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Indicio de Amistad por yuhakira

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Ese día, luego de la última derrota, su equipo por fin triunfaba, lo hacía contra el favorito, lo que le dio un buen sabor de boca al haber sido eliminados en fechas anteriores. 

 

Andrea volvió unos días después de la conversación con Jeyko en el apartamento. Era un martes cuando Jeyko lo llamó pidiéndole que lo acompañara al aeropuerto. Su turno terminaba a las cinco de la tarde y ella no llegaría sino hasta pasadas las siete. Ángel no se negó. Esperaba en esas pocas horas encontrar la respuesta para calmar sus nervios en su cercanía, sin embargo, la tarea fue un total fracaso. Se mantuvo todo el tiempo en silencio, respondiendo con monosílabos uno que otro comentario que el otro hacía. No se sentía del todo tranquilo para poder prestarle atención a la conversación que Jeyko buscaba iniciar en ese momento. Lo más importante para Ángel era mantener su cuerpo en control, y no estrechar entre sus manos las que le rozaban por momentos mientras caminaban buscando la sala de espera del aeropuerto. Finalmente, la llegada del avión de Andrea apareció en la pantalla, Jeyko se sobresaltó y poniéndose de pie caminó hasta la puerta por donde ingresarían los viajeros. Ángel por su parte continuó sentado en la sala de espera donde minutos antes habían decidido detenerse a esperar. Mirándole su garganta se encogió y le costó mucho trabajo respirar. Minutos después de anunciada la llegada del avión, Andrea apareció por la puerta, en cuanto vio a Jeyko corrió hasta que esté la estrechó entre sus brazos y la besó. El nudo en la garganta de Ángel desapareció, no podía sentirse peor en ese momento. Si la visión de sí mismo llorando no le hubiera perturbado tanto, esa noche, en esa sala, una lágrima hubiera salido de sus ojos. Por el contrario, se levantó de donde estaba y se acercó a ellos, abrazo a Andrea por primera vez desde que la conociera y la felicitó por haber atrapado al mejor hombre del mundo, con una de sus mejores sonrisas. 

 

Esa noche Jeyko insistió para que se quedara con ellos en el apartamento, Andrea no había agregado nada, pero tampoco negó su deseo de que los acompañara, sin embargo, Ángel decidió quedarse en casa de sus padres, donde vivía, de donde no debía salir nunca. A pesar de haber creído que estaba listo, la verdad fue que no era así, le aterrorizaba la idea de ver a Andrea restregándole en la cara su compromiso. Por supuesto sabía de antemano que ella no lo hacía con esa intención, pero era muy difícil no imaginarlo así, porque cada día le era más claro, que ella sin darse cuenta le había arrebatado de las manos lo único que le hacía feliz. 

 

Era un maldito egoísta, el peor de todos, y lo sabía, se lo repetía cada mañana al mirarse al espejo. Le quería todo para él, aun cuando hasta ese momento no había sentido la necesidad de tenerlo tan cerca. Pero lo cierto era que jamás había tenido la sensación de perderlo. Desde que lo conoció en ese parque no se había alejado de él. Por cuestiones del destino se habían encontrado incluso en el colegio, sus aulas de clase coincidieron desde un principio, lo que los mantuvo juntos. Pero ahora que sus vidas toman rumbos distintos se alejaban, tanto, que dolía.

 

Por su parte la idea de la boda a Alex le traía desconcertado, le era difícil imaginarse a su amigo de la infancia en el altar, aunque tampoco le era difícil admitir que, de los cuatro, él era quien tenía más posibilidades. Juan solo asentía ante las afirmaciones de su amigo, Jeyko les había hecho saber el día de la boda a través de un mensaje de texto, unos días atrás. 

 

Llevaban toda la mañana tratando de comunicarse con Ángel. Juan estaba seguro de que Jeyko ya había hablado con él, sobre el asunto del padrino. Pese a que la mamá de Ángel había contestado el teléfono, Ángel se había negado a hablar con ellos. Cuando ella había intentado comunicarlos el grito de Ángel a través de la puerta de lo que parecía ser su habitación se escuchó por el auricular en la oreja de Juan, quien no pudo evitar que un gesto de dolor rodeara su rostro. Alex estaba confundido, de cierto modo creía entender la forma en la que Ángel se sentía. Mirando a Juan de vez en cuando se planteó la posibilidad de que este decidiera, al igual que Jeyko, unirse en matrimonio con alguien muy diferente a él. La sola idea le horrorizó, y ese era el por qué era capaz de comprender a Ángel, aun siendo ignorante de sus sentimientos, pero no por eso lograba justificarlo.

 

Estaban en un centro comercial cerca del apartamento de Jeyko. Según los planes, se encontrarían con él para encontrarle el traje adecuado para el gran día. Alex estaba impaciente, ya habían pasado las dos de la tarde y Jeyko no llegaba a pesar de la cercanía de su residencia. Juan estaba en un estado similar, aunque su actitud demostrara lo contrario. No podía evitar mirar el reloj cada vez que sentía que el tiempo se hacía más largo. Juan ya había elegido un traje para él; un smoking negro con corbatín, de corte bajo en la cintura, perfectamente ajustado a la estrechez de su cuerpo. Alex, por el contrario, creía haberse probado ya más de la mitad de los trajes en el almacén, aún sin elegir alguno que le gustase, sin embargo, Juan sabía que más allá de su disgusto con los trajes que de mala forma exageraban el tamaño de su espalda, su descontento se debía a la tardanza de Jeyko y la forma brusca en la que Ángel se había negado a hablar con ellos. Cuando finalmente Jeyko apareció por la puerta del establecimiento, Alex corrió hacia él lleno de interrogantes que calló en cuanto adivino el descontento de Jeyko en su rostro. Alex acorralado por la situación fue salvado por Juan que aun con el smoking puesto se acercó a ellos.

 

—¿Sucedió algo?

 

Los ojos de Jeyko se posaron sobre los de Juan, y por un momento se quedó atónito por la imagen ante sus ojos; el esbelto cuerpo de Juan quedaba completamente resaltado dentro de ese traje. Sin embargo, su disgusto era mayor al leve encantamiento y rápidamente contestó la pregunta.

 

—Se ha negado.

 

—¿Quién, a qué? —preguntó Alex aun sin entender.

 

—¿Te ha dicho por qué? —Continuó Juan.

 

—No, que estaba muy ocupado para eso, que no sabía siquiera si podría asistir ese día.

 

—¿Ocupado con qué? —dijo Alex al tanto de la situación.

 

Jeyko respiro hondo y negó con la cabeza luego trató en vano que sus labios dibujaran una sonrisa. No era el mejor día para elegir el traje con el que se casaría, sin embargo, la insistencia de Alex le ganó a su pesimismo, y ambos antes de que cayera la noche eligieron sus trajes. Alex se había decidido por un corte clásico en un traje gris con diminutas líneas negras, que lograron disminuir el tamaño de su espalda, con un chaleco del mismo tono, un pañuelo y una corbata lila que complementaron el conjunto. Jeyko por su parte Eligió un smoking negro similar al de Juan, junto con un chaleco del mismo color sobre una camisa y corbata plateada. Su cuerpo se alargó sustancialmente, su postura incluso se hizo más recta. Mientras se miraba al espejo se imaginó a Andrea en el vestido que en ese mismo instante ella estaría eligiendo. Los dos juntos frente al altar en la iglesia del centro, donde habría espacio para todos sus invitados; todos los que ella había agregado a la lista los últimos días y que no paraba de agregar. Sin embargo el espacio vació en su imaginación le hizo sentir un vacío del mismo tamaño en el estómago. Había conseguido el traje, solo le hacía falta convencer al que sería su padrino. Sabía que sin él en el altar le sería muy difícil casarse.

 

Esa mañana al igual que Alex y Juan, Jeyko había intentado comunicarse con Ángel. Luego del regreso de Andrea y de que este le hubiera acompañado al aeropuerto a recogerla, se habían visto un par de veces más, casualidades del destino había afirmado Ángel, más los encuentros casuales no habían pasado de ser eso, el distanciamiento de Ángel era cada vez mayor, y Jeyko no había desistido en la idea de que él sería su padrino, ni lo haría. Por eso, aprovechando una de esas casualidades del destino, Jeyko se atrevió a invitarlo a un par de tragos dos días antes de la prueba de trajes que Andrea había planeado con antelación y de la que Ángel ya estaba enterado. 

 

Esta vez no habían ido al Gran conejo, el bullicio del lugar echaría a perder lo que Jeyko quería decirle a Ángel y no quería perder mayor detalle en lo que este podría decir. Fueron a un café cerca a la casa de los padres de Ángel, cada uno ordenó un expreso y algo de comer. Ángel se mostró molesto por el engaño, había sido invitado a tomar unos tragos y por el contrario había terminado en una cafetería de barrio tomando eso que no tenía nada parecido al anhelado alcohol. El enojo no se alargó luego de que Jeyko le dejara ver lo importante de su conversación.

 

—Quiero que seas mi padrino; eres mi mejor amigo y es obvio que piense en ti para eso no hay…

 

—Espera —Ángel lo detuvo antes de que pudiera terminar el discurso que había ensayado en su mente las últimas horas.

 

—Quiero que seas mi padrino.

 

—Ya dijiste eso, y no voy a preguntarte el por qué, ya has dicho que es muy obvio, pero... 

 

Las palabras no salían. Sabía que le pediría eso, pero aún no encontraba la forma de negarse, había estado pensando en eso los últimos días, sin duda era un maldito egoísta, pero era aún más cruel para él tener que pararse en el altar a su lado y fingir una felicidad que no sentía. ¿Cómo decirle que no? cuando sus ojos le miraban de esa forma, esos ojos que ahora reconocía tan propios en un rincón de su memoria; se le hacía imposible negarse. La intensidad de la mirada interrogante de Jeyko sobre él finalmente dio sus frutos, y Ángel en un suspiro y con una sincera sonrisa de derrota había dicho que sería su padrino; por lo menos mientras encontraba la forma de negarse a eso.

 

El encuentro sin embargo no había terminado bien. Ángel no tendría que trabajar en la mañana siguiente y a pesar de eso se había negado a quedarse con él en el apartamento. Jeyko trataba de no presionarlo y le dejó irse, tranquilo de que su mejor amigo estaría a su lado el día de su boda. Más esa mañana en la que el teléfono en su bolsillo no dejaba de sonar por las insistentes llamadas de Alex, estaba de todo, menos tranquilo. De pie frente a la puerta de la casa de los padres de Ángel, tocó el timbre varias veces hasta que una voz suave le respondió del otro lado.

 

—¡Oh Jeyko, eres tú!

 

—Señora Claudia ¿cómo está?

 

—Bien hijo, gracias a Dios, imagine que vendrías en algún momento, los teléfonos no han parado de sonar, incluso Andrea... ¡Qué bella mujer con la que te has hecho! sí, ella también ha llamado, tenían cita hace una hora en el almacén ¿verdad?

 

—Sí, por eso he venido.

 

—Lo sé, imagine que vendrías, sin embargo, temo que has perdido el tiempo, el desperdicio de hijo que tengo se encerró en su cuarto desde que llegó anoche, ¡no te imaginas el nivel de alcohol con el que llegó! el olor llegaba a mi habitación, ¡es impresionante la forma en la que bebe ese muchacho! siento que hayas perdido el viaje, pero se niega a abrir la puerta, y ya sabes cómo se pone si entro sin su permiso.

 

—Sé que es mucha molestia, pero me gustaría al menos intentarlo.

 

—No voy a decirte que no cariño, pero cualquier cosa que pase, es toda responsabilidad tuya, ese muchacho últimamente anda con el genio alborotado, y yo ya estoy muy vieja para lidiar con eso.

 

Mientras se dirigía a lo que se conocía como la habitación de Ángel pero que en realidad era lo que quedaba de un sótano. Jeyko, algo sonrojado escuchó los comentarios de la señora, que parecía pelear con sigo misma en la cocina. Golpeó un par de veces y no recibió respuesta.

 

—Con que estuviste bebiendo ayer sin mi eh.

 

Abrió la puerta seguro de que Ángel le recibiría con un almohadazo en la cara, pero el golpe nunca llegó. El cuerpo de Ángel se encontraba completamente inerte sobre la cama, boca abajo, abrazando una almohada y con el rostro hacía la pared. No hizo ningún comentario acerca de su visita.

 

—Debíamos vernos con los muchachos hace una hora, sé que tienes resaca, pero al menos deberías coger el teléfono.

 

Tampoco hubo respuesta; trato de imaginar que estaba dormido, pero un leve cambio en su respiración le hizo ver que no era así. Cerró la puerta tras de sí y se acercó con cautela a la cama, se recostó a su lado y lo abrazó por la cintura.

 

—Sé que estás despierto maldito, tu madre ha dicho que eres un bastardo ¿por eso has bebido anoche? 

 

—No quiero hablar ahora.

 

Se acercó a la cama sentándose en el borde. Ángel se encogió un poco sin perder del todo la posición en la que estaba. No se había girado a verle. Jeyko no sabía qué más decir sin tener que reclamarle directamente por la descortesía; pero Ángel habló antes de que él pudiera decir algo más.

 

—No seré tu padrino.

 

Jeyko pareció no entender, iba a reclamarle, pero las palabras resonaron de nuevo en su cabeza y calló. Ángel dio media vuelta y se levantó hasta quedar sentado frente a él. El teléfono en la chaqueta de Jeyko volvió a sonar al mismo tiempo que el de Ángel lo hacía sobre la mesa, cada uno marcando el número de Álex y Juan respectivamente. Ángel respiro hondo, ninguno de los dos hizo gesto de querer contestar los aparatos. Respiro hondo de nuevo y rasco sus sienes, justo antes de que el timbre de los celulares lo distrajera había pensado en acercarse lo suficiente; para decirle por qué no, para saber si él respondería a su cercanía, más ese deseo se fue en cuanto vio el rostro confundido de Jeyko, volvió a respirar hondo.

 

—Pedí al jefe que me trasladara, sabes que tiene otro almacén en una ciudad pequeña cerca de acá, aceptó, pero tengo que irme antes de la boda, así que no sirve que sea tu padrino si igual no estaré ahí.

 

El silencio inundó la habitación. Los Labios de Jeyko intentaron moverse en alguna especie de reclamo, pero no podía encontrar la razón para que pidiera un traslado, más estando tan cerca la fecha de la boda, y más aún cuando le había dicho que sería su padrino, ¿por qué se iba a ir así tan de repente? Ángel agacho el rostro, le había mentido de la forma más descarada posible, no había forma de que se fuera de ese lugar que era su único lugar, pero era mejor mentir así que decirle la verdad. 

 

Ese día en especial Jeyko se veía bien, no solo bien, su olor era embriagante, su rostro se veía perfectamente claro aún con la poca iluminación que recibía ese lugar. Ángel estaba embriagado en eso, en su camiseta ajustándose a sus brazos, en esos ojos que se habían convertido en su maldición, cada vez le era más fácil darse cuenta de cómo se sentía, de lo desesperante que se había convertido toda esa situación, estaba anhelante de su cercanía, más esa cercanía lo único que lograría sería alejarlo más. Por eso en cuanto este lo abrazó disfrutó lo más que pudo, hasta que su deseo de abrazarlo también le hizo daño en el estómago, haciéndolo alejarse. Solo cuando descubrió en él la necesidad de otro ser que acompañara su vida, pudo ver cuánto le necesitaba, ¿si le besaba hay todo terminaría? pero si ese era el destino final, por qué no adelantarlo y deleitarse por un momento con esos labios húmedos. —Te amo—. Susurro su mente, y ahogó las lágrimas en sus ojos, ahora lo único que podía hacer era mentirle, por lo menos mientras no estuviera seguro de si aquello que su mente gritaba era cierto. Jeyko se levantó enojado y Ángel lo tomó de la mano, rozó con suavidad sus dedos mientras este le miraba atónito.

 

—No es la gran cosa —dijo manteniendo toda la calma posible en sus cuerdas bucales— solo será por un par de meses, mientras mi jefe consigue quien maneje el lugar con propiedad.

 

La mano de Jeyko se retiró brusca y asqueada. Rápidamente salió del lugar, ni siquiera se despidió de la señora Claudia que vio atónita cómo se alejaba a paso firme por la acera del frente. La señora furiosa fue hasta la habitación que Ángel acababa de cerrar con llave para que nadie volviera a molestarlo, más los golpes incesantes de ella le hicieron tomar una actitud que lamentaba, y el grito que salió de su garganta fue más liberador de lo que esperaba, su madre no insistió más, y el celular sobre su mesa tampoco volvió a sonar. Las lágrimas salieron de sus ojos. Era un hombre egoísta y patético, que se revolcaba en sus sentimientos. Estaba seguro que alguien que no conocía se había apoderado de su cuerpo y lo había convertido en eso, en eso que lo hacía odiarse a sí mismo.

 

Jeyko llegó esa noche a casa luego de despedirse de los muchachos. Había comprado el traje de una vez, y lo había metido en el cajón más alto de su armario, como si nunca fuera a usarlo. Se echó en la cama y respiro hondo de nuevo, como tantas veces lo había hecho en el día para mantener la calma. Cerró los ojos y puso los brazos cruzados sobre el rostro, como si el cerrar los ojos no fuera suficiente para detener la poca luz del cuarto, que ni siquiera había buscado iluminar.  Una lágrima resbaló por su mejilla, y se mordió los labios. —¡Maldito! — cómo se atrevía a jugar con él así.

 

Alex abandonó la caja con un moño vino tinto donde venía el traje sobre la cama del cuarto. Miró a Juan que se había sentado en la parte inferior de la misma y que le daba la espalda. Se sentía triste, a pesar del esfuerzo descomunal que había hecho por alegrarle el rato a Jeyko, nada había funcionado, su rostro, que cargaba una sonrisa, no disimulaba mucho lo desesperada que se sentía su alma, sus ojos vidriosos luchaban por no llorar ahí mientras se miraba al espejo en un reluciente traje blanco, en uno gris, y en el negro que finalmente escogió y que parecía más el traje con el que iría a un funeral, que con el que pretendía convertirse en el hombre más feliz del mundo.

 

—Aun no entiendo en que está pensando, por más que creo entender lo que siente, no veo una razón para que tenga que comportarse así con él.

 

Juan se giró para verlo, y haciendo un gesto con los hombros le dio a entender que él tampoco entendía nada, aunque en el fondo él fuera quien más lo entendía.

Notas finales:

https://wordpress.com/page/indiciodeamistad.wordpress.com/5 

En el link pueden encontrar una imagen y reseña sobre el apartamento de Jeyko.

 

Espero lo esten disfrutando hasta ahora. 


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