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Perdona si digo que te amo por Parepi_

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Notas del capitulo:

Lamento mucho, mucho, mucho la demora, tuve un problema tras otro y el hecho de que mi word se estropeara fue realmente inesperado y desconcertante. Mis más sinceras disculpas uu

Ni bien llegó a su departamento lo primero que hizo fue dejar su mochila en el suelo y lanzarse de lleno contra en el sillón de su sala, hundiendo su rostro en la suave tela de un cojín y ahogando un grito para luego comenzar a golpear al almohadón, desquitando en él toda la molestia que sentía.

Cuando finalmente se calmó luego de unos diez minutos se quedó echada en el sillón boca abajo, pensando en todo lo que había pasado y en todo lo que estaba sintiendo.

– Yo realmente…soy una idiota…

Se quedó en esa posición por un par de minutos hasta que finalmente entendió que solo estar tirada pensando tanto solo iba a deprimirla. Se levantó y fue a por un aperitivo a la cocina, volviendo en menos de 2 minutos con un tazón lleno de uvas y un vaso de jugo de manzana; seguidamente se sentó nuevamente en el sillón y prendió la televisión con la esperanza de que algún programa pueda distraerla; sin embargo, eso simplemente no pasó. Tatiana pasaba aburrida los canales sin encontrar algo que realmente le llamara la atención.

 «Esto es inútil», maldijo internamente. «Simplemente no puedo sacarla de mi cabeza»

Apagó la televisión y llevó a la cocina los recipientes en los que había comido para lavarlos; luego se dispuso en ir a su cuarto, pero antes de llegar paró en seco frente a una puerta. Miró varios segundos la perilla antes de decidirse a entrar; al hacerlo, encendió la luz y caminó hacia la cama, sacando de debajo de ésta un estuche de guitarra que estaba lleno de polvo. Lo sacudió un poco antes de llevarse el instrumento a su habitación.

Una vez estuvo en su cuarto procedió a sacar la guitarra de su estuche, mirándola con recelo y melancolía. Colocó el instrumento entre sus piernas y lo afinó, pero, aunque parecía querer tocar alguna melodía, sus dedos dudaban entre sí moverse o no.

– Solo será por hoy –susurró–, luego vuelvo a guardarla.

Respiró hondamente y entonces finalmente dejó que sus dedos comenzaran a jugar con las cuerdas: era una melodía suave y tranquila, se podía sentir en cada una de las notas una pizca de melancolía. Luego de un par de minutos de solo tocar, Tatiana dejó que su voz saliera y, con ella, sus pensamientos.

Oh, ¿cómo pasó esto?
Parece que me descuidé
Dejé que te adentrarás más de la cuenta
En el corazón que juré esconder
Y ahora eres víctima de mi egoísmo
Porque ahora que estás dentro
No quiero que te vayas jamás
Poco a poco fui cayendo en un abismo
Y me hundí en un solitario mar
Oh, ¿cómo pasó esto?
No era parte del plan
Mirarte y sonrojar
Pensarte y sonreír
¿Por qué no dejo de pensar en ti?
Se rebalsa de mis manos
Esta dulce miel que me aviva
Y se vuelve nula mi capacidad
De controlarme cuando me miras
Es eso, ¿verdad?
 Probablemente sea eso
Eso que te vuelve tonto
Eso te vuelve vulnerable
Eso que no se busca ni se rebusca
Eso que llega solo cuando menos lo imaginas
Y a ti, que me ha hecho sentir eso
Después de mucho tiempo en mi vida
Perdona mi egoísmo
Perdona mi osadía
Y perdona si de mis labios
Se escapa un rebelde “te amo, quiero que seas solo mía”

Sus dedos lentamente dejaron de hacer sonar las cuerdas del instrumento, y cuando éstas se hubieron detenido por completo, la habitación quedó inundada en silencio.
Tatiana miraba fijamente el piso, sus ojos estaban ligeramente llorosos pues, ahora que había dejado que la música pusiera en versos todos sus pensamientos y sentimientos, entendía mejor la situación en la que se encontraba.

Y eso la asustaba.

Se recostó cansada sobre la cama, cerró sus ojos y lentamente se fue entregando al sueño, cayendo finalmente dormida con la guitarra entre sus brazos y cierta ojiazul en sus pensamientos.

Mientras tanto, en la mansión de la familia Klett; Emily se hallaba en su habitación, más específicamente en la esquina de ésta sentada en un sillón bipersonal de cuero. Su mirada estaba fija en un libro que tenía entre las manos, pero su mente estaba en otro lugar muy lejano. Sin poder concentrarse, soltó un suspiro cansando luego de releer por cuarta vez un verso que no llegaba a procesar.

Llevaba toda la tarde así desde que había llegado de la escuela: durante el almuerzo, el cual para su desgracia fue en compañía de su padre y su madrastra; mientras hacía sus deberes; y ahora, mientras leía un libro de poesía.

Negó para sí misma y se obligó a poner todos sus sentidos en su lectura, y en una forma de tratar de hacerlo más eficaz, comenzó a leer los poemas en voz alta.

Hay besos que pronuncian por sí solos 
la sentencia de amor condenatoria, 
hay besos que se dan con la mirada 
hay besos que se dan con la memoria. 

Hay besos silenciosos, besos nobles 
hay besos enigmáticos, sinceros 
hay besos que se dan sólo las almas 
hay besos por prohibidos, verdaderos. 

Hay besos que calcinan y que hieren, 
hay besos que arrebatan los sentidos, 
hay besos misteriosos que han dejado 
mil sueños errantes y perdidos. 

Hay besos problemáticos que encierran 
una clave que nadie ha descifrado, 
hay besos que engendran la tragedia 
cuantas rosas en broche han deshojado.

Mientras más versos leía de aquel poema, su voz poco a poco iba haciéndose más débil. En cierto punto simplemente dejó de hablar y leyó mentalmente en resto del escrito, concentrada. Al terminar, levantó su mirada y posó sus azules ojos sobre algún punto aleatorio del piso, pensando en cada verso del poema que acababa de leer. Lentamente alzó su mano izquierda y posó la yema de sus dedos sobre sus labios.

 – Un beso…puede significar tanto…

Por su mente pasaban tantos pensamientos, muchos de ellos eran acontecimientos que habían sucedido recientemente, y muchos de ellos giraban en torno a unos dulces ojos color miel.

Negó para sí misma obligándose a volver a la realidad. Cerró entonces el poemario y lo dejó sobre la pequeña mesa circular de madera que había frente al sillón, luego se levantó y se encaminó a su cama, tirándose de lleno sobre esta.

Se quedó ahí, con la cara hundida contra la suave tela de su lecho que la tentaba a cerrar sus ojos y entregarse al dulce sueño, pero por más que quisiera dormir, su mente no la dejaba al estar hecha un lío. Volvió a pensar entonces en aquel poema que había leído hace unos minutos atrás, y sin quererlo volvió a repetir cada verso en su mente a la par que giraba su rostro para quedar viendo fijamente la ventana que dejaba ver un cielo teñido de naranja.

– ¿Te acuerdas del primero? –susurró suavemente recitando un verso del poema– Indefinible, cubrió tu faz de cárdenos sonrojos y en los espasmos de emoción terrible, llenáronse de lágrimas tus ojos.

Volvió a quedarse en silencio por un par de segundos.

– Indefinible...es una buena manera de definirlo.

Luego de susurrar aquello, cerró sus ojos y dejó que el sueño finalmente se apoderada de ella.

Aquel fin de semana se pasó volando, o al menos así lo sintieron tanto Tatiana como Emily. Estaban tan ensimismadas con la situación que las envolvía y con todo lo nuevo que estaban sintiendo que, entre largas sesiones de música y pensamientos, el tiempo se les pasó en un abrir y cerrar de ojos.

El lunes empezaba, y con él la rutina escolar de muchos jóvenes.

Esa mañana fue algo agitada para Tatiana pues tuvo correr ni bien salió de su casa para poder llegar a tiempo al colegio. Luego de un gran carrera y esfuerzo físico, pudo llegar a su salón justo un minuto antes de que la campana sonara; rápidamente entró en el aula y caminó hasta su asiento.

– Sabía que lo tuyo llegando temprano no duraría mucho –dijo Fernanda riendo.

– Cállate –contestó mientras se sentaba–, solo me quedé dormida.

– Hace mucho que no te veía llegar tan agitada –comentó Marcelo.

– Falta menos de un minuto para que toque la campana –dijo Camila mirando la hora en su celular–, siempre llegas raspando.

– No quiero tener tardanzas, eso siempre baja mi nota final –gruñó.

– Aunque no importaba mucho si te demorabas un poco hoy de todas formas.

– ¿Qué? –miró a Marcelo curiosa– ¿Por qué?

– ¿No te has enterado? – cuestionó Antonio, uniéndose a la conversación.

– ¿Enterarme de qué?

En ese momento sonó la campana, pero, al contario de otros días, el tutor esta vez no se presentó puntual al aula como comúnmente lo hacía.

– Hay un alumno nuevo –contestó David–, y al parecer estará en nuestro salón.

– ¿Un…alumno nuevo?

Una inquietud comenzó a hacerse dueña de ella, tenía un mal presentimiento, uno que tenía cara y nombre. Aunque muy en el fondo sabía que se trataba de él, trataba de convencerse a sí misma que sus amigos estaban hablando de alguien más.

Mientras se hallaba perdida en sus pensamientos; Alejandro, el tutor, finalmente apareció.

– Disculpen la tardanza muchachos, pero hay un anuncio importante así que cálmense y escúchenme –esperó un par de segundos hasta que el salón tenía toda su atención puesta en él–. Muy bien, antes que nada, buenos días a todos, espero que hayan tenido un buen fin de semana y hayan cumplido con la tarea –algunos alumnos sudaron frío–; pero bueno, dejemos eso para después. De seguro todos han escuchado rumores sobre un nuevo alumno, ¿cierto? Bueno, hoy él se unirá a nuestro salón y estará con nosotros en lo que queda de año –miró hacia la puerta–. Ven, entra y preséntate.

Al decir esto, la puerta del salón se abrió dejando pasar a un chico alto, pelirrojo y ojiverde. Todas las miradas se posaron en él y no tardo mucho para que los alumnos comenzaran a murmurar entre ellos, sobre todo las chicas quienes encontraron al nuevo muy atractivo.

– Hola a todos –habló con un notable acento español y una gran sonrisa–, mi nombre es Joseph Weyler. Hubo un par de problemillas con mi transferencia así que no pude empezar desde el primer día, pero ahora eso ya está arreglado, así que espero que nos llevemos bien todos de ahora en adelante.

«Oh no», pensó Tatiana en cuanto lo vio. «Que mierda de destino».

– Bien Joseph, para que puedas nivelarte te sentarás al lado de Emily, cualquier duda que tengas no dudes en consultarle –le indicó Alejandro mientras le señalaba su asiento a Joseph–. Emily, te lo encargo.

– Sí, no hay problema, yo le explicaré cualquier cosa que no entienda –respondió Emily, luego pasó su mirada a Joseph–. No dudes en consultarme cualquier duda que tengas.

– Claro, era lo que tenía planeado hacer desde el principio –contestó Joseph riendo por lo bajo. Caminó hasta su carpeta y se sentó en ella, luego giró su mirada hacia la derecha–. Estaré a tu cuidado, Emily.

– Solo procura no causarme tantos problemas.

– No prometo nada –dijo riendo.

Emily lo miró y le regaló una sincera sonrisa, algo que hizo que el pelirrojo se sonrojara levemente. Aunque no solo fue Joseph, gran parte del salón no pudo ocultar su sorpresa al ver la inexpresiva “Princesa de Hielo” sonriendo, siendo sobre todos los chicos quienes quedaron más encantados.

Sin embargo, Tatiana, por su parte, no se encontraba fascinada ni encantada por la sonrisa de Emily; o bueno, en realidad sí, ella amaba verla sonreír, pero esta vez toda su atención estaba puesta en Joseph quien seguía viendo a Emily con una tonta sonrisa y un notorio rubor en sus mejillas. Apretó sus puños sintiéndose completamente impotente y controlando sus ganas de tirar su zapato a esa pelirroja cabellera.

– Hey –la llamó Fernanda en susurró, sacándola de sus pensamientos–, ¿no te parece simpático?

– ¿Qué? ¿Crees que es simpático?

– Pues sí, ¿tú no?

– No –contestó secamente–, para nada.

– ¡Vaya que eres exigente! –mofó divertida– No puedo imaginar que tan altos son tus estándares.

– Yo no tengo estándares.

– Lo sé, considerando los pocos chicos con los que has salido no veo ningún patrón en específico que delate cuál es tu tipo de hombre.

– Es que no hay, cuando te gusta alguien solo pasa y ya –miró discretamente a Emily por un par de segundos, luego volvió la mirada a su carpeta–. No se trata de que tiene o no alguien, no hay motivo exacto, en un momento solo te das cuenta que…te das cuenta que esa persona ya te gusta más de la cuenta.

Se quedó en completo silencio pensando en lo que acababa de decir.

– Tat, de casualidad… ¿Te gusta alguien?

– ¡¿AH?! ¡CLARO QUE NO!

En ese momento, Tatiana supo que había metido la pata.

– ¿Hay algún problema, Tatiana? –preguntó su tutor quien en ese momento se encontraba dando algunas pautas, al menos hasta que fue interrumpido– ¿Algo que quieras comunicarles a todos?

– No –contestó apenada–, disculpe la interrupción.

Alejandro le dio una última mirada de advertencia y luego prosiguió con la charla que estaba dando.

– En serio te odio –susurró la ojimiel.

Fernanda no respondió, en vez de eso tenía el rostro escondido entre sus brazos para evitar que su risa llegara a los oídos de su tutor. Realmente se estaba controlando para que sus carcajadas fueran lo menos ruidosas posibles.

– Ahora empezaremos con su primera clase del día –dijo Alejandro caminando hacia la puerta–. Iré a hablar un momento con su profesor. No hagan desorden.

En cuanto el tutor hubo cruzado la puerta, las personas que se sentaban alrededor de Joseph comenzaron a preguntarle una cosa tras otra. Él trataba de responder amablemente todo lo que le preguntaban, pero era algo difícil dado que antes de que pueda contestar alguna, surgía otra pregunta más. En un momento comenzó a asfixiarse de aquel exhaustivo interrogatorio y buscó ayuda en su amiga de ojos azules, pero ésta solo le regaló una sonrisa divertida antes de volver la mirada hacia el libro abierto sobre su asiento.

«Recién llegas y ya causas un alboroto», pensó divertida volteando la página. «Supongo que ya es algo típico de ti».

Estaba a punto de revisar el tema que tratarían ese día en la clase de Física, pero antes de siquiera leer de que iba sintió una mirada en su nuca, de tanto en tanto dejaba de sentirla, pero en intervalos de no más de siete segundos. Intrigada, giró su cuerpo y recorrió el salón con su azul mirada, la cual no tardó en chocar unos dulces ojos color miel que ella conocía bien.

Cuando los ojos de ambas chocaron pudieron sentir como una especia de corriente eléctrica les recorría la espalda, sus corazones comenzaron a palpitar con más fuerza y sus respiraciones se detuvieron involuntariamente por una fracción de segundo.

Solo habían pasado tres días, pero cuando se perdieron en los ojos de la otra sintieron que había pasado mucho más. Todo lo que habían pensando el fin de semana, todos esos sentimientos a los que tenían miedo de ponerles nombres, todo estaba de nuevo dando vueltas en sus cabezas.

Incapaces de controlar todas esas emociones cortaron el contacto, sintiendo sus mejillas arder en el momento que lo hicieron.

A los pocos segundos entró el tutor quien, luego de detener el interrogatorio hacia Joseph y ordenar a todos, dejó al profesor entrar.

Las clases transcurrieron un poco más alborotadas de lo habitual debido al nuevo estudiante que se había integrado ese día, quien además demostró que no se quedaba atrás respecto a sus estudios respondiendo varias veces algunas preguntas que los profesores lanzaban a la clase. Varios de sus compañeros y, sobre todo, compañeras le consultaban algo que no entendían y Joseph no dudada en explicárselos con una gran sonrisa; pero cuando él no entendía algo, o al menos decía no hacerlo, no dudaba en preguntarle a Emily, y por supuesto, tampoco perdía la oportunidad de hacerla reír mientras le explicaba.

Ambos estaban pasándolo bien, pero no sabían que esas sonrisas cómplices realmente molestaban la ojimiel que observaba todo desde asientos más atrás.

Tatiana se pasó la mayoría de la clase observando como Emily y Joseph conversaban y reían amenamente entre ellos. Sin saber muy bien por qué, eso le causaba una gran molestia, y aunque trató varias veces de apartar la mirada y tratar de resolver algún problema o hablar con sus amigos, inconscientemente sus mieles ojos volvían siempre al mismo punto.

Cuando la campana sonó anunciando el comienzo del recreo, varios alumnos en vez de dirigirse al comedor o al patio como normalmente lo hacían, rodearon el asiento de Joseph para comenzar a abarrotarlo nuevamente de preguntas.

El pelirrojo ya estaba algo cansado y hastiado de aquel interrogatorio, sobre todo ahora que su estómago pedía algo de comida: simplemente no tenía cabeza para las preguntas. Intentó hacer notar su incomodidad con algunas muecas y una sonrisa forzada, pero sus indirectas no fueron captadas, o si lo fueron, no las tomaron en cuenta.

Se escucharon entonces dos fuertes palmadas las cuales lograron hacer que los alumnos se callaran y dirigieran su atención hacia el lugar donde había provenido el ruido.

– A ver, entiendo que tengan curiosidad sobre él, pero tampoco es razón para que lo llenen de tantas preguntas, ¿no ven que lo están incomodando? –dijo Emily firmemente regañando a todos con la mirada– Así que, por favor, les pido que sean más corteses y se controlen un poco cuando vayan a preguntar algo.

Cuando terminó de hablar todo el salón quedó inundado en un incómodo silencio.

– Escuchadme, sé que quieren preguntarme muchas cosas y eso, pero ahora realmente quiero comer. Habrá tiempo para que podamos hablar y conocernos tranquilamente, seremos compañeros hasta fin de año después de todo – Joseph rompió la tensión del ambiente hablando con su tono relajado y su típica sonrisa–. Hay que tomarlo con calma, ¿vale?

Los alumnos, que hace unos momentos estaban más que mudos, respondieron positivamente a la sugerencia hecha por el pelirrojo. Uno a uno comenzó a salir del aula con dirección al comedor o al patio, hasta que finalmente quedaron solo Joseph y Emily.

– Al fin podré comer. Pizza fría, ven a mí –dijo Joseph sacando de su mochila un taper, del cual sacó un pedazo grande de pizza–. Gracias, Emily, me salvaste antes.

– Si dijeras desde un principio que te incomodan tantas preguntas hubiera sido más fácil –suspiró por lo bajo apoyándose en su asiento, cogió su sándwich que había sacado con anterioridad de su mochila y le dio un mordisco.

– Lo sé, pero realmente me cuesta decirle que no a la gente.

– Eso se convertirá en un problema –advirtió alzando la mirada del suelo y recorriendo el salón con sus ojos, estos se detuvieron en un lugar en específico al cabo de unos segundos.

– ¿Mm? –Joseph giró su cabeza y dirigió su mirada hacia donde veía Emily– ¡Ah! –exclamó aún con un pedazo de pizza en su boca lo cual casi causa que se atragante– Tú eras… Tatiana, ¿cierto?

Al parecer Fernanda estaba incluida en el grupo de personas que quería saber más acerca de Joseph. Sus demás amigos ya se habían adelantado hacia el comedor, pero Tatiana se había quedado supuestamente para esperar a su amiga, pero cuando Fernanda estaba por ir ya al comedor, Tatiana le dijo que se adelantara porque ella debía hacer algo. A Fernanda le pareció algo raro, pero se abstuvo de preguntar y simplemente se fue al comedor.

¿Por qué se había quedado? Ni ella misma lo sabía. Lo único que tenía claro es que ver a esos dos tan juntos y amigables la irritaba, y a pesar de que no sabía todavía como debía afrontar aquella azul mirada, solo podía pensar en no dejar a Emily sola con aquel chico.

– Sí, ese era mi nombre –respondió fingiendo una sonrisa mientras se acercaba a ellos dos.

– No sabía que tú también estabas en este salón, aunque creo que era de esperarse ya que Emily dijo que eran compañeras-

– Amiga –lo corrigió cortándolo abruptamente–, soy su amiga.

– ¿Eh? ¿Amiga? –la miró confundido, luego dirigió su atención a Emily– ¿Es tu amiga?

Sin saber muy bien porque, Emily sintió como los nervios comenzaban a adueñarse de ella, pero no era por la verde mirada de su amigo, sino porque Tatiana también tenía sus mieles ojos puestos en ella.

– Sí –respondió suavemente desviando la mirada y rogando porque sus mejillas estén con su color habitual –, es mi amiga.

Ante aquella respuesta Tatiana no pudo evitar sonreír triunfante, miró de reojo a Joseph para ver su reacción, pero éste solo miraba incrédulo a Emily.

– Ah…con que… tu amiga… Emily… amiga de Emily…

Al parecer al pelirrojo le costaba procesar la información. Al cabo de un rato su confusión se esfumó, siendo sustituidos por una amplia sonrisa en su rostro.

– ¡Amiga! ¡Emily! ¡Por fin tenés una amiga! ¡Estoy tan orgulloso de ti! –exclamó sorprendiendo a ambas chicas. Sin previo aviso se levantó de su asiento y cargó a Emily de la cintura, dándole varias vueltas en el aire– ¡Felicidades! ¡Creo que lloraré!

– ¡Espera! ¡Bájame! ¡Joseph! – Emily trataba de librarse del agarré de su amigo – ¡Me mareo! ¡Bájame!

Joseph reía realmente divertido y emocionado y, luego de darle una última vuelta, dejó a Emily en el piso nuevamente.

– Lo siento, es que es la primera vez que me dices que tenes una amiga, y estoy emocionado – dijo mientras simulaba que se secaba unas lágrimas.

– Tampoco es para tanto.

– ¡Claro que lo es! –aseguró.

Ambos siguieron conversando un rato mientras que Tatiana los miraba con demasiada molestia. No le había gustado para nada como Joseph había cargado a Emily.

– ¡Y tú! –gritó el pelirrojo dirigiéndose a Tatiana, sacándola de sus ensoñaciones– ¡Felicidades también!

Joseph cargó a Tatiana de igual manera que hizo con Emily. Parecía que para él, levantarlas no suponía ningún problema. Eso tomó desprevenida a la ojimiel.

– ¡Hacerse amiga de Emily no es nada fácil! –exclamó mientras comenzaba a girar– ¡Tenes que decirme cómo lo hiciste!

– ¡Espera! ¡Para! –comenzó a replicar tratando de librarse del agarre, pero el chico le superaba por mucho en fuerza– ¡Yo me mareo fácilmente!

Haciendo caso omiso a sus reclamaciones, Joseph siguió girando con Tatiana entre sus brazos. Emily al principio observaba divertida la escena, pero cuando vio como Tatiana se apegaba al cuerpo de su amigo un molestoso sentimiento comenzó a oprimir su pecho.

– Joseph, ya es suficiente, para –comenzó a decir, pero el pelirrojo no le hizo caso– ¡Joseph! ¡Para!

Al notar el tono de su amiga ligeramente molesto, esta vez Joseph no dudó en acatar aquella orden. Paró de girar y dejó a Tatiana en el piso, ésta se aferraba a la camisa de su uniforme con fuerza al no poder mantenerse de pie ella sola.

– Lo siento, me emocioné más de la cuenta –se disculpó apenado. Sujetó a la ojimiel de los hombros tratando de ayudarla a mantener el equilibrio–. Disculpa, creo que me pasé un poco con las vueltas, ¿estás bien?

– S-sí, estoy b-bien –respondió con la mirada fija en el suelo y sin dejar de sujetar la camisa del chico.

– ¿Segura? –volvió a preguntar el pelirrojo.

– S-segura –tomó un poco de aire y finalmente dejó libre el uniforme de Joseph. Dio unos pequeños pasos para así también hacer que el chico deje de sujetarla por los hombros –. ¿L-lo ves? Perfectamente bi-

No pudo terminar de hablar pues justo en ese momento perdió el equilibrio. Se abalanzó hacia adelante con el piso como destino final, pero los rápidos reflejos de Emily lograron que su viaje no se concretara. Su cabeza quedó enterrada en el cuello de la ojiazul y sus brazos instintivamente se aferraron a aquel cuerpo, agarrando con fuerza la chompa de su uniforme.

– Claro, se ve que estás muy bien –susurró Emily con sarcasmo apoyando su mentón en aquel castaño cabello– ¿Ves lo qué provoc-

No pudo terminar de formular su pregunta que a la par era un regaño para su pelirrojo amigo pues, al alzar la mirada, se encontró con éste viéndola con los ojos brillosos y una sonrisa de oreja a oreja.

– ¿Q-que? –preguntó extrañada.

– Son tan tieeernaas –respondió agudizando un poco su voz–. Que bonita amistad. Esperad, quiero inmortalizar este momento –dijo mientras sacaba su celular del bolsillo de su pantalón.

– ¿Qué? –sus mejillas se bañaron en carmín– ¡Espera! ¡No! –un flash le nubló la vista por un par de segundos– ¡Joseph!

– Ay querida, no te preocupes, sales DI-VI-NA –bromeó haciendo un gesto con su mano mientras seguía viendo su celular.

– ¡No me refiero a eso!

– Te la voy a mandar, no te preocupes –presionó un último botón y luego guardo su celular. A los cinco segundos se escuchó el celular de Emily vibrar–. ¿Ves?

– Joseph…

– ¡Oh, no! ¡Tatiana al parecer aún no se recupera! ¡Iré a avisarle a un profesor!

– ¡No te atrevas a-!

Pero antes de que pudiera reclamar algo Joseph ya había salido corriendo del salón.

– Tonto –susurró en un suspiro.

En cuanto sintió como Tatiana comenzaba a moverse ligeramente afianzó el agarre de su cintura, asegurándose así de tenerla bien sujeta. Levantó una de sus manos para comenzar a acariciar la castaña cabellera de la ojimiel.

– ¿Ya te sientes mejor? –preguntó en un suave susurro.

– Sí… –respondió con el mismo tono de voz aferrándose más al cuerpo de Emily– Un poco mejor.

– ¿No quieres sentarte? Creo que el mareo se te pasará más rápido así –esperó por una respuesta, pero la ojimiel se quedó callada– ¿Tatiana? 

– Así estoy bien –contestó escondiendo más su rostro en aquel pálido cuello, rozando ligeramente sus labios en aquella tersa piel–. Solo… solo necesito estar así un poco más.

– Bueno, está bien… –a pesar de saber que Tatiana no la miraba, volteó su mirada al sentir el calor subir hasta sus mejillas, algo causado principalmente por la cálida respiración de la ojimiel sobre su cuello.

Se quedaron en completo silencio, simplemente disfrutando de la calidez y el agradable aroma que brotaba de la otra. Aquella unión ya no era por el mareo, sino porque ninguna quería separarse y terminar esa agradable sensación que estaban comenzando a sentir.

A pesar de que aquel silencio no era desagradable, Tatiana se sentía extrañamente ansiosa, podía sentir sus rápidos latidos en su pecho y rogaba porque Emily no se percatara de ello. Buscando alguna manera para mantener la calma sin terminar aquel momento, optó por hacer aquello que siempre lograba relajarla: cantar.

Tienes que saber que es lo último que pido,
que estoy desesperado y según mis latidos
no me queda mucho
tiempo a mi favor

El repentino canto de la ojimiel la tomó desprevenida, pero no le incomodó para nada; es más, no dudó en seguirle con una sincera sonrisa en su rostro.

Y antes de perder de vista mi camino,
quiero mirarte un poco y
soñar que el destino
es junto a ti mi amor

Tatiana sonrió, aún escondida en el cuello de la ojiazul. Intercalaban los versos de la canción cantando una y luego la otra, hasta que llegaron al coro y cantaron al unísono.

Y abrázame
Y abrázame
Y abrázame
Y abrázame

Se aferraron más al cuerpo de la otra, como si los versos de la canción que acaban de cantar fueran imperativos para ellas.

Volvieron a quedarse en silencio sin molestarse en terminar de cantar hasta el último verso de aquella canción hasta el final. Se encontraban tan cerca, tan unidas, con sus corazones tan cerca y sintiéndose tan agradables con aquel momento que compartían, que consideraban que cualquier otra cosa estaba de más.

Al menos hasta que Tatiana, de manera inevitable, no pudo contener más sus ganas de aspirar con un poco más de fuerza el encantador aroma que desprendía la pálida piel de Emily, haciendo que sus pulmones se llenaran de este y, con él, una indescriptible tranquilidad.

 Cuando Emily sintió esto, no pudo evitar que sus latidos se aceleraran de sobremanera y que su respiración se hiciera más entrecortada. Tenerla tan cerca a Tatiana de su cuello simplemente no era bueno para mantener sus pensamientos a la raya.

– ¿A-aún sigues mareada? –preguntó en un intento de evitar que la ojimiel notara lo acelerado que estaba su corazón y lo desordenado que estaban sus pensamientos. Era peligroso para ella seguir así.

– ¿Qué? –respondió con otra pregunta, desconcertada– Ah, sí. Disculpa.

«Idiota», se recriminó mentalmente Tatiana mientras deshacía lentamente aquel abrazo. «Otra vez hiciste algo innecesario, y la hiciste sentir incómoda de nuevo».

Cuando se separaron por completo, se miraron a los ojos por una fracción de segundo antes de que Emily desviara la mirada. Ella aún seguía algo agitada, y ver directamente aquellos ojos mieles no la ayudaba a calmarse.

– Disculpa, perdí la noción del tiempo y… –comenzó a decir Tatiana apenada– Perdón, no quise incomodarte.

– ¿Incomodarme? –volvió a fijar sus ojos en ella, pero Tatiana tenía su vista puesta en algún punto del piso– No, no. No me incomodé para nada.

– ¿En serio? –levantó su mirada, en sus ojos se podía notar un ligero brillo de ilusión.

– Sí, en serio –le dedicó una sonrisa –. Al contrario, me agradó.

– Ah –no pudo evitar que un sonrojo adornara sus mejillas– ¿Sí?

 – Bueno –cayó en cuenta de sus palabras y ahora fueron sus pálidas mejillas las que se tiñeron de carmín–, sí, digo, no es nada de otro mundo, ¿no? Además, somos amigas así que abrazarnos y esas cosas, nos debe agradar, ¿no?

Ante la nerviosa explicación que le ofrecieron ojos profundos ojos azules, Tatiana no pudo evitar sonreír divertida.

– Entiendo, tranquila –dijo riendo por la bajo– A mí también me agradó.

Ambas se miraron, tenían las mejillas sonrojadas y una cómplice mirada, y al cabo de un rato, comenzaron a reír.

¿Cuánto había pasado desde que hablaban tan casualmente?

Notas finales:

Ya saben que cualquier opinión y/o sugerencia pueden comunicármela en los comentarios, a mí también me gusta leerlos a ustedes <3 

Agradezco su paciencia, procuraré no demorar tanto en actualizar nuevamente <3

Saludos, nos leemos pronto.


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