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UNKNOWN por RoronoaD-Grace

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Notas del capitulo:

NUEVO CAP. 

LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE TADATOSHI FUJIMAKI.

Por cierto, esta historia en WATTPAD, por si les gusta leer allí, pueden encontrarla con el mismo nombre.

UNKNOWN
—Capítulo 28—
Sus cejas de langosta

 

 

—¡Buenas, gente hermosa! ¿¡Qué hacemos en esta tarde tan maravillosa!? —Takao abrió la puerta principal de forma estrepitosa—. ¡Ah! ¡Me dio un calambre en la mano! —dramatizó, alzando la supuesta mano acalambrada hacia el frente mientras tamborileaba los dedos, al mismo tiempo que avanzaba hasta la sala con la otra mano puesta sobre su frente. 

Los chicos acurrucados en el sofá habían girado la mirada hacía los recién llegados, sonriéndoles en el proceso; pero la primera en notarlo fue Satsuki, el anillo que Kazunari descaradamente presumía en su mano. Ella no pudo contener su emoción. Gritó tan fuerte que sus amigos dieron un brinco cada uno en su lugar, algunos espantados, la mayoría, y otros alarmados creyendo que le había sucedido algo. Kise, que parecía estarse quedando dormido en el hombro de Yukio, gritó con ella debido al susto. 

Satsuki se levantó de prisa del sofá, corriendo hacia Takao para poder ser la primera en felicitarlo. Lo abrazó con fuerza entre sonrisas y agradecimientos por parte del chico, y luego ella corrió hacía Midorima y se lanzó a abrazarlo. Y fue ahí que los demás chicos entendieron su emoción. Los vitoreos y silbidos no tardaron nada en inundar la sala, pronto estaban todos felicitando a Kazunari y Shintarō. 

Sin embargo, todos callaron cuando Kuroko, con cara de pocos amigos, fue hasta el idiota cuatro ojos. Expectantes, los amigos esperaron que Tetsu fuera a hacer una de las suyas. Sin embargo, para la sorpresa de todos, sonrió de medio lado en una mueca más que desbordante de satisfacción al mismo tiempo que decía. 

—Ya no eres una zorra, Midorima-kun. 

El ex zorra puso los ojos en blanco. Y entonces de nuevo la alegría volvió a inundar la casa, acompañada de más felicitaciones por parte de todos los presentes. Los chicos olvidaron que habían estado viendo una película, y antes de darse cuenta la mesita frente a los sillones estaba llena de cervezas y alguien, probablemente Kuroko, había puesto música a todo volumen. 

Había que celebrar. 

En algún punto de la noche, Fresita vio bajar a Akashi. Él se había ido a su habitación porque era parte del plan, pero también porque la sonrisa que se había dibujado en su rostro luego de escuchar a escondidas en el baño del chico langosta, lo delataba totalmente. Y eso que siempre se había considerado alguien con buen autocontrol… pero la felicidad era demasiada como para poder ocultarla.

—Shintarō —lo llamó al estar cerca de su mejor amigo—. Felicidades —le sonrió al llegar hasta él. Cereza no podía evitar sentirse enternecido al verlos compartir un abrazo, Midorima parecía avergonzado pero feliz, y Akashi se alegraba sinceramente por él. 

—Gracias, Akashi. 

—¿Tuvieron algún inconveniente?

El de anteojos sufrió un escalofrío al recordar la charla con sus suegros. Dios, por un momento en verdad llegó a pensar que vomitaría, y luego sus ojos verdes como pasto recién cortado, se fijaron en Takao. Él estaba junto a sus amigos, bebiendo cerveza y sonriendo amplia y deslumbrantemente,  sus risas eran tan escandalosas y al mismo tiempo parecían melodías celestiales. A veces parecía un sueño el que estuvieran comprometidos. 

—Todo bien —respondió con otra sonrisa, pero esta era la de alguien totalmente orgulloso del camino que había tomado—. Por cierto, Akashi… —por un momento dudó acerca de lo que iba a decir, pero dejó eso de lado—, deberías hablar con tu padre. 

Akashi, con el entrecejo fruncido, clavó sus ojos en el rostro de su amigo, que repentinamente estaba muy serio. Intentó leer algo en su expresión, pero no encontró nada en sus ojos, más que preocupación. 

—¿Hay algo que debería saber? 

—No me corresponde a mi decirlo. 

La atención del dueño de casa se vio momentáneamente interrumpida por las risas de los chicos. Sus ojos rojizos se fijaron de inmediato en Tetsuya, en él y su hermosa sonrisa que iluminaba su rostro. Era tan raro pero hermoso verlo tan alegre. El chico sombra tenía razón, pensó, siempre se veía espectacular. A su lado, Cereza también sonreía mientras disimuladamente observaba en su dirección cada cierto tiempo; Akashi le sonrió de medio lado cuando sus ojos se encontraron y él se sonrojo al verse descubierto. 

—Lo pensaré —respondió, que para Midorima era prácticamente una afirmación. 

Cualquiera se sorprendería al verlo aceptar tan fácil, teniendo en cuenta la situación. Pero para el de anteojos, que conocía bien a su mejor amigo, fue claro que, de hecho, Akashi había estado pensando en ello. Probablemente, pasado el enojo inicial, muchas dudas se habían instalado en su cabeza. Él sabía que debían hablar correctamente, y sin duda lo harían. 

Merecían una mejor explicación que solo decirles que tenía otro hermano, el cual iba a vivir en la misma casa en la que su madre los vio crecer. 

—¿Cómo van las cosas con Kuroko? —Shintarō decidió cambiar de tema. Vio a su amigo dibujar en sus labios una sonrisita de medio lado. 

—Progresando lento pero seguro. 

Midorima le puso una mano en el hombro, apretando su agarre un poco. 

—Me alegro por ti, Akashi, lo digo en serio. 

—Lo sé, Shintarō —Akashi lo miro, dándole una sonrisa sincera. 

Ninguno mencionó algo acerca del matrimonio entre ellos que jamás ocurriría. Fue como un pacto mental. No había necesidad de hablar de ello, solo había que dejarlo muy bien enterrado en el pasado y continuar avanzando, porque el futuro resplandecía esperando por ellos.

 

~•§•~ 

 


A la mañana siguiente, la mayoría probablemente se querrían tirar de cabeza en las escaleras debido a la resaca. Afortunadamente Cerecita sabía en qué estado terminaban los amigos, así que, durante el desayuno, se encargaría de hacerles un coctel para ayudarles a bajar la resaca. 

Mientras iba hacia la cocina, se tropezó con el cuerpo de Murasakibara desparramado en la alfombra. Tuvo que verificar que respiraba porque, siendo sincero, parecía un cadáver; en serio debería prohibirle volver a tomar una sola gota de alcohol. Aunque, gracias a ello, había obtenido muy buen material para enviarle a Muro-chin. 

Antes de ir hacia la cocina, sus ojos se pasearon en el desastre que era la sala, de nuevo. Siempre era sorprendente de ver cómo todos se quedaban desparramados en la alfombra y los sillones, y está vez Satsuki también estaba incluida. 

Mierda, no tenía idea de que Akashi roncara, él no se había emborrachado en sí, de hecho resistía bastante bien en alcohol; solo se había dormido en la alfombra con su cabeza recostada en un cojín. Los recién comprometidos estaban uno encima del otro en uno de los sillones. Kise dormida sobre el brazo de Kasamatsu, ambos en la alfombra y sus piernas estaban entrelazadas, se veían tiernos. Satsuki dormía desparramada en otro sillón, con las piernas recostadas en el regazo de Kuroko, que estaba sentado en ese sillón con la cabeza hacia atrás en el respaldo, el cuello seguro iba a dolerle cuando despertara. 

Y Aomine… no estaba. 

No, no es que no estuviera, es que no era visible.  
Fresita dio unos pasos regresando al sofá en el que él había estado durmiendo, pasándose un poco mientras estiraba el cuello para observar detrás del mueble. Tuvo que morderse los labios para no carcajearse al verlo tirado boca abajo sin playera. Debería preparar medicina para la gripe, solo por si acaso.  

Lo dejó ahí mientras volvía a tomar dirección a la cocina. Fresita se daba cuenta que a Daiki le gustaba beber con sus amigos, pero se contenía por él, pues ya que no le gustaba el alcohol, sería el único que no terminaría borracho. Sin embargo, la noche anterior, fue el mismo Cereza quien lo incitó a que tomara todo lo que quisiera, que disfrutara porque era una noche para celebrar… y bueno, ahí estaba el resultaba. 

Sintió las orejas calentársele al recordar porqué su novio no cargaba playera. Aomine, maldito borracho exhibicionista. Justo tenía que ocurrírsele la genial idea de querer hacerle un striptease, por suerte todos estaban igual de ebrios, así que probablemente no tendría que avergonzarse al verlos a la cara. Pero, en serio, las imágenes de Daiki bailándole mientras él estaba sentado en el sofá más pequeño, mientras se quitaba la playera y se subía a sus muslos, era algo que no olvidaría. 

Sacudió la cabeza, necesitaba pensar en algo más antes de que el calor en sus pantalones fuera demasiado, sin embargo, ¿no podía hacerlo sobrio y cuando estaban ellos solos? La verdad era que no le importaría…

Sacudió la cabeza una vez más, en serio necesitaba dejar de pensar en ello. 

Atravesó la puerta que daba a la cocina, yendo directo hacía la cafetera donde café recién hecho y humeante lo esperaba para deleitarlo con su sabor. Con una taza llena, tomó asiento en uno de los bancos frente a la isla. 

—Tal vez debería decirle —susurró para sí mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. llevó la taza hacía su boca para darle un sorbo a su café.

—Buenos días —dijo entonces una voz.

Cereza se atragantó a medio sorbo debido al susto, escupiendo un poco del líquido marrón sobre la superficie de la isla. Estuvo tosiendo durante largos segundos hasta que por fin logró tranquilizarse. Finalmente alzó la mirada y gritó: 

¡Puta madre, Kuroko! ¡Un día en serio vas a matar…me… —terminó, sintiéndose totalmente confundido! 

Había creído que fue Tetsuya quien había hablado, porque, bueno, solo él tenía esa capacidad para desvanecer totalmente su presencia y luego parecer que solo salía de la nada, cosa que, para variar, disfrutaba totalmente. 

Sin embargo, la persona que sus rojizos ojos observaron al mirar al frente, no era Kuroko. Se parecían, sí, pero no era él. El chico sentado frente a él en la isla tenía el cabello de un tono cenizo y sus ojos eran oscuros; en sus manos yacía una taza de café y en sus labios una sonrisita de medio lado burlona. 

—B-Buenos días —El desconocido tan solo amplió su sonrisa, pero sin despegar los labios—. Lo s-siento, creí que eras Kuroko. 

—Mi hermano tiene un hábito algo desagradable. 

Fresita se mordió la lengua para no decir algo descortés, el chico frente suyo no era precisamente el adecuado para hablar de hábitos desagradable, tomando en cuenta que también parecía disfrutar del susto que acababa de meterle. ¿Qué tanto había hecho para que lo castigaran de esa forma? Uno era suficiente, dos chicos fantasmas lo terminarían matando de un paro cardíaco. 

—Sí… él solo puf —dijo, al mismo tiempo que hacía gestos con las manos—, se materializa, ya sabes… seguro te ha dado unos sustos de muerte.

Chihiro apretó los labios reprimiendo otra sonrisa. 

—No. En realidad, él nunca ha podido asustarme.

—¿Ni una vez? 

—En serio, ni una sola, siempre me doy cuenta cuando planea algo —Negó con la cabeza, el de cabellos rojos lo vio darle un sorbo a su taza de café. 

—Entonces sí planea cada vez que se materializa —Fresita dio un bufido. Por un momento pensó que quizá a veces no lo controlaba, pero ya veía que no. 

—Ten por seguro que sabe exactamente lo que hace. Aunque, claro, sus trucos no funcionan conmigo. 

Y Cereza ahora no lo dudaba. Es decir, ellos caminaban en la misma dimensión fantasmal, además eran hermanos y lo conocía mejor que nadie. Kuroko jamás podría tomarlo por sorpresa, o al menos sería muy difícil el hacerlo. Por otro lado, ¿qué rayos sucedía con el ambiente? Parecían dos conocidos que acababan de reencontrarse, y no dos completos extraños. 

Bueno, aunque habían conversado un poco por teléfono esa madrugada hacía unas noches atrás, aun así, no creía que fueran lo suficientemente cercanos como para mantener una conversación tan normal.

—Mierda, siento que la cabeza va a estallarme en mil pedazos —Aomine, con cara de querer tirarse de cabeza en algún pozo vacío, hizo acto de presencia en la cocina. Iba aún sin camisa y caminó directo hacía un sonrojado Cereza—. Buenos días, bebé —despostó un besito en la frente de su novio y luego fue hacia la cafetera. 

—Buenos días a ti también, Aomine —Chihiro habló.

Aomine pegó un brincó a medio camino de su destino, junto con una gran maldición que escupió sin pena mientras se giraba y encaraba al chico. 

—Están dementes —bramó, al mismo tiempo que se quejaba del dolor de cabeza—. Tú y Tetsu son unos malditos psicópatas. Deberían estar encerrados. 

—Claro —Chihiro se burló. 

—Y tiene total sentido —prosiguió Daiki—, hay que ser un maldito loco para aceptar ser el novio del diablo. 

—Lo mismo va para ti —Chihiro se defendió—. Solo un tonto saldría contigo… sin ofender —giró la mirada hacía Fresita. Este negó con la cabeza de inmediato. 

—Está bien —dijo. 

El moreno se cruzó de brazos con el entrecejo fruncido mientras le dirigía a su novio una mirada que claramente decía: «Defiéndeme». Pero Fresita solo negó con la cabeza y se encogió de hombros. 

—Traicionado vilmente… ¡Y por mi propio novio! —Daiki se hizo el ofendido. Se giró y se encaminó hacia la puerta, salió de la cocina mientras hacía un gesto digno. 

Cereza no podía creer lo infantil que era. Solo pudo sonreír como un tonto ante su drama. Ciertamente eso era una de las cosas que más le gustaban de él, era un tarado que lo hacía reír. 

—Vaya… realmente te gusta —el fantasma mayor se escuchó genuinamente asombrado.

Fresita volvió la mirada hacía Chihiro, en sus mejillas se había coloreado un sonrojo. No hubo necesidad de que afirmara nada, pues claramente tenía razón en sus palabras y todos podían darse cuenta de ello con tan solo interactuar un poco. No había que ser un genio para saber que estaba loco por Aomine Daiki. 

Iba a responder algo, pero en ese momento Satsuki entro en la cocina arrastrando consigo a un dramático Kuroko que según no podía siquiera ponerse en pie gracias a la resaca. Sin embargo, en cuanto vio a su hermano la vitalidad volvió de golpe a su cuerpo haciendo que se enderezara como resorte.

—Oh no —dijo él—, te ves increíble —lucía horrorizado. 

—¿Gracias? —Chihiro estaba confundido, aunque, de hecho, Momoi y Cereza también lo estaban—. También es un gusto verte, hermano. Hola, Momoi. 

—Hola, Hiro-kun —ella le sonrió.

Fue entonces que Tetsuya les explicó que el hecho de lucir tan radiante y que estuviera en casa, solo significaba que se había reconciliado con Seimei y que en esos últimos días habían estado cogiendo como si no hubiera un mañana como reconciliación. Chihiro no pudo evitar sonrojarse ante las palabras de su hermano menor, confirmando sus temores, por lo que Kuroko hizo una expresión de repudió. 

Genial, ahora tendría que soportar al imbécil de Seimei mientras presumía sin parar. 

—¿Por qué, hermano? ¿Por qué esa cosa horrenda? 

Chihiro miró a su hermano con una mueca irónica. 

—Tú te enamoraste de su gemelo, cállate.
Kuroko se llevó una mano al pecho, indignado. 

—Es un caso totalmente diferente —aseguró. 

—Literalmente, son idénticos. 

Tetsuya entonces se preparó para el mejor debate de su vida. No pensaba dejar pasar el insulto que había sido comparar a Seimei con Akashi, por lo que se aseguró de hacerle saber a su hermano que Seijūrō, sí, era el gemelo de Seimei, pero ellos no se parecían en nada. Para empezar, Akashi no parecía un maldito psicópata, él tenía una mirada amable y una sonrisa hermosa, se preocupaba por sus amigos y jamás haría nada para dañarlos. 

—Repito —Hiro lo cortó en su monólogo—, literalmente te ha hecho sufrir todos estos años al rechazarte.

—¡Sí! —aceptó—, pero no es como si lo hubiera hecho por el simple placer de hacerme daño, como otro que conozco —defendió—. Akashi-Kun es un tarado, un grandísimo idiota y lo que quieras, y cometió un error, como cualquier persona, pero es algo que él mismo sabe muy bien y ahora se esfuerza por corregir y compensar. Es amable y leal, fiel a sus amigos y a quienes ama… es una de las mejores personas que conozco. No tengo dudas de ello. 

Cuando acabó, lucía exaltado, y entonces el silenció reinó por algunos segundos. Su hermano se dedicó primero a observarlo algo sorprendido, y luego una sonrisa se le pintó lentamente en los labios. Kuroko vio los oscuros ojos de su hermano mayor desviarse hacía un costado mientras observaba algo detrás suyo. De pronto cayó en la cuenta de lo que había hecho y enfrente de quienes había escupido su corazón. 

Sus celestes ojos observaron a Fresita, que le sonreía comprensivo. Y luego… un carraspeo de garganta acabó con el silenció que durante minutos reinó en la cocina. Un carraspeo que le llegó justo detrás suyo, desde el marco de la puerta. Tetsuya tuvo un subidón. De pronto sintió que el corazón iba a salírsele por la garganta, sintió una gota de sudor helado recorrerle toda la columna vertebral. 

Lentamente se giró, temiendo que, quien pensaba estaba detrás suyo, hubiera escuchado todo lo que había dicho. Y, en efecto, Akashi Seijūrō yacía en el marco de la puerta. Él tenía una mano empuñada sobre sus labios y su rostro se encontraba colorado, pero sus ojos no titubearon en ningún momento en cuanto estos se cruzaron con la mirada de cielo de Tetsuya.
«Trágame tierra y escúpeme de cara en la boca de un volcán activo». Kuroko pensó en salir corriendo. 

Pero no lo hizo, puesto que no había dicho nada por lo que debería ocultarse o salir huyendo. Simplemente había defendido a un amigo. Porque, a pesar de sus sentimientos románticos hacía Akashi, él era su amigo. Aun así, hubiera dicho algo para que esto quedara claro, pero se vieron interrumpidos por los amigos con resaca que comenzaron a ingresar en la cocina. Akashi se hizo a un lado para permitirles pasar.

Kise tenía cara de haber chupado un limón, a su lado, Kasamatsu fruncía el entrecejo debido al dolor de cabeza, pero al mismo tiempo le daba unas palmaditas al rubio a modo de consuelo. Detrás de ellos, Midorima torcía un poco los ojos detrás de sus anteojos, mientras Takao, como todo un rey del drama, lloriqueaba pegado al brazo de su prometido diciendo que le dolía tanto la cabeza que sentía que lo dejaría viudo antes de la boda.  Murasakibara ni sus luces, probablemente su cadáver continuaba desparramado en la alfombra. 

Y, por último, Daiki se había rendido de hacer berrinche, por lo que volvió en busca de café, no le quitaría el dolor de cabeza, pero bien que sería un alivio para su garganta reseca. 

—Sí que se divirtieron anoche —Chihiro le dio otro sorbo a su café, aunque eso le había quedado muy claro al entrar a la casa junto a Seimei y toparse con tremenda escena de todos ellos hechos un desastre—. ¿Qué estamos celebrando?

—Fue estupendo —Takao dijo, porque estaba totalmente feliz y esa felicidad se le desbordaba del cuerpo, por lo que quería que todos lo supieran. Necesitaba gritarlo a los cuatro vientos—. ¡Shin-chan y yo estamos comprometidos! —la sonrisa que se le dibujo en el rostro pareció borrar momentáneamente su dolor de cabeza. 

La sorpresa en el rostro de Chihiro fue notable para todos, eso definitivamente era algo que no había esperado. 

—Pero… ¿Acaso no Midorima y Akashi iban a…? 

—¿Tú lo sabías? —Kuroko interrumpió a su hermano. 

Estaba indignado. Jamás creyó que su propia sangre lo traicionaría vilmente. Le dirigió una mirada fea a Akashi, porque incluso el tonto de Seimei se lo había contado a Chihiro, pero él no pudo decirle y prefirió mantenerlo en la ignorancia mientras lo hacía sufrir con su silencio. 

—Retiro lo dicho —el chico fantasma se cruzó de brazos—. Akashi-kun es un bastardo desleal. 

Una risotada proveniente desde el marco de la puerta hizo que todos enfocaran la mirada en dicha dirección. Era Seimei, luciendo absolutamente radiante y totalmente divertido escuchando cómo insultaban a su hermano.

—Oh, no. Alguien pásame mi traje de Médico en Europa a mediados del siglo XIV —Kuroko hizo gestos exagerados de repudió—, la peste negra acaba de poner un pie en esta casa —se puso detrás de Momoi, usándola como escudo—. Rata asquerosa —bramó hacía Seimei.

Takao escupió un poco haciendo sonidos de garganta conteniendo una carcajada, mientras se refugiaba en el brazo de Midorima, quien negó con la cabeza algo divertido. Kise, aún con cara de querer robarle su arma a Daiki y pegarse un tiro, se cubrió la boca con ambas manos intentando no reír; a su lado, Yukio desvió la mirada hacía un costado no aguantándose la risa. Satsuki y Fresita apretaron los labios, y Akashi no dudo en mostrar una sonrisa algo burlona hacía su hermano.

Incluso Chihiro tuvo que carraspear la garganta, las “peleas” entre esos dos a veces eran muy divertidas.

—Buena esa —dijo Aomine carcajeándose a medias mientras pasaba cerca del chico sombra en busca de un poco de café, alzó la mano y tanto él como Tetsu chocaron palmas. 

—Ay, querido Tetsuya —Seimei dijo, sin dejar de sonreír y verse radiante, caminó hasta su cuñado y, para absoluto desagrado de este, le paso un brazo por el cuello atrayéndolo hacia sí—, no hay nada, absolutamente nada, que puedas decir que me borre la sonrisa de la cara —Kuroko forcejeó intentando alejarse, pero Sei no lo dejó, en lugar de ello reafirmó su agarre. Por un momento se sintió como si fuera a estrangularlo—. Aunque te doy puntos por ingenió. Admito que fue buena. 

Finalmente, Seimei liberó a su cuñado de la tortura que era abrazarlo, y él fue directo hacia su prometido, a quien le dio un beso en la mejilla que resonó en toda la cocina. Tetsu hizo una mueca de asco; jamás entendería la decisión de su hermano.

—Veo que ya se conocieron —Seimei habló mientras veía a Fresita. Lucía encantado. Él abrazó a su prometido por el cuello mientras este permanecía aún sentado.

—Sí —respondió Chihiro—, conversamos un poco. 

—Fabuloso. Pero déjenme presentarlos formalmente —en los ojos de dos tonos de Sei se distinguía perfectamente su ilusión—. Él es Chihiro… —le dijo a Cereza—, mi prometido —lucía totalmente orgulloso. El peli-rojo le sonrió, estaba muy feliz de que hayan podido resolver sus asuntos—. Hiro, él es Ce…

—Tú hermano, sí. Encantado de conocerte —Chihiro sonrió sin despegar los labios y extendió la mano esperando estrecharla con Fresita, pero él chico no sé movió. 

Nadie lo hizo, de hecho, pues todos se habían quedado congelados en su sitio en cuanto las palabras de Chihiro terminaron de salir de sus labios. Tanto Seimei como Seijūrō tenían los ojos muy abiertos en una expresión de asombro total, mientras de fondo se escuchaba la tos que Aomine había sufrido al atragantarse con su café, pues había estado a medio sorbo cuando el fantasma mayor habló. 

Midorima giró la mirada hacia su amigo, igual de confundido que todos. El dueño de casa parecía estar en shock, Seimei también.

—¿Akashi…?

—N-No… yo no… —Fresita intentó aclarar las cosas. 

—No. Él no es… —Akashi guardó silencio, se veía algo, demasiado, perturbado—. ¿Por qué lo dices? —preguntó en cambio. 

Ahora era Hiro quien lucía confundido. 

—¿No lo es? —sus ojos oscuros se enfocaron en su prometido, este negó con la cabeza no muy seguro—. Oh… yo, lo siento —le dijo a Fresita—. Es solo que Sei me habló de lo que sucedió con su padre —aclaró viendo a Akashi—, dijo que tenían otro hermano y bueno… él se parece a Masaomi —observó a Sei y luego volvió la vista hacía el gemelo mayor—. Lo lamento… creo que asumí mal. Pensé que era él. 

—¿Se parecen? —Seimei susurró, probablemente lo había pensado pero sus pensamientos se exteriorizaron sin él controlarlo. 

—Sí —Hiro le respondió, pues a pesar de que apenas y había hablado, lo escuchó ya que estaban muy cerca—. La mandíbula, la forma de sus ojos y su nariz… ustedes también la tienen, la nariz de su padre. También se parecen a él. 

Los gemelos parecían aún más perturbados, pero todavía más incómodo que ellos se sentía Cereza, pues parecía un fenómeno de circo en medio de la cocina. Todos tenían sus ojos sobre él; más con las palabras que acababa de soltar Hiro. La incomodidad se veía reflejada en su rostro y en la gota de sudor que bajaba por un costado de su rostro. 

Era imposible. 

Absolutamente impensable. 

No había forma de que siquiera se detuvieran a pensarlo porque no tenía sentido. ¿Él, hermano de los gemelos Akashi? Era… era una tontería. Era demasiado loco el pensar que justamente fuera a parar con sus hermanos luego de haber sido secuestrado y logrado escapar. Además, Akashi había dicho que su padre les dijo que su hermano iría a vivir a la casa donde crecieron, lo que significaba que el hombre había tenido contacto previo con su hijo, así que seguramente él chico estaba en un lugar seguro, probablemente ya estaba instalado en la mansión. 

Por las heridas en su cuerpo, el estado en que estas yacían cuando llegó con ellos, les dijo que probablemente estuvo meses en esa situación. Por otro lado, el padre de los gemelos recién  les había confesado lo de su hermano, apenas unas semanas atrás. 

No podía ser él. 

No había forma de ello. 

—Además… —Chihiro prosiguió, y él corazón de Cereza se aceleró tanto de golpe que se sintió mareado, hasta podría vomitar allí mismo—. Sus cejas. 

—¿Qué tienen sus cejas? —Seimei preguntó, se veía ansioso. 

Chihiro le dio a su prometido una mirada irónica y divertida. 

—¿No lo recuerdas? —obviamente Sei no tenía idea de qué hablaba—.  Pero fuiste tú quien me lo dijo —por su expresión, su prometido en serio tenía la mente en blanco—. Yo lo recuerdo perfectamente, porque aún después de tantos años a veces no puedo disimular la risa frente a Masaomi. 

»Tú estabas en primer año de secundaria y yo en tercero, estaba en la azotea y tú llegaste riendo, en serio riendo, jamás te había visto reír tanto. Tenías las mejillas sonrojadas y te veías tan apuesto; yo estaba sentado cerca de la barandilla leyendo una novela, había tenido la segunda hora libre porque la señorita Shion tuvo un inconveniente familiar. 

»Y tú solo entraste azotando la puerta, y continuabas riendo mientras te recostaste en el suelo a mi lado, recuerdo que pensé que al fin te habías vuelto loco. Y luego tú dijiste que habías descubierto el secreto mejor guardado de tu padre. Dijiste: Él ti…

Él tiene cejas de langosta —Seimei terminó la frase. Hiro asintió. 

Sí, Sei ya recordaba. 

Su padre odiaba sus cejas, así que las cortaba de modo que se vieran “normales”. Había ido a buscarlo a su despacho esa mañana, porque necesitaba que le firmara un permiso de parte de la escuela, pero al entrar él no estaba; siempre iba allí antes de ir a trabajar, por lo que Seimei lo esperó pensando que había bajado muy temprano, tal vez pronto llegaría. 

En su espera, se dedicó a observar él lugar, raras veces entraba allí, era sofocante, incomodo. La relación con su padre en ese tiempo era… no existía. Solo porque necesitaba su firma estaba allí esa mañana, y de mañana porque en las tardes y noches era tan difícil verlo. Así que, curioso, ojeó los estantes, solo había libros aburridos que no le llamaban la atención. Pero entonces lo vio. Detrás de todos esos tomos sin gracia, ocultó en el fondo, había un álbum. 

Sus ojos bicolores observaron las páginas sin creer lo que veían. Eran fotos de su padre de niño, en la mayoría estaba solo, y en algunas junto a los abuelos, y entonces descubrió su secreto. Su estúpido secreto. En su rostro infantil y regordete, sus ridículas cejas de langosta sobresalían y capturaban toda la atención.  Seimei había reído tanto de lo tonto que se veía, que le había dado dolor de estómago. 

Tuvo que parar y aguantarse las carcajadas porque escuchó a su padre yendo por el pasillo, así que devolvió en álbum a su lugar y se obligó a actuar como si nada. Pero en cuanto vio el rostro de su padre y sus ojos enfocaron sus cejas, una carcajada ahogada resonó desde su garganta. Disimuló fingiendo que tosía y en cuanto obtuvo la firma, salió del despechó. 

Ya era algo tarde cuando el chofer que le lo llevaba al colegio lo dejó en la entrada, pero llegó a tiempo a la primera hora. Al cruzar la puerta su hermano le dio una mirada algo severa por haber llegado tarde, pero Sei solo lo ignoró. No le puso mayor atención al profesor, pues continuaba con la imagen de su padre en la cabeza. En la segunda hora, notó a los de tercero afuera en los jardines, así que pidió ir al baño y a medio camino se escapó. 

Sabía que encontraría a Hiro en la azotea, y mientras avanzaba hacia su destino, la risa borboteó poco a poco desde su garganta hasta convertirse en una carcajada que se liberó estruendosa al cruzar la puerta y ver al de cabellos grises leyendo su novela. Se veía tan hermoso, siempre se veía hermoso. Y luego le habló de su padre y su descubrimiento, porque se había toda la primera jora y necesitaba contárselo a alguien.

De vuelta en la cocina, sus irises de dos tonos se fijaron primero en Akashi, él también lo estaba viendo. Se lo había un poco después esperando que también se burlara de Masaomi, pero Seijūrō era algo aburrido, tenían diferente humor. Sin embargo, estaba seguro de que tenían la maldita misma expresión en ese instante.

No podía ser verdad. 

Simplemente no, era ridículo. 

Las probabilidades eran… no era posible ese nivel de coincidencia. 

Seimei clavó su mirada en Cereza, en su rostro tenso, estaba mordiéndose el labio, sus ojos rojizos observaban hacia abajo, pero no veía nada en específico, sus ojos no se estaban quietos y se movían en todas direcciones. Estaba tan nervioso. Y luego Sei se fijó en sus cejas. 

¿Cómo pudo pasar por alto ese maldito detalle? Cierto, no quería saber ni pensar ninguna mierda que tuviera relación con su pa… con ese sujeto. Y porque en realidad a Cereza sus cejas lo hacían ver lindo, no se veía tonto. No como el idiota de Masaomi.

Paso saliva con fuerza. 

«Es una tontería —pensó—. No es verdad». 

No podía serlo, porque de ser verdad significaría que a su hermano lo habían… que unos desconocidos hijos de puta lo habían…  roto, destrozado.

Los ojos de Fresita se alzaron y lo miraron, se veían tan grandes y asustados; se observaron directamente durante segundos horripilantes que lo hicieron sentir mareado. Mierda. 

Maldita sea. 

Carajo. 

Sí se parecían. ¿Por qué putísima madre se parecían? Realmente era imposible que se tratará de su hermano. Es decir… mierda… no.

NO.

Cereza sentía un retorcijón en el pecho que poco a poco rodeaba su corazón envolviéndolo en completa oscuridad. La forma en la que Seimei lo veían, en la que Akashi también lo hacía. 

Lo recordaba, recordaba claramente las palabras de Seimei cuando habló de la infidelidad de su padre hacía apenas unos días atrás:

«¡Nuestro matrimonio le resultaría beneficioso a ese hijo de puta, ¿sí?! ¡Para agrandar más su maldita fortuna! ¡Utilizando a sus hijos y fingiendo que todo está bien, como si por su culpa mamá no estuviera muerta! Ese maldito hijo de perra!  Mamá lo amaba tanto y ese... ese i-infeliz». 

Él había estado gritando, y llorando. Lo podía ver en sus ojos y en cada movimiento de su cuerpo. El odio hacía la traición de su padre. Su cobardía. 

«Y luego solo queriendo llevar a su bastardo al lugar donde mamá fue feliz, donde nos crio con tanto amor y ternura. ¡Jamás lo perdonaré! ¡Y no haré nada que termine siendo un beneficio para él, nunca!».

Odiaba a Masaomi. Odiaba lo que le había hecho a su madre… y, sin ninguna duda, odiaba a ese niño que había sido fruto de dicha infidelidad.
Ellos odiaban su hermano. 

Incluso no siendo verdad, Fresita podía ver en sus expresiones que detestaban la sola idea de él siendo su hermano… mierda, sus ojos ardían. 

No. No. No. 

No quería.

No quería que ellos lo odiaran. 

No quería ser su herman…

De pronto, sus pensamientos se vieron interrumpidos por una mano siendo posada sobre su rostro, cubriendo sus ojos y obstaculizando completamente la visión que tenía de los gemelos. 

Era Aomine.

Él estaba a su costado, e hizo que se girara un poco para poder abrazarlo contra su pecho. Acarició su hombro suavemente y luego se inclinó y le dio un beso dulce en la mejilla, realmente tierno y reconfortante, y luego descubrió sus ojos. Lo tomó de ambas mejillas e hizo que lo viera a él. Solo a él. 

Cuando sus ojos se encontraron, él le sonrió encantadoramente. 

—¿Te gusta el Basket, no? —preguntó. Y Fresita había esperado que preguntara cualquier cosa menos eso, su desconcierto fue más que obvio. 

—Yo… eso creo… 

—Excelente, porque iremos al pueblo —decidió—. Todos iremos —dijo, hablándole a todos en la cocina—. Desayunaremos allá y luego vamos a jugar un mini torneo de Basket en las canchas que están cerca del parque del centro. 

Hubo apenas unos cuantos segundos de desconcierto, y luego:

—¡Eso suena genial, Aominecchi! —fue Kise el primero en hablar, pues entendía que era lo que el moreno planeaba. Todos lo hacían.

Fue por ello que ninguno se negó. 

Los siguientes en hablar fueron Takao y Satsuki, apoyando con entusiasmo.

—Entonces vayan todos a darse una ducha porque dan asco, apestan —Aomine ordenó. 

Uno a uno los amigos fueron salieron de la cocina, siendo Seimei y Akashi los primeros, pareció como si no pudieran respirar si permanecían allí un segundo más. Finalmente, solo quedaron Aomine y Fresita. Daiki aún lo sostenía de las mejillas mientras se veían a los ojos. 

El moreno le sonrió de nuevo, con esas sonrisas tan encantadoras y sexys que tenía. Bastardo atractivo.

—Te quiero —le él susurró antes de darle un pequeño beso en los labios. 

Fresa cerró los ojos, disfrutando del contacto de sus bocas. Cuando acabó, fue él quien se aferró entonces al pecho de su novio mientras este acariciaba con cariño sus cabellos. 

Su tacto lo tranquilizaba, lo hacía sentir protegido y, sobre todo, muy, muy querido. 


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