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Perdona si digo que te amo por Parepi_

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Notas del capitulo:

Oficialmente, el último capítulo de esta historia.

Es larguito, espero que les guste<3

Los estantes estaban llenos de polvo, en las esquinas se podían ver telarañas y la tela de las cortinas y sábanas estaban, claramente, desgatadas por el tiempo. Era de esperarse que el foco no funcionara, pero por suerte Tatiana siempre tenía un par de repuesto para alguna emergencia.

Una vez iluminado el cuarto se veía mucho más desgastado. Tatiana se disculpó por el aspecto; a pesar de que ella de vez en cuando entraba a barrer, no hacía mucho más que eso, por eso la suciedad solo se había acumulado y acumulado, pero Emily y Christina no le tomaron importancia al hecho de que tendrían que ensuciarse un poco.

Cuando entró a la habitación se sintió rara. Su estómago se revolvió mientras un millón de recuerdos asaltaban su mente. Se vio a ella de pequeña saltando en la cama intentando llegar al techo y escondiéndose detrás de las cortinas para volverse invisible. Sonrió por lo inocente que era en aquella época y deseando, en su corazón, poder volver en el tiempo a esos momentos.

No fue fácil, pues a donde quiera que miraba un nuevo recuerdo que había enterrado aparecía. Su mandíbula le dolía por la fuerza con la que la tenía apretada cuando comenzó a sentir las espinas en su garganta. De vez en cuando tenía que detener su búsqueda para respirar y evitar que las lágrimas se le escaparan. Emily y Christina se percataron de ello, pero no comentaron nada al respecto.

Revisaron el estante, el pequeño escritorio que había, el armario e incluso miraron por debajo de la cama; pero a parte de un montón de polvo y arañas, no encontraron más allá de algunas agendas y cuadernos de facturación.

— ¿No estarán en su oficina? —preguntó Christina.

Tatiana también había pensado lo mismo, ahí es donde sus padres solían encerrarse de vez en cuando a trabajar. Solo había un problema respecto a esa habitación.

— No tengo la llave.

Podía entrar al cuarto y al baño que estaba anexado, pero la oficina, por algún motivo, siempre estuvo con llave desde que sus padres fallecieron y ella volvió a su casa. Aunque, para ser sinceros, tampoco es que se haya esmerado mucho buscándola.

Las tres chicas se acercaron a la puerta negra que se encontraba en la esquina, ahí había un cartel colgado que decía “Mamá y papá trabajando, no molestar” acompañado de un par de dibujos que, claro estaba, pertenecían a una niña por la imprecisión de los trazos. Emily y Christina miraron a Tatiana, pero esta evitó la mirada alzándose de hombros.

Intentaron abrirla y forzarla, pero ni siquiera pudieron moverla. La manera más segura en que podrían abrirla sería encontrando la llave, pero sería esa una búsqueda incluso más minuciosa que la del álbum.

— Tenías un martillo, ¿no?

— Sí, ¿por?

No contestó, tan solo se dio media vuelta y se dirigió hacia el mismo lugar al fondo de la cocina de donde Tatiana había sacado el foco. Las otras dos chicas no tardaron en entender lo que pretendían y trataron de frenarla, pero la rubia no las escuchó. Estaba abriendo el mismo estante cuando sus dos amigas quisieron alejarla, pero en medio de su forcejeo lograron tirar toda la caja de herramientas que estaba guardada.

— ¡Mira lo que haces, idiota!

Me?! ¡Fueron ustedes! ¡Yo solo quiero abrir la puerta!

— ¡Destruyendo mi casa!

— ¡Solo es la perilla! ¡Puedo comprarte una puerta entera si quieres después!

Tatiana y Christina siguieron discutiendo mientras que Emily se enfocó tan solo en recoger lo que habían tirado. Por suerte, las únicas herramientas pesadas eran el martillo, un destornillador y una llave inglesa, y ninguna de ellas les había lastimado. Lo demás eran clavos, chinches y demás instrumentos pequeños, pero que estaban en pequeñas cajas.

Mientras levantaba una caja negra Emily escuchó un sonido familiar, volvió a agitarla y el mismo sonido conocido apareció. Se apresuró en abrir la caja y encontró dentro de ella un enorme juego de llaves, cada una llevaba una etiqueta. Se levantó enseguida emocionada y se giró hacia las otras dos que seguían discutiendo.

— ¡Encontré las llaves!

Ambas chicas se callaron al instante y se giraron hacia Emily, notando al instante el juego de llaves que colgaba de su mano. Tatiana fue la primera en acercarse emocionada, otro recuerdo invadió su mente acerca de su madre poniendo pacientemente cada una de esas etiquetas.

Sin esperar más las tres volvieron al cuarto y buscaron la llave que tenía la etiqueta de ‘oficina’. Entró a la perfección y, sin saber que esperar, Tatiana abrió la puerta. Tuvo que emplear un poco de fuerza, las bisagras se habían oxidado y la puerta parecía haberse hinchado por la humedad.

Al otro lado encontraron un pequeño cuarto lleno de estantes y dos pequeñas librerías, dos escritorios, ambos en paredes opuestas. En uno había una vieja computadora rodeada de un montón de libretas, lapiceros y notas adhesivas; en el otro, otra computadora y una impresora –ambas viejas–, así como unas dos cámaras y una libreta. También había un montón de fotos pegadas en las paredes, algunas de personas que Tatiana no reconoció, pero otras que eran fotos familiares de salidas que habían tenido hace años.

— El álbum de seguro está en esos libreros —anunció Emily sacando a Tatiana de su ensimismamiento.

Se adentraron con cuidado de tocar algo. Era claro que ya nadie lo empleaba como lugar de trabajo, pero aun así no se atrevieron a revisar lo que estaba en los escritorios. Christina dijo que ella revisaría los estantes, Tatiana revisaría el librero de la derecha mientras que Emily, el de la izquierda. No obstante, cuando Emily dio su tercer paso su pie chocó contra un objeto que, al ser golpeado, hizo un leve eco de cuerdas.

No lo había visto dado que se encontraba detrás del escritorio; además, daba la impresión de que estaba acomodado para que no sea notado por quien se asomara por curiosidad desde la puerta.

Al observarlo con más detenimiento al instante notó que se trataba de un estuche de guitarra y, dado que había sonado cuando lo pateó por accidente, también estaba el instrumento dentro. Tenía un lazo rojo rodeando el mango y, por el cuerpo, notó una nota pegada. Se agachó teniendo el corazón en la garganta. Al igual que el resto de cosas, la nota estaba llena de polvo, pero se distinguía claramente la dedicatoria:

“De papá y mamá para su amada Tatiana, nuestra pequeña guitarrista.
Que la música te lleve más allá de lo que puedas soñar”.

Emily no sabía lo que había pasado con los padres de Tatiana, no sabía hace cuánto ni cómo pasó. No los conocía, nunca los había visto ni había hablado con ellos; pero en esas dos sencillas oraciones pudo sentir todo el amor que le tenían a su hija.

Sus ojos se llenaron de lágrimas que, a pesar de que intentó, no pudo contener. Comenzó a sollozar; no estaba haciendo ruido, pero la pequeña y silenciosa oficina hizo que sus dos amigas notaran al instante su hipar mientras lloraba.

Tatiana se acercó lo más rápido que pudo y se agachó hasta quedar a su altura, pero antes de que pudiera formular alguna pregunta Emily enredó los brazos alrededor de su cuello, abrazándola con tanta fuerza que le hizo doler un poco. Trató de preguntarle qué había pasado, pero la ojiazul tan solo negaba con suavidad mientras seguía llorando en sus brazos.

Sin entender, Tatiana levantó la mirada y la fijó en lo que Emily había estado viendo. Sus propios ojos se empañaron de lágrimas al ver el estuche y leer la nota. Estiró su mano y rozó con suavidad la tinta, tenía miedo de que, si empleaba demasiada fuerza, esta se borraría o dañaría de alguna manera.

Cuando Christina se acercó y vio la guitarra fue víctima también del sentimentalismo de la escena. Lloró en silencio mientras, aún de pie, rodeaba a Tatiana y Emily entre sus brazos.

Tatiana sentía como las dos ojiazules se aferraban más y más a ella, pero no fue capaz de decirles algo, ni siquiera las miró. Toda su atención estaba puesta en el estuche frente a ella. El regalo que sus padres le habían preparado, el regalo que nunca pudo recibir porque un accidente se los arrebató antes de tiempo.

Le pareció irónico que el regalo que le darían era una guitarra para que siguiera haciendo música, y el día que los perdió ella había renunciado a hacer música otra vez. Todos esos años sin poder acercarse a una guitarra ni poder tocar un acorde sin sentirse culpable, porque sentía que fue su amor hacia la música lo que le había arrebatado a sus padres.

De no haber sido por todo lo que pasó y todo lo que sintió ese año, capaz ni siquiera se hubiera atrevido a tocar la guitarra de su hermana.

Se quedaron en silencio, las lágrimas poco a poco dejaron de caer dejando solo un rastro húmedo en sus mejillas. Emily se había apoyado en el pecho de Tatiana mientras que esta seguía con la mirada fija en la guitarra. Christina había suavizado su abrazo, pero seguía al lado de ambas.

Solo fue cuando Tatiana hizo ademán de pararse que las otras dos le imitaron y la soltaron. Se acercó a la funda y la tomó para abrirla con cuidado, encontrando en su interior una guitarra cuyos colores oscilaban entre el negro y el azul oscuro, todo cubierto de una discreta escarcha blanca. Miró el instrumento con cariño mientras recordaba haberse quedado prendada de una guitarra similar en una tienda de música cuando era pequeña.

Las cuerdas, como era de esperarse, ya estaban oxidadas, pero el mango y el cuerpo parecían estar en buen estado a pesar del tiempo. La admiró con cariño unos segundos más, luego volvió a cerrar la funda y la dejó en el suelo con cuidado.

— Voy a tener que llevarla a alguna tienda para que le hagan mantenimiento, y comprarle cuerdas nuevas también.

Ni Christina ni Emily respondieron, Tatiana parecía más hablar consigo misma que con ellas. Dejaron que la ojimiel se tomara su tiempo meditando en quien sabe qué hasta que, luego de unos minutos, se giró de nuevo hacia ellas. Su semblante denotaba una clara melancolía, pero también una clase de alivio y calma; tenía una media sonrisa que, si bien no era de las más brillantes que les había dado, sí era de las más sinceras.

— Entonces, ¿seguimos buscando?

•     •    •

Para cuando llegaron Adela, John y Leonardo, las chicas ya habían encontrado el álbum. O bueno, en realidad encontraron como tres, seis si contaban los tres anuarios que también se habían topado. Revisaron de manera rápida todos, pero no les dio tiempo de ver a profundidad cada una de las fotos.

Estaban curiosas, sí, pero también estaban hambrientas. Así que, ni bien los adultos llegaron, dejaron de lado los álbumes para servirse un poco de la comida que habían traído. De esa forma, las tres adolescentes se sentaron a la mesa a comer, mientras que sus progenitores se sentaban frente a ellas.

John y Adela comentaban acerca de cómo la casa parecía no haber cambiado mucho desde la última vez que habían estado allí; Leo, por otro lado, se mantenía callado y con los brazos cruzados. Aun se le veía molesto, pero sin duda estaba mucho más calmado que antes. A Emily le dio curiosidad como había hecho la pareja para lograr tranquilizarlo.

Los adultos comenzaron a revisar los álbumes que habían encontrado las chicas, aunque fueron descartando uno a uno hasta quedarse con el que tenía una tapa marrón. Al parecer, ese era el álbum que estaban buscando.

Adela pasaba las páginas y, cada tanto, hacía que John y Leo se asomaran para ver las fotos más de cerca –pues ella estaba entre los dos y era más sencillo de esa manera–. John comentaba cada foto con nostalgia, pero Leo se hacía el escéptico y se mantenía callado, aunque cada que una página se pasaba podía verse como miraba de reojo las fotos.

— Miren, acá están ustedes tres.

Tatiana, Christina y Emily dejaron de comer al instante, claramente confundidas y extrañadas. ¿Cómo iba a ser posible que ellas tres aparecieran en un álbum así de viejo?

La mujer mayor rio al ver la incredulidad en el rostro de las tres, giró el álbum y lo acercó a ellas para que puedan ver con mayor claridad. Había una foto de tres parejas, todas con una sonrisa de oreja a oreja y una bebé en sus brazos.

Christina pudo reconocer a sus padres, lo mismo con Tatiana y Emily. Sus progenitores estaban ahí, mucho más jóvenes e inmaduros; y ellas también estaban presentes con pañales y chupones.

— Nosotros somos amigos desde la secundaria —dijo John con su mirada aun fija en la foto, la nostalgia era clara en su tono de voz—. Tanto con tu gruñón padre, Emily, como con tu hermosa mamá. Y lo mismo con Dante y Clara, Tati.

Escuchaban con atención cada palabra, a pesar de que sus miradas seguían puestas en la foto. Tatiana y Christina sabían que se conocían desde pequeñas, pero era la primera vez que veían esa foto, y aún más, era la primera vez que escuchaban que también conocían a Emily desde bebés.

Emily también estaba sorprendida; para ella, el amigo que conocía de más tiempo era Joseph, ni uno más, ni uno menos.

— Hay más fotos de ustedes.

Adela pasó la página y, tal y como había dicho, las tres chicas seguían apareciendo en ellas en sus versiones mucho más jóvenes. En una salían Christina y Emily siendo cargadas por los padres de Tatiana; mientras que la ojimiel aparecía en el aire mientras un jovial John reía bajo ella y, a su costado, una Emma mirando la escena asustada y cargando a Estela –la hermana mayor– en brazos.

Las fotos seguían y seguían. Aparecían en diferentes casas, en playas, en restaurantes. Las chicas vieron facetas de sus padres que desconocían hasta ese momento, sobre todo Emily. Ahí aparecía su padre cargándola con cuidado, cambiándole el pañal, jugando con ella y las otras dos chicas.

¿Era de verdad su padre?

— Oh, en esta foto Leo no se dio cuenta que Tatiana había vomitado leche en su hombro cuando la estaba haciendo eructar —contó Adela riendo mientras señalaba la imagen—. Nadie le dijo nada y estuvo así casi todo el día.

Leo se apresuró en callarla para que no diga más, pero la mujer contaba una anécdota divertida de las fotos cada que veía la oportunidad. Algunas sin duda eran divertidas para todos, pero otras hacían que las chicas se avergonzaran por las tonterías que hacían.

Ese fue el caso de Tatiana, no supo cómo disimular su vergüenza cuando se enteró que había vomitado en el hombro de su suegro cuando era una bebé. Ese, sin duda, no era un buen comienzo para dejar la mejor impresión.

Las historias siguieron a la par que las páginas se iban pasando; sin embargo, mientras más avanzaban en el tiempo, Emily y sus padres aparecían cada vez menos. Christina junto a su familia también aparecían con menos frecuencia, pero sin duda fue la familia Klett quien, en cierto punto, dejó de aparecer.

Cuando el álbum terminó y fue cerrado hubo un breve silencio. La mesa se rodeó de un aire melancólico y nostálgico a la vez. Cada uno de los presentes estaba perdido en sus propios pensamientos, yendo en un vaivén entre el presente y el pasado. Incluso Leo se hallaba pensativo, mucho menos serio y molesto a como había llegado.

— Siempre fuimos muy unidos desde que nos conocimos en secundaria —comenzó a decir John—, incluso estando en diferentes universidades nos dábamos el tiempo de salir de vez en cuando. Nos casamos en fechas cercanas, fuimos a la boda de cada uno.

— Coordinamos las bodas para que sean seguidas, pero no coordinamos tener bebés coetáneos —agregó Adela como aclaración—. Aunque Clara y Dante se nos habían adelantado con Estela —bromeó riendo con suavidad­­—, cuando nos enteramos no podíamos estar más felices. Dante no demoró en sacar su cámara y comenzar a capturar cada momento, siempre decíamos que nuestras hijas crecerían juntas y serían tan amigas como lo éramos nosotros. Y crecieron juntas hasta cierto punto, pero cuando comenzamos a enfocarnos en nuestro trabajo hubo cada vez menos oportunidades para reunirnos. Tratábamos de juntarnos, pero era complicado.

Adela detuvo un momento su relato para apoyar su mano en Leo y sacudirle el hombro amistosamente. El hombre la miró con desgano, pero no intentó alejarla o detenerla.

— Él, sobre todo, siempre estaba ocupado. Si Emma no intervenía era capaz de quedarse días seguidos en su oficina —recordó riendo—. Ustedes eran muy pequeñas, así que de seguro no lo recuerdan mucho, pero al menos hasta los cinco años jugaron juntas un par de veces.

Por el rostro de las chicas era evidente que ni una de ellas tenía recuerdos de aquella época. Es decir, claro que vagas memorias de ellas corriendo y riendo con otros niños estaban presentes, pero no podían recordar sus rostros y aseverar que eran ellas.

Por un momento Adela se deleitó con el rostro de las adolescentes frente a ellas, parecía que les acababa de revelar un tesoro que estaba escondido frente a sus ojos. No obstante, cuando continuó la historia su semblante se apagó.

— Luego, bueno —miró a Emily con una amarga sonrisa—, Emma falleció, lamentablemente.

Emily pudo sentir un nudo en su garganta, pero sus ojos permanecieron fijos en la mujer mayor frente a ella, dispuesta a escuchar toda la historia aun si sus ojos luchaban con no humedecerse. Dado que toda su atención estaba puesta en Adela no notó que Leo, su padre, se encontraba en una posición familiar, cruzado de brazos y aplicando presión a sí mismo para no mostrar debilidad.

— Emma siempre tuvo una salud delicada, pero nunca dejó que eso la detuviera —continuó John mientras abrazaba a Adela, quien había sido vencida por la emoción—. Ni cuando estaba en secundaria, en la universidad, o cuando quedó embarazada. Siempre luchó por salir adelante.

Había oído algo similar antes. Que, dada la salud de su madre, llevar un embarazo podía ser riesgoso para ella; sin embargo, eso no fue impedimento alguno. Su madre tenía fe en que todo saldría bien; por lo que le dijeron, se cuidaba más que nadie, leía un montón de libros sobre embarazo y padres primerizos, iba más de lo necesario al doctor. Y, por lo que tenía entendido, su padre estuvo a su lado en todo momento durante esa época.

Las lágrimas salieron de sus ojos, eran tantas que ni se molestó en contenerlas, a pesar de lo mucho que odiaba llorar en público. John y Adela la miraban orgullosos, sabiendo que ella era una chica joven y fuerte gracias a todo el cuidado y empeño con que su madre la había criado, a pesar de que no habían sido tantos años.

No supo lo mucho que necesitaba aferrarse a alguien hasta que Tatiana tomó su mano por debajo de la mesa. Emily se aferró a su tacto tanto como pudo, sabiendo que, si lo necesitaba, Tatiana le daría su hombro cuando lo necesitara.

— Luego de eso las cosas en nuestro grupo se volvieron…más complicadas —por la forma en que lo había dicho, parecía que “complicado” era una palabra pequeña para todo lo que realmente pasó, pero era la que mejor podían usar en ese momento para resumirlo—. Leo, con lo especial que han visto que es, se enfocó de lleno en su trabajo para tratar de olvidar todo lo demás un rato, a pesar de que esa no fue la mejor solución.

Las chicas esperaron algún reproche o comentario del hombre aludido, pero cuando se giraron a verlo encontraron una imagen que no esperaban para nada: Un Leonardo con la nariz roja y los ojos llenos de lágrimas, tratando de hacer todo lo que podía para que su llanto sea lo más silencioso posible.

En realidad, Leonardo si quería responder y reprocharles que no tenían derecho de juzgarlo, pero no confiaba en que su voz no saliera rota. Recordar el pasado siempre fue doloroso, por eso prefería huir de él. Pero ahora que no podía y rememoraba años anteriores, todo lo que trataba de guardar explotó sin más.

Por un momento levantó la mirada y se topó con los llorosos ojos de Emily. No recordaba la última vez que la había visto llorar, y menos que la haya visto llorar por su mamá. No se había dado el tiempo de hablar con ella sobre eso, nunca se había sentado para hablarle sobre lo mucho que se parecía a Emma cuando se enojaba, o que hacía los mismos gestos cuando reía. Nunca le había dicho que Emma, desde su embarazo, le leía un montón de libros de poesía; ni que uno de sus antojos principales fue el chocolate mezclado con piña.

Por Dios, ahora que pensaba en ello, ¿si quiera había abrazado a su hija cuando falleció su mamá? ¿La había consolado como era debido cuando la encontraba llorando incluso después del funeral?

¿En qué momento la había dejado tanto de lado? ¿En qué momento permitió que su debilidad le impidiera pasar tiempo con su hija puesto que, cada que la veía, solo podía ver al amor de su vida que no estaba más a su lado?

Las lágrimas salieron aún más raudas de sus ojos al darse cuenta lo mal que había obrado y el pésimo padre en que se había convertido.

Emily lo notó, al menos un poco, la mirada de su padre se veía arrepentida y dolida. Parecía querer decir algo, pero dudada que lo hiciera conociendo lo orgulloso que era.

Y tenía razón, Leo no diría nada, al menos no en ese momento. Su orgullo no quería mostrarse aún más débil frente a las personas, pero se permitiría verse un poco vulnerable al menos con su hija, cuando ambos estén en la privacidad de su hogar.

— La pérdida de Emma fue un golpe duro para todos —siguió hablando Adela con la mirada gacha—, y aún no nos recuperábamos de todo eso cuando pasó lo de Dante y Clara junto a Estela.

Ahora fue el turno de Tatiana de sentir unas cien espinas en su garganta, intentó tragar saliva, pero la presión le hizo rasposa y dolorosa la sensación. Sabía lo que venía, sabía el resto de la historia en ese punto. Tenía miedo de oírla, pero no quería seguir corriendo del pasado.

— Cuando fue tu presentación y dijiste que ibas a cantar recuerdo que Clara me llamó gritando emocionada, aún me duele el tímpano de solo recordarlo —Adela rio con suavidad—. ¿Si recuerdas que te quedaste a dormir en nuestra casa un día antes? —Tatiana asintió— Eso era porque tus padres querían comprarte algo, aunque nunca supe que era, solo me dijeron que sería una sorpresa para ti luego de que ganaras tu concurso de talentos. Tanto ese día como el día del mismo concurso se pasearon por toda la ciudad buscando no sé qué y llevando a la pobre Estela consigo.

«La guitarra», pensó al instante Tatiana. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, pero se obligó a sí misma a no derramar ninguna. Su tensión fue sentida por quien, aun en medio de su propio sentimentalismo, apretó su mano para decirle que estaba ahí para ella. Tatiana no la miró, pero afianzó más su agarre y agradeciendo internamente el tener algo a lo que aferrarse.

— Pensé que estaban trabajando...

— Fue una excusa para tu sorpresa —negó riendo con amargura—, quisieron que le sigamos el juego para ti, aunque cuando te molestaste porque no llegaban al evento estuvimos por decírtelo, pero te veías adorable haciendo tu berrinche, así que no dijimos nada.

— Pero cuando no llegaron para cuando fue tu turno, sabíamos que algo malo había pasado —continuó John, pues su esposa no pudo seguir dada las lágrimas que le habían ganado—. Ellos nunca se perderían una actuación de sus hijas, luego recibimos la notica del hermano mayor de tu padre y…simplemente no lo creíamos.

John, quien era la persona más calmada de la sala, comenzó a llorar al recordar aquel fatídico día. A pesar de que intentaba ser fuerte y sostener a Adela entre sus brazos, se notaba en la mirada del hombre lo dolido que estaba por la pérdida de su amigo.

Tatiana, en algún punto, también comenzó a llorar. Por lo general trataba de alejar ese día de su mente, pero cuando lo relataron en voz alta fue como si lo volviera a vivir.

En su primaria estaban organizando un show de talentos y ella, emocionada, quería tocar la guitarra y cantar. Recordó practicar con la guitarra de su hermana, Estela; tener mini presentaciones en su sala con su familia como público, incluso practicó su firma por si es que se volvía famosa de golpe.

Estaba tan ilusionada que su pequeño cuerpo apenas y podía con la emoción.

Un día antes se quedó a dormir con Christina, pues padres dijeron que ellos tenían un par de trabajos y Estela, tareas del colegio. Ahora veía que en realidad todo fue una cuartada para poder ir a comprarle su propia guitarra, ya que hasta ese entonces solo Estela tenía una propia.

Se recordó tan molesta al día siguiente cuando sus padres aún no aparecían en el evento. Había hablado con ellos por el teléfono de la señora Adela, no recordaba exactamente qué les había dicho, pero sí que no lo había dicho de la mejor manera. Sus padres trataban de calmarla diciendo que llegarían a tiempo y la llevarían a comer unas hamburguesas para compensar la tardanza.

Claro que ese momento nunca llegó porque sus padres ni su hermana se presentaron. Estuvo molesta, incluso cuando John y Adela la abrazaron con fuerza no entendía por qué lo hacían, no sabía por qué los adultos estaban llorando ni porque se les veía tan rotos en sus miradas.

Luego llegó su tío quien también se aferró a ella llorando. En medio de su confusión volvieron a la casa de la familia Medra; no recordaba cuanto pasó hasta que los adultos dejaron de hablar y regresaron a la sala para hablar con ella. Christina estuvo a su lado en todo momento, la pequeña rubia era más receptiva y, aunque no sabía lo que pasaba, se aferró a ella de manera inconsciente.

Cuando le contaron lo que había pasado agradeció de sobre manera que Christina la estuviera abrazando, de otra manera estaba segura que se hubiera caído. A partir de ese momento todo era difuso, se recuerda a sí misma gritando y llorando, siendo consolada por más adultos, yendo a un funeral mientras trataba de asimilar el hecho de que este estaba enterrando a su familia y que eso significaba no volver a verlos. No sabía si era porque era pequeña o su propia mente lo reprimía, pero tenía varias lagunas de aquella época.

Se volvió más callada y dejó de lado la música, pensó que si ella nunca hubiera estado en el show de talentos entonces nada de eso hubiera pasado. Comenzó a vivir con su tío, descuidó su alimentación hasta el punto que desarrolló una grave anemia –la trató, claro está, pero seguía teniendo una hemoglobina baja por lo que seguía tomando medicina para ello–, practicó artes marciales y defensa personal hasta que, a los 15, volvió a su casa. Su tío se iba a mudar y ella no quería dejar la ciudad, así que, luego de muchas reglas impuestas, se le permitió vivir sola. Claro que de vez en cuando venían a supervisarla, pero no era a menudo.

Le costó acostumbrarse a la soledad de su hogar, pero con el tiempo fue lidiando mejor con ello. Consideró, en algún punto, que podía invitar a amigos cuando la soledad sea insoportable, pero eso significaba contarles lo que había sucedido. Ya había tenido la experiencia en primaria de que todos la miraban con pena y se preocupaban mucho por ella, y no le gustó para nada. Le hacía sentir una carga y odiaba sentirse así.

Por ello, en secundaria decidió empezar de cero y volverse otra persona, más alegre y de la que nadie tenga que preocuparse por hacerla reír. No pensaba mentir sobre su familia, tan solo no hablaría de ella, pero cuando comenzaron a preguntarle por ello salió una pequeña mentira que, con el tiempo, se volvió más y más grande. Al inicio pudo haberse retractado, pero en ese punto le resultaba difícil hacerlo.

De hecho, si nunca hubiera hablado con Emily a lo mejor hubiera seguido con esa máscara que se había auto impuesto. Sonriendo todo el día, amable aun estando incómoda, diciendo sí por el miedo de decir no, sin poder ser realmente ella.

Que bueno que la siguió a la biblioteca ese día.

La sala quedó envuelta en silencio, solo se escuchaba el hipar y sorber de las narices mientras todos lloraban callados y perdidos en sus propios pensamientos y recuerdos. ¿Por cuánto tiempo? Parecieron horas, pero, en realidad, solo habían pasado unos minutos.

— Recuerdo ese día.

Para sorpresa de todos, fue Leonardo quien rompió el silencio. Se giraron a mirarlo con interés, sobre todo Tatiana.

— Dante me dijo que estaba buscando un regalo para su hija y me preguntó dónde había buenas tiendas musicales —contó mirando la mesa mientras rememoraba el pasado—. Me insistió tanto que incluso se apareció en mi trabajo con Clara y Estela.

— ¿Los viste ese día? —preguntó John con sorpresa, Leo asintió.

— Solo fue un momento, los llevé a la tienda que yo solía ir, les di un par de recomendaciones y luego me fui, pero —hizo una leve pausa y fijó su atención en Tatiana— esos dos no dejaban de decir lo orgullosos que estaban de ti y de lo bien que tocabas.

Sus ojos, un poco más secos, volvieron a aguarse. Esperó un momento hasta que dejó de sentir el pinchazo en su garganta para atreverse a volver a hablar.

— Tengo la guitarra —soltó siendo ahora ella el centro de atención—, la encontramos en su oficina mientras buscábamos los álbumes.

— … ¿Puedo verla?

Tatiana asintió y, con rapidez, se levantó para irse y volver en menos de un minuto con la funda empolvada en sus manos. Con cuidado, le dio el instrumento a Leo. Él lo trato con el mismo cuidado con el que trataría una obra de arte. Abrió el cierre y vio la guitarra de una azul noche estrellada. Se quedó en silencio unos segundos admirándola antes de soltar una suave y leve risa.

— Sí, Dante me dijo que había encontrado una del color de mis ojos.

Por un momento todos quedaron en silencio, pero no por admirar el instrumento, sino porque no esperaban que Leo dijera algo tan cursi luego de haberse reído. El hombre se dio cuenta al instante de lo que pasaba y con una fingida tos, volvió a guardar el instrumento mientras hacía como si nada hubiera sucedido.

— Yo recuerdo haber visto una guitarra así de pequeña y me gustó —dijo Tatiana para llenar el silencio—, mis padres de seguro recordaron eso cuando la compraron.

— Oh, ¿pero no sabes por qué Leo dijo eso? —preguntó John divertido y al instante Leo lo fulminó con la mirada.

— ¡Ya recordé! —exclamó Adela emocionada y evitando reír— Es porque Tatiana siempre se quedaba viendo fijamente a Leo cuando este la cargaba. Tanto que Dante se ponía celoso de él.

— Y cuando Tatiana dijo que le gustaba el azul oscuro Dante casi se desmaya.

— Dante era un idiota —soltó Leo haciendo reír a los otros dos.

Los adultos siguieron recordando, ahora entre risas, esos momentos sin darse cuenta que Tatiana se había quedado muda y roja de la vergüenza. Sin duda, parecía que no había tenido el mejor inicio con el padre la chica que le gustaba.

A partir de ahí el ambiente fue mucho más ligero y tranquilo. Los ojos de todos seguían rojos y un poco hinchados, pero obviaron ese detalle mientras seguían hablando. Adela, John, y ahora también Leo, siguieron recordando algunas cosas más del pasado, detalles pequeños, pero que a las tres chicas frente a ellos parecían fascinar.

No obstante, la agradable charla no se mantuvo por mucho tiempo. Justo cuando John terminaba de hacer una comparación de cómo eran los tiempos pasados y actuales –seguido por la típica frase de ‘antes todo era mejor’–, Adela esperó que todos terminaran de reír antes de volver a poner un semblante serio y mirar a las tres chicas.

Now, queremos hablar de lo que está circulando en internet ­—Christina, Tatiana y Emily no tardaron en tensarse—. ¿Nos van a contar qué fue lo que pasó?

Las tres chicas intercambiaron miradas, preguntándose en silencio quien debería tomar la palabra y, sobre todo, qué es lo que deberían decir. Habían sucedido demasiadas cosas y todo se había llegado a complicar bastante, ¿cómo podían resumir todo evitando aquellas partes que más podían meterlas en problemas?

John volvió a insistir, pero su voz y expresión eran las de un padre que estaba dispuesto a escuchar y comprender. Leo, por su parte, había vuelto a su semblante serio y escéptico, y más que molestia, su rostro reflejaba sincera intriga.

Luego de un largo silencio Tatiana fue la que tomó la palabra. Les iba a contar la verdad, pero a medias. Contó el que había comenzado a salir con un chico en el colegio, pero que, desde el comienzo, fue porque el chico la estaba sobornando con algo personal. Las cosas llegaron a complicarse mucho y luego se percató que el chico quería hacer lo mismo con Emily, y entonces fue donde surgió la pelea que sale en el vídeo.

Los tres adultos la estudiaron en silencio, tanto a ella como a Christina y a Emily, quienes mantenían una perfecta cara de póker en sus rostros.

— ¿Te quería sobornar con esa foto? —preguntó Adela. No especificó cual, pero no tuvo que hacerlo para que Tatiana entendiera a qué se refería.

— Sí… —contestó luego de un rato y agachando la mirada, pero pronto la subió y la fijó en Leo— ¡No es lo que parece! Tan solo jugábamos, pero Ryan me dijo que si no lo hacía lo haría pública, y obviamente todos lo iba a malinterpretar.

— ¿Era un juego en serio? —cuestionó ahora John.

— Sí —respondió ahora Christina—, también estaba yo y otro amigo más, pero no salimos en la foto por la posición de la cámara.

— Era Joseph —aclaró Emily mirando a su padre—, él también estaba ahí.

Volvió a haber un silencio mientras las respuestas de las menores eran procesadas y sus expresiones, observadas. Ellos eran mayores, adultos con experiencia que ya habían pasado la etapa de la juventud y habían utilizado, en su momento, también toda clase de mentiras. Para ellos estaba claro que, si bien las chicas no estaban mintiendo, tampoco les estaban diciendo la verdad del todo.

— ¿Por qué no dijiste nada al comienzo? —volvió a preguntar Adela con tono de madre acusadora, pero preocupada a la vez.

— Porque tenía miedo de que cómo reaccionarían los demás —contestó Tatiana en un susurro y agachando la mirada, avergonzada—. No sabía si se iban a poner o no de mi lado, así que…quise solucionarlo yo misma, pero salió mal.

John y Adela intercambiaron una mirada, ambos sabían que Tatiana, por todo lo que había pasado, no era la persona más segura del mundo. Así que al menos esa parte ambos podían estar seguros de que era sincera, aunque no podían decir lo mismo del resto de la historia.

Ante el nuevo silencio Christina tomó la palabra para contar su lado de la historia y apoyar la versión de Tatiana. Emily también llegó a explicar un poco como habían sucedido las cosas desde su perspectiva.

— Digamos que les creemos, aunque no sea tanto así —dijo John enderezándose para mirar a las tres con seriedad—. ¿No hubiera sido más sencillo contárselo a un adulto para solucionarlo?

La pregunta fue en general, pero fijó la mirada en Christina. Podía comprender hasta cierto punto porque Tatiana o Emily no lo habían hecho, pero la rubia no tenía la misma excusa.

Ninguna de las tres respondió, simplemente no tenían una respuesta más que ‘porque podíamos solucionarlo nosotras mismas’.

— La edad en la que piensas que puedes hacer de todo por tu cuenta —comentó Leo luego de haber permanecido todo ese rato en silencio—, típico.

— Se parecen a ti, ¿no? —le molestó Adela, pero Leo pasó de contestarle y solo giró los ojos.

— Ese chico —retomó la palabra—, ¿era Ryan Reed?

— Sí —contestó Emily, pues su padre la miró a ella cuando preguntó.

— Vale.

No agregó nada más, pero por su mirada se notaba que por su mente estaban pasando mil cosas, sobre todo la posibilidad de tener una seria conversación con su más reciente socio.

Hablaron un rato más sobre el tema. Emily, Tatiana y Christina fueron regañadas un largo rato, pero no recibieron ningún castigo; sin embargo, Leo fue el más serio de los tres. Le dijo a Emily que esperaba que ese asunto no sea motivo para bajar su rendimiento en la escuela, pero su hija le aseguró que eso no pasaría.

Leonardo también quiso preguntar si era de verdad que lo de la foto solo era un juego. Para ser sinceros, a él le incomodaba el hecho de ver a su hija besando a una mujer, pues siempre pensó que se emparejaría con un hombre. De no ser porque John y Adela habían tenido una exhaustiva charla con él acerca de que eso debería darle igual y que debería priorizar la felicidad de su hija, hubiera reaccionado mucho más alterado.

Además, hubo un momento en que subió la mirada y notó a Tatiana y Emily hablando entre susurros y riendo por lo bajo. Vio la mirada iluminada y radiante de su hija como no lo hacía tiempo y pensó que, aun si fueran pareja, tal vez no sería tan malo si esa chica podía hacerla así de feliz siempre. Sumado a eso, ella era la hija de su mejor amigo de secundaria, tal vez fue por eso que tampoco levantó la voz ni le gritó en cuanto entró a su casa. Tatiana era la viva imagen de sus padres: los ojos mieles de Clara y la sonrisa risueña de Dante. Incluso su risa sonaba parecida a la de su fallecido amigo, con la diferencia que era más aguda.

El tiempo siguió pasando y el ambiente cada vez se hacía más ameno y familiar. No había la rigidez ni tensión del inicio. Y en cuanto Tatiana mostró el anuario de la secundaria de sus padres, para Adela fue el momento perfecto para seguir rememorando más historias de sus épocas de estudiante.

— Ese colegio ha cambiado bastante, pero, ¿saben qué sigue igual? —esperó unos segundos para mantener el misterio antes de seguir hablando— El enorme patio detrás del edificio de artes. Desde nuestra época eso ya era un mini bosque.

— Oh, sí —recordó John—. Solíamos ir ahí a veces cuando queríamos saltarnos las clases, incluso llevamos unas hamacas para estar ahí que guardábamos en un árbol hueco.

— Eran mis hamacas —recalcó Leo—. Nunca me las devolvieron, por cierto.

— ¿No te las llevaste tú? —preguntó Adela.

— Pensé que alguno de ustedes lo había hecho.

Los tres adultos se miraron mientras seguían culpándose entre sí acerca de quién se había llevado o no las hamacas, aunque luego su pequeña discusión se desvió hacia prestamos de dinero para comprar galletas o jugos que nunca habían sido devueltos, así que estaban reclamándolos ahora, casi 30 años después.

Estaban tan metidos en ello que no notaron como, al mencionar el tema de las hamacas, Tatiana y Emily intercambiaron miradas para, seguidamente, soltarse a reír. Es decir, ¿cuántas posibilidades había de que todo eso pasara?

Sus caminos parecían haberse cruzado por coincidencia hace unos meses; pero, en realidad, parecía haber sido hace mucho, mucho más.

No sabían como sería más adelante, pero no tenían la menor duda de que sus caminos seguirían entrelazados.

 

 

Notas finales:

Tengo muchos sentimientos ahora, pero queda el epílogo aún, así que no daré un discurso ahora xd

Nos leemos otra vez mañana o pasado con el cierre de esta historia<3


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