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UNKNOWN por RoronoaD-Grace

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Notas del capitulo:

Holaaaaaa.

¿Qué tal? ¿Cómo están? Yo espero que muuuuy bien.

Aquí estoy nuevamente con otro capítulo. La verdad fue un poquito difícil empezarlo, pero ya luego todo fluyó jejeje

A quienes leyeron el capítulo anterior, y a quienes me dejaron su hermoso comentario: Angélica y LindAngel, ¡¡Muchas gracias!! Los adoro al 10000 millones por ciento.

Por los horrores ortográficos, dos mis disculpas. Ya saben, estoy ciega y pendeja… pero más pendeja.

IMPORTANTE:
Por favor, lean las notas finales.

Sin más que decir excepto que, espero por el ángel y el cap sea de su agrado, los dejo leer.

 

UNKNOWN

—Capítulo 13—

Un corazón roto.

 


Los celestes ojos de Kuroko contemplaban los tonos pasteles del cielo.

Él estaba recostado sobre la arena, tan solo viendo las transparentes nubes adquirir formas y avanzar, cambiando lenta pero constantemente. Se había quedado ahí luego de no supo cuanto tiempo llevar corriendo en la playa. Cuando ya estaba cansado de solo escapar de la verdad.

Estaba enojado con Seijūrō, pero también consigo mismo.

Akashi nunca le había dado esperanzas de ningún tipo, y ahora entendía el porqué, pero al menos, si la boda era inevitable, pudo haberle dicho desde un principio para que así pudiera renunciar a él. Pero no, el señorito no lo hizo, calló, dejando que su amor creciera y con el las esperanzas de algún día ser correspondido.

Pero también era culpa suya. Sí, Seijūrō no coqueteaba con él o insinuaba cosas. Quizá hubo momentos en los que Tetsuya creyó que le daba un trato diferente, especial, pero nada más. Ahora entendía que tal vez eso estaba solo en su mente. Fue un tonto por enamorarse de él cuando claramente Akashi nunca le dio alas.

Ah, le dolía el pecho.

Cerró los ojos, tratando de relajar su mente que era un caos en ese momento. Se centro en el sonido de las olas chocar contra la playa. En el agua salada mojar la mitad de su cuerpo, pues estaba muy cerca de esta. En el sonido del viento y el graznido de las gaviotas.

No podía hacerlo, su corazón dolía demasiado. Pero nada podía hacer. Desde el inicio, lo suyo con Seijūrō fue imposible. Pero ¿Cómo le hacía entender eso a su necio corazón? Sin embargo, debía renunciar a él. Dolía, dolía demasiado, pero Kuroko sabía perfectamente que una vez algo se le metía en la cabeza a Akashi, nada hacía que cambiara de opinión.

Y si Seimei estaba tan enojado con su padre que recurrió a medidas drásticas, y estúpidas, no podía pensar en que los motivos de Akashi para casarse con Midorima, no fueran por causa de su madre. Solo ella podía volver tan terco al.dueño de casa, su amor por si madre.

Pensando en ello quizá se daba una pequeña idea de como era el asunto.

Pero si era por eso o solo porque Seijūrō tal vez estaba enamorado de Shintarō y por ello iban a casarse, no importaba.

Ya no importaba.

Akashi siempre estuvo y estaría, para siempre, fuera de su alcance.

El sol a cada segundo aproximándose a la cúspide del cielo, se volvía más y más fuerte. Kuroko cubrió su rostro con uno de sus brazos, pues sus párpados cerrados se calentaban a cada instante, haciendo que sus ojos ardieran… pero eso era claramente una mentira.

Un pequeño sollozo escapó de sus labios, y una solitaria gotita de cristal resbaló por su mejilla, destellando cuando el sol se posó con pena sobre ella. Y a esa le siguieron una tras otra, acompañadas de sollozos e hipidos. Las lágrimas le sabían amargas y dolorosas, como ácido resbalando por su piel, destrozando su carne y derritiendo su corazón.

Él sequedó ahí, sobre la arena, con las olas humedeciando más y más su cuerpo. Desahogándose hasta que su corazón entendiera que Akashi Seijūrō no era ni sería el hombre para él.

 

~•§•~

 

Fresita se encontraba fuera de la habitación de Takao, indeciso sobre si tocar o no.

Él sentía que no tenía derecho de estar allí dentro, junto con Momoi, Yukio y Kise, quien al final había dejado los celos de lado y había ido con su amigo. Es decir, ¿quién era él para irrumpir en la habitación y deshacer la atmósfera que habían formado? Era cierto que ellos no lo excluían, pero en ese momento, ese preciso momento, creía que no tenía nada que hacer allí.

Ellos eran amigos de toda la vida, se conocían muy bien… y él solo era un extraño que de un día a otro y si previo aviso, llegó a sus vidas.

Desde dentro, podia escuchar los murmullos de los amigos; no lograba distinguir qué decían pero podía entender que Kazunari no estaba tan alterado como la vez anterior. De hecho, parecía bastante normal. Claro, no es que lo estuviera, pero le alegraba saber que estaba llevando mejor la situación.

Tal vez el hecho de ya haber sido completamente rechazado y estar en alguna especie de relación con Yukio, era lo que lo calmaba.

Suspiró, sonriendo aliviado de que él estuviera relativamente bien. Se giró sobre sus tobillos y emprendió camino hacia la cocina, la cual era un completo desastre luego de la ira monstruosa que se había apoderado de Kuroko.

Oh, Kuroko.

Fresita también había querido ir tras él. Pero suponía que en ese momento la compañía no sería buena. Alguien como Kuroko seguramente odiaba mostrar sus emociones frente a las demás personas. Su carita de siempre póquer lo sugería demasiado. Claro, había ocasiones en las que simplemente son imposibles de controlar.

Seguramente estaba muy mal en ese momento. Y desde luego no querría que lo vieran quebrarse. Cuando ya estuviera mejor, él volvería y podría dejarse mimar por sus amigos. Los chicos lo abrazarían y le dirían lo genial que era, y Langosta le prepararía una piscina llena de malteada de vainilla. Le había hecho una esa mañana y ni siquiera la había podido saborear.

Mientras avanzaba escaleras abajo, era capaz de escuchar la furia de Seijūrō ser despotricada contra su hermano. O al menos así fue al principio. Ellos dos y Midorima se encontraban en el despachado, «charlando». A Murasakibara no lo había visto; quizá también estaba con ellos.

Siendo sincero consigo, Fresita había entrado un momento en pánico luego del puñetazo que le había sembrado a Seimei. Alzó su brazo, observando el dorso de su mano, sus nudillos estaban sonrojados y sensibles. Había dolido, ese idiota tenía la cara dura.

No se arrepentía de haberlo golpeado, claro que no. Pero tampoco podía estar del todo enojado con él luego de ver la expresión que tenía.

Luego del golpe, cayendo en cuenta de lo que había hecho y recordando la personalidad del heterocromático; literalmente hacía minutos lo había visto lanzarle un cuchillo a Kuroko, un fuerte escalofrío le sacudió la espalda. Dio un pequeño salto al ver que Seimei comenzaba a levantarse del suelo, pero no estaba dispuesto a correr. Él había lastimado a sus amigos, ¿podía decirles así, verdad? Amigos.

Seimei había sido cruel a propósito. Sabía cuanto daño provocaría y aún así no cerró la boca. Alguien tenía que ponerlo en su lugar. Alguien debía enseñarle que los sentimientos de las personas no son un juguete. Herir a alguien solo porque tú estás herido, es una bajeza, una cobardía.

Fresita estaba dispuesto a liarse a golpes con él. Tampoco iba a dejarse si él también se ponía violento. Iba a defender a los chicos a punta de puños…

Pero lo que sucedió fue completamente diferente.

Seimei, ya de pie y con la mirada gacha, soltó una risita llena de tristeza y amargura. Pero a Fresita le pareció más un sollozo.

Él alzó la mirada, cruanzo sus ojos bicolores con él.

—Supongo que lo merecía —dijo, y el chico de cejas raras lo sintió como un agradecimiento.

«Gracias por cerrarme la boca».

Parecía tan triste, con los ojos opacos y sabiendo que había cometido una estupidez. No solo con Tetsuya y Kazunari, sino también con Chihiro.

Luego de ello Seijūrō había azotado la mesa, levantándose y solo diciendo un:

—Acompañame —a su hermano. Quién con ojitos de gatito regañado fue tras él. Midorima también fue con ellos.

Y, casi al mismo tiempo que ellos se marchaban, Murasakibara, Kise y Yukio también salieron del comedor. Dejándolo a él en medio de la habitación y a un Aomine que no le quitaba los ojos de encima.

—¿Quieres pelea? —Le había dicho luego de un rato en el que tan solo estuvieron observándose sin desviar un instante la vista, tercos en no ser el primero en hacerlo. Era como sí hubieran tenido una lucha de miradas. Y claro, ninguno quería perder ante él otro.

Daiki había sonreído de medio lado, de esa forma sínica pero sensual en la que lo hacia. El corazón de Fresita se había, inevitablemente, acelerado.

—Fue… un buen derechazo —admitió en voz alta, encogiéndose de hombros y con una mueca en los labios de quien sabe de lo que habla.

—¿Sí? —Fue el turno de Manolo para sonreír.

El peli-azul asintió.

No volvieron a decir nada, tan solo se enfrascaron en una nueva lucha de miradas mientras se sonreían con complicidad. Pareció que duro horas, o segundos. Era confuso. Pero entonces el entrecejo del moreno se había fruncido de poco en poco, borrando de su rostro la sonrisa despreocupada que se le había dibuja hermosamente.

Luego solo se había levantado de su lugar para pronto salir del comedor, dejándolo solo y totalmente confundido. Él, al verse solo en el comedor, había ido en busca de Takao y los demás, pero ya en la puerta se había acobardado.

Volviendo de sus pensamientos, Fresita terminaba de bajar los escalones en completo silencio, pues las voces de Akashi y Midorima hacia mucho que se habían calmado. Seguramente Seijūrō estaba muy, muy enojado con su hermano, pero también preocupado por él. No creía que este no hubiera notado la tristeza en los ojos bicolor.

¿¡Pero quién lo mandaba a ser tan imbécil!?

¡Absolutamente nadie!

Comenzó a refunfuñar de la cólera por tener que toparse con un par de hermanos tan zopencos, haciendo muecas que le hubieran resultado más que graciosas a quienes las hubieran observado. Pero calló de golpe y se ocultó detrás de la pared al llegar a la sala, pues una voz le llegaba desde allí. 

—Ya, no te preocupes —decía el dueño de esta, sonando sumamente calmado y comprensivo—. Es cierto que no se siente bien justo ahora, pero él es fuerte. ¿No crees que se sentirá mal si regresa y te ve asi?

Su respuesta fue un pequeño gemidito.

Fresita asomó la cabeza, muy lentamente, sentía que estaba siendo un chismoso. Pero no podía evitar querer ver esa faceta de Aomine. Una que no tenía idea de que existía.

—No seas llorón —Daiki le dijo a Nigō, acariciando su suave pelaje.

El moreno se encontraba sentado en posición india sobre la alfombra, mientras que el cachorro de Husky estaba recostado entre los cojines sobre uno de los sillones. El pequeño can lucía decaído, con sus orejitas gachas y la cabecita hacia abajo.

Nigō lloriqueo de nuevo.

—Calmate, lo digo en serio. Sí realmente quieres ayudarlo, comportante como hombre… macho. Tetsu no necesita más problemas ahora. Si te ve triste a ti también, solo se sentirá peor.

El perrito lanzó un aullidito lastimero. Podían decirle loco pero Fresita sentía que entendía perfectamente lo que Aomine le decía.

—Ya, ya, no llores —continuó acariciándolo, dándole animos y jugueteando un con él. Nigō poco a poco comenzó a sentirse más y más animado, hasta que sus gemiditos y aullidos se transformaron en ladriditos alegres y juguetones.

A Langosta le aterraban los perros, pero ni él podía negar que la escena resultaba sumamente adorable.

En el algun punto, el pequeño can se había lanzado sobre Daiki, haciendo que este se recostara completamente sobre la alfombra. Nigō aprovechó la oportunidad para langüetearle toda la cara, pero Daiki no se quejó o intentó quitarlo, tan solo le seguía el juego mientras se reía alegre y despreocupadamente.

A Manolo antes le parecía guapo, pero en ese momento se veia como un maldito dios griego. Fuera de toda esa sensualidad salvaje y descarada que se cargaba, la calma en su mirada y felicidad sincera hacían que se viera muchísimo más atractivo.

Sin darse cuenta, se había quedado completamente embobado viéndolo. Disfrutando de una vista tan maravillosa. Una inevitable sonrisa se había dibujado en sus labios.

—Así que, después de todo, eres un acosador —Daiki dijo de pronto, sacándole un susto.

La magia se terminó de golpe una vez terminada la oración. Las orejitas peludas de Nigō se giraron en dirección de dónde él yacía escondido, y luego sus ojos celestes se posaron en su persona. El can pegó un ladridito, alertado por su presencia. A Fresita le bajó un escalofrío por la espalda al notar en los ojitos del perrito, un brillo travieso como el que se vislumbraba en Kuroko. Y entonces Nigō salió corriendo en dirección de él.

El de cejas raras pegó un brinco en su lugar, retrocediendo sobre sus pasos dispuesto a salir corriendo. Pero entonces sus tobillos se torcieron, no siguiendo correctamente las ordenes de su cerebro. Él se fue de espaldas, cayendo de senton a la vez que pegaba un gritito lastimero.

Nigō seguía corriendo en dirección a él, no dándole tiempo siquiera para levantarse y salir corriendo. Se cubrió el rostro, esperando por la llegada del demonio guardián del averno.

Que lo disculpara de antemano, pero si le soltaba un manotazo no era su culpa.

Pero no llegó a ser necesario puesto que, justo cuando el cachorito se lanzó hacia él cual demonio devora almas, o como Fresita lo imaginaba, Daiki lo sostuvo entre sus manos, evitando que llegara hasta él. Por un instante, a Manolo le pareció una presencia divina.

Oh, su salvador.

Pero cuando la fantasía paso, solo estaba Aomine. Y, sí le preguntaban, eso era aún mejor.

Fresita se abofeteo mentalmente ante dicho pensamiento.

—¿Estás bien? —Daike preguntó, tendiendo una mano hacia él para ayudarlo a levantarse.

El peli-rojo quiso ser orgulloso, pero al intentar levantarse solo, le resultó difícil puesto que la herida que se había hecho al darle, inteligentemente, un puñetazo al espejo, aún dolía demasiado. Sonrojado furiosamente por la vergüenza, aceptó la ayuda del moreno. Tomó su mano con la derecha suya, esa con la que había golpeado a Seimei, la cual también dolía un poco pero menos que la izquierda.

Daiki trato de no reír, pero le fue imposible.

Joder, era tan malditamente adorable.

Pero la sonrisa se le borró de golpe cuando el agarre del de cabellos rojizos se aflojó a medio camino. Pero este ni tuvo tiempo para cerrar los ojos, así que fue total testigo que lo que a continuación sucedió. Aomine soltando a Nigō; Aomine dando otro paso hacia él; Aomine preocupado de sostenerlo a tiempo; Aomine tomándolo de la cintura con la mano que ahora tenía libre. Ambos girando de una forma muy extraña en el aire. Los dos cayendo sobre el suelo. Él quedando sobre Aomine. Sus rostros muy cerca el uno del otro.

Su corazón astillandole salvajemente las costillas.

Daiki sonriendo victorioso por haberlo atrapado a tiempo.

Él, embobado por su atractivo rostro.

Aomine observandolo con intensidad.

Él, deseando un jodido y maldito beso de esos labios sínicos.

Nigō ladrando furioso mientras saltaba sobre el rostro de Daiki y le aruñaba la cara por atreverse a dejarlo caer.

El ambiente haciéndose trizas.

—¡Nigō, maldita sea! —El moreno chilló a la vez que intentaba librarse del cachorro. Pero, al igual que había sucedido con su dueño mientras desayunaban, al can parecía haberlo poseído un demonio—. ¡Nigō!

Oh, no podía ser cierta la forma en la que dueño y mascota se parecían tanto, ¡Era ridículo! Manolo no sabía que resultaba más gracioso, si eso o el cómo Aomine intentaba quitarse al endemoniado cachorro de Husky de encima, removiendo sus brazos de un lado a otro, retorciendose sobre el sue…

—Aah~…

Fresita sintió que el rostro se le calentaba a velocidades extremas, como un volcán a punto de hacer erupción.

Nigō y Daiki dejaron de pelear y ambos, de forma sincronizada y algo terrorífica, giraron la vista en dirección de él, clavando sus ojos inexpresivos en su rostro rojo como una manzana.

—Yo… e-este… y-yo… yo n-no…

Las palabras salían atropechas de su boca, como si su cerebro y su lengua no se coordinaran. Y así era. ¿Cómo les explicaba que los movimientos que Aomine había hecho mientras intentaba librarse de Nigō, habían hecho que sus partes bajas, porque aún seguían uno encima del otro, se friccionaran entre sí, provocándole cierto… placer? No había forma de decirlo sin que quedara en mucha más vergüenza.

¡Sobretodo porque el único calenturiento parecía ser él! Puesto que Daiki se veía muy normal, como si ni siquiera recordara que aún lo tenía encima suyo. Bueno, entre sus piernas. Porque sí. Aomine se encontraba todo desparramado en el suelo y con Nigō sobre el pecho, mientras Fresita yacía entre sus piernas.

Oh, maldición.

Carajo.

Maldita sea.

El cachorrito dirigió su mirada celeste hacia Daiki, y luego de vuelta a Manolo. Y entonces sus ojitos brillaron. Al peli-rojo le muy mala espina. Nigō se bajó del moreno, caminando de vuelta hacia los sillones, pero a medio camino giró a verlos, pues los dos chicos lo habían seguido con la vista.

Fue como si él se burlara de ambos.

«Consiganse una habitación». Fresita sintió que les decía. La vergüenza no podía ser mayor, pero lo era.

—N-No es lo q… no… no es… no… Nigō, no es l-lo que p-piensas...

Seguramente lucía completamente patico intentando convencer a un perrito que lo que creía que estaba sucediendo, no era como pensaba. A un perrito. A una persona quizá se entendía. Pero era un perrito. Era Nigō.

Y es porque era Nigō que Aomine no lo encontraba tan descabellado o absurdo. Ese cachorro era simplemente igual a su dueño. Parecía realmente entender todo lo que sucedía a su alrededor.

El cachorro sonrió, o esa sensación dio, luego soltó un ladridito burlón.

«Sí, lo que tú digas».

Manolo por poco no gritó de la frustración y el bochorno. Daiki casi podía ver humo saliendo de su cabeza.

El peli-rojo intentó levantarse y al fin deshacer la posición tan vergonzosa en la que habían quedado, pero al apoyar sus manos en el suelo, nuevamente soltó un siseo cuando fuertes punzadas le atravesaron no solo la mano izquierda, con la cual le había dado un puñetazo al espejo la noche anterior, sino también la mano izquierda, esa con la que había puesto en su lugar a Seimei.

Pero esta vez lo ignoró. Tan solo hizo una mueca de dolor. Terminó de apoyarse y luego se puso de pie. Ya no quería sentirse aún más avergonzado. Se dio la vuelta, siendo totalmente orgulloso, y emprendió camino hacia la cocina sin dirigirle una sola mirada a Aomine. Quien ya estaba casi de pie también.

Lo único que el peli-rojo quería en ese momento, era que la tierra se abriera bajo sus pies, se lo tragara sin contemplaciones, y lo escupiera en algún lugar del otro lado del planeta… y que fuera desde un lugar alto para que se resquebrajara toda la cara cuando cayera. Quizá así algún día podía olvidar tremenda vergüenza.

Pero Aomine/Bastardo/Daiki estaba empeñado en hacerlo pasar vergüenza.

El mereno lo tomó de uno de sus hombros, haciéndolo girar hacia él antes de que siquiera pudiera protestar. Entonces se inclinó, sujetándolo de las piernas y la espalda, y lo alzó del suelo como si pesara absolutamente nada.

—¿¡Qué estás haciendo!? —Fresita chilló, con la cara tan roja que nadie tendría idea donde terminaba su frente y donde comenzaba su cabello—. ¡Bajame, infeliz! ¡Bajame! —Pero Daiki hizo caso omiso ante sus chillidos de rata histérica y el retorcer de su cuerpo en sus brazos. Solo comenzó a caminar, terco en cargarlo como princesa—. ¡Idiota, imbécil, bastardo maldito!

A Daiki le dio un fuerte tick en el ojo, pero no desistió. Continuó avanzando en dirección hacia la cocina.

Fresita no lo entendía. ¡No lo entendía nada! En un momento era muy atento y bueno con él, y al otro lo ignoraba totalmente. Entonces volvía a ser bueno pero también volvía a dejarlo de lado. ¡Odiaba eso! Porque él mismo estaba confundido con lo que Aomine quería que hiciera.

No quería enamorarse, pero tampoco quería que lo ingorara. Pero si le prestaba atención se ilusionaba y no quería eso, porque Aomine sin duda alguna era la clase de hombre que rompía corazones a donde fuera. Él no quería sufrir una ruptura de corazón, le aterraba la idea. Pero entonces veía a Daiki y pensaba que que si le rompía el corazón estaba bien, porque él tenía algo, algo que no sabría explicar, que le atraía como nunca nadie lo había hecho.

Pero tampoco sabía si eso era cierto, con un demonio ¡No recordaba nada, maldita sea! No sabía si es que tenía pareja. O si no. Si se había enamorado antes. Si ya le habían roto el corazón. No sabía nada. Nada. Tenía miedo.

¿Por qué las cosas tenían que ser así.

¿Por qué las cosas con Aomine tenían que ser de ese modo?

Pero Daiki estaba igual o más confundido que él. Se había dicho que se alejaría. Que no sabía nada de él y que era mejor mantener la distancia. Pero el campo gravitatorio de Fresita era muy fuerte, lo atontaba a veces. Sus ojos inevitablemente estaban dirigiéndose a él en cuanto entraba en su campo de visión. Quería, pero no podía alejarse.

Y odiaba que ahora no solo Akashi fuera tan cercano a él, sino también el bastardo de Seimei. Maldición, se le habían retorcido las tripas al verlo asiendo tan amistoso.

De haber podido, le hubiera quebrado el cuello.

¿Qué tenía ese chico?

¿¡Qué, maldita sea, tenía él!?

Aomine nunca en su vida se había sentido de ese modo, ni una sola vez. Su sangre hervía de celos y posesividad. Sus entrañas hervían. No no podía ocultarlo. Agradecía que cada uno estuviera inmerso en sus propios problemas como para prestarle atención a él.

Necesitaba hacer algo, que no tenía idea de qué.

Él era tan malditamente lindo que no podía soportar las ganas de empotrarlo contra la pared y hacer cosas que nunca creyó querría hacerle a un tipo.

Y oh, joder. Ese maldito sonido que había hecho tan solo unos minutos atrás. Su jodida y adorable cara sonrojada. Solo había querido morderle sus jodidas y bonitas mejillas.

¿Por qué tenían que ser así las cosas?

¿¡Por que tenía que ser ese maldito chico!?

Ingresó en la cocina con un más calmado peli-rojo en brazos, se había cansado de luchar sin obtener resultado, o quizá el bochorno de la situación pudo más con él.

Fue hasta la isla, ingresando por el comendor, esquivando restos de comida y pedazos de fina porcelana. Este parecía campo minado. Una vez en el lugar de destino, con las piernas arrastró uno de los bancos y lo hizo sentarse en él. Sin decir ni una sola palabra, ninguno de los dos, Daiki sacó, de donde Fresita no tenía idea pues se estuvo con los pensamientos en algún lugar lejano, un botiquín de primeros auxilios.

En completo silencio, buscó un recipiente hondo y una servilleta. Luego, con todo eso en mano junto con el botiquín, fue de nuevo hacia él, depositando las cosas sobre la isla.

Fresita no entendía que cruzaba por su cabeza hasta que Daiki se posó de cuclillas frenre a él y le tomó la mano izquierda, y entonces fue que vio que las vendas que ya antes le había colocado, estaban manchadas de sangre.

Sintió que el corazón se le removía.

¿Por qué tenía que ser tan amable?

Tampoco dijeron nada mientras le quitaba las vendas sucias y le limpiaba la herida abierta con el agua oxigenada, la cual caía sobre el recipiente que había tomado, y aunque dolió, no se quejó mientras la secaba con la servilleta. Solo estuvo ahí, muy dócil, dejandose ser tratado gentilmente por las manos un tanto callosas de Daiki, que trataban de ser lo más suave posibles para no hacerle más daño.

Finalmente era la hora colocarle nuevas vendas, y él sólo podía morderse los labios. No por el dolor, que desde luego era molesto, sino por las atenciones de Daiki. Sentía su rostro arder y su corazón martillearle la caja torácica.

—Ya está —Aomine informó, mientras aún le sostenía la mano.

Los ojos rojos de Fresita se posaron en él, tal cual lo habían hecho la noche anterior. Con ese brillo en ellos como si esperará algún movimiento de su parte. El moreno quería hacer ese maldito movimiento. Con un demonio que sí. Pero estaba demasiado confundido para ello.

Pensaba que era injusto para ambos dar un paso y lanzarse al vacío sin ninguna seguridad de nada. Así que tan solo alzó la mano y acarició su rostro, lenta y dulcemente. Como si lo que las yemas de sus dedos tocaran no fuera otra cosa que lo más valioso del universo.

Vio a Fresita pasar saliva muy lentamente mientras su sonrojo aumenteba. No le sorprendería si se le fundía algún cable en el cerebro por el exceso de calor. Estuvo así unos segundos, viéndolo a los ojos intentado descifrar porque no podía solo ignorarlo completamente, sin obtener ninguna respuesta, claro. Y luego tan solo le sonrió, deshaciendo el contacto y dispuesto a guardar las cosas que había utilizado para limpiar su herida.

La decepción se había nuevamente mostrado en la expresión de Manolo, pero esta vez Daiki no se percató de ella puesto que le había dado la espalda.

Fresita, de alguna forma, quizá podía entender a Aomine. No estaba seguro del todo. Pero sentía que él se sentía de la misma forma.

Lo siguió con la mirada de un lado hacia otro mientras ponía en su lugar las cosas que había tomado, al menos el botiquín, ya que el trasto y la servilleta los dejó en el lavadero. Entonces él fue hacia el comendor y, ante la atenta mirada del peli-rojo, se inclinó y comenzó a recoger los restos de la vajilla que se había hecho trizas.

—¿Qué haces? —Fresita dijo, preocupado—. Deja eso, te puedes cortar.

Daiki soltó una risilla.

—Debes de pensar que soy un completo inútil sí en verdad crees que me puedo lastimar tan fácilmente.

—Joder, no. No pensaba eso. Yo solo...

—¿Estás preocupado por mi? —Daiki pregunto sin voltear al verlo, continuando con lo que hacia.
El peli-rojo no dijo nada durante unos segundos, era exactamente eso.

—C-claro que, idiota… —refunfuñó.

Daiki pudo imaginarselo haciendo un puchero, y le pareció jodidamente lindo.

—Bien, de todos modos no es para preocuparse. Algo como esto no puede heriaahhgg...

Gruño, llevándose un dedo hacia los labios.

Fresita se levantó de golpe, yendo hasta Daiki muy preocupado.

—¡Imbécil, te lo dije! —lo regaño, inclinandose junto a él y tomando su mano lastimada para inspeccionar el tamaño del corte.

Pero cuando la tuvo a la vista, tal herida no existía. Buscó los ojos de Aomine, completamente desconcertado. El moreno le regaló una sonrisa altanera y victoriosa.

—¿Así que no estabas preocupado por mi, eh?

A Manolo la cara se le volvió a pintar de un rojo intenso. Maldito Aomine, lo había atrapado.

—Eres un…

De haber terminado su oración, quizá lo habría insultado, pero no lo hizo ya que se quedó sin palabras ante las acciones de Aomine.

Lo había tomado de la barbillas y, sin esperarlo de ninguna forma, le había robado un suave y efímero beso de piquito. Robándole con ello también las palabras y todo pensamiento coherente; dejando su mente completamente pérdida en el limbo.

 

Notas finales:

Yyyyyy eso fue todo por ahora. 


¿Qué tal?


¿Qué les pareció?


¿Les gustó?


Yo espero de todo corazón que sí.


Jsjdjdjdjsdjjdd ¡No lo veían venir, lo sé! Al menos no luego de que Aomine rechazara el primer movimiento que pudo haber hecho. Shdjsnsnd es que Taiga lo vuelve loco pueh, dice una cosa pero hace otra. Ajsbsndkddkdn


Y LA COSA IMPORTANTE:


Me genera conflicto decirles esto, puesto que acabo de volver de un bloqueó sumamente laaaaargo, pero el siguiente domingo no actualizaré.


Verán, la cosa es que comenzaré a escribir un fanfic Crossover en el que he estado pensando y llenando los vacíos en la trama, desde que inició el año. Y al fin podré comenzar a escribirlo.


La verdad estoy muuuuuuy emocionada, pero para ello tendré que dejarlos sin actualización el domingo que viene. Pero el otro sí habrá, sin falta. Ojalá pudieran pasarse en mi cuenta este próximo domingo y buscar este nuevo fic del que hablo. Como dije, se trata de un crossover y desde luego los personajes de Kuroko no Basket estarán concluidos, eso sí, no todos, pero al menos la OTP AoKaga sí, y otros cuantos personajes.


No aparecen en el primer capítulo, pero más adelante sí.


Solo eso, ojalá me pudieran dar su apoyo, sería jodidamente hermoso.


Ojalá y el cap sí les haya gustado, ya saben que pueden hacérmelo, 7u7, saber por medio de un comentario, el cual estaré muy feliz de leer y responder. Y si no, pues también pueden hacérmelo saber, yo los acepto. Su odio o amenazas de muerte, lo que quieran.


Que Raziel me los cuide mucho, besos y abrazos de oso.


Byeeee.


 


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