salió rasposa—. ¿Mi papá…?

—Lo siento mucho.

Light tragó saliva, comprendiendo que lo que vivió no fue obra de una pesadilla. Se mordió los labios para no sollozar y enfocó su vista en otro punto. Lo que menos deseaba era verse débil a pesar de tener once años. Roger a su lado, soltó un suspiró entristecido.

—Lo que pasó en el ártico —comenzó diciendo, pero fue interrumpido por Light.

—No estoy seguro. Mi padre me escondió antes de que iniciara la explosión. ¿Todos…, Todos murieron, verdad?

—No. Todos no —Light lo miró, casi esperanzado—. El niño sobrevivió. Y también tú. Fue un acto heroico lo que hiciste; tomar el bebé y abrazarlo para que no muriera de frío.

No era esa la respuesta que buscaba. Light desvió la mirada, pensando aun en ese cielo tan rojizo y en los muertos que se repartían como canicas regadas en el piso. Cerró los ojos, lamentando tanto la muerte de todo el personal de investigación.

—¿Cómo está L?

—Dormido. Hemos comenzado a utilizar el material genético del bebé. Pronto estará en remisión.

—Entiendo.

—Light. El bebé, el recién nacido, ¿Cómo se llamara?

–No sé —espetó—, y no me importa. No es un bebé, es una cosa. Salvará a L. Estará cerca de L. Es para lo único que nació.

—Light…—Roger suspiró, comprendiendo la lógica del niño.

Sabía por experiencia que dar nombres conducía a un posible encariñamiento. Dar un  nombre significaba que “eso” existía y por tanto, poseía derechos como todo ser vivo. Light no quería eso, no quería verlo como humano, como alguien semejante a él, porque dolería ver a lo que iba a ser sometido. Parecía mejor ignorar que el recién nacido podía sentir. Pero Roger no estaba dispuesto a eso, quizás porque la criatura era un bebé y los bebés siempre inspiran cariño. Sea como fuese, no deseaba verlo como una cosa, así que le puso un nombre, bautizándolo como Near, que significaba Cerca de L.

Los científicos solo se refirieron al bebé como el experimento N.

Pasaron quince días antes de que L, viniese a visitar a Light.

—Despertaste… —susurró Light asombrado—, y ahora caminas.

—La sangre de Near me ha ayudado.

—¿De quién? —preguntó, arrugando el entrecejo—. L, sabes que no debes ponerle nombre a esa cosa. No está bien. Si te domesticas por su presencia acabaras siendo dañado. Es un experimento, como el experimento B.B

—Y él acabó odiándonos, aun si sólo fuese un experimento —manifestó, seguro de sus palabras—. No pretendo cometer el mismo error, negándole la posibilidad de una vida mejor, sometiéndolo al mismo trato para aparentar que no es más que una cosa — hizo una pausa, respirando profundamente, como si hablar tanto lo estuviera cansando, lo que probablemente así era—. No funcionó con B.B y no va a funcionar con Near. Si le ofrecemos calidad de vida y tratamiento, él no se volverá contra nosotros.

—Lo dices como si estuviese sopesando la opción de darle espacio en nuestras vidas —manifestó con tono agrio, indispuesto a ceder.

—No lo estoy sopesando, Light. Ya lo he decidido. El niño tendrá una vida que vivir. Crecerá como un niño normal y vivirá una vida normal. Es lo menos que podemos hacer.

—¡De ninguna manera! —espetó—. ¡Esa cosa mató a Watari, a mi padre, a toda nuestra familia!

—No fue él, Light —espetó de regresó en voz baja. Light cerró la boca, conteniendo las lágrimas—. Fuimos nosotros, ¿Lo recuerdas? —y L lo miró a los ojos, toda esa tristeza saliendo a la superficie en sus irises, la amargura de acarrear una carga como esa—. Fue nuestra idea. Nos equivocamos. Y debemos asumir las consecuencias. Y Near es una de ellas, nos haremos responsable de él y de todo lo que ocasionamos.

Porque si bien manipular el material genético de la Luna a esa escala había originado la explosión y el nacimiento de Near, la verdad era que ellos eran los principales responsables y el precio para mantener a L vivo había sido demasiado alto: había costado una gigantesca explosión que destruyó cientos de humanos, animales y continentes, provocando un cataclismo a escala global…

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Halle se vestía coquetamente mientras Mello, en una esquina, le platicaba la situación en si. La mujer acabó abrochándose la camisa para luego peinar su cabello y así sujetarlo en una cola alta. Mientras lo hacia no podía evitar mirar de reojo al rubio e intentar atravesar sus cráneo para descubrir la verdad que se guardaba.

—¿Me estás pidiendo que analice esa sangre sin siquiera decirle esto a los de Yotsuba? —inquirió un poco contrariada.

—Sé que es una locura lo que te pido, Halle, pero eres la única a la que recurriría para esto. No confío en nadie más.

Saber eso, ablandó algo en el corazón de la chica. Hubo un tiempo en que ellos estuvieron juntos y podría haber resultado sino fuese por esa enfermiza obsesión que poseía Mello de saber la verdad tras los impactos ocurridos años atrás. Era algo que eclipsaba su mundo entero, impidiéndole ver más allá de sus narices. Por esa misma razón había acabado trabajando para Yotsuba, infiltrándose en Wammys House como doble agente.

—¿Por qué? ¿Qué has descubierto? ¿De quién es esa sangre?

—No puedo asegurarte nada ahora, Halle. Solo te pido que realices todos los análisis posibles en secreto. Nadie puede saber que estás haciendo esto por mí —aseveró con calma, sacando de entre su chaqueta una gasa con sangre oculta en una bolsa transparente—. Sé que necesitas más que esto. Intentaré conseguir más muestras.

La mujer tomó la bolsa y contempló el contenido con inquietud.

—Ah, y otra cosa —Mello dijo, bajando la voz—. Trata de ser lo más higiénica posible con esto.

 —Soy parte de la policía, Mello. Por supuesto que seré higiénica. No contaminaré las pruebas —alegó un poco ofendida.

—Vamos, no te ofendas. Sé que eres pulcra, pero esta vez en un poco diferente. Él dijo: “Está demasiado cerca. Podría exponerse a contaminación”. Aun no sé exactamente qué quería decir con eso, así que debes tener precaución.

Esta vez, Halle arrugó un poco el entrecejo, temiendo que quizás la cuestión fuese más peligrosa de lo que ella imaginaba. Guardó la bolsa y cuando se dio vuelta, Mello ya iba de salida. No lo detuvo. No habría nada que pudiese detenerlo, en realidad. Para entonces, ya eran las seis de la mañana y Mello ya se dirigía en su moto al cuartel.

En el camino, dio con el auto de Matt y lo alcanzó en un santiamén. Sonrió para si mismo y aumentó la velocidad para pasarle de largo. Cuando lo hizo, apenas ladeó un poco la cabeza para saludarlo con un movimiento obsceno de la mano, mostrándole el dedo medio y riendo complacido. Matt no tardó en gritarle unas cuantas cosas y así ambos iniciaron una competencia infantil y ridícula que mitigaba un poco la tristeza de sus corazones al saber la fecha de ese día, era algo que siempre iba a marcar sus vidas.

Nada más al llegar cada uno se fue a sus propias ocupaciones, concentrándose en la clase de prácticas de tiro y estrategias de combate, luego a artillería pesada y a mediodía, un receso para el almuerzo.

Mello arrugó el entrecejo y observó a Matt que parecía más abstraído de lo usual.

—¿Qué diablos pasa contigo?

—¿Eh? —Matt parpadeó sin comprender y luego notó que las judías se había caído de su plato al piso por culpa del contante movimiento del tenedor—. ¡Ah, que pena! A mi me gustaban mucho las judías. Bueno, no hay que darle gusto al diablo —e inclinándose, tomó las judías para llevársela a la boca.

—¡Eso es asqueroso, Matty! —regañó Linda, quien los acompañaba como cada almuerzo—. Podría tener un montón de bacterias.

—Eso no importa, Linda. La comida no se desperdicia. Hay un montón de gente muriéndose de hambre allá afuera. No voy a colaborar siendo el desgraciado que deja perder unas judías solo porque se cayeron al suelo. Fíjate, que hasta tienen mejor sabor. —se burló el pelirrojo, ocasionando que la chica le diera una mirada asqueada.

—Bueno, ¿Y qué te pasa, de todos modos? Te veo distraído. Más distraído de lo normal.

Matt dejó salir un suspiro. La cuestión era simple: tenía a un muchacho en su casa que llevaba tres días durmiendo. Y Matt comenzaba a preocuparse de que no despertara. Había intentado de todo y nada había funcionado. ¿Y si BB se moría allí? ¿Cómo iba a explicar un muerto en su casa?

—Es que… mmmm… Llevé un chico a mi casa —comenzó diciendo, torciendo la verdad a su propia conveniencia—, y pues no ha querido irse. Lleva tres días en ese plan. No sé qué hacer para deshacerme de él.

—Vaya, no sabía que te gustaban los chicos —comentó Linda, ladeando un poco la cabeza ante este nuevo descubrimiento.

—Ese no es el punto, Linda —acotó Mello, que ya sabía de la versatilidad de Matt a la hora de acostarse con quien fuera—. El punto es, ¿Cómo carajos se infiltró en tu casa? Te conozco y sé que te gusta vivir solo. Ni uno de tus amantes se ha quedado por más de un día, ¿Qué te hizo para que cedieras? —Mello lo miró con suspicacia, también sorprendido que alguien viviese con el desordenado de Matt por más de tres días.

Matt atrapó la referencia sexual enseguida, y se sonrojó discretamente.

—No me ha hecho nada que otros no hayan hecho antes —puntualizó, pensando sin querer en BB y él compartiendo más que fluidos. No podía imaginar como sería un encuentro sexual con aquel bichito raro—. Simplemente él… no tenía a dónde ir y yo le ofrecí mi ayuda.

—¿Tu ayudando a otros? Santo Dios, ¿Cuándo maduraste que yo no me di cuenta? —se burló Linda, imaginando a Matt en plan de buen samaritano.

—Sigo pensando que debió hacer algo muy bien para poder convencerte —dijo Mello con una sonrisa malévola.

Sí. Me apuntó con un arma” pensó Matt, dejándolos pensar lo que quisieran. En vez de discutir se dispuso a acabar su almuerzo y así regresar a sus quehaceres, pensando además en otros métodos para despertar a la bella durmiente.

Mello por otra parte, se acabó su comida para ir a la habitación de Near y encontrarse con el silencio usual de ese cuarto y su habitante que poco ruido hacia. Suspiró sin querer, y entró al dormitorio, sabiendo de antemano que encontraría el carrito de comida intacto. Y tal como lo pensó, así fue: Near no había comido ni un bocado.

Señor, dame paciencia” pensó con disgusto “Porque con que me des un hacha…”

Sin embargo, el tren de pensamientos se detuvo abruptamente en cuanto notó en el carrito algo fuera de lugar: había un pastel. No era extraño que hubiese postre, pero si era raro que fuese un pastel. Un pastel entero. Entonces, la compuerta se abrió lentamente para dejar pasar al comandante principal y a Light. Mello, por etiqueta, hizo un leve inclinación, mostrando sus respetos.

—Buenas tardes, Mihael Keehl, Nate —saludó L con su siempre tono parco—. Me disculpo por no haber aparecido antes.

Near dejó de hacer lo que hacia y miró en dirección a L. El chico jugaba con sus cartas y las dejó a un lado para ir con L a la mesa que serbia de reunión. Light también se dirigía allí y Mello pensó en si debía de abandonar el cuarto para dales privacidad, aun cuando todo su ser pugnaba por quedarse allí y escuchar la conversación que estaban a punto de tener.

—¿Está bien si almuerzo contigo, Nate? —el chico asintió, tomando su lugar.

Entonces Light, acarreó el carrito de comida y ayudó a repartir las raciones. No parecía que el quisiese quedarse allí a almorzar y compartir un momento intimo. Todo lo realizaba con eficacia, como si estuviese en modo automático: dejó su expresión en blanco, apartó todos los pensamientos de su mente, se convirtió en un simple hombre. Al final, se alejó un poco, permitiéndoles privacidad para conversar sin él intervenir ni una vez. Sin embargo, Mello que lo observaba discretamente fue capaz de entrever una expresión sombría, como una nube de tormenta.

Fue así como Mello lo supo, que Near cumplía años ese día. Era su cumpleaños, por eso el pastel. Parecía alguna clase de chiste bizarro nacer el día que se originó el segundo impacto porque a nivel mundial, la fecha resultaba un día fúnebre, para rezarle a los muertos, no para celebrar la vida. Mello imaginó, en su escaza empatía, que no era una fecha muy celebrada por el albino al estar siempre manchada y oscurecida por un suceso que marcó a millones de personas, incluido a él mismo.

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El pequeño. El bebé nacido. Sin padre ni madre, era albino. O al menos eso dejaba entrever su cabello blanco como la azúcar. Y el niño era tan pequeño, tan chiquitito que permaneció mucho tiempo en una incubadora. Roger solía cuidar de él personalmente, y L cuando estuvo en remisión, fue a conocer al pequeño.

Por otro lado, pasaron dos años para que Light se decidiera a conocerlo. A pesar de que sabía que el niño no tenía la culpa de la tragedia ni de la muerte de miles de personas, especialmente de Watari y su padre, Light no pudo evitar que la semilla del odio echara raíces y brotara, atravesando su corazón, su mente y su alma. Lo miró con amargura; al niño y su cabello blanco y su perfecta blancura, y deseó no haberlo conocido para así evitarse el disgusto.

Pero ya no podía huir más de la realidad.

—Near, él es Light —musitó L, quien llevaba al niño de la mano para presentárselo.

El niño levantó la mirada, contemplándolo quietamente y Light sintió escalofríos de ver que esa mirada muerta que tanto caracterizaba a L, también la habían heredado B.B y N. No apartó su mirada del niño, incapaz de sentirse cómodo a su lado. Cuando Near dio un paso al frente, Light dio uno atrás, mirándolo todavía y deseando que esa “cosa” no lo tocara. Era imposible para él encontrar un punto estable.

—Llévatelo —musitó Light, con la vista fija en N, repudiándolo instintivamente—. ¡Llévatelo de aquí! 

Roger se apresuró en cargar al infante y salir de allí. En la lejanía, Light sintió aun sobre su piel la mirada del niño y cuando se atrevió a mirarlo, descubrió que esos ojos grises aun seguían fijos en su persona a pesar de que Roger lo llevaba lejos. Se pasó las manos por los brazos, intentando quitarse la piel de gallina.

—Light —comenzó diciendo L.

—¡No! —espetó—. ¡No voy a aceptarlo! ¡No puedo, ¿no lo entiendes?!

Tal vez era asco, repulsión. O quizás era miedo, candente, pulsante e insoportable. Light no estaba seguro. No era algo a lo que quería enfrentarse, ahora menos que nunca. Desvió la vista, caminando de regreso a la habitación.

Desde que su padre muriera en la explosión y su madre pereciera en el impacto, Light vivía en el cuartel. Era algo que siempre deseó, y cuando lo obtuvo la victoria se sintió vacía, porque a pesar de todo, extrañaba a sus padres y vivir sin ellos fue una dura lección. Sabía que L pasaba por lo mismo, la ausencia de Watari le suponía una agonía perpetua, un dolor que nunca iba a sanar. Roger estaba allí para ayudarlos, pero no era lo mismo.

Mientras caminaba se dio cuenta de que L lo seguía.

—¿Significa eso que Light también me desprecia a mi por ser lo que soy?

Light se detuvo y lo encaró enseguida.

—¡Tu eres diferente! —alegó, seguro de que era cierto—. Eres L, eres mi compañero. A mi no me importa qué seas mientras seas mi amigo. En cambio ellos… —bajó la vista y negó despacio con la cabeza, incapaz de explicar lo que BB y Near le ocasionaban.

—Está bien, Light —L posó una mano sobre su hombro, confortándolo y el corazón de Light hizo esa estupidez que venía haciendo últimamente, se sonrojó—. Sé que Near te recuerda el infierno y la muerte del señor Yagami, pero te pido que lo trates como a un humano. Recuerda a BB. Fue tratado como un experimento y el resultado no ha sido más que nefasto.

Lo decía porque BB era inestable emocionalmente. No parecía de ningún modo alguien razonable y su locura aumentaba tanto como aumentaba la enfermedad en su organismo. Si bien, L había logrado entrar en remisión, BB no lo había conseguido. Y era cada vez más difícil controlarlo, mantenerlo a raya. La sangre de Near apenas había logrado estabilizarlo y los científicos optaron por mantenerlo sedado para que así su cuerpo no consumiera tanta energía.

—No hay nada que podamos hacer por BB —manifestó Light.

—No. Pero todavía podemos hacer algo por Near.

—Él no va a morir, L. Su cuerpo se adaptó a este ambiente. Fue un experimento exitoso —comentó con voz sombría.

Habían logrado eso porque no habían adelantado el crecimiento de Near como lo habían hecho con BB. Le permitieron al niño crecer como un humano normal, adaptando así sus células a cada cambio otorgado solo por su propio cuerpo. Para entonces, sus tejidos aun no formaban parte de L y no lo serían hasta pasados unos años, cuando se hubiesen formado totalmente.

—Light, debes entender que Near también es humano. No es más humano que BB y yo, pero es humano. Y si vamos a hacer esto, si vamos a seguir adelante con la cura, debemos estar en la misma página.

—Pues eso es un problema, L. Porque no estamos en la misma pagina.

—Light.

Light levantó la vista y enfocó su atención en el chico frente a él, reconociéndolo como su igual y lamentando que estuviera tan enfermo que las ojeras casi le llegaban a los pies. Y aceptó a regañadientes, que podía tratar a Near, que podía coexistir con él. Podía soportarlo. Lo que no podía soportar era dejar morir a L. Eso no. Eso nunca.

—Una parte de mi murió allí, L. Los vi morir a todos para dar vida a un ser —aceptó con la voz quebradiza—. No puedo pretender seguir con la vida sin inmutarme por la presencia de ese niño. Puede que eso me haga una criatura malvada, un monstruo, pero no me importa.

Surcos de lágrimas bajaban por sus ojos y no se dio cuenta hasta que el pulgar de L, secó suavemente sus pómulos. Fue un acto tan inocente y tan gentil que Light fue incapaz de rehuir el contacto. Cuando L hubo secado sus mejillas, Light se forzó a tragarse sus lagrimas, odiaba dar ese tipo de aspecto y sufrir por un hecho que ya había ocurrido hace años y que no debería lastimarlo tanto como lo hacia. Debía madurar, aun cuando sólo tuviese trece años. La situación lo ameritaba, pero Light no entendía que llorar a los muertos estaba bien así como tampoco quería entender qué era eso que se revolvía en su estomago, era algo cálido y emocionante.

—Lo lamento, Light —reconoció L, sus ojos de aspecto muerto mostraba una tristeza infinita—. No deseaba un porvenir tan triste para ti. 

—Está bien, L. Tú ganas. Lo aceptaré como un igual —concedió, tragándose un sollozo—. Pero no como a un hermano, ni siquiera como un amigo. Será como si tratara a un desconocido.

—Eso es suficiente.

Dos años más tarde, Roger murió y ellos se quedaron solos. Más solos que antes…

De pie sobre la terraza, Light observó un amanecer como otros tantos. La muerte de Roger había traído sobre sus memorias recuerdos agrios y la amargura que se derramaba por sus ojos parecía infinita y se acentuaba con el color naranja del sol que impactada en sus irises. Cuando escuchó pasos detrás de él, cambió su expresión, ocultando su pena tras toneladas de indiferencia.

—Light —lo llamó L.

El castaño apenas ladeó la cabeza, ubicando su figura como la única allí.

—No te atrevas a morir, L —manifestó tras una afligida pausa

—Light

—No puedes dejarme —aseveró con tono fiero, pero parecía como si estuviera rogando. Light no hacia eso, él no era de los que rogaban, sin embargo—… Por favor, L

—Está bien, Light.

No puedo perderte, L. ¿No lo entiendes? —manifestó en un arrebato inusual de sinceridad, encarándolo con gesto atormentado—. No lo soportaría… ¡No soportaría perderte a ti también! Sé que no lo entiendes, yo tampoco lo comprendo del todo, pero la idea de perderte duele muchísimo.

Light quiso retroceder en el tiempo y borrar los últimos cinco segundos de su confesión. No era su intención que L conociera sus sentimientos, y sin embargo acababa de exponer su corazón para que L lo escrutara. Se dio la vuelta enseguida, dándole la espalda e invitándolo a marcharse cuando le diese la regalada gana. Por dentro, quiso morderse la lengua hasta sangrar por su falta de sensatez.

Pero L no se fue. En cambio, se acercó a un más y susurró:

—Estoy aquí contigo, Light. No iré a ninguna parte, lo prometo. Haré lo que sea necesario para quedarme contigo.

Y luego, tomando entre sus dos manos el rostro de Light, acercó sus labios a los suyos para unirlos en un beso. Los labios de L sabían a azúcar y fresas, a perdición y resignación, a cansancio y heridas en el alma. Y mientras se exploraban por primera vez, el corazón de Light latió arrítmico y a salvo en algún lugar detrás de las costillas de L.

Después del funeral, el cuartel fue tomado por otras empresas y así cumplir diferentes objetivos como averiguar las motivaciones o el exterminio de los shinigamis. La rama de estudio que se concentraba en L y su crecimiento, fue ocultada, borrando así cualquier rastro de evidencia que implicara experimentos no autorizados así como la presencia de la Luna en la base subterránea. Tanto Near como BB fueron ocultados, pues su existencia revelaba información que el mundo en si no necesitaba. Al experimento BB, por su condición precaria y su imprudencia al actuar en base a si mismo y sus propósitos, fue sedado, ocultándolo así en áreas restringidas.

A Near, por otro lado, se le dio una identidad falsa: Nate River. Un nombre que no significaba nada y no se relacionaba con nadie. Lo hicieron pasar como un niño al que habían acogido. Aun así, se encargaron de que el niño no tuviera demasiado contacto, pues su naturaleza en si era demasiada expuesta y debían andarse con cuidado si no querían que todos fuesen recluidos. Los altos mandos que para entonces, aceptaron su existencia como lo que era: un infante perdido, y no hicieron preguntas hasta muchos años después cuando notaron que la presencia del niño era demasiado secreta como para ser natural.

»«

L observó inerte el contenido de la taza de té, el líquido ondeaba levemente mientras las volutas de humo se desprendían débilmente. Luego enfocó sus ojos en el chico frente a él, en Nate y su silencio abrumador. El pedazo de pastel para entonces, descansaba quietamente sobre el plato sin intención de ser devorado.

—El pastel tiene buen sabor, Nate —alentó con tono flojo y suave.

—Conoces lo que pienso de eso, L —declaró el muchacho, levantando su mano para enrular en uno de sus dedos un mechón blanco de cabello.

—Te invito a que lo reconsideres. Una cucharada de pastel no te hará daño, pero es tu decisión. 

Nate miró el utensilio preciso y lo tomó con la otra mano, lo paseó distraídamente en la textura del pastel y pensó que si bien parecía apetecible, en su boca el sabor desaparecería. No parecía probable que pudiese disfrutar de algo tan inocuo como la comida. Sopesó la idea una y otra vez, sin intenciones de complacer a su interlocutor y dar un bocado de pastel de cumpleaños. Era lo mismo todos los años.

El sonido metálico de la silla siendo arrastrada, llamó su atención. Cuando alzó la vista supo que  L tenía pretensiones de marcharse. Todavía lo mirada.

—Nate puede compartir el pastel con quien le apetezca —dijo con condescendencia—, es algo que ya sabes, pero no está demás recalcarlo.  

Sin decir más, metió las manos en los bolsillos de su pantalón y procedió a marcharse. Light lo siguió de cerca. Ambos salieron de allí sin decir nada y Mello los siguió con la vista, intentado comprender qué era se intercambio de comunicación. Luego enfocó los ojos en Nate, el muchacho continuaba removiendo el pastel, casi desboronando el trozo por puro aburrimiento. Lo dejó a un lado, se puso en pie y fue a jugar con sus juguetes.

—¿No vas a comértelo? —preguntó lo obvio.

—Si Mihael tanto lo quiere, puede él mismo comer pastel.

—¡Que te piensas que voy a comer tus sobras! —espetó en tono hostil.

Mello imaginó que nunca iba a tener una conversación civilizaba con ese chico. Sin embargo, por dentro reconocía que el pastel olía delicioso y que si su orgullo no fuera tan grande como lo era, seguramente acabaría comiéndose más de un trozo azucarado. Llevaba años sin comer pastel.

—¿Mihael llevó la muestra para ser analizada?

Mello rechinó los dientes, con toda la intención del mundo de golpearlo, porque si bien parecía una pregunta común, de repente, en aquello labios pálidos sonaba a orden. ¡Ese mocoso no tenía porqué ordenarle nada! Se recordó a si mismo que su deber era protegerlo y no masacrarlo a golpes. Solo por eso detuvo su exabrupto.

—Pequeña sabandija, creo haberte dejado claro que no iba a colaborar contigo —masculló irritado—. Además, qué te importa. Es tu sangre, deberías saber lo que contiene.

—Es un punto valido. Sin embargo, un análisis foráneo me ayudará a comprender las variantes de la ecuación.

—¿Qué variantes?

—Si Mihael quiere saberlo, tendrá que compartir conmigo los exámenes.

El rubio contuvo el impulso de tomarlo por las solapas y zarandearlo como lo había hecho antes. No parecía algo que funcionara con Near, de hecho, su tono brusco y hostil junto con su forma de tratarlo no parecían intimidarlo para nada, y eso acabó ensanchando la duda sobre qué tipo de trato había soportado como para actuar así, como para no asustarse ante alguien tan agresivo como él.

Eso llevó su tren de pensamientos por otros senderos. Sus ojos manchados de azul fueron a parar en el brazo del chico, recordando el trato tan bruto del que había sido victima. Mello se mordió el interior de la mejilla, planteándose  la nueva perspectiva que le ofrecía el chico ahora que conocía el modo en que lo trataban. Palpó con su mano el bolsillo del pantalón, sabiendo que entre sus bolsillos se escondía una pomada de medicina natural que solía hacer para calmar sus dolores.

A regañadientes se acercó al muchacho, diciéndose a si mismo que lo hacia por deber nada más. Se inclinó lo suficiente como para estar a su altura y tomando su brazo, lo extendió para subir luego la manga de su pijama blanco y así dejar expuesto la piel blanca, pero sobretodo para dejar a la vista la parte de su recoveco que había sido lastimada. Mello notó a simple vista los numerosos cardenales que se dibujaban sobre esa piel blanca, blanquísima, tiñéndose entre morados y verdes, pasando incluso por azules oscuros. Se dio cuenta, con disgusto, que Near era objeto de análisis continuos. Quizás es que había algo malo con él, algo con su sangre y por eso debían estudiarla consecutivamente, o tal vez padecía una enfermedad extraña e impronunciable. A saber…

Mello tomó entre sus dedos un poco de la pomada que se guardaba en los bolsillos y la untó suavemente entre los morados que dolían en la carne tibia, masajeando con cuidado para no acabar haciendo más daño. Igual tampoco sabía si lo estaba haciendo bien, él era demasiado bruto en todo y Near se le figuraba demasiado frágil. Near por otro lado, no vocalizó ninguna silaba, limitándose a observar el movimiento suave de esos dedos acariciar su piel.

—¿Qué ocurre, enano? —manifestó Mello, un poco incomodo al levantar la vista y encontrar esos ojos negros sobre él.

—Muchas gracias, Mihael.

Eso lo hizo sentir todavía más incomodo.

—Sí, sí, como sea.

Tapó el ungüento con inusual rapidez y se alejó del muchacho. Sus pasos apresurados hicieron eco en la silenciosa estancia y Near lo estudió con los ojos, aun sin comprender un comportamiento tan voluble como el de Mihael. Continuó jugando hasta que horas después, sin decir nada, se puso en pie, tomó lo que quedaba del pastel y salió fuera de la habitación.

Mello tardó en reaccionar, un poco estupefacto de la iniciativa de salir al exterior. En seguida le dio alcance.

—Dame eso, enano —gruñó, quitándole de las manos la mitad del pastel que descansaba sobre el plato de porcelana.

Nate lo dejó hacer y ya con la mano libre, se la llevó a su cabello, enrulándolo una y otra vez con indiferencia mientras continuaba caminando.

—Mihael es muy amable —manifestó con cuidado.

—Soy el encargado de tu cuidado, ¿bien? —dijo con poca disposición—. Tú eres el protegido y yo el protector. Fin de la discusión.

Ser amable no era la fuente de Mello, y mucho menos pretendía serlo con el mocoso a su lado. Lo miró de reojo, advirtiendo lo pequeño que era, iba en calcetines, como de costumbre, sin hacer ruido al caminar. Concurrieron los pasillos en silencio, pasando de largo a los altos mandos, Near no saludó a nadie allí y nadie allí lo saludó a él. De hecho, parecía que ni existía o quizás las personas estaban tan acostumbrados a su silencio que ni notaban cuando el chico pasaba a su lado. Pero Mello sabía que a Near siempre lo vigilaban, notó que las cabezas de las cámaras incluso giraron un poco en su dirección, captándolo a él también.

Aparte de eso, descubrió que el mocoso era libre de caminar donde le diese la regalada gana. Poseía una tarjeta, una especie de llave, que abría todas las compuertas. Una llave maestra. Concluyó que estar cerca de Near podría proporcionarle más de lo que podía imaginar, abriendo accesos que incluso para los altos mandos estaba prohibido. Sopesó la idea de robar la tarjeta cuando estuviese desprevenido, y contó con ello en cuanto se decidiera a dar el paso definitivo.

Durante el recorrido ninguno dijo nada, sin embargo Mello se preguntaba internamente a dónde iban, porque realmente no tenía ni idea de dónde estaba hasta que llegaron a un cuarto apartado, una especie de aula con pupitres regados y tablas en los rincones. Parecía un poco abandonado. En uno de esos rincones, Mello advirtió la presencia de dos personas. Las reconoció en seguida.

—¡Near, viniste! —saludó la chica, sonriendo y agitando la mano en su dirección como si el albino aun no la hubiese visto.

Matt que también estaba allí fumando y jugando en la ps, apartó un momento la mirada de su juego y los saludó.

—Ey Mello, no sabía que salías con menores de edad. Eres un robacunas.

—Cállate, Matt —espetó Mello, dejando la torta en la superficie plana que encontró—. Linda, ¿Qué diablos hacen aquí?

Linda sonrió un poco apenada y luego volvió su vista a Near.

—Sé que los desconocidos no te gustan mucho, Near. Pero mira, este de aquí —comenzó diciendo, jalando a Matt del brazo para presentárselo—, es Mail Jeevas, pero le decimos Matt. Es un buen chico, aunque es un vicioso de cigarrillos, videojuegos y mujeres. Tengo fe de que encontrara la luz al final del túnel.

—Linda… —se quejó Matt.

—Pero igual es un buen chico —siguió diciendo, sin ponerle atención al pelirrojo—. Espero que no te moleste que lo haya traído, Near. Ahora preséntate Matty.

—Hola chico —sonrió animado, observándolo peculiarmente al tener el gusto de finalmente conocer a Near.

—Buenas tardes, Matt —saludo Nate, observándolo a su vez.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo, Matty? —preguntó Linda, agarrándolo  con rudeza por la oreja, llevándolo hasta su altura al ser Matt más alto que ella—. ¡Deja a Near en paz!

—¡Pero si yo no hice nada! — se defendió nerviosamente. Él le llevaba una cabeza de alto a Linda, pero ella podía infundirle un miedo como ningún shinigami jamás podría.

—Discúlpalo Near —le sonrió Linda—. Es que Matt no sabe de modales. No sabe que uno no debe mirar de esa forma a sus superiores —y diciendo esto, apretó más el agarre como para hacerlo chillar.

—¡Pero Linda, no hice nada!

—¿Quieres comer pastel o no?

—Está bien, está bien. Lo siento mucho, Near.

Linda finalmente lo soltó y buscó entre los bolsillos una diminuta vela de cumpleaños. Aun seguía sonriendo emocionada y Near, que la contempló con curiosidad, enredó un mechón de su cabello en su dedo, planteando la cuestión:

—¿Linda está segura de querer cantar? —manifestó con monotonía—. ¿No es acaso un día fúnebre para ti también?

El tema trajo sobre la atmosfera una nube sombría para Linda, Matt y Mello. Cada uno había perdido a sus parientes hace quince años, una cicatriz que siempre iba a sangrar sin importar cuántos años pasasen. Matt volvió a su cigarrillo y al videojuego, ignorando la sensación punzante en su pecho. La sonrisa de Linda se congeló un momento, pensando en el suceso de hace quince años que marcó su vida, arrebatándole a sus padres y arrasando su ciudad. Pudo escuchar en sus oídos, el llanto de los ciudadanos, el grito de los niños, oía incluso la oración que dijo a Dios, pidiendo ayuda. Tensó los labios fútilmente, decidiendo que no era momento para lamentarse. A sus padres los lloraría como todos los años, pero lo haría en el silencio de su recamara, lejos de sus amigos y de Near.

—Está bien —se recompuso, dejando entrever una sonrisa triste y alegre—. Es un día fúnebre para todos, pero también es tu cumpleaños y no es justo que eso se opaque por culpa de una tragedia de la que nada tienes que ver.

Se acercó al pastel y colocó la vela con entusiasmo, buscando un mechero.

Por su lado, Mello se mantuvo en silencio, observando de soslayo a Nate. La frialdad de sus pupilas azules clavándose como dagas en la piel blanca que lucía insensible al tacto. Se preguntaba dónde estaban los padres de Nate y si podrían haber muerto también el día del segundo impacto. No se lo preguntó directamente, pero era algo que picaba su piel; el origen del chico. Curioso además, por saber que Near cumplía quince años justo el día en que se cumplía quince años del segundo impacto. No existía mucha gente que hubiese sobrevivido como para dar a luz un hijo el día que sucedió la tragedia. El día que él también perdió a sus padres. Su expresión se oscureció al recordar eso.

Mello no creía en el cuento de los noticieros. Las noticias mentían para cubrir el verdadero incidente, aunque nadie, hasta ahora, había dado con el origen del problema. Pero Mello pretendía descubrir la verdad y exponerla en toda su desnudes. Quien sea que estuviese detrás del suceso iba a pagar por ello. Uno no puede arrebatar miles de vidas y quedar impugne.

—¡Mello, qué esperas! —el rubio salió de sus cavilaciones y se acercó al semicírculo.

La vela ya estaba encendida y Linda aplaudía animada a medida que cantaba el cumpleaños feliz mientras afuera, los demás soldados realizaban un homenaje a los difuntos, sin siquiera imaginar que ese día podía ser un día de celebración a la vida.

Near no se unió al canto, por supuesto, se limitó a estar allí, contemplando a los demás ser felices por algo tan absurdo como una vela encendida. Linda hacia lo mismo siempre. Era la única que parecía siempre alegre por festejar su cumpleaños, aun cuando los demás les resultaba un día sombrío. L le permitía compartir el resto del pastel con quien sea, y al no tener amigos no había mucho de donde elegir. Igual tampoco esperaba compartirlo con nadie hasta que un día, mientras se decidía en abandonar las sobras del pastel, la chica se le acercó animada y desde entonces, procuraba estar allí para él ese día precisamente, acompañándolo tercamente aun cuando no le dijese nada. Ese año particularmente, no parecía ser ella y él en una habitación abandonada con un pastel a medio terminar, se le unían un par de personas que si bien no conocía, resultaban ser agradables a la vista. Matt y Mello.

Su intención no era compartir, naturalmente. Simplemente era mejor dejar que los demás disfrutaran algo que él no podía apreciar. Y si eso iba a parar a la basura, porque mejor no parar en el estómago de alguien más. Que parara en el estomago de Linda era buena idea, porque a Near le gustaban los dibujos de Linda. Y si ella decidió que estaba bien compartir con otros amigos, entonces él lo aceptaría. No veía porqué no.

Linda cortó trozos de pastel y lo repartió entre risas a Melo y Matt. Incluso rebanó un trozo para dárselo a Near. El chico miró el plato en su mano y el pastel rebanado. Por supuesto, no tenía intenciones de comer.

—Vamos, Near, sólo un bocado —pidió la chica gentilmente, rezando para que Nate comiera algo.

—Es inútil, Linda. Ese enano nunca come nada —comentó Mello, quien había dejado de lado su orgullo para comer pastel. Igual no eran sobras del mocoso, sino un trozo grande y delicioso que no iba a ser tirado a la basura.

—¿Cómo? ¿No comes pastel? —manifestó estupefacto Matt—. Estás trastornado —le informó, colocando en su boca otro trozo de pastel con glotonería—. Estás completamente loco —habló con la boca llena—. Tienes que saber qué tan bueno es este pastel. Lo delicioso que esta. Me casaría con este pastel, lo juro.

Pero Near no dio ni un bocado. Cuando el pastel se acabó y no quedó ni una miga, Linda se acercó a su mochila y buscó en ella para sacar finalmente su regalo; un papel con forma de pergamino que contenía uno de sus dibujos.

—Este es tu regalo, Near. Yo misma lo hice, por favor conservarlo, ¿si? —ella sonreía dulcemente y Near tomó el papel, desplegándolo para ojear su contenido.

—Linda es muy talentosa —elogió—. Cuidaré bien del dibujo. 

Eso era más que suficiente para la chica.

—Ah, yo no traje nada. No sabía que hoy cumplías año, chico. ¿Qué tal si te convido tu primera fumada? —Linda le asestó un sonoro golpe en la cabeza.

—¡Qué te dije sobre los modales, Matt!

 —Linda, tiene quince años, ¿Bien? —dijo el pelirrojo, riendo por el golpe tan infantil—. Es una edad perfecta para fumar —miró a Near—. Felices primaveras, Near; sal con una chica, rómpete una pierna, sé feliz y nunca pidas disculpa por eso.

—Matt, él ya se rompió un brazo y dudo que quiera romperse una pierna —gruñó Mello.

—Aguafiestas. Ustedes dos son unos aguafiestas. ¿Qué tal una partida de videojuegos? Apuesto a que nunca has jugado en toda tu bendita vida. Mira, es muy fácil —le pasó la ps a Near, quien la tomó entre sus dedos aun sin saber que pretendía el pelirrojo—. Sólo debes lanzarle ladrillos al rey Koppa.

Y durante unos minutos, Near trató de seguir el ritmo, no estaba muy entusiasmado pero tampoco se le veía apático, pero era muy lento y Matt, que estaba ansioso de apresurar el paso, lo ayudó un poco. Linda también se colocó a un lado del albino y observó el videojuego, entusiasmándose un poco al igual que Matt.

—¡Lánzale ese, Near! —animó el pelirrojo—, ¡Ya casi está! Mira, déjame ayudarte.

Near le cedió la ps y Matt la tomó ansioso, pulsando rápidamente para agilizar el juego. Linda se quedó a su lado, también entretenida  con las luces y los colores y sonidos que emitía el aparato. En tanto, Near se fue a sentar en el piso, contemplando una escena que si bien resultaba común no dejaba de ser interesante. Pasaron pocos minutos hasta que tuvo a Mello sentado a su lado, Near lo observó de soslayó, preguntándose por ese repentino acercamiento.

Ninguno dijo nada hasta que Mello se rindió, expulsando el aire por sus fosas nasales en un arrebato de hastío.

—Toma —dijo, tendiéndole algo que parecía un collar con muchas cuencas. Era un rosario. Para entonces, ni siquiera miraba al albino, haciéndose el duro al entregar una prenda tan intima como esa.

—¿Estás obsequiándomelo?

Mello frunció el entrecejo.

—Es para poner en orden la balanza, ¿bien? —espetó malhumorado—. Es lo correcto. Linda y Matt te regalan cosas, yo también. Se acabó.

Near no dijo nada y sólo tomó la prenda, evaluándola quietamente. Mello tampoco verbalizó más, limitándose a contemplar a Matt que reía como una hiena mientras Linda tomaba su turno para jugar en la ps y maldecía por no poder llevar el ritmo. Luego miró a Near, quien todavía parecía evaluar el rosario a su lado, contando sus cuencas y admirando el brillo plateado.

Era un día fúnebre, era cierto, pero incluso Mello que había perdido su vida, sus padres, su país, encontró motivos para sentir paz, una especie de calma que eclipsaba el dolor agudo y devorador de su herida que pululaba por justicia.

»«

Crecieron y creció él también.

Creció para ver morir a Roger. Para entonces, tendría tres o cuatro años, pero Near lo recordaba claramente; la forma en que su cuerpo dejó de moverse  y sus ojos se quedaron quietos para ya nunca más ver nada. Recordaba haber estado cerca de una pila de leña, un montículo en honor para despedir un ser querido. Lo vio arder y ser reducido a cenizas mientras las personas a su alrededor unían sus manos en sintonía de una plegaria que se elevaría al cielo tanto como se elevaban las cenizas que soltaba el fuego.

Entonces, llegó la soledad.

Si bien, antes estaba solo, ahora lo estaba un más.

Siguió creciendo, y se dio cuenta de que era el único niño creciendo entre adultos. El único de su especie, al parecer. El hecho de no tener madre ni padre no parecía preocuparle mucho, sin embargo cuando se ponía a pensar en ello y en su propia existencia, acababa inquietándose por el origen de su nacimiento. Porque en realidad él no sabía cómo había nacido. En la biblioteca habían libros de medicina, poseían  muchas palabras confusas, largas e impronunciables, pero respecto a las ilustraciones era lo suficientemente claro. Near sabía que una mujer y hombre copulaban y engendraban los hijos, y era la mujer que, luego de nueve meses, daba a luz a los bebés. Sin embargo, no parecía que ese razonamiento aplicara en su existencia. Near tenía la sensación que existía algo más, algo que nadie le aclaraba.

Varios años después de la muerte de Roger, las cosas cambiaron mucho. Él se quedó sin su cuidador y Wammys House perdió un miembro importante. Nueva gente ingresó al cuartel y las investigaciones se concentraron en otros asuntos. Incluso L, se vio obligado a tomar otros tipos de mandos.

Near no sabía mucho al respecto. Desde que naciera, su deber había sido estar tranquilo y dejar que los médicos extrajeran su sangre, sometiéndolo a diversos procesos biológicos. Pero ahora no parecía una prioridad. La investigación en torno a él se convirtió en algo secreto y el número de doctores se redujo drásticamente, ya sea porque se iban a otros proyectos o porque morían. El caso fue que quedaron muy pocos que sabían sobre su existencia y Near vio reducidas las posibilidades de encontrar una respuesta fiable. El laboratorio de entonces, el que se encargaba de su estudio, fue desplazado a la base subterránea con suma rapidez, escondiéndose bajo el nombre del invernadero.

L le pidió expresamente que no comentara nada de los exámenes ni los procesos a nadie, que guardara todo como un secreto de alto riesgo. Sólo debía ser Nate River, un chico huérfano al que el cuartel había acogido. Y aunque Near no sabía a ciencia cierta si esa historia era real ni quién era Nate River, aceptó serlo sólo porque era L quien lo pedía.

L era, en pocas palabras, alguien admirable y excepcional. Le hacia compañía cuando nadie más lo hacia; jugaba al ajedrez, construían muros de legos, castillos de cartas. E incluso conversaban sobre cosas interesantes, pero nunca acerca de su origen. Pero si supo que L estaba tan enfermo que sólo su sangre conseguía ponerlo en remisión. L además, le inculcó muchas nociones básicas para que aprendiera a manejarse por su cuenta dentro del cuartel, dándole la libertad de pasear por todos los sitios menos afuera, porque la lluvia acida podría hacerle mucho daño.

Pero las apariciones de L eran muy esporádicas debido al cumulo de responsabilidades que cargaba sobre sus hombros.  Los días en que L no aparecía por su habitación, Near se dedicaba a jugar a los dados, se tomaba sin chistar las vitaminas que le daban las enfermeras, y a leer la inmensa biblioteca que residía allí como parte de las reliquias de Wammys House.

Aprendió rápidamente que para los demás él era alguien que no podía pensar, no podía opinar, no podía desear, ni quejarse. Una especie de muñeco que sólo se movía si los demás halaban de sus hilos. Y nadie pareció entender que existiese algún tipo de abuso al tener él un rostro tan sereno e imperturbable que resultaba difícil saber cuando se encontraba alegre o triste.

Sus cuidadores, centinelas y enfermeras, resultaban tan rotativos que ni se molestó en guardar en su cerebro los rostros alegres y toscos. Ese día, cuando ya tenía ocho años, no habían cuidadores disponibles, sólo estaba ese chico castaño que solía lanzarle miradas filosas de cuando en cuando, y por la forma en que L se dirigía a él, supo que se llamaba Light.  Near lo miró de soslayó, notando que el chico también lo observaba.

—Come —fue todo lo dijo, volviendo a la lectura de un viejo libro.

Near enruló su cabello en su dedo y contempló la comida exhibida en la mesa; brócoli, coliflor, carne, zanahorias y una sopa. Ya antes había ingerido alimentos y la experiencia siempre resultaba la misma. Lo doctores habían realizados exámenes sin entender todavía porqué no podía hallarle sabor a la comida. No era algo que Near extrañase, sobretodo si era algo que nunca había experimentado. Se limitaba a comer porque tenía que hacerlo.

Tomó el brócoli y lo desmenuzó para disponerlo sobre la mesa como pequeños arbolitos. Hizo lo mismo con la coliflor, construyendo un bosque en miniatura tal como lo había visto en las ilustraciones, utilizando las demás verduras para disponerlas como piedritas o caminos que se cruzaban. Se tomó su tiempo, dejando incluso que los demás alimentos se enfriaran. Al final, admiró la obra y tuvo intensiones de retirarse a jugar con sus juguetes. Pero cuando se volvió sobre sus talones, chocó de frente con las piernas de Light. El castaño para entonces, era demasiado alto y Near apenas le llegaba a la altura de las caderas.

—La comida no es para jugar —dijo en un tono que revelaba molestia e indignación.

Near miró el piso y después volvió su vista a la mesa que exhibía la obra comestible. Regresó la vista al castaño que no se había movido ni un poco y que incluso se había cruzado de brazos para hacer hincapié en su demanda. Entonces, Near retornó a la mesa. Tomó un pedazo de brócoli y se lo llevó a la boca, masticándolo lentamente hasta que se convirtió en un puré que avanzó de su tráquea hasta su estomago. Tomó otro e hizo el mismo procedimiento. Agarró el utensilio y tras varias cucharadas de sopa dio por terminado su almuerzo.

Esta vez cuando se puso en pie para ir a su sitio de juegos, Light no le negó el paso.

Se sentó cómodamente en el piso, agarrando el nuevo cubo de colores para armarlo, como haciendo de cuentas que no sentía sobre su piel la mirada de Light, que resultaba tan intensa y gélida como puñaladas en sus entrañas. Near no conseguía decidirse si Light lo juzgaba desde su mutismo o si sólo lo miraba como un animal exótico. Siempre resultaba ser así, pero habían aprendido a convivir en una tensa aceptación de mutua presencia.

Luego de varios minutos,  los pasos de Light se dirigieron en su dirección. Near no quería demostrarlo pero ese muchacho no le inspiraba confianza y tenerlo allí, frente a él, bajando lentamente hasta quedarse de cuclillas, lo suficientemente cerca de él para que se sintiera incómodamente íntimo, era algo que lo ponía nervioso. Exteriormente no reveló nada, pero por dentro se desataba todo un huracán de dudas y conflictos. 

—¿Tu —comenzó diciendo Light, con una voz sedosa y malévola—, ya lo has averiguado?

—¿Averiguar qué?

—Si ya has averiguado qué haces aquí.

Near guardó silencio, sin saber a qué se refería Light. La forma en que hablaba y se dirigía a él siempre resultaba tan criptica que Near solía plantearse la idea si hablaba en códigos. Desvió la vista, concentrando su punto de mira en algún espacio de la pared.  Existían un montón de dudas en su cabeza que solía intentar resolver por su cuenta, pero era muy difícil cuando no se tenía las piezas del rompecabezas. Una de sus cuestiones era su presencia en ese lugar. No parecía concordar de ningún modo con el contexto y poseía recuerdos vagos que no hallaba cómo explicar, pues si lo que decían los libros era cierto, su memoria no debió almacenar recuerdos desde antes de nacer. Pero lo había hecho.

Recordaba haber estado flotando en la oscuridad, una oscuridad fría y desoladora. En esa oscuridad, alguien dormía y sufría. Pero no podía precisar quién. Cuando hacia memoria en ello, una extraña sensación recorría su cuerpo. Era como la sensación de estar entre dormido y despierto, entre la vigilia y el sueño, como si su alma saliese de su cuerpo y fuera un observador silencioso de si mismo. No tenía sentido, pero si debía ponerlo en palabras así era. Además, no podía soñar. La gente común y corriente soñaba todos los días al dormir. Pero él no. Cuando cerraba sus ojos para viajar al mundo onírico, sólo se encontraba en una oscuridad densa. Solía preguntarse entonces, si él realmente dormía, si esa oscuridad no era más que la cortina de sus parpados cerrados. Con cada día que pasaba las ojeras se amontonaban bajo sus ojos, revelándole lo que él ya sabía, ¿Qué clase de criatura no duerme? Todo ser vivo dormía, incluso los animales y plantas.

Y existía otra incógnita aun más acuciante. Habían días en que perdía la conciencia por completo. No es por que se sintiese mal ni nada por el estilo, simplemente su mente se iba de allí, como abandonando el plano físico y cuando regresaba ya habían pasado días. No comprendía cómo podían pasar tantas horas si se sentía como un parpadeo, un segundo entre el estar y no estar. L y Light eran cocientes de ello, sabían incluso los días que sucederían y se encargaban de cuidarlo –vigilarlo- en los momentos en que él no estaba allí para cuidar de si mismo.

Sin embargo, tampoco podía preguntar nada al respecto. Creció para darse cuenta de que sea lo que sea que fuera él, nadie iba a revelárselo, ni siquiera L. El meollo de la cuestión estaba protegido por una especie de coraza, un pacto que traspasaba todo signo de lógica.

—No me importa lo que quieras o lo que pretendas hacer —continuó Light, ajeno a los pensamientos del niño—, pero no saldrás de este lugar sin mi permiso. De hecho, en el futuro previsible, no abandonarás tu habitación sin vigilancia, ¿Lo has entendido, niño?

Near asintió, obediente, complaciendo a aquellos que estaban por encima de él en la pirámide jerárquica de Wammys House. Conocía por experiencia que llevarle la contraria podría llegar a ser doloroso. Light era muy controlador con sus emociones, pero cuando explotaba algo dentro de él se rompía, convirtiéndolo en un ser carente de raciocinio. Lo único que quería ahora era que se marchara y lo dejara solo con sus juguetes. Pero Light no se iba, guardaba silencio, observándolo. Parecía que todavía tenía algo por decir y pasaron muchos segundos antes de que se dignara a seguir con su discurso.

—Tu vida me pertenece, ¿Lo sabías? —Light extendió la mano y agarró la barbilla de Near, apretándola dolorosamente mientras obligaba al niño a mirarlo. Near no se movió, devolviéndole la vista de forma impertérrita—. Tal vez no lo sepas, pero estuve allí cuando naciste. Y si hubiese estado un poco más jodido de lo que ya estaba, ambos estaríamos muertos.

¿Eso era una amenaza? Near no vocalizó nada, ni siquiera se inmutó y quizás eso alimentaba una especie de rencor en el alma de Light.

—Pero te salvé. Eso hace que seas mío. Un instrumento de mi voluntad. Harás lo que yo te ordene —su voz no era aguda, sino áspera, como una mala caricia—. La única razón por la que vives es por L —se inclinó hacia delante—. Sin ti, L estaría muerto y no voy a permitir eso.

—Es suficiente, Light —manifestó L, entrando a la habitación, llamándolo bruscamente por el trato que estaba teniendo con el niño.

Sin embargo, Light ni se inmutó, permaneció fijo en su sitio, sin apartar siquiera sus ojos de los de Near, sus dedos se hundieron en la piel imberbe mientras continuaba hablando.

—Si tengo que sacrificarte a ti para salvarlo a él, lo haré, ¿comprendes? —dijo, era algo entre una promesa y una amenaza. El castaño soltó la barbilla de Near bruscamente y se puso en pie con esa elegancia que siempre estaba presente en sus movimientos. Lo miró desde arriba, como si se sintiera superior, como si le gustase la sensación de tener un poder semejante sobre otra persona—. No me importa lo que quieras, como dije, vas a hacer todo lo necesario para que L esté a salvo. Tu naturaleza te obliga estar aquí.

—Será mejor que Light guardé silencio —espetó L, asiéndolo del brazo para alejarlo del infante.  

Near contempló todo en silencio. Era más de lo que Light le había dicho en años. Y él, especialmente él, conocía el origen de su nacimiento. Había estado allí. Lo había salvado, ¿pero salvado de qué? ¿Qué había pasado? ¿Qué era eso tan malo que lo rodeaba como un mantra?

—Light Yagami —llamó el niño, su voz era demasiado suave para entonces—. Si hablas de que me adapté a mi verdadera naturaleza, el propósito real, quiero saber a cual te refieres. Porque soy un humano como cualquier otro —añadió con intención de molestarlo, sabiendo que su naturaleza le afectaba a Light, su condición humana que no parecía humana del todo—, y como tal tengo la libertad de elegir y valer mi existencia aquí y ahora.

—¡No tienes derecho a elegir! Tal vez tengas derecho a ciertas comodidades por tu condición humana, pero si debo recluirte como el experimento que eres, que así sea. ¡La vida de L viene primero!

—¡Light, es suficiente! Esto se detiene ahora —espetó—. No importa qué razones hayas tenido, pero no permitiré que dañes a Near. Arremeter de esa manera es mala idea. No harás nada excepto causar dolor.

Light se soltó del agarre con brusquedad, miró a Near. Sus ojos dilatados por la rabia, la impotencia. Near ya había visto esos ojos antes; eran los mismos que tenía cuando algo salía mal, cuando L recaía con virulencia en la enfermedad. Raramente había visto a Light con tanta rabia.

—¿Y qué quieres que haga exactamente? —expuso con voz agria—. ¿Vas a quedarte allí y morirte en una cama mientras ese niño vive su vida?

—Ya hemos hablado de esto, Light. No se trata de sacrificarlo para salvarme. Se trata de mantenerlo sano y salvo, a pesar de los demás errores. Debemos hacer todo lo que podamos mientras conseguimos la forma correcta de hacer las cosas.

—¿Lo correcto? —añadió casi estupefacto, algo en su expresión se oscureció—. ¡¿Lo correcto?! ¡Es demasiado tarde para hacer lo correcto, L! Puede que pienses que unir las piezas sea una forma de redimirte, pero lo único que harás es causar más daño. Nos guste o no, esto es lo único que nos queda. Y si hicieras lo correcto formarías el caos, todo terminaría sangrientamente. Pasamos el punto sin retorno hace mucho tiempo, L. Pensé que lo entendías.

Light pasó por su lado, caminando con la barbilla en alto. L lo miró de refilón.

—Lo entendía, Light —dijo en voz baja—, sólo que me costaba aceptarlo.

La puerta se cerró con fuerza y hubo un momento denso de silencio hasta que L volvió su vista al niño que seguía contemplándolo.

—Pido disculpas por el espectáculo armado —dijo, volviendo a su voz lacónica—. Light puede volverse muy melodramático en algunas ocasiones.

L caminó despacio hasta llegar al niño y Near que vio sus intenciones, desvió la vista y jugó distraídamente con su cabello, soltando la bomba:

—¿Has sufrido otra recaída, L?

—Sí.

—¿Necesitas mi sangre?

—Así es.

—De acuerdo.

El niño se levantó y comenzó a caminar hacia la puerta para ir al laboratorio. Pero antes, debía resolver una duda:

—¿No soy humano, L?

—Lo eres, Near. Sé que la materia prima es la que es y siempre quedan esos sedimentos. Pero la experiencia me ha enseñado que no importa lo que uno sea mientras sea humano.

—Humano…

—¿Te gusta vivir, Near?

—Sí, me gusta vivir.

—Bien. Eso es lo único que importa.

L no parecía contagiado de la misma pena que Light, y si lo estaba se aseguró de que ninguno de sus gestos lo delatara. Sin embargo, Near tuvo la sensación de que L lloraba. Era lo más humano que había percibido de él. Se preguntó qué podría haber hecho L para estar siempre rondando en un ciclo de dolor y pena, destinado a sufrir una enfermedad letal de la que los doctores aun no hallaban una cura.

De repente, L se detuvo. Parecía que quería añadir algo.

Tengo una deuda de vida contigo, Near. Por eso, te permito hacer lo que quieras; jugar, leer, vivir… También eres libre de tomar decisiones, puedes elegir entre ceder o no ceder tus leucocitos por mi causa  —dijo, renuente a darse la vuelta y encararlo—, pero lamentablemente no eres libre de marcharte del cuartel cuando te apetezca. Tu existencia está anclada en este sitio hasta que encuentre la forma de desatar el conflicto que se ha enredado.

—Esa es una forma de esclavitud tan cruel como cualquier otra, si me permites el comentario L.

—Lo lamento.

L continuó su camino, y Near lo siguió de cerca, sabiendo que iba a ceder su sangre para que L estuviera bien. La idea de libertad podía ser muy intoxicante, pero Near no albergaba tales pretensiones de una vida fuera del cuartel. Todo lo que conocía estaba aquí y aquí se quedaría. Las aspiraciones así como las ambiciones no formaban parte de su naturaleza humana. No era normal, cierto, pero nunca nada había sido normal.

Y él menos que menos.

Además, no podía irse aun si lo quisiera, las respuestas a sus dudas yacían en las raíces de Wammys House. Sabía que L no le esclarecería la verdad de su nacimiento, y Near estaba seguro que tras el misterio de su origen había una gran y terrible verdad, una verdad que ni L ni Light iban a contarle pero que él,  tarde o temprano, iba a descubrir.

»«

Matt era muy bueno robando. Tenía ese sentido innato para saber cuando tomar una cosa sin que nadie más lo notara. Por eso, había robado unos cuantos sobres de mermelada en la despensa, valiéndose de la confianza que se había ganado con las cocineras. Iba de salida, caminando tan despreocupadamente como sólo podría serlo él. Incluso silbaba un poco, imitando una canción vieja y pegadiza, pensando en que no era justo robar mermelada para que BB se la comiera. Pero estaba dispuesto a ceder sin con eso BB despertaba.

Habían pasado ya tres días desde su desmayo y comenzaba a preocuparse de verdad. Había intentado de todo, desde zarandearlo bruscamente hasta hincarle los pies con agujas para obtener algún tipo de reacción. Y al no obtener nada comenzó a desesperarse. No parecía un desmayo común y ya hasta estaba planeado llevarlo al hospital sin importarle si eso lo metía en problemas. Llevaba la mermelada como ultima opción, por muy estúpido que sonara, planeaba destapar la mermelada y con ella despertar el sentido de olfato de BB con azúcar. Si eso no funcionaba iba a tener a echarse a llorar sobre la leche derramada.

En eso iba hasta que chocó contra alguien.

Cayó de bruces al suelo y su victima también. Lo primero que pensó fue en los sobres de mermelada, palpándose la chaqueta para descubrir que seguían allí y no se habían roto. Luego volvió la vista hasta la otra persona, percatándose enseguida que era la misma chica con la que antes había tropezado.

—Oh, eres tú —dijo por inercia, poniéndose en pie y sacudiéndose el polvo del trasero.

—¡Hola! —saludó ella.

Seguía llevando el cabello corto y negro aunque su vestimenta era distinta, aun así seguía viéndose hermosa a los ojos de Matt. Le sonrió ampliamente.

—¿Conseguiste lo que buscabas? —preguntó, comenzando a caminar juntos, uno al lado del otro.

—¡Sí! Hubiese sido más fácil si me hubieras ayudado —recriminó en tono infantil y juguetón—. Pero al final lo conseguí yo sola.

—¡Eso es maravilloso! Y disculpa, de verdad quería ayudarte.

—Oh está bien, puedes ayudarme ahora.

—¿En serio? ¿Qué necesitas?

—Ir a la ciudad. ¿Puedes llevarme?

Matt rió un poco, algo ligero y coqueto al mismo tiempo.

—Si, claro. Tengo auto, puedo llevarte a dónde quieras —le guiñó el ojo con complicidad.

Fueron afuera, pasando primero por la gran puerta que daba vista al exterior. Ningún guardia pareció notar algo fuera de lugar.  Los dejaron ir. Matt iba encantado de llevar con él a una chica tan hermosa como lo era ella. Luego se dio cuenta de que no conocía su nombre.

—Disculpa, ¿Tú eres…?

—Yukiko Amane —dijo sonriente, señalando el carnet que la acreditaba con tal nombre—. Pero puedes decirme Misa.

—Yo soy Mail Jeevas, pero puedes decirme Matt.

Le abrió la puerta con galantería y ella ingresó con elegancia y sofisticación. El pelirrojo casi fue corriendo hasta el otro lado de la puerta para subir al piloto y continuar disfrutando de una placida conversación con Misa, sin embargo, al entrar notó que ella parecía un poco perpleja. Se preguntó porqué. Es decir, no existían malos olores, y tampoco había nada vergonzoso. Era un auto común y corriente.

—Ese olor… —dijo ella, oteando el lugar con rapidez —, ¿Por qué tiene ese olor? ¿No se supone que ese olor esté aquí?... Sí, es verdad… Pero está un poco contaminado, ¿No te parece?

Parecía que hablaba con alguien, pero no había nadie allí más que Matt y su sorpresa. Misa se puso de rodillas sobre el asiento, escrutando y oliendo la parte trasera en la medida que le era posible, ofreciéndole a Matt una vista hermosa de sus piernas.

—Sí, es el mismo olor, pero eso no es posible —continuó diciendo Misa, olisqueando consecutivamente—. Esto es muy extraño.

Misa volvió a sentarse con normalidad, aunque Matt pudo ver que ella parecía algo perturbada.

—Disculpa —se atrevió a intervenir el pelirrojo—, ¿Pero de qué estás hablando?

Misa pareció salir de una especie de trance y lo contempló un poco sorprendida.

—¡Lo siento! Debes de creer que soy rara, es que hay un olor en tu carro… un olor extraño y delicioso, pero… creo que esta contaminado y no entiendo cómo.

—¿Un olor? —Matt olisqueó el aire, sin percibir nada extraño—. No huelo nada.

—Ah, no. Eso esta bien. Son cosas de chicas, ya sabes —y rió un poco nerviosa. Matt solo la observó, un poco extrañado y luego encendió al auto. Era mejor no preguntar más

Para entonces, ya era muy tarde en la noche y todo estaba oscuro. Nadie transitaba por allí excepto él. Misa abrió la ventana, el cielo se encontraba un poco despejado y ella suspiró un poco al ver las estrellas.

—Es raro que haya estrellas —comentó él para iniciar una nueva conversación—. Casi siempre el cielo esta condesado de nubes oscuras.

—Es lindo… el cielo con las estrellas… pero hace falta la luna —expuso con tristeza.

Matt volvió a reír ligeramente al ver presente ese tipo de inocencia. Matt era de esos que nunca habían visto la luna y tampoco la extrañaba.

—Supongo que tendría su encanto —manifestó alegremente—, aunque a mi me da igual.

—De donde yo vengo, la ausencia de luna es una tragedia.

—¿En serio?

—Sip.

—¿Y de dónde eres? —preguntó con curiosidad.

—Eso es un secreto, me temo —respondió sonriente, pero existía algo extraño en su sonrisa—. Podría decírtelo, pero tendría que matarte.

El pelirrojo rió en voz alta, encontrándolo gracioso. Pensó que era una broma, aunque en el fondo sonaba a advertencia.

—De acuerdo, chica misteriosa. ¿Qué puedes contarme entonces que  no implique un peligro para mí?

—Bueno, habrá luna llena dentro de una semana. Pensaba que iba a terminar mis asuntos antes de eso, pero no parece probable —suspiró triste—. ¿Qué tal si te cuento una historia? ¿Te gustan las historias, Matt? ¡Yo amo contar cuentos!

—¿Un cuento? —preguntó escéptico, riendo de paso.

—¡Sí, te aseguro que te va a gustar! —manifestó emocionada, tomándolo del brazo para zamarrearlo un poco como lo haría una niña pequeña y juguetona.

—Bueno, ¿pero qué clase de cuento?

—Uno de la luna.

—¿La luna de nuevo? Realmente te gustaría ver ese satélite, ¿no?

—Es que yo amo mucho a la luna —confesó un poco tímida y contenta—. Mis hermanos también la aman mucho, por eso vienen aquí. Por eso vinimos aquí.

—No entiendo qué tiene que ver la luna con Japón, pero está bien si eso te hace feliz.

Misa rió encantada, soltando varias carcajadas mientras sacaba la mano fuera del auto y sentía la brisa sobre su piel inmaculada.

—Presta mucha atención, Matt, porque está historia sólo la escucharas de mi boca. Es un cuento que sólo los de mi especie conocemos —comenzó relatando con nostalgia—, dice la leyenda que una mujer gitana conjuró a la luna hasta el amanecer. Llorando pedía que al llegar el día pudiese desposarse con un calé.

Misa hizo un lento floreo con la mano, abarcando el cielo y sonriendo.

—“Tendrás a tu hombre, piel morena” desde el cielo habló la luna llena —dijo la rubia con tono confidente—. “Pero a cambio quiero el hijo primero que le engendres a él” pues ella sabía que a quién su hijo inmola para no estar sola, poco le iba a querer.

Matt conducía, alternando su vista entre la carretera y la chica, atento a sus palabras y sus labios.

—El contrato se cumplió en buen ritmo, y del matrimonio nació un niño, blanco como el lomo de un armiño, con los ojos grises en vez de aceitunas, niño albino de luna “¡Maldita su estampa!” gritó el gitano, “¡Este es hijo de un payo y yo no me lo callo!

Los ojos azules de Misa se volvieron más azules, un azul sobrenatural.

—Ignorado del trato ejecutado, el gitano  se creyó deshonrado, “¡¿De quién es este hijo?” aulló con un cuchillo en mano —Misa hizo una mueca casi furibunda, imitando a alguien molesto y cerrando su mano en un puño, como si quisiera irse a las voladas con alguien:—, y de muerte la hirió. Luego se fue al monte, con el niño en brazos y allí lo abandonó.

Misa sonrió, y sus ojos volvieron a un azul tan normal que Matt se preguntó si es que acaso no estaba alucinando.

—Viendo alcanzado ya su objetivo, la Luna descendió a buscar al niño —hizo un gesto con la mano—. Y al ver semejante desgracia sobre el mundo de los mortales, los cielos se abrieron y cuestionaron: “Luna de plata, ¿Qué pretendes hacer con un niño de piel?” —y con voz nítida, prosiguió—. Pero ella ignoró la grieta y continuó buscando al hijo engendrado. Y al hacerlo volvió a ascender a los cielos. Y he aquí el secreto del infante al mundo de los mortales: en las noches que haya luna llena será porque el niño este de buenas, y si el niño llora, menguará la luna para hacerle una cuna…

Misa terminó su relató y Matt quedó impresionado.

—Wow, nunca había escuchado la historia del hijo de la luna.

—Te dije que sólo los de mi especie la conocen —Misa exhibía una sonrisa astuta y dulce. Matt le devolvió el gesto.

—Entonces, cuando hay luna llena es porque el niño esta de buenas, ¿cierto? Y si él llora…

—Menguará la luna para hacerle una cuna.

—Pero si ella no esta allí arriba es porque la luna no ascendió a los cielos… —miró a Misa, sopesando su hipótesis—. Ella todavía esta buscando al niño, ¿es eso?

—¡Exacto! —la chica aplaudió encantada—. Ella todavía debe de estar por aquí, buscando a su hijo en el mundo de los mortales. Es lo que yo pienso.

—Es una historia encantadora.

—¿Verdad que si? Te dije que te iba a gustar.

Cuando llegaron al centro de la ciudad, ya el cielo se había llenado de nubes grises y densas. Parecía que iba a llover pronto y Matt procuró dejarla en un sitio concurrido, lamentando mucho perder la oportunidad de llevarla a su casa. No podía, allí estaba desmayado BB y ella era una científica de Wammys House. Sólo se metería en problemas si la llevaba allí. Pero antes de irse, la rubia lo miró con seriedad. Parecía como si lo evaluara antes de decidirse a revelar un misterio.

—¿Ocurre algo? —inquirió curioso, notando que ella se acercaba hasta la ventanilla del carro.

—Escucha Matt, que el cuento no ha terminado, aun queda por revelar un último misterio —dijo con voz nítida—. Como la Luna no regresó al cielo, sin su dulce resplandor los cerrojos celestes fueron abiertos. Y en una noche tan oscura, un extranjero podría meterse en la estela negra sin ninguna premura. Y siendo este un terreno tan normal, ¿cómo no va preocuparse un ser mortal de ver a un foráneo estar? —ella extendió la mano y alzó con un dedo la barbilla de Matt, mirándolo seriamente—. Te digo esto para que agudices tu entendimiento —añadió solemne—, que mientras la noche continué sin su luna, los foráneos aquí seguirán apareciendo.

Luego se interrumpió y se marchó a paso lento. Matt no entendió ni una palabra. Negó para si mismo sin encontrar lógica y condujo de regreso a su casa, suspirando al ver que debía enfrentarse nuevamente al hipersueño de BB. Iba pensando que B no iba a regresar al mundo de los vivos. Ya estaba seguro de ello hasta que entró a su apartamento, un cuchitril de una sola pieza en que cuarto, cocina y sala estaban en una misma habitación, y observó con sus dos ojos cansados, que BB yacía de cuclillas en el único mueble, leyendo de nuevo ese manga al que Matt no le encontraba gracia.

—¡BB, estás despierto! —manifestó con alegría y un alivio desmedido.

—Bienvenido a casa, Matt —replicó con monotonía, sin apartar sus ojos de las páginas del libro.

Matt se acercó en tres zanjadas, arrancándole el manga y tirándolo al aire. Parecía molesto.

—¡¿Qué diablos pasa contigo?! ¡¿Por qué te dormiste tres días?! ¡Qué clase de holgazán hace eso!

—Matt parece muy molesto, pero eso no es excusa para dañar a Shiine —tajó con tono serio, llevándose el pulgar a la boca y analizando a Matt.

—¡Qué me importa Shiine! —espetó—. Diablos, ¿Tienes idea de lo asustado que estaba? Sólo pensaba: “¡No tengo patio trasero, maldición!” ¿Y sabes lo que eso significaba? ¡Significa que si te morías no iba a poder enterrarte en un patio trasero porque no tengo patio trasero!

—¿Matt ya terminó con su perorata? —inquirió aburrido.

—¡¡No!! —prácticamente gritó el pelirrojo—. ¡No, no he terminado, carajo! ¡Estabas en esa cama, sin despertar! ¡Te eché agua fría, te hinqué los pies con agujas, te grité! ¡Y no despertabas! ¡Quiero decir, qué demonios, BB! ¡Qué demonios! —Matt hizo una pausa para respirar profundamente—. Bueno, en realidad, sí. Ya terminé. Volveré a ponerme histérico más tarde.

Cerró la puerta y se sacó la capa de encima, dejándola sobre la cama en un gesto de cansancio y desenfado. Se sentía liviano, como si por fin una carga se hubiese quitado de sus hombros.

—Maldición, necesito una casa con patio trasero —manifestó, buscando su cajeta de cigarros y llevándose uno a los labios—. Los patios traseros son útiles —siguió diciendo mientras encendía el cilindro con el mechero.

La primera calada le supo a gloría, la expulsó lentamente, agradeciendo que la nicotina envenenara su ya desgastado sistema. Se apoyó en la pared más cercana y se dejó caer hasta el suelo, con su trasero firme sentado en el piso. Observó un rato la única bombilla de la habitación, contemplándola mientras el cilindro era fumado, no existía nada más para él en ese momento hasta miró a BB, quien lo contemplaba quietamente. Esos ojos rojos volvían a mirarle, pero Matt ya no lo encontraba tan desagradable. Era mejor así a que estuviese metido de lleno en ese escalofriante hipersueño. Sonrió un poco y palpó en su chaqueta para dar con los sobres de mermelada.

—Hey, BB —le lanzó los sobres casualmente—. Conseguí esto para ti.

BB atrapó los sobres en el aire, evaluándolos con curiosidad mientras lo sostenía de la punta de los dedos, como si el sobre estuviese infectado con bacterias. Matt rió por la ocurrencia, encontrándolo excéntrico.

—Eres una damisela horrible en apuros —dijo Matt, con el trasfondo de una risa en su tono—. Lo bueno es que no estás muerto y tienes la oportunidad de seguir robando oxigeno.  

El pelirrojo sacó su ps y continuó jugando la partida pausada. Por su parte, BB abrió uno de los sobres con cuidado, vaciando su contenido en su boca mientras pensaba que Matt tenía razón: no estaba muerto, no. Pero se estaba muriendo…

 

 

 

 

 


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