El joven azabache estaba cayendo en depresión, después de haber huido de la escena que se encontró en el bosque, y haber sentido como el triste vacío de su interior casi se desvanecía no podía evitar anhelar aquella sensación de nuevo, anhelar la presencia de aquella persona que parecía complementarlo de forma tan profunda.
El vacío de su interior se había vuelto más insistente y pesado, casi sentía como agonizaba por el dolor de la perdida de algo que no le pertenecía, cada día que pasaba su voluntad se perdía más, tristemente sabía que debía buscar a aquel que era capaz de llenar el implacable vacío de su corazón, temía que si continuaba decayendo de la misma forma durante más tiempo terminaría como un cascaron vacío.
Su mente divagaba en distintos escenarios y pensamientos, cada uno unido al otro por dos finos hilos, que consistían en el elegante hombre y el vacío de su pecho que parecía ampliarse cada vez más. Debía hablar, contar lo que sucedía en su interior, buscar un remedio o una cura, quizás al hombre del bosque para que le ayudara, tenía que parar aquel agujero negro que se estaba tragando todo a su paso, pero temía. Temía contarlo todo, sabía que no le creerían, nadie lo hacia nunca a pesar de todas las veces que había demostrado tener la razón, a pesar de las veces que había demostrado que no era tan arrogante como todos creían, pero era imposible, ni siquiera sus amigos creían en él, y si ni siquiera ellos lo hacían, los demás menos lo harían.
El solitario muchacho se había resignado al incomprensible desprecio que le mostraban todos, estaba acostumbrado, después de todo había vivido toda su vida con sus tíos, quienes odiaban la magia y todo lo relacionado con ella, incluyéndole por supuesto. Después de todo lo vivido aquello ya no le importaba, disfrutaba los tranquilos silencios que le proporcionaban después de las constantes discusiones que tenia con sus amigos, que obviamente terminaban dejandole a él como el malo, muchas de las veces que había discutido con ellos habían sido a propósito, al joven azabache no le avergonzaba para nada su comportamiento, aunque fuera infantil, es más, si alguien se tomara el tiempo para preguntarle el por qué de sus constantes provocaciones el respondería con voz satisfecha que amaba más su soledad que a sus irritantes amigos.
El día había sido largo para él, entre su constante angustia y desesperación junto con sus insistentes amigos, las demandas y regaños del profesor de pociones y el constante desprecio de sus compañeros sentía que no podía más. Pero tristemente debía continuar aparentando que todo estaba bien, realmente el oji-verde no sabía por qué actuaba, ni para quien pero aún así lo hacía.
Escuchaba el suave sonido de sus zapatos golpeando el suelo, le resultaba un sonido hipnótico y ciertamente reconfortante, y sin duda alguna el sentimiento que le provocaba era bienvenido, cualquier cosa que fuera capaz de relajarle y entretenerle era más que bienvenida, después de todo casi no había podido relajarse desde lo sucedido en el bosque.
Deslizó suavemente la puerta haciendo que solo se escuchara el tenue silbido del aire al ser roto, que era claramente sobrepasado por los gritos y murmullos de sus compañeros, caminó tranquilamente hasta la mesa de los leones, quienes mostraban su típico entusiasmo sin pudor alguno, aunque a él también le gustara demostrar su felicidad las pocas veces que se encontraba con ese sentimiento, de la forma tan desmesurada que lo mostraban sus compañeros no hacía más que provocarle irritación.
Había veces en las que no entendía como había terminado allí, por que aunque le hubiera pedido al sombrero que no lo pusiera con las serpientes, las otras casas le parecían mas afines que en la que se encontraba.
Se sentó en un pequeño rincón de la mesa y se obligo a comer, otro de los tantos problemas que habían aparecido después de lo del bosque había sido ese, su cuerpo no deseaba el alimento y cuando se obligaba él mismo a comer terminaba devolviendo lo poco que había podido ingerir.
Miró con angustia su comida, quería comerla pero su cuerpo se estremecía del asco al acercase a ella. Se llevó una cucharada a la boca y trago forzosamente, los efectos fueren inmediatos, su cuerpo se estremeció por completo y tuvo un pequeño espasmo.
- Parece que Potter está otra vez solo, ¿Te han vuelto a dejar tus amigitos? - exclamó burlona una voz por la espalda del azabache.
Quitó la vista de su comida y estudio al rubio que claramente tenía ganas de divertirse a su costa, pero ahora no podía permitirse pasar más tiempo allí, se levando rápidamente y comenzó a caminar ignorando los llamados burlones del más joven integrante de la familia Malfoy junto con el de los amigos del mismo.
Caminó con pesadez hasta el baño más cercano y dejo salir la poca comida que había logrado ingerir.
- Por Merlín, Potter ¿Se puede saber que estás haciendo?
Se levanto mareado y lentamente se lavo la cara y la boca queriendo quitarse el sabor asqueroso que persistía en sus papilas gustativas y el horrible asco que le incitaba a seguir devolviendo a la nada absoluta que se encontraba en su estomago.
- Ahora no Molfay, solo... Solo... - jadeo cansado y se tambaleo.
Los sonidos no llegaban a sus oídos, su vista se había vuelto oscura y sentía que el suelo se movía de formas imposibles. No podía seguir así, tenía miedo y había sufrido mucho por gente que solo lo despreciaba cada vez más, debía detener aquella locura y por una vez en su vida dejar de pensar en los demás. Él no quería morir a pesar de todo.
La decisión estaba tomada.
- Potter, reacciona de una vez - la desesperada voz del rubio se colo hasta sus oídos.
- Tranquilo, solo... - avanzo con dificultad un par de pasos, probando su estabilidad - necesito hablar con el profesor Snape.
-¿Te has vuelto loco?
El más bajo soltó una suave risa: - Hay veces que creo que lo estoy, pero este no es el caso. Ahora apártate Malfoy, necesito arreglar este problema.